El chico que admiraba a Adam Levine (Parte 4-fin)

Pablo visita a Layo para pedirle disculpas por lo que considera un terrible malentendido, después de que Bosco haya reconocido su error y su cruel comportamiento con Layo. Pablo y Layo acuerdan entonces unir esfuerzos para que Bosco, sumido en una fuerte depresión, recupere de nuevo la sonrisa.

Layo aprovechó los días siguientes para descansar en casa de su tío de la intensa tensión emocional vivida en los días anteriores; el dolor en el trasero (“el sitio de tu pecado”, como lo definió Pablo durante su linchamiento) era tan intenso que no podía sentarse y para dormir debía echarse de lado. Debido tal vez al profundo trauma sufrido a raíz de esta agresión, el vano enamoramiento que creía sentir por su medio hermano había desparecido como por ensalmo, y, en su lugar, había surgido un terror visceral ante el hombre que a punto había estado de causarle la muerte.

  • Lo mismo deberá estar pensando Bosco de mí. Suerte tendré si no me denuncia ante la policía por un delito de lesiones – pensaba a menudo, antes de echarse a llorar recordando los viejos tiempos pasados de sana rivalidad con su compañero de cuarto.

Quizá por esa razón cuando el día 30 por la mañana, apenas salió del portal para comprar el pan, se encontró de frente con su hermano Pablo, que le estaba esperando apoyado en la carrocería de su Audi, Layo salió corriendo en dirección contraria como alma que lleva el diablo, pero su perseguidor fue mas rápido y hábil que él y le cortó el paso treinta metros más allá.

  • ¡Joder , Layo, para…no voy a hacerte nada, tranquilo! – la voz de Pablo sonaba fresca y armoniosa pese al carrerón, prueba clara de su excelente fondo físico, como correspondía, por otra parte, a un laureado jugador de rugby.

  • ¡Déjame en paz, Pablo! – Layo estaba alterado y nervioso en presencia de su medio hermano, y no paraba de gesticular – ya te has vengado de mí…y no he podido volver a sentarme desde entonces. Además, tengo pánico al agua y pesadillas en las que sueño que alguien me agarra por el cuello y aprieta hasta que… - cerró los ojos y tragó saliva dejando la frase incompleta para que su interlocutor completara el resto.

  • De eso quería hablar – Pablo le pidió que fueran dando un paseo sin rumbo fijo, ya que Layo no quería, ni podía aún, físicamente, sentarse en una terraza o una cafetería – Mira, Layo, tengo que pedirte no una, sino mil disculpas.

  • Bueno, por algo se empieza – reconoció Layo – pero ¿cuál es el motivo de este cambio súbito de parecer?

  • Bueno, Bosco me ha contado todo lo ocurrido entre vosotros y de ese modo me he enterado de mi fatal equivocación: yo pensaba que tú le habías seducido a él y ha resultado ser al contrario. Pero, a pesar de su mal comportamiento contigo, sigo muy disgustado contigo por lo que le hiciste a Bosquiño, es algo que no tiene justificación alguna.

  • Lo mismo te digo respecto a mí…- argumentó un desafiante Layo, imposible de calmar.

  • Sí, tienes razón, pero es que al ver a Bosco en ese estado…y además le habías echado cerveza por la cara…

  • Bueno, en realidad era pis…- reconoció un inusualmente sincero Layo mirando de reojo a su interlocutor para intentar adelantarse a una posible reacción violenta por su parte.

  • ¡Que hijo de puta!…¿tan quemado estabas con él?

  • No sé que me pasó por la cabeza…lo único que sabía es que tú ya no querías volver a verme por su puta culpa. Y tú eres una persona fundamental en mi vida.

  • Gracias por el cumplido…

  • No es un cumplido, Pablo – le interrumpió Layo mientras cruzaban en dirección a Padre Damián – te lo digo en serio. Siempre te he idolatrado, has sido mi única

referencia en esa casa de locos.

  • Por si te interesa saberlo, el sentimiento es mutuo. Siento debilidad por ti, Layo, a pesar de lo ocurrido estos días; por eso, creo que necesito tu absolución.

  • Hablas como un cura, tronco. Pasas demasiado tiempo en la parroquia…

  • No te salgas por la tangente, tú sabes lo que quiero decir.

  • Bueno, en ese caso, el perdón debe ser mutuo, ya que me he comportado como un imbecil, sobre todo con Bosco.

Pablo y Layo se sonrieron de nuevo, como en los viejos tiempos, y se fundieron en un fraternal abrazo en mitad de la calle. Pablo le susurró al oído un “te quiero, chaval” que a Layo le sonó a música celestial.

  • Por cierto…¿cómo está Bosco? - Layo cayó en la cuenta de que no sabía nada de él ni de su estado desde el día de la agresión. Se sentía fatal consigo mismo por ello.

Pablo lanzó un suspiro de resignación antes de contestar.

  • Pensé que no lo ibas a preguntar nunca… evoluciona bien, le ha bajado mucho la hinchazón y no le han quedado secuelas, ha sido mas el susto que otra cosa…

  • No sabes cuanto me alegro, estaba muy preocupado.

  • Tenías razones para estarlo, porque estuve a punto de denunciarte a la policía. Pero al tomarme la venganza por mi mano me descalifiqué para ello, y por otra parte Bosco no quiere ni oír hablar del tema.

  • ¿El no quiere denunciarme, dices?

  • Como lo oyes: Bosco sufre una especie de síndrome de Estocolmo y te ha perdonado por completo. Todo su afán es volver a verte cuanto antes.

  • ¡No puedo creerlo! – era la primera vez que Layo se sentía bien consigo mismo desde aquella malhadada noche - ¿y eso porqué?

  • Bueno, hemos tenido una larga conversación…primero en el hospital y luego en casa.

  • ¿Ya está en casa? Gracias a Dios, hubiera ido a verle al hospital, pero no me pareció apropiado; además, temía que volvieras a agredirme.

  • Sí, está en casa, por decir algo, porque, en realidad, ya no está en ninguna parte.

Layo se quedó petrificado al escuchar eso, y las lágrimas afloraron a su rostro de forma inmediata.

  • ¿Quieres decir que …los golpes le han afectado al cerebro y le han quedado secuelas permanentes?

La espontánea risa de su hermano le hizo comprender sin palabras que no se trataba de ese tipo de secuelas.

  • No, tranquilo, Bosco está bien…físicamente hablando, si descontamos una ceja partida que requirió varios puntos de sutura. Desde luego tienes buena pegada, cabrón…

  • Te repito que no sabía lo que hacía…estaba fuera de mis casillas. No soy para nada una persona violenta en mi vida diaria, tú lo sabes bien.

  • Sí, en eso llevas razón. Respecto a las secuelas de Bosco son mas bien de tipo psíquicas. Se niega a comer, apenas habla, está siempre llorando y mirando al infinito y asegura que su vida ya no tiene sentido.

  • ¡Dios mío! ¿todo eso le ha sucedido por pegarle con tanta saña? Supongo que me odiará a muerte.

La inesperada respuesta de Pablo, mientras serpenteaban por Profesor Waksman en dirección al Paseo de la Castellana le dejó en un auténtico estado de “shock”.

  • Todo lo contrario, Layo. Bosco no te odia, es mas, me ha confesado que está muy enamorado de ti y no puede vivir si no estás a su lado. Así de simple.

  • ¿Eso te ha dicho? – el pulso se le había acelerado tanto, que Layo sintió un profundo sofoco a la altura del pecho y se paró un momento a coger aire.

  • Pues por extraño que parezca, así es. También me ha contado toda la historia de vuestro rollito sexual, y te ha eximido de toda culpa. Asegura que te estuvo chantajeando con unas imágenes eróticas tuyas que había grabado con su cámara y que desde entonces te obligaba a ser lo que él me definió – y se persignó al pronunciar esto – como un “esclavo sexual”. ¿Es eso cierto?.

  • Me temo que sí, aunque, para ser sincero, yo entré enseguida por el aro. Supongo que me encantaba el tipo de sexo tan pasional que teníamos.

  • Lo que hay que oír, Dios mío – se lamentó Pablo señalando la catedral del futbol madrileño, el estadio Santiago Bernabeu, que se mostraba ante ellos en toda su majestuosidad arquitectónica – Y pensar que yo estaba por entonces preocupado con los posibles gays ocultos del vestuario del Real Madrid.

  • Alguno habrá, eso seguro. Dicen que hay al menos uno en cada casa, y en un vestuario tan grande como ese debe haber al menos dos o tres…

Layo miró con el rabillo del ojo en dirección a su interlocutor, pero este parecía inexplicablemente serio, sin llegar a captar la ironía manifiesta en su anterior sentencia.

  • Mira, hermano, yo no aprecio vuestro estilo de vida y no comprendo ni admito la homosexualidad…

  • Pues empezamos bien…es como si yo no admitiera los retrasos en los trenes o las facturas de teléfono superiores a 30 euros; a pesar de mi opinión, se producen y existen de forma continuada.

  • Ya, pero es que lo vuestro es algo antinatural y odioso ante los ojos de Dios.

  • Bueno, porque lo diga un cura vestido de blanco no es razón suficiente para mí - Layo volvió a ponerse combativo – Dios no ha dicho nada, son los hombres quienes nos lo decimos todo.

  • Mira, no voy a discutir sobre eso ahora – Pablo intentó moderar su tono, buscando el consenso perdido - lo único que sé es que vosotros sois mis hermanos y no quiero perderos por una cuestión moral, que es, por definición, algo íntimo y personal. Es por eso que me he propuesto ayudaros a espaldas de nuestro padre.

  • ¿A espaldas de mi padre? ¿pero de que hablas? – Layo recalcó la expresión “mi padre” puesto que Pablo y Bosco tenían el suyo propio, al que adoraban.

El Paseo de la Castellana a esas alturas de verano lucía en todo su esplendor, con sus frondosos árboles del paseo central ofreciendo su acogedora sombra de manera gratuita a todo el que quisiera acercarse por allí.

  • Sabes de sobra que Beltrán nunca admitirá ese tipo de relaciones, y menos en su versión incestuosa.

  • Eh, para el carro, de incesto nada, Bosco y yo no tenemos ningún lazo de sangre que nos una en absoluto.

  • Tienes razón, pero para mí, y para mucha gente sois tan hermanos como lo fueron Caín y Abel o Rómulo y Remo.

  • Supongo que en ese sentido llevas razón – tuvo que admitir Layo – de hecho yo sigo pensando en él como en mi hermano Bosco.

  • Por eso he pensado en una solución alternativa…

  • Ah, ¿sí? - Layo se le quedó mirando interesado - ¿de que se trata?

Pablo mantuvo el suspense durante unos segundos antes de continuar. Finalmente le pasó la mano suavemente por los hombros, algo que hubiera encantado al Layo de hacía tan solo unas semanas, pero que ahora le dejaba un poco indiferente.

  • Pienso que la mejor solución para todos es que Bosco y tú os marchéis juntos de España…¿Qué te parece Londres para empezar?

Layo sintió que el corazón le daba un vuelco de alegría.

  • ¡Eso es justo lo que siempre he deseado! ¡Una vez allí me gustaría matricularme en alguna escuela de diseño prestigiosa!¡Bien!

Pablo quiso hacerle ver que el asunto no era tan fácil como parecía a simple vista.

  • Yo que tú no cantaría victoria. Bosco tendría que marcharse contigo, no quiero que papá y mamá le vean en esa situación, físicamente mal y con una depresión de caballo. Además, empezarían a hacer preguntas de inmediato; querrían enterarse de lo ocurrido y no pararían hasta tirar de la manta y enterarse de todo.

  • ¿Y crees que Bosco está preparado para viajar tan pronto?

  • Eso es lo que necesito saber. Nuestros padres regresan el martes 6, así que no nos queda mucho tiempo. Nos quedan pocos días para perfilar un plan y ejecutarlo sin ningún fallo.

  • Déjalo de mi cuenta – replicó Layo – yo sé lo que tengo que hacer para que Bosco vuelva a revivir como antes.

Pablo sonrió con un deje de malicia en el rostro.

  • Casi prefiero no saber de que se trata…

  • No es nada inmoral ni perverso, descuida. Necesitaré de tu colaboración y la de Loreto…¿está ella en Madrid?

  • Sí, claro, lleva ya unos días por aquí, el jueves regresa al trabajo.

  • Bueno, pues entonces ya te cuento por el camino de vuelta…

Aquella aburrida tarde de comienzos de septiembre era como otra cualquiera para Bosco desde que Layo desapareció de su vida de una manera tan violenta como inesperada. De hecho, no le dolían tanto las secuelas físicas como las del alma: se sentía vacío sin él y ahora lamentaba amargamente haber actuado como lo hizo, centrando su relación en el sexo duro y el chantaje ventajista en lugar de hacerlo en los sentimientos que sin duda sentía hacia su hermanastro. Porque a pesar de su pose de malote y macho cañero, lo cierto es que, por debajo de esa superficie tan arrogante, latía un corazón muy bien asentado en el pecho; y el único motivo de su latido era su hermano Layo. Nunca había conocido a nadie como él, y desde que tenía doce años había sentido esos tiernos sentimientos, que él procuraba disimular disfrazando su pasión adolescente de rivalidad juvenil, para no mostrar el desasosiego interno que le producía tan incómoda situación.

Eran las siete y veinte de la tarde y Bosco estaba escuchando con los cascos en su Iphone una canción de El canto del loco, su grupo español favorito durante su aún cercana adolescencia; era un tema llamado “16 añitos” que le recordaba todo el daño que se había autoinfligido a sí mismo a costa de su comportamiento despreciativo y poco colaborador con sus semejantes. Mientras escuchaba atentamente la letra, completamente solo en casa, no cesaba de llorar amargamente, tumbado en aquel sofá donde había pasado su último rato de felicidad en esta vida apenas dos semanas atrás, pero que a él le parecía ahora un siglo de tiempo.

Y así fue,

Me rebelé contra todo, hasta el sol,

Viviendo entonces una distorsión,

Y me enfadé con el mundo…

¡Malditos complejos que siempre sacan lo peor!

Con la voz rota por el dolor, Bosco se unió a la de Dani Martín, cantando el resto del estribillo a dúo como si le saliera de lo mas hondo de su corazón.

Pensé: “en la fuerza estará lo mejor”

Me disfracé de uno que no era yo

Buscando esa firmeza

Llegué a un lugar negro y

Pensé que eso era el valor.

Parecía que la letra de esta canción estaba escrita pensando en él y en su absurda relación con el mundo. Por otra parte, tras una semana de intenso derrumbe emocional ya no le quedaban mas lágrimas por verter tras haber perdido al amor de su vida debido a su mala cabeza y a su chulería congénita. Cuando terminó la canción se sintió liberado y convencido de que, a fin de cuentas, que su medio hermano le reventara la cara a hostias era lo mejor que le podía haber ocurrido para poner fin de forma abrupta e inmediata a ese periodo de su vida que deseaba olvidar.

Cuando empezaba a sonar la siguiente canción, la fabulosa “Cuatro elementos” de La Musicalité, escuchó de refilón dos intensos pitidos que indicaba que acababa de recibir un mensaje nuevo. Pensó que sería de algún colega que le hacía saber que había vuelto de vacaciones, y miró sin interés alguno la pantalla del móvil; se quedó flipado al descubrir que era Layo el que se lo enviaba; “pero si lleva una semana con el móvil apagado, mira que he intentado comunicarme con él sin conseguirlo”. El título del mensaje le pareció algo esotérico: “ Descubre el nuevo nº 1 en EE.UU. ”. “¿Qué coño pretende este pibe?”…El texto lo dejaba bien claro.

El Hot 100 de Billboard tiene un nuevo nº 1 para la semana del 3 al 10 de Septiembre…y no es otro que “Moves like Jagger” con Maroon 5 y Christina Aguilera. Adam Levine vuelve a la cima. ¡Felicidades, Bosquiño!

Ahora caía…aquel tema nuevo tan cañero de Maroon 5 les había devuelto, contra todo pronóstico, pues su carrera se daba ya por finiquitada, al nº 1 en EE.UU. Y, de paso, resucitaban por el camino el perdido brillo de otra diosa de la música pop del siglo XXI, la carismática Christina Aguilera. Pero…¿porqué ese mensaje tan insustancial en un momento de sus vidas tan dramático? Tal vez, pensó, para devolverle la ilusión perdida con una sorprendente noticia que sabía que le alegraría el día; pero no, ya no servía tampoco. Adam Levine no era el hombre de su vida, aunque le admirase mucho, y sin Layo junto a él de poco servían sus éxitos musicales para animar su jornada.

Un ruido le trajo de regreso al mundo real. Alguien andaba por ahí cerca, y había apagado la tenue luz del salón. Bosco se dio la vuelta pero no vio a nadie en la entrada: “que raro es todo esto”, pensó y se quitó los auriculares de los oídos. Entonces pudo escuchar lo que le pareció entonces un murmullo fantasmal, como un leve acorde musical repetido varias veces seguidas, casi un silbido lejano. Pronto descubrió que en realidad se trataba de los primeros compases de una canción; conforme avanzaba la música, que no sabía muy bien de donde procedía porque parecía sonar un poco desde todas partes, cayó en la cuenta de que lo que sonaba era precisamente “Moves like Jagger”. Cuando se dio la vuelta y la voz de Adam Levine desgranó el comienzo de la letra, lo que le pareció el espectro del propio Levine bajó por la escalera principal, micrófono en mano, vestido tan sólo con un pantalón de chándal negro con franjas blancas a los lados, como en el video, y dejaba su atlético torso cubierto de tatuajes a la vista. Aquella aparición, mas divina que humana, se contoneaba como el propio Levine, o como el mismo Jagger incluso, y parecía dirigirse hacia donde estaba sentado él mostrando su glorioso cuerpo. Para aumentar la morbosidad del momento el falso Levine llevaba también la cinturilla del chándal tan baja como la propia decencia permite, tal y como aparece Adam en el vídeo que Bosco había visto miles de veces durante aquel verano.

  • Joder, como se parece este pibe a Adam Levine, así que no puede ser otro que…¡Layo! - pensó Bosco arrebujado en el sofá y expectante ante las insólitas evoluciones de su adorado hermano.

You shoot for the stars (Tú disparas a las estrellas)

If it feels right (si te parece bien)

And in for my heart (y hacia dentro a mi corazón)

If you feel like (si te apetece)

Can take me away (Puedes llevarme contigo)

And make it O.K. (y hacerlo genial)

I swear I’ll behave (te juro que me comportaré)

La estudiada coreografía de la canción incluía a varios bailarines moviéndose muy al estilo Jagger, que Bosco reconoció como amigos de Layo y de Pablo, dos chicas muy guapas que sujetaban una bandera de buen tamaño del Reino Unido, como aparece igualmente en el vídeo, pero lo que le fascinó del todo de ese apabullante “play back” de aires teatrales, fue cuando una preciosa rubia, que se parecía sospechosamente a la novia de su hermano Pablo, entró en escena desde la puerta de la cocina con un minivestido blanco y un sombrero de fieltro negro dispuesta a darlo todo por conseguir la mejor imitación de la gran Aguilera. Y de nuevo la letra, para alguien bilingüe como él, le traía reminiscencias de su reciente aventura secreta:

You want to know (Tú quieres saber)

How to make me smile (como hacerme sonreír.)

Take control, (Toma el control,)

Own me just for the night (poséeme solo durante la noche)

But if I share my secret (Pero si comparto mi secreto)

You gonna have to keep it, (vas a tener que guardarlo,)

Nobody else can see this (nadie mas puede ver esto)

Todos, incluyendo a Pablo, acabaron dando vueltas por el salón como poseídos, sacando el culo para afuera e imitando los sensuales movimientos del clip original. Bosco sintió una oleada de agradecimiento a todos ellos por el esfuerzo, y al final de la canción no solo había recuperado la sonrisa perdida, sino que se había mezclado con el cuerpo de baile y se había atrevido a marcarse sus propios pasos jaggerianos. La improvisada fiesta, que incluía a un amigo DJ de Layo, duró hasta las dos y media de la mañana, y, a su término, la supuesta depresión de Bosco había pasado a mejor vida, así como su historial de rivalidad y agresión con Layo.

Habían pasado dos meses desde entonces, y, en la mesa del despacho del padre de Layo y padrastro de Bosco se amontonaba un pesado dossier que había encargado a uno de los equipos de detectives privados mas prestigiosos del país. El señor Martín de la Cueva quería saber exactamente que tipo de vida llevaban sus adorados hijos en Londres, además de la razón última por la que se habían marchado al extranjero el día anterior al que su mujer y él regresaban de vacaciones. También le resultaba insólito el hecho de que un chico tan serio como Pablo pareciera protegerles en cierto sentido, desviando sus preguntas directas sobre ellos y dándole a entender que todo había sido una chiquillada de ambos: Layo aborrecía Ciencias Económicas y sabía que si se quedaba en España no le dejarían estudiar diseño, y Bosco era un pésimo estudiante que se había unido a la aventura británica de su hermano en el último momento, deseando conocer mundo y ampliar su limitado radio de experiencias previo.

Pero lo que las fotos, tomadas tanto dentro como fuera del pequeño apartamento que habían alquilado en el barrio de Southwark, le mostraban, nada tenía que ver con la risueña e inocente escapada post-adolescente que le planteaba su hijo mayor. Don Beltrán dejó escapar un grito de horror, a solas en la intimidad de su despacho profesional, al observar el creciente tono erótico de las fotos obtenidas por sus espías particulares. Bosco y Layo cogidos de la mano paseando por la City, Bosco y Layo de compras por el Soho o mirando escaparates por Oxford Street, ambos de nuevo besándose en los labios en la zona de Portobello…por no hablar de las instantáneas tomadas con teleobjetivo violando la intimidad de su nido de amor: Bosco enculando a Layo frenéticamente, Bosco comiéndole la boca a Layo tras correrse en ella, Bosco sentado en el retrete penetrando a Layo, situado encima suyo, y pasándole los brazos por la espalda, o Layo mirando distraído un programa de televisión mientras Bosco le besa la mano con indisimulado arrobo.

En definitiva, no había posibilidad de enmienda, sus hijos eran un par de degenerados que habían caído en los dos peores pecados que denuncia la Biblia: el de las hijas de Lot y el de los habitantes de Sodoma, y no merecían, a partir de ese momento, ser llamados seres humanos. Sin mover una ceja, marcó el número de teléfono de su banco y ordenó que cancelaran todas las tarjetas de crédito a nombre de sus dos hijos medianos, ajeno al hecho de que ambos habían encontrado empleo en su país de adopción apenas pisaron tierra inglesa y no necesitaban de su dinero (dejando de lado los 2000 euros que les había prestado Pablo, salidos del montante total que había ganado ese verano vendiendo tablas de surf tuneadas por él en Tarifa). También llamó al servicio doméstico de su casa en Torrelodones y ordenó desmantelar de inmediato la habitación que compartieran Bosco y Layo y retirar de todos los marcos las fotos en las que apareciera la maldita pareja, semilla de perversión en adelante; asimismo, dio órdenes estrictas de que no se atendieran y se colgaran de inmediato las llamadas de teléfono o móvil de ambos retoños, si es que llegaban a producirse, y era especialmente importante que no “contaminaran” (así se refirió textualmente) con sus cantos de sirena a sus dos hijos menores, Alvaro y Alex, que debían permanecer aislados por completo de sus hermanos mayores, declarados en rebeldía a partir de ese momento.

Don Beltrán reservó la última llamada para su mujer, a quien explicó detenidamente la situación creada por la falta de recato de sus endemoniados retoños, y ésta rompió en llanto de inmediato, preguntándose en que habían fallado como padres y porqué Dios había permitido que el maligno destruyera su armonía familiar, tan duramente ganada. Su mujer no intercedió por ninguno de los dos, ni siquiera por su hijo biológico, y, tras calificarles de “hienas lascivas” se desentendió de su suerte en el futuro. El destrozado matrimonio concluyó su decisiva conversación rezando a dúo un par de Ave Marías y un Padrenuestro a través del teléfono y se despidió con un beso hasta la noche, como si nada hubiera pasado.

Apenas colgar, el señor Martín de la Cuesta sacó un rosario de madera del cajón de la mesa de despacho y fue desgranando sus cuentas con deliberada lentitud, pidiendo a la Santísima Virgen que protegiera a los buenos corderos del rebaño de lobos salvajes que acechaban en la oscuridad de la noche. Apenas terminó su rezo matutino, su secretaria le pasó una llamada de negocios importante, y Don Beltrán se concentró en sus asuntos profesionales con la misma frialdad y desapego con que solía hacerlo en su vida personal.

FIN