El ciclo de un amor olvidado
Y de nuevo, como siempre, volví a quererte, a acostumbrarme, a odiarte y a perderte.
No puedo enamorarme.
Y me enamoré.
Mi corazón no es lógico, no recuerdo un solo día de mi vida en que lo haya sido. Ha conseguido nublarme cada uno de los sentidos tornándolos inservibles en muchos momentos de mi vida y haciéndome sufrir retorciéndome de dolor. Y aunque he construido una barrera fuerte, una barrera sin fisuras y con espinas, hiciste un hueco.
Te conocí a desgana, a destiempo en un momento en el que no quería conocerte, y en su día habría dado lo posible por borrar ese momento y que desaparecieras. Acabaste convirtiéndote en una espina que día a día, mes tras mes y año tras año no dejaba de aparecer para pincharme, pero que siempre estaba ahí. Siempre .
Y te quise.
Primero como una compañía cuando nada mejor tenía que hacer. Luego y poco a poco empecé a valorarte como amigo, y finalmente acabé buscándote. Porque siempre estabas ahí. Siempre.
Veías mi vida discurrir como un espectador, formando parte de ella pero sin entrar y te aprecié por ello. No dabas consejos y yo no los pedía, sin embargo me acompañabas en el lento transcurrir de los días, alegrándote por mis victorias y lamentándote por mis fracasos, reflejando para mí el mundo en un espejo para que yo pudiera ver todos los ángulos.
Y me acostumbré.
Me acostumbré a tu presencia, a tu cotidianeidad, a tus sinsentidos que me hacían reír o me subían los colores. Me acostumbré al mundo que creaste para mí. Porque siempre estabas ahí. Siempre .
Respondías a cada una de mis llamadas, que aunque al principio eran intermitentes, con el tiempo se hicieron más frecuentes. Si yo no aparecía me buscabas y soportaste mis idas y venidas, mis desplantes y mi absurdo genio con una sonrisa, mis temporadas ausente con una paciencia desconocida, con una ilusión que no entendía.
Y te odié.
Necesitaba odiarte cada vez que caía, cada vez que seguías estando cuando el mundo me derribaba y no me dejabas ahogarme, latigándome en vez de compadecerme. Porque siempre estabas ahí. Siempre .
Tuve que odiar el poder que todos esos años te habían dado sobre mí y que utilizabas tan bien. Tu maldita insistencia, tus ganas de mí. Los vanos intentos por huir cuando ya mi corazón me arrastraba a ti y mi mente quería huir. La necesidad que crecía en mí de seguirte dándole la espalda a toda nuestra historia anterior, a todos mis prejuicios, a toda nuestra historia.
Y te perdí.
Porque tu vida transcurrió al mismo tiempo que la mía y tomaste otro camino. Sin embargo no me di cuenta o no quise verlo. Porque siempre habías estado ahí. Siempre .
Acudías tanto a mí que me hiciste importante y yo me sentí así. Quise vivir en tu mundo porque ya eras el colchón que siempre me recogía y por una vez me sentí con fuerzas de saltar en él y de repente abrí los ojos. Tu presente había cambiado. Yo no había formado parte de él y elegiste a quien lo hiciera.
Y desesperé.
La rabia nubló mi mente y las lágrimas mis ojos y me sentí traicionada, aún sin haber traición. Y en el momento de decir adiós, caí a tus pies. Porque siempre seguías estando ahí. Siempre .
Maldije el mundo que habías creado para mí, escupí en tus palabras y cada segundo a tu lado. Vi mentiras en las palabras que poco a poco se habían hecho credo para mí y el mundo se hundió de nuevo. Sin embargo no tenía otro colchón que tú, y tus brazos seguían abiertos para recibirme cuando tú mismo eras el motivo por el que caía.
Y te perdí.
Yo flotaban esta vez en la realidad y el espejismo creado se había roto. Sin embargo tus palabras seguían insuflándome vida. Porque de nuevo siempre estabas ahí. Siempre.
No podía ser parte de ti. Separarte de mi presente era la mejor opción, pero eras parte de mí y huir se convirtió en un sueño frustrado. Tuve que aprender a conformarme y posicionar nuestro mundo a la altura de las fantasías. Intentar que tu espiral de sueños no me arrastrara e intentar que mi razón mantuviera a flote mi corazón para no necesitarte.
Y te odié.
Porque jamás aprendí a arrancarme el cariño que sentía por ti. Aprender a vivir sabiendo que no podías ser mío fue todo un reto. Porque siempre seguirías estando ahí. Siempre .
Tus palabras eran hierros que sentía ardiendo cuando mi rabia me instaba a no creerlas. Me mostraste que el universo creado de verdad existía y me hiciste anhelarlo cuando ya no podía desearlo. Te descubriste ante mí cuando ya no podía alcanzarte, y me sentí estúpida al haber caído en tus redes y hundida por no tener fuerzas para evitar anhelarlo.
Y me acostumbré.
Insististe en mi presencia y no me permitiste olvidarte, y aunque a desgana y sin fuerzas y con dolor en la mirada me presentaba cada día ante ti. Porque siempre estabas ahí. Siempre .
Querías que siguiéramos soñando. Pusiste freno a mi dolor cubriéndolo con una tirita. Por momentos era fácil olvidar la realidad y dejarme llevar. Cerrar los ojos y disfrutar de nuestras fantasías viviéndolas intensamente los días que estábamos juntos. Recordarlas con deseo los días que no podíamos tocarnos. Imaginarnos futuros momentos y anhelarlos.
Y te quise.
Saboreé cada uno de tus besos, sentí cada uno de tus mordiscos y me dejé llevar en tus brazos. Tu calor me dio cobijo y yo, con miedo, lo disfruté. Porque siempre estabas ahí. Siempre .
Tus palabras seguían para mí, y sonreía ante ellas. El mundo giraba contigo y cerré los ojos para dejarme arrastrar por el huracán de tus deseos. Mi corazón latía con fuerza ante tus más insignificantes susurros. Mi alma deseaba cada una de tus proposiciones y el temor hacia ti se disipaba con cada nuevo te quiero que me hacía anhelar estar a tu lado y servirte.
Y me enamoré.
Pero los sueños se hicieron tan fuertes que le di la espalda al presente.
Y de nuevo, como siempre, volví a quererte, a acostumbrarme, a odiarte y a perderte.