El chupamedias de la Jefa y Marcia (4)
Hace tiempo que soy la alfombra de mi Jefa. Desde hace dos meses que mi Jefa me ha convertido en el lamezapatos de mis compañeras de trabajo.
El chupamedias de la Jefa y Marcia
Hace cerca de dos meses que estoy sirviendo a mi Jefa y también a quienes fueran mis compañeras de trabajo. Relativamente es poco tiempo, pero ellas y yo nos acostumbramos a la nueva situación. Creo que lo que más las fascina es mi sumisión completa a ellas. Pero no es solo eso. Como me hago cargo del pago de sus gastos diarios de merienda y almuerzo significo un ahorro real en su economía.
El día para mí comienza temprano, a las siete y media de la mañana cuando llego antes que nadie al trabajo y me fijo en las instrucciones que me han dejado desde el día anterior para la preparación de la merienda y el encargar su almuerzo. Normalmente cada una tiene sus preferencias y a ellas me remito salvo que me indiquen lo contrario. De alguna forma van a ser también mis meriendas y almuerzo. Ellas llegan a las nueve y para esa hora debo recibirlas con la cabeza siempre baja abriendo la puerta de su oficina. Normalmente no me contestan cuando las saludo con un “buen día señora”.
Como siempre la primera en ser servida es la Jefa Lucía. Ella llega un poco antes, alrededor de 8 y media y luego de saludarla le llevó el café y las medialunas. Mientras desayuna me arrojo a sus pies y luego de pedirle permiso comienzo a lamerle los zapatos. Normalmente continua bebiendo su café y comiendo sin siquiera responderme. Hoy trajo los negros de charol de puntera fina con altos y finos tacones. Posiblemente tenga una reunión con alguien importante y se calzo esos zapatos tan llamativos. No están sucios y solamente los repaso con mí lengua. Abro grande la boca y le empiezo a chupar la puntera al zapato izquierdo. Al momento repito el procedimiento con el derecho. Trato de que queden bien brillantes con mi saliva. Cuando finalizo Lucía mecánicamente alza el pie derecho. Me está ofreciendo la suela. Está algo húmeda y como pisó pelos están adheridos a ella. Empiezo a dar lengüetazos y a comer esos pelos, es rápido. Retira ese pie y me aproxima el izquierdo cuya suela también empiezo a lamer. Estaba igual que la otra e incluso trato de chuparla un poco. Retira el pie y ahora si me habla, como siempre con desprecio
“Cada vez me das más asco. Cada vez más alcahuete y arrastrado. Anda a servir a tus compañeras infeliz”.
Me levanto, luego de un “Gracias señora” y me dirijo rápidamente a servir a mis compañeras. Lucía por su parte se levanta de la pequeña mesa de su oficina que emplea para desayunar y se dirige al su escritorio de trabajo.
Golpeo levemente la puerta de la oficina de sus tres asistentes y pido permiso. Saben que soy yo y el ‘pasa’ que escucho es con desgano. Paso y me dirijo como corresponde a ‘mis compañeras’,
“¿Me permiten señoras lamer vuestros zapatos?”.
Ninguna me contesta. Lo hago todas las mañanas. Por lo que me pongo en cuatro patas y voy hasta el largo escritorio en que están las tres sentadas, Paula, Mariela y Valeria frente a sus computadoras. Digo ‘gracias’ y me pongo a lamer las botas de Mariela. Son marrones de puntera fina, de tacones bajos y están con polvo. Doy grandes lametadas porque tengo que seguir limpiando el calzado de mis otras ‘compañeras’. También tengo que retirar el pocillo y plato de Paula, el termo y mate de Valeria y la taza de café con leche de Mariela. Pero por ahora me concentro en las botas de Mariela y en sus punteras que están desgastadas. Digo ‘gracias’ y en cuatro patas me aproximo a los zapatos de Paula. Son negros, clásicos y gastados. Paula no me dice nada pero a los pocos minutos que estoy limpiando las punteras y los costados, levanta el pie y deja la suela levantada. Entiendo sin palabras. Me pongo a lamerle y chuparle las suelas. Lo hace porque están sucias, tienen algo de barro. Seguramente sintió una molestia en la suela y decidió solucionarlo conmigo. Me pongo a chupar luego de balbucear un ‘muchas gracias’. Siento un resoplido de desprecio. Es natural que les de asco. Yo mientras tanto trato de despegar los pegotes que tiene Paula en las suelas. Es barro y algo más. Polvo y pelos. En el derecho más que en el izquierdo. Los zapatos de puntera fina y 39 de Paula hacen enormes las suelas. Las limpio lo más rápido posible. El gusto del barro es feo pero no imposible de tragar. Sin estar totalmente limpias las suelas baja los zapatos. Se despide con un ‘basta perro sucio’ y una patada leve en mí cara. Me duele pero solo atino a darle las gracias nuevamente.
Me dirijo a limpiarle los zapatos a Valeria. Solo veo sus piernas, sus zapatos y sus faldas. ¡Qué lindas piernas! Me arrojo a sus pies. No sé si está ocupada o no. Yo solo debo lamerle los zapatos. Son de tacones corridos con pulsera y puntera fina. No están prácticamente sucios pero debo lamerlos igual. Entre ellas tres de alguna forma se preocupan de que no les preste más servicios a una que a otra. Los lamo mientras admiro sus piernas. Espero que no se dé cuenta porque si lo hace me voy a ser acreedor a alguna patada más.
Cuando considero que están limpios, murmuro un ‘gracias señora voy a levantar el servicio de desayuno’. No me contesta y yo me levanto para levantar el desayuno y calentar más agua para el termo. Es increíble como todos nos adaptamos a la nueva situación. Yo soy su lamezapatos todos los días y ellas ya lo ven, al poco tiempo, como algo natural.
Paula con una sonrisa de desprecio me ‘invita’ a tomar café. “Infeliz, el café me quedo frío, Podes lamer el pocillo”. Por supuesto que con un ‘gracias’ me pongo a lametear el fondo del pequeño recipiente . Después de lametear un poco de café frío y la borra me dirijo a la pequeña cocina donde dejo rápidamente dejo todo lavado y en el escurridor. Tengo presente que Lucía me había dicho que quería usarme de alfombra debajo de su escritorio. Me enjuago la boca y así saco el barro que tengo en lengua y dientes. Como puedo me limpio un poco la ropa con un cepillo. Voy más rápido que ligero. Me anunció con dos golpes rápidos a la puerta. Siento el ‘pasa’ de Lucía y sin esperar más me introduzco en su oficina. Me dirijo a su escritorio y le pido permiso para echarme a sus pies. No me contesta y yo me agacho, me pongo boca arriba y luego de una pequeña vuelta estoy abajo del enorme escritorio de Lucía. Me pongo a lo largo, en el mismo sentido del escritorio, nadie me puede ver.
En la penumbra abajo del escritorio solo veo sus pantalones de vestir y sus zapatos. Los afirma en mí cuerpo. Siento sus tacones perforándome el estomago. No me quejo. Solo expreso un ‘gracias’ y espero pacientemente lo que quiera hacer conmigo, una alfombra humana, mi Jefa Lucía. Me pisotea una y otra vez. Le divierte sin duda lo blando de mi cuerpo que se hunde bajo la presión de sus pies. Boca arriba observo el movimiento de sus brillantes zapatos moviéndose sobre mí estomago. No vi mi reloj pero estuve tal vez unos veinte minutos así. En un momento me dice ‘quiero pisarte la cara felpudo’. Al momento me desplazo y con un rápido movimiento ubico mi cara bajo las suelas de sus zapatos. El izquierdo sobre mi frente y el derecho sobre mí boca. Apenas lo hago empieza a restregar los zapatos sobre mi rostro. Me duele pero no digo más que ‘gracias’ y saco la lengua. No mueve los pies ni mucho ni muy fuerte pero a mí me duele igual. Me empieza a hablar para disfrutar su satisfacción de mi humillación tan abyecta. ‘Sabes felpudo que es enorme el placer que da pisotear la cara de un arrastrado como vos. Saber que tengo la cara de una persona bajo mis zapatos. Que limpia mis suelas sucias con su lengua porque me adora o porque no tiene más remedio. Sentirse tan superior a algo tan inferior como un hombre convertido en gusano, en alfombra de una mujer, de su Jefa. Ahora te voy a dar un premio, descálzame y chúpame las medias’. Como pude, ayudado con mí boca succionando los tacones y un poco con las manos, sin que Lucía se percatase mucho de eso, le descalce ambos pies y deposité los zapatos a mi costado. Ella apoyo sus pies nuevamente en mi cara y yo comencé a chupar sus pies a través de sus medias. Tenían el perfume de sus pies y para mí es lo más placentero que hago, dentro de mi continuada degradación a mi Jefa. Sus plantas son un gusto y aún más sus dedos. Me lleno la boca con ellos. Sé que a Lucía le gusta sentir esa adoración personal y extrema por sus pies. El sabor de sus medias es el sabor de sus pies.
Se siente un taconeo que se dirige a la puerta. No identifico a ninguna de las asistentes. Creo que mi Jefa tampoco. Dos golpes a la puerta indican que alguien espera entrar. Lucía dice ‘adelante’ y espera ver quien interrumpe su trabajo. Yo abajo del escritorio miro a la altura del suelo para ver lo mismo. Veo entrar los tobillos y los zapatos negros de una mujer. Al mismo tiempo escucho su voz. “Como estás Lucía, aproveche esta oportunidad que estoy en la empresa para saludarme y hablar de nuestra gente”. Mi Jefa sorprendida al mismo tiempo que la saludaba: “Que tal Marcia”; se paraba descalza sobre mi cara. Naturalmente Marcia no me veía. Veo desde debajo de la mesa que la recién llegada acomoda una silla para sentarse mientras que Lucía hace lo mismo. Al mismo tiempo, tratando de no hacer ningún ruido calzo con mis manos los pies de mi jefa. Sin hablarnos nos entendemos. Tal vez tenga que acompañar a Marcia cuando se retire. Me quedo mirando los zapatos de Marcia son clásicos, negros de puntera y tacones finos. Tienen bastante polvo lo que me llama la atención. Mientras, ambas mujeres están hablando de su personal. De los más eficientes, de los más lentos, de los de confianza. En un momento, Marcia le pregunta a Lucía
“¿Y vos que haces con los serviles? ¿Te sirven realmente para algo?”. Siento que Lucía se acomoda en su sillón y se dispone a responder a la pregunta. Marcia estira sus pies y pone sus zapatos abajo del escritorio. Ella no los ve y tampoco me ve a mí. La respuesta de mi Jefa intuyo no va a tener desperdicio para mí.
“Mira Marcia, para mí hay dos clases de serviles. En realidad, lamezapatos me gusta llamarlos a mí”.
Se escucha y siento la sonrisa de un “qué asco”, de Marcia. Lucía continúa luego de la interjección de su visita.
“Si, Marcia son lamedores de zapatos. Pero son dos clases. Unos lo hacen por mejorar su sueldo, sus expectativas. No les gusta lamer los zapatos de sus jefas pero les sirve. Yo los desprecio porque no son sinceros. Y cuando puedo los obligo a humillarse más, veo hasta que son capaces de hacer y ahí cuando puedo, les piso la cabeza. Otros lo hacen porque les gusta. Aunque te parezca mentira hay gente que le gusta lamer zapatos, botas, chupar medias de sus superiores. Y después lo hacen incluso con sus iguales y con los que no lo conocen. Y a esos te digo les tengo asco por lo que se rebajan. Porque no son seres humanos, son felpudos humanos a los que hay que pisar una y otra vez. Los disfruto viéndolos tan serviles y después aplastándolos.” Marcia sorprendida, empieza su respuesta con un “nunca lo había visto así”. Yo mientras tanto me pareció entender que Lucía quería que le lamiera los zapatos a la visita. Me muevo con cuidado y acerco mi boca a la puntera derecha y la empiezo a succionar muy despacio. Lamí la puntera con mucha suavidad y luego de unos pocos lametazos me dirigí al otro pie. Al zapato izquierdo solo le di algunos lengüetazos porque temía que Marcia percibiera algo extraño a sus pies. No me extendí en la limpieza del calzado de la visita aunque lo necesitaba. Marcia respondía a Lucía al tiempo que retiro los pies de abajo del escritorio, yo aproveche a retirarme y hacerme un ovillo a los pies de mi Jefa.
Le hablaba de su experiencia, de que entendía que no se debía tratar mal a los serviles aunque iba a reflexionar lo que había escuchado. Termino su comentario con un más que sugestivo para mí reconocimiento a lo que había sido dicho por Lucía
“Sabes Lucía, realmente tus palabras me llegaron. Creo que quede sugestionada porque en algún momento me pareció sentir – aunque te parezca ridículo – que alguien estaba a mis pies lamiendo mis zapatos. No se me ocurre que nadie pueda hacerlo, pero bueno es lo que sentí. Incluso, ¡hasta me parecen que están más limpios de cuando vine a tu oficina! No te tomo más tiempo me voy.” Dicho esto se levanto. Lucía sin duda sintiendo en su fuero íntimo un alivio por la despedida de Marcia, atino a decirle
“Marcia, nunca descartes nada, porque hay gente para todo…”
Se levanto, parándose sobre mi pecho, afirmando sus tacones y despidiéndose de la visita
“Nos vemos querida…” a lo que respondió ingenuamente la ejecutiva, “Divina, como haces para estar cada vez más delgada y más alta”.
Lucía no respondió y se sentó en su sillón. Espero a que su taconeo se alejara y ahí afirmó sus zapatos en mi pecho al tiempo que me hablaba a mí y a ella misma,
“Por suerte se fue. Son tan servil y lamezapatos que no te resististe a limpiárselos. Pensar que antes ponías cara de asco y ahora te desesperas por hacerlo aún con extrañas. Me das cada vez más asco y desprecio. Seguí un rato más a mis pies y luego vas a hacer los recados de las chicas para el mediodía, inútil.”
Me quede como alfombra a los pies de Lucía, de alguna forma descansaba antes de que pasara a servir a mis ex compañeras. Como pude comprobar cada día mi humillación puede ser mayor.