El chico del pito: Segunda vida

Los protagonistas preparan su partida en circunstancias inesperadas.

NOTA: Sigo hasta terminar la historia de "El chico del pito" antes de continuar con "Primer tiempo".

El chico del pito: Segunda vida

1 – Partida doble

Caminamos hacia casa abrazados bajo la lluvia. Aparentemente nadie nos vio durante aquel paseo y, sin embargo, en un lugar así nunca percibías que alguien te observaba.

Entramos en casa y nos quitamos la ropa empapada para entrar en calor junto al fuego. Fidel llevó un par de toallas para secarnos y recogimos sólo lo más importante. Con una sonrisa perpetua en su rostro se movía por la casa como si tuviese prisas. Sabía que en poco tiempo habría conseguido ese sueño que siempre había tenido en su cabeza y que había plasmado con exactitud y belleza en sus escritos.

  • ¿Qué van a decir tus padres de esto?

  • Les parece bien – dijo sin darle importancia -. Hace tiempo que saben que algún día me iría.

  • Claro – lo tomé de la mano -. El problema es que me parece mal que nos vayamos sin aparecer por tu casa. No me gustaría irme sin hablar algo con tus padres. Volveremos a despedirnos antes de irnos.

  • Iremos si quieres, Tomás. Ya te conocen y en ningún momento me han dicho nada.

  • Subiremos ahora. También tengo que recoger algunas cosas de la clase.

  • ¡No! – siguió recogiendo -. Subiremos a por mi equipaje cuando deje de llover tanto; antes de que llueva otra vez.

  • Me parece bien. Yo iré antes a por mis cosas a las escuelas.

No dijo nada. En realidad estaba como obsesionado mirando a un lado y a otro para no olvidar nada. Lo único que debería quedarse allí era lo más pesado, que iría a recogerlo otro día la agencia de mudanzas.

  • Quizá tarde un poco – comencé a abrigarme -. Espero no encontrarme a Carmen. Volveré para almorzar y desapareceremos de este lugar para siempre.

Me miró con dulzura sin dejar de ordenar algunos libros. Me dirigí a la puerta, miré a ambos lados de la calle y comencé a subir hacia la casa escuela. Poco más arriba empezaba la callejuela estrecha por la que había pasado todos aquellos días cuando iba y venía de las clases. Entré en ella cabizbajo y apreté el paso.

Llovía con mucha fuerza, así que tuve que ponerme la capucha apretando luego mis manos dentro de los bolsillos. Al levantar la cabeza un momento para ver por dónde iba, vi a un joven en la puerta de una casa. Tenía algo en sus manos y lo miraba atentamente. Lo saludé al pasar.

  • ¡Buenas!

  • ¡Hola, Tomás! ¿A dónde vas tan deprisa?

  • Supongo que sabes que me voy – me paré frente a él -; subo a la escuela a por mis cosas.

  • Espera – me miró con tristeza -; entra un momento. Está lloviendo mucho. Me gustaría hablar contigo…

  • ¡Por supuesto!

Entré en una casa lóbrega y humilde donde no había ninguna ventana ni ninguna luz encendida. Sólo las llamas de la chimenea me dejaron ver los escasos muebles antiguos que ocupaban parte de la habitación y una antigua cama al fondo. Había un extraño olor a humo y a cerrado.

  • Pasa un momento – dijo -. Siéntate ahí y vamos a tomar un vino.

  • Gracias – me senté cerca de la chimenea -. Eres Migue, el hijo del quesero, ¿verdad?

  • Sí, sí. No me ves porque no estudio. Estoy todo el día ayudando a mi padre y soy un analfabeto… Quería hablar contigo antes de que te vayas.

  • ¿Ah, sí? – sentí curiosidad -. Entiendo que no vayas a estudiar, Migue, pero no me gusta que te llames analfabeto. Cada uno tiene sus conocimientos.

Puso sobre la mesa dos vasos pequeños, una botella de vino nuevo, un plato con pan fresco y queso y se sentó frente a mí. Me llegó un olor penetrante y delicioso y, cuando lo miré a los ojos, me estaba mirando fijamente.

  • ¡Bueno! – rompí el silencio - ¡Tú dirás!

  • Prueba mi vino y mi queso, Tomás. Es lo único que puedo ofrecerte.

  • Será un placer. Ya he probado el vino y el queso de aquí pero no sé si serán estos…

  • Sí – se me acercó -. Son estos porque nadie más los hace pero lo mejor lo guardamos para nosotros. Quiero compartirlo contigo antes de que te vayas. Sé que no puedo compartir otra cosa.

No sabía muy bien lo que quería decirme y, sin embargo, me daba la sensación de que hablaba directamente de otra forma de compartir.

  • Nunca salgo – bebió -. O estoy aquí, en casa, o estoy trabajando. Te he visto pasar casi todos los días y siempre me ha dado vergüenza de hablar contigo ¿Para qué? Y ahora que te vas…

  • No te entiendo, Migue. No soy alguien inaccesible.

  • Te he visto pasar con el hijo de carpanta. Una vez ibais abrazados. Sé que está contigo porque he oído el pito. Sé que se va contigo. No volveré a verte.

Estaba siendo demasiado claro y pude sentir una pena contenida que no entendía demasiado bien. Lo que me estaba diciendo no encajaba con todo lo que había oído sobre aquel lugar. Fidel me había contado muchas cosas y jamás había hablado de aquel chico.

Bebí y tomé un trozo de aquel queso exquisito. Prefería que fuese él quien me contase lo que sentía. Lo que decía me rompía el alma.

  • Ni siquiera sé escribir ¿Cómo iba a acercarme a ti? Ya no tengo nada más que perder, así que he pensado que deberías saberlo antes de irte. Fidel tiene suerte. Seguro que te hace muy feliz.

  • ¿Por qué me dices esto ahora? Él ha ido a buscarme y me ha encontrado. Pensaba que en este lugar a nadie más se le ocurriría hablar de un tema así.

  • Yo sí he hablado con él de esto – cerró los ojos -; pero yo no le sirvo; no puedo sacarlo de aquí. Ni siquiera quiso escucharme cuando le dije que… ¡Es igual!

No pude evitar poner mi mano sobre la suya. Era una mano grande, ruda y fuerte que, al volverse a acariciar la mía, me pareció dulce, apetecible. No quise retirar la mía.

  • Yo no soy culto – prosiguió -. Ni siquiera sé escribir ¿Cómo piensas que voy a poder escapar de esta trampa mortal? ¿Qué hace alguien como yo en la ciudad?

  • ¿Hablaste con Fidel? – curioseé - ¿Qué te dijo?

  • Ya lo sabrás… supongo. Salimos de la bodega una tarde y le dije que… Le dije que me gustaba. Me pareció que no se enfadaba, así que le propuse salir juntos de vez en cuando. Se negó.

  • Sí – quise suavizar la situación -. Parece que Fidel es bastante exigente para todo. Sin embargo… no eres un chico desagradable.

  • Debo serlo – se quejó -. Quizá no quiso por lo que te he dicho. Ni soy culto ni puedo sacarlo de aquí… Aquel día seguimos hablando un buen rato y, como siempre, empezó a llover. Lo invité a casa y nos vinimos aquí, bebimos… ¡Ya sabes! Nunca más ha querido hablar conmigo.

  • ¿Y los otros dos profesores? – indagué - ¿Te gustó alguno?

  • ¿Qué dices? Eran serios y desagradables. Jamás hablé una palabra con Víctor ni con Cándido… ¿Te refieres a ellos? ¡Tú eres otra cosa! Lo supe en cuanto te vi.

Guardé silencio porque sabía que había algo que Fidel no me había comentado. Migue se le había insinuado y estuvieron juntos ¿Por qué no me lo dijo?

Me puse nervioso, tosí, me levanté y me fui hacia la puerta despidiéndome de aquel hermoso chico.

  • Nos conocemos muy bien, Migue. Él quiere estar conmigo y yo con él. Me gusta tu compañía, por supuesto. Ya sabes cómo es la vida; tengo que irme de este lugar maldito.

  • Claro – vino tras de mí -. Os deseo lo mejor. Yo ya sé qué futuro me espera porque no puedo moverme de aquí.

  • Me apena lo que te pasa. Si puedo ayudarte a salir de este infierno…

  • No – me cortó el paso -. No pretendo que nadie me saque de aquí, sino que me hubiera gustado que te quedaras para siempre conmigo.

  • ¡Migue! – exclamé - ¿Sabes lo que estás diciendo? No puede ser… Me ofrezco a sacarte de aquí pero tengo que comentarlo antes con Fidel.

  • Sí; sé qué vida me espera. Por eso quería que, al menos, supieras lo que pienso. No importa. No sabría qué hacer en la ciudad. Espero que seáis felices; de corazón.

  • Gracias por decírmelo – me volví a mirarlo -. Me acordaré de ti.

  • Y… - bajó su mirada - ¿No me darías un beso para despedirte?

  • No, Migue… Sabes que eso sería peor para ti.

  • Sí, claro ¡Qué tontería! – se apartó -. Adiós.

Me sentí muy mal al darle la espalda y pisar el escalón. No pude remediarlo; me volví hacia él, lo tomé por la cintura y lo besé con verdadero cariño. No me había dicho ninguna tontería. Cuando separé mis labios de los suyos lloraba frente a mí en silencio.

2 – El viático

Tuve que subir hasta las escuelas con mucha precaución, metí lo imprescindible en una bolsa de plástico y bajé con cuidado atravesando ríos en vez de calles. Al llegar a casa me llegaba el agua por encima de los tobillos.

  • ¡Tomás! – gritó Fidel al abrirme - ¡No deberías haber salido!

  • No importa… Ya traigo lo que me faltaba para irnos.

  • No lo sé – dijo mientas cerraba -; cuando llueve así, no se puede salir.

  • Cargaremos el coche en el garaje y saldremos por ahí preparados.

  • No, Tomás – me acarició la nuca -. No vamos a poder salir de aquí hasta que deje de llover.

  • ¿Por qué no? En el coche vamos seguros.

  • Te equivocas – me abrazó -. Cuando las calles se convierten en ríos, todas esas aguas van hacia la parte más baja de la sierra. Por allí transcurre la carretera por donde llegaste y por donde nos iremos. Ahora estará cubierta por una laguna.

  • ¿Cómo? – lo agarré por los brazos - ¿No podemos salir hasta que escampe?

  • Quizá sea algo peor. No te asustes. Cuando deje de llover habrá que esperar bastantes horas para que desagüe por el río… y no sabemos cuántos días va a llover.

No pude contestarle. Me había hecho otras ilusiones y ya tenía más ganas de salir de allí que él. Me dejé caer en el sofá mirando al fuego y se sentó a mi lado poniendo su brazo sobre mis hombros y meciéndome como si fuera su bebé.

  • No pienses en el tiempo que falta. Piensa que vamos a irnos; cuando sea; cuando Dios quiera.

  • Por supuesto. Al menos estamos ya juntos. De nada sirven las prisas – lo besé -.

  • No. De nada. Aquí no valen las prisas… ni los secretos. Podría callarme y no decirte nada porque nunca te he hablado de esto. Sin embargo, creo que no te mereces que te oculte nada de mí como tú no me ocultas nada. No sé si soy transparente como me has dicho más de una vez. Te amo y ni siquiera me atrevo a decírtelo. Sabes que soy así…

  • Claro que lo sé – me extrañé - ¿Por qué me dices eso ahora?

  • Porque has estado con Migue y no me has dicho nada.

Tuvo que notar mi espanto. Era una de las cosas más sinceras que había oído. Aunque acababa de llegar, sabía que no iba a decirle nada de mi encuentro con Migue, como sabía que yo ya habría descubierto que estuvo con él una tarde y me lo había ocultado. Su silencio sobre el asunto justificaba el mío. Me sonrió abiertamente.

  • ¡Anda, tonto! – volvió a besarme levemente -. Enjuágate un poco la boca que hueles a queso. Si quieres, comentamos algo sobre Migue…

  • ¡Claro! Como prefieras – me levanté -. Voy al baño a enjuagarme. Soy yo el que tengo que decirte qué ha pasado. Ya sé lo que te pasó con Migue un día ¡Un día! No tiene importancia, amor mío.

  • ¡Gracias! – se sorprendió - ¡Es la primera vez que me llamas amor mío! ¡No sabes cuánto te quiero!

  • Sí, sí. Lo sé porque me lo has demostrado. Ahora también deberíamos recordarnos de vez en cuando este amor. Debemos perderle el miedo a decirnos esa simple palabra.

  • ¡Por supuesto, amor! Se acabó ese miedo tonto. Ve al baño. Te espero como espero a que escampe.

Dejé en el baño la ropa mojada y me puse otra seca, me cepillé bien la boca y volví con cierta curiosidad por saber qué quería contarme y por ver su reacción al decirle lo que me había pasado con Migue.

  • ¿Ya? A ver; abre la boca y déjame saborearte.

Abrí la boca como si estuviera en el dentista y acercó poco a poco su rostro al mío, me olisqueó y comenzó a lamerme; por fuera y por dentro. Tuve que cerrar los ojos porque jamás había sentido algo parecido. Me apretó con fuerzas la polla mientras nos besábamos como dos locos y, al notarla tan dura, tiró de la cremallera con fuerzas para meter su mano. No pude evitar hacer lo mismo.

En el fondo, mientras nos amábamos en pie junto a la chimenea, me alegraba de tener que pasar allí algunos días más. Imaginé cómo sería aquella escena de verdadero amor en un apartamento soleado y ruidoso… No iba a ser lo mismo. No iba a volver a oír aquel estruendo de la lluvia, incesante y ensordecedor.

Dejó de besarme repentinamente y se agachó ante mí sin dejar de mirarme sonriente.

  • Dame toda esta comida, amado mío. Necesito alimento antes de salir de viaje.

No podía soportar el placer cuando me corrí y siguió chupando con fuerzas y tirando de mi prepucio hasta el tope. Apenas podía mantenerme en pie. Había tenido sexo con otros chicos, de muchas formas, pero aquello no era nada que se le pareciera y, entre otras cosas, influía el tétrico ambiente en el que estábamos inmersos.

  • Deja de comer un poco; yo también quiero tu alimento.

3 – Desesperados

Recogimos más cosas y muchas fueron directamente al maletero. Alternamos los largos diálogos con la música, el sexo, el silencio, la ducha caliente, la comida… El tercer día desperté con una extraña sensación de claustrofobia, de pánico a no poder salir de allí. Fidel lo notó al instante, saltó de la cama y me trajo un vaso con algo de zumo y una píldora.

  • Toma esto. Vamos a hablar y verás cómo te tranquilizas ¿Quieres?

  • No, Fidel – me incorporé jadeando -; tenemos que salir de aquí como sea. No sé lo que me pasa.

  • Yo sí, señor profesor. Estás asustado por algo que no va a pasar. No vamos a quedarnos aquí. Debes tomar esta espera como algo positivo ¿Por qué no piensas que nunca más vamos a poder estar tan juntos y solos como estamos ahora?

  • No puedo, amor – me abracé a él -. No soporto este ruido incesante, esta oscuridad… ¡Menos mal que te tengo a mi lado! No quiero ni pensar cómo estaría si no estuvieras tú conmigo.

  • Es que eso no va a pasar, Tomás. He vivido aquí toda mi vida y tampoco yo me salvo de algunos momentos de angustia. Se te pasará…

  • No ¡No lo soporto! Vamos a salir en el coche antes de que anochezca hoy. No importa si tenemos que volvernos. Necesito salir de la casa y eso sólo podemos hacerlo en el coche.

  • Está bien. Podemos probar si quieres. Tendremos que volvernos. Quizá un paseo en coche te haga ver que donde mejor estamos ahora es aquí ¡Vamos! ¡Vístete!

Tomó mi ropa y la puso sobre la cama sin dejar de hablarme de otras cosas y ayudándome un poco. A pesar de la tranquilidad que asomaba siempre a su rostro no conseguí calmarme hasta que apagamos todo y dejamos la casa como si no fuéramos a volver. Pacientemente, me acompañó siempre sin separarse de mí y tomándome por la cintura cuando pudo.

Al sentarme en el coche y verme junto a él me sentí algo mejor.

  • Yo abriré la puerta del garaje. Cuando saques el coche la cerraré. Deja esta abierta para que yo entre rápidamente. Supongo que no tendré que decirte el camino.

  • ¡Vale! Vamos a dar ese paseo.

Abrió la puerta del garaje despacio y, conforme iba subiendo, pude ver un manto de agua denso que caía, como impenetrable. Tomé aire y soplé. Sabía que convenciéndome a mí mismo de que no se podía salir de la sierra de momento, podía sentirme mucho mejor.

Saqué el coche hasta que supe que podía cerrar la puerta, la cerró rápidamente, se acercó corriendo y entró dejándose caer en el asiento. Me salpicó agua de su cuerpo. Un tanto confuso e intentando disimular mi temor, comencé a recorrer la calle despacio hasta la plaza.

Lógicamente, con tanta agua por las calles, no vimos a nadie por la de entrada y, al salir al campo y comenzar la bajada, no pude ir más aprisa. Sólo veía a unos metros por delante. Fidel siguió contándome cosas simpáticas y acariciándome el brazo de vez en cuando. De esta forma, bastante después, tomamos la curva que él decía que nos haría llegar a la parte que se inundaba.

Me pareció que llovía algo menos y cuando quise acelerar un poco, vimos ante nosotros, delante de una enorme masa de agua donde se perdía la carretera, a un hombre con un impermeable amarillo que nos hacía señas con los brazos para que parásemos. Miré un instante a Fidel y supe que tampoco entendía qué pasaba.

Cuando frené del todo, se acercó el hombre corriendo hasta mi ventanilla, la bajé un poco y comenzó a entrar agua.

  • ¡Hay que volver! – gritó - ¡No se puede pasar y no puedo subir andando!

Nos miramos en silencio y muy asustados. El hombre del impermeable era Migue.

Le dije que entrase atrás y, en ese corto espacio de tiempo que pasó hasta que entró, Fidel y yo nos hicimos mil preguntas con la mirada.

  • ¡Perdonadme, por Dios! – se acercó para hablarnos -. He bajado a ver nuestros animales sin pensar que iba a llover así. Al oír el coche supe que erais vosotros.

  • No te preocupes, Migue – le dije -. Está claro que hay que volver a casa. Voy a dar la vuelta.

  • Gracias. No sé si hubiera podido volver andando. Me hubiera tenido que quedar metido en el tinado. El agua está subiendo mucho.

Fidel ni siquiera miró atrás. Íbamos tan callados que fui yo el que comencé a hablar de algo.

  • En realidad, ha sido una locura mía pensar que se podía pasar. Está claro que hay que quedarse en casa, así que tendremos paciencia…

  • Ya puedes imaginar la paciencia que tengo, Tomás. A veces me veo completamente solo en casa durante días.

Fue en ese momento cuando lo miró Fidel inexpresivo.

  • La que tenemos todos, Migue. Tomás nunca comprenderá del todo esto y se pone nervioso.

  • Mi padre dice – apuntó Migue – que no va a llover ya mañana y, normalmente no se equivoca.

  • Es verdad – comentó Fidel -; el quesero puede decirte qué día va a dejar de llover. Lo que no entiendo es por qué no te lo ha dicho, Migue.

  • No lo he visto hoy. Había que darle una vuelta a los animales y… se me ocurrió bajar.

  • Ya – intervine -. Al menos sabemos casi con certeza que esto no va a durar mucho.

Entramos en el pueblo cuando arreciaba la lluvia. Caía tanta agua que no se veía el asfalto de la estrecha calle. El coche iba abriendo las aguas como un barco y temí que la humedad parara el motor. Afortunadamente llegamos a casa, se bajó Fidel a abrir y metí el coche rápidamente.

  • Baja, Migue – dije -. Quédate un rato con nosotros. Es una tontería que estés solo en tu casa. Nos conoceremos un poco, ¿vale?

  • A Fidel no le va a gustar…

  • No lo creo – paré el motor -; si sabe que yo te he invitado le gustará.

Fidel se acercó a la entrada de la cocina, conectó la luz y pasamos en silencio.

  • No has entrado nunca aquí, Migue – le dijo -. Te gustará esta casa.

  • Sí, es bonita. Todo el mundo lo dice. No quiero estorbaros…

  • ¿Qué dices? – exclamó Fidel -. Estás en tu casa. No voy a dejar que te vayas con la que está cayendo.

  • Gracias – se miraron cordialmente -.El problema es la ropa ¡Vengo empapado!

  • Eso no es problema, Migue – apreté su brazo -. Quítate ese impermeable; te daré ropa mía seca.

Fui al coche a por una de las bolsas de ropa y, cuando volví, los encontré charlando normalmente mientras encendían la chimenea. Los miré un instante y supe enseguida los sentimientos que había entre nosotros; de unos a otros. Fidel estaba siendo muy amable con aquel chico que decía que no se llevaban tan bien.

  • ¡Bueno! – dejé la bolsa en el sofá -. Vete quitando todo eso mojado. Aquí tienes también una toalla. Si prefieres cambiarte en el baño… Creo que es mejor que no te separes del fuego.

Fidel se volvió hacia él sonriente.

  • ¡Vamos! ¡Dame toda esa ropa mojada! Esperemos que se seque de aquí a mañana.

La situación no dejaba de ser tensa. Preferí irme a la cocina a calentar unas sopas que llevábamos en unas botellas, pero no dejé pasar la oportunidad de asomarme con disimulo para ver el cuerpo de Migue. Me pareció magnífico. Dejé de mirarlo porque me estaba empalmando.

Puse unos tazones de caldo caliente en la mesa y nos sentamos comentando cosas del tiempo. En ese instante me di cuenta de que no podía dejar a nuestro amigo irse solo a su casa y, sin embargo, no sabía dónde podría quedarse a dormir. En la casa no había más que unas cuantas sillas y un sofá muy pequeño. Si se quedaba, íbamos a tener que hacerle un hueco en nuestra cama. Me pareció cruel pensar que no debería quedarse con nosotros hasta que le habló Fidel.

  • Sabía que no íbamos a ninguna parte, pero Tomás estaba bastante agobiado. Ahora es distinto porque, si nos haces compañía, puede que el tiempo pase más rápido ¿Por qué no te quedas a dormir?

  • ¿Qué? – Migue me miró asustado -. No creo que a Tomás le agrade que me meta en su casa sin más.

  • ¿Por qué me va a desagradar? – sorbí de la taza -. Si estás a gusto… ¡La cama es muy grande!

  • ¡Claro! No es eso. Creo que se entiende lo que quiero decir.

  • No pasa nada, Migue. No cierro mi casa a nadie y, además, no eres un desconocido. Te quedas y ya inventaremos algo.

Pasamos la tarde comentando cosas – sin entrar en temas de cultura – y fue muy divertido. Conocí a un chico que, además de ser guapo y tener buen cuerpo, era extremadamente simpático. En cierto momento dije que iba a la cocina a preparar algo para la cena y Fidel quiso acompañarme y le dijo a Migue que lo esperase un poco.

  • ¿No te parece arriesgado meter a Migue en nuestra cama? – me susurró Fidel casi al oído -.

  • ¿Te lo parece a ti, amor?

  • No, sinceramente. Sé que es muy impulsivo pero lo que me preocupa es que no te guste eso a ti.

  • ¡Déjalo! Está muy solo; lo sabes. Mira cómo disfruta por estar con nosotros…

  • Es verdad; y te servirá también para olvidarte de esas prisas que te han entrado. Lo único que me gustaría que supieras es que no estaba en la carretera por casualidad ¿Me explico?

  • Lo he imaginado, amor. Prefiero que tú decidas.

  • Se queda.

Después de la cena, con aquel ruido incesante y sin televisor, lo mejor era acostarse temprano. El día había sido agotador. Fidel se asomó a la puerta y sopló el pito con fuerzas.

4 – La noche cálida

Unas risas nerviosas nos acompañaron mientras nos desnudábamos. Ninguno de los tres acostumbrábamos a dormir con pijama, así que nos metimos en la cama tiritando y bromeando. Me quedé en el centro. Fidel se puso a mi derecha como siempre y Migue a mi izquierda. Despiertos y bocarriba seguimos hablando hasta que las frases se fueron distanciando y las voces se debilitaron. Fidel apagó la luz e intercambiamos unas sensuales «buenas noches».

De nuevo, el ruidoso silencio de la habitación y la situación tan rara en la que estaba inmerso, no me dejaban dormir. Me puse a soñar despierto en el momento de la partida, como me aconsejó Fidel, y quiero recordar que pasó bastante tiempo.

En cierto momento, cuando menos lo esperaba, Migue se volvió hacia mí y su brazo cayó sobre mi vientre. Tenía que decidir en pocos segundos la reacción más apropiada; esperé un poco y me di la vuelta hacia Fidel poniendo mi brazo sobre su cuerpo cálido. Migue no retiró el suyo y Fidel se volvió hacia mí, comenzó a besarme y movió su brazo hasta abarcar la cabeza de Migue y pegarla a mi cuello. Comencé a sentir besos en mi espalda. Me había metido en una situación que, aunque no me resultaba desagradable, no iba a saber sobrellevar.

Los besos de Migue subieron por mi cuello mientras me acariciaba las nalgas y Fidel se incorporó un poco para besarme con él en el mismo lugar y uniendo sus labios. Su mano abarcó mi polla – su parte favorita de mi cuerpo - y tanto las manos de uno como del otro comenzaron a acariciarme todo y tiraron de mis boxers para bajarlos.

Cuando me sentí desnudo entre los dos, cada uno se quitó lo suyo y me sentí deliciosamente abrazado y besado por todas partes. Sentí curiosidad por tocar el cuerpo de Migue y me pareció maravilloso. Poco a poco, sin prisas, ayudé a Migue a penetrarme mientras el cuerpo de Fidel se desplazó hacia los pies de la cama y noté cómo entraba en su boca. Era más de lo que podía haber imaginado y no sabía en qué iba a acabar todo aquello.

Cuando llegamos a un final apoteósico, caímos en el colchón como sacos vacíos; en el mismo lugar donde estábamos al principio. Apenas hubo unos comentarios sobre lo que había pasado y los tres estábamos de acuerdo en que había sido algo fantástico.

Sin ningún acuerdo, dejamos de hablar como si oyésemos con atención la incesante lluvia. Me volví hacia Migue, lo besé y le di las buenas noches. Luego, volviéndome hacia mi amado Fidel, hice lo mismo pero seguimos abrazados hasta dormirnos.

Recuerdo que tuve un mal sueño, aunque no sé qué soñé. Un movimiento brusco me despertó. Migue me estaba zarandeando.

  • ¡Ya no llueve, Tomás! – susurró -.

  • Llevo bastante tiempo despierto – respondió Fidel -; no he querido interrumpir vuestro descanso. Ahora no sabemos cuánto tiempo estará sin llover ni cuántas horas tendremos que esperar.

  • ¡Ah! – exclamé -; eso no tiene importancia. Si no llueve en toda la mañana podemos bajar con el coche a ver si se han ido las aguas.

Se encendió la luz y tiró Fidel de las sábanas y las mantas para dejarnos completamente desnudos. Se incorporó un poco, nos miró con picardía y echó los pies abajo de la cama.

  • ¡Vamos, mozos! – dijo -. En fila india a la ducha que no es momento de más jodienda. Os prepararé un buen desayuno.

Viéndonos desnudos me sentí tranquilo y feliz. Fidel y Migue – mi principal preocupación – parecían sentirse muy bien juntos y no noté en ningún momento tiranteces entre ellos. Besé a Migue en la mejilla y me senté en la cama antes de levantarme.

  • Gracias, Tomás – musitó -. Ha sido algo maravilloso para mí. Gracias a los dos. No esperaba esto antes de quedarme solo para siempre… y no pienses que va a ser peor para mí. Seguro que todas las noches recordaré esto, sonreiré con felicidad y me haré una paja pensando en vosotros; en los dos; en esta noche.

  • ¿Por qué no? – acaricié su pecho -. Te daré mi dirección y mi teléfono. Puedes escribir cuando quieras o, si puedes, nos llamas.

  • ¡Es conferencia! – rio -. Bueno, dejaré de gastar en otras cosas…

  • ¿Nos duchamos?

5 – El guardián

Entramos al baño uno a uno aunque permanecimos desnudos un buen rato hasta que Fidel sirvió el desayuno. Apenas había empezado a comer algo cuando alguien llamó a la puerta. Nos miramos intrigados, me levanté para ponerme algo rápidamente y corrí a la entrada. Al abrir encontré allí a un chico que me miró con respeto.

  • Perdone, señor – dijo tranquilo -. Vengo a avisarle de la bodega. Tiene una llamada de… - sacó un papelito del bolsillo para leer - …la secretaria del misterio de duración…

¡Ah! – no pude aguantar una risita y le acaricié la mejilla -. Gracias, chaval ¿Me harías un favor sin decírselo a nadie?

  • ¡Claro! ¿Qué necesita?

  • Necesito que me guardes un secreto ¡Es algo sagrado y nadie debe saberlo!

Asintió mirándome con misterio.

  • Vuelve a la bodega y di que en esta casa nadie abre la puerta ¿Lo harás?

  • ¡Sí! – se entusiasmó -. Les diré que me ha dicho usted que aquí nadie me abre la puerta.

  • ¡Nooo, pequeño! – me acerqué a él con cariño -. Imagina que yo no estoy aquí, ¿de acuerdo? Sólo debes decirles… «¡Nadie abre la puerta!».

  • ¡Ah, claro! Como si no lo hubiera visto…

  • Así es – busqué en los bolsillos y encontré unas pesetas - ¡Toma! Cómprate algunos caramelos… pero tampoco le digas a nadie que te los he regalado yo.

  • ¡Nooo! Me los comeré a escondidas – respondió con misterio -.

Salió corriendo y miré al cielo aspirando con fuerzas. Había subido la temperatura bastante y, curiosamente, el cielo estaba despejado. Corrí adentro de la casa.

  • ¡Eh, chicos! – grité al entrar -. Ha venido un chaval a darme un recado de la bodega. Dice que me llaman de la Secretaría del Ministerio de Educación. Le he dicho que vuelva y que diga que aquí no hay nadie. Si me pongo al teléfono sabrán que aún estoy aquí… ¡No quiero pensar que me pidan que me quede!

  • ¿Era un pequeño rubito y muy gracioso? – me preguntó Migue -.

  • Sí. Traía el recado escrito en un papel…

  • ¡Ya! Es el Abe, el Borreguito; el hijo de la Borrega. Dará el recado al revés…

  • ¡No! – me acerqué a la mesa seguro -. Me ha dado el recado a su manera pero lo he entendido. Lo que no ha entendido es lo que debería decir y se lo explicado bien. Le he dado unas pesetas para que se compre caramelos…

  • ¿Unas pesetas? – preguntó Fidel -. Se comprará un buen cartucho y no dirá nada. Le has dado en su punto débil…

Desayunamos tranquilamente y pensando ya en el momento de la partida. Migue se levantó al terminar, se cambió de ropas y quiso despedirse de nosotros.

  • Tengo cosas que hacer – dijo -. Espero que seáis muy felices. Yo voy a serlo después de esto.

Nos levantamos para acercarnos a él y nos unimos los tres en un abrazo sincero y profundo lleno de besos.

  • ¡Vamos, amigos! – me separé de ellos cabizbajo -. No me gustan estas despedidas. Lo siento.

Migue fue muy delicado y no comentó nada más. Besó a Fidel, me besó a mí y se despidió yendo hacia la puerta con un gesto de la mano.

Lo seguimos para ver cómo salía de allí con su impermeable amarillo doblado bajo el brazo y subiendo lentamente hacia su calleja. No volvió la cabeza.

La mañana se nos hizo bastante larga. Recogimos todo lo que se había quedado por medio y decidimos jugar unas manos a las cartas ¡Me ganó siempre! Su inteligencia y mi falta de práctica…

De vez en cuando me acercaba a la venta para asegurarme de que seguía sin llover; y el sol alumbraba muy tímidamente.

  • Hay que inventar algo para que pase el tiempo antes – dije -. Saldremos a ver cómo está esa laguna antes de que anochezca e iremos a ver a tus padres.

Fue así. El sol se escondía tras las montañas alrededor de las cuatro de la tarde, así que salimos con todo el equipaje un poco antes… El agua había bajado un poco de nivel. Volvimos a casa a dejar el coche y fuimos a ver a sus padres. Apenas tuve que decir nada porque ya ellos sabían todo lo que estaba ocurriendo. Volvimos a casa con el equipaje y charlamos toda la tarde hasta la cena. Tras un poco de lectura, nos fuimos a la cama con la sana intención de amarnos hasta caer rendidos. La paz y la felicidad no se borraron del rostro de mi amado Fidel.

Despertamos al amanecer – sobre las diez de la mañana - al oír unos golpes. Alguien llamaba insistentemente a la puerta. Abrí la ventana y me asomé. Migue estaba allí respirando agitadamente, como si le hubiese pasado algo. Cuando me vio corrió a la ventana.

  • ¡Abre, Tomás! – dijo en voz baja -. Tengo que deciros algo.

Se lo comenté a Fidel y nos pusimos la ropa que encontramos por allí tirada corriendo luego a la puerta.

Migue entró jadeando y nos hizo señas para que esperásemos un poco.

  • Voy a traerte agua, Migue – lo acarició Fidel -. Pasa y ponte cómodo.

Bebió despacio – sabía lo que hacía – y nos sonrió mientras se tranquilizaba. Como pudo, comenzó a hablar…

  • ¡Ya! – balbuceó -; vengo del tinado y han bajado mucho las aguas. Todavía hay partes cubiertas… y no sé si se habrán hundido trozos de la carretera. Puedo acompañaros y cruzar con las botas delante del coche.

  • ¿Estás seguro? – dije confuso -. Es mucho riesgo para ti… y luego tendrás que volver a subir andando…

  • ¡No importa! Tengo que quedarme allí otro rato para dar de comer a los animales.

No podía entender cómo aquel chico hacía todo eso por nosotros. Nos estaba demostrando, y muy claramente, que le importábamos más de lo que pensábamos. Asentí y nos dispusimos a la partida.

Subimos al coche los tres y viajamos despacio hasta aquel lugar. Tal como nos dijo, las aguas habían bajado bastante. Quedaban sólo algunas partes de la carretera cubiertas y Migue se bajó, se puso delante del coche y pasó caminando y tanteando la calzada para hacernos señas luego para que pasáramos. Pasamos por tres zonas de agua no muy profundas y se acercó al coche.

  • El camino está libre. Podéis seguir…

  • ¡No, Migue! – dijo Fidel bajándose del coche para abrazarlo - ¡Vente con nosotros!

  • No puedo, Carpanta; lo sabes. Tengo mi trabajo y sería un estorbo para vosotros.

Me bajé rápidamente del coche para abrazarlo.

  • ¡No digas eso! No eres un estorbo. Tienes tus conocimientos y podrías buscarte la vida ¡Piénsalo!

  • Está pensado, Tomás. Tendría que dejar muchas cosas preparadas. Le hago falta a mi padre. No puedo quitarme de en medio sin avisar y sin dejar a alguien en mi puesto.

  • ¿Cuánto tardarías en buscar a alguien? – pregunté -. Estoy dispuesto a venir si nos avisas por teléfono ¡Podemos venir a por ti!

  • ¡No, os lo agradezco! Vamos a dejar las cosas así…

No quería otra despedida triste, así que nos besamos y entramos en el coche sin decir una palabra. Cuando empecé a recorrer el camino vi a Fidel mirar atrás y, por el espejo retrovisor, pude ver a Migue con las manos en la cara y dando patadas a las piedras. Comenzaba nuestra nueva vida.