El chulo que se convirtió en esclavo

Pedro quería una pareja, y Daniel aprovecharse de un tío con dinero. Sin embargo, los planes de éste no salieron como él quería y acabó convirtiéndose en la putita de un hombre maduro que no estaba dispuesto a dejarse engañar.

Pedro celebró su cincuenta cumpleaños gracias a que su secretaría había organizado una fiesta sorpresa. Fue un ágape poco antes de la hora de comer donde recibió un emotivo regalo por parte de sus empleados. Después decidió tomarse el resto del día libre aunque no tenía más planes para un día tan especial. Llegó a su chalet en una lujosa urbanización de Madrid, aparcó su Range Rover y al bajarse y dirigirse hacia la planta baja desde el garaje se fue aflojando la corbata. Entró a la cocina para echarse una copa y en la encimera encontró una nota de su asistenta felicitándole e indicándole que le había preparado una tarta. Pedro sonrió, pero al poco recriminó el detalle porque Mayela sabía que no la iba a compartir con nadie. Se sentó en el sofá del salón, cogió la tablet y miró el correo de su cuenta personal. Leyó una felicitación por parte de una red social para conocer hombres y entonces recordó que tenía un perfil que prácticamente no usaba. Clicó sobre el link que le llevaba a la página y se le ocurrió que a través de ella podría encontrar alguien con quien pasar el resto del día.

Le había gustado a un tal Daniel de treinta años que le atrajo por las fotos, así que Pedro se animó a escribirle. Comenzaron una conversación sobre cosas típicas que les llevó a querer quedar esa misma tarde. Pedro se fue al baño para darse una ducha y el espejo captó su atención. Pensó al verse reflejado que los cincuenta le sentaban bien. Ya teñía alguna cana en su cabello o en alguno de sus vellos del pecho. Éste estaba firme al igual que su vientre. No tenía músculos ni los echaba de menos. El gimnasio le había aburrido siempre y su condición física se había debido a su afición al pádel. De ahí sus fornidas piernas cubiertas de una espesa y oscura capa de pelo. Se miró la polla flácida que le colgaba entre los muslos. Le hubiera gustado tenerla más grande, pero al menos era gorda y sin circuncidar. Nunca le había dado por medírsela, pero decretó que estaba en la media y no tenía por qué avergonzarse.

Se vistió con prendas informales y condujo hasta la salida de la parada de metro donde había quedado con Daniel. Al saludarse percibió su acento extranjero aventurándose a adivinar que era venezolano. Daniel asintió orgulloso. Caminaron por un conocido parque de las afueras de Madrid y luego cenaron en un asador. Fue con la primera copa de vino cuando Pedro confesó que era su cumpleaños, lo cual provocó que Daniel se levantara de la mesa y le diera un abrazo. Percibió sus fuertes brazos y al regresar a su asiento Pedro le miró sonriéndole. Era más guapo que en las fotos. Moreno, de pelo rizado y unos rasgos aniñados en su rostro que no le hacían especial, pero a los ojos de Pedro era un hombre muy atractivo. Al llegar la cuenta el empresario sacó la cartera y pagó con una de sus tarjetas. Después dieron otro corto paseo y Daniel le dijo que le encantaría repetir.

Lo hicieron al día siguiente, aunque esa noche tras la cena habían hablado por WhatsApp hasta las tantas diciéndose lo bien que se habían caído y la conexión especial que ambos habían sentido. Fue por ello que a Pedro la mañana se le hizo larga al desear que llegara la hora a la que había quedado con el hombre que podría suplir la única carencia que creía sentir en su vida. Por fin se reunieron y el saludo fue un abrazo con un cariñoso beso en la mejilla. Pedro le llevó a ver varios sitios emblemáticos de la capital que el otro no conocía porque apenas llevaba un par de semanas en España. Le invitó a cenar en una taberna típica y se despidieron con otro afectuoso beso en la mejilla. Volvieron a hablar esa noche cada uno desde su cama diciéndose cuánto les apetecía repetir. Daniel se atrevió a pedirle que al día siguiente le llevara a una marisquería que él conociese. Cumplió su deseo y al llegar la cuenta observó que el joven no tuvo intención alguna de pagar. Era la tercera cena a la que le invitaba y a Pedro le extrañó. Un pensamiento desafortunado se le pasó por la cabeza y el otro lo percibió. Quizá fuese por ello que esa noche al despedirle desde el asiento del copiloto en la puerta de casa de Daniel, éste dio un paso más y le besó en los labios.

Tras dejarle el maduro hombre llamó a su secretaria por el simple hecho de que no tenía amigos y ella se había convertido en su confidente. Le contó acerca de Daniel y escuchó lo que él se temía. Margarita le aseguró que ese tío se estaba aprovechando de él confirmando así sus sospechas. Lo quiso consultar también con la almohada y entre bostezos decidió ver hasta dónde iba a ser capaz de llegar el otro. Los días fueron pasando en las mismas circunstancias: quedaban a media tarde, visitaban sitios y cuando llegaba la hora de cenar Daniel sugería, pero nunca pagaba. Una de esas noches en el coche cuando se marchaban cada uno a su casa, Pedro le besó en los labios con algo más de pasión intentando meter lengua al tiempo que le acariciaba la entrepierna. Daniel le correspondió tan solo unos segundos excusándose en que se le hacía tarde para llamar a su madre por teléfono ya que ella vivía en Caracas y no tardaría en marcharse al trabajo. Pedro se convenció.

Por eso ya no le escribió esa noches esperando cuál sería la reacción del otro, creyendo que no volvería a dar señales de vida porque había sacado unas cuantas cenas gratis y sabía que no iba a conseguir nada más sin ofrecer nada a cambio. Daniel no escribió hasta pasados dos días, tiempo suficiente para que Pedro hubiese pasado página con algo de rabia e impotencia por pensar que se había dejado utilizar. La propuesta de Daniel fue que le invitara a su casa el fin de semana porque tenía ganas de probar el jacuzzi o la piscina climatizada que Pedro le había descrito. El hombre accedió y fue a buscarle a una parada de tren cercana. Cuando llegaron al chalet la cara de Daniel se volvió como la de un niño pequeño que ve por primera vez el mar o la nieve. Era pura admiración e incredulidad. Al enseñarle la bodega sugirió que abriera una botella de champán francés para llevársela al jacuzzi. Frente a éste se desvistieron y vieron sus cuerpos desnudos por fin.

Daniel había asegurado que le gustaba salir a correr por las mañanas y que en Caracas había acudido a un gimnasio con regularidad. Pedro apreció su fibrado torso sin un ápice de vello corporal ni siquiera en su entrepierna. El rabo oscuro tenía un tamaño normal, aunque a él eso no le importaba. Una vez en el agua el hombre se acercó al joven para besarle notando que le apartaba esta vez con el pretexto de dar un sorbo a la copa. Dejó que bebiera y lo intentó de nuevo llevando su mano a diferentes partes de su cuerpo. Ahora Daniel intentó zafarse aduciendo que quería ir a ver la piscina. Pedro no aguantó más, le agarró con fuerza del brazo, su rostro se tornó severo y le habló:

—A ver niñato si te crees que soy gilipollas —le dijo sin dejar de mirarle a los ojos—. Ha hecho conmigo lo que has querido todos estos días y ya va siendo hora de que me correspondas.

Daniel le miró asustado y le dijo que no sabía a qué se refería, que le gustaba de verdad y que quería ir despacio. Se hizo el digno y trató de apartarse.

—Mejor me voy a mi casa.

—De eso nada, chaval —negó Pedro con rudeza—. Vas a hacer lo que yo te diga. Y si no, ya puedes ir pensando en las consecuencias porque desde aquí te vas derechito a Venezuela.

Daniel consiguió salir del jacuzzi sin que el susto se desvaneciera. Pedro no le soltaba y saltó por encima del borde hasta colocarse a su lado.

—Ponte de rodillas y chúpame la polla —ordenó.

—Pedro, yo…

—¡Cállate! —vociferó—. No quiero que hables hasta que yo te lo ordene, ¿entendido? Hoy vas a hacer lo que yo diga sin rechistar, así que vamos, arrodíllate y hazme la mejor mamada de tu vida.

Con el orgullo herido Daniel se dejó caer sobre el suelo y vacilante se acercó al gordo rabo de Pedro. Al notar su zozobra, éste le agarró de la cabeza y le empujó contras su paquete dejándole unos segundos sobre él para demostrarle que iba en serio. Daniel abrió la boca y ya no tuvo más remedio que tragarse su orgullo y la polla de Pedro. La succionó con desgana, lo cual el otro percibía, así que le ayudó a esmerarse sujetándose de la base y clavándosela en la boca a su antojo imponiendo su propio ritmo. Cuando vio que le había humillado lo suficiente y la mamada no le daba un placer especial, le agarró de las axilas y le levantó con violencia.

—Ya que no quieres mamar, ahora voy a romperte el culo.

Daniel fue a decir algo pero él se lo impidió llevando su dedo índice hasta los labios del otro.

—He dicho que no hables. Date la vuelta y apóyate en el borde.

Pedro señaló el jacuzzi y de nuevo tuvo que dirigir sus movimientos. Daniel se inclinó exponiendo su culo jadeando y atemorizado por lo que iba a sentir. Pedro se empapó la mano con saliva, se acarició la polla un par de veces y se la clavó en el cerrado agujero mientras el otro gimoteaba como si aquello le infligiera un profundo dolor. El hombre comenzó con las embestidas firmes y bruscas agitando el ritmo cuando el joven se quejaba. Totalmente excitado, no iba a estar dispuesto a detenerse hasta que se corriera dentro de él. Daniel no habló, se dejó hacer y suavizó sus jadeos a modo de aceptación hasta que sintió el cuerpo de su amante vibrando y escuchó un sonoro alarido. Segundos después notó cómo el culo se le llenaba de leche caliente y espesa que se deslizaba dentro de él tratando de abrirse hueco. Tras un par de espasmos Pedro se despegó, agarró a Daniel de la barbilla y le giró para ver su cara. Percibió la humillación y el miedo en sus ojos.

—No te creas que esto acaba aquí —dijo Pedro desafiante—, sino todo lo contrario. Me voy a cobrar lo que me debes, así que vas a ser mi putita todo el fin de semana. No te voy a obligar, pero si decides no hacerlo ten por seguro que haré que te deporten esta misma noche.

—Pero Pedro, yo… ¿A qué viene esto?

—Porque de mí no se aprovecha ni Dios, ¿entiendes? Así que mientras voy a preparar algo de cena piénsatelo bien. Eso sí, si decides quedarte tendrás que emplearte para satisfacerme, porque esa mierda de mamada que me has hecho no se va a volver a repetir, ¿queda claro? Te espero en la cocina.

Pedro fue hacia ella sin vestirse y abrió la nevera. Sacó un poco de embutido y preparó una ensalada. No había terminado de partir el tomate cuando Daniel se le unió.

—¿Y bien?

—¿Qué quieres que haga? —dijo el joven.

—Lávate las manos y siéntate a cenar.

Sorprendido, Daniel obedeció y ocupó uno de los taburetes de la barra de mármol blanco. Pedro acabó de aliñar la ensalada y se colocó en frente.

—Harás lo que yo te pida que hagas —explicó—. Seré tu dueño este fin de semana. Tu amo, y tú tendrás que complacerme.

—¿Cómo? ¿Piensas follarme todo el tiempo?

—No, joder, que mi rabo no podría soportarlo. Ya que vas a estar aquí puedes hacer uso de la casa. Bañarte en la piscina, el jacuzzi, utilizar la sala de cine… Lo que quieras. Eso sí, cuando te llame vendrás a ver qué quiero y me complacerás. Y lo que te pida lo harás esmerándote, porque como algo no me guste va a ser peor.

Aún con el estupor en su rostro, Daniel asintió y aceptó simplemente con un movimiento de cabeza. Pedro trató de que la cena transcurriera con normalidad a pesar de todo queriendo mantener una conversación similar a las otras que habían tenido en los caros restaurantes  a los que le había llevado. Cuando acabaron se sentó en el sofá a ver la tele y Daniel se colocó a su lado. Aunque el anfitrión le había repetido que podía ir a cualquier punto de la casa a hacer lo que quisiese, Daniel no se atrevió.

Un par de horas después Pedro anunció que subía a acostarse y le pidió que le acompañara. Se tumbó en su enorme cama con los brazos doblados apoyándose en su nuca, sonrió y volvió a dirigirse a Daniel:

—Me apetece que me la chupes antes de dormir. Y recuerda, has de ponerle ganas.

El venezolano se deslizó sobre el colchón tumbándose a los pies de su amo. Ahora no zozobró como antes fingiendo quizá que le agradaba. Agarró la base de su polla y ayudándose de los labios se la fue metiendo en la boca. La lengüeteó con calma apreciando el grosor del hinchado capullo que le llenaba la comisura de los labios introduciéndolo poco a poco hasta sentir que el tronco se endurecía dentro de él.

—Así mejor —celebró Pedro—. Ya sabía yo que estabas hecha una putita mamona.

Daniel le ignoró dedicándose a mamar lo mejor que podía. Sin embargo, algo en su interior se encendía cuando las palabras retumbaban en su cabeza una y otra vez. El rabo de Pedro le gustaba al igual que muchos otros que se había comido en su vida, pero rememoró la escena del jacuzzi y trató de aplacar sus pensamientos por no acabar de creerse que prefería que le tratasen con brusquedad. En la comodidad de la cama aquella era una simple mamada a un tío que no le había parecido demasiado atractivo al principio salvo por su abultada cuenta corriente, pero un maduro al que los años le habían tratado bien y que tenía las cosas claras le pareció de repente de lo más sugerente.

Sin variar su postura Pedro se dejó hacer impregnándose de cada delicado movimiento que el joven venezolano hacía con su lengua o sus labios. Su vida sexual no había sido tan activa como la exitosa carrera profesional, por lo que no había concluido qué era lo que más le gustaba. Una mamada parsimoniosa como aquella la disfrutaba al máximo, pero también follarse un buen culo de algún pasivazo que le imploraba más y más. Pensó que cada cosa tenía su momento, y ese casi de madrugada tras un largo día se le antojó el perfecto para que se la chuparan de manera experta sin prisas y sin que él tuviera que hacer nada más que rendirse al placer. Anunció que iba a correrse y Daniel sacó la boca para ayudarle con la mano. Sin moverse le pajeó hasta que las gotas comenzaron a brotar del pequeño orificio para luego deslizarse por el tronco entremezclándose con sus dedos. Pedro gemía complacido mientras los últimos espasmos anunciaron que ya había sido suficiente.

—Ahora puedes irte al cuarto de invitados —indicó al chaval.

Daniel se incorporó y caminó hacia la puerta sin mirar atrás. Accedió a otro dormitorio que examinó detenidamente. Se fue a la ventana y por ella pudo ver el enorme jardín trasero con la piscina iluminada que súbitamente se apagó gracias a un temporizador. Se giró y observó una puerta. Esta daba acceso a un amplio y moderno cuarto de baño con una gran ducha. El agua le tentó para poder limpiarse, pero cuando accionaba la alcachofa para ponerla en la posición que más le gustaba el chorro de agua fue a parar a su entrepierna provocándole un calambre. El estímulo de ese cosquilleo le llevó a imaginarse a Pedro desnudo follándole junto al jacuzzi hasta acabar excitándose. Se ayudó del agua a toda potencia y de esa imagen para hacerse una paja que le serviría de relajante para conciliar el sueño. Apuntaba el chorro hacia su capullo palpitante o sobre los huevos hasta que no pudo más y recurrió a la mano para acabar descargando su leche acumulada entre gotas de agua tibia.

A la mañana siguiente Pedro llamó a Daniel desde la cama. El joven tardó en aparecer más tiempo del que le hubiese gustado. Había tenido que vestirse porque el tacto de las caras sábanas le había parecido demasiado delicado como para no dormir desnudo sintiendo el suave algodón en cada centímetro de su piel. Se puso los calzoncillos con rapidez y se vistió su sudada camiseta.

—No me gusta verte con tanta ropa —le dijo Pedro desperezándose—. Quítatela, baja a la cocina, abre el tercer cajón y ponte uno de los delantales. Luego prepara café y un par de tostadas. Yo me daré una ducha y te acompañaré en unos minutos.

Sin decir nada Daniel obedeció. Tuvo que luchar con la moderna cafetera para saber cómo funcionaba. Finalmente fue capaz de hacer manar el sugerente y aromático líquido negro que inundó la estancia. Colocó sobre la barra una bandeja con mantequilla y un tarro de mermelada y esperó a que Pedro estuviese listo. Este apareció ataviado con un pantalón de chándal gris de algodón y una camiseta blanca. Antes de sentarse miró a Daniel para comprobar que le había hecho caso y sonrió al ver su trasero desnudo por debajo de la cinta que enganchaba el delantal sobre su espalda.

—Tengo que hacer algunas cosas de trabajo en mi despacho, así que tienes un par de horas libres en las que puedes hacer lo que te plazca.

Daniel se limitó a asentir con la cabeza.

—No hace falta que te vuelvas mudo todo el tiempo, Dani. Sólo cuando seas mi putita y yo te mande callar. Así que dime, ¿qué te apetece?

—No sé —se encogió de hombros—. ¿Un baño en la piscina y tomar un poco el sol?

—Me parece muy buena idea, aunque es algo temprano y aún no aprieta. Pero bueno, como tú quieras. Puedes hacer nudismo porque no hay vecinos cerca, así que tranquilo.

Un par de horas después Pedro salió del despacho y se dirigió hacia el jardín. Daniel yacía sobre una tumbona a un lado de la piscina y no se percató de su presencia hasta que el dueño de la propiedad se colocó a su lado. Iba a incorporarse, pero Pedro le detuvo con un gesto. Se acercó un poco más hasta que su cuerpo quedó a su lado a la altura de la cabeza.

—Me apetece que me la chupes —dijo sin más.

Daniel se recolocó un poco y comenzó a sobarle el paquete por encima de la tela. Pedro le apretó contra sí y entonces Daniel supo que aquella ocasión iba a ser brusca como la del jacuzzi. Notó la polla endurecerse tras el algodón que olía a suavizante, y cuando le bajó el pantalón con el elástico, el rabo emergió de un respingo impulsado por su propia dureza. Pedro se deshizo de la prenda y volvió a empujar a Daniel de la nuca dispuesto a follarle la boca. Lo hizo con brusquedad imponiendo una cadencia enérgica con la que metía y sacaba su polla de la boca del otro sin importarle que éste diese arcadas o le faltara el aire. Cuando le miraba y observaba sus ojos implorando un respiro le daba algo de tregua, pero al cabo de unos pocos segundos volvía a clavársela hasta la garganta.

Ordenó que se levantara y él ocupó su posición. Se tumbó con el rabo duro apuntando al cielo despejado de nubes e hizo un gesto para que Daniel se sentase sobre él. Quería ponerle a prueba para ver si se esmeraba en que le follase sucumbiendo al igual que lo hubo hecho la noche anterior en su dormitorio. Daniel se puso a horcajadas con una pierna a cada lado de la tumbona y fue dejándose caer hasta que sintió el capullo en la entrada de su agujero. Pedro no hacía nada, así que se ayudó de la mano para introducirla y comenzar así a cabalgar sobre su amo. Gimió cuando su dolorido trasero la recibió por segunda vez, pero cuando ambos cuerpos se acoplaron la molestia se convirtió en placer. Su culo estaba ya demasiado acostumbrado a ser penetrado como para convencerse de que era una cuestión de tenerlo cerrado. Se aprovechó de su postura para aplicar su propio ritmo dejándose caer y moviendo la pelvis según su criterio y el mismo pensamiento de la noche anterior le nubló en su cabeza. Echó de menos que el hombre maduro impusiese el compás e incluso que le humillase.

Por ello agradeció que Pedro empujara su pelvis hacia arriba con furia y una velocidad estrepitosa que, sin embargo, no duraría mucho tiempo por resultarle incómoda y cansada. Pero él también había querido sentir una follada más calmada sin demasiada rudeza que otras posiciones pudieran suponer. Ya habría tiempo para eso. Por tanto, sin apenas moverse fue permitiendo que Daniel se clavara su polla hasta estar a punto de correrse. Esa vez no avisó y su leche fue descargada dentro del culo de su amante sumiso que no se atrevió a decir nada. Se limitó a esperar a que Pedro le hiciese una señal para que se levantara. El empresario solo le dio una cachetada en la nalga como aviso, así que Daniel se levantó sintiendo el vacío en su culo sin saber cuándo lo volvería a tener lleno de nuevo.

—¿Un baño?

No supo si la pregunta de Pedro era una invitación o una orden, así que obedeció y ambos entraron al agua. El maduro lamentó que la relación con el joven venezolano no hubiese ido de la manera que le habría gustado, habiéndose ilusionado tras sus primeras citas en haber encontrado a un tío atractivo que aparentemente buscaba algo más que un polvo. Sin embargo, Daniel había demostrado que sus intenciones no fueron del todo honestas y eso les había llevado a esa situación. La venganza no es un sentimiento sano que permita que las cosas fluyan con naturalidad, pero Pedro creyó que no le quedaba otra alternativa porque no estaba dispuesto a permitir que aquel niñato le hubiese utilizado como a cualquier incauto.

Pasaron el resto de la mañana tomando el sol y de vez en cuando Pedro le ordenaba que fuese a por una cerveza o preparase un aperitivo. Para el almuerzo le ayudó, y la tarde fue más o menos igual hasta que el calentón se apropió de su cuerpo. Estaba tirado en el sofá del salón sin saber lo que Daniel hacía. Le llamó a voces y esperó que llegara.

—Vuelves a ser mi putita un rato.

Daniel asintió con sumisión.

—Colócate de rodillas sobre el sofá y abre bien el ojete porque voy a romperte el culito ese de zorra viciosa que tienes.

El chaval obedeció ocupando la postura que su amo había requerido y que dejaba sus intenciones totalmente claras. Sin que el otro se percatara esbozó una sonrisa maliciosa y esperó con ganas a que le clavara la polla a la que se estaba haciendo adicto. Sin embargo, Pedro no lo hizo aunque se había colocado justo detrás de él. De hecho, sintió su rabo caliente frotándose con una de sus nalgas, pero no se movió. Daniel iba a girarse cuando percibió la mano de su amo frente a su boca. No iba a tapársela, sino que deslizó el dedo corazón por encima de su labio con una calma tortuosa y no supo qué hacer. Pedro jugueteó con el dedo y lo introdujo poco a poco hasta toparse con los dientes. Daniel los abrió y lo lamió. Al sentir la humedad de la saliva el mayor acompañó otros dedos que introdujo sobre su lengua hasta humedecerlos. Luego los llevó al trasero del joven y con ellos tanteó su entrada acariciándole el ano dibujando círculos mientras Daniel comenzaba a jadear.

—Veo que te gusta, putita.

Iba a hablar, pero el otro se lo impidió. Después de un rato torturándole con el roce introdujo el primer dedo que taladró su recto todo lo que daba de sí. De nuevo Daniel gimoteó de placer. Sondeó la profundidad de su culo y luego lo acompañó del dedo índice. Ya tenía dos perforándole y toqueteando su interior provocándole una excitación que activó su propia polla. Sin avisar Pedro lo multiplicó para dejar únicamente el pulgar fuera con el que masajeaba el perineo de Daniel, que no podía evitar emitir algún que otro sollozo. Para acallarlos Pedro llevó su otra mano y esta vez sí que le tapó la boca percibiendo sobre su palma el aliterado aliento de su esclavo.

El juego se convirtió en un trance más serio cuando Pedro avivó los movimientos de sus dedos perforándole el culo abriéndolos en abanico para dilatarle aunque no le hiciese falta. Intercalaba la brusquedad con gestos más delicados pero igual de humillantes. Cuando se cansó los sacó para cambiarlos por el pulgar tras haberlo empapado de saliva en la boca de Daniel. Más tarde le apartó las nalgas con ambas manos, se inclinó hasta quedar casi de rodillas y le escupió el ojete para luego lengüetearlo con avidez y desprecio debido a sus bruscos movimientos con fuertes lametones.

—¿Te gusta que te coma el ojete? —preguntó tras haber notado que Daniel intensificaba los gemidos—. Pues a mí también, así que me lo vas a dejar bien limpito.

Daniel se dio la vuelta quedándose sentado en el sofá mientras Pedro se giraba para darle la espalda. Le empujó de la cabeza con una violenta oscilación y apretó su cuerpo hacia atrás hasta que Daniel se impregnó del olor de su trasero. Cuando le liberó volvió a ordenarle que lo lamiese y el joven obedeció. Se empleó a fondo con su lengua por el esfínter sudado y luego la clavaba dentro ayudándose con las manos para apartar las velludas nalgas de su amo. Otra vez sin avisar Pedro se dio la vuelta dispuesto a que se comiera ahora su polla. Le agarró con firmeza y le folló la boca con soberbia mientras miraba los ojos lascivos y brillantes del venezolano. Éste sentía que las tragaderas se le llenaban con el grueso cipote y el pellejo carnoso que se plegaba en su interior. Absorbía el capullo deleitándose con él cuando el otro le daba algo de tregua y volvía a penetrarle con virulencia.

—Vaya mamona estás hecha, putita.

Le cogió del cuello para levantarle, le giró y Daniel quedó en la misma postura de antes arrodillado en el sofá con los brazos apoyados en el respaldo. Sin ningún miramiento le clavó la polla humedecida por la saliva y empujó haciéndole estremecer al igual que él por lo enérgicos embistes.

—Pídeme que te folle.

—Fóllame, tío. Dale duro.

—Amo, llámame amo porque eso es lo que soy para ti.

—Sí amo, méteme tu polla gorda.

Excitados hasta el último poro de sus pieles, Pedro siguió follándose a Daniel con la misma rudeza e ímpetu con las que le había penetrado la boca. Las palmadas que le daba en las nalgas hasta enrojecerlas retumbaban en el salón eclipsando los gemidos de ambos. El de Pedro se volvió intenso y desgarrador cuando avisó que se correría. Atizó el ritmo de las acometidas y descargó su leche dentro del cuerpo de Daniel acabando con un sollozo ahogado. Al sacar su polla vio su propia leche deslizarse por el palpitante esfínter. La recogió con los dedos y la llevó a la boca de Daniel para que se la tragase hasta no dejar ni una gota.

Se marchó sin decir nada y Daniel tuvo la necesidad de hacerse una paja. Lo hizo en la intimidad del dormitorio hasta que su dueño le requirió otra vez. Esa noche le volvió a follar, y a la mañana siguiente le llamó desde su habitación para que le hiciera una mamada y le ordenó que se tragara su leche. Tras la ducha se reunieron en la cocina y Pedro le habló:

—Puedes marcharte ya cuando quieras.

La liberación no le causó la alegría que él esperaba, lo cual hizo que Pedro se replantease su propuesta.

—¿Acaso no quieres irte?

—Me gusta ser tu putita —se atrevió a decir Daniel cabizbajo.

—¿Cómo dices? —le hizo repetir.

—Que me gusta que seas mi amo y yo tu putita. Igual podría quedarme unas horas más.

Pedro sonrió y perdió la mirada en la cocina inundada de la luz del sol.

—Si estás dispuesto a complacerme puedes quedarte el tiempo que quieras. Pero hay reglas.

Daniel le miró con una mezcla de sorpresa y entusiasmo, impaciente por conocer cuáles iban a ser las condiciones.

—Para la asistenta serás el sobrino de mi secretaria que vienes a ocuparte del jardín. Ya que veo que no tienes intención de buscar trabajo te encargarás del mantenimiento de la piscina y las plantas. Ella viene de diez a dos, así que durante esas horas estarás trabajando porque le pediré que te controle. El resto del tiempo puedes hacer lo que te plazca. Eso sí, cuando yo llegue me recibirás desnudo o quizá piense en un uniforme para ti. En cuanto escuches la puerta del garaje vendrás a recibirme y te dirigirás a mí como tu amo.

Le preguntó si estaba de acuerdo y Daniel aceptó.

—Ya irán saliendo más cosas, así que espero que estés dispuesto a satisfacerme.

Al día siguiente comenzaron con el trato. Al escuchar el sonido de la puerta del garaje Daniel se desnudó y fue a recibirle. Pedro le pidió que le acompañara al dormitorio y allí le ordenó que le ayudara a quitarle el traje. Empezó por la corbata y la camisa y luego se arrodilló para deshacerse de lo demás. Extrajo sus elegantes zapatos con cuidado, desabrochó el cinturón y el pantalón cayó deslizándose hasta las rodillas. Pedro empujó su cabeza contra su paquete para que olisqueara el aroma del sudor acumulado y restos de meada que se había dejado a propósito no sacudiéndose la polla la última vez que había ido al baño en la oficina. Daniel supo que su amo quería guerra y aceptó con sumisión. Allí mismo le hizo una mamada hasta que Pedro se corrió en su cara y luego llevó con los dedos el semen delicioso a sus labios.

Esa misma semana Pedro encargó por internet unos cuantos artilugios que dieran rienda suelta a sus fantasías: un collar de cuero con una cadena, un suspensorio de piel negra que ocultaba la polla de Daniel pero dejaba el culo descubierto o unas esposas. El día que llegó el paquete hicieron uso de alguno de los artículos. A Pedro le había excitado especialmente la idea del collar y la cadena con el objetivo de tratarle con humillación como si fuese un perro al que manejaría a su antojo. Le obligó a ponerse a cuatro patas y en esa postura se dejó comer la polla o le folló salvajemente por la excitación que le causaba. Jugaba con el cuerpo de Daniel y la flexibilidad de éste adoptando posturas imposibles en cualquier rincón de la casa. Aquello le llevó a comprar un sillón especial por sus formas que permitía que Daniel se colocase de distintas formas para dejar su culo expuesto y bien abierto. Una tarde le hizo tumbarse boca arriba con las piernas muy estiradas apuntando al techo. Pedro se colocó perpendicular a él y agarrándose de la base de le polla se la clavó haciéndole estremecer. En otra ocasión le ató boca abajo sobre el colchón con las esposas en el cabecero y le folló a su antojo tumbándose encima de él y embistiéndole al tiempo que su firme vientre rozaba la espalda del inmóvil Daniel.

Ambos se adaptaron a su relación que en un principio podría haber sido la de cualquier pareja, pero los descubrieron que aquello era mucho más placentero y beneficioso para ambos.