El chupamedias a merced de sus compañeras (5)...

Mi Jefa Lucía va a estar casi todo el día fuera de la oficina. Así que voy a quedar a cargo del resto de mis ex compañeras. Tenía miedo de quedar solo pues sabía que en la primera ocasión aprovecharían para ajustar cuentas conmigo por mi tareas de delación con la Jefa...

La llovizna de la noche anterior me hizo ir antes a la oficina. A las siete ya estaba ahí preparando el café y los desayunos. Lucía iba a pasar un momento por su despacho antes de irse de negocios. Iba a pasar temprano. Eran las ocho cuando sentí su taconeo por el corredor. Le había dejado ya en su mesa auxiliar cubiertas las tostadas y a la mano la cafetera.

Automáticamente me tendí en el suelo para servirle de alfombra si así quería. Tome la precaución de hacerlo cerca de una columna para qué pudiese apoyarse en ella cuando caminase arriba mío. Abrir la puerta y caminar por mi espalda fue un momento. Le gustaba pisotearme siempre que podía y se lo había tomado como algo de rutina. Yo ni me quejé. Sentí sus filosos tacones que me perforaban. No me respondió cuando la salude a la entrada con un “buen día Lucía”, ni cuando luego de caminar sobre mí le di las gracias.

Se dedicó a revisar sus papeles y yo me di vuelta en el piso y a cuatro patas me dirigí a lamer como todos los días su calzado. La lluvia le había mojado algo las botas negras que llevaba puestas. No eran las más nuevas pero estaban muy elegantes. Más allá de alguna brizna no tenía más que limpiar de la capellada. Le succione las punteras tratando de incomodarla lo menos posible. Hoy está apurada y no quiero distraerla. Empecé a lametear el borde de la suela de la bota derecha. Quiero limpiarla y así Lucía va a levantar los pies mecánicamente. Lo hace. Como me suponía tiene barro producto de la lluvia. No puedo lamer con fuerza porque por ahí la distraigo así que trato de chuparlo. El barro tiene gusto feo pero estoy acostumbrado. Luego de quitar lo más grande ahora sí lameteo. Al final queda el color gris natural de las suelas gastadas de cuero. Lucía generosamente levanta su pie izquierdo y sigo con mi trabajo. Esta está algo menos embarrada y termino antes. Lo hago justo a tiempo porque la escucho exclamar “¡Se me hizo tarde infeliz!”. Se levanta y se dirige a la puerta mientras me dice con sorna y algo de afecto, “Yo voy a  trabajar con esta lluvia y tu bajo techo felpudo…”. Siento el taconeo y me levanto a seguir mis tareas. Ya son casi las nueve y mis ‘compañeras’ están por venir. La llovizna hace rato que dejo paso a la lluvia y voy a tener que servirles de felpudo de forma más aplicada que de costumbre. Les preparo a cada una su desayuno. Para hoy me habían pedido café y jugo de naranjas las tres más tostadas con jalea. Es una suerte que para las tres sea lo mismo.

La primera en llegar es Paula. Como es la más antigua cuando Lucía no está cumple extraoficialmente el papel de encargada. Está de aquellos tiempos que me parecen tan lejanos en que era jefe yo de ambas. Pero eso es pasado. Ahora mi ex subordinada me basurea todas las veces que puede. Me echo a sus pies y la siento que se limpia las botas en mi espalda. Lo hace con ganas. Restregando sus suelas y haciéndome doler mucho. Es una mujer alta y grande. Pesa bastante y me quejo aunque no quiera. Suerte que hoy se calzo las botas negras de tacón corrido. Si fueran de tacones finos creo que estaría a los gritos. Se baja y me humilla, “basura, hoy vas a estar a solas con nosotras. Ahora vas a ver lo que es bueno, alcahuete, buchón”. Te das cuenta que ni para felpudo servís inútil. Que poca cosa que eres, larva”.    Quédate ahí que ahora vienen las chicas, burro”.

Me quedé tirado en el suelo con el cuerpo todo dolorido. Sentí el taconeo apresurado de Valeria y Mariela tratando de llegar a tiempo a la oficina. Entra primero Mariela y afirma un pie en mi espalda con rabia. Siento el tacón que me perfora. Grito aunque no quiero. Ya está Valeria al lado de mi cara y me patea el rostro con la suela, “Cállate gritón”. Me aguanto como puedo y gimo. No fue muy fuerte pero me dolió bastante. Mientras tanto Mariela se había parado en mi espalda y restregaba las suelas de sus botas en mi espalda por unos segundos. Se bajo al tiempo que me decía, “Inútil, te mueves tanto que no me puedo limpiar. Anda a terminar de limpiarme las botas cuando me desayune”. Su lugar en mi espalda lo ocupó Valeria que restregó también sus botas apoyando su mano en la columna. Luego de eso me empezó a pisotear la espalda alternando un golpe con un pie y otro. Mientras lo hacía  y yo gemía levemente me basureaba “eres de lo más bajo que hay en el mundo, mira que servirle de felpudo a los demás. Nunca pensé que existiese gente así. Te das cuenta que das asco, felpudo humano, de das cuenta que te despreciamos cada vez más.” En un momento se detuvo, tal vez cansada, y se bajo de mi espalda mientras me decía, “felpudo, ve a terminar de limpiarnos los zapatos como te corresponde. Pero déjanos desayunar tranquilas.”

Sentí un alivio ante sus palabras. Podía limpiarme un poco, arreglarme la ropa –  ya que a mis  “compañeras” – les molestaba verme muy sucio más allá de que ellas eran las responsables. Tendría unos veinte minutos, tal vez alguno más antes de debe ir a tenderme a sus pies para iniciar el ritual cotidiano de lamerle el calzado.

Al rato estaba ahí. Ellas y yo nos habías acostumbrado a mi cotidiana lamida de sus zapatos. Me avergüenza confesar que me esmeraba en hacerlo. Si, los lamía con gusto. Tal vez porque quería servirlas como me decía Lucía. Tal vez porque quería que no me golpearan. A varios meses de iniciada mi sumisión absoluta a mí jefa y a sus tres subordinadas ellas ya ni me miraban hacerlo cuando estaban ocupadas en algo que consideraren  más importante. Golpee antes de entrar a su oficina y escuche que estaban hablando animadamente entre ellas. Ninguna me contestó porque abrí su puerta y pase. De inmediato me arrodille y me puse en cuatro patas para dirigirme debajo de la mesa. De esa forma me moví hacia las botas de Paula. Era la que estaba de encargada y debía mostrarle mis respetos. Tenía las botas sucias de la lluvia y el barro. Me dedique a lamérselas con muchas ganas. Es la encargada y soy el servil lamedor de botas de la oficina. Es lo que ella espera todos los días de mí. Comencé por la caña de la bota derecha, la parte menos sucia para luego dirigirme en rápidas lametadas al pie en sí mismo. Sentía la humedad y veía el polvo y las briznas que manchaban el calzado de mi encargada. Me apresure, estaban todas entretenidas en la conversación y no me prestaban atención, pero lo harían si me demoraba. Las botas de Paula eran las más grandes que debía lamer y limpiar. Lamí su borde para indicar que las levantara y seguir con la suela pero no lo hizo. No insistí porque me di cuenta que si lo hacía me iba a dar un puntapié. Repte hacía Valeria que estaba antes que Mariela. No prestaba atención a la conversación, no debía hacerlo pero las tres jóvenes se reían de sus propios comentarios. No me prestaban atención a mí y eso era algo bueno. Llegue a los piecitos de Mariela y comencé a lamer sus pequeñas botas marrones. Eran de tonalidad clara y estaban sucias las punteras. Se las empecé a chupar justamente por las puntas para dejárselas más presentables. Displicente apoyo su pie sobre mi espalda sin presionar. En realidad me estaba usando de alfombra. Cambio un pie por otro para que siguiera mi tarea en forma mecánica. Lamí suavemente sus bordes pero al igual que Paula tampoco levanto el pie. Yo tampoco insistí. Me dirigí a los pies de Valeria. Sus botas de charol negras eran altas y estilizadas. Las limpié con muchas ganas porque podía vislumbrar las hermosas piernas de su propietaria que había decidido usar falda. Cuando levanto uno de sus pies para apoyarlo en mi espalda pude verlas aún mejor. Una de las botas tenía barro en el borde cerca de la suela la que lamí con dedicación. También le succione las punteras.

Mis ‘compañeras’ ya habían terminado el desayuno y con un golpe de cubierto en la mesa me avisaron de que debía recoger el servicio. Esperaba que me dejaran las sobras pero nada había quedado. No les dije nada naturalmente pero desde la noche anterior que no comía algo y ya tenía hambre. Pedí permiso y comencé a recoger. Cuando iba por el pocillo de Mariela que vi con deseo que tenía algo de borra  y café, al verme su propietaria lo tomó y lo volcó en la papelera. Aprovecho para insultarme. “Inútil, haces el café mal a propósito para que dejemos mucho, traidor, siempre traidor”. Naturalmente que no le dije nada y me dirigí a Paula en forma sumisa, “¿Mi encargada quiere que le siga lamiendo las botas o que haga alguna otra tarea?”. Paula se rió con desprecio. “¡Que repulsivo alcahuete y chupamedias que eres, viejo basura! Hoy vas a empezar a pagarnos todas las veces que fuiste con cuentos a Lucía. Anda a buscarnos el almuerzo y después te pones a hacer nuestro trabajo que nosotras estamos ocupadas. Y lo haces bien. Y con ganas. ¡Fuera de nuestra vida lambe botas!”.

Musite un “gracias señora encargada” y más rápido que ligero me dirigí a hacer los mandados de mis ‘compañeras’. Primero me puse a hacer el trabajo de ellas. Sabía que me iba a atrasar con el mío pero vería después como lo solucionaba. Me concentré en el trabajo y traté de no pensar en el castigo que me estaban anticipando. Dos horas después, al mediodía fui a la casa de comidas donde ya había pedido el almuerzo de las tres mujeres. Verifique que era lo que les había solicitado y pague con mí dinero como hacía siempre desde hace unos meses. Estaba nublado y tal vez tendríamos nuevamente lluvia. Me apresure y me dirigí a la relativamente amplia sala donde mis tres ‘compañeras’ iban a almorzar. No se habían movido prácticamente de ahí desde la mañana. Hicieron algún trabajo imprescindible y volvían al lugar siguiendo con su conversación. Vislumbre que hablaban del próximo casamiento de Valeria.

Calenté la comida, se las serví junto con las bebidas. Aprovechando que no estaba Lucía me habían encargado una botella de vino. Eso las hizo ponerse alegres y agresivas al mismo tiempo. Yo esperaba pacientemente sus indicaciones de pie mientras observaba con deseo lo que almorzaban. Esperaba que me dejaran las sobras. No lo habían hecho desde la tarde del día anterior y tenía hambre. Lucía me rebajo el sueldo y además me obligo a pagarles los almuerzos y meriendas a todas. De ahí que estuviese pendiente siempre de lo que me dejaban en los platos. Luego de los postres vi que se miraban entre ellas. Se dirigieron al sofá y ahí llevaron sus platos. ¿Qué harían? Se sentaron y me ordenaron que les arrimase una banqueta de madera larga para que pudieran descansar sus pies. Me extraño que no me ordenaran que me echara como una alfombra para pisarme. Luego de que cumplí su pedido me ordenaron que me alejase un poco, hasta la puerta, lo que por supuesto realicé.

Hecho esto pusieron sus platos con cuidado en el piso y se dedicaron a pisotear riéndose las sobras con las suelas de sus botas. Ahí me di cuenta de lo que me esperaba. Levantaron sus piernas y las apoyaron sobre la banqueta con los pies un poco por fuera de la misma. Paula y Valeria prendieron cigarrillos mientras conversaban y Mariela se puso a ojear una revista femenina. Me quede quieto pero veía ahí mi comida. Aplastada en las suelas de mis ‘compañeras’. Paula con una sonrisa de desprecio me hablo viendo como me pasaba la lengua instintivamente por los labios. “Gusano, larva, arrástrate hasta nuestros pies que te vamos a dar de comer como mereces. Suplica y pedí por favor que te dejemos comer de nuestras suelas, infeliz chupasuelas.” Con mucha hambre y sintiéndome muy poca cosa me arroje al suelo y comencé a arrástrame mientras suplicaba. “Por favor mis señoras permitan a este inútil lamebotas y lamesuelas alimentarse de lo que ustedes pisan. Por favor mis señoras que tengo mucha hambre y quiero saborear lo que vuestros pies han hecho más rico.”  Se reían mientras me arrastraba pegado al suelo dirigiéndome a los pies de Paula. Me puse a cuatro patas con mi rostro mirando a la encargada comencé a lamer de su suela derecha. Con la comida aplastada había también barro que lamí desesperado. Paula me apuraba y me hablaba mal, “Dale infeliz, límpiame bien las suelas que te guarde el barro, muerto de hambre”. Tenía razón, estaba muerto de hambre y lamía las enormes suelas sucias  de las botas de tacón corrido que calzaba. Pase mi lengua por la suela y el tacón corrido. Me comí todo y moví la cabeza para hacer lo mismo con la bota izquierda.  Paula cambió el humor y comenzó a reírse mientras me decía que nunca había visto a alguien tan desgraciado. Yo le agradecía. No estaba del todo limpia la bota izquierda, todavía creo que algo más podía succionar cuando me golpeo con fuerza en la cara y me ordeno que siguiese con las otras dos mujeres. Me miraban y se reían mientras me insultaban. “Arrastrado, nunca vimos a nadie tan bajo y servil como vos”. Me decía Valeria. Al momento hice caso de Paula y me aproxime a las botas de Valeria que me estaba basureando. Había pisado algo con salsa de tomate porque tenía mucho rojo. Me lo comí por supuesto. También aproveche a chuparle los tacones altos de sus botas de charol. Valeria se fijo en eso y aprovecho para insultarme. “Pareces un marica chupando miembros, infeliz”. Yo por supuesto que no le contesté mientras seguía comiendo de sus suelas. Aprovechaba para ver sus hermosas piernas. Lo hice en forma algo evidente porque en un momento retiro el pie derecho para tomar impulso y me pateó el rostro fuerte. Me asusté y grité un poco. Me dolía mucho la cara por la patada. Ella enojada me miró y me insultó. “Perro atrevido. No me mires las piernas. Son para mi novio y no para un felpudo humano como vos. Aléjate tarado que ya vamos a arreglar cuentas. ¡Seguí con Mariela, limpiasuelas!”.

Dolorido y musitando un “perdón, perdón”, me moví a cuatro patas a lamer las suelas de las botas de Mariela. Estaban deliciosas. Me parece mentira decir eso pero es como me parecían. Aunque tenían más barro que las otras entre las suelas de goma que debía limpiar como podía tenía algunos restos de carne que hacía mucho tiempo no probaba. Mariela no me miraba mientras ojeaba su revista y escuchaba el enojo de Valeria que acompañaba Paula. El vino seguramente las estimulaba. “Dale perro, limpiabotas, seguí lamiendo  y comiendo infeliz de nuestras suelas que te vamos ahora a dar tu merecido, tarado, atrevido, desagradecido”. Me comí todo y seguí lamiendo desesperado a ver si me perdonaban mis éx ‘compañeras’. Por sus rostros vi que no.

Me ordenaron que me pusiera de rodillas frente a ellas. Se pararon indolentes y Valeria en lugar de Paula tomo la voz cantante. “Amigas, este gusano arrastrado tuvo la osadía de mirarme las piernas. Quiero darle su merecido y ayudarlo a bajar la comida. Vamos a patearlo en la barriga.” Sin decir más empezó ella y me pateó con fuerza en el estomago. La puntera de su bota penetro en mis carnes mientras yo gemía. Se acerco Mariela y sin esperar que me recuperara me dio un puntapié a su vez. Cuando estaba asimilando este segundo golpe se acercó Paula y me pateó con mucha fuerza. Grite y me doble. Valeria me siguió pateando y una de ellas me pego en la cara, cerca de la boca, partiéndome el labio. Mariela se arrimo y me pateo nuevamente. Eran como una jauría que me golpeaba. Caí boca arriba dolorido y me dieron algún puntapié en las costillas pero empezaron a pisotearme. Lo hacían con fuerza mientras me quejaba. No tenía ya fuerzas casi para quejarme. Paula puso un pie bajo mi nuca para que me sirviese de respaldo e invito a Valeria a que se parase sobre mi cara. No querían desnucarme, solo humillarme y castigarme todo lo que podían. Sentí la bota debajo de mí nunca y en un momento la bota derecha de Valeria se afirmo en mi boca, en un rápido movimiento la izquierda sobre mis ojos. Escuchaba que le preguntaba a Paula, “¿no lo mataré a esta basura?”. Yo ya no podía ni gemir. Solo veía las botas de Valeria sobre mi cara y apenas podía vislumbrar sus hermosas piernas. Sentí que se movía sobre mi cara aumentando aún más mi dolor. Me restregaba ambos pies en mi cara moviéndolos de derecha a izquierda mientras continuaba pisoteándome la cara.  Las otras dos me pisoteaban el pecho y el estómago. No sé cuánto tiempo estuve así, no mucho. Me empecé a desvanecer del dolor y del peso que debía soportar en mi cuerpo. Se ve que en algún momento perdí el sentido. En un momento se bajo de mi rostro Valeria. Las otras dos bajaron a su vez sus botas de mi cuerpo y las tres me observaban. Libre mi cuerpo me fui recobrando y comencé a toser. Paula me miro y me ayudo a ponerme en cuatro patas. Me arrimaron la cubeta y vi que tenía más agua. Me permitieron que la tomara con las manos y bebiera. Paula tomó nuevamente la voz cantante. “Escúchame gusano. De lo que paso y va a pasar nada a Lucía. No queremos que nos vendas más”. Si lo haces te vamos a matar en serio. De alguna forma lo haremos. Y como no eres nada, solo un felpudo humano a nadie le va importar. Te damos media hora para que te vayas a limpiar, eres un asco y un inútil que no aguanta nada, viejo lamedor de botas”. Ven antes y te daremos un premio por ser tan gusano y larva.” Luego de tomar casi toda el agua me dirigí al baño a lavarme e higienizarme. Me mire al espejo del baño. Realmente daba asco. Tenía la cara rojiza con restos de comida y mucho barro. Seguramente cuando Valeria me uso la cara de felpudo me embarro todo el rostro.  En veinte minutos estaba de vuelta en el comedor junto a la encargada y las ‘compañeras’. Me pare ante ellas respetuoso.  Las tres me miraban, seguramente escudriñando si me había recuperado de qué me aplastaran la cara durante minutos los setenta kilogramos de Valeria y sus botas de tacones finos.

Paula tomó nuevamente la palabra. “Mira lamebotas. Ahora vas a disfrutar de tu premio y luego te vas a trabajar que cuando hoy a última hora venga Lucía y no estemos esté todo nuestro trabajo al día. Tal vez venga mañana de mañana y tengas mayor tiempo. Pero no te confíes. Ahora arrastrado tu premio va a ser  descalzarnos con cuidado y te vas a dedicar a chuparnos las medias a las tres”. Me estremecí. Lucía quería que fuese solo su chupamedias y no el de ellas. No sabía cómo negarme. Paula se dio cuenta y enseguida se anticipó. “Larva, este es tu premio. Nosotros también queremos disfrutarte como chupamedias. No le digas nada a Lucía y punto. Ya te lo dije. ¡Y dale, arrástrate a chuparnos las medias y quiero escuchar cómo nos suplicas, felpudo!”. No me pude resistir. Me arrodille primero y me empecé a arrastrar a las botas de Paula. Ella estiro sus pies y yo tome la bota derecha primero. Se la quite y descubrí su pie calzado con una media negra. Le empecé a chupar los dedos y a saborear el gusto de su pie. El aroma era fuerte. Seguí chupando. Mientras lo hacía se reía y  decía a sus dos amigas, “La verdad que es una satisfacción que te chupen así las medias que no nos permite Lucía. Cálzame y seguí perro con el otro pie”. Hice lo que me decía. La descalcé y le comencé a chupar las medias. Después de diez minutos se aburrió y me ordenó que la calzara y que siguiera con las otras dos. La calcé y me despidió con una patada suave en la cabeza para apurarme en mí próxima tarea. Me acerque a cuatro patas a Mariela. La descalcé, no levanto los pies del piso y comencé también a chuparle las medias. Le hacía cosquillas de alguna forma porque sentí que se reía un poco. No sabía cómo lo tomaría así que le cambié el lugar de chupada al empeine. Me gustaron más sus medias que las de Paula pero no me atreví a decirlo. Tal vez porque sus pies eran más pequeños o las medias no eran de lana. Estaba aburrida o no quería más cosquillas por lo que en un momento saco el pie y me indico que fuese a chuparle las medias a Valeria. Lo hice. Me encaminé siempre a cuatro patas y la descalcé. Le empecé a succionar los dedos  Las medias estaban deliciosas. Para mí después de comer barro y basura el sabor de un pie sudado a través de unas medias me parecían un manjar. Valeria a los minutos comentó a sus compañeras. “Que placer que te chupen las medias como lo hace este felpudo humano. Casi hasta le perdono que me mire las piernas babeando como el infeliz que es”. Y luego dirigiéndose a mí me pateo la cara suavemente y me advirtió de dos cosas que tenía que tener presente que no debería contarle nada de lo que me habían hecho a Lucía, la pateadura, el pisoteo de la cara y las chupadas de medias que me obligaron a hacer y de que iba a pensar de usarme en su despedida de soltera y de empleo en el próximo mes. Asentí con la cabeza rogando para mí que se fueran pronto y que me dejaran terminar su trabajo para que Lucía no se molestase con ellas.

Mis esperanzas se cumplieron y mis ‘compañeras’ se fueron a la hora en punto aprovechando que no estaba Lucía. Me quede trabajando para ellas. No en vano había disfrutado en chuparles las medias a las tres. Estaba solo y me atreví a sentarme en una silla y comencé a pasar formularios. Eran casi las nueve de la noche cuando sentí un taconeo que reconocí en seguida. Eran los tacones y los zapatos de Lucía que se aproximaban y resonaban en el silencio. Rápidamente apague la computadora, el trabajo estaba casi terminado y espere dar una respuesta satisfactoria a Lucía sin mentirle y a su vez sin delatar a mis ‘compañeras’ para dar razones de porque estaba aún en su oficina.

Estaba advertida por la luz de que alguien estaba, igual golpeó antes seguramente por precaución. Me vio y me pregunto qué estaba haciendo. Me arrodillé como señal de respeto y le dije que estaba terminando mi trabajo, que me había quedado porque estaba muy lento. Me miro y vi en su mirada que estaba cansada. No le dio para decirme nada. Solo fue a su sillón y me ordenó que la sirviera, que estaba cansada y que si se dormía la despertara suavemente chupándole los pies no más allá de las diez. Igualmente debía limpiarle las botas con polvo de toda la jornada de lluvia que las habían dejado sucias. Naturalmente que la obedecí lo más rápidamente que pude. Me puse a cuatro patas y repté hasta abajo del escritorio y me puse a lamerle las botas. Lucía se recostó en el sillón y como apenas se movía me pareció que se había dormido o estaba por hacerlo. Yo me dedique a lo mío. Después de tiempo de hacerlo este ‘trabajo’ de lamebotas me había empezado a gustar – aunque parezca mentira –  y lo hacía con grandes y suaves lameteadas a las negras botas de mi Jefa. Les chupaba las punteras con gusto, me dejaba hacerlo al estar dormida. En un momento pude empezar a lamerle con cuidado las suelas que estaban bastante sucias como era de esperar. No las pude limpiar mucho porque levantaba los pies poco, apoyados en los tacones y yo no quería despertarla de improviso. A las diez seguía dormitando por lo que suavemente la descalcé de la bota izquierda y comencé a chuparle los dedos del pie. Tenían el aroma de toda la jornada y me parecían deliciosos. Empezó a moverse un poco y a balbucear suavemente. Le descalcé el otro pie y repetí el procedimiento. “Lamebotas y chupamedias” pensé para mí, completo sirviendo a mi Jefa. Se despertó suavemente y me dijo aún adormecida, “Cálzame  chupamedias y lamebotas, que me tengo que ir”. Lo hice y me quede a cuatro patas. Lucía se levantó del sillón y se fue pero antes me dijo, “Mañana me cuentas bien como les fue hoy sin mí en el trabajo y como te trataron las chicas”. Le conteste automáticamente que sí mientras tragaba saliva. Mañana sería otro día de mi servicio a mi Jefa y mis ‘compañeras’.