El club IV

Juan se hace con su primera hembra.

La negociación por Chus fue mucho más compleja -como todo en el club- de lo que yo esperaba. Podía probarla, sí, pero en público -¿de dónde iba a sacar yo la pasta para permitirme un reservado?- y sin catar sus tetazas. Su macho se había mostrado inflexible en este punto, "las tetas ya se las estás viendo", me dijo mientras la exhibía ante mí, con la pobre Chus avergonzada al reconocerme y mirando al suelo, "y nadie aquí te va a dejar que te folles a su hembra antes de pagarla", continuó su dueño, "por lo que tendrás que conformarte, y no me parece poco, con que te la mame". Hube de aceptar, y efectivamente no era poco. Si finalmente no la compraba, igualmente me quedaría de por vida el recuerdo de Chus arrodillada, trabajando mi polla.

En el momento de probarla, Chus estaba desnuda solo de cintura para arriba, luciendo lo que tenía que lucir. Tenerla así ante mí, arrodillada y con las tetas al aire, era un sueño hecho realidad. Pero, por otra parte, el tener sus descomunales y bien formadas tetas, grandes, erguidas y de enormes pezones, tan cerca y a la vez no poder siquiera rozarlas, no dejaba de ser una situación que me recordaba demasiado aquellas ocasiones en que le miraba el escote a la salida de la guardería de mi sobrina. ¿Acaso nunca llegaría a ser mía por completo? Estaba decidido a comprarla, y en ese instante más que nunca, pero ahora era importante mantener el tipo. Probar a una hembra ante su macho resulta un arma de doble filo de cara a la negociación, y era evidente que si me corría demasiado pronto el precio de Chus subiría de inmediato. Me jugaba mucho dinero, por lo que tenía que aguantar todo lo posible y, dentro de lo que cabe, disimular el increíble placer que sin duda ella me daría. Pero yo también quería disfrutar de esa mamada, pues, al fin y al cabo, quizá fuese mi única oportunidad de disfrutar de Chus, ya que la transacción podía truncarse.

Así las cosas, Chus, bajo la atenta mirada de su todavía dueño, se arrodilló y empezó a masajearme la polla sobre el bóxer. Al primer contacto yo ya la tenía tiesa como un palo, por lo que, si esperaba tener que ponerla a tono, se equivocaba. Al comprobar el tacto de mi miembro, procedió a bajarme los calzoncillos. Lo hizo con las dos manos, sin ningún virtuosismo. Mi polla quedó libre, expuesta ante la mirada de aquellos dos ojazos verdes. Chus era realmente hermosa y, pese a pasar de los cuarenta -o precisamente por ello-, su mirada intimidaba. Era una mirada que demostraba seguridad en sí misma, una mirada que parecía decirme que sabía que sus tetas me volvían loco y que, una vez más, me quedaría sin probarlas.

Me pajeó lentamente un par de veces, con calma, pelándola hasta el final. Después, miró tímidamente hacia su macho, y a una señal de este empezó a chupármela. Envolvió con sus gruesos labios de mamona mi miembro y empezó a succionar. Yo estaba explotando por dentro. Era increíble, no podía acabar de créermelo, ¡tenía a Chus de rodillas chupándome la polla! Aquella maestra altiva de mirada intimidante estaba de rodillas, sumisa, brindando placer a mi polla con su boca.

La chupaba rítmicamente. No diría que lo hacía mal, pero tampoco era ninguna artista. Desde luego, había visto mujeres usar mil veces mejor su boca en el club, y seguramente por ello su macho estaba tan descontento como para venderla perdiendo dinero a los pocos meses de haberla adquirido. Por otra parte, mentiría si dijese que no me estaba enloqueciendo, que no sería un recuerdo que me acompañaría de por vida, que me marcaría... pero lo era por el morbo de tener a aquella diosa sometida, y, si su mamada era de cierta categoría, lo era más por estar dotada de esa boca tan apropiada para estos menesteres y por mirarme con esos ojazos mientras me la trabajaba y no tanto porque supiese hacerlo bien de verdad. Pero ¿y si eso era precisamente lo que yo necesitaba? La compraría barata y le enseñaría qué nos gusta a los hombres en una mamada. ¡Joder, esa hembra lo tenía todo para chuparla como una Cleopatra moderna! ¿Qué podía salir mal? Mis pensamientos se iban por estos y otros derroteros semejantes, lo cual ayudaba a que me evadiese del hecho de tener a mi sueño erótico comiéndome el rabo, y eso, afortunadamente, retrasaba mi corrida. Su macho, quien estaba al tanto de que yo apenas le había durado un par de minutos a Cristina, y que a buen seguro contaba con que me correría enseguida y me podría subir el precio inicialmente tanteado de 150 mil, empezaba a impacientarse. Finalmente, en vista de que yo estaba aguantando más de la cuenta y temiéndose lo peor, le dijo a Chus que me terminase el trabajo con las tetas.

Creí que me desmayaba, que me iba, que me caía del asiento... o que, más bien, aquella zorra me iba a elevar a los cielos. Cuando rodeó mi polla con esas tetazas hasta, literalmente, hacerla desaparecer, sentí que enloquecía. Después empezó a machacármela con ellas, rítmicamente, arriba y abajo durante medio minuto, tiempo más que suficiente para que me sacase toda la leche. Me corrí como un animal, mi lefa inundó sus tetas e incluso un lechazo fue a parar a su rostro, emitiendo ella un pequeño grito de sorpresa al recibirlo. ¡Ah, no veía llegar el momento de ir de nuevo a buscar a mi sobrina a la escuela infantil! Por más que ambos tuviésemos que disimular, en una sola mirada quedaría claro que yo la había sometido, que mi polla había estado en su boca y que mi semen había manchado su cara. Me había corrido en menos de un minuto tras iniciarse la cubana, pero ya me daba igual. Había logrado cumplir una de mis mayores fantasías sexuales de los últimos años y, al fin y al cabo, pensaba mientras me lavaba la polla en el aseo -sobra decir que su dueño no le permitió a Chus que me la limpiase-, al fin y al cabo su precio iba a subir o bajar en función de la mamada, pues que sabría usar mínimamente bien ese enorme par de tetas era algo que ya se presuponía. De ese modo, al volver de asearme, me dirigí a aquel tipo de manera despreocupada:

-Es un desastre mamando -le dije-. Si no le llegas a ordenar que me haga la cubana, aún estábamos a mitad de mamada. No puedo -me aclaré la voz para que los nervios no me delatasen, pues la verdad, la única verdad, era que por nada del mundo quería perder la oportunidad de comprar a Chus-, no puedo pagar por ella ni la mitad de lo que te ha costado.

-Bueno, a ver, no exageremos -se mostraba ansioso, lo tenía en mi mano-. La tía tiene unas tetas inmejorables y es un bellezón, es verdad que no la chupa como otras, pero es una muy buena hembra y le quedan dos años y medio de club. Su precio no puede caer 100 mil pavos así como así.

-Mira, Amador -le dije, clavándole la mirada-, es un mujerón, no cabe duda. Pero ha sido decepcionante. Tiene unas tetazas, pero no es la Leyre esta a la que le rompieron el culo el otro día, ni tampoco Rocío, la de Fidel.

-Hombre, Juan, permíteme -me interrumpió-, es que estás hablando de palabras mayores. Hablas de mujeres que han costado entre 600 mil y un par de kilos. Rocío, para empezar, es otra liga. Es una mujer irreal: ninguno nos creeríamos que esas tetas pudiesen ser naturales de no saberlo a ciencia cierta, y encima esas piernas, ese culo, cómo la chupa... ¡Si quieres prepara una oferta de seis ceros y ve a hablar con Fidel! -bromeó-, pero no por ello desmerezcas lo presente -apostilló señalando a Chus, quien volvía de darse una breve ducha.

-Está bien, 110 mil, y de ahí no puedo subir.

-¡Pero si te han concedido 250 cucos los de préstamos!

-Quiero decir que no vale más, por mucho que me esfuerce.

-Está bien, en ese caso no hay trato -se me congeló la sangre-; no pienso regalarla.

-Mira, como mucho -intentaba aparentar una tranquilidad que desde luego no tenía-, como mucho podría darte los 110 y pagarte el seguro aparte.

-Explícate.

-Tú la tienes asegurada por 200.000, que fue lo que te costó, y si le pasase algo cobrarías ese dinero prorrateado en función del tiempo de club que le quedase, ¿no es cierto? Tengo entendido que los seguros no fluctúan, de hecho, me han dicho que, si una de estas yeguas se revaloriza mucho, vale la pena hacerle un segundo seguro, ¿no es así?

-Correcto. Vale, ya veo por donde vas. Eso supondría cerrar el trato en torno a los 130 mil.

-Exacto, es mucho más de lo que alguien en su sano juicio pagaría por ella, pero al menos me ahorro el seguro y, si le pasa algo, cobraré por lo que valía en su día. Para mí supone pagarla a 120 netos y para ti cobrarla a algo más. Ambos salimos ganando.

-De acuerdo, si firmamos ahora, es tuya y te la puedes follar ya lo que queda de noche.

-Con una condición -dije, ya sintiéndome el absoluto vencedor de la contienda-, la comisión de traspaso -unos 500 euros en este caso, una miseria para esta gente- corre de tu cuenta.

-Joder, tendré cuidado de volver a negociar una jaca contigo. ¡Hecho!

Nos estechamos la mano, subimos a la planta de finanzas, formalizamos todo el papeleo y... ¡Chus ya era MÍA! No podía creerlo, ¡no daba crédito! Tenía una mujer de mi propiedad, algo ya de por sí impensable solo un mes antes, cuando no podía siquiera sospechar de la existencia de un lugar como el club en una sociedad como la nuestra, en pleno siglo XXI. Tenía una mujer que me pertenecía, sí, y por si esto fuera poco ¡esta mujer era Chus!

Aquella noche me follé sus tetas dos veces más, en la relativa soledad de una de las butacas más escoradas de la que llamamos "sala intermedia". La primera vez me las follé con rabia. Le ordené que se exhibiera ante mí, que se pasease con las tetas al aire mientras la contemplaba a mi antojo. "Ahora ya no puedes taparte con la chaqueta, ¿eh, calientapollas?", le decía con la picha a reventar. Chus no contestaba, se limitaba a intentar sostenerme la mirada de cerdo pervertido que en esos instantes debía tener yo, pero a buen seguro sabía a qué me refería. ¡Vaya que si lo sabía! Después, la senté en una butaca y metí mi polla entre sus berzas. "Agárratelas a dos manos, puta, me las voy a follar". Tras decir esto, empecé a empujar como un salvaje hasta sentir que me iba a correr. La poderosa sensación de follarme semejantes tetazas, con Chus obligada a sostener sus propias tetas para ser usada como una simple muñeca hinchable, hizo que me corriese enseguida. Justo antes de eyacular, la saqué de entre sus peras y, sin tiempo para pedirle que se arrodillase en el suelo, apunté directamente hacia su rostro. Si antes se le había escapado un pequeño grito al recibir aquel lechazo inesperado, ahora iba a ver lo que era bueno. Me descargué como un simio hasta dejarle el rostro cubierto de mi semen. Después, antes de poder ir a asearse, hubo de limpiarme el capullo entero con sus labios de mamona. Lo hizo muy bien, y a buen seguro que más adelante sus mamadas también mejorarían.

Poco después me volví a follar sus tetas, aunque esta vez fue ella quien hubo de hacerme la cubana mientras yo, relajado, departía con mi amigo Hugo que acababa de llegar al club y me felicitaba por la compra. "Menuda ganga", me decía, "es increíble que, por mal que la chupe, se la hayas sacado por menos de lo que pagué yo por Lara". -Y añadió-. "A ese precio casi le habría salido a cuenta sacarla a subasta, aunque ya sabemos cómo son las subastas de hembras de segunda mano, donde los compradores saben cómo apretar con su silencio al que vende y en las cuales están permitidos los acuerdos entre ellos. No, no le habría salido a cuenta, pero el resultado habría sido muy parecido".

Para terminar la noche, al filo de la hora en que las hembras podían retirarse, ya con el sol tras las cortinas, puse a Chus a cuatro patas sobre un trisillo y la usé por el coño. Fue un polvo lento, pues yo contaba, tras haberme corrido antes otras tres veces, con bastante aguante. En la posición de perrito Chus demostró una actitud más bien pasiva, por lo que decidí tumbarme en el suelo y ordenarle que me cabalgara, deleitándome con la visión de sus tetazas botando arriba y abajo sin cesar. He de decir que, en esa posición, me regaló algún movimiento de cadera interesante. Quizá no iba del todo errado y aquella hembra podría revalorizarse en gran medida. Y, mientras tanto, lo que estaba claro es que yo la usaría a mi antojo, que la sometería, que haría con ella todo lo que me saliese, nunca mejor dicho, de los cojones.

Cuando mi primera gran noche como propietario en el club terminó y me dirigía a las duchas con el rabo enrojecido, me encontré con Fidel, quien se estaba despidiendo de Rocío, que le entregaba unas bolas chinas directas de su coño, y de Cris, quien me felicitó con su sonrisa de anuncio y su voz aguda por mi reciente adquisición, algo que me la puso muy dura. Mientras charlábamos un rato con ellos, a mi derecha vi cómo la presentadora buenorra, a quien no había vuelto a ver desde el primer día, terminaba de limpiarle el sable al viejete a quien pertenecía y, al fondo, casi en la entrada que conectaba con la siguiente estancia, divisé a la puerca de las tetas descomunales de la última subasta, la Leyre, quien se estaba dirigiendo a la zona de fisioterapia y farmacia, donde seguramente le aplicarían alguna pomada en el ojete. La pobre caminaba muy tiesa y apenas era capaz de juntar las piernas al detenerse. Iba con las tetas al aire y, aunque eran mejores que las de Chus, pensé que realmente las de mi hembra no tenían mucho que envidiarles y que me había costado casi seis veces menos.

-Ahora que eres propietario -me dijo Hugo, ya de camino a por un taxi que compartiríamos-, debes decidir de qué clase vas a ser, si de los que, como yo no dejan que ningún otro cate a sus hembras, o de los que las intercambian a menudo con otros miembros del club para así disfrutar de la variedad.

Era una buena pregunta: tener a Chus para mí solo o compartirla a cambio de nuevos placeres con otras hembras ajenas. Habría que consultarlo con la almohada.

GRACIAS POR LEERME. AUNQUE NO TENGO ACTUALMENTE EL TIEMPO QUE DESEARÍA PARA ESCRIBIR, VUESTROS COMENTARIOS Y VOTOS EXCELENTES ME ANIMAN A ELLO. ¡FELIZ AÑO!