El cisne
Es de noche. Brilla la Luna y tú te escapas al estanque.
El rielar de la luna sobre el estanque te acompaña en tu salida nocturna. Sales descalza, una leve túnica de gasa te cubre el cuerpecito frágil del aire de la madrugada. Agudizas el oído para asegurarte de que nadie se entera de tu escapada. Sólo oyes un ligerísimo batir de alas desde la superficie espejada del agua. Tu familia duerme.
Tus pies descalzos toman el camino de siempre hacia tu amante. Las matas de arbustos jalonan los bordes del sendero, mientras que la luna, en doble reflejo de agua y tus ojos, te mira desde el cielo desierto de nubes.
Observas el reflejo de tu cuerpo en el estanque mientras corres por la senda de tierra. La tela no oculta nada realmente, y puedes comprobar tu silueta bien definida. Eres ya toda una mujercita, y tus piernas lucen impúdicas, gráciles y desnudas al reflejo del agua en la noche. Tus pechos pequeños empujan levemente la tela, los pezones se revelan firmes y sinuosos bajo ella. Los llevas pintados, como una mujer, para que parezcan aún más suculentos de lo que ya son, aún cuando sabes que no va a haber quien se fije en ellos.
Escuchas un susurro de agua y plumas y no puedes evitar que la excitación se apodere de ti. El simple recuerdo levanta olas de fuego en tu sexo, y te acelera la respiración. Llegas al punto de siempre, observas la laguna, tratando de distinguir, entre las siluetas de la noche, aquella de uno de tus amantes silenciosos.
Pero nada pasa, nada ocurre, y a tu susurro inaudible sólo responde el silencio. ¿Se han marchado? Te despojas de la túnica y te lanzas, desnuda, al agua, que te envuelve con su apariencia fría. Los pulmones se te congelan por un instante. Cuando recuperas la repiración, te mueves, nadando, por el agua gristalina del estanque, buscando con los ojos al cisne.
El silencio se rompe. Del cielo se oye un batir de alas y, al mirar hacia arriba, sobre la Luna se pinta la silueta de la grácil ave. Las alas abiertas, pequeñas gotas de agua cayendo de su estela y convirtiéndose en diminutos prismas para la luz de la Luna. El cisne busca la orilla, y tú lo sigues sin pensarlo.
Tu cuerpo desnudo sale del agua. Tu piel húmeda brilla en medio de la noche, y destaca tu belleza femenina, huérfana de hombre que la mire. El cisne se acerca a ti, fuera del agua, y acaricia su cabeza en tu vientrecillo plano. Cierras los ojos y te pasas la lengua por los labios. El pico del animal resbala hacia abajo y se acerca a tu sexo. Atraviesa el ligerísimo matorral de tu vello púbico y se interna entre tus labios que se humedecen, sin penetrarte, simplemente separándolos y cayendo más abajo, dejando que sea su suave cabeza la que siga frotándose contra ti.
Se te escapa un suspiro que no quieres detener. Te doblas para abrazar al elegante pájaro, tus dedos se hunden en su blanco plumaje. Te excita el tacto extremadamente suave del cisne. Te parece tacto divino. Loagarras con fuerza. El cisne se altera y aletea asustado. Pero pegas tu cuerpo al suyo, con calidez, suavidad contra suavidad, tu piel con, contra y para sus plumas. La piel te arde y los escalofríos la recorren sin pausa acariciados por las alas del ave.
La extrema delicadeza de las plumas te hace cosquillas en la piel desnuda. Te colocas al animal entre las piernas, y frotas tu sexo sobre él. Te muerdes el labio inferior. Sentir cada pluma deslizándose bajo tu clítoris, abriéndose paso entre tus labios hinchados, te transporta a paraísos que no conocerías usando sólo tus dedos.
Aletea el cisne, tiembla bajo tuyo, y no puedes evitar estremecerte. Las plumas de sus alas te rozan los pezones endurecidos, pintados de mujer. Su lomo se menea como si quisiera entrar en tu sexo. Un gemido de placer se fuga de tu garganta seguido de una mueca que parece una sonrisa satisfecha. Gotas de sudor escapan por tus poros. Sudas, sonríes, gimes, te estremeces... tu sexo es un hervidero que juega con todo tu cuerpo. El cisne no ceja en su movimiento. Se remueve, cosquilleándote cada centímetro de su piel con su extrema suavidad.
- Mmmmm...- escapan murmullos de tus labios. Tu garganta, como todo tu cuerpo, tiembla y se abandona al dictado de tu sangre en ebullición.
El corazón, dentro de tus núbiles y firmes pechos, te late a mil por hora. Su latido es ahora un murmullo constante que imita a tus gemidos.
Te deslizas, arriba y abajo, sobre el cisne, que aguanta sumiso tus movimientos que quieren ser dulces pero que se aceleran a medida que tu cuerpo va calentándose más y más. Una humedad que nada tiene que ver con el agua del estanque moja el cuerpo de la ave, allí donde tu sexo escribe senderos de alta temperatura sobre su plumaje.
Jadeas. Tus pulmones parecen incapaces de mantener un ritmo coherente y empujan a tus pechos jóvenes adelante y atrás. Ya se contraen tus músculos sobre el ave, ya te aceleras aún más.
Gimes, te mueves con rapidez. Sorprendido por la brusquedad de tus movimientos, el cisne forcejea, elevando aún más tu placer al rozarse por toda tu piel. Cargas eléctricas te recorren el cuerpo. Rayos celestiales que tocan y mueven todos tus músculos, hasta acabar juntándose en el mismo sitio: Tu sexo. Los ojos se te quedan en blanco, explotas de placer, desgarras el silencio de la noche con gritos de gusto que despiertan a las alimañas del bosque. Te corres sobre el cisne, él es el único testigo de tus últimos estertores placenteros. Sólo él se queda, encarcelado entre tus brazos, a sentir tu orgasmo salir de tu cuerpo.
Te aprietas aún más fuerte al cisne, que parece calmarse en tu abrazo. Le besas en el largo cuello, le das las gracias, aún a sabiendas de que no te entenderá, y te arrullas contra él, aún desnuda. Sus plumas, que tanto placer te han dado, ahora te van secando el sudor, con la misma suavidad que antes ha empleado.
La Luna sigue brillando en el cielo, las estrellas la acompañan, engalanando de luces el vestido largo de la noche. Echas un vistazo a tu ropa, sin dejar de sobarte con las plumas del cisne. Te reconforta su suavidad sobre tu cuerpo adolescente y desnudo. Te ayuda a recuperar la respiración, lo único que se oye en el silencio hasta que un ruido sobresalta tu cuerpo aletargado por el orgasmo.
Ruido de antorchas y de pisadas corre el sendero. Ruido de hombres y mujeres que se acercan al estanque. La luz ocre de sus antorchas rompe el espejismo de plata, negro y soledad de la Luna. Reconoces los cuerpos y las voces. Tu familia ya no duerme, Leda. Tu familia se ha despertado y ha salido a buscarte, y por Zeus que te van a encontrar. En pleno éxtasis, desnuda, sudorosa, abrazada a las plumas suaves del cisne... Así te encontrarán si no piensas en algo pronto.
Tu sudor y tus flujos mojan la superficie del cisne, que, asustado del ruido, forcejea para escaparse de entre tus brazos. Pero tu cuerpo se ha petrificado y no lo suelta, no hace nada, desobedece todo lo que tu mente intenta mientras tu familia se acerca. Palideces al saberte sorprendida en tus bajas pasiones. Ves las siluetas de tus familiares avanzar por el camino que tú hace poco has corrido en pos de tu amante de plumas blancas.
Es tu hermano el primero que te ve. La luz de la antorcha que lleva baña del color del fuego su joven torso, y le da un brillo especial a sus ojos sorprendidos cuando te descubre, desnuda, abrazada al cisne.
"Piensa, Leda, piensa..." tu mente trabaja, busca una excusa. No puedes admitir esta, tu pasión malsana, con un animal. "Piensa, Leda, piensa...". Tu padre se acerca a tu hermano petrificado, quiere saber qué mira, y tu hermano te mira a ti. "Piensa, Leda, piensa...". Sigue con la mirada lo que tu hermano ve. Sus ojos se vuelven pura furia al ver a tu pareja, y el miedo que te transmite te ablanda los músculos y te despierta el cerebro. Tus brazos caen a los lados, y el cisne abre sus blancas alas por fin libre.
El cisne sale volando, dejando en su huida una estela de gotas heterogéneas que reflejan la luz de Luna y antorchas. La visión es casi divina, tiene algo de religiosa. Tu padre hace ademán de lanzarle la antorcha al animal inocente, queriendo, quemando al cisne, quemar con él el recuerdo de lo que sus ojos han visto.
- ¡NO! ¡ES ZEUS!- el grito te sale al mismo tiempo de la boca y del cerebro. Respiras tranquila. "No, es Zeus". Claro, eso es. Ha sido el dios de dioses el que ha elegido tu cuerpo. Ha sido el dios de dioses el que se ha metamorfoseado en ave de estanque para seducirte. Ha sido el dios de dioses el que te ha hecho el amor esta noche. Ha sido el dios de dioses el que ha ascendido al cielo, dejándote desnuda y satisfecha.
Sí, ha sido el dios de dioses. Tu familia lo comprende todo tras tu confesión. Leda, la dulce y hermosa Leda ha sido bendecida, no es un demonio de indignas pasiones, no. Leda ha sido elegida por Zeus, que ya se metamorfoseara en toro y lluvia dorada para dar rienda suelta a sus pasiones. Y siempre, con las mujeres mas bellas de toda Grecia. Tan bellas como su Leda. Tan bellas como tú.
Vuelves a casa, arropada entre tu padre y tu hermano. Sonríes, has convencido a tu familia, aunque tengas que dejar volar y huir al cisne. Ya no lo debes volver a ver. Tendrás que buscarte otra forma de divertirse, piensas, con un brillo de lujuria en la mirada. Siempre te había asustado un embarazo si te refocilabas con hombres, pero ahora el camino queda libre. Ya no habrá quien pueda decir que eres una deshonra si te quedas embarazada, por que tus hijos serán hijos de Zeus.
A partir de ahora serás recordada como Leda, la joven que Zeus, dios de dioses, visitaba en forma de cisne.