El circo
Haciendo su servicio lejos de casa, un circo llega romper la monotonía del lugar... al igual que algunas dudas de un joven médico.
El Circo.
La historia ocurrió hace ya un par de años, yo tenía 24 años recién cumplidos y estaba acabando la carrera en medicina, estudié en una escuela privada lejos de mí no muy seguro estado natal y como es reglamentario al terminar la carrera, fui asignado a una plaza rural en la que tenía que permanecer 6 días a la semana, 24 horas… teóricamente. Tenía mi cuarto y baño propio en la pequeña clínica y hasta una cocineta.
En un principio mi estancia en San Lorenzo me pareció horrible, era un pueblo pequeño, sin mucha señal, sin acceso a internet, sin casi nada que hacer, además la gente era algo rara y aunque amigable no sabía bien como interactuar con ellos.
Finalmente, tras unos meses empecé a mimetizarme con la población, ya me saludaban, me llevaban comida y hasta me invitaban a algunas fiestas, poco a poco me acostumbré a disfrutar lo sencillo, en especial el contacto con la naturaleza. Extrañaba mucho el gimnasio y entrenar con mis amigos, pero salir a correr por las veredas de pronto se tornó algo maravilloso y las pequeñas diversiones de mi pueblo como las obras de teatro itinerante de la Secretaría de Cultura o las retas de fut con los chicos de la prepa empezaron a ser hasta divertidas.
Fue con una de estas “amenidades rurales” que la historia ocurre, bueno, al menos esta historia.
Junto a la clínica hay una explanada de pasto donde normalmente se reúne la gente, ahí se arman corridas y rodeos, se hacen partidillos, los comerciantes se ponen y aquel día un grupo de camiones coloridos se estacionó, al terminar la tarde ya se apreciaba la forma de lo que sería un circo. A mí nunca me había llamado mucho la atención pero era algo diferente a la rutina. Pasaron los días, la gente comentaba el espectáculo, yo me quejaba de que estaban casi al lado de mi consultorio y que el ruido era mucho pero la verdad me entretenía y prefería ver luces a la oscuridad normal de la explanada. Una tarde, estaba yo estudiando un rato en el consultorio con una buena taza de café cuando algo llamó mi atención, era ruido de agua y chapoteo, como ya no estaba muy concentrado me levanté y asomé por la ventana; para mi sorpresa se trataba de uno de los del circo que estaba tomando un baño en atrás de su remolque, quedaba protegido a la vista de todos pero desde mi ventana si se podía ver con claridad, era bastante joven, quizá unos años mayor que yo, no le presté mucha importancia y traté de seguir estudiando; pero ni me senté cinco minutos y ya estaba de nuevo en la ventana.
El cirquero enjabonaba ahora su cuerpo, su piel morena contrastaba con la espuma formada, estaba bastante trabajado, una complexión atlética con pectoral cuadrado, abdomen definido brazos y piernas a juego, sin ser de fisicoculturista; sólo se apreciaba algo de vello en las piernas. Continué observándolo, se enjuagó lo cual me dejó ver con claridad que igual estaba bien dotado. Finalmente se secó y pude ver un buen par de nalgas sin vellos y una espalda bien definida sin caer en la exageración… su cuerpo era fuerte, pero ágil.
Entró al remolque y yo regresé a mis apuntes, me di cuenta que tenía la entrepierna bastante dura, nunca le había pensado mucho a mi sexualidad, creo que no me interesaba nada en particular, había estado con mujeres y a veces, como ahora, me sorprendía disfrutando ver un buen cuerpo masculino, ya me había pasado antes en el gym y en las duchas cuando hacía natación, de hecho disfrutaba quizá un poco de más los agarrones fraternales con mis compañeros o las peleas fingidas, pero como a muchas cosas, no le di demasiada importancia, sabía que estaba ahí, lo dejaba en paz.
Lo que ya no pude dejar en paz fue la curiosidad, la tarde siguiente, se repitió el evento y la siguiente igual, me di cuenta de que se empezó a convertir en el momento que más esperaba del día. Era excelente porque en la tarde el personal se iba y me quedaba solo, nadie interrumpía mi pequeño vicio, me di cuenta de que me calentaba mucho, no sé si era el espiar a alguien o el hombre en sí pero no pasó mucho antes de que la discreta observación se acompañara de apretones en mi entrepierna y en más de una ocasión hasta de una suave paja con mis pantalones en los tobillos… me imaginaba tocar ese cuerpo duro… me imaginaba probarlo, me daba mucho morbo que ese hombre sin siquiera saberlo estuviera proporcionándome un placer prohibido, en más de una ocasión vi que igual se bañara con un niño pequeño así que asumí que era hasta padre de familia; llegué a registrar varios tatuajes y hasta aprenderme su ritual.
Un día, ya era tanto morbo que me cargaba que me decidí a asistir al circo, quería saber qué hacía ese hombre ahí. Ya en la función lo vi, era trapecistas o algo así, se dedicaba a malabares con objetos y a hacer como bailes con espadas y antorchas y a lanzarse a un hombre de baja estatura con un compañero, con razón tenía tan buen físico, era como un gimnasta, su compañero era un tanto más joven e igual llamó mi atención… el resto del espectáculo lo normal, no era un circo muy grande. Hubo un pequeño receso para comprar chucherías, fui por unas palomitas, como siempre los niños me rodearon (y me sacaron como 3 bolsas de palomitas) y en eso se acerca el maestro de ceremonias, un hombre mayor con un traje verde.
Doctor que gusto tenerlo aquí –me dijo respetuosamente. –en la parte final siempre invitamos a alguien del público para un número con los malabaristas, sería un honor que nos acompañase.
No soy muy hábil –respondí con una sonrisa. Los niños me animaban a aceptar.
Usted solo tendría que lanzar objetos a los malabaristas, luego uno de ellos soltará una bomba de humo, se apagarán las luces, ustedes desaparecen y entra el domador de perros para cerrar el acto.
El caso es que acepté e hice las cosas bastante bien, al final, se soltó la bomba de humo y se apagaron las luces, en ese momento, uno de los malabaristas me tomó de los hombros y me guio hasta afuera de la carpa, era al que espiaba, su torso perlado de sudor atrapó mi mirada.
Muy bien doctorcito –me dijo con una voz gruesa, segura, sujetándome del hombro. –si nos la vimos un poco difíciles mientras nos arrojaba los bolos…
No soltaba mi hombro, finalmente me llevó hasta adelante junto con su compañero y se despidió con fuertes palmadas en mi espalda, claramente en la última palmada su mano bajó por mi espalda y se posó, por cuestión de segundos pero firmemente, sobre uno de mis glúteos, abarcándolo completo; lo miré algo sorprendido y el me devolvió la mirada para luego examinarme con la vista de pies a cabeza. Sonrió.
Nos vemos doc, si se apura llegará a ver los trucos de los poodles –dijo. Se dio la vuelta y presumiendo una espalda de cuidado se perdió en la oscuridad.
Esa noche al llegar a la intimidad de mi cuarto me di una de esas pajas tipo adolescente que hasta sueño le dan a uno, por primera vez tuve una fantasía plena con un hombre, imaginaba que el cirquero me agarraba de ambos hombros y que eran sus dos manos las que me empujaban a arrodillarme frente a él, imaginé que su sexo se inflamaba frente a mí y que me dejaba probarlo, que me obligaba probarlo, lo imaginé jugando mis nalgas, abriéndolas, preparándose lentamente, no pude llegar a más, mis chorros se derramaron por el cuarto… me sentí sucio, me sentí febril y me sentí tan cansado que simplemente me dormí.
Al día siguiente, pese a despertar pegajoso y con resaca moral, a la hora de siempre en la tarde, ya estaba con mi taza de café esperando el espectáculo del baño, embobado y duro, lo observé desvestirse, echarse el agua, enjabonarse, flexionar los músculos con cada movimiento… se bañaba bastante bien siendo objetivos…
Seguí con mis cosas en la tarde cuando el timbre de la unidad sonó, alguien venía a consultar.
Buenas tardes doc –me dijo nada más y nada menos que el cirquero de los bueno baños. –vengo a consultar por un dolor que no se me quita…
Bueno, pase –dije. No muy convencido. Venía vestido con una bermuda y una polo, bastante casual pero presentable, tenía unas sandalias. Me pareció curioso que al entrar cerrara la puerta de la clínica con una sorprendente naturalidad, lo mismo que en el consultorio.
Verá doc hace algunos días que siento dolor en algunas partes, usted ya vio que tanto hacemos y pese a que caliento y estiro bien aún me duele –dijo sin dejar de mirarme.
Qué partes le duelen –pregunté imaginando alguna contractura o quizá un esguince.
Mire. –me dijo poniéndose de pie y quitándose la polo completa –aquí y aquí –agregó señalando sus pectorales y sus trapecios y acercándose a mi casi rodeando mi escritorio.
Vea, tóquelos, los siento muy tensos. –insistió.
Un poco confundido accedí, no era la usual pero tampoco tuve la decisión de decirle que se sentara o mínimo me dejara hacer mi trabajo. Toqué primero su espalda, en serio que era una pasada, sus músculos se marcaban deliciosos en su tez morena.
Agarre bien, doc –me dijo mirándome de reojo con media sonrisa. –sé que está haciendo su trabajo.
Tensó más sus músculos como posando, yo trataba de palpar apoyando mi palma sobre su piel caliente, sabía que no iba a diagnosticar nada, pero bueno, el juego me gustaba. Luego pasé a sus pectorales, aquí fue un poco más incómodo porque me veía de frente, pero poco a poco me dejé llevar, estaban duros, cuadrados, sus pezones pequeños me mataban, él me miraba fijamente, divertido, expectante.
Doc, también me pasa en las piernas…
Y así fui a explorar ese buen par de troncos, sus vellos hacían totalmente diferente el tacto, nunca había tocado tanto a un hombre, no al menos así, apretaba sus músculos, los frotaba.
Doc, también me pasa aquí –dijo señalando su entrepierna. –en especial cuando me baño.
Me quedé petrificado.
No sé si es por el agua –me dijo. –o porque siento que me observan.
Vamos ¡vea! –insistió bajando ahora su bermuda hasta las rodillas. Tenía unos bóxers ajustados cortos que se sellaban sobre un buen paquete.
Mire me está pasando ahora mismo –susurró. –vamos, toque como hizo con lo demás…
Ya estaba más que claro que esto no era una simple consulta, mi mano sobre ese fierro lo confirmaba, ya duro, lo recorría en toda su longitud. El cirquero simplemente suspiraba, estaba satisfecho con su consulta, pero quería más…
Doc –interrumpió mi concentración, estaba sintiendo el contraste de la suavidad de sus bolas. –creo que debería examinarlo más de cerca…
Tomó mi cabeza con ambas manos y me apretó sobre el bultazo que se le formaba; abrí mi boca y percibí su tamaño sobre la tela, ya no me reconocía a mí mismo y quería más. Tomé los bordes de su bóxer y los bajé completamente, salió un viejo conocido.
La recordaba enjabonada –dije ya más en confianza.
El cirquero soltó una sonora carcajada. –pinche doctorcito puto –dijo sonriente. –debo reconocer que al principio me incomodó un poco. –tomó su miembro duro y apuntando hacia arriba. –pero luego empezó a calentarme un buen tu cara de morbo. –empezó a jalársela frente a mí, lubricaba ya bastante. –como la que tienes ahorita… hasta hoyuelos se te forman…
Volvió a tomar mi cabeza y ahora a lo que había venido. Entró de lleno hasta mi garganta, iniciando un mete y saca que con trabajo me dejaba respirar, la tenía de buen tamaño, topando a fondo aun me quedaban unos centímetro antes de llegar a la base.
Que rica boquita doc –soltaba de vez en cuando, alternando con instrucciones: cómete las bolas, muerde un poco el tronco, sólo lame la punta, etc, etc… me tenía como quería.
Fueron varios minutos que estuve arrodillado frente a él, casi todo el tiempo con sus manos marcando mis ritmos y las intensidades que en más de una ocasión me produjo arcadas que la verdad ni a él ni a mi nos detenían… otras veces me dejaba hacer y podía dedicarme a explorar con mi boca, lengua y manos todo lo que quería, arrancándole más de un suspiro al tratar de meterme sus testículos en la boca o al apretar su duras nalgas y empujar su cadera hacia mí para quedarme con su miembro casi hasta el tope de mi garganta. En una de esas, me la dejó clavada hasta el fondo, gruñó y su pené empezó a largar chorros y chorros en mi boca. El sabor de su semen me inundó y me lo tragué como un premio.
Pfff –Suspiró mientras movía lentamente sus caderas. –déjamela limpiecita.
Su cara era un mar de satisfacción y yo sentía la adrenalina a tope, había fantaseado con esto, pero nunca pensé que satisfacer a otro hombre fuera tan gratificante, así pues, sonriente y bien dispuesto comencé a lamer cada rincón de su pene y de sus testículos… y de su abdomen bajo y de sus ingles…
Cuando me di cuenta, su pene estaba de nuevo completamente duro.
Doc. –dijo haciendo una pausa, sosteníamos miradas. –creo que su tratamiento no fue suficiente.
Le reí a la broma. –tal vez habrá que repetirlo –dije ya centrándome un poco, dándome cuenta de que estaba en mi consultorio y podía meterme en problemas. –otro día…
Claro que se va a repetir otro día –contestó con firmeza, quizá intuyendo mi inquietud. –pero ahora mismo necesitamos un tratamiento más fuerte.
Dudé un momento más, algo preocupado de que alguien llegue, algo preocupado de volver a desear con tantas fuerzas su verga. Él no pensaba tanto y me levanto de los hombros.
Doc –me susurró al oído con seriedad. –¿le han dicho que tiene un muy buen culo?
Por instinto miré sobre mi hombro, sus manos ya estrujaban mis nalgas.
Porque yo me di cuenta desde el día que fue a la función –prosiguió hablando. –ese día supe que iba a ser mío… y como nunca me equivoco, aquí estoy a punto de darle la cogida de su vida… porque no sé cuántos ya se la hayan metido, pero yo le voy a dar tan duro y tan rico, que capaz que hasta se escapa con el circo…
Su sonrisa perversa, sus manos metiéndose por debajo de mi pantalón y sus palabras me habían producido un cosquilleo inmenso en el vientre.
Nunca lo he hecho. –solté causándole una sonrisa aún más perversa.
Perfecto. –se limitó a responder. –vamos, dese la vuelta.
Me bajó pantalones y bóxers hasta los tobillos y me posición con el torso apoyado en la mesa de exploración, mis nalgas totalmente expuestas ante él. Se acercó, me las abrió con rudeza y empezó a frotar su cabeza por mi raja. Yo estaba nervioso.
Casi ni un pelito doc… mmm… mire que apretadito… va dar trabajo entrar –decía, mirando mi culo, luego levantó su mirada. –¡pero te estás muriendo de ganas! Hasta rojo te pones.
Estaba bastante avergonzado de hecho, había ya pasado muchos límites. Una nalgada ¡paf! Interrumpió mis pensamientos, él reía, ahora del otro lado ¡paf! Luego ensalivó sus dedos y empezó a hurgar en mi ano, el primero dio trabajo y dolió un poco al entrar…
No te tenses –me advirtió. –déjame hacer.
Y así dejé y vaya si hizo bien, el segundo apenas me arrancó un leve quejido y el tercero casi ni lo noté.
Estás listo –exclamó orgulloso y enfilo su miembro hacia mi entrada.
Pero la verdad, sus grandes y hábiles dedos no se comparaban con aquel fierro que ahora se abría paso trabajosamente pero sin detenerse. Dolía bastante. Dolía sí, pero dolía rico, era algo así como la comida picante que te hace sudar y enchila pero que no puedes dejar de comer. Pronto su cuerpo estuvo totalmente pegado al mío, me sentía totalmente atravesado, él sólo resoplaba y me sujetaba de las caderas.
Fui yo quien no aguanto el suspenso, no sabía qué hacer al sentirme tan lleno así que comencé a moverme.
Vamos doc, así… acostúmbrese –me susurraba.
Cada vez me movía más, me gustaba sentirme lleno, había recuperado mi erección y sentía cada vez más placer. El cirquero me miraba, satisfecho, dominante y con un par de nalgadas marcó el inicio de su bombeo, ahora era su ritmo, entraba y salía columpiándose, a veces con hipnótica lentitud otras veces con fuertes estocadas. Él gemía y resoplaba, parecía en trance, mascullaba frases guarras como “¡esto querías puto!” o “mira cómo te encanta la verga”, me hacía que le dijera lo mucho que me gustaba estar ensartado, que le pidiera más…
Yo por mi parte le seguía el juego, estaba perdido, babeante, salían de mí ruidos roncos y súplicas de que lo hiciera suave, de que tuviera cuidado de que no hiciera tanto ruido; me aferraba a la mesa como si temiera salir despedido con una de sus embestidas o arrastrado en alguna de sus retiradas… pero sabía que no iba a pasar tal cosa y al tiempo ya había llevado mis manos hacia atrás para deleitarme con sus nalgas que quedaban como piedras con cada empujón, para tocar la entrada de mi culo y comprobarme tan profundamente clavado, para apretarle esas bolas que chocaban contra las mías; creo que mis toqueteos lo pusieron realmente mal y aceleró sus movimientos, tenía los ojos cerrados y mordía sus labios concentrado.
Súbitamente la sacó entera y en fracciones de segundos disparó su semen sobre mis nalgas ahogando un grito. Mis nalgas estaban ahora bañadas de su leche y el cirquero dejó caer una última descarga en mi mera raja; sentía el líquido espeso y caliente bajar hasta mi maltrecho ano que como si no tuviera suficiente fue invadido una vez más cuando aquel hombre hizo descender su hinchada cabeza y la introdujo deliciosamente; en ese momento, con su punta dentro, con el calor de su leche, me vine copiosamente sobre la mesa arrancándole ahora si un fuerte gemido con el abrazo final de mi adolorido pero satisfecho esfínter.
Nos separamos y nos limpiamos con una sanitas él parecía haber dado una función de malabares y yo me veía todo revuelto. Cada quien se acomodó la ropa.
Te pondrás una pomadita ahí atrás –me dijo despidiéndose. –que mañana regreso a “consultar”.
Sobra decir que a la mañana siguiente tenía la cola adolorida, sin ganas de saber nada sobre otra noche pasional, pero él cumplió su promesa y con uno que otro truco logró consultar las veces que quiso y por mi parte fue tan bueno mi trabajo durante las semanas que siguieron que incluso me recomendó con su amigo, el otro malabarista…
Dreamerx.