El cinquecento azul, la rubia y la secretaria

Una noche encuentro a una barbie rubia... y me cuesta follarmela.

Había salido de la redacción casi a media noche, soy periodista y esta profesión es un poco caótica. Circulaba hacia casa, cansado de una larga jornada. Al llegar al semáforo para acceder a Arturo Soria desde la M30, me detuve detrás de un coche italiano azul, de esos enanos de la Fiat. De pronto se abre la puerta del conductor y se baja una chica clavadita a Cameron Díaz pero con tetas talla 100.

Llevaba un vestido negro, corto, la falda con mucho vuelo, zapatos de tacón negros. Su pelo rubio brillaba con la luz de mis faros.

El semáforo seguía rojo. Ella abrió el maletero del cinquecento, y se reclinó para buscar algo.  Me puso todo el culo en pompa. Pensé que duraría un instante, pero me llevé la mano al paquete, ella seguía buscando o haciendo algo, y me saqué el pene, se incorporó, estaba viendo unos papeles, me toqué excitado por el espectáculo. Volvió a agacharse y me sacudí con fuerza, de pronto vi que me miraba girando su cabeza, y sonreía. Le devolví la sonrisa y le guiñé un ojo, no pensaba que supiera que me la estaba machacando mientras la veía. Ella se subió al coche y arrancó.

La seguí con cierto disimulo. En el siguiente semáforo me puse a su lado izquierdo. Mi pene estaba completamente erecto. Me hice el disimulado con las dos manos en el volante, para dejar que me viera el trasto. La miraba de reojo, y me miró. No sé si me vio el pene, pero a punto estuve de correrme. Giré la cabeza hacia ella y le tiré un beso. Ella sonrió de nuevo y me guiñó un ojo. Arrancó pese a estar rojo. Salí tras ella. El cochecito azul giró en un cambio de sentido e hice lo mismo. Giró por una bocacalle y cuando yo ya entraba en ella, vi como aparcaba y salía del auto. Paré. Di las luces largas como para llamar su atención, arranqué y fui hasta el portal donde ella se había dirigido. Vi cómo se cerraba la puerta de la casa.

Estaba muy caliente, así que escribí una nota en mi tarjeta profesional y se la dejé en su parabrisas. La nota decía que haría lo que fuera por tener sexo con ella.

Me subí a mi coche y me marché a casa.

A la mañana siguiente llegué a la oficina. Mi secretaria, Yolanda, estaba ya esperándome con un montón de papeles para revisar. Yolanda tendría sus casi 40, pero seguía luciendo un cuerpo soberano. Esa mañana venía con un jersey a modo de malla, que dejaba ver sin problemas su sujetador y su generoso escote. Empezó a contarme su aventura de la anterior noche, con un jugador del Real Madrid. Ella era muy extrovertida. Y sabía que yo me ponía colorado con sus narraciones eróticas. Entonces le comenté lo sucedido con el cochecito azul, ella me miró y me dijo que debía haberla entrado. Que lo de enseñarme el culo fue a propósito. Y que, según ella, me llamaría. Apostamos una comida.

Tras comer con los colegas subí a la oficina. Estaba trabajando cuando Yolanda me llama y me dice que tengo una tal Rosa al teléfono.

Descolgué el aparato. Una voz de mujer muy cálida y sensual me preguntó si era yo el de la nota. Respondí que sí. Ella entonces me dijo que eso me podría salir caro. Me quedé cortado pensando en que me estaba amenazando, pero me parecía excesivo. Entonces le pregunté con descaro como cuanto de caro. Ella me respondió que por 300 euros.  Aliviado pero trastornado seguí hablando con ella, y acordamos vernos esa noche en el hotel que había frente a mi empresa. Colgué. Yolanda se me acercó y me dijo que había hecho muy bien, que esas aventuras hay que tenerlas sí o sí.

Pasé el resto de la tarde nervioso y poco antes de la hora de la cita recordé que debía reservar la habitación. Llamé y aún tenían libres.

A las 9:30pm fui al hotel, tenía 30 minutos para ducharme y prepararme. A las 10pm sonó mi móvil. Era Rosa, para comprobar que estaba en la habitación. Le dije el número y esperé. Estaba vestido, pero sin calzones, en modo “comando”. Me rocé el pene para consolar la excitación que sentía.

Sonó un par de toc toc en la puerta. Miré por la mirilla. Era ella. Por un instante volví a pensar en que ella podría estar enfadada y montar un pollo. Pero decidí anular ese pensamiento. Abrí. Nos besamos.  Sacó el móvil e hizo una llamada. Habló con un tío, como disculpándose por no poder verle esa noche. Iba vestida con una minifalda y una chaqueta, sin medias. Al colgar me dijo que era su novio, un plasta, celoso, engreído, pero tenía mucha pasta, y que mientras la regalara, se dejaría querer. Nos sentamos en la cama.

Me preguntó por qué le dejé la nota. Le explique lo sucedido esa noche. Ella no lo recordaba. Me dijo que me había llamado por culpa de sus compañeras del trabajo. Se habían apostado a que no era capaz. Eso me alivió al pensar que no era una prostituta.  Mientras me contaba eso le acaricié el muslo y fui metiendo la mano bajo su falda. Ella separó las piernas y se tumbó, levantó las piernas y me dejó que le tocara el coño por encima del tanga.

Me invitó a tomarnos un baño. Yo había llenado la bañera por si acaso. Empezó a desabrocharme la camisa, me la quitó y luego me bajó el pantalón. Yo fui haciendo lo mismo. Desabroché la chaqueta y salieron a la luz sus dos hermosas tetas, redondas, duras, … me agaché y le lamí ambos pezones. Desabroché la falda y cayó al suelo.  Fuimos al baño. Ella se quitó el tanga y se metió en la bañera. Me metí con ella. El agua hacía espuma por el jabón y sales de baño que me había regalado Yolanda para este encuentro. Metí mis piernas bajo las suyas, y la atraje hacia mi. Ella dobló sus rodillas y quedó sobre mi pubis. Nos besamos y acariciamos un buen rato. Cuando mi pene amenazaba con entrar en ella de lo tieso que estaba, salimos y fuimos a la cama.  Se tumbó abierta de piernas y me pidió que la tocara. Le hice una paja con mi mano. Su coñíto fue abriéndose poco a poco. Ya me entraban dos dedos con holgura, y estaba muy húmeda. Me puse sobre ella y me senté sobre su abdomen. Me recliné para encajar mi pene entre sus tetas y la pedí que las juntara. Ella me hizo caso. Comencé a meter y sacar el rabo de entre sus tetas. Cuando lo tuve rojo, me puse a los pies de la cama. Ella se puso a cuatro patas y me ofreció su coño.  Resbalé mi capullo por su clítoris varias veces, era genial sentir su tacto.  Entonces noté como me agarraba con su mano el tallo del pene y lo puso horizontal, buscando su vagina. Se lo llevó hasta la apertura, y me dijo susurrando que se lo metiera todo hasta el fondo. Empujé para dilatarlo y que pudiera entrar mi glande, ella gimió, y me dijo que su novio lo tenía muy pequeño, pero que le gustaba sentirse llena. La tomé de las caderas y empujé con fuerza para metérselo todo. Ella volvió a gemir más fuerte y se le doblaron los brazos, cayendo su cabeza contra la cama. La follé con fuerza, era la primera vez que me lo hacía con una tía así, en plan pija, como una modelo de alto standing.  Cuando noté que aquello podría explotar, saqué el rabo y le pedí que me cabalgara. Ella obediente se puso sobre mí, y en cuclillas, sin llegar a sentarse en mi cadera, se empaló con mi miembro. Apoyó sus manos a ambos lados de mi cara, y en cada meneo me llevaba sus pechos a la boca. Eran de silicona, pero me encantaba sentirlos tan duros. Tras un buen rato me dijo que si no me quería correr o qué. Le expliqué que prefería hacerlo en su boca. Entonces se despinchó y se puso a mamarme el falo.  Intentó tragárselo todo, pero no pudo, y me dijo que nunca había estado con un tío con un rabo tan largo. Me trabajó bien el glande, y entonces me corrí dentro de su boca. Lo succionó a fondo, a mí eso me daba aún más gusto. Y cuando empezó a ponerse flojo, se incorporó y se fue al baño. Salió duchadita. En el tiempo que ella se había tomado para asearse, me dio tiempo para volver a poner tieso el miembro. La abracé por delante metiéndole el rabo por su entrepierna. Al hacerlo sentí sus labios vaginales frotando mi verga mientras atravesaba de lado a lado su cadera. Ella se llevó al culo su mano izquierda y me agarró del capullo, y me empezó a masturbar así. Sus dedos frotaban el frenillo del glande con mucho ardor. Yo mientras le sobaba los pechos y le lamia los pezones. La tomé en brazos, la llevé contra la pared y me coloqué el pene para dejarla caer y penetrarla. Su coñito estaba todavía mojado, y entró todo. Sentí llegar hasta su fondo. Su vagina se contrajo. Me preguntó si me gustaba. Lo hacía a voluntad. Noté como si hubiera una mano dentro de su cuerpo, y me masturbó estando penetrada. Al poco me corrí. Era algo increíble.

Nos tumbamos en la cama para descansar. Tras charlar sobre cosas intrascendentes fuimos a la ducha. Me lavó como en las Mil y Una Noches, y luego yo a ella.

Se excusó para marcharse con su novio, que se pondría nervioso, etc. Se vistió y se marchó.

Bajé a recepción y pagué la habitación.

Salí al parking y ella ya se había marchado. Me subí en mi coche y me marché a casa.

Al día siguiente llegué algo tarde. Yolanda se me acercó y me preguntó con desparpajo que qué tal había sido la aventura. Se la conté con todo lujo de detalles. Mientras lo hacía se me sentó sobre las piernas, a horcajadas, levantándose la mini, y con la otra mano sacándome el rabo y metiéndoselo con lujuria. Me cabalgó con fuerza, y de pronto la noté temblar como un flan, y su vagina empezó a manipularme el pene como me hizo Rosa, y me corrí dentro de Yolanda. Cuando se nos pasó el subidón, ella se levantó, con un clínex se limpió los muslos. Yo tenía toda la zona de la bragueta empapada de fluidos. Me hizo el gesto de guardar silencio y se fue a su mesa.

Me quedé sentado hasta que todos se marcharon. Entonces salí de la oficina y me fui a casa pensando en cómo iba a relacionarme ahora con Yolanda, y si volvería a ver a Rosa, porque la debía 300 euros.