El chupamedias de la jefa
Desde hace un tiempo a esta parte me convertí en el chupamedias de mi jefa, Lucía. Todos saben que soy servil contigo pero no saben cuanto...
Querida Jefa deseo arrastrarme hasta tus adorados pies. Deseo servirte como tú te mereces. Ya todos se van de la oficina y todos saben que me quedo para ser tu alcahuete, tu chupamedias. No saben que cumplo ese mote con gusto, al pie de la letra y tratando de satisfacerte. Tengo media hora antes que tengas que ir a la reunión de gerentes y es bueno que te sientas querida, adorada y enérgica. Y claro está con los zapatos limpios, impecables. Para eso está mi lengua servil, para adorarte.
Golpeo como de costumbre y espero tu “adelante”, mientras revisas las notas para la reunión. Tu oficina está en penumbras cuando el sol está desapareciendo.
Entro y no me miras. No valgo para que me mires. Solo para ser quien te sirve. Y me lo tengo que ganar día a día. Me arrodillo y comienzo a arrastrarme. Estás concentrada en tu trabajo y no me decís nada. Sigo arrastrándome. No son muchos metros pero quiero permanecer lo más pegado al piso que pueda. Ser siempre tu alfombra, tu felpudo. Demoro algo en llegar hasta unos centímetros de tus pies. Tus zapatos cada vez son más grandes a mí vista. Negros, cerrados y en punta, con tacones altos que realzan tu natural elegancia. Clásicos en definitiva. Hace por lo menos dos años que los estás usando. Están amoldados a tus pies. Son parte tuya, de tu personalidad. De tu ser de diosa para ser adulada y adorada.
Tengo 25 minutos para hacer mi trabajo. Empiezo a lamer desesperado tu zapato izquierdo. Tiene algo de polvo y me lo devoro a lengüetazos. Es rico porque viene de tu calzado. No decís nada, solo siento tu pie derecho en mí espalda, descansándolo. Me estás usando de alfombra. Es lo que deseo. Afirmas tu tacón en mi espalda. Me quieres escuchar gemir. Lo hago. Me duele la espalda pero sigo lamiendo. El zapato empieza a quedar brillante. Debe quedar aún más. Debo ir lamiendo ambos lados, no solo la puntera. Al fin me arrastro unos centímetros más y puedo, esforzándome, lamer el talón de cuero negro.
Distraes un segundo tu concentración y me ordenas displicente: “el otro, felpudo”.
Retiras el pie izquierdo y lo remplazas por el derecho. Empiezo a lamer desesperado el zapato derecho. Elevas un poco el pie y chupo como puedo la puntera. Chupo, chupo desesperado la puntera de tu zapato. Solo soy un apéndice tuyo. Nada que valga la pena.
De repente siento sobre mí cabeza tu pie izquierdo. Siento que acomodas el taco sobre mí cabeza. Me duele mucho. Me estas pisando la cabeza fuerte. De repente aflojas la presión. Sin duda que estás en otra cosa. No te interesa. Yo por mi parte sigo lamiendo desesperado. Bajo la presión de tu zapato apenas puedo mover la cabeza para limpiar los costados de tu zapato. Ya están brillantes.
Parece que adivinaras. Escucho tus nuevas indicaciones. “Ya está infeliz. Ahora límpiame bien las suelas”. Diciendo y haciendo levanta sus pies. Inmediatamente me doy vuelta. Lo hago lo más rápido que puedo y me pongo debajo de sus suelas. No me mira. Solamente baja sus pies y los acomoda en mí cara. Tengo un zapato, el izquierdo, sobre la boca y el otro acomodándose entre mi nariz y mi frente. Los tacos quedan al costado. Me pongo a lamer la suela del zapato que tenga sobre la boca. Tiene polvo y algunas migas entreveradas con resto de comida. Es muy poco pero es mí merienda. Me apuro chupando y lamiendo de las suelas de los zapatos de mí jefa. Es mi alimento y lo deseo. Me permite el honor de comer lo que ella pisa. Es difícil lamer una suela cuando te pisan la cara pero trato de hacerlo lo mejor posible. Cambias rápidamente de pie y siento sobre la boca el derecho. El izquierdo descansa en mí cuello. Restriegas un poco el pie sobre mí boca. Al momento saco la lengua que empieza a servirte ahora de felpudo. Me como ahora las migas de esa suela. Son menos que la de la otra pero tal vez por eso son más ricas. Son apenas cuatro o cinco minutos pero entro en éxtasis. Soy lo que sirvo. Tu felpudo.
En un momento retiras ambos pies. Me atrevo a preguntarte: “¿Qué necesita mi jefa?”. Me contestas seria pero sin verte adivino tu sonrisa. Me contestas mientras siento que te descalzas de ambos zapatos, “necesito que me chupes las medias como me merezco antes de ir a la reunión de ahora. Rápido inútil.”. Antes que termine de hablar ya me di vuelta y me arrastro unos centímetros hasta sus pies. Están ahí. Cubiertos por sus medias transparentes. Me acerco a ellos y siento en el derecho, el más cercano, su leve perfume. Empiezo a chupar el pie, la media. Trato de absorber la esencia de sus pies a través de ella. Lo hago por un par de minutos y lo haría por un par de horas pero se tiene que ir. Me detiene un poco fastidiada. “Basta de chuparme tanto esa media, la otra ahora que tengo que irme”. Enseguida le obedezco y chupo el pie y la media del pie izquierdo. Tiene una fragancia similar al otro. Succiono desesperado los dedos. Son deliciosos.
Lo bueno dura poco. Suena su teléfono celular. Responde al instante. “Si señor gerente, ya voy”. Retira el pie y se lo calza al igual que el otro. Ahora me dice mientras toma sus cosas. “Chupamedias, lávame las tazas y platos de mí merienda y después cerras todo. Yo ya me tengo que ir. Hoy no estuviste muy bien, te falto algo de entusiasmo. Como soy generosa te voy a dar más oportunidades. Voy a traer mañana las botas para que me las limpies y te ganes el que te llame aprendiz de lamebotas”.
Siento el taconeo y se dirige a la puerta. Descanso tirado en el suelo unos segundos antes de seguir sirviendo a mi jefa.