El club de la leche [2]

David y Pablo acuden a la primera reunión de "El Club" del curso, donde les esperará sexo y cerdeo por doquier.

[Es recomendable leer el capítulo anterior antes que este]

Ante los golpes a la puerta, ambos nos apresuramos en ponernos la ropa y adecentarnos lo máximo posible. En apenas un minuto, Pablo la abre con una sonrisa amable en su rostro.

-Hey, Adrián. ¿Has podido solucionar eso? –Inquiere mi colega, saludando al recién llegado, nuestro nuevo compañero de habitación.

-Sí, sí. Ya está todo bien.

Aprovecho ese breve lapso de tiempo en el que están hablando para inspeccionar al nuevo; lo cierto es que es bastante guapo. No es mi tipo precisamente, porque es demasiado aniñado aún. Pero tiene un deje de “chico rebelde y malote” en esos ojos azules que luce, que me pone bastante. Es rubio, bastante delgado. Aunque se le ven unos brazos fibrados. Y lleva un pantalón de chándal que marca un buen paquete. Una pena que aún no tenga barba, estoy seguro de que le daría un aspecto mucho más adulto y sexy.

-Por cierto –Dice cogiéndole del brazo, como si le conociera de toda la vida y no de cinco minutos como realmente es. Si Pablo tiene una habilidad, esa es el coger confianza con la gente a una velocidad de infarto-. Este es David.

Extiendo mi mano para estrechar la de Adrián, que me da un fuerte apretón. Le sonrío y me devuelve el gesto.

-¿Qué tal, tío? –Le pregunto, sin borrar la expresión amable de mi cara.

-Algo cansado, la verdad.

No hablamos mucho, simplemente nos dedicamos cada uno a ordenar nuestras cosas y hacer de aquel cuarto un lugar más acogedor. Mientras lo hacíamos, le pregunté a Adrián algunas cosas sobre él, ya que parecía un poco cortado y quería ser amable. Me dijo que era de un pueblo pequeño que quedaba bastante lejos de la ciudad, que era hijo único de una familia tremendamente religiosa –le obligaron, de hecho, a llevarse una cruz con intención de que la colgase en la pared de la habitación-, que su padre era un alto cargo de una empresa importante y que apenas lo veía. Pude intuir que no llevaba una vida especialmente fácil.

Cuando ya lo tenemos todo más o menos listo, y después de darnos una ducha rápida, bajamos a cenar. Allí, en el comedor, nos separamos de Adrián. Nos vamos Pablo y yo a una mesa con varios chicos de sexto. Cenamos rápido y mal. Ni Pablo ni yo teníamos ganas de comer otra cosa que no fueran pollas en aquellos momentos. Las manecillas del reloj marcaron las once y media, y ambos salimos disparados a nuestra habitación poniéndoles excusas aleatorias y faltas de todo fundamento.

-Joder, tío. Tengo la polla que me va a reventar. Necesito descargar a base de bien –Me dice Pablo, mientras abre la habitación.

-Cabrón, yo sí que lo necesito. Que desde la mamada de antes aún no se me ha bajado –Digo, al tiempo que me agarro mi paquete por encima del pantalón. Pablo lo mira relamiéndose.

-Menos mal que ya queda poco.

-Sí…

Me siento en mi cama, para hacer tiempo hasta que el maldito reloj marque las doce y, de casualidad, veo que sobre la cama de Adrián está aún su maleta. No sé si por una corazonada o por qué, pero intuí que ahí dentro tendría la ropa sucia que había usado durante todo el día antes de ducharse. Me levanté de la cama, abrí la maleta y, efectivamente, allí había una bolsa de plástico con ropa.

-¿Qué coño haces? –Inquiere Pablo, que se estaba tocando el rabo desde hacía rato.

-Mira –Le respondo, sacando de la bolsa un calcetín sudado para lanzárselo. Pablo lo coge y se lo lleva enseguida a la nariz.

-Joder tío, esto huele que lo flipas.

Yo le imito, aunque realmente el rollo parafílico de los pies no me mola mucho; pero lo cierto es que aquella prenda huele a macho, a puro sudor de un día entero. Y eso hace que mi polla pegue un respingo. Dejo el calcetín a un lado y saco los calzoncillos.

-No te lo vas a creer –Digo, mientras desenrollo la prenda-. El muy cerdo se ha hecho una paja antes de ducharse y se ha limpiado con los gayumbos.

Si mi polla ya estaba dura, al ver aquella mancha reseca de esperma que blanqueaba toda la delantera del bóxer, casi rompe mi pantalón. Aquello sí que me lo llevé con gusto a mis fosas nasales, dejándome embriagar por el dulce aroma de la leche de mi compi de habitación. Saqué la lengua y probé un poco; sabía salado y agrio.

-Me cago en Dios. Necesito follar ya.

Nos fijamos en que ya son casi las doce, así que no nos entretenemos más con las prendas de nuestro compañero. Las guardamos bien para no dejar prueba alguna de nuestra “fechoría” y nos largamos al lugar de la reunión.

“El Club” es probablemente el lugar más selecto y exclusivo de aquel maldito internado. Tan sólo aquellos que sean invitados y pasen la prueba inicial, pueden quedarse. Siempre y cuando, claro, cumplan cada cometido que se les mande en cada una de las reuniones. Si tan sólo una de las “órdenes” es incumplida, de inmediato la persona en cuestión será expulsada del club. Parece severo y, de hecho, lo es, pero realmente son muchas más las ventajas que se tienen al pertenecer a dicho club que los inconvenientes. Cada año, se introducen en el club 6 alumnos, dos de primero, dos de segundo y dos de tercero. A partir de tercero, si no habías conseguido entrar, ya es imposible que lo hagas. Yo entré en primero, soy hoy por hoy un “veterano”. Pablo, por su parte, entró en tercero, y en gran parte lo hizo gracias a mí. El proceso de selección digamos que no es precisamente sencillo ni tampoco sigue un patrón específico. Teóricamente, literalmente cualquier chico de entre primer curso y tercero, independientemente de cómo sea –física o psicológicamente-, puede formar parte del club.

El lugar en el que se celebra aquella reunión es una de las habitaciones más grandes del internado. No es una residencial, sino que más bien una especie de aula. Cuando llamo a la puerta, enseguida me piden mi nombre y contraseña, sin ni siquiera abrirla. Una vez dicho, Pablo y yo entramos en el lugar.

Parece que la gente estaba tan deseosa de aquella reunión como nosotros mismos, ya que a pesar de no ser aún la hora de la cita, ya está esto bastante lleno. Saludo a varios colegas, y me sitúo donde hay hueco, formando entre todos una especie de semicírculo frente a una silla aún vacía.

Cuando son las doce en punto, un hombre enmascarado y vestido por completo de negro –de complexión fuerte, ancho de hombros, piel morena aunque no negra, y mucho vello en los brazos- se sienta en la silla frente a nosotros.

-Bienvenidos seáis a este nuevo curso. Si estáis aquí es porque habéis superado satisfactoriamente todas las pruebas que hasta la fecha os han puesto. No os olvidéis de que sois privilegiados. La élite de la escuela. Os recuerdo, del mismo modo, que mañana será el día en que nuevos alumnos formarán parte de este nuestro club. Así que espero que os comportéis tal y como debéis, no espero menos de vosotros. Ya mañana se os informará de cuál es vuestro papel en esta elección. Por supuesto, no podéis faltar bajo ningún concepto. Ahora bien, no estamos en estos momentos reunidos para tratar estos temas tan serios… Simplemente quería daros la enhorabuena por formar parte del club y de comenzar este nuevo año escolar de nuestra mano.

Todos los años se daba una pequeña charla antes de dar comienzo a la “fiesta de bienvenida”… Es curioso mirar a los rostros de los allí presentes, todos salidísimos, deseando meter la polla en caliente o ser atravesado por un trozo de carne. Y, sin embargo, aquí están; firmes y atentos a la palabra de este señor que nadie conoce y todos veneramos.

-Y sin, más, que dé comienzo la fiesta.

[CONTINUARÁ...]

Se agradacen los comentarios ;)