El club

Un amigo responde por mí para mi ingreso en un exclusivo club donde mujeres de clase media-alta son subastadas a diario.

Hugo me dijo que tenía que verlo, que de nada serviría que me lo contase y que, para el caso, el riego que él correría, que ambos correríamos, sería el mismo. Así las cosas, una fría tarde-noche de diciembre, entré en compañía de mi amigo en un lugar que jamás habría creído que existiese.

El club, como Hugo lo llamaba, tenía una sede fija y un par de ellas itinerantes, estas últimas siempre en las afueras de la urbe. Como yo aún no había sido admitido, por el momento solo podía entrar en la sede principal, lo cual me extrañó de entrada, pero, según me dijo Hugo, aquello tenía sus motivos. No te preogupes, me anticipó, esta gente sabe lo que hace; nunca los verás cometer ningún error como organización.

Llegamos a la sede en taxi, y nada más llegar aquello me dejó impresionado. El club estaba ubicado en uno de los rascacielos más emblemáticos de la ciudad, en concreto en las tres últimas plantas del mismo, y ya en un primer momento el acceso le anunciaba a uno que aquello iba muy en serio. Nada más salir del ascensor, y siempre escoltados por dos miembros de seguridad, no del edificio sino del propio club, hubimos de pasar por un arco como el de los aeropuertos, uno de esos que pitan si llevas algo de metal en cima, y tuvimos que dejar los móviles en una especie de taquillas de las cuales nos dieron un código para su posterior recogida, a la salida. Ya pasado el arco, nos encontramos en el primer hall, donde la gente todavía estaba vestida.

-Para acceder a las zonas interiores del club hay que ir en calzconcillos. -Me explicó Hugo.

-¿En calzoncillos?

-Sí, o directamente desnudo. Bueno, te dejan también llevar albornoz y zapatillas, estas últimas además son obligatorias, pero casi todo el mundo se pasea en calzoncillos o con el rabo al aire.

-¿Y qué es exactamente lo que nos vamos a encontrar dentro? -Le pregunté.

-Mira, Juan, ya te he dicho que es mejor que lo veas tú mismo. Además, ya estamos aquí, ¿no?

Entramos en aquel hall y, hacia el final de la estancia, al lado de un buffet libre por entre el cual camareros de esmoquin paseaban de un lado a otro ofreciendo copas de champaña, llegamos hasta el "vestidor". Allí una mujer madura de ojos claros, mucho busto y ciertamente atractiva nos facilitó los albornoces y las zapatillas, y a cambio se quedó con nuestras ropas, a excepción, claro, de los calzoncillos.

-Gracias, Ruth. -Le dijo mi amigo, antes de encaminarnos hacia la puerta que daba a las estancias interiores.

-De nada, señor Núñez, estamos para servirlo.

-Joder, Huguete... ¡señor Núñez! ¿Acaso eres alguien importante en la organización?

-No, desde luego que no. No llevo en ella ni un año, y te aseguro que soy el último mono. Pero aquí hacen las cosas bien, Juan. Nadie va a correr el riesgo de tratar mal a un miembro, aunque te advierto que nosostros, como tales, también tenemos no pocas obligaciones. Hay muchas reglas y todas deben ser respetadas.

Sin tiempo para seguir indagando en cuáles podrían ser aquellas obligaciones y reglas, me vi entrando por una enorme puerta de dos hojas, la cual custodiaban dos gigantes miembros de la seguridad del club. Al pasar el umbral, lo que me encontré me dejó sin palabras. Para empezar, apenas cuatro pasos más allá de la puerta por la que habíamos accedido, una rubia buenorra de la tele local, una presentadora tetona bastante morbosa, se hallaba arrodillada en medio de las piernas de un hombre que fácilmente rondaría los setenta, el cual la recibía cómodamente sentado en una butaca de piel. Sobra decir qué estaba haciendo: le estaba trabajando la polla a aquel abuelete sin descanso. Hugo, mi amigo y mentor, debió ver mi cara de asombro, porque me confirmó al momento que era ella.

-Sí, Juanito, es la de la tele. No te asombres, no es la primera que cae en las redes de esta gente.

-Pero... ¿qué quieres decir? ¿Le pagan mucho, no? -mientras lo interrogaba, no podía dejar de mirar cómo aquella rubia le mamaba la polla al vejestorio.

-No le pagan ni un solo céntimo. Aquí las cosas no van así. Te lo explicaré por encima, pero sigue caminando, no es de buena educación pararse mucho rato a ver un trabajo.

Yo no daba crédito pues, mientras mi amigo me explicaba todo aquello, veía a mi alrededor a un sinfín de mujeres, de todas las edades pero siempre de buen ver, mamando pollas, recibiendo por el culo o sencillamente pajeando a su macho de turno.

-Pues bien, Juan -continuó-, esta gente, es decir, la organización, consigue a las hembras de muchas maneras, pero ninguna es pagando. Normalmente usan el chantaje; las agarran bien, desde diferentes puntos, y no corren jamás el riesgo con ninguna a la que no puedan ofecer en subasta.

-¿En subasta?

-Exacto. Aquí todas estas mujeres que estás viendo pertenecen a alguien, normalmente al hombre que está haciendo uso de ellas, aunque esto no siempre resulta ser así. La rubia de antes, la de la tele, por ponerte un ejemplo, está bien jodida. La trincaron con una ciber-estafa y accedieron a todo: su mail, su móvil... Cuando la trajeron aquí por primera vez, le presentaron fotos suyas íntimas, pruebas de una relación extra-matrimonial de un par de años atrás, un par de movimientos sospechosos para con Hacienda y unos whatsapps en los que ponía verdes a un directivo de la cadena y al presentador de su programa. Vamos, que si no se sometía, de un día para otro la dejaban sin empleo, sin matrimonio y con un buen pufo encima. Pero no todos los casos son iguales, a otras las trincan con algún asunto familiar o, en casos de las típicas estudiantes universitarias pijas de buena familia, con simples vídeos que por nada del mundo querrían que sus padres viesen. Una vez que acceden, además, no tardan en entender que irse de la lengua o faltar a sus obligaciones les traería muy graves consecuencias.

-Pero... a ver, Hugo, ¿tú me estás diciendo que la presentadora y todas las otras zorras que estoy viendo a nuestro alrededor pertenecen a alguien?

-Sí, durante tres años. Esa es otra de las reglas, ninguna mujer subastada pertenecerá al club por más de tres años, aunque, por supuesto, si contasen algo de lo que aquí sucede pasado ese tiempo, las consecuencias para ellas serían nefastas. Aunque -bajó la voz-, creo que solo ha habido un caso hasta ahora.

-¿Y ellas saben lo de los tres años? -Mi curiosidad iba en aumento; de pronto, quería saber más y más de aquella organización que, a su vez, me inspiraba un respeto rayano con el miedo.

-¡Claro que lo saben! Es uno de los incentivos "positivos" para ellas. Hay que estar tres años, es una condena que hay que cumplir, pero si lo hacen bien serán gratificadas al terminar el trienio, y por supuesto quedarán libres de todo chantaje. La única posibilidad de que su pertenencia a su dueño se alargue es que cometan una falta grave, una falta que no juzga el propio dueño sino un tribunal especializado. Entonces pueden caerle otros seis meses o incluso un año extra, pero no suele ocurrir. Aquí la disciplina, pese al despelote que estás viendo, es severa; ni nosotros los miembros ni ellas nuestras zorras particulares tenemos nunca en mente saltarnos ciertas reglas.

-¿Oye, podemos volver a donde la presentadora? Parece que al tío no le falta muchopara correrse.

-De acuerdo, pero no te acerques demasiado, hay que ser respetuosos.

Fuimos hasta la zona de la entrada, y llegamos justo a tiempo para ver cómo aquel viejo afortunado descargaba en la cara de la rubia. La muy puta había recibido arrodillada y muy sonriente la corrida de su macho, y después, a una señal del hombre, le había limpiado la polla con la boca hasta dejársela reluciente.

-¿Has visto qué cerda? ¡Parecía encantada de recibir el lechazo!

-No te creas todo lo que ves, Juanito, aquí saben muy bien lo que se juegan. Esta tía lleva aquí solo tres meses, pero tiene muy claros los objetivos y por eso se comporta de esa manera.

-¿Qué quieres decir? -Pregunté intrigado.

-Aquí todas están muy buenas, ya lo estás comprobando, pero algunas más que otras. En la subasta inicial de cada una, únicamente se suele pujar en base al físico, pero una vez que has adquirido a tu hembra esta puede ser mejor o peor en la cama, o esforzarse más o menos, dentro de sus obligaciones ineludibles, por supuesto. Si una tía no es muy buena en lo suyo, lo normal es que acabe siendo revendida por un importe menor y que acabe en manos de alguien que, como yo, no puede permitirse más que una zorra. No vayas a pensar que los precios son poca cosa. En cambio, cuando una tía como la de antes se esfuerza en ser un zorrón de primera y en satisfacer a su macho a las mil maravillas, su cotización sube. Lo normal es que acabe por pertenecer a alguien que tiene mucho, muchísimo dinero y, en consecuencia, también muchas hembras. Date cuenta de que ellas solo tienen que venir aquí dos veces por semana. Una mañana un día y la tarde y la noche enteras el segundo. Esas veinte horas, aproximadamente, pertenecen literalmente a su dueño y su situación variará mucho si este tiene o no a más mujeres a su disposición. Yo he adquirido hace apenas un mes a mi primera y única hembra, y te puedes imaginar que en sus dos presencias semanales en el club no le doy apenas un momento de respiro. La tengo mamando o tomando por el culo de manera casi constante, y cuando mi rabo no aguanta más aprovecho para... en fin, para humillarla de otras maneras. Ahora piensa en uno de los peces gordos. Ellos tienen, en algún caso, a más de veinte mujeres. Eso significa que algunas de ellas se pasan literalmente semanas sin pasar a la acción. Sonríen, se liman las uñas y están siempre dispuestas a ser usadas; pero en muchos casos las semanas corren sin que nadie les ponga un dedo encima. Por eso, amigo mío, a la zorra de antes le interesa mostrarse así de puta. Ahora pertenece a ese abuelo, que tiene otras dos jacas que no le llegan ni a la suela de los zapatos. Pero ella lo está dejando seco con sus mamadas y sus cubanas y ya ha llamado la atención de alguno de los capos, que no tardarán en hacer una oferta por ella.

-Pero ¿y si no la quiere vender?

-Oh, tranquilo, siempre quieren. Es mucho dinero y, además, en el trato suelen entrar otras mujeres. Ese abuelo acabará aceptando, como casi siempre ocurre cuando llega la oferta adecuada. Son pocos los que no venden, y suele ocurrir que sea porque se encaprichan de su puta, lo cual es un grave error pues a los tres años la pierden y se quedan sin nada: ni zorra ni dinero. Como supondrás, muchos venden a yeguas de primera a precios muy bajos cuando les faltan pocos meses para quedar en libertad o "jubilarse", como aquí le decimos. Si estás atento, puedes tener a la presentadora mamándotela un par de semanas antes de que se jubile, aunque seguramente te costaría un dinero que preferirás pagar por una de peor rango y que reciba sin sonrisas las lefadas, pero a la que le queden varios años a tu cargo.

-Oye, ¿y tu hembra? ¿Está hoy aquí? -Pregunté, pues no veía ya el momento de pedirle a mi amigo que me dejase usarla.

-No, no le toca. Y no te hagas ilusiones, porque no pienso dejártela.

-¡Oh, vamos! Me traes a un sitio así y...

-Sí, ya sé lo que estás pensando, pero muchos pasamos por lo mismo al principio y es la forma correcta de hacer las cosas. Ni tú ni yo somos unos ricachones, por lo que esos largos meses de mirar y mirar sin catar a ninguna zorra son un aprendizaje inestimable para invertir. Sí, amigo, de eso se trata. Tú no quieres una tía que te la mame tres años por la cual pagar el precio de una casa. Tú quieres que te la mame y se revalorice, y que cuando ella se "jubile" tengas ya otras tres y un buen capital acumulado.

-Entiendo, pero, aun así, creo que te insistiré para que me dejes probarla -reímos los dos-. Y, por cierto -continué-, ¿dónde podemos meternos para hacernos una paja? A mí ya me duelen los cojones, pero no veo que nadie se la menee.

-¡Ni se te ocurra hacerlo! Es otra de las reglas. Solo puedes pajearte para correrte en la cara de tu zorra. Aquí la única manera de tener sexo es la que es, y mientras tanto, toca joderse. Ya te la pelarás pensando en la presentadora al llegar a casa.

Y precisamente con ella nos cruzamos cuando, un par de horas después, nos batíamos en retirada. Aquella belleza de mirada y tetazas despampanantes acababa de regalarle una cubana con final feliz al viejete y se dirigía al baño a asearse con el rostro todavía marcado por la lefa. No sé si fueron ilusiones mías, pero cuando la veía hipnotizado pasar por mi lado, con la polla dura como un puto mástil, me dio la sensación de que me sonreía jovial. Hugo debió ver algo en mí, porque me amonestó.

-Ojo con obsesionarte con ninguna, que es lo más peligroso que puede pasarte. He visto a tíos hipotecar todas sus propiedades por poseer a una de esas zorras. Intenta verlo como te dije antes, como una inversión, y por supuesto difruta de tu zorra cuando la tengas, pero no olvides que todas sirven para lo mismo.

Sus palabras no terminaban de convencerme, pero lo cierto es que yo estaba ya como loco por ser admitido oficialmente en el club y entrar a formar parte de todo aquello. Con un poco de suerte -¿quién sabe?- aquella rubia podría ser mía todavía si tenía un par de golpes de suerte. Y si no era ella, viendo el panorama, cualquier otra valdría. Según me dijo ya en mi casa mi amigo, mientras cenábamos a cuenta mía -y tras vaciarme los cojones en un santiamén en el baño a cuenta de quien ya es de suponer-, todas las mujeres que había visto eran de clase acomodada. Mujeres normales pero de buen estatus: directoras de banco, profesoras de instituto, médicas, juezas, mujeres florero de hombres de mucho dinero, hijas de papás con pasta... todas ellas pertenecían a alguien, habían sido subastadas y cumplían sus tres años de condena, pero ninguna era una puta en sí, y mucho menos una puta barata. Me fascinó saber que Chus, la profesora de infantil de mi sobrina, pertenecía a un miembro del club, con lo que podría encontrarme sus enormes tetas por allí cualquier día; así como también María, un pijita universitaria con muchos seguidores en las redes, una de esas que se cree que marca tendencia con sus "Outfits" entre las adolescentes y que tiene un cuerpo increíble, según pude ver en su perfil de instagram; e incluso Cristina, la antigua recepcionista de un importante hotel del centro, famosa por ser tan calientapollas como estrecha, según me contó Hugo, la cual ahora pertenecía a un hombre poderoso del club y recibía lefadas a tutiplén dos veces por semana, pues el muy cabroncete disfrutaba entregándola a sus amiguetes para un buen pajote.

-Si tenemos suerte, Juan, el dueño de esa zorra nos deja corrernos en su cara el día que se oficialice tu admisión. Es un tío enrollado y no sería la primera vez que tiene un detalle de ese tipo.

Yo, por el momento, me conformaba con que Hugo se acabase el vino y se largase, para así buscar alguna foto de la presentadora en google y pelármela como un mono un par de veces más.

GRACIAS POR LEERME. ME GUSTARÍA SABER, POR VUESTROS VOTOS Y COMENTARIOS, SI QUERÉIS QUE CONTINÚE CON ESTA SAGA.