El club IX

La situación se enreda un poco más. O bastante.

Intenté hacer bien las cosas y enhebrar la jugada de manera correcta. Para empezar, aunque todos los propietarios sueñan con hacerse con una mamona de lujo, la realidad era que por menos de 400 no podría pagar a una con opciones en el campeonato. Había muchas y muy buenas felatrices en el club, por lo que situarse entre las dieciséis mejores era mucho más complicado que, por ejemplo, en la categoría de cubanas. La de pajas, por su parte, pese a tener unos premios del 50% podía ser más asequible para dar la sorpresa. Pero… ¿quién puede saber a ojo qué tal la menea una zorra? Tal vez lo mejor fuese apostar por un buen culo. Era complicado, pero había que estudiarlo todo muy bien y, sobre todo, tomar las decisiones con la mente fría.

El lunes anterior a la primera de las subastas, nos pasaron a los miembros del club la información previa de las hembras que serían ofertadas en ambas. El dossier contenía una serie de tres fotos de cada hembra, una de cuerpo entero por delante y otra por detrás, en ambas vestida de un modo sugerente y realzando sus respectivos atributos, y otra de un primer plano del rostro. Además, acompañaba las fotografías una breve síntesis biográfica –profesión si la hubiese, estudios, estatura, peso y edad-. Desde luego que era una información valiosa, pero a la vez muy fría. Las sensaciones “en subasta” eran siempre decisivas. No obstante, dossier en mano, era evidente que había unos cuantos ejemplares de primera, alguno de los cuales, por desgracia, rebasaría con mucho mis posibilidades. Aunque, bien pensado, eso podría hacer que entrase en el mercado alguna fulana de segunda línea de un propietario que quisiese hacer caja de cara a la subasta.

Entre las mujeres ofertadas destacaban, a mi criterio, cinco de ellas. Es decir, cualquiera podría hacer las delicias de un hombre, todas tenían buenos cuerpos y ninguna era lo que se dice fea, pero cinco destacaban sobre el resto.

La primera era Elena, la madre de una de las Paulas. Cuarentona de pechos discretos pero firmes, culo interesante y mirada gatuna, era de esperar que supiese usar bien esa boca de mamona que tenía. Además, el que su hija estuviese en el club, algo sin precedentes hasta la fecha, podía ser un factor a tener en cuenta. La segunda era Andrea, una joven de veinticuatro años, recién licenciada en Trabajo Social, con buenas tetas –aunque nada exagerado- y piernas largas, que tenía su especial atractivo en el hecho de ser una militante feminista. Yo sabía que esto daría un plus de morbo en el club, pues ya lo había visto en algún otro caso, y sin duda subiría su precio muy por encima de su valor real. La cuestión residía en saber si su precio se inflaría como una burbuja para después reventar al ser sometida o si, por el contrario, acabaría por ser una buena puta y se revalorizaría incluso más. La tercera, quizá mi preferida para una puja seria, era otra Paula, en este caso Paula L. –quien nada tenía que ver con ninguna de las otras dos a nivel de parentesco-, una pedazo de mujer de treinta muchos, casada y con un hijo, alta, con poco pecho pero un culo y unas piernas espectaculares, y muy atractiva y morbosa de cara. Faltaba saber si valía la pena pujar por ella hasta los 300 que sin duda alcanzaría su subasta. La cuarta opción era también bastante tentadora. Se trataba de Tania, una morenaza bella y con algo insinuante, eso que se dice “cara de cerda”. Si bien no muy alta ni con grandes tetas, aquella jaca contaba con un culo de escándalo y con aquella cara de chupapollas. Tania había llegado a directora comercial de una importante empresa con apenas treinta y tres años, lo que de por sí hablaba de una hembra ambiciosa y, seguramente, acostumbrada a buscarse la vida por todos los medios a su alcance. Por último, la quinta hembra estaba, sin lugar a dudas, fuera de mis posibilidades. Se trataba de una actriz del panorama nacional, no de primera línea pero lo suficientemente conocida como para acaparar un buen puñado de pujas de los más pudientes. Además, la zorra estaba bastante buena.

Al margen de la subasta, donde tenía claro que debía intentar hacerme con Paula o con Tania fuese como fuese, y teniendo en cuenta que el dinero no me iba a llegar para las dos, tenía la opción de comprar otra jaca a algún propietario. Podría comprar una de rebajas, pero no me serviría como inversión y, si no me reportaba beneficios en el campeonato, habría sido un gasto estéril. Prefería dar con otra Chus, otro diamante en bruto al que pulir, otra guarra de primera a la que revalorizar a medio plazo.

Había cuatro o cinco propietarios que tenían fama de estar ahogados por las hipotecas, más asfixiados de lo que deberían y en riesgo de no poder abonarlas si no vendían de inmediato. Me interesé por ellos de manera discreta, haciendo alguna que otra pregunta aquí y allá a Fidel y algún otro miembro de confianza. Además, en los archivos del club cualquier socio puede comprobar la relación de furcias de cualquier propietario, por lo que mis averiguaciones fructificaron en pocas jornadas. Dos de ellos tenían una y dos zorras, respectivamente, y ninguna era de mi agrado. Un tercero tenía nada menos que cuatro, pero solo una de ellas tenía más de un año por delante en el club. El pobre estaba realmente hasta el cuello; su situación tenía muy mala pinta. La susodicha, es decir, la que tenía todavía cierto tiempo por delante, era Nieves, una de las que sonaban como candidatas en la disciplina de paja y sin duda muy puerca y morbosa, pero lejos de ser una hembra con verdadero potencial de mejora. No, esa zorra ya estaba exprimida, difícilmente avanzaría en nada, y aún quedando entre las cuatro primeras en ese torneo, al ser una disciplina menor, el premio no me cubriría su compra. El cuarto de los propietarios era quien más posibilidades me ofrecía. Tenía seis hembras: dos de ellas a dos meses de salir del club, con lo que nadie en su sano juicio las adquiriría; otras dos de poco interés, perras venidas a menos; y otras dos más, a priori bastante interesantes.

La más veterana se llamaba Vanessa, y supe de buena fuente que era un putón de cuidado. Uno de los mejores amigos de Fidel se la había intercambiado con su dueño un par de veces, antes de que aquel hombre enloqueciese definitivamente por ella, y decía que sus orificios valían mucho. Además, al parecer, era una excelente conversadora. ¿El problema? Que su propietario se había encaprichado de ella ya desde la subasta, pagándola muy por encima de su valor (había pagado cerca de 700 por aquella hembra) en un momento en que sus finanzas iban viento en popa y, después, entre el tremendo enganche a su coño que tenía y que nadie le daba más de 400 por ella, acabó por tener que “comérsela”. Ahora le quedaban solo 16 meses de club, menos de la mitad que a una novata, pero si lograba sacársela por poco dinero aún estaría a tiempo de venderla con un año por delante por un precio interesante. Obviamente no me iba a hacer de oro, pero podía sacar una pequeña cantidad y tener mientras un zorrón de cuidado a mi servicio. Por no hablar de que podría competir bien en varias categorías del campeonato y, quien sabe, reportarme ahí algún que otro beneficio.

Por su parte, la más joven se llamaba Guadalupe, Lupe, y no era de las mejores del club en cuanto a físico –pocas tetas, buen culo pero nada del otro mundo…-, pero le quedaban dos años y medio de club y parecía tener mucho potencial, se veía que le agradaba satisfacer a su macho, quien la tenía bastante olvidada entre sus puercas. Lupe aún no había cumplido los diecinueve, y era factible que pudiese convertirla en un gran proyecto. Pero aquí, como en su día me ocurriera con Chus, a uno siempre le asalta la duda: ¿su macho está descontento porque no ha sabido aprovechar su potencial o porque la zorra en cuestión no vale un céntimo? Con Chus había acertado, sí, pero eso no me garantizaba que fuese a ocurrir lo mismo con Lupe. Además, Chus tenía unas tetazas que eran un valor seguro, al margen de que aprendiese o no a chuparla bien; Lupe no tenía apenas pecho, por lo que, si su boca no respondía, podía ser un fiasco, pues su culo no pasaba de ser “un buen culo”, uno más de tantos en el club.

Pedí precio por ambas un par de días antes de la primera de las subastas. Sabía que Ernesto, su dueño, me daría cifras infladas, conocedor como todos en el club de mi reciente y exitosa venta. Comprar una hembra a un particular cuando todos saben que tienes dinero en caja no es buen negocio, pero debía explorar todas las vías.

Como era de esperar, Ernesto me pidió cantidades que yo no pagaría ni borracho. Por Vanessa, “la Vane”, como él la llamaba, pedía aún ahora y en su situación 350 mil. “Lo siento, pero esa guarra me tiene prendado”, me decía, “no me desharé de ella por una cantidad que no solucione mis problemas más inmediatos”. Por Lupe pedía únicamente 120 mil, pero aquella cifra –casi lo que yo había pagado por Chus- estaba muy por encima del valor de aquella cría que él mismo había condenado al ostracismo.

-Mire, Ernesto –no nos tuteábamos-, aunque le queden dos años y medio… esa niñata no vale ni la mitad y usted lo sabe.

-Con la mitad no me arreglo, hombre –me replicaba-, y para quedarse uno tieso como está…

-Usted sabe bien cómo llevar sus negocios, y no pretendo entrometerme ni darle consejos, no me entienda mal, pero sacar 60 por una golfa a la que no utiliza, aunque no le arregle su situación, sin duda se la mejorará. En todo caso –le puntualicé-, tampoco pagaría los 60 por ella, no tengo nada claro que los valga.

-Pues no hay que hacerle, no nos pondremos de acuerdo entonces.

-Si usted me diese una cifra realista por sus yeguas –insistía yo-, tal vez podríamos valorar diferentes fórmulas y alguna quizá le satisfaga.

Tras oírlo demorarse, en un discurso circular e interminable, en la importancia del coño de su “Vane”, de quien me hablaba casi como si de un objeto heredado de su difunta se tratase, y en que con 60 no salía del agujero, opté por abrir una tercera vía, a ver sí así salíamos del bucle.

-¿Y qué le parecería si le compro a la puerca de dieciocho por 40 mil, hago de ella una furcia de primera, la vendo y le doy a usted un 20% de los beneficios?

Solté aquella frase con total naturalidad, como si fuese un hecho fuera de toda duda que podría hacerlo sin pestañear. Y surtió efecto. En un primer momento quiso asegurarse de que aquella bonificación, en caso de venderla yo por un precio superior a los 40 mil, sería reflejada debidamente en el contrato de compra-venta; y después volvió a enredarse en que 40 mil no le sacaban del apuro y un sinfín de etcéteras. Por fin, después de un buen rato, conseguí convencerlo de que podría venderla por 400 mil tras una buena educación, y que de ahí sacaría fácilmente otro buen pico –aquí yo ya desbarraba completamente, pero a aquel personaje todo parecía resultarle creíble e incluso probable-, con lo que su situación mejoraría bastante. Le estaba garantizando cosas que no podía cumplir, pero, al fin y al cabo, ¿qué importaba? No hacía nada ilegal y aquel individuo tendría algo de esperanza. Además, lo mejor para él, ahogado de deudas como estaba, era vender a una puta a la que ni siquiera tocaba. Yo salía beneficiado, desde luego, pero él no podía quejarse.

Cerramos el trato y firmamos el contrato sin que yo probase siquiera a la muchacha, pues no le tocaba ir al club en los siguientes dos días y a mí me urgía que aquel hombre de ideas fijas no se echase atrás. Además, por 40 mil, poco perdía. Si al final no tenía potencial, tendría una zorra a mi servicio durante dos años y medio por lo que fuera del club te compras un buen coche. Tampoco sería ningún desastre.

Ahora podría acudir a la subasta con 335 mil en caja –una vez descontado el seguro de Lupe- y luchar por hacerme con Paula L. o con Tania. Si no lo lograba, siempre podía olvidarme del campeonato, saldar mi hipoteca y comprarme un apartamento en las afueras con el resto. En fin, raro sería que optase por esto último.

Poco después de cerrar el trato con Ernesto, y cuando ya me iba a casa –me quedaba otro día de Leyre y la mamada de Blanca por cobrar, pero ni a una ni a otra les tocaba ir al club ese día-, precisamente Roberto, acompañado de dos altos cargos de club, quienes trataban de apaciguarlo, y un miembro de seguridad que no le quitaba ojo, se interpuso en mi camino hecho una furia, soltando chispas por los ojos y manteniendo a duras penas la compostura.

-Las has meado, hijo de puta –me dijo en un susurro cargado de agresividad. Era evidente que se refería a Leyre.

-No entiendo cuál es el problema –repliqué, evitando confirmar por completo que sí lo había hecho.

-Estimado caballero –se dirigió a mí uno de los altos cargos, con voz amable pero tensa-, es usted uno de los recién llegados que mejor trayectoria ha mostrado en este club en los últimos tiempos, y seguramente la pregunta que estoy a punto de formularle esté fuera de lugar –se detuvo un instante-. Pero… ¿se ha leído usted el reglamento al completo?

¡Mierda! Pensé. No, no lo había terminado de leer. ¡Joder! Había estudiado cada resquicio legal al respecto de las compras, que era lo que al fin y al cabo más me interesaba, pero no había profundizado en las secciones que hacían referencia al préstamo o intercambio de hembras. Era evidente que había cometido una grave irregularidad y faltaba saber cómo de terribles podrían ser las consecuencias. Seguramente me enfrentaría a una dura sanción  económica, justo ahora que empezaba a despegar de verdad. ¡Mierda!

-Lo he leído, por supuesto –dije, con toda la convicción de que fui capaz.

-Lo suponía, caballero. El caso es que este señor insiste en que le ha orinado en los pechos a una hembra que le cedió, como parte de una transacción reciente, y su mentor en el club afirma haberlo presenciado.

Tragué saliva. El desgraciado de Hugo. Ese envidioso hijo de la gran puta nos había visto, pensé. Aunque en un futuro sabría que aquello era incluso más rebuscado de lo que yo suponía.

-¿Mi… mentor? –atiné a balbucear, tratando de ganar tiempo.

-Sí, el señor Núñez afirma que los vio en los aseos…

-Eso no significa que…

-No me interrumpa –me atajó, cordial pero taxativo-. El señor Núñez afirma que los vio en los aseos, cuando la hembra de este caballero, sentada sobre la taza de un retrete, recibía entre risas su orina. ¿Niega usted los hechos?

-Los niego, sí, completamente -¿qué podía hacer? Había empezado con esa mentira por pura intuición y, aunque tal vez con ella agravaba mi situación, continué en esa postura.

-Está bien, en ese caso, no hay más que hablar. –Respiré inicialmente, pero aquel individuo continuó en tono grave-: Ahora, dado que el señor Pessoa ha presentado denuncia, queda esperar al careo entre usted y el testigo para tomar una decisión.

Roberto, viendo que yo me iba a ir, al menos por ahora, de rositas, enfureció de nuevo.

-¡No! ¡De ninguna manera! ¡Esto está probado ya y exijo la sanción! ¡Su mentor lo ha visto!, ¿Hacen falta más pruebas? ¡Exijo que sea sancionado de inmediato y les pido me concedan la gracia de hacerlo yo mismo!

Se lo llevaron. Entre el armario de seguridad y el otro alto cargo se lo llevaron hacia otra estancia. Yo me quedé cara a cara con mi anterior interlocutor, quien me habló ahora con un matiz de amabilidad en su tono grave.

-No se preocupe, la declaración de su mentor tiene el peso de cualquier otra. Además, es obvio que existe por su parte algún tipo de inquina personal, pues de otro habría hecho la vista gorda en el supuesto de presenciar la escena que ha relatado al señor Pessoa.

-Gracias. Me tranquiliza que siga prevaleciendo la cordura. Aquel salvaje ha llegado a asustarme –me fingía víctima para ganarme los favores de aquel hombre.

-No me dé las gracias, caballero. En todo caso, no interprete mis palabras como que está fuera de peligro, o al menos no las juzgue de ese modo en caso de ser usted culpable. Si ha orinado sobre los pechos de una hembra ajena, acabaremos por saberlo. Quizá quiera hacerse con los servicios de uno de los abogados que el club pone a disposición de los miembros para este tipo de desafortunadas eventualidades…

-No lo creo necesario –me apresuré a contestar, fingiendo ahora una cierta indignación-. No he hecho nada y nada he de temer. Ahora, si me disculpa, me gustaría irme a descansar a mi casa, puesto que acabo de adquirir una hembra pero no se haya presente para que la estrene.

Nos despedimos con un cordial apretón de manos. Me vestí y me fui apresuradamente de aquel lugar. Me marché, todavía conteniendo el aliento, y no fui capaz de respirar tranquilo hasta hallarme ya en mi propia casa. De repente, el aroma del club se me antojaba viciado; un aroma turbio que se me pegaba a la piel. Decidí darme una ducha para aclarar mis ideas.

¿Un abogado? Ni de broma. Seguramente todo fuese como en la calle y existiese el secreto profesional, pero ¿y si no era así? No. Además, todo se reducía a decir la verdad o sostener la mentira; no necesitaba asesoramiento para ello. Ahora, pensaba, saldré de la ducha, me secaré con calma y después me leeré de verdad el maldito reglamento. ¿En qué consistirá la jodida sanción? Y, sobre todo –las palabras de Roberto martillaron como un eco de repente en mi cabeza-, ¿qué habría querido decir con aquello de le concediesen la gracia de hacerlo él mismo? Un mal presentimiento hizo que un escalofrío me recorriese la columna. Salí de la ducha y me puse el albornoz sin secarme el cabello siquiera, dirigiéndome al mueble en que, debajo de una montaña de papeles, escondía la copia del reglamento del club.

Aquel documento no tenía nada que lo identificase: no eran más que un montón de hojas escritas en letra de imprenta sin distintivo alguno. Pero era la ley. Ahora, aquellos papeles eran la ley que regía mi vida, y debía estudiarlos a fondo. Antes de hacerlo, antes de sumergirme en una lectura profunda, fui como una centella al artículo de “vejaciones no admitidas a hembras de otros propietarios”. Allí, efectivamente, pude comprobar que lo que había hecho estaba considerado como una falta muy grave, y me faltó tiempo para dirigirme al capítulo de sanciones donde, con el corazón a punto de salírseme por la boca, pude ver cuál era el castigo: “todo propietario o no-propietario miembro del club que incurriese en las faltas descritas en los artículos 15, 16 y 17 de este código será sancionado con una multa por valor del 10% de sus propiedades en el club, siempre que dicho porcentaje suponga un mínimo de 20.000 euros de multa, o, si no dispusiese de hembras, de un importe no inferior a dichos 20.000 euros en función de su estatus económico. Además, si tuviese hembras en patrimonio, el agraviado podrá escoger la que disponga e infligirle, él propio agraviado o la persona en quien delegue, el mismo trato vejatorio objeto de esta sanción. Por último, sin perjuicio de que las sanciones anteriores sean satisfechas por completo, se condenará al infractor a ser sodomizado en un plazo no superior a ocho días una vez leída la sentencia”.

Así que eso era, pensé, temblando y con la sangre completamente helada, así que ese cabrón quiere romperme el culo. Inmediatamente pensé en Chus y mi mente voló de nuevo al club. Me veía ahí, en mitad de un corrillo como ella había estado, siendo enculado por aquel animal que me atravesaría con su miembro. Sentí náuseas y, creo, perdí el conocimiento.

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