El chico que admiraba a Adam Levine (Parte 2)
Bosco encuentra la manera de chantajear a Layo y vengar así las supuestas humillaciones verbales recibidas a lo largo de sus años de convivencia. Ahora Layo deberá convertirse en su esclavo sexual y obedecer todas sus órdenes si quiere evitar que su padre y su hermano Pablo se enteren de su secreto.
El verano se presentaba de lo mas aburrido para los Martín de la Cueva – Vallejo aquel año en el que la crisis económica había causado estragos en las economías familiares del ciudadano medio español, y se había hecho sentir también, aunque algo debilitada, en su propio hogar. Los padres de Bosco y Layo habían sustituido los rutilantes cruceros por aguas nórdicas o mediterráneas de otros años por el mas discreto, pero aún envidiable plan de veraneo en su mansión familiar de Sotogrande.
Pablo, tras aprobar el último curso de carrera con matrículas de honor, iba y venía de Madrid a Sotogrande y de Sotogrande a Marbella (donde veraneaban los padres de su novia, Loreto); Alvaro, a sus 16 años, se había apuntado por segundo año consecutivo a un cursillo de inmersión al inglés y se encontraba soportando los aguaceros y la pésima comida nacional en algún pueblo remoto de la Irlanda profunda, y Alex estaba pasando unos días con sus abuelos maternos en Fuenterrabía. Bosco, por su parte, había suspendido la mitad de sus asignaturas y, en teoría, se quedaba en Madrid, (con algunas escasas apariciones estelares en Sotogrande para “coger colorcillo”) durante el verano para “repasar materia”; Layo, sin embargo, constituía caso aparte, ya que se negaba por principio a compartir veraneo con el resto de su “familia postiza”, como él solía definirla ante sus amigos íntimos, y se buscaba la vida por su cuenta, yendo y viniendo de un lado a otro sin plan fijo, pero siempre con sus amigotes, nunca con miembros de lo que él denominaba “el clan de los papistas”, en amarga referencia al clima conventual imperante en casa de sus padres, que incluía sesiones de rezos masivos cada fin de semana, y que él procuraba evitar con cualquier excusa mas o menos convincente.
Bosco siempre había sospechado de la posible homosexualidad de Layo; ¿de donde procedía, si no, esa fijación con las últimas tendencias de moda, su obsesión con ciertos portales de Internet relacionados con vanguardias urbanas o musicales como The sartorialist o NME.com, o su estilizada imagen, estudiada hasta el milímetro y que no dejaba ningún detalle al azar? “Sin duda es un bujarrón de mucho cuidado” – pensaba Bosco algunas noches en que se pajeaba a su lado, separados tan solo por un breve pasillo de losas de mármol y por el virtual pero efectivo “muro de Merlín” que habían erigido entre ellos dos – “pero es imposible pillarle en un renuncio al muy cabrón. No tiene nada de pluma, juega al baloncesto desde crío y tiene muchas amigas que puede hacer pasar por novias ante nuestros padres llegado el caso. El sí que sabe…”. Lo que mas le dolía de todo es que Layo se negaba a mantener el menor contacto físico con él, nunca le abrazaba o le besaba en los cumpleaños o por Navidad, y ofendía su desarrollado sentido de la dignidad cuando se mostraba ante él empalmado o se masturbaba en la misma habitación.
Pero aquel desolador panorama cambió de repente una noche del mes de julio en que Pablo se encontraba de regreso en Madrid, recién llegado de un fin de semana de sol y playa en Tarifa, donde solía acudir a surfear con sus colegas. Volvía muy bronceado, lo que aumentaba aún mas, si cabe, su atractivo natural, y Layo no dejó de advertirlo de inmediato. Su interés erótico por Pablo, que venía de lejos, se había recrudecido en los últimos meses, desde que había roto con su primer novio serio, un aspirante a modelo llamado David. Fuera por esta época de obligada sequía en su vida sexual, aumentada por el vigor propio de su edad, lo cierto es que, sin apenas notarlo, sus pasos le llevaron de cabeza a la habitación de su hermanastro, aprovechando la coyuntura de que se estaba en la ducha en aquel momento. Nada mas entrar, se percató de que Pablo había esparcido la ropa que llevaba puesta durante el viaje por encima de la cama; como si fuera un imán y él una frágil limadura de hierro, desdeñó el resto de las prendas dispersas por ahí y centró su atención en unos calzoncillos blancos de marca que reposaban lánguidos en el suelo del dormitorio. Layo se recreó olisqueándolos como una pieza de caza, interiorizando aquel olor ancestral a orina y sudor que el tejido supuraba, aquel olor a macho joven sediento de sexo, y su miembro no tardó en reaccionar ante estímulos tan evocadores como aquellos. Su polla se disparó hasta los 19 cm, se irguió como una espada en mitad de su chándal casero, sin pedir permiso por su inesperada intromisión, y él no tuvo mas remedio que sacarse la chorra y manoseársela con esmero con la mano derecha mientras sujetaba con la izquierda la prenda íntima y esnifaba hasta el delirio la mezcla sagrada de secreciones varias contenida en su tejido. En ello estaba, alternando la postura, a veces de pie ante el espejo del armario, otras recostado en la cama de su seductor hermano, cuando, sin tiempo suficiente para reaccionar, sintió que se abría la puerta de la habitación, y el fogonazo de un flash le deslumbró por completo y le dejó en estado de shock.
- Vaya, vaya…¡que guapo has salido en la foto, Peyo! ¿Quieres verla? ¿o prefieres que te muestre los dos minutos de grabación anteriores, contigo pajeándote sobre la cama de Pablo? – quien así hablaba era, por supuesto, Bosco, sosteniendo con ambas manos a la altura de su rostro una cámara digital de última generación.
El gesto de fastidio de Layo no dejaba lugar a dudas de su profundo desagrado.
¡Debí imaginar que tenías que estar acechando como una comadreja, Phoskito de mierda! - Layo se incorporó y se subió de golpe el chándal, pero la mitad de su enhiesto rabo asomaba aún por encima de la cinturilla, reacio a guarecerse en territorio seguro.
Pues no te has equivocado – ironizó Bosco – y estoy seguro de que no te gustaría que Pablo viera estas imágenes tan comprometedoras para ti.
¡Dame esa cámara ahora mismo o te parto la cara, Bosco! – la amenza de Layo no pareció surtir efecto en su hermanastro, que siguió grabándole mientras reía a carcajadas como un energúmeno.
Layo perdió la paciencia y se lanzó a por él con uñas y dientes, pero de algún modo Bosco consiguió zafarse de su asalto y salir corriendo por el pasillo rumbo a su habitación, donde se encerró con pestillo. Los gritos e insultos de Layo intimándole a que abriera sólo sirvieron para llamar la atención de Pablo, que se acercó hasta allí envuelto en una simple toalla y luciendo unos pectorales de escándalo.
¿Se puede saber que pasa ahora? – preguntó alzando la voz desde el fondo del pasillo – desde luego en esta casa no se puede estar tranquilo ni en vacaciones. Parecéis niños pequeños, joder.
No pasa nada, Pablo, tranquilo, estábamos de coña…- mintió Layo recolocando como pudo su prominente miembro en el angosto espacio de su entrepierna de espaldas a su hermano – ya sabes que cuando no están papá y mamá la liamos parda por cualquier motivo.
Bueno, y estando ellos también – objetó éste acercándose hasta él – pero me alegro de que al menos hayas utilizado un lenguaje apropiado al referirte a tus padres…
Ah ¿si? ¿y qué es lo que he dicho? – Layo intentaba ganar tiempo y se encorvó ligeramente hacia delante para disimular su rotunda erección.
Bueno, les has llamado papá y mamá, y eso viniendo de ti ya es todo un avance – Pablo, que era por naturaleza cariñoso, le pasó la mano por detrás del cuello provocando que un súbito escalofrío recorriera la espina dorsal de un excitadísimo Layo – y eso significa que me consideras tu hermano; no sabes como me gusta que me llames así.
¿Cómo?…¿hermano? – Layo pensó para sus adentros que las únicas expresiones que a él se le ocurrían para llamarle eran “amor” o “cariño”, pero se tragó el impulso de confesarlo y le siguió una vez mas el juego – Si es por eso no te preocupes, Pablo, para mí eres el mejor de los hermanos posibles.
La sonrisa beatífica de Pablo le dio a entender que se daba por satisfecho con la respuesta; en aquel microuniverso de “buenas” y “malas” contestaciones, ésta sin lugar a dudas había sido la respuesta correcta, y Pablo se la agradeció fundiéndose con él en un sentido abrazo. Layo tuvo que realizar un esfuerzo ímprobo para que su prominente rabo no chocase contra el paquete de su medio hermano. Los fornidos brazos de Pablo le acorralaron contra su pecho, y la ya de por sí vivaz erección de Layo recibió un nuevo impulso extra; en realidad casi agradeció a todos los dioses cuando Pablo se separó de su cuerpo y regresó tan campante por donde había venido.
El subidón de adrenalina debido a la peligrosa situación vivida en los últimos minutos dejó a Layo exhausto; contuvo su primer impulso de aporrear la puerta de su cuarto o echarla abajo a patadas directamente, y se sentó pacientemente a esperar, con la cabeza entre las piernas, a que su hermano del alma se decidiese a abrir la puerta y le diera alguna explicación convincente de lo sucedido; de la macabra broma que le había gastado aquella noche…porque todo aquello sólo había sido una jodida broma pesada…¿o no?.
Se encontraba Layo en mitad de estas cavilaciones cuando la puerta de la habitación se abrió muy lentamente, como intentando crear cierto suspense, y, al cabo, reapareció en carne mortal el capullo de su hermano con la maldita cámara en la mano.
- Toma, es tuya, hermanito – Bosco le ofreció tan preciado objeto con una sonrisa burlona en el rostro – No hay nada que temer, las imágenes están borradas.
Layo conocía de sobra la retorcida mente de Bosco y no se fiaba un pelo de su palabra; por si acaso revisó a fondo la cámara, pero allí no había ni rastro de las fotos o las supuestas grabaciones de las que hablaba.
Aquí tiene que haber truco…¿Qué es lo que está ocultando esa sonrisa de hiena? – quiso saber Layo, abiertamente mosqueado con los absurdos jueguecitos mentales de su compañero de cuerto.
No hay truco que valga..tú mismo lo has comprobado – afirmó Bosco con su media sonrisa burlona ladeada dibujada en el rostro.
Layo se levantó del suelo y le devolvió la cámara con aire desconfiado. Se disponía ya a dar media vuelta y bajar la escalera en dirección al salón, pues no le apetecía verle el careto a ese gilipollas, cuando la sinuosa voz de serpiente de su hermano resonó a sus espaldas, mas sarcástica que nunca:
– Lo que quiero decir es que las he borrado de la cámara, donde serían muy vulnerables de caer en tus garras, pero antes me las he bajado a mi portátil, de donde es muy difícil que las consigas sin poder acceder a mi clave secreta.
¡Que hijo de puta! ¡tenía que haberlo imaginado, tanto tiempo ahí dentro encerrado!,¿y cual es esa clave, la fecha de la primera vez que te petaron el culo en algún callejón oscuro?
Ja, ja, muy gracioso…pero yo que tú me guardaría los chistes para otra ocasión, teniendo en cuenta que tu reputación corre serio peligro.
¿A que te refieres? – en realidad Layo sabía que la pregunta estaba de mas, porque consideraba a Bosco capaz de cualquier cosa con tal de salirte con la suya.
Bueno, estoy seguro de que tu padre y mi hermano estarán encantados de recibir en sus correos la grabación completa de 2 minutos 56 segundos que obra en mi poder con explicaciones añadidas de mi puño y letra para terminar de interpretar mejor las sugerentes imágenes; y sabes que eso significaría que tu papaíto te echaría de esta casa a patadas y tendrías que ganarte la vida como chapero en cualquier tugurio; en cuanto a tu querido Pablo, ni sueñes con que vuelva a dirigirte la palabra en cuanto descubra de que pasta estás hecho…
Layo le empujó hacia dentro de la habitación, haciendo que Bosco perdiera el equilibrio, diera un traspiés y cayera de espaldas contra su cama; sin preocuparse por su suerte, cerró la puerta con pestillo y se encaró abiertamente con su odioso rival.
Vamos a ver, payaso…¿Qué es lo que pretendes? ¿Qué coño quieres? ¿Dinero? ¿Es eso, no? ¿Cuanto quieres?
Ahora que lo dices…no me vendría mal un pequeño donativo para ablandar mi conciencia.
Tú no sabes lo que es eso, anormal…
…Pero en realidad lo que quiero es otra cosa.
La sonrisa socarrona de Bosco no dejaba lugar a dudas de la falta total de escrúpulos del personaje; estaba dispuesto a chantajear a su propio hermano, al tío con el que llevaba compartiendo habitación desde los doce años, para satisfacer sus caprichos de niñato pijo.
- Habla claro, por favor. ¿Qué es lo que quieres de mí?
Bosco dejó la cámara sobre una silla y se acercó a Layo muy lentamente sin dejar de mirarle fijamente a los ojos; parecía transfigurado y fuera de sí. Layo sintió miedo de su hermanastro por primera vez en su vida.
- ¿De verdad quieres saberlo? – y le plantó ambas manas en los cachetes del culo mientras su lengua se paseaba por su cuello en dirección ascendente.
Layo estaba tan sorprendido como asqueado por la reacción de Bosco. Le apartó de sí y le puso los puntos sobre las íes.
¡Eres un jodido maricón! ¡Y crees que puedes obligarme a comerte la polla por unas putas grabaciones caseras!
Bueno, en realidad pretendo de ti algo mas que comerme la polla, eso sería demasiado fácil… Pero ya lo irás descubriendo con el tiempo. Lo que sí te puedo adelantar – y su sonrisa maliciosa no dejaba lugar a dudas acerca de ello – es que vas a sufrir de lo lindo por el trato humillante que me has dedicado a lo largo de estos años.
¿Trato humillante?…¿yo a ti? Tú te pinchas queroseno, tronco.
Pero Bosco tenía buena memoria, y en esta materia en particular no admitía discusión alguna. Todavía recordaba las burlas de Layo hacia el cantante de Maroon 5, al que llamaba “ese ilustre tísico de voz aflautada”, algo que le rompió el alma al escucharlo, o sus críticas constantes hacia la música que le gustaba, desde la sensual Rihanna, “una zorra con suerte”, según él, pasando por Beyoncé “la gritona de la fiesta” o Jennifer López, “joder, que raro, un culo que canta…”. El aluvión de críticas recibido por su “hermano del alma” en los últimos siete años no paraba ahí e incluía desde la forma de vestir, “una mezcla entre el Príncipe de Bel Air en horas bajas y chulo poligonero con pretensiones”, de pensar, “si extendiéramos en línea recta todas las neuronas de tu cerebro, no darían ni para unir el filamento de una bombilla” y de vivir, en definitiva: “lo malo de ti, Fosco, no es que seas básico y primitivo como un hombre de Neanderthal, lo peor es que te crees la nata de todas las leches cuando eres simplemente la almorrana del culo de un mandril”.
Debido a este feroz tratamiento de choque, lindante con el simple “bullying”, Bosco había crecido acomplejado y carente de confianza en sí mismo, especialmente en sus capacidades de tipo académico-intelectual. Durante varios años Bosco se había resignado a pensar que todo lo que le gustaba a su pretencioso hermano era, sin posibilidad de duda, lo mejor de lo mejor; daba igual que se tratara de música, y entonces Editors, Gorillaz, The Vaccines, Kasabian o The naked and famous resultaban ser la bomba y dignos de todo mérito, o de simples series de TV, y entonces “Mad men”, “Deadwood” o el insoportable desfile de engominados personajes de “Downton Abbey” se llevaban la palma de la genialidad, en detrimento de las series favoritas del resto de los habitantes de la casa, como “House”, “Perdidos“, “El mentalista” o “C.S.I. Las Vegas”.
Pero hacía tiempo que había despertado del letárgico limbo al que le había condenado su inquisitorial co-inquilino de cuarto, y había trocado la resignación en abierta indignación, a la espera tan sólo de la ocasión adecuada para hacerla visible y efectiva.
Pues bien, esa ocasión había llegado por fin. Y Bosco no pensaba echar a perder una ocasión tan propicia como aquella.
No importa lo que pienses – fue la lacónica respuesta de Bosco mientras se bajaba hasta las rodillas el pantalón de chándal y dejaba a la vista unos gayumbos negros llenos de pelotillas – yo sé cual es la verdad. Y tú debes obedecerme si quieres salir con bien de esta aventura.
¿Obedecerte? ¿Yo a ti? Tú debes estar hablando de otro...¿salir con bien de esta aventura? ¿pero de que hablas, mamarracho?...Si la única aventura que tu has vivido en tu puta vida es cuando te caíste a la Fontana de Trevi intentando capturar monedas, pesetero…
La mirada incandescente de Bosco lanzaba fuego y parecía un volcán a punto de explotar. Con paso firme, se dirigió hacia su interlocutor, le pegó dos guantazos y le agarró del pelo hasta obligarle a ponerse de rodillas. Layo se quejó lanzando un grito sordo, pero su ridículo gesto solo pareció excitar aún mas a su hermanastro, que sintió de pronto en su propia carne la fuerza de Eros y cuyo miembro viril pugnaba por desbordar los estrechos límites de su pantalón de fibra. Bosco estaba doblemente excitado: por un lado, al fin se daba el gustazo de tener a su hipercrítico hermano a su merced, implorando una clemencia que ni merecía ni le pensaba conceder, y, por otro, toda la escena le recordaba las escenas de su video favorito de Maroon 5, “Misery”, un clip de marcados tintes sadomasoquistas en versión heterosexual, en el que un sufrido Adam Levine recibía toda clase de golpes y trato vejatorio por parte de una improvisada ama de mirada turbia y violentos modales. La canción, que fue el primer sencillo extraído de su tercer álbum, no tuvo el éxito esperado, y cuando Bosco se quejó amargamente de que una composición tan notable y pegadiza sólo alcanzara el nº 14 en la canónica lista Billboard, Layo no pudo dejar a un lado su falta de empatía habitual y le sugirió que se buscara otro nuevo grupo favorito a partir de entonces.
- Lo siento, majete, pero la experiencia en estos casos dicta que los grupos hipercomerciales como éste languidecen a partir del tercer álbum, hasta desaparecer de escena poco después, tras haberse llenado los bolsillos de dólares; ellos, por supuesto, pero muy en especial la discográfica que les ha lanzado y alimentado el mito, hasta que dejan de ser productivos y se les da la patada. Esto es así, aunque duela.
Y dolor, lo que se dice dolor, es lo que debió sentir en sus carnes aquel presuntuoso cabrón cuando recibió la primera tanda de hostias, a la que siguió un lapo en su careto de guiri, pensó Bosco satisfecho de su hazaña. Y no le faltaban razones para sentirse orgulloso: había doblegado sin apenas esfuerzo a Layo, y éste se había rebajado a comerle la polla a cambio de nada. Durante años había imaginado como se sentiría en este momento, cuando su guapo compañero de cuarto se ofreciese voluntario para limpiarle los bajos y le ofrendase su culito hambriento deseoso de ser traspasado por la flecha de su hermanito, el macarra poligonero. Las cosas habían sucedido de manera diferente a como lo había imaginado en sus fantasías, pero el resultado era el mismo: aquella zorra se había rendido sin lucha y había aceptado un papel indigno llevándose aquel pedazo de carne de considerable magnitud a la boca sin oponer resistencia. Le miraba chupársela, con los ojos cerrados y gesto de concentración en el rostro, y no se lo terminaba de creer. Disfrutó cada chupada que le propinaba Layo con jesuítica beatitud, ausente del entorno y absorto en su propio placer. Le sorprendió el arte que derrochaba Layito con su traviesa boquita y se mostró dispuesto a repetir la experiencia a las primeras de cambio, “para que coja rodaje el muy maricón”. Le pegó dos pollazos con intención hasta que el capullo chocó contra la garganta de su pobre hermano, y después se sacó la chorra de la boca y le ordenó ponerse a cuatro patas sobre la cama. Layo obedeció de mala gana, lanzando una maliciosa imprecación por lo bajo, pero Bosco le tiró del pelo hacia atrás y le susurró al oído muy bajito:
- A partir de ahora vas a ser mi zorra personal, así que mas te vale que te acostumbres a esto si no quieres que tu papaíto se entere de tu doble vida,, y Pablete de que te pone su cipote mas que a Carmen de Mairena un surtido de nabos frescos.
Bosco, con su tosquedad habitual, escupió directamente al ano de Layo y se abrió camino con los dedos de su mano izquierda; la derecha la tenía ocupada en magrear la polla de su hermanito, que respondió bastante bien al tratamiento. Bosco sintió deseos de llevársela a la boca porque tenía una pinta estupenda, pero se contuvo porque debía ceñirse a su plan original de humillar y someter a su hermanastro hasta que se tragase su terco orgullo, y, con él, todas las asquerosas opiniones vertidas durante años por su ignorante bocaza. A partir de ahora utilizaría la lengua para otros menesteres, de eso se iba a encargar él.
Cuando sintió que la dilatación anal de Layo había alcanzado un nivel adecuado, Bosco se abalanzó sobre su espalda y le penetró sin contemplaciones, pese a sus insistentes quejas de dolor. Disfrutaba como un sádico haciéndole sufrir, y, del mismo modo, mientras cabalgaba sobre su espalda y le mordía el lóbulo de la oreja sintió un arrebato de felicidad inexplicable y se escuchó a sí mismo susurrarle entre jadeos:
- Te quiero, cabrón…¿Es que no ves lo que has hecho de mí?...
Bosco estuvo tentado de confesarle que, en ese momento de sobrenatural confusión, no sabía quien era el amo o el esclavo, el taladrador y el taladrado, el activo o el pasivo, porque en su interior se sentía tan esclavo de su cuerpo y tan mendigo de sus miradas como poseído de un furor atávico que le impedía razonar y mostrarse condescendiente con su forzada conquista. La clavada fue realmente brutal y culminó con una corrida en el interior del culo, pero Bosco sacó la polla de inmediato porque quería esparcir su sagrada lefa sobre el ojete de Layo para luego reintroducirla aún palpitante a la oscuridad de sus glúteos donde encontró húmedo acomodo para sus últimos coletazos lechales. Se dejó caer exhausto sobre la espalda arqueada de Layo, y sus fuertes y cálidas manos se posaron sobre su pecho y abdomen, mientras su hermanastro se pajeaba con ganas hasta alcanzar un violento orgasmo en cuestión de segundos. Ambos se tumbaron en la cama sin mirarse, y Bosco le intentó pasar una mano por el hombro, como si tal cosa; Layo rechazó el ofrecimiento con un gesto de hastío y se levantó de la cama airado, recogió su ropa, se puso encima el pantalón de chándal y abandonó la habitación.
- Algún día pagarás caro lo que has hecho – le amenazó desde la puerta – No voy a perdonarte en la vida por este chantaje al que me has sometido.
La risa sarcástica de Bosco desde la cama interrumpió su discurso.
- Veo que no has entendido nada, zorrita – su voz sonaba autoritaria al mismo tiempo que falsamente paternal – lo de hoy solo ha sido una toma de contacto…y nunca mejor dicho, ja, ja. A partir de ahora seremos hermanos de día y amantes de noche. Y no te hagas el estrecho, que ya me he dado cuenta de que te ha gustado el cuento…y mucho. Estabas mas cachondo que una monja en la consulta de un ginecólogo. Reconócelo al menos, no seas hipócrita, chaval.
Layo murmuró una queja para sí mismo, algo así como “contigo es imposible razonar” y salió de la habitación avergonzado. En su interior, sin embargo, daba la razón a su hermano político, y se reconocía ambiguamente fascinado con la experiencia, y, lo mas aterrador de todo, dispuesto a repetirla a la mayor brevedad posible.
(Continuará)