El Chupamedias de la Jefa (3) y sus compañeras

Mi jefa Lucía cumple lo prometido y me entrega a mis compañeras de oficina para que me humillen. Me amenaza con despedirme si no acepto. Yo lo hago y concurro a su despacho para esperar mí perdón.

En la oficina de mí jefa Lucía, a primera hora de la mañana, estábamos cinco personas. Ella Lucía, que revisaba con atención unos papeles como si no existiéramos, sus tres asistentes ejecutivas y quien les escribe. Como correspondía estaba con la cabeza gacha, observando furtivamente a las tres chicas. Paula, Mariela y Valeria que hablaban por lo bajo y cada tanto me miraban con curiosidad. Finalmente Lucía levanto la vista y aclaró la voz. Se dirigió a las tres jóvenes. “Queridas hoy tengo una novedad que informarles. Va a cambiar el organigrama de la empresa. Como saben Juan cumple las funciones de cadete de la empresa y mandadero personal mío. De hecho ha sido mi chupamedias personal durante todo este tiempo y naturalmente mi informante confidencial. Todas las tardes a última hora venía a comentarme los dichos de ustedes sobre mí, cuando holgazaneaban o se burlaban de mí a mis espaldas.” Las chicas se miraron entre ellas ante afirmaciones sin ningún tapujo. Yo seguía cabeza abajo. Lucía continuaba. “Ahora debo asignarle una nueva función”. En las facciones de las tres chicas, particularmente en las de Paula se reflejaba la sorpresa. De seguro creían que sería designado su nuevo supervisor y estaban temerosas. Estaban equivocadas por completo. Lucía continuó hablando. “Sucede que lo sorprendí intentando introducirse a un pasadizo de los baños para observar sin ser visto el vestuario femenino. Me enoje tanto con él que decidí echarlo en ese momento. No obstante me suplico tanto, se arrastro tanto que al final decidí perdonarlo. Sin embargo deben perdonarlo ustedes también. Ustedes decidirán día a día si lo echamos o continúa trabajando en una nueva función. Ahora propongo que sea el mandadero de todas nosotras. El muy alcahuete incluso me limpiaba los zapatos. ¿Quién quiere que se los limpie ahora?”. Las tres chicas se miraban indecisas. Mientras la jefa les había dicho lo del vestuario sentía que me miraban y entre ellas se referían a mí. Escuche “que atrevido, que hijo de puta, que basura…”. Ahora, sorprendidas se quedaron calladas. Lucía, se dirigió entonces a mí. “Alcahuete, suplícales que te permitan hacerlo sino ya estás echado”. No necesite que me lo ordenara dos veces. Me arrodillé y comencé a suplicar. ”Por favor señoras, por favor, dejen limpiarle sus zapatos, por favor. Quiero mostrarles que sirvo al menos para eso”. La que tomo la palabra fue Paula, una treintañera que era la mayor. Junto con Lucía era quienes quedaban de cuando era su jefe. Alta, elegante, morocha con flequillo, adelanto su pie derecho al tiempo que decía con una sonrisa “dale chupamedias date el gusto de limpiarme las botas”. Lo que no suponía era que lo iba a hacer con la lengua. Me puse a cuatro patas y me acerque a su bota derecha. Cuando acerque mi boca vi que era enorme. Paula calzaba 38 o 39. Eran botas negras, con tachas y altas hasta la rodilla pero de tacón corrido. Las llevaba por fuera de los pantalones. Como tenían punteras prominentes hacían el pie aún más grande de lo que era. Estaban sucias y algo olorosas. Empecé a dar unos grandes lametazos. Mariela y Valeria quedaron en silencio por unos segundos hasta que la primera exclamo “que increíble, que arrastrado que es. Da asco”. Valeria no dijo nada pero me dio dos patadas en el costado izquierdo, en las costillas. Tenía zapatos de punta fina porque sentí los golpes que me taladraban el cuerpo. Yo mientras tanto seguía lamiendo desesperado la bota derecha que tenía mucho polvo. Una cosa es limpiar un zapato con un cepillo o una franela y otra cosa es hacerlo con la lengua. Hay que pasarla una y otra vez para quitar el polvo. Mientras lo hacía escuche las burlas de las chicas y el taconeo de Lucía que se aproximaba al tiempo que decía “¡que lento que va este inútil! Yo te voy a ayudar a limpiarle las botas a Paula…” Diciendo y haciendo pronto la sentí al lado mío y al momento una presión inmensa en mí cabeza. Me estaba pisando la cabeza fuerte. Me dejé caer en el suelo y quede tendido ante las botas que estaba lamiendo. Hundí la cara en la bota de Paula mientras Lucía movía el pie como quien aplasta un cigarrillo. Ahora estaba refregando mí rostro contra el pie de la morocha. Tenía la lengua afuera de mí y trataba de no morderme para no lastimarme. Siento que luego de lo que me pareció un minuto – seguramente fue menos - Lucía había retirado el pie de mí cabeza. El taconeo me indicó que se iba, seguramente a su sillón. Mientras caminaba me indicó lo que debía seguir haciendo “Arrastrado, seguí rápido con la otra bota de Paula y ofrece tus servicios a Mariela y Valeria”. Paula retiro el pie derecho y adelanto el izquierdo. Me moví unos centímetros y acerque lo más rápido que pude mi boca y empecé a los lametazos en la bota izquierda. Paula también decidió apurarme. Me piso la espalda fuerte y en forma involuntaria gemí. Titubeó un poco pero igual me insultó y amenazó “Mira para lo que servías…para lamernos las botas…inútil. Seguí y límpialas bien que si no te vamos a dar tantas patadas que te vamos a quebrar. ¿Qué tienes que decirme infeliz?”. Yo seguía lamiendo la bota grande y sucia de polvo. Trate como pude de chupar la puntera pero no pude hacer mucho hasta que Paula se dio cuenta y levanto un poco la bota. Le dije ‘gracias’ dos veces y chupe la puntera que estaba muy sucia y algo levantada. Fue un momento apenas porque Paula retiro el pie de mi espalda y el que tenía bajo mí boca para irse a su escritorio. Las otras chicas estaban esperando mis súplicas mientras Paula al caminar a su ubicación y sin mirarme se despidió con su momentáneo perdón, “Arrastrado, hoy te perdono, pero mañana me vas a tener que adular y alcahuetear como hoy de vuelta…no se te olvide…”. Me dirigí a Valeria quien era la chica que estaba más cerca. Al verme dirigirme a su compañera Mariela se dirigió al escritorio, no sin antes convocarme a que la sirviera también a ella “Alcahuete, eres tan inútil y tan lento que no puedo esperarte más. Tengo que trabajar. Ven después a pedirme perdón a mi escritorio y veremos que hacemos contigo.” Valeria me esperaba con una sonrisa. Es la más joven de todas mis compañeras. Adelanto su pie izquierdo y naturalmente supuse que era él quería que limpiase primero. Antes de llegar le suplique su permiso “Permita señora Valeria que con mi asquerosa lengua lama vuestros zapatos para intentar que estén limpios y así demostrar mi deseo de que me perdone y ser su mandadero.” Valeria se rio y apoyo el tacón del zapato izquierdo en el suelo de forma que la puntera quedo bien levantada. Eran unos zapatos marrones de punta bien fina y con una delicada terminación – un moño – en la puntera. Pude vislumbrar sus hermosas piernas y figura por un momento. Me incliné y comencé a chupar la punta de su zapato. Lo hacía con ganas, casi tragándome todo el elegante zapato de Valeria. Eran un número 35, de horma pequeña, y los tenía hasta casi el empeine en la boca. Incluso me trague el moño. Y chupaba una y otra vez. En un momento con un seco “basta infeliz” retiro el pie de mi boca y lo sustituyo por el derecho. Yo inmediatamente lo empecé a lamer con muchas ganas mientras balbuceaba un ‘gracias señora Valeria, gracias”. Ella mientras tanto me humillaba “Nunca vi nadie tan arrastrado. Sabes te convertiste en un cadete viejo y ridículo, das asco. Cada vez te desprecio más. Me dan ganas de seguirte pateando. Quiero ver hasta qué punto te convertís en un gusano. Eres ya un gusano. Solo servís para lamer zapatos y que te pisemos. ¿Qué me decís infeliz? Yo le conteste lo que tenía que contestar, entre lamida, chupada y lamida de sus zapatos. “Gracias señora, solo sirvo para limpiarle los zapatos. Gracias por permitirme hacerlo. Píseme si quiera señora, píseme la cabeza por favor”. Valeria no lo dudo y comenzó a pisarme. Su pequeño pie con un tacón fino abarcaba casi toda mi cabeza. Me aplastaba la cabeza con ganas. Nunca pensé que me tuviese tanta rabia. No escuchaba a Lucía. Suponía que estaba cerca pero no escuchaba sus pasos ni sus palabras. El dolor se hacía cada vez más insoportable. Empecé a gemir. En un momento sentí que se apoyaba con el pie y pasaba el otro. Tenía la cara aplastada contra el suelo. Sentí el taconeo de mí compañera de trabajo alejarse y sus palabras despreciativas. “Hasta luego gusano”. Me quede quieto y sentí ahora sí las pisadas de mí jefa que se acercaban. Sentí su pie que se apoyaba displicente en mí espalda. “Te das cuenta que fácil es que te pisemos. Te das cuenta que te has convertido en la alfombra de tus compañeras. Que todas te pisoteamos. Descansa cinco minutos y anda a alcahuetear a Mariela. Eso sí, no les chupes las medias a ninguna de ellas. Aunque seguro que te has convertido en un reptil tan asqueroso que te morís de ganas de hacerlo. Esa satisfacción me la reservas a mí solamente.” Dicho esto se alejo de mí según me indicaba su taconeo. Estaba muy cansado y me mantuve unos minutos boca abajo descansando. La humillación había sido indescriptible. Sentía asco de mi mismo. Me había acostumbrado a ser el chupamedias de Lucía después de un tiempo, pero ser el lamebotas de mis compañeras era una novedad difícil de asimilar de golpe. Estaba agotado pero no me quería demorar ni hacer enojar a Mariela quien había quedado para lo último. Estaba sentada en su escritorio. Yo me acerque a cuatro patas. Cuando me vio cerca veo que gira y apoya las piernas en una banqueta. Sus pies apuntan a donde yo vengo. Estoy ya a unos treinta centímetros y me detengo. Solo veo las piernas de Mariela enfundadas en un pantalón crema y sus zapatos hacía mí. Mejor dicho, las suelas de sus zapatos. Empiezo que suponer que espera de mí Mariela. Para no irritarla, para que me acepte como sirviente empiezo a rogar. “señora Mariela, disculpe mi tardanza. Perdone mi insolencia, permita que mi sucia lengua limpie las suelas de sus zapatos. Por favor, no me eche.” Mariela es algo mayor que Valeria. Un poco rellenita tiene una sonrisa y un carácter que siempre me parecieron interesantes. Pero ahora me acerco suplicante a la suela de sus zapatos. Ella me empieza a apurar, “dale infeliz”. Acerco mi boca al zapato derecho y lo mueve ligeramente inclinándolo. Lo acompaño y repite el movimiento pero para el otro lado. Muevo mi boca y me voy dando cuenta que quiere verme desesperarme por lamerle las suelas. No la veo pero percibo su sonrisa burlona y despreciativa. “Que viejo inútil que basura. Así que nos vendías a Lucía para que te dejase chuparle las medias. A mí me vas a suplicar que te deje chuparme las suelas de los zapatos. Si no te echo. Arrastrado. ¡Dale!” No me hice repetir y le suplique que me dejase chuparle la suela de los zapatos. En un momento dejo los pies quietos y me pude dedicar a mi trabajo. Empecé a lamer la suela del zapato derecho. Era de puntera fina, números 36 marrones, de pulsera y tenía tacones corridos. Tenía algo de barro en las suelas finas de goma antideslizante. Me era difícil lamerla toda. Pero al menos me comí lo más grueso. Mariela había vuelto a su trabajo y no me prestaba atención. Estuve quince minutos lamiéndole las suelas de ambos zapatos. Me quedo barro en toda la boca. Mi compañera se puso a hablar por teléfono con un hombre y ahí menos atención me prestó. Yo temeroso seguí lamiendo luego de un breve descanso. Pasaba de un pie a otro. Lamía y chupaba las suelas sucias y sentía el olor a polvo, calle y barro. Me dolía la boca y debía seguir mientras hablaba con su amigo. Finalmente dijo en voz alta como para sí pero también para mí, aludiendo a la persona con quien hablaba: “Este sí que es un hombre, no como este gusano”. Me despidió con un “basta, vete” y una patada no muy fuerte en la cara. Solo atine a decir “gracias, señora Mariela por dejarme comer el manjar de sus suelas”. Me echo, harta de mí, “eres tan desgraciado y sumiso que no quiero hoy verte más. Vete.” Descanse unos momentos y me dirigí a la oficina de Lucía. Golpee la puerta y espere su adelante. Entre con la cabeza gacha y no dije nada esperando que me permitiera hacerlo o hablara ella. “La verdad que no pensé que fueses tan arrastrado. Se me ocurrió que a la segunda humillación te ibas a hartar y pedirme que te despidiera. Pero me equivoque. Te has convertido en un felpudo con forma de persona. Así que te vamos a tratar como tal. Por las dudas si te quedabas te aparte una ropa especial. Con esa ropa de vestir fina no vas a seguir más. Ahora vas a usar camisa y pantalón marrón. Para que disimule más la suciedad que te cubre después que te arrastres o te caminen por encima. Vas a tener que lavarte cada rato la cara. Ahora está llena de barro de chuparle o lamerle las suelas a alguna de tus compañeras me imagino. Al mediodía vas a suplicar a cada una que te diga lo que quiere para el almuerzo y si les place, para la merienda. A partir de ahora tú te vas a hacer cargo de esos gastos como compensación porque te permitan trabajar aquí como su sirviente personal. También vas a hacerles todos los encargos que te pidan. Si no estás ocupado en algunos de esos menesteres vas a lamerles los zapatos continuamente. Echado a sus pies por supuesto. O sirviéndoles de alfombra o felpudo. Ahora quiero que me lamas los zapatos un rato y después me chupes bien las medias para agradecerme este favor que te hago. ¡Dale chupamedias, empieza! Me dirigí al escritorio de Lucía y me eche a sus pies. Comencé a lamerle los zapatos con ganas, agradeciendo su bondad, mientras pensaba que me iba a deparar ser el lamebotas de mis compañeras. Una cosa es lamer un par de zapatos y otra ocho. El paso de los días lo dirá.