El club II

Juan es aceptado de manera oficial en el club.

Y, pocos días después, llegó el gran día. A Hugo le notificaron que yo había sido aceptado y, en consecuencia, se me esperaba de nuevo en la sede principal para mi "puesta de largo". Yo me encontraba bastante nervioso, pero mi amigo me tranquilizó al respecto.

-No te preocupes -me dijo-, todo será más o menos como el otro día, solo que a las nueve en punto se oficializará tu entrada y se te dará la bienvenida. Pero no esperes demasiado protagonismo, la mayoría seguirá a lo suyo y como mucho te dedicarán un aplauso.

Casi lo prefería así, pues nunca me había gustado ser el centro de atención. Por otra parte, no estaba nervioso solo por eso, sino también por todo lo que allí me encontraría de nuevo. Hugo me dijo que, por el día de semana que era, habría más concurrencia; y yo fantaseaba con qué nuevas escenas de mujeres reales y de buen estatus me encontraría. ¿Vería a Chus, la profesora, fornicada por su macho? ¿Volvería a ver a la rubia de la tele? Solo con pensar en aquellas posibilidades, la picha se me ponía bien tiesa.

Llegamos alrededor de las siete de la tarde, dejamos nuestras ropas, cogimos los albornoces y entramos. Yo tenía una sensación de hormigueo por todo el cuerpo, no era capaz de esperar a verme de nuevo entre aquellas paredes. Así había pasado toda la jornada y ahora, al fin, estábamos dentro. Nada más acceder, un camarero nos ofreció una copa de champaña, la cual aceptamos. No entiendo mucho de espumosos, pero parecía de los caros. A continuación, nos dirigimos a una estancia a mano izquierda de la que provenían risas y alboroto. Era una estancia amplia y de colores cálidos, donde un hombre de pelo cano que frisaría la cincuentena estaba acaparando toda la atención. Con un sombrero de cowboy en la mano derecha y unas riendas -sí, unas riendas- en la izquierda, montaba literalmente a una portentosa hembra. Le estaba dando por el culo mientras la hostigaba con vejaciones verbales de todo tipo las cuales, sumadas a su atuendo al más puro estilo far-west, estaban haciendo las delicias de los presentes, quienes observaban la escena formando un círculo, círculo al que por supuesto nos unimos.

-Oye, Hugo -le dije por lo bajo a mi amigo y mentor-, ¿no era de mala educación plantarse a mirar de un modo tan directo y descarado?

-No, hombre, eso depende. Ya irás pillando los "códigos". Este tío es un showman y está regalándonos su espectáculo, él disfruta más del polvo haciendo estas historias. Aquí lo que sería de mala educación es dejarlo plantado enculando a esa zorra. Por cierto, ¿has visto cómo está la hembra? Debe ser de las nuevas, seguro que la adquirió en la última subasta y la está estrenando.

En efecto, aquella era una mujer despampanante. Tendría unos treinta o como mucho treinta y cinco años, morena, de pelo largo y ondulado, muy guapa de cara y bastante menuda de cuerpo. En su posición, no sabría decir cuanto medía, pero no parecía muy alta. Tenía un culo espectacular y aquel individuo se lo estaba dejando fino, pues además no estaba nada mal dotado. ¡Qué putada la regla de no hacerse pajas!, pensé. De buena gana me la habría cascado allí mismo, presa de la excitación de ver a esa pobre mujer -quién sabe de qué modo sujeta a las redes del club- tratada como una simple yegua ante más de cuarenta personas. He de decirlo, y me avergüenzo de ello, como de tantas otras cosas vividas en el club, que, efectivamente, aquello que en frío podría parecerme una aberración, me la estaba poniendo realmente dura.

Al cabo de casi diez minutos más de espectáculo, el hombre desmontó a la mujer y le folló la boca hasta correrse. Luego le tapó la nariz, obligándola a tragar la lefa -entiendo que la pobre estaba obligada a hacerlo de todas formas, pero que ese modo de someterla le resultaba a él más morboso-, para después sacudirse el rabo en su ondulada melena de peluquería, darle una patada en el trasero e irse a por una copa, no sin antes hacer una reverencia a su público, desatando así una nueva oleada de risotadas.

-Joder, Juan, se me ha puesto... ufff. Qué pena que hoy tampoco le toque a mi puta. Haber visto esto recibiendo una mamada habría sido increíble, ¿no crees? El día de mañana espero tener tantas hembras que no haya día en que no tenga dos o tres a mi disposición al acercarme al club.

Le di la razón, como en una nube, y, tras hacernos con otras dos copas de aquel champán exquisito, continuamos nuestra ronda. En el club había estancias privadas, puertas cerradas en las que, presumiblemente, no debías pasar sin ser invitado expresamente. Hugo me informó de que eran una especie de suites que solo unos pocos podían permitirse. Continuamos caminando por otros salones en los que se podía ver cómo a derecha e izquierda, en todas las posiciones, decenas de mujeres eran usadas para el disfrute de sus machos.

-¿Crees que estará hoy Chus? La profesora de mi sobrina, ya sabes... -pregunté algo azorado, pero sin poder contenerme.

-Ni idea, macho, aquí hay cientos de mujeres. Es imposible saberse los calendarios de todas. La que tú dices pertenece a uno al que le vuelven loco las tetonas y al que le gusta exhibirlas. Si está hoy aquí haciéndole una cubana, la veremos. Ah, y por lo que me preguntaste el otro día ni te preocupes: si ella o cualquier otra te reconoce, disimulará. Disimulará tanto aquí como fuera de aquí tan bien que llegarás a pensar que no te ha visto. Pero, ojo, recuerda que nosotros tampoco podemos usar esa información. Si te vas de la lengua, aquí te lo hacen pagar, recuérdalo.

-Sí, tranquilo, ya me he leído medio reglamento. No creo que fuese a infringir nada de lo que he leído aunque no me lo hubiesen hecho llegar.

-Pues léete el otro medio, no vaya a ser que te lleves un susto.

Yo no podía parar de mirar en todas las direcciones buscando a Chus con la mirada. Aquella tetona madura, de unos cuarenta y tres o incluso cuarenta y cinco años, de ojazos verdes y boca carnosa, podría hacer mis delicias si lograba verla en acción. ¡No pocas veces me había pajeado pensando en ella, después de recoger de la escuela infantil a mi sobrina! Es más, aquel mujerón era el incentivo principal para ofrecerme a ir a recogerla, como quizá empezaba a sospechar ya mi hermana.

Seguimos dando vueltas, tomando canapés y alguna que otra copa más hasta que dieron las nueve. En ese momento, desde una de las escaleras de marmol que llevaban al piso de arriba, un hombre de mediana edad, quizá de mi edad, hizo sonar una campanilla. Hubo un breve silencio, en el cual se podía oír algún gemido lejano o incluso la boca de alguna mamona ruidosa trabajando; después, al instante de anunciar el motivo del aviso, la mayoría retomaron el tono normal de las conversaciones y, por descontado, los que estaban en faena siguieron con lo suyo. El motivo no era otro que anunciar que Juan González Cañas -yo- había sido admitido, y desear que pronto pudiese reunir los fondos suficientes para hacerme con mi primera hembra. A tal efecto, se me informaba amablemente, el departamento financiero del club contaba con créditos de bajo interés que podrían ayudarme a financiar mi compra. Eso explicaba cómo Hugo había conseguido un crédito para su zorra, puesto que en un banco difícilmente otorgarían un préstamo para estos fines (por no hablar de que no se les podría revelar la verdad, ni tampoco la creerían).

Agradecí el breve aplauso que algunos de los presentes me dedicaron, y me temblaron las piernas cuando el hombre que había anunciado mi entrada al club rogó amablemente a los presentes que alguno tuviese a bien dejar que me estrenase haciendo uso de alguna de sus hembras. "Aunque sea para una simple paja", dijo.

-Joder, tío, estás de suerte -me dijo Hugo al momento-, esto no lo hacen con cualquiera. A ver si alguno de estos ricachones se anima.

Por un momento, temí, ante el desinterés general, que la propuesta no fuese a prosperar. Ya nadie miraba siquiera hacia nosotros, y todo el mundo parecía estar a lo suyo. Pero entonces, un hombre alto y guapo, pero con la polla, hay que decirlo, un tanto discreta, se acercó hasta nosotros con dos rubias despampanantes, una bajo cada brazo. Yo lo veía llegar, acercarse como en cámara lenta, y rezaba para mis adentros.

-¡Joder, Juan! -me dijo Hugo en un susurro, pero sin apenas poder contener su exaltación-, ¡me parece que te vas a estrenar con Cristina! ¡Este es el tío del que te hablé, que se había comprado a la calientapollas de la recepcionista del cinco estrellas y ahora se divertía haciendo que la lefasen por doquier!

Mi corazón palpitaba a mil por hora. El hombre venía, ya era evidente, hacia nosotros. ¿Sería cierto que me iba a permitir usar a una de esas jacas? Las dos tendrían en torno a treinta y cinco o como mucho treinta y ocho años, no llegaban a los cuarenta, iban vestidas -las mujeres en muchas ocasiones lo iban, aunque siempre con ropa ceñida y que realzase sus encantos- y tenían las dos un polvazo increíble. La de la derecha era altísima, con los tacones que llevaba, diría que casi como yo -1,85-, tenía unas piernas larguiiiiiiísimas enfundadas en unos jeans azules elásticos que le marcaban bien el coño y un top blanco, literalmente a reventar. ¡Qué tetazas! Nunca había visto algo semejante, ¡jamás!, y de no ser porque había leído en el reglamento que no se admitían hembras operadas, habría pensado que tenían que ser de silicona, porque no solo eran enormes, sino que estaban muy bien puestas.

-Dime que la tal Cristina es la tetona... -le dije en un susurro a mi mentor, ya con el trío casi a nuestra altura.

-¡No, hombre! No te pases. Esa es Rocío, una de las más potentes que han entrado últimamente. No lleva aquí ni tres meses, pero tiene una historia detrás bastante turbia, ya te contaré cómo llegó aquí. Cristina es la otra, ¡pero no te quejarás!

La verdad es que la tal Cristina, pese a venir al lado de la otra y resultar en comparación menos explosiva, no tenía nada que envidiar a cualquiera de las mujeres que veíamos a nuestro arededor. No era muy alta, pero sí muy guapa de cara. Tenía una sonrisa perfecta con unos dientes tan blancos que resplandecían, unas facciones bien marcadas, pómulos definidos, ojos bonitos... y también un cuerpazo. Si bien de tetas no iba sobrada, las piernas y sobre todo el culo de aquella zorra eran una maravilla. De los culos de treintañeras que había visto por allí aquel día, probablemente de los cinco mejores. ¡Y cómo meneaba las caderas al andar! Llevaba unos leggins negros de vestir, un cinturón de cuero ancho y una blusa anudada. Al llegar a nuestra altura -¡definitivamente venían a hablar con nosotros!, el hombre la hizo girar sobre sí misma para mostrarnos su culazo y sentí que el capullo me iba a explotar dentro del boxer. Por si esto fuera poco, la tal Cristina tenía una voz de pija calientapollas que enloquecía a cualquiera.

-Hola, yo soy Cris -dijo, marcando cada sílaba- y ella es Rocío. Encantadas, ejeje.

Iba a adelantarme a darle dos besos, cuando recordé otra de las reglas. "Ningún contacto físico está permitido con hembras que no sean de su propiedad, salvo para mantener relaciones sexuales siempre que su dueño las haya consentido". Me quedé en tierra de nadie, y solo puede decir un "hola" ahogado, en un hilo de voz. Por fortuna, el dueño de aquellas hembras era bastante más lanzado y tomó el peso de la conversación.

-Así que nuevo miembro -me dijo, mientras me estrechaba la mano con fuerza-, ¡bienvenido!

-Muchas gracias -acerté a decir, mirando de reojo las increíbles tetazas de Rocío.

-Me gustaría tener un detalle contigo, hombre. Me la iban a mamar entre las dos, pero he pensado que estaría bien que te estrenes. ¿Qué te parece si usas a Cris? A la otra no la entrego, al menos por el momento -al decirlo, le dio una palmada en el trasero y le guiñó un ojo.

-En fin, yo..., no... no sé cómo agradecerle. Precisamente mi amigo me dice que no va a compartir a su hembra conmigo -me reí, para intentar quitar hierro al comentario que yo mismo acababa de hacer y que temía improcedente-, así que no me vendrá mal algo de caridad externa, jeje.

-Tu colega seguro que solo tiene a una, ¿verdad? -Hugo asintió-. Es lógico que quiera gozarla todo lo que pueda. Esto es como comprarse un cochazo, hipotecarse hasta el cuello para tenerlo, y solo poder conducirlo dos veces por semana. Yo tampoco dejaría que cogiesen el mío -se carcajeó-. Por suerte, yo tengo unas cuantas e incluso me da morbo que a esta en concreto -ahora la palmada se la llevó Cristina- la lefen bien, pues era una calientapollas de cuidado y ahora debe purgar sus pecados. Seguro que tú tienes los huevos bien llenos.

-¡Ya lo creo! -se me escapoó.

-Pues no se hable más. Además, me has caído bien. Una paja se me antoja poca cosa, y tampoco te voy a dejar que le pete el ojete, pues es solo para mí -de nuevo la cachetada-, pero una mamada bien te la mereces.

Y así fue como me estrené en el club. Mi interlocutor y yo nos sentamos en un trisillo, cada uno en una punta, y Rocío y Cristina empezaron a trabajárnoslas. De reojo, vi como a Hugo le hacían los ojos chiribitas. Primero Rocío le quitó los calzoncillos con la boca a su dueño, mientras Cristina, Cris, como insistía en que la llamase con su voz de pijita, liberaba mi polla y la pelaba tres veces consecutivas. Yo la tenía ya húmeda, y eso facilitaba su recorrido por mi miembro. A mi derecha, Rocío la mamaba ya con fruición, arrodillada ante su macho. Me apenó que no le hiciese una cubana para contemplar aquellas descomunales tetas, o que al menos se quitase el top, pero al momento perdí la noción de todo cuando Cristina empezó a chupármela.

-Smuuuasrrrhhhh, slurrrrppppp, smuaaaash, ¿te gusta cómo lo hago? -me preguntó sonriente, exhibiendo su hermosa dentadura, con mi polla ahora nuevamente en su mano derecha.

-Me encanta, Cris -respondí, cachondo a más no poder-. Sigue, por favor.

-Nada de por favor, hombre -me amonestó mi mecenas-, trátala como la puta que es.

Cris siguió mamando con frescura durante un par de minutos, y yo ya era consciente de que, con el calentón que llevaba, lo buena que estaba y lo bien que lo hacía, no aguantaría mucho más. Su dueño me había dicho que me corriese en su cara y sin miramientos, y así lo hice. Súbitamente transformado por la excitación, la saqué por los pelos de entre mis piernas -después me pregunté si aquello, no siendo mía la hembra, estaría permitido, pero al hombre no pareció importarle-, me puse de pie ante ella y le descargué toda la leche acumulada en mis huevos en su cara, en su pelo... por todas partes. Mi semen estaba por todo su rostro. Había sido una corrida de campeonato, y la muy puta sonreía, como la vez anterior lo hiciera la presentadora con aquel abuelo.

Un instante después, su amo le indicó que se retirase a asearse, dando a entender que yo no tendría derecho a que me limpiase el miembro con la boca. Imagino que lo hizo para marcar la ya evidente diferencia de estatus entre él, amo y señor de varias hembras exhuberantes, una de las cuales le estaba trabajando el miembro, y yo, un simple novato, un recién llegado, un don Nadie.

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