El chupamedias de la Jefa (2)

Mi jefa Lucía se ha enojado esta vez conmigo y amenaza despedirme. Me pide que le suplique y lo hago. Me ofrezco incluso a servir al resto de las compañeras de la oficina. Se ríe y me anuncia que lo va a pensar.

La jefa me ha llamado a su despacho: “ven ahora alcahuete”.

En su voz noto enojo y molestia. Es raro que por teléfono me llame con el nombre con que me habla cuando estamos solos. Debe estar muy enojada. Voy presuroso. Me cruzo con el resto de los empleados que ya se retiran tratando de irse antes de que nuevamente llueva. Algunos sonríen cuando me ven ir tan rápido. Siento a mí espalda una voz femenina que dice burlona “apúrate chupamedias”. Lo hago. La que me lo dijo no sabe lo que realmente sucede cuando cierro la puerta. Creen que voy a comentarle todo lo que sucede en la oficina a Lucía, la jefa. A veces lo hago es cierto, es que además de ser el veterano ‘cadete’ de la empresa, lo que si siempre hago es adularla, chuparle las medias. Golpeo y entro y me presento como todos los días al mismo tiempo que me arrojo al suelo: “a sus pies mi señora jefa”.

No la veo ahora. Solo percibo el escritorio y sus botas. Son negras de tacones agujas y con punteras finas. Altas hasta las rodillas. Golpea de repente el suelo con un taconazo y el escritorio con una palmada. Lo une a palabras airadas: “¡Inútil! ¡Te tengo que despedir inservible! ¡Solo te uso para llevar sobres y hasta en eso te equivocas! Y a mí me reclaman por vos. Tarado. ¡Y pensar que antes eras mi jefe, inútil!”.

Permanecía escuchando congelado en el piso. Siento el taconeo. Se coloca a mí lado y empieza a patearme. Me golpea en las costillas. Primero con un pie y luego con el otro. Las punteras de sus botas me taladran el cuerpo. Atino solo a decirle “gracias, gracias, me lo merezco”. Me empieza entonces a pisotear la espalda. Con un pie con otro. Siento los taconazos por todos lados. Son unos momentos nomás. Resopla y me aplasta la cabeza contra el piso. Me está pisando la cabeza con ganas. Pego el rostro contra el suelo y gimo por la presión. Me duele la cabeza. No apoya el tacón pero me duele porque está afirmando el cuerpo. No veo nada, solo el suelo, todo oscuro en la penumbra de la tarde. Siento como Lucía mueve su pie sobre mi cabeza. Pareciera que aplasta un cigarrillo. Es un minuto, tal vez más. Retira el pie y siento el taconeo a su escritorio. Se sienta nuevamente. Me duele la cabeza y espero que me dé indicaciones. Resopla y me habla. “A ver si me servís ahora para algo. Arrástrate a limpiarme las botas. Que me queden brillantes. ¡Dale felpudo!”. Me arrastro como puedo. Me duele todo el cuerpo y la cabeza aún más. Voy pegado al piso y veo agrandarse las botas de Lucía. Me doy cuenta que la lluvia le dejo adheridas manchas a empeines y punteras. Mi lengua va a tener que trabajar rápido para dejarlas como mi jefa se lo merece. Siento su voz enojada de vuelta. “Dale lame botas, que en media hora me tengo que ir a reunirme con el gerente general.” Ya estoy cerca de sus botas. Murmuro para que sepa mí conformidad. “Sí, gracias jefa Lucía por poderte servir”. No me contesta y comienzo a lamer su bota derecha. Doy grandes lengüetadas por toda la capellada. Subo un poco a la caña pero la veo limpia. Me como el polvo. Muevo la cabeza y voy a la izquierda. Está un poco más sucia pero con algunos lengüetazos queda mejor. Quedaron limpias las capelladas. Bajo la boca y chupeteo la puntera. Lucía se da cuenta y levanta el pie apoyando el tacón. Ahora me queda más fácil succionar la punta con mis labios. Tiene más polvo y está más desgastada. La chupo desesperado. Se me llena la boca de la bota de mí jefa. ¡Si me vieran mis compañeros! No me la puedo tragar toda pero me gustaría. Miro y la veo algo reluciente por mi saliva. Al instante levanta la otra bota, la derecha. Con la izquierda me da un taconazo.

“Dale, rápido chupa botas”. Me trato de apurar. Chupo más desesperado la bota derecha. Trago algo feo. No me importa, sigo chupando. Mueve el pie y saca la bota de mí boca. Me duele por lo brusco del movimiento. Emito un quejido pero supongo que Lucía no escucho nada. Ahora me indica la próxima tarea:

“¡Burro, las suelas!”  Me pongo boca arriba rápidamente. Apoya primero el pie derecho en mi cara. La refriega con ganas. Procede como si se limpiara la suela de la bota contra el cordón de una vereda. Yo atino a sacar la lengua. Por un momento la detiene. Sé lo que tengo que hacer ahora. Empiezo a dar lametazos. Como sé por experiencia, la lluvia deja adheridas a la suela mucho más polvo que de costumbre además de briznas y pelos. Lamo y me como todo.

Retira el pie y lo sustituye por el otro. Igual procedimiento. Para ella no hay un rostro a sus pies. Hay un objeto para que le limpie las suelas. Me refriega otra vez la cara. Me duele y la siento muy sucia. Me aplasto la nariz sin querer cuando la apoyo sobre la boca. La detiene y como la anterior me dedico a lamer. Tengo toda la boca llena de mugre. Fueron unos pocos minutos pero me parecieron muchos. Me habla aburrida nuevamente:

“Tacos, felpudo”. Automáticamente abro bien grande la boca deseando que no me lo clave en la mejilla o en las comisuras. Tengo suerte, me entra en la boca el tacón izquierdo que chupo con ganas. Me lo introduce y lo quita despacio. No me quiere lastimar aunque alguna vez lo ha hecho. Cambia al derecho al que succiono también. Tampoco me lastimó con el tacón afilado.

Me habla nuevamente. “Inútil, basta. ¡Eres tan despreciable que hasta disfrutas!  Pensar que al principio ponías cara de asco. Descálzame rápido y chúpame las medias un poco que me tengo que ir”.

Como puedo me levanto un poco del suelo. Tomo la bota derecha y se la quito con cuidado. Lucía me mira con una mezcla de burla y desprecio.

“Dale infeliz. Tengo ganas de echarte de una vez. Quiero escuchar que me suplicas que no te eche. Quiero escuchar que me suplicas chuparme las medias.”. No me hago repetir.

“Jefa, por favor, no me eche. Jefa Lucía por favor le suplico déjeme chuparle las medias. Déjeme seguir alimentándome de las suelas de sus zapatos. No valgo nada, soy una basura que no merezco ni que me pise. Pero se lo pido por favor: sígame pisando. Déjeme chupar sus deliciosas medias. Si usted lo desea y le divierte présteme a las demás compañeras de la oficina para que se diviertan a su vez conmigo si quieren que me arrastre a lamerles los zapatos a ellas también”.

Lucía estiro el pie derecho y le empiezo a chupar desesperado panza abajo el pie con media y todo. Tienen el aroma de haber estado todo el día encerrado en el cuero del calzado. Le chupo los dedos a través de la media. Le gusta, se que a Lucía le gusta. La adoro, a mí también me gusta saborear sus medias sudadas. Son solo unos momentos. Me dice “Basta, la otra”. Tomo la bota derecha y se la calzo apoyándola en mí pecho. Repito el procedimiento con el pie izquierdo. La descalzo con cuidado y comienzo a chupar el sudor de sus medias. El empeine, los costados y los dedos. Lo bueno dura poco. Me patea el hombro izquierdo acompañado de la frase de la despedida “deja chupamedias que me tengo que ir”. Le calzo la bota izquierda como la derecha, afirmándola en mi pecho. Dejo y me arrojo al suelo cabeza abajo. Lucía tomo una carpeta del escritorio y comenzó a ponerse el abrigo. Me anuncia mientras tanto: “quédate quieto ahí que te quiero pisar cuando me voy. Hoy no te voy a echar, mañana no se…”. Mientras dice eso se ríe. Se acerca y pisándome la espalda pasa por encima de mí usándome de alfombra. Solo atino a decirle, “gracias ama y jefa”. Se detiene un momento, siento su mirada que no veo boca abajo. Escucho sus palabras de despedida:

“Cada vez eres más arrastrado, más alcahuete, más despreciable. Tal vez puedas divertirme un tiempo más. Si tus compañeras aceptan tus serviles servicios, usarte de felpudo, que les lamas las botas, puedas quedarte un tiempo. Me va a gustar verles las caras de sorpresa y desprecio, cuando le supliques hacerlo…”.

Las últimas palabras las dijo ya dirigiéndose a la puerta. La abrió y la cerro tras de sí. Sentí el taconeo mientras seguía boca abajo en la habitación ya completamente en la penumbra.  Me mire al vidrio y vi mí cara sucia, embarrada después que Lucía la usara de felpudo. ¿Me ofrecerá al resto de las empleadas para que me humillen como lo hace ella?