El clímax de unos besos
Me había recluido con Omar, en un ignorado recinto, ajenos al mundo, degustándonos mutuamente durante interminables folladas....que revivíamos cada mañana.
Después de una noche de accidentado y profundo sueño, por la juerga que tuvimos la tarde anterior, al día siguiente, cuando los primeros rayos del sol atravesaban los cristales de la ventana, inundando nuestro lecho, yo estaba aún medio dormida, acostada al lado de mi estrenado amante, boca abajo, exponiendo mi desnudo a los ojos de su lujuria matinal, cuando de repente sentí los primeros mimos sobre mis nalgas, al principio con las yemas de los dedos, bajando por la parte trasera de mis muslos, siguiendo por las pantorrillas hasta los tobillos, acariciándome las plantas de los pies, chupándome los dedos, para luego volver a subir, pasando de mi ondulación trasera, besando y lamiendo el centro de mi espalda, ascendiendo y trepando hasta mi nuca, para lamerla y chuparla con ardor. Yo, a estas alturas ya estaba muy despierta y excitada, volteé la cabeza y nuestras lenguas se han cruzado en un apasionado primer beso. Su pubis pegado al mío me dejaba sentir la presión de su endurecido sexo. Su piel y la mía, a través de infinitos poros que abrían invisibles bocas, voraces y absorbentes como dulces ventosas, intercambiaban nuestros fluidos bajo una sensación de comunicación y transferencia infinita y deliciosa. Aquello era lo más parecido a lo que nos imaginamos que es la gloria.
Después, él seguía lamiendo mi espalda y bajaba hasta mis glúteos, siguiendo un trazado sinuoso, que acariciaba con sus labios con intensa fruición, mientras yo comenzaba a gemir tiernamente, casi en suspiros. Me separó las nalgas y se dio a jugar con su lengua en mi ano palpitante de placer; por allí, descendió hasta mi vagina, haciendo que abriera mis piernas para facilitarle la tarea. Entonces, introdujo la punta de su lengua en mi cuquita, girando dentro de ella. Ahora mis gemidos se habían tornado cada vez más estridentes.
Omar, con voz susurrante me pedía que me volteara y así lo hice, dejando mis exuberantes tetas delante de su vista. En seguida, se vino directamente a ellas, se puso a lamer la punta de los pezones suavemente, primero en una y después en la otra, se detenía en medio de ellas y se deslizó hacia abajo, alcanzando mi ombligo y metiendo la puntita de la lengua en el, para bajar luego hasta el pubis, besarme y mordisquearme el pequeño monte de Venus depilado, haciéndome gemir por la intensa excitación que me provocaba.
Sin dejar de explorarme, besó exteriormente mi vagina, se detuvo en ella, buscando cerca la protuberancia sensible del clítoris con el extremo de su lengua. Estaba muy durito por el ardor de la calentura, no tardó nada en encontrarlo, y se aplicó a lamerlo dibujando circunferencias, de costado y de arriba abajo; introdujo dos de sus dedos en mi vagina ya muy mojada, volvió a trazar un movimiento circular con ellos mientras succionaba rápidamente mi clítoris, haciendo que mis quejidos se convirtieran en pequeños gritos de placer, hasta que en un impulso instintivo arqueé mi columna hacia arriba, al tiempo que sentía una descarga acompañada de escalofríos, seguidos de una placentera sensación de relax, señal de que mi primer orgasmos ya había llegado. Así, él terminó con su boca en mi conchita, empapada de mis humedades. De pronto, la retiró y la estampó sobre mis labios para recibirnos en un beso profundo y generoso, lleno de sabores variados, compartiendo mis jugos de amor y las delicias de este preludio que nos preparaba para el tramo más apoteósico de nuestro trance sexual.