El cirujano plástico

Nunca pensé que aquel médico tan circunspecto de hace unas horas fuera a convertirse en este hombre tan deliciosamente vicioso...

Mi amiga Lola quería ponerse pecho y me pidió que la acompañara a la consulta de un cirujano plástico. Viendo que estaba decidida a hacerse la operación, me informé por mi cuenta y me quedé tranquila cuando supe que había elegido a uno de los mejores.

El día de la cita estuvimos un buen rato en la sala de espera hasta que nos tocó el turno y el médico nos recibió por fin en su despacho. El médico era muy atractivo. Nos dio la mano a Lola y a mí. Apenas me miró, simplemente se concentró en hacerle a mi amiga las preguntas pertinentes y a escribir las respuestas para elaborar el expediente. Yo aproveché para fijarme bien en él.

Le dijo a Lola que se desnudara de cintura para arriba detrás de un biombo que dividía la habitación. Y mientras mi amiga hacía lo propio el doctor se dirigió a mí sin mirarme, escribiendo aún:

-¿Y usted, no quiere retocarse nada? –preguntó.

-No, yo no tengo complejos – mentí.

-Ah, eso está muy bien – dijo mirándome directamente a los ojos por primera vez.

-Ya estoy lista – decía la voz de Lola desde detrás del biombo.

El doctor se levantó para examinar a mi amiga. "Qué suerte, Lola está disfrutando de esas manos perfectas sobre sus suaves tetas en estos momentos...", pensé y me puse a cien imaginándome la escena: ella mordiéndose el labio y él sin poder disimular una erección evidente a pesar de la bata blanca...

-Se puede vestir –dijo el doctor y le vi volver tan campante: ni un ligero acaloramiento, ni un leve brillo de excitación en los ojos, ni erección, ni nada... Vamos, lo que es un profesional acostumbrado a palpar a decenas de mujeres cada día.

Se me escapó un suspiro de decepción y él me tranquilizó:

-No se preocupe, su amiga está en buenas manos – dijo apretándome una mano con la suya para reconfortarme. "¡Uf! Si usted supiera lo que haría yo con esas manos...", pensé.

Lo primero que dijo Lola cuando salió de la consulta fue:

-¡Qué bueno está el médico! ¿Te has fijado?

Que si me había fijado... Y tanto. Me pasé semanas sin poder quitármelo de la cabeza. No podía dejar de pensar en él. Me imaginaba como sería perdiendo los papeles, cegado por el deseo...

No logré coincidir con el médico de mis sueños (o más bien de mis insomnios) cuando fui a visitar a Lola al hospital después de la operación. Ella me dijo que había preguntado por mí, pero como es un bicho pensé que se estaba quedando conmigo.

Después de pensarlo mucho un día decidí pedir hora en su consulta para volver a verle. Cuando entré parecía realmente sorprendido:

-No esperaba verla por aquí. Creí que no tenía usted complejos- dijo tras el apretón de manos de rigor.

-Bueno, quería su opinión profesional –comencé a improvisar.

-Cuénteme –dijo él.

-Pues, verá, aunque pequeño, creo que tengo un pecho bonito, pero a los hombres les gustan las mujeres exuberantes y he pensado que quizá si lo aumento le guste más a Ángel, mi novio, que últimamente no es tan pasional como antes... (Este desinterés de mi chico sí era verdad, por desgracia)

-Ya. Mire, yo siempre recomiendo a mis pacientes que si se operan sea para gustarse ellos mismos, nunca por los demás... Y no creo que esta operación solucione su vida de pareja... En fin, voy a reconocerla y le cuento de qué va esto... Luego usted se lo piensa con calma –dijo.

Como a Lola me pidió que fuera detrás del biombo y me desnudara de cintura para arriba. Y así lo hice: me quité la camiseta y el sujetador y me senté en la camilla. El doctor me preguntó si estaba lista y cuando le dije que sí entró. Comenzó a tocarme de manera similar a como lo hace el ginecólogo en la exploración rutinaria. Yo, sin embargo, no miraba hacia otro lado como en el ginecólogo, estaba pendiente de sus movimientos. Tenía las manos calientes y suaves. Aquello empezaba a parecerse a una caricia y mis pezones, como el resto de mi cuerpo, reaccionaron.

-Tiene frío, ¿verdad? Siempre protesto porque ponen el aire acondicionado demasiado fuerte, pero ni caso. –dijo contrariado.

-No, no tengo frío –dije con descaro buscando sus ojos.

Nada, seguía imperturbable.

-Ya puede cubrirse. Tiene un pecho bonito y acorde a su constitución. Yo que usted no lo tocaría, pero si quiere que le hagamos el aumento es su decisión.

Vi que se alejaba y le detuve:

-¡Doctor!, también quería que viera esta verruga tan antiestética que tengo en el muslo –dije subiéndome la falda hasta casi hasta la ingle.

Le mostré la parte interior del muslo y de paso una visión panorámica de mis bragas.

-Esto es un lunar, aunque esté abultado... Pero si quiere se lo puedo quitar con el bisturí eléctrico, no le dolerá, sólo le molestará un poco el pinchazo de la anestesia –dijo, y por un momento me pareció que había perdido un poco la compostura.

-Entonces, ¿debo pedir hora para otro día? – dije ilusionada con la posibilidad de tener una buena excusa para volver.

-No, no hace falta. Se lo quito ahora en un momento –

-Ah –dije sin disimular mi decepción.

-¿A qué ha venido usted realmente, señorita? –dijo en un tono un poco severo y se sentó a mi lado.

De pronto me sentí ridícula y traté de taparme... Entonces, él cogió mi cara entre sus manos, sonrió y me besó en los labios. El estómago me dio un vuelco al notar su lengua en la mía. Bajó hasta besar el lunar de mi muslo y sus alrededores con avidez.

-Pero, doctor, ¿qué hace usted? –dije fingiendo inocencia y apretando su cabeza contra mi piel.

De repente llamaron a la puerta y se oyó la voz de la enfermera:

-Doctor, su siguiente paciente ya ha llegado – dijo y cerró de nuevo la puerta.

-Tendremos que dejarlo aquí, de momento... -susurró el doctor.

Salí de allí eufórica y muy excitada. No me podía creer que aquello hubiera pasado de verdad.

Aquella misma tarde yo hacía que trabajaba, aunque apenas podía concentrarme, cuando sonó mi móvil. Era él, mi doctor. Vaya sorpresa, no esperaba que me llamara, al menos no tan pronto... Me preguntó a qué hora salía y la dirección para ir a buscarme. Se lo dije y no me dio opción a añadir nada porque colgó sin más.

En la oficina traté de centrarme en mi proyecto pero no lo conseguía...Todo transcurría a cámara lenta y yo estaba en otro mundo. Las imágenes de lo ocurrido en la consulta bombardeaban mi cabeza. No podía dejar de pensar: "¿Cuándo fue la última vez que Ángel me besó así? ¿Por qué ya no me desea como antes? Les gusto mucho a los hombres, eso lo sé... Pero a él casi nunca le apetece y cuando lo hace no se esmera nada. ¿Tan devastadora puede llegar a ser la rutina?"

A las ocho en punto salí pitando del trabajo y allí estaba él, esperándome en su coche, aparcado en doble fila. Me subí y le pedí que nos fuéramos de allí: no quería ser la comidilla de la oficina y que a mi chico le llegaran rumores de rebote.

-No podía esperar para volver a verla- dijo sin mirarme.

Que siguiera hablándome de usted me daba un morbo increíble.

-Me encantaría follarla ahora mismo. ¿Podemos ir a su casa? –soltó sin esperar mi respuesta.

Aquella frase tan directa impactó directamente entre mis muslos...

-No, mi novio estará al llegar...-

-Pues a la mía tampoco: está mi mujer... ¿Qué hacemos, vamos a un hotel?- contestó él.

-He quedado a las nueve para cenar con mi chico y unos amigos...

-Vaya... Quizá otro día con más calma... Conozco un Café muy agradable cerca de aquí, ¿vamos?

-Claro, vamos- murmuré.

-Quiero pedirle algo: quítese las bragas. En este rato que estemos juntos me gustaría saber que va sin bragas, que se las ha quitado para mí.

Dudé, miré a mi alrededor. Era verano, con lo cual todavía era de día, cualquiera que mirara dentro del coche podría verme...

-Quíteselas, no la ve nadie, sólo yo.

Sin dejar de observar su reacción, metí las manos bajo la falda, levanté un poco el culo y tire de los elásticos hasta que mis braguitas aparecieron a medio muslo, él suspiró, luego seguí deslizándolas por mis piernas hasta que me agaché para liberarlas de mis tobillos pasando por mis zapatos de tacón.

Mi nivel de excitación se salía de la tabla y eso sin que me hubiera tocado un pelo.

-Levántese la falda para que vea su coño... –dijo.

Subí la falda y abrí un poco las piernas. Estábamos parados en un semáforo, y había un autobús justo en mi lado, con lo cual cualquier pasajero podía ser testigo del espectáculo... Pero aquello, inexplicablemente, en lugar de cortarme me dio más morbo.

-Umm, qué bonito, me gusta cómo lo lleva depilado. Me encantaría comérmelo... Antes, en la consulta, me la he imaginado así cuando la he visto con las piernas abiertas, medio desnuda, ofreciéndose como un manjar delicioso y casi exploto...

No pude articular palabra, sólo quería que me tocara.

-Ahora me gustaría que levantara la parte de atrás de la falda de manera que su culo toque directamente el cuero del asiento...

-De acuerdo, pero sepa que puedo mojar la tapicería –dije siguiendo sus indicaciones.

-De eso se trata...

Me estaba volviendo loca... Nunca pensé que aquel médico tan circunspecto de hace unas horas fuera a convertirse en este hombre tan deliciosamente vicioso.

-Bueno, ya hemos llegado –dijo de pronto.

Nos bajamos del coche y entramos en el garito. Me gustaba la sensación de no llevar nada bajo la falda y que él fuera cómplice de mi desnudez.

Pedimos algo de beber, auque no era eso lo que nos apetecía realmente. Aquella situación me recordaba a la adolescencia cuando había que ingeniárselas para encontrar un lugar donde meterse mano.

-Voy al baño, ¿viene?- le dije al oído.

-Ahora voy- contestó con una sonrisa pícara.

Entré en el servicio de chicas e inspeccioné el terreno. Había tres baños y parecía que no había nadie. Entonces llegó él, le cogí de la mano y me lo llevé al baño del fondo del todo. Cerramos la puerta y comenzamos a besarnos intensamente. Me quitó la falda y miró mi coño con ojos hambrientos. Me sentó en el inodoro, separó mis rodillas, colocó las manos bajo mi culo y comenzó a besar y lamer la cara interna de mis muslos... Mi sexo palpitaba cada vez más hinchado. Entonces, por fin recorrió mi sexo con su lengua, lentamente, de arriba a abajo, presionando, resbalando... Lo hacía muy bien. La cadencia de su lengua, tan caliente, hacía que me derritiera de placer.

  • Qué rica está... Es increíble... Mire, pruebe su sabor – dijo, y me besó trasladando así mis jugos mezclados con su saliva a mi boca.

Aquello me puso aún más cachonda. No pude evitar impulsarme un poco hacia delante para no desperdiciar nada. Ya no podía más, sentí que me iba a correr y se lo dije. Su lengua continuó ahí, firme, hasta que cesaron mis espasmos de placer...

-Cómamela –me pidió cuando abrí los ojos.

Desabroché su pantalón, le bajé los bóxers y descubrí un magnífico sexo tremendamente apetitoso. Jugueteé un poco dándole besitos y lametones, hasta que empecé a chuparlo con dedicación y mucha saliva mientras le acariciaba los huevos muy despacio. Me excitaba escuchar su respiración agitada y notar un ligero temblor en sus piernas... Al cabo de un rato sacó la polla de mi boca, me levantó y me dio la vuelta. Tuve que apoyarme con las manos en la pared para no perder el equilibrio. Comenzó a masajear mi vulva, completamente empapada ya, mientras notaba como frotaba su polla contra los cachetes de mi culo. Apenas podía sostenerme: me temblaban las piernas.

-Fólleme, doctor –.

Entonces sentí su polla rozando mis labios vaginales y acto seguido deslizándose dentro de mí poco a poco... Comenzó a moverse y creí que me moría de gusto.

-Uf, qué gusto me da, querida – le oí decir como un eco de mis pensamientos.

Retiré una mano de la pared para empujarle contra mí agarrándole del culo: quería que llegara lo más adentro posible.

-Ya veo: quiere que se la meta hasta el fondo... ¿Le gusta así?

-Sí, así, no pare doctor... –dije fuera de mí.

-Si yo fuera su novio me pasaría el día entre sus piernas.

Subió mi camiseta y el sujetador, que quedaron encajados encima de mis tetas y las acarició humedeciendo los pezones con mis flujos.

Entonces oímos que alguien entraba. Los baños no eran compartimentos estancos así que se podía oír todo. Traté de controlarme para no hacer ruido... Pero él seguía bombeando dentro de mí mientras me acariciaba el clítoris provocándome un placer increíble. Oímos un chorro líquido que sin duda debía ser una mujer haciendo pis en el baño de al lado, a apenas unos centímetros de nosotros...Aquello nos provocó una excitación fuera de lo normal: fue la guinda, el detonante final. Estaba a punto de correrme... Sentí como él aceleraba el ritmo y pensé que también estaba a punto. Justo cuando sonó la cisterna del baño de al lado noté que me invadía un orgasmo impresionante... Cuando notó que yo había acabado, la sacó y se corrió fuera, sobre mi culo, llenándolo de semen, mientras aún se oían unos pasos que se alejaban de los lavabos.

Aquella noche, en la cena, todos coincidieron en que estaba radiante. Sonreí al recordar mi tratamiento de belleza de aquella tarde... La verdad es que estaba guapísima y sin necesidad de cirugía estética. ¡Qué manos tiene este doctor!