El Circo
Advertencia: De alto contenido sexual. Para todos los que me han leído esto es algo diferente de lo que suelo escribir. De todas formas me ha gustado mucho al escribirlo, espero que a ustedes también al leerlo...
La historia antes de este relato:
Un día de tantos mientras escuchaba a Mono (una banda muy interesante entre lo interesante) en YouTube, me topé con un video de Hungry Ghosts que estaba en el panel derecho de la página. Yo no sé ustedes, pero para mí fué cuestión de impulso empezar a escribir en ese mismo instante.
Aquí el video en cuestión que ha sido el causante de todo esto.
http://www.youtube.com/watch?v=kS9SUmAyKWM&list=PL39C46812CAD14285
Creo que está de más decir que me la pasé escuchándolo todo el tiempo mientras escribía...
El relato:
¿Te has preguntado hasta dónde puede llegar tu ambición?, ¿Has trazado tus verdaderos límites?, y qué hay sobre tu moral ¿sabes acaso hasta dónde puede ser flexible?
Imagínate un bosque; sí, un bosque. Con restos de cortezas pútridas sobre el suelo y la humedad del ambiente acalorando tus sentidos. Es oscuro, pero no frío; enorme, pero no vacío. Los árboles se ciernen sobre ti, alzando sus brazos como si intentasen atraparte. No hay fauna y la flora se ha encaprichado con el gris y el oliva.
Y en medio de todo estás tú, preguntándote que hace alguien tan común en un lugar como aquel. Avanzas unos cuantos pasos indeciso, los árboles empiezan a hastiar tu vista y el olor de la humedad te marea a ratos. Te sorprende ver en la lejanía un conjunto de luces borrosas, podría significar un signo de civilización pero se adueña de ti un miedo irracional y empiezas a caminar más rápido, después huyes, dudas, desconfías. Pero la luz es tan seductora que tus sentidos empiezan a bloquearse como si de magia se tratase y tus intentos por evitar el peligro se vuelven vanos e inútiles.
Entonces descubres que no son solo unas cuantas luces, sino un completo sistema de iluminación. Uno a uno los bombillos traman líneas que parecen imposibles de trazar sobre una estructura como aquella. Todos te parecen amarillos, todos te parecen blancos y lo cierto es que brillan con más intensidad a medida que te acercas. No hay cercas ni portones en el bosque. No hay señales ni letreros pero asumes que es una gran carpa lo que tienes adelante. Los focos son los que le han dado esa forma con sus trazos y líneas, porque aunque fuerzas mucho tu vista no logras distinguir el material del que está hecha la estructura si es que de una carpa se tratase.
Todo te parece tan surrealista y estás a punto de irte. Pero espera, enfocas un poco la vista y logras divisar que las singulares luces se agrupan en una esquina, dándole forma a una entrada.
Dudas de nuevo, temes, pero tu curiosidad te obliga al fin a entrometerte en donde nadie te ha llamado. Cruzas con cautela por la curiosa entrada y cuando tu segundo paso anuncia que todo tu cuerpo está adentro… todo se apaga.
Das un respingo e intentas volver, recuerdas que nunca hubo una carpa, sino solo focos que simulaban la forma de una. Corres durante unos cuantos momentos y el bosque se ha ido y ya no existe ni es nada de lo que recuerdas…
Te detienes, un haz de luz se ha proyectado en el piso detrás de ti. Regresas la mirada con temor y lo que ves te deja en el total desconcierto: en medio de la luz, que es de color rojo por cierto, te encuentras con un sombrero; es de copa y es negro.
Vuelves a correr, el terror se ha apoderado de ti y ya no quieres saber más de tan misterioso lugar. Pero la luz roja vuelve, y el sombrero también, justo enfrente de ti. Giras, te espantas, huyes, pero el sombrero te persigue a donde quiera que vayas; siempre interponiéndose en el camino de tu huida.
Gritas, te desesperas y el sombrero parece mofarse de tu desgracia. Te arrodillas y sollozas, te proteges el rostro con las manos, estás agobiado como un cervatillo que cansado se resigna a ser cazado. Pero no te das cuentas de que la luz que acompaña al sombrero ha cambiado. Ya no es roja, sino blanca y dorada como todas las demás que te trajeron hasta aquí.
Levantas la cabeza y el corazón se detiene por un momento, el sombrero está a escasos centímetros de tu rostro. Te está diciendo algo que has tardado mucho en comprender…
Lo decides por fin, lo tomas con delicadeza y apartando tus últimas dudas… te lo pones.
La llave está en el cerrojo, la verdadera puerta está a punto de abrirse. Tú no lo sabes, pero a partir de ese momento tu voluntad deja de ser tuya.
En la penumbra otra luz se enciende, esta vez es verde y desde arriba forma un círculo en el suelo. Al principio no lo distingues bien pero mientras te acercas puedes ver que la figura de un hombre de edad madura se baña en el verdor luminoso.
Este hombre también tiene un sombrero, pero esto es lo único que trae puesto. Está acostado boca arriba y sus brazos, junto a sus codos, sostienen el peso de su torso. Te mira y en medio de la luz verde aprecias sus rasgos faciales, la simetría de su rostro te abruma, la perfección en los detalles logra que no puedas dejar de mirar; sus ojos te traspasan y en cierta forma la barba en su corte perfecto te invita a tocarla… o a manosearla como te indica la libido.
Y estás a punto de intentarlo al contemplar como los músculos de su pecho y abdomen sobresalen en medio del fulgor. Sabes que es la imagen que siempre has deseado y tu voluntad empieza a dar sus primeros traspiés, no hay mucho que te haga sentir inseguro y te acercas más para cumplir con el deseo que empieza a crecer desde el fondo de tus sentidos.
Tocarlo, manosearlo… quieres tener cerca sus carnes para masajearlas con las tuyas. Y lo hubieses logrado de no ser por otro hombre que sale de las sombras y se acerca a tu objetivo.
Es más joven y no menos más guapo. Sus ojos te ven con desprecio y fulminándote con la mirada posa su mano sobre el miembro flácido de tu primer acompañante. La desnudez del intruso no te impresiona mucho, su cuerpo delgado no combina con el otro que ni se inmuta por la caricia.
El intruso lo intenta de nuevo, y esta vez masajea con furor el miembro de su compañero. Lo que obtiene no puede decepcionarlo: un falo en toda su magnitud hace que sus ojos brillen del deseo. No duda nunca, lo toma entre sus manos y le posa la lengua sobre el glande. Los testículos se balancean peludos y no olvidados se dejan acariciar por una mano que parece experta en estos menesteres. El barbudo sigue como estatua, ignorante y ajeno a las reacciones de su propio cuerpo.
Pero al final ambos se miran, y tú, aunque con decepción, admites que la escena no te incomoda en lo absoluto. El delgado dirige su lengua hacia la base y allí empieza a darle pequeños lengüetazos a los testículos de su amante. Logra que vibren, su lengua se obsesiona rápidamente y en un momento se encuentra metiéndoselos uno a uno en la boca. Succionando, lamiendo, dejando un brillo al liberarlos y chupando de nuevo la saliva que les deja al recogerlos.
Sube su lengua con parsimonia y de una sola lamida llega al glande de nuevo. Se detiene y sus ojos sonríen al mirar un líquido viscoso y transparente emanar desde la punta. No lo lame, en su lugar juega con él entre sus dedos y con los mismos se lo lleva hacia su propio culo.
Continúa, sus labios se abren para dar paso a su nuevo juguete. Sus dedos atraviesan sus esfínteres sin dolor alguno. A ratos se los lleva a la boca y a ratos se vuelve a follar con ellos. Su boca ya no atina como seguir y frenética se abandona en el movimiento rítmico marcado por él. Su pecho se agita y el color empieza a adueñarse de su faz. Se levanta con determinación y de un solo movimiento se coloca encima del barbudo. Se sienta de golpe y grita, grita con todo el furor que le es posible. Su cadera choca contra los muslos de su compañero y sus nalgas rebotan por el alocado movimiento.
Intenta mover todo su cuerpo al compás de la cogida, y su cadera parece romperse mientras quiebra la espalda. Atontado por la lujuria mira hacia el cielo y sus uñas rasguñan todo lo que encuentran.
Se apoya en el pecho del maduro y mueve con frenesí sus nalgas, intentando llenarse por completo, intentando que el falo hinchado lo traspase si es posible. No hay dificultad en sus movimientos, sus esfínteres están completamente dilatados y parecen pedir más cuando la polla abandona su insaciable agujero.
Cuando el placer es sólo de uno no dura mucho tiempo, así pues el más joven continuó de sa manera durante un par de minutos más.
Se impulsa en un último movimiento y arqueando la espalda libera un gran chorro de semen. El líquido espeso baja, después de impactar, por los pectorales del que tiene sombrero y así, sin más, la luz verde se desvanece de a poco en la oscuridad de donde nació.
Cosa rara, has visto la delgada figura retorcerse de placer, mientras que al dueño de tu primera impresión apenas lo has visto moverse. De todas formas, lo que tú no sabes, es que acabas de presenciar como El Trapecista utilizó la polla de El Domador de leones para follarse y tú ni siquiera pudiste tocarte para compartir un poco la pasión que le embargaba. Has estado muy ocupado en procesar todas las escenas como para pensar en masturbarte. Ahora tienes una erección que difícilmente se calmará.
Pero un pequeño sonido empieza a matar el silencio que te rodea de nuevo. Es un chasquido de dedos, de hecho son varios, muchos; aumentan su volumen, como si algo se acercara. Los tímpanos empiezan a doler y justo cuando estas a punto de taparte los oídos otra luz se enciende en el mismo lugar en el que se encendió la anterior.
Es azul, pero no está sola, puedes apreciar que alguien se encuentra atado, pero de forma un tanto… curiosa. Tiene las manos sujetadas por la espalda, amarradas con una especie de cadena. Está hincado pero te acercas un poco y puedes ver que empieza a doblar la espalda hacia atrás más de lo que hubieses podido imaginar capaz a una persona. Y es allí donde te das cuenta de la enorme cinta elástica que lleva en el cuello y conecta al mismo con las piernas, creando la falsa ilusión de llevar ropa interior.
Su cabeza toca el suelo por fin y te fijas en su polla. Está hinchada, roja por toda la sangre apretada que lleva. El cuerpo tiembla, suda, su excitación es obvia pero parece querer más, porque impulsándose con los pies busca imitar desesperadamente aquel movimiento tan característico de una cogida. Sube y baja las caderas en un afán inútil de que algo lo atraviese. Intenta gemir, pero tiene una mordaza que ahoga sus sollozos.
Una mano ajena aparece de entre las sombras y pronto la mitad de un cuerpo robusto se asoma en escena. Los ojos del recién aparecido te miran como si tuviesen hambre y sus movimientos felinos se acercan al cuerpo convulso, atado y extasiado.
El carmesí gobierna sus labios; el púrpura sus ojos. Sus cejas son cortas y las pestañas perfectas. Todo lo demás es blanco, como si no tuviera emociones a pesar de llevar tanto color en el rostro.
Sus brazos fuertes soban los muslos del que está atado. Sus palmas bailan sobre la piel de sus piernas y arrancan pequeños espasmos de placer a su presa. Acerca su rostro al falo hinchado y se detiene allí, olisqueando su sexo, observándolo palpitar como si tuviera vida propia.
Al fin abre su boca y con la punta de la lengua se atreve a pasearla por el glande. Escuchas un grito ahogado, la sensibilidad del prisionero está al límite. Y esto le divierte al maquillado, pues no evita una sola sonrisa lasciva.
No le importa nada, toma un par de dedos y jugando un poco con el agujero de su amante los entierra hasta el fondo, moviendo a todo el cuerpo consigo, intentando volver loco al que no puede hablar y obteniendo a cambio más hinchazón en el miembro que está siendo devorado.
El seducido no puede más y de su falo brota un manantial de líquido espeso y blancuzco. El cuarto se llena al instante del olor penetrante de su corrida y el olfato te envicia más; quieres tocar, quieres probar, quieres unirte al frenesí.
El seductor te sonríe y es entonces que la luz se apaga de nuevo.
Ni siquiera sospechas que El Payaso haya jugado con El Contorsionista hasta hacerlo correrse.
Esperas de nuevo hasta que alguna luz se encienda de nuevo. No sabes ni recuerdas que haces allí exactamente y ahora solo quieres ver más. Quieres llegar al fondo de todo esto.
Pero te sorprendes al ver que la siguiente luz que se enciende está sobre tu cabeza. Sí, puedes ver tus manos iluminarse con un intenso rojo.
Y el espectáculo comienza…
Primero aparece en el piso un par de brazos, son fuertes y un tanto peludos. La mitad del cuerpo aparece y te das cuenta de que es El Domador. Y esta vez sus ojos recuperan la vida. Es como un engendro que te mira como a un salvador. Su boca no puede decirte nada pero sus pupilas si. Te piden a gritos que lo liberes de la angustia. Se levanta y empieza a tocarte con desesperación, sus manos recorren todo rincón con una maestría que asusta. No recuerdas el haberte desnudado pero ahora ya estás desnudo. Él se acerca más a ti y empieza a acariciarte con prisa. Tiene hambre, te das cuenta de que necesita alimentarse de algo nuevo. Es por eso que se ha mostrado tan indiferente ante las caricias del trapecista.
Una mano dirige tu rostro hacia el de él y te roba el aliento con un beso lleno de frustración y desahogo. Su otra mano se hunde en tu raja y empieza a adentrarse peligrosamente hasta perderse entre tus carnes. Sientes el calor ¿verdad?, arde como si el mismísimo aire pudiera evaporarse a su alrededor. Te quema el contacto con su piel pero esto solo logra ponerte a mil y en un segundo estás deseando fundirte con él.
Huele a semen y a transpiración. Su barba te pica, la capa de sudor que lleva hace que sus movimientos sean cada vez más agiles y en tu mente cada vez existen menos cosas reales. Él muerde tu cuello, tu agarras sus nalgas. Él gime, tu gritas…
Pero no quiere más preámbulos. Los besos le son insuficientes y las caricias dejan de llenarle. Necesita estar dentro de ti para sentirse completo, lo desea con furor. Eres carne fresca después de todo y el está tan hambriento como un perro.
Te toma con fuerza por los brazos y casi que te obliga a acostarte. Tu sombrero vuela junto al de él. Tu cuerpo tiembla al presentir lo que va a pasar pero no quieres que se detenga. Al fin el muestra una pequeña sonrisa y tú se la devuelves junto con la confianza de que te hará pasar un buen rato.
Y vaya que te la pasas de maravilla, pues parece aguantarse toda la sed que te trae solo para poder acoplarse a ti. Primero avanza un poco y logra vencer el esfínter más fácil, luego más y cuando intentas gritar del dolor porque está totalmente adentro se inclina un poco y te besa, arrebatándote la saliva, robándote el aliento, quitándote el alma.
Te abraza como intentando memorizar un momento que sabe nunca se repetirá. Porque justo en ese instante aparece otra figura conocida. Es el trapecista que esta vez te mira complacido. Esta vez parece no importarle El Domador. Se acerca hacia ti hábilmente, medio saltando con todas las extremidades en el piso. Te roba un pequeño beso y se sube encima de ti.
Recuerdas esto, rememoras perfectamente la manera en la que se hundió la polla de El Domador sin ninguna contemplación. Hace lo mismo con la tuya, sientes que él sangra, tienes miedo de dañarlo pero a él no le importa nada. Esto se ha convertido en una fiesta totalmente desquiciada.
El barbudo empieza a moverse, tomándote de los muslos y levantando tus piernas. El otro mueve sus caderas bailando, a veces jugando con subir y bajar y a veces sollozando cuando mueve su trasero hacia los lados.
La sangre de El Trapecista empieza a recorrer hasta tu propio agujero y se confunde mientras el musculoso te penetra sin compasión. Te agarras la cabeza mientras este par no te permite concentrarte en una sola forma de placer.
Pero no ha terminado. El Contorsionista entra gateando y mira a los otros dos con un pequeño atisbo de satisfacción. Se acerca a tu rostro para saludare con un beso y de inmediato te coloca su miembro en la boca. Recuerdas lo hinchado que se veía minutos antes, no parece haberle afectado la corrida que tuvo hace poco. Y eso que aún puedes notar el sabor a semen en su glande. El olor te vicia, el placer es ahora tu único motor. Baboseas la polla que tienes en tu boca y El Contorsionista, ahora desatado, empieza a follarte la boca como puede, a veces hundiendo su falo hasta el fondo de tu garganta para provocarte arcadas y a veces paseándola por tus labios, dejando un pequeño camino marcado de saliva y presemen.
El barbudo te suelta las piernas y entonces ya no pareces importarle mucho, pues toma con sus manos el cabello de El Trapecista y lo jala, girando su cabeza y acercando sus rostros, besándolo con furor mientras entierra todo su carajo en tu hambriento agujero. Ambos se muerden y el delgado parece aficionarse con la sangre, pues se acuesta sobre tu pecho y te regala un beso con los labios rojos e hinchados. El otro sigue en su faena y con toda la fuerza que tiene intenta introducir hasta el último centímetro de su ser en tu anatomía. Te sientes lleno, completo, satisfecho y a ratos parece que vas a explotar del gusto.
Intentas acallar tus gritos chupando y lamiendo el pilar de carne que tienes frente a tu rostro. Pero procesar todo al mismo tiempo se te hace muy difícil pues empiezas a notar como El Trapecista se mueve con más ímpetu, tal vez por los besos del fortachón. Y, sobre tu vientre, parece que intentara romperte los huesos con el salvaje vaivén que intenta mantener a toda costa.
El último sujeto entra en el plato. El Payaso no se anda por las ramas y apenas se presenta con el debido beso busca desesperadamente tu mano para llevársela directamente hacia sus carnudas nalgas. Entiendes lo que quiere hacer e intentas (con los pocos resquicios de razón que te quedan) dilatarlo con todos los dedos que tengas libres. Pero tus fuerzas te fallan y él te ayuda, une un par de sus propios dedos con los tuyos y juntos empiezan a comerse con las manos el exquisito agujero del maquillado. Él ruge, tú sollozas y en este punto todos sudan ríos de completo éxtasis.
La polla de El Domador crece un poco más entre tus húmedas nalgas. Toma de nuevo tus pies y los aprieta con fuerza, intentando aferrarse a algo. Brama con vehemencia anunciando la inminente corrida.
Los gritos de El Trapecista se intensifican a medida que el barbudo le aprieta los pezones con verdadera crueldad, su verga salta hinchada sobre tus abdominales. Ruega más, pide con locura que entres hasta el fondo. Y lo intentas con lo que te queda de fuerza, arrancándole gritos ahogados.
El Contorsionista se inclina todo lo que puede. Enterrando todo su ser en tu boca y acercando su rostro al de El Payaso, besándolo con total lujuria mientras éste intenta saltar sobre tus dedos, obligándolos a adentrase todo lo que puedan en su insaciable culo.
Y entonces todas las luces se apagan de nuevo, todos empiezan a desaparecer. Uno por uno se esfuman en el aire como simples ilusiones de sueños utópicos y surrealistas.
El telón cae y todo empieza a ir en retrospectiva. En tu mente aparecen varias imágenes. Ves a El Payaso emitir una macabra carcajada. El Contorsionista te mira incrédulo con la cara entre los pies. El Trapecista baja por una cuerda colgada en algún lugar imaginario y te saluda con pose elegante. Y, por último, El Domador te mira cruzado de brazos, erguido y expectante.
Y la utopía que has vivido desaparece. En un instante tu ropa vuelve, tu excitación se va y ya no hay luces, ni escenarios, cuerpos hedonistas o personajes quiméricos. Todo se ha desvanecido y ahora te encuentras frente al sombrero que ha empezado todo esto.
Pero esta vez tienes la facultad de elegir, has visto todo lo que pasará si te lo pones. Pero una moneda tiene dos caras. Y recuerdas haber visto el vacío en los ojos del barbudo. Estás seguro que algún día el también eligió, todos alguna vez hicieron su decisión. Nunca saldrás de allí una vez entres de nuevo, es la única regla que parece existir en aquel mundo irreal.
Ahora la pregunta final es: ¿Te animas a entrar?
La historia después de este relato:
Sé que anuncié la publicación (mediante Facebook para los que amablemente lo han visitado ^^) de otros títulos para mi próxima aparición. Pero no pude dejar pasar esta oportunidad y me he dejado llevar (como siempre) por hacer las cosas que me gustan. Espero que lo hayan disfrutado y sobre todo MUCHAS GRACIAS POR LEERME ^^)/