El ciego

Una historia de ficción entre dos seres extraños. Ejercicio literario compartido con mi colega y amiga Dark Silver, a quien agradezco su talento y paciencia.

EL CIEGO

Era experto en almas y no veía nada. Completamente ciego, sólo sentía, podía sentirlo todo: luces, deseos, frustraciones de otros… golpes intensos dentro de sí que juntos se anudaban en su pecho llenando sus ojos de lágrimas, provocándole el vómito o risas descontroladas. Era difícil soportar aquello: más que un don, una pesadilla; jamás hubiera elegido ser así, de haber tenido opción.

Anochecía tras los ventanales de la terminal cuatro del aeropuerto de Barajas. Afuera, sobre el cielo otoñal que apenas podía adivinar -aunque sí percibir sus vibraciones- se despedía el sol, una violenta herida de sangre contra la contaminación densa y humana. El interior del aeropuerto se hallaba, como de costumbre, abarrotado: gente incontable, con sus sueños y frustraciones a cuestas, yendo y viniendo aparentemente sin dirección o en la dirección equivocada. Penas, fuego, rabia, alegría, y dos de los más terribles de todos los sentimientos: añoranza y arrepentimiento. Todo eso "veía" y sentía él.

Sin embargo, nuestro hombre no sabía aún que aquella tarde de un Octubre pálido y anodino—"octubre es un mes que existe por existir" se decía a menudo—iba a salvar la vida de alguien.

De pronto, sus sentidos captaron un resplandor a lo lejos. Un fulgor de amor blanco, perfilado con hilos de plomo y tristeza, pesado pero cargado de generosidad. Un alma intranquila, el alma de la buena madre, de la esposa complaciente, de la mujer que aguanta la carga en silencio, sin una queja. Un alma cansada, terriblemente cansada. ¡Pero cómo brillaba!

No podía resistir ese brillo, le atraía como a las polillas la luz. Era "ella", lo supo al instante.

Se abrió camino como pudo entre la estampida de hombres grises, apartando maletas y brazos a su paso, en pos de esa llaga de luz

Se dejó caer en la espiral del torbellino, siguiendo el rastro, la huella en la oscuridad, hasta el mismísimo ojo del huracán: un corazón cargado de lágrimas duras que pesaban toneladas, el cansancio como piedra, los ojos arañados por limaduras de hierro de tanto llorar sola… Oh… qué hermosa alma, qué hermosa era.

Iba hacia ella sin remedio, atraído por aquella claridad tan empañada

¡PUM!

El estrépito del cubo de plástico al caer al suelo quedó ahogado entre las voces de la multitud. Todo el agua jabonosa que contenía comenzó a encharcar el suelo despacio, con un beso babeante de pompas de mil colores. La mujer de la limpieza se agachó para esquivar el palo de la escoba de su carrito y murmuró un taco.

--Tenga cuidado hombre, ¿No mira por dónde va?

--No puedo mirar. No como tú lo haces. Soy ciego, deberías ver mi bastón.

La mujer le miró algo abochornada, inquieta e inmediatamente arrepentida por haber reaccionado con un exabrupto ante el atropello por parte de aquel hombre: "Jesús bendito, un pobre ciego". Y ella, la borde entre las bordes, que hasta le había salido la voz rasposa como la lija.

--Lo siento…--murmuró—era yo quien estaba en medio.

El hombre sonrió y arqueó las cejas por debajo de sus gafas oscuras.

--No lo sienta, he sido yo quien se ha precipitado. Pero tenía que hacerlo.

La mujercita le miró inquisitiva desde su metro y medio de estatura. Aquel hombre tenía algo extraño

-Ay, perdone usted, señor. Es que venía tan distraída… Discúlpeme y déjeme ayudarle.

-Está bien, Puri. No hace falta.

-¿Qué… qué dijo?

-Que no hace falta, mujer. Ciego no es lo mismo que tonto o paralítico. Además, tu carrito tiene más problemas que yo. Menudo lío has provocado.

-No, no. Usted me ha llamado por mi nombre ¿Lo conozco de algún lado?

Por primera vez concentró su mirada en él. Se detuvo a estudiarlo con detalle, aprovechando el impudor del que no sabe que lo ven. Quedó admirada de ese rostro radiante de sosiego, donde las líneas de una frente amplia y amable denotaban más bien sabiduría y comprensión. Más abajo, dos encantadores y perfectos ojos verdes no apuntaban en cualquier dirección por encima de las gafas-más de uno diría que funcionaban perfectamente, y algún idiota temerario apostaría que se trataba de otro engaño más- sino parecían penetrar el alma de quien cruzara esa potente mirada. Su nariz firme y varonil precedía una boca de labios finos con una dentadura perfecta, dándole un porte indiscutible de galán maduro de la televisión. "Que está muy bien este invidente. Ya le daría yo unos morros... Pero, ¿me llamó Puri?..."

-Tranquila, Puri. Sé más de lo que imaginas, no sólo de ti, de cada uno de los que atraviesan la terminal en este preciso instante. Y no te ruborices, mujer, que no has hecho nada malo.

-Pe… pero… ¿Usted quién es? Jamás le he visto antes.

-Jamás me has mirado como hoy, pero sí me has visto, sólo que no lo recuerdas. No te preocupes Puri, vengo a ayudarte.

-¿Y en qué va a ayudarme un desconocido con ese… bueno, ese problema…?

Su carcajada terminó por cautivarla definitivamente.

-Jajaja. No, mujer. Es una condición, jamás un problema. Además, para lo que hay que ver… Pero escúchame un momento. Tú y yo debemos conversar. Puri, hazme un favor, mírame a los ojos

Al hacerlo, ella sintió un desvanecimiento. Perdió conciencia del derredor y esperó el desmayo que no vino. Sorprendida, se sintió a la vez cautiva, subyugada y segura, después de mucho tiempo en paz, al fin. Una tenue brisa templada atravesó su pecho, junto a un ejército de hormigas revoltosas por la panza. Segura, sostenida por él, toda la pesadumbre se derretía vaporosa, esfumándose para siempre.

-Ya no puedes seguir soportando semejante carga, Puri. Eso no es vida. Debes permitirme ayudarte. Pero, vamos a conversar a otro lado antes que llegue tu supervisor y te quedes sin trabajo. Menudo problema sería ese. ¿Dónde te toca continuar la limpieza?

-Ehhhh, claro sí…--respondió ella, volviendo rápidamente en sí-- A ver… Ah, no. Me toca aquel sanitario de damas, así que no me podrá acompañar

El hombre la obsequió con una ancha sonrisa.

qué bonita sonrisa, galán! ¿Tendrás alguna otra para mí ?"

--… Puri—le dijo en voz baja -- puedo entrar donde quiera sin generar el más mínimo bullicio. La mayor parte del tiempo, nadie me ve ni me oye. Por otro lado, mis ojos ciegos ven mucho más que cualquiera de los "normales". Vamos, te acompaño, ponte en movimiento que ahí viene tu jefe

Por encima del hombro del ciego, ella vio venir a lo lejos al supervisor. "Pero ¿este hombre tiene ojos en la nuca? ¿Cómo hizo para verlo si está de espaldas?..." Mientras acomodaba todo y terminaba de limpiar el suelo, sintió la sonrisa de él detrás de ella.

-Claro, Puri. Puedo ver eso y mucho más.

El supervisor pasó junto a ella, la saludó y ni se percató de la presencia del ciego. Puri comprobó la certeza de sus palabras: el ciego resultaba prácticamente invisible al resto. Lo terminaría de corroborar cuando ingresaron al baño de damas.

Apenas la puerta del baño se cerró, la presencia de una señora algo mayor retocándose el moño frente al espejo, la sobresaltó. La mujer, desde el espejo, observó durante unos instantes el semblante de esa muchacha con guardapolvo de la limpieza, aunque no le dio importancia y continuó en lo suyo hasta que se marchó sin mirar atrás. Ahí cayó Puri en la cuenta que la vieja ni se había percatado que el ciego estaba a su lado. Esta situación, más el profundo cambio entre el bullicio del gran hall y la silenciosa soledad del baño provocó en ella un raro estremecimiento: "es la primera vez que estoy sola en un baño con un hombre…". Se sentía inquieta, pero a la vez llamativamente tranquila.

-No te preocupes –contestó él, sin darse vuelta- no te sucederá nada que no quieras.

-No me dijo su nombre, señor… -balbuceó.

-Ya lo sabías, pero si quieres puedes llamarme Gaspar.

La tomó de los hombros, firme y tierno a la vez, le besó la frente y Puri se sintió desfallecer otra vez. ¿Qué misterioso encanto poseía este hombre? ¿Cómo podía lograr su rendición sin palabras? Se avergonzó al pensarse y verse ante los demás como una mujer fácil. Amagó dar un paso atrás pero no pudo, estaba tan a gusto así… Aunque su ceño oprimido no la dejaba terminar de disfrutar.

-Puri—murmuró el hombre-- conozco todo sobre ti y tú también me conoces desde hace mucho, aunque no lo recuerdes. Eres absolutamente transparente para mí y no podrías ocultar tus pensamientos aunque quisieras. En el fondo sabes que tu hermosa alma estaba clamando que viniera. He llegado, estoy aquí. No te resistas, voy a ayudarte. Te has sobrecargado de culpas propias y ajenas, estúpidas prohibiciones y tormentosos mandatos. Durante mucho tiempo no has hecho otra cosa que tomar el camino contrario a tu felicidad. Vamos a remediarlo. Mira, ven.

Sobrecogida, extrañada, absorta, intrigada, confusa y feliz, la pequeña mujer se dejó llevar. ¿Cuánto hacía que alguien no se ocupaba de ella? ¿Cuánto tiempo había pasado sin que nadie la mirase a los ojos? ¿Cuánto sin recibir una caricia? El idiota de su esposo veneraba más al televisor que a su propia madre. Sus dos hijos varones eran a cual más pelmazo: el mayor, pendenciero e insolente, no paraba de traer problemas y disgustos. El del medio seguro debía ser mariquita: modosito y casi mudo, fue adoptado como mascota por la banda de amigotes del hermano mayor, que celebraba con sorna cada una de las ignominias a las que era sometido. La niña menor no se quedaba atrás: de pequeña la había pillado explorando aviesa los interiores de los bañadores de sus primos varones, otros salidos que se potenciaban al extremo cada vez que se juntaban con el primo mayor y su pandilla. A pesar de castigos y severas penitencias, la pequeña se perfilaba como una incipiente casquivana, una batalla irremediablemente perdida. Rara era la vez que no se escapara a encerrarse con el vecinito de enfrente, quien se había encargado de correr la voz en toda la cuadra. Si hasta el carnicero o el verdulero la desvestían con la mirada apenas trasponía la puerta de sus comercios. Más de una vez tuvo Puri que salir a buscarla ante la demora en el mandado.

Y ella, en el abismo de las soledades, empujando su vida como al triste carro de limpieza, empujando su odio visceral hacia su miserable jefe y su corrompida familia, el alma bien al fondo del balde de residuos; empujando sin esperanzas ni ruegos a los suyos hacia un destino improbablemente mejor… desganada, casi seca y vacía, de pronto recibía en su hombro el cálido brazo de un hombre que sentía conocer desde siempre. Por primera vez en muchísimo tiempo -tanto tiempo que la cuenta resultó perdida en algún intrincado recodo, cayendo en un gélido recuerdo que era mejor olvidar- Puri empezaba a respirar otro aire y a escuchar los sonidos de la felicidad.

Felicidad efímera, esa pequeña muerte de los franceses, era la que se percibía más claramente a medida que avanzaba guiada por el ciego en medio de los boxes del baño. Más notoria y literal, la petit mort se originaba dentro de uno de esos… tras la puerta cerrada de uno de los cubículos, una mujer gozaba y pedía más. Viendo la transformación en su cara, Gaspar le a Puri hizo la seña de silencio y habló casi inaudible:

-Ahora no podrán vernos.

Con cuidado, fue abriendo la puerta del retrete hasta encontrar de frente a una rubia de mediana edad, con la ropa puesta y desarreglada, la pollera por la cintura, la bombacha a un lado, la camisa abierta exhibiendo unos pechos bamboleantes, de pezones grandes y rosados, saltando feliz, completamente empalada sobre una verga tirante a punto del desgarro. Imposible ver a su dueño, sentado en el asiento y tapado por la preciosa humanidad de la hembra en el camino cierto de la saciedad. A menos de un metro de distancia, el brillo inconfundible de las humedades de allá abajo sorprendió a Puri, cuyo embeleso atónito divirtió a Gaspar, mientras la rubia de bote exigía:

-¡Vamos pequeño cerdo, dame toda tu leche, lléname ahora mismo, cabrón!

La mano de Gaspar silenció la boca de una Puri boquiabierta, sorprendida y con los ojos como un dos de oros. Se agachó y le susurró al oído casi inaudible:

-No nos ven, pero pueden oírnos. Silencio y disfruta.

La pobrecita no sólo jamás había visto algo así, sino tampoco lo hubiera imaginado siquiera. Mucho menos siendo invisible a los ojos de esa pareja, que al ritmo de los bufidos del muchacho, empezaba a declinar de a poco en sus movimientos -aunque sin detenerse- mientras la almeja depilada de la mujer agradecida, secretaba de a poco parte del líquido blanco lechoso que su macho acababa de regarle en su interior.

-Ahhhhhh… así cerdo, ¡¡cómo me llenas el coño, mi semental!! Estaba necesitando tu leche…¡¡ Hmmmm!!.

Puri se sintió tiritar, su cuerpo reaccionaba. Sin saber desde cuándo, se descubrió tomando la mano de Gaspar, firme, calurosa, acogedora. También descubrió con la vista la erección del ciego. Su propio deseo: ¿dónde estaba guardado? ¿Cuánto tiempo escondido y sin aparecer? ¿Resucitó o estaba simplemente dormido en una eternidad de sombras?

En su invisibilidad, vio a la mujer levantarse, arreglarse un poco la ropa, acariciando al rostro del joven que la había servido, dándole un morreo y pronunciando lasciva:

-Muy bien, sobrinito. Le has dado a la tía una bonita alegría, que deberá repetirse alguna otra vez. Pero ahora vamos, que tu padre debe estar nervioso esperándonos.

No bien aquella pareja de pervertidos se hubieron marchado, a Puri se le cayó el mundo encima. ¿Qué podía hacer ahora?...

Nunca en la vida, nunca, se había sentido tan brutalmente excitada. Temblaba toda, de la cabeza a los pies; el corazón le latía furioso a punto de salírsele del pecho, la sangre se agolpaba en sus venas, su cerebro se sumergía en el opio del sexo…estaba acalorada por el solo pensamiento de… ¡dios santo!...de imaginar a Gaspar, aquel hombre maravilloso y casi mágico, haciendo lo que acababa de presenciar…follándola con salvajismo

Y ella…ella gozando semidesnuda, a horcajadas sobre él, igual que la rubia de bote. Eso quería ahora con toda su alma. Ahora sí, nada ni nadie se interpondrían entre deseo y realidad. Era hora, comprendió que en ese preciso instante, su vida era ella misma gobernada únicamente por su deseo. A dar por culo con los reclamos de su puto jefe, su impresentable familia y su trabajo de mierda. Ahora sí, la goleta hecha trizas de su vida -donde convivían deseo, cuerpo y alma- ponía proa decidida hacia un único puerto, en rumbo tenaz, imposible de torcer hasta para el mismísimo Neptuno.

Lentamente, con demasiada vergüenza y mirando al suelo, fue desprendiendo los botones de su delantal. No podía mirar a Gaspar, quien suavemente tomó su quijada con los dedos y la obligó a levantar la vista hacia su rostro, donde la más pura de las sonrisas que pudiera jamás imaginarse, derribó las últimas, débiles, barreras de una Puri que sabía y quería entregarse.

Ella misma abrió completamente su guardapolvo para no ocultar más a ese hermoso hombre, el escaso erotismo de su pobre humanidad, enmarcada por un conjunto de lencería barato y ordinario, sin el menor gramo de sensualidad. Bastante petisa y excedida de peso en todos sus rincones, quiso mostrarse de golpe tal cual era, sin disimular, para de una vez por todas dilucidar si ese encanto de ser era un mal sueño o un espejismo. "Y si lo fuera, se esfumara en ese instante para siempre", se dijo, para así reducir el dolor de un casi seguro desprecio, para dejarla volver los pasos atrás y retomar su vida miserable como si nada hubiera ocurrido.

Sin embargo Gaspar se arrodilló frente a ella, la abrazó rodeando su cintura y apoyó su mejilla en el vientre estremecido de Puri, quien dulcemente comenzó a pasar sus manos alisando el cabello entrecano del ciego. Ella no pudo ver la lágrima que brotó de su mejilla, que apenas traspuestos los límites del rostro, desapareció sin dejar huella alguna. Gaspar miró hacia arriba y Puri pudo observar al hombre más hermoso del mundo, el único al cual entregaría su cuerpo y alma absolutamente, sin mezquindad alguna.

Sin mediar palabras, ella solita desprendió su rudimentario sujetador, dejando que la gravedad deposite casi sobre la cara del ciego sus dos imponentes y caídas ubres. Inmediatamente, los labios de él comenzaron a recorrer sin prisa ambas superficies -amables, generosas, ofrecidas- tan suave y dulcemente, que la piel de gallina, la erección de sus gordísimos pezones y el estremecimiento vivaz de su columna vertebral, hablaron por ella. Entornó los ojos para así condensar el goce de esos besos, al mismo tiempo que abrazaba maternalmente la nuca de Gaspar. Sus besos iban in crescendo alternando los dos pechos endurecidos de Puri. Los golosos chupetones dieron paso a ávidos mordiscones, mientras las dos manos apretaban desesperadas ambas fuentes de vida en procura del alimento que no había. Ahora ella las juntaba y se las ofrecía para que él hiciera lo que le viniera en gana; en ese momento, si se las hubiera pedido para llevárselas, gustosa y agradecida Puri se las daba envueltas para regalo.

-Son todas tuyas, mi hombre, a partir de ahora te las doy para siempre. Puedes disponer de ellas cuando te plazca

-Eres deliciosa, Puri, me quedaría años así, contigo.

Mientras lo observada complacida desde arriba, un ramalazo, un rayo de conciencia atravesó la mente de la mujer: "es cierto, Gaspar. Te conozco aunque no sé de dónde. Ahora sé que sí te he visto antes, amor mío".

La coronación del orgasmo era inminente y borró de un plumazo la intuición, transportándola súbitamente al presente. Se disponía a explotar por primera vez en mucho tiempo -¿cuánto tiempo de la última vez? La memoria, sabiamente, lo había borrado. Ni siquiera la concepción de sus dos últimos hijos había resultado mínimamente placentera, reducida sólo al trámite del depósito del asqueroso y repugnante semen de su marido; tal vez con el hijo mayor sí, pero fue hace tantos años atrás, que el tiempo había deshecho toda huella de aquel instante, cuando aún amaba a ese pobre infeliz

Paladeaba los preliminares del propio orgasmo, cuando Gaspar se detuvo y la miró fijamente. Una daga filosa, un ramalazo de desilusión atravesó el rostro de Puri. ¿Y ahora qué?

-Quiero que te corras mirando fijamente tu rostro en el espejo, así no podrás olvidar jamás la hermosura de tus cejas, de tus labios, de tu rostro contraído- dijo el ciego.

La hizo dar vuelta; ella obedeció y se miró fijamente a los ojos en el espejo, decidida a que cualquier cosa sucediera, tremendamente dispuesta; jamás se había visualizado durante un orgasmo, y de repente sintió curiosidad por hacerlo. Mientras, él levantó su guardapolvo, le quitó las enormes bragas, hundió el rostro en su trasero y comenzó a hurgar con su lengua en el sexo ya mojado, abierto, ofrecido en deliciosa rendición al placer negado por demasiado tiempo.

Apenas su lengua rozó sus engrosados labios mayores, Puri sintió la convulsión. Una gruesa columna de aire estalló en sus pulmones, provocando una suerte de rugido animal en su garganta, que brotó de su boca como bramido estentóreo, muy grave.

-Aaaaaahhhh

Todo su cuerpo comenzó a temblar al ritmo de la lengua incandescente de Gaspar, que no se detenía. Por más que lo intentaba, a Puri le costaba mucho mantener la vista fija en sus propios ojos reflejados, pero sí estaba segura de estar grabando en sus cansadas retinas ese instante de felicidad --sí, ¡felicidad!-- para siempre.

¿De dónde has venido Gaspar?... ¿Por qué has demorado tanto, mi hombre, mi macho, el dueño de mi alma?

Apenas recobró un poco el sentido, sintió la puerta del baño abrirse. Una jovencita de jeans y mp3 al cuello entró rauda hacia los boxes, pero antes se detuvo a mirarse en el mismo espejo donde estaba Puri. Un rubor pertinaz cubrió su rostro impávido, de golpe se quedó helada. Inmediatamente quiso cerrar las piernas y el guardapolvo, pero cayó en la cuenta que la muchacha no los veía, por lo que se relajó y volvió a gozar las arremetidas de la sabia lengua de su amante.

Gaspar se levantó y se colocó detrás de Puri, empujándola contra el borde del mármol, sosteniéndola firme. Ella disfrutó esa encerrona; sólo veía reflejada la cara lujuriosa de él detrás de su cuerpo, pero sintió sin duda alguna el contraste del caliente, duro y desafiante pene contra sus nalgas flojas y algo frías. También veía a su lado, a unos pocos centímetros, a la jovencita repasándose obsesiva el flequillo, tal cual si fuera su hija menor, ignorando por completo a la polla que puerteaba la fuente del deseo de Puri

La pobre mujer, deseosa a extremos inauditos, se inclinó hacia delante ofreciendo la mejor opción al animal de Gaspar, que pincelaba sus labios mayores en un ida y vuelta, golpeteando al pasar su clítoris expuesto, enfermo de calentura.

Vamos Gaspar—resolló en un susurro-- dame bien de una buena vez. Te lo ruego… encarecidamente

Sí, Puri, sé bien que lo mereces, pero mírate en el espejo ¿no estás viendo en tus ojos la dulzura personificada?

Terminó de decirlo y comenzó a empujar suave pero sin pausa. El rostro de Puri comenzó a transformarse en diferentes muecas de expresión arrobada y lastimera. Cada centímetro de polla que entraba la exorcizaba de todos sus males, uno por uno, ahuyentándolos de su corazón para siempre. Un extraño soplo de felicidad le iluminó el rostro y el pecho, en el preciso instante en que la hermosa polla del ciego finalizó su recorrido dentro de ella. Se quedaron quietos así, ensartados, unidos como siameses del alma, las carnes fundidas apabullando sus límites. Y ella sintió el galope, lo fue sintiendo crecer desde su centro. Una tropilla de corceles mágicos, bravíos, indómitos, empezó a crecer y crecer en su vientre, en número y en cercanía. "Ahí vienen, ahí vienen" sintió la mujer, mientras Gaspar gozaba mirándola quieto en su lugar, empujando sin aflojar, prendido a sus gloriosas tetas, sin mover un dedo. La estampida crecía hasta volverse ensordecedora en su cabeza; ella comenzó a sacudirla para todos lados, no lo podía creer. Hasta un punto no soportaba esa invasión de sensaciones y quería que dejara de torturarla tanto gozo junto. Pero tampoco quería dejar de disfrutar. Separó aún más las piernas y abrió repentinamente los ojos… seguía sacudiendo la cabeza pero esta vez no le importó

-¡¡Sí.... Sí... Sí… Sí…!!

A cada grito, la iluminación del baño se iba apagando. El local se estaba poniendo a oscuras, excepto una luz blanca que comenzaba a crecer desde su entrepierna, que ella no percibió hasta un rato después.

En el preciso instante del éxtasis, la luz se volvió cegadora e inundó todo el baño de damas. Ella creyó escuchar que Gaspar también gimió, aunque sí no pudo (ni quiso) dejar de sentir un rayo inmaculadamente blanco y tibio que atravesaba su matriz; luego otro, y otro y otro más. Dulces trallazos. Se sintió levar en el aire, suspendida, fuera de su cuerpo, ligera como el alma misma, el tiempo detenido, borrado, extinguido.

Y después una profunda paz.

El remolino cesó instantáneo: en pleno orgasmo conjunto, ella estaba plenamente consciente de todo, quizás como nunca lo había estado antes. Y lo amó. Lo amó más que nunca.

Largos minutos transcurrieron hasta que volvieron en sí. La mujer disfrutó ese miembro que, volviendo a la normalidad, aún se retorcía gozoso dentro de su sexo. Agradecida, lo sacó y lo limpió con su boca. Sonrió al compararlo con su trabajo; aquello sí era limpieza placentera.

Mirando a Gaspar como ojos de becerrita degollada, le dijo suave:

  • Gracias por devolverme a la vida.

  • Gracias a ti, preciosa. No te preocupes, seguiré junto a ti un buen rato. Ahora que este baño está limpio –miraron a su alrededor y misteriosamente todo brillaba con asombrosa pulcritud- debes continuar tu trabajo. Sal tú primero que ya te alcanzo.

Puri obedeció, tomó su ropa, se vistió rápido y empujó su carro para salir de ahí suspirando embobada.

El ciego miró al espejo sin mirar. Mientras sus manos revisaban el orden de la ropa, sabiéndose en soledad murmuró:

-Tú me has salvado a mí, pequeña.

Noche cerrada tras los ventanales de la terminal. Afuera, sobre el cielo otoñal el ciego percibió las vibraciones del cielo estrellado. El interior del aeropuerto continuaba abarrotado como siempre: más gente incontable, con sus sueños y frustraciones a cuestas, yendo y viniendo aparentemente sin dirección o en la dirección equivocada. Penas, fuego, rabia, alegría, y los dos más terribles de todos los sentimientos: añoranza y arrepentimiento. Todo eso volvía a ver.

Esa tarde de Octubre pálido y anodino —"octubre es un mes que existe por existir" se decía a menudo— fue salvado por el alma refulgente y generosa de una triste y hermosa limpiadora.