El cliente — Ángela 6

Final de la sesión de Ángela y Leticia con el mafioso

Es recomendable empezar la historia por el primer capítulo: La Inscripción (https://www.todorelatos.com/relato/177404/) y luego seguir con sus números la historia de Ángela.

Ángela contemplaba con asco como Leticia lamía no ya la orina que mojaba los pies sino la suciedad de estos pues lo fue moviendo y le fue dando indicaciones para que se los chupase incluso por la parte superior. Sin embargo conforme la veía humillarse se excitaba pensando en que eso acabaría con ella golpeada. Los diez últimos golpes en el estómago habían sido una tortura… y no precisamente por el dolor sino por la orden de Eva de no correrse. La habían dejado tan a punto que aún seguía en el borde.

—¿Esto se puede bajar? —preguntó el cliente mirándola a la cara.

—Sí amo. —Señaló un mando inalámbrico en una de las estanterías—. Con aquel mando.

—¿Tenéis sondas uretrales metálicas?

—¿Retenedores de orina? Sí, pero…

—Trae uno y calla la boca. Y coge el puto mando. Luego vienes y te pones con las piernas abiertas encima de tu amiga.

Ángela se acercó a la estantería y cogió un retenedor. Si quería evitar que Leticia orinase, con lo que había bebido debería coger uno gordo, pero no sabía cómo tenía el canal. Al final tomó uno medio; era de los que se podían anclar con pinchos que dolían de la leche… el que ella usaría, aunque dudaba que a Leticia le fuese a gustar pero no quería que orinase y lo expulsara. Y lo que era peor que le echase a ella la culpa. Si no fuera por la orden de Eva habría tomado el más fino. Luego fue hasta el mando y lo cogió. Se puso a medio metro delante de él con las piernas abiertas. Le entrego el retenedor.

Él giró la punta y sonrió al ver como se abrían los pinchos.

—Perdón Amo —trató de expresar respeto, lo que no había hecho al dirigirse a él hasta ahora—, pero el contrato no incluye dolor con ella…

—¿Y quien coño te ha dicho que esto es para ella?

—Yo… perdón…

—Baja esto y ponte más cerca, ¡Coño!

Ángela lo bajó dejando la cara del cliente a la altura de su estómago a la vez que daba un paso quedando a unos veinte centímetros de él. Le abrió los labios, pasó la sonda metálica por su sexo para lubricarla y se la incrustó en la uretra. La giró. Ángela sintió el pinchazo al clavarse en el interior de su canal los tres alfileres.

—Más bajo. ¡COÑO! Quiero tu chocho en tu boca mientras tu amiga me la chupa. Quiero notar como te corres mientras te muerdo… pero no que te mees en mi boca. A ver lo buena sumisa que eres. No creas que te lo voy a poner fácil. No te voy a excitar solo a morder.

»Y tú puta tragona —Se giró hacia Leticia—. Levanta y chúpamela. Morderé a tu amiga hasta que consigas ponérmela dura y que me corra.

Cuando oyó lo que quería Ángela se alejó a la estantería para ponerse con toda rapidez posible dos muñequeras de cuero con mosquetones. Volvió a su posición y bajó el asiento hasta que la boca del cliente quedó a la altura de su coño. Y dio un paso adelante.

—Córrete —dijo él y mordió su chocho mientras Leticia lamía su minúsculo pene tratando de ponerlo en erección.

Eva le había prohibido correrse, pero ahora el cliente se lo ordenaba. Y el cliente siempre tiene razón. Ángela se dejó ir, no necesitaba más. Sus glándulas de Skene y de Bartolino dejaron ir todas las secreciones que había estado reteniendo conscientemente… o quizá debiéramos decir por un condicionamiento pauloviano . Su corazón se disparó y su cerebro colapsó en las brumas del placer.

Cuando volvió en sí Leticia le estaba dando agua y una bebida energética. Tenía puestos un montón de trapos en su coño y un cinturón de castidad.

—¿Ya estas recuperada? —preguntó preocupada Leticia en un susurro.

—Sí —respondió en el mismo tono—. Solo ha sido un orgasmo demasiado intenso. ¿Eva a intervenido?

—No. Pero hasta el cliente tenía miedo de que fuese por la pérdida de sangre. —Señaló al suelo dónde aún quedaban gotas—. No sé si por la hinchazón y los cardenales previos pero no podíamos cortar la hemorragia de los mordiscos.

—¿Esta bien señorita? —se dirigió a ella el cliente con una deferencia inesperada.

—Sí gracias. Pero solo soy su trozo de carne para golpear… Por favor castígueme por esta debilidad.

—Me gusta pegaros… y otras cosas, pero entre la boca de tu amiga y tu sangre me habéis dado un buen orgasmo. Sería un desagradecido si no me preocupase por vosotras.

—Estoy bien. Supongo que tenía demasiada sangre amontonada en la zona por lo anterior. No debe preocuparse por mí.

»Aunque si fuese tan amable de ordenarme que me corriese de cuando en cuando mientras me golpea —le susurró al oído—, no sería tan escandaloso cuando lo haga.

—Bien. Si ya estás lista… bebe un poco más que no quiero que te deshidrates otra vez. Vamos a empezar que esto me está haciendo efecto ya. —Se acarició la tripa—. Tú al suelo —ordenó a Leticia.

Ángela pensó que en el fondo él debía tener algo de masoquista también. Ella apenas podía dejar pasar cinco minutos ante de sentir terribles dolores en la tripa con un supositorio y él llevaba más de media hora con tres.

—Abre la boca. Mi orden es que te lo tragues todo… sé que es imposible de cumplir, por eso tú o tu amiga sufriréis las consecuencias. Cuanto más te dejes más os pegaré a una de las dos.

Se acuchilló. Ángela no podía dejar de mirar , pese al asco que le daba, o quizá por ese mismo asco. Un pedo anunció la salida de un enorme zurullo que distendió el ano del hombre más de lo que Ángela pensaba posible sin entrenamiento. Así, a ojo, cálculo unos ocho a diez centímetros de diámetro. Por más que Leticia trato de abracarlo le fue imposible metérselo en la boca. Y mucho menos tragarlo. Tuvo que morder para partirlo y masticarlo. Y mientras estaba en ello, como si ese mojón hubiese actuado a modo de cierre, empezó a salir una enorme cantidad de mierda, en bloques más pequeños, que pronto taparon toda la cara de Leticia. Ángela vio como ella tragaba. No podía ver ya su cara pero su cuello aún estaba a la vista y el movimiento de la garganta, que rápidamente se aceleró al ver lo que se le venia encima, le hizo pensar que había dado de lado al trozo gordo y estaba tratando de tragar el resto. Lu último que hizo era más claro de color y bastante más pastoso. También bastante más maloliente.

Se levantó y tomó un vaso de agua y el rollo de papel higiénico. Le dio una suave patada a Leticia en un costado.

—¡Levanta!

Ella se incorporó dejando caer la masa de mierda sobre sus pechos y de este a su abdomen.

—¡Bebe! —Le tendió el vaso—. Enjuágate bien la boca que quiero que me limpies.

Ella bebió parte del agua haciendo enjuagues, como cuando te limpias los dientes y tragándoselo todo. Él le entregó el papel higiénico. Ella cogió un trozo lo mojó un poco y se limpió las sucias mejillas. Le enseñó el papel sucio y él asintió con la cabeza. Ella se lo metió en la boca y empezó a masticar. Se lo tragó. Repitió la operación tres veces antes de que le diera el visto bueno y le hiciera beber el resto del agua, también con enjuagues. Entonces se dio la vuelta y abriéndose las nalgas hizo que le limpiase con la boca. Ángela se sorprendió de ver un liquido blanquecino saliendo de entre las piernas abiertas de Leticia. Se estaba corriendo.

Cundo se notó limpio se incorporó y se dio la vuelta.

—Ahora elige. Has dejado mucho… muchísimo. Así que serán doscientos varazos en tus tetas o en las de tu amiga.

Leticia miró a Ángela que asintió con la cabeza.

—Sí Amo.

»Esta puta elige y solicita que le pegue doscientos varazos en las tetas a la puta Ángela como castigo porque esta puta no ha sido capaz de comer toda su mierda, Amo.

—Bien vas aprendiendo. —Se giró a los guardaespaldas—. Ayudad a la puta en lo que os diga. —Señaló a Ángela—. Tú, creo que sabes como manejar estor trastos. Indícales porque quiero que te cuelguen en horizontal, con las tetas hacia abajo. —Le dio una patada, esta vez no ten nueve a Leticia—. Y tú guarra. Limpia el suelo. Haz desaparecer todo lo que no has sido capaz de tratar.

Mientras movían las cadenas y Ángela les iba indicando el cliente curioseó por las estanterías y seleccionó varias piezas. Ordenó a sus hombres que subieran un poco más a Ángela, hasta dejarla colgando por encima de su cabeza. Luego los hizo volver a su posición. Ambos mostraban fuertes erecciones dentro del pantalón. Dio un par de puñetazos, uno en cada pecho, usándolos como si fuesen un punching ball y volvió a la estantería. Regresó con lo que había apartado.

—Aún así te cuelgan poco —anunció—, con tu amiga bastaría solo con sus pechos, pero para ti necesito algo más. —Cerró sendas pinzas de cocodrilo en los pezones y volvió a la estantería—. Con un par de kilos por tetilla serán suficientes.

Colgó dos pesas de kilo en cada una de las pinzas. Ángela notó como si le fueran a extirpar los pezones al dejarlas caer y balancearse. Poco a poco el balanceo paró y la tensión se convirtió en un dolor sordo.

—Ahora me pedirás que te golpee las tetas con la vara. Además dirás cada teta, aunque igual la vara impacta en ambas. Pero empezaras por la derecha. Cada diez cambiaremos y te puedes corre mientras hago el cambio de posición. Después del golpe contaras, me darás las gracias y pedirás el siguiente. Si te equivocan en alguno, ya sea en el número o en lo que tienes que decir se repetirá.

—Gracias amo —contestó Ángela—, cuando esté listo me avisa para que empiece.

—Cuando quieras cacho de carne.

—Amo le pido que golpee con la vara mi teta derecha.

Un fuerte varazo impactó en la parte superior de su teta derecha llegando también a tocar la izquierda. Los pesos empezaron a oscilar y Ángela notó como si las pinzas le fuesen a extirpar lo pezones.

—Mal. No has dicho que te mereces el castigo.

—Amo, esta puta se merece un castigo, por favor golpéeme con la vara la teta derecha.

Un nuevo varazo impactó sobre el primero. Ángela sintió como sus pechos fueran guillotinados, pero al instante fue consciente de que aún estaban ahí por los tirones de las pesas que colgaban de sus pezones moviéndose.

—U… uno, gracias amo. Esta puta se merece un castigo, por favor golpéeme con la vara la teta derecha.

Cada impacto sentía como si fuera a cortarle las tetas. Raro era el golpe que además de en el pecho destino no tocaba el otro. A los diez en la parte superior, desde la derecha, siguieron otros diez en la superior, pero desde la izquierda, golpeando más este último. Los veinte siguientes fueron en la parte inferior de los senos, lo que los hizo más dolorosos al ser una zona más sensible. Luego volvió a empezar por arriba. Al menos Ángela tuvo el alivio de poder correrse en cada cambio de lado.

Era una dureza como nunca había sentido. Dudaba que fuese a salir ilesa. Los golpes y los tirones debían estar rompiéndole las fibras musculares de sus pechos como nunca antes. El dolor era extremo. Pero eso mismo la hacia excitarse cada vez más. Pronto deseaba que llegasen los múltiplos de diez para correrse.

Al llegar a sesenta paró. Leticia había conseguido limpiar todo. Su barriga estaba hinchada de lo mucho que había tragado. Hizo que se limpiase de nuevo la boca y que volviese a mamarle el micropene.

—Doscientos, gracias amo. Esta puta se merece un castigo, por favor golpéeme con la vara la teta derecha.

—No cuenta repetimos.

Le golpeó de nuevo en la parte baja de la teta izquierda mientras se preguntaba que había hecho mal. En ningún cambio creía haberse equivocado, pese a los orgasmos. Luego cayó en la cuenta que eran doscientos.

—Doscientos, gracias amo. Esta puta se merece el castigo y ha gozado de él.

—Ahora sí. —Agarró ambas pinzas que aun estaban oscilando y las soltó abriéndolas. Pese a todo los dientes del cocodrilo le habían causado múltiples heridas en los pezones y de algunas de ellas brotaban gotitas de sangre. EL dolor al retirar la presión fue interno y saltó de sus pezones en forma de excitación a su coño—. Puedes correrte ahora también.

Se acercó a la puerta, mientras Leticia preparaba otro asiento, como le había ordenado, y golpeó esta. Segundos después aparecía Eva.

—¿Cuánto es el sexo vainilla? —preguntó él.

—Cincuenta euros la media hora, setenta con griego. Ochenta euros una hora, cien con griego. ¿Quiere que le traiga otra chica?

—No estas están bien. —Se acercó a su chaqueta colgada y sacó dos billetes de doscientos—. Esto cubrirá incluso la limpieza.

Eva no acababa de comprender. Cayó que por «limpieza» se refería a que los billetes estaban identificados como de delitos, pero si él quería podía follárselas sin problemas. Lo comprendió con la siguiente orden.

—Chicos podéis desnudaros y follaros a la rubia mientras me la chupa. —Esta era Ángela que llevaba su melena recogida en un moño—. Bajadla un poco para llegar bien a ella.

Por lo visto no era la primera vez que había algo similar. Mientras el cliente cerraba la puerta los guardaespaldas la bajaron a una altura cómoda. Dejaron que su jefe se sentase en la silla y elevaron esta para que su pene quedase a la altura de Ángela. Ordenó a esta que le chupase la poya y a Leticia los pies.

Entonces los guardaespaldas le quitaron el cinturón de castidad y los trapos. No de ellos empezó a follársela penetrándola en el encharcado coño. A diferencia de su jefe tenía un pene largo y grueso. Lo bastante para llenarla, calculó que unos seis a ocho centímetros de diámetro, y golpear el cuello del útero, al menos veinticinco o más de largo. Ángela echó de menos las pinzas con los pesos en los pezones. Con semejante penetración si pinzase sus pechos estaría corriéndose. Tras unas pocas embestidas salió. Le forzó a abrir más las piernas y sin retirarse hacia atrás el otro penetró su coño. Era prácticamente igual de gruesa y larga. Le dolían los isquiotibiales de lo abiertas que tenia las piernas. Aún se la abrieron un poco más cuando el guardaespaldas que la penetraba salió de su vagina y el otro forzó su ano sin más lubricante que el que había obtenido de su coño. En ese momento el de su vagina se acercó de nuevo forzando al máximo sus esfínteres y el perineo. Empezaron un duro bombeo. Apenas podía limitarse apretar la boca fuerte sobre el micropene del cliente ya que con el movimiento de sus guardaespaldas no controlaba el propio.

—Así, sigue así —dijo este—. Córrete. —Y extendiendo los brazos cogió ambos pezones entre el índice y el pulgar, los apretó y los retorció.

Tratando de no perderlo con el orgasmo que notaba avecinarse como un tren apretó los dientes sobre sus labios y se dejó ir. El cosquilleo que subió de su vagina y ano completamente a forzados a su cerebro, reforzado con el latigazo de sus torturados pezones ll llevó a un orgasmo continuo en el que encadenaba olas de placer.

En medio de la neblina de placer que notaba su mente percibió un líquido amargo y acre en su boca. No era el sabor típico del semen, ni su textura, pero tampoco era orina. Un bofetón en la cara la hizo abrir la boca mientras en la lejanía percibía palabras de reconocimiento y empezaba a ser consciente que había soltado sus pezones. Cuando quince minutos después los dos penes que la llenaban salieron de sus cavidades dejando caer un rastro de semen empezó a salir de la neblina de su mente.

Leticia estaba secando de secar al cliente, ella misma iba mojada de pies a cabeza, aunque en esta ocasión parecía solo de agua. Uno de los guardaespaldas estaba en la ducha. Esperó a que salieran los dos y se vistieran para ordenar a Leticia que soltase a Ángela y ambas se arrodillasen con la boca abierta.

—La verdad es que no me gustó la idea de vuestra ama de que fueseis dos. Me gusta humillar a una chica. Hacerle que sea imposible cumplir lo que pido y castigarla.

»Y además no me gustan tus tetas pequeñas. —Le retorció uno de los pezones a Ángela mientras se lo estiraba—. Pero debo reconocer que trabajando juntas las dos sois una puta maravilla.

»Pocas putas tragonas he visto que sean capaces de llenar su tripa como tú. —Se agachó y dio una palmada no demasiado fuerte en la tripa de Leticia—. Y que decir de ti. —Pellizcó y retorció ambos pezones de Ángela que abrió más los labios y pasó la lengua por ellos—. Creo que eres la tía más masoca que conozco: no gritas y te corres cuando te sacuden. Hacia tiempo que en una sesión no lograba dos corridas. —Le levantó y metió las manos en los bolsillos interiores. Sacó un rulo de cada uno lo metió en la boca de cada mujer—. Esto es para vosotras. Consideradlo una propina.

Uno de los guardaespaldas tocó en la puerta. Llevaban como hora y media en la sala. Eva apareció.

El cliente le entregó un tercer rulo a Eva.

—Sé que nos hemos pasado un poco de tiempo. Esto compensará el exceso. Diga a su ama que estoy muy contento con sus servicios y que volveré.

»Y también que contrato sus servicios legales.