El chico del pito: Quinta vida
Esta novela de 8 partes comienza sus momentos decisivos.
El chico del pito: Quinta vida
1 – El polvo menguado
Al cerrar la puerta, cuando se fue Julia, me quedé en blanco. Por un lado me alegraba muchísimo de mi nuevo puesto y por otro me entristecía lo que había pasado. No tenía la cabeza en aquellos momentos para follar con Ramón. Iba a tener la cabeza en otro lado. No me sentí demasiado bien.
Anduve despacio hasta el dormitorio y abrí la puerta casi con miedo a lo que podría encontrarme. No fue para tanto. Supe que tenía muy buenos amigos. Todos se habían puesto algo de ropa y estaban charlando sentados en la cama; sin hacer nada raro.
–¡Ufff, maricones! –exclamé al entrar–. Hay que abrir la ventana que aquí hay mucho humo.
–No hemos fumado tanto para lo que has tardado –me dijo Ramón–. Será que somos nosotros los que estamos echando humo.
–No importa –Me acerqué a la ventana–. No voy a subir la persiana, pero voy a dejar la puerta abierta y los cristales.
–¡Tomás! –dijo Fidel con paciencia–. No te tomes al pie de la letra lo de «al aire libre». Si olemos a tabaco cuando terminemos de follar… para eso está la ducha. Nos tienes nerviosos de esperar.
–Lo siento mucho, ¡en serio! Julia no dejaba de hablar y hablar. Ya se ha llevado todos los papeles que necesita mañana ¡Es mi trabajo!
–Más de media hora menos, guapo –le dijo Jesús a Fidel–. Tu… amigo… casi nos deja tirados. Mira la cara del de repuesto.
Ramón los miró con desprecio, se puso en pie y se acercó a mí.
–¿Me vas a dejar sin polvo? Con esa cara, no creo que tengas muchas ganas de follar.
–Se me pasará –contesté ensimismado–. Podemos tomar algo en la cocina, hablar de otras cosas… y cuando estemos listos, ¡ya me entendéis!, nos venimos. Mientras tanto voy a ventilar esto.
–Vamos a la cocina, maricones –espetó Ramón entonces–. Si no calentamos a este, me lo tengo que comer frío.
Estuvimos un rato en la cocina y cambiaron los planes. Fue Jesús el que sacó unas cervezas y las repartió.
–Dejadme de tonterías, ¿vale? –dijo al servirlas–. Si con una cerveza se afloja, cuando bebamos unas cuantas haremos virguerías. No me voy sin probar esto.
Y fue tal como lo dijo. Puse algo para comer, bebimos unas cuantas cervezas y noté que subían los ánimos. Jesús, que estaba junto a Fidel, empezó a meterle la mano por los calzoncillos y me di cuenta de que no era el único que me estaba empalmando.
En cierto momento, sin ponernos de acuerdo, soltamos todos los vasos, agarramos a nuestra pareja de disfrute y corrimos al dormitorio. Volaron las ropas por los aires y ya no recuerdo nada más de la situación hasta que estaba empezando a pajear a Ramón harto de besarnos.
Miré un instante a los otros dos y creí que me daba algo. Eran dos bestias moviéndose y dándose palmadas. Jesús se estaba comiendo la polla de Fidel como si no se hubiera comido una nunca. Saltó la chispa; me puse a tono. Cogí a Ramón por el cuello y le acerqué la punta de mi nabo a la boca. Cuando empezó a comérmela, recordé lo bien que la mamaba.
–¡Hummmmmm! Esto me mata…
–Folla y calla. –dijo Fidel con rapidez.
Era magnífico. Siempre había sido muy bueno haciendo eso, pero supuse que alguien le había enseñado más trucos. Tuve que hacerle un gesto para que descansara; no aguantaba ni un segundo.
Al mirar de reojos a Jesús y ver ese cuerpo tan clarito y tan rubio rozándose con Fidel, pellizqué los pezones de Ramón, golpeé sus nalgas y me fui directamente a comérsela. Tenía una polla verdaderamente deliciosa… mejorando todas las presentes, claro. Cuerpo alto, dedos largos y pies grandes, ya se sabe.
Hice lo que me dijo mi amor. Me puse a darle caña a Ramón y como él me lo había hecho. Pude aguantar sin problemas, bastante tiempo, sentado sobre él dando botes y notando perfectamente cómo me entraba y salía. Hasta que noté que me corría. Ramón tenía los ojos casi vueltos; aguantar aquello era bastante difícil… pero aguantó el mamón. Entre quejidos y palmadas, me la fui sacando despacio sin dejar de míralo con picardía.
Fui arrastrándome por su pecho sin que se me viniera abajo. Era cuestión de concentrarse, aunque no era nada fácil. Le hice un gesto con mi boca para que abriera la suya y noté su temor al ver lo que se le acercaba. Ni siquiera me preocupé de lo que pasaba a nuestro lado.
Me follé su boca y, como era tan experto, noté un dolor en los huevos y un placer insoportable. Aunque pude aguantar, me corrí apretándola toda dentro de él. En ese instante había otro orgasmo cerca.
Me dejé caer junto a Ramón, muy pegado a él, y seguí manoseándole los huevos y la polla. Volvió su cabeza hacia mí mirándome de cerca y muy sonriente. Me la cogió y seguimos besándonos.
–¡Ya, colegas! –gritó Jesús– ¿Sabéis que hora es?
–La que sea –le dijo Fidel– ¡No he terminado, rubio!
Ramón y yo nos sentimos algo incómodos, así que nos levantamos despacio, rodeamos la cama mirándolos boquiabiertos y nos fuimos a la cocina.
–¡Por Dios, Tomás! –musitó en el pasillo–. No sé qué has comido en ese villorrio, pero casi me matas. No quiero ni pensar qué estará pensando Jesús.
–No lo pienses, guapo –me insinué otra vez–. Si te pones así, te doy un poco más; lo que quieras.
–¡No, espera! –Me agarró la mano–. No sé qué me pasa hoy. He perdido la noción del tiempo ¿Recuerdas que te mostré nueve dedos antes? Tengo que irme a las nueve.
–¿Ah, sí? –Le di una cerveza–. Pues vas a llegar tarde a donde sea. Fidel le dedica mucho tiempo a sus tareas.
–Entraré a por mi ropa, Tomás. No puedo quedarme más tiempo.
–¡Eso es lo malo! –Bebí–. Tenemos que salir todos bien duchados, bien vestidos y bien peinados… ¡Tal como llegasteis! ¿Quieres que la portera lo cuente todo a su manera?
–Me van a matar –Se resignó–. La cuestión es que… Tengo que decirte que me has dejado pasmado ¡Mira que he follado veces! Ese Fidel te ha enseñado cosas.
–Puede ser. Tampoco tú eres un novato ¿Quién te ha enseñado a hacer esas mamadas? ¡No hay quien las aguante un minuto!
–¡Ah, secreto íntimo! –Rio–. Digamos que… en este oficio, se aprende un poco de este y otro poco de aquel.
Me di cuenta de que no se me había bajado, así que lo miré con deseo.
–¡Vamos, Ramón! Date la vuelta que rematamos aquí en la cocina.
–¿Qué? –exclamó asustado– ¡Son las nueve menos cuarto! No puedo entretenerme.
–Un cuarto de hora da para mucho. Me la has mamado, me has follado y me la has vuelto a mamar ¿Te vas a ir incompleto?
–¡Pero bueno! –Se enfadó– ¿Es que no has visto lo que le estaba haciendo Fidel a Jesús? Tendrás que darle vitaminas.
–¿Cómo no voy a verlo? –Volví a tomar mi vaso–. Lo veo todas las noches… A veces también por la tarde.
–¿Cómo aguantas? ¿Dónde coño habéis aprendido a hacer esto?
–La verdad… –Pensé– ¡Ni idea! Es cuestión de concentración, creo.
–Por favor, Tomás. Voy a por mi ropa, me ducho y seguís vosotros.
Lo pensé. Si salía Ramón solo un poco antes tendría que decirle a Jacinta que seguíamos reunidos y que él tenía prisas. No hizo falta. Al momento aparecieron los otros dos por la puerta y… ¡había que verle la cara a Jesús!
–Nada de comentarios –dije–. Cinco minutos cada uno para ducharse, ponerse la ropa y esos pelos tal como venían y salir juntos a la calle hablando de negocios. Ya sabéis por qué lo digo.
2 – De la noche a la mañana
Se dieron prisa, la verdad. Todos estábamos ya preparados como si no hubiera pasado nada… Casi nada. Pasé revista y salimos en fila hasta el ascensor. Cuando íbamos hacia el portal, hizo aparición Jacinta mirando con curiosidad.
–Los temarios que os he dicho hay que impartirlos en seis meses –dije en voz alta–. No dejadme de repasar los otros temas…
–Hasta luego, don Tomás y compañía –saludó Jacinta–. Me dijo esa señorita que vino antes que estaban ustedes… muy ocupados. Como yo soy medio analfabeta…
–Cada uno tiene su misión en esta vida –le dije tranquilo–. Usted… hace muy bien su trabajo. No sabría hacerlo tan bien.
–¡Gracias! –contestó contenta–. Es mi obligación. Veo que la señorita ha llegado tarde y se ha ido demasiado pronto. Tengo que vigilar la casa, muchachos…
Seguimos andando hasta salir y seguí diciendo tonterías de aquellas. Cuando ya estábamos algo retirados, la vi todavía asomada al portal mirándonos.
–Esa bruja es demasiado lista, Tomás –murmuró Jesús–. Seguro que me ha visto la cara que llevo. No vengo más a esto a tu casa porque me aterra.
–No te preocupes –contesté seguro–. La controlo muy bien. El hecho de haya venido Julia un rato es una buena coartada. La controlo muy bien y me la llevo a donde quiero. No hay por qué asustarse.
Parecía que no había nada que temer. Si Jacinta hubiera sospechado algo, hubiera lanzado alguna indirecta.
Seguimos hasta la esquina y Ramón se fue con Jesús en su coche. Nosotros decidimos pasear y cenar algo en algún bar tranquilo. Volvimos caminando y comentando lo ocurrido y caímos en la cama como dos sacos de patatas.
–¡Esto no puede ser todos los días! –comenté–. Hay que hacer muchas cosas y se nos quedan las piernas flojas.
–Tienes razón, Tomás. Prefiero guardar todas mis energías para ti. Esto ha sido una agradable excepción. Mejor no repetir.
–¿No te ha gustado Jesús?
–¿Cómo que no? –Me miró fijamente– ¡Ese chaval está buenísimo y casi me parte en dos! Y yo quería darle caña…
–¿Te ha superado? –Me sorprendió– ¿Qué habéis hecho?
–Bueno; no te voy a contar todo ahora. Digamos que… sabe lo que hace. Y me gusta demasiado…
–¿Te gusta?
–Sí, me gusta. Eso es todo. Está bueno; folla muy bien… pero él en su casa y nosotros en la nuestra, ¿vale?
–¡Claro, claro! Mejor así. Vamos a dormir o no habrá quien nos mueva mañana.
–Buenas noches –Me besó– ¡Qué descanses!
Al abrir los ojos vi que no estaba Fidel en la cama, di un salto y fui a buscarlo. Creí que estaría quitando el polvo o preparando el desayuno. Lo encontré sentado en el sofá y con la cabeza apoyada en sus manos; con los codos en las rodillas.
–¿Qué te pasa, Fidel? –Me senté junto a él poniéndole el brazo sobre sus hombros–. No me gusta verte así ¿Te duele algo? ¿Te encuentras mal? Lo de ayer fue demasiado…
–No, no es eso –Me miró con tristeza–. He tenido un sueño raro y me he despertado… ¡No sé! No sé lo que me pasa.
–Claro; no seas tonto –Lo besé–. Voy a preparar café y verás cómo hablando se te pasa.
Se echó en mis brazos y rompió a llorar como un niño. Me quedé quieto acariciando un poco su espalda y su cabeza.
–Vamos, mi niño, vamos. Llora todo lo que puedas. Te desahogarás y todo pasará. Te hemos metido entre todos demasiadas cosas en la cabeza. Hay que ir más despacio. Vamos a descansar unos días, ¿eh?
No contestó. Siguió llorando como si le hubiera pasado algo muy grave. Pensé que podría echar de menos su pueblo; a sus padres, a su gente… ¿Qué podía hacer? Tenía que serle sincero y que él lo fuese.
–Ya pasó, bonito; ya pasó. La mejor forma de que se pase es llorar y contar todo lo que tengas en la cabeza. Para eso estoy yo aquí contigo.
Se separó un momento de mí e intentó sonreírme. No quería forzarlo a nada. Volvió a abrazarme y se calmó un poco. Sentí la humedad de sus lágrimas en mi hombro y tuve que hacer un enorme esfuerzo para no romper también en llantos.
–¡No lo sé! –gimió– ¡Ayúdame, por Dios!
–¡Claro! Eres un chico con suerte, Fidel. Has soñado toda tu vida con salir de aquella tumba y se ha cumplido tu sueño ¿No es así?
–Puede ser –Siguió hipando–. No quería salirme tanto. Soy un tonto de pueblo que tiene delante demasiadas novedades. Me siento en peligro, Tomás. No quiero hacerte ningún daño. Será mejor que me vuelva al pueblo…
Lo separé de mí para ver sus ojos y agachó la vista. Quizá la situación era más grave de lo que yo pensaba. Fidel no podría volver a su pueblo.
–¡Tienes mucha suerte, Fidel! Si ahora no lo ves claro, ya se pasará ¿Quieres que te cante el Looky Looky ? ¡Como una nana!
–¡No! –balbuceó–. No es momento de bromas. Tal vez debería cantar yo eso de « Help, ayúdame », ¿no? –Volvió un poco su rostro sonriendo como contrariado–. Me estoy equivocando. No me gusta callarme las cosas, pero no quiero que sufras por mí. No me dejas ni a sol ni a sombra. Estás siempre a mi lado. Te tengo para todo siempre que te necesito… ¡No puedo hacerte esto!
–¿De qué hablas? – Fui cariñoso–. Siempre has sido transparente. Las cosas son así. Uno gana y otro pierde. Debes hacer lo que dicte tu mente y no lo que yo te diga.
Me miró muy confuso y movió la cabeza como si pensara en algo que no entendía.
–¿Cómo voy a decirte esto? –Siguió llorando–. No puedo ser tan cruel con alguien como tú.
–Creo que te equivocas –Acaricié su mejilla–. Tienes que sentirte bien; a tu gusto. Lo que yo piense o diga no importa. Importas tú.
–Me enamoré de ti desde el primer momento. Cuando te vi aparecer para sacar el equipaje de tu coche. Sabía que eras tú a quien estaba esperando… Ahora no lo sé ¡No sé qué me pasa!
Efectivamente, Fidel era transparente. En su cara y en las pocas palabras que había dicho vi sin problemas una imagen que, en cierto modo, me temía. No había conocido nunca a nadie y se enamoró del primero que se le puso delante. Rechazó a Migue con cierta frialdad, pero también con cierta lógica. Aquel contacto íntimo con un ser tan delicioso como Jesús tenía que haberlo sacudido.
–No quiero que sufras –le dije para indagar–. Está claro por qué no querías intimar con Migue; es lógico y pienso que era lo mejor para ti. Esperabas a tu Eldrik. Tal vez lo encontraste anoche… En nuestra cama.
Me miró despavorido. Le estaba diciendo exactamente lo que podía haberle pasado. Volvió a llorar desconsoladamente en mi hombro y seguí acariciándolo con todo mi cariño. No tenía la culpa de haber entrado en un mundo que desconocía. Podría pensar que me había usado para salir de allí y ya no le servía. No era exactamente así. Sin embargo, sabía de buena tinta lo que estaba pasando por su cabeza. Migue no me había dicho por gusto que Fidel me buscaba por ser culto y para salir de allí; ni por quitarme la idea de la cabeza.
Era lo racional. En un mundo así, donde podías conocer a más de veinte hombres jóvenes, de tu edad, para follar libremente, cada vez que quisieras, con el que te apeteciera, era imposible estar enamorado; o ser fiel. Seguimos sin hablar un buen rato hasta que noté que se quedaba casi dormido. Le hablé sin separarme de él.
–Entiendo lo que te pasa –Procuré usar un tono de voz dulce–. No sabías que te podía pasar eso. Creo que Jesús no es un chico que busque una pareja en serio, sino follar ¡Estás muy bueno! De todas formas, lo mejor es que hables con él y se lo digas.
Se separó otra vez de mí y, al ver su cara, creí que iba a enfermar de los nervios.
–¿Qué? ¿Qué? ¿Qué dices? –dijo entrecortado–. Eso sería una putada para ti ¡Eres buenísimo conmigo!
–Por eso quiero lo mejor para ti –Fui sincero–. No podemos seguir conviviendo si tu mente está con otra persona. Sé que es muy duro. Las cosas son así ¿Qué le vamos a hacer? ¡Sonríe!
–¡No puedo hacerte esto! –Subió la voz–. Te quiero; te quiero con toda mi alma desde que te vi por primera vez ¿Por qué ahora esto?
–La mente es así, Fidel –Apreté su mano–. No le des más vueltas. La mejor forma de que los dos estemos tranquilos es ser sinceros. Tienes que hablar con Jesús y ver lo que piensa. Podéis conoceros mejor y, si esto va en serio por las dos partes…
Creí iba a vomitar por los gestos que hizo, así que me levanté y lo ayudé para llevarlo a la cama. Se agarró a mi cintura apretándome a su cuerpo y mirándome con un profundo agradecimiento. Era la única forma de hacer las cosas. De nada servía insistir en algo que era imposible. Tenía que descubrir por sí mismo sus sentimientos.
Lo dejé más tranquilo en la cama, con la vista perdida, y me fui a prepararle una infusión de manzanilla y tila. Tuve que preparar otra para mí.
3 – De luz y de color
Sé que hice mal, pero le puse unas gotas de ansiolítico en su bebida. Se quedó dormido. Cuando despertara, quizá, vería las cosas de otra manera.
Me puse a llevar las herramientas a lo que iba a ser su taller, procurando no hacer ningún ruido. Me entretuve luego en limpiar un poco el polvo de los muebles mientras llagaba el nuevo televisor. Tiré el plumero con rabia en cierto momento. También yo tenía que desahogarme. Me encerré en la cocina para llorar.
Me había calmado mucho cuando llamaron a la puerta. Fui a abrir y entraron dos hombres fuertes con una caja de cartón muy grande. Me preguntaron si quería que retirasen el otro televisor y ponerlo en otro sitio. Quise que lo dejaran allí al lado y colocaran el nuevo. Poco después, sintonizaron las emisoras y pude ver con asombro unas escenas en color.
–Hasta las doce de la noche –dijo uno de ellos–, en la primera, hay algunos programas en color… Pocos, pero visibles. Hasta que salga Franco en « Despedida y cierre ». Le hemos dejado sintonizadas las dos cadenas ¡Que la disfrute!
–¡Ya! ¡Gracias! –respondí amablemente–. Igual que la otra.
Les di una buena propina. El que más habló conmigo me gustó muchísimo. Creí ver en sus ojos ciertas miradas insinuantes. Otra vez estaba viendo fantasmas donde no los había. Volví a sentirme solo mirando la carta de ajuste en colores.
Comprendí que había que seguir adelante, así que cambié de cadena y vi algunas imágenes interesantes. Fidel apareció por el pasillo mirando con asombro a la pantalla y mirándome a mí.
–¿Ya está funcionado?
–¡Claro! –Le hice un gesto–. Siéntate aquí conmigo y vemos algo. Los programas buenos son por la tarde y por la noche pero podemos ver algunas cosas.
–¡Es increíble! –exclamó– ¡Esta sí me gusta!
–¿A que sí? Se ve muy nítida y bastante real.
–¿Pero cómo es posible que se vean los colores? –pregunto extrañado–. He leído que la televisión es un rayo de luz blanca que dibuja las formas ¿Hay un rayo de cada color?
–¡Ni idea! –Me pareció gracioso–. De eso no me preguntes. Ya buscaré un libro donde se explique algo. De momento hay muy poco que ver en color. Ya lo irán mejorando…
No apartamos la vista de la pantalla y, cuando nos dimos cuenta, estábamos abrazados mirando aquellas cosas. Así estuvimos bastante tiempo y, en ciertos momentos, me acarició con dulzura y le respondí. Tenía que reconocer que Fidel lo era todo para mí y asumir que no puede tenerse a quien amas a tu lado si no te ama.
–Voy a preparar el almuerzo –Me levanté–. Sigue ahí tranquilo. Cuando te encuentres mejor llama a Jesús. Quiero que lo pienses bien y lo hables con él si es necesario ¿Ves esos colores? Pues así tenemos que ver la vida; tal como es.
Lo dejé solo mientras me miraba mudo. Tenía un buen rato para preparar un almuerzo apetitoso.
No pasó mucho tiempo cuando oí que se había levantado para quitar el sonido y estaba marcando un número en el teléfono. Me acerqué un poco tras la puerta y puse atención.
–¿Jesús? –dijo en voz baja–. Creí que no ibas a estar todavía en casa. […] Bueno sí… Es que… quería hablar contigo. […] ¿De verdad? […] ¡No, no me molesta! Te llamo por lo mismo. […] Sí, claro. Cuando tú quieras. […] No lo sé, guapo. Tú me dices a qué hora, pero tendrás que venir a recogerme. No sé salir de esta calle. […] ¡No, no; no dirá nada!
No escuché más. Había oído lo suficiente, aunque todavía no sabía si iba a ser una aventura o iba a ser algo en serio. Teníamos que comer. No podía hacer otra cosa.
Mientras removía la comida, me llevé la cuchara a la boca para probar el guiso. En ese momento, sentí un brazo que rodeaba mi cintura acariciándola. Me volví un poco sonriendo y me encontré con la cara de Fidel muy cerca, mirándome complaciente.
–¿Qué guisas? –preguntó– ¡Huele muy bien! ¿Puedo besarte?
No contesté. Me volví para abrazarlo y nos unimos en un beso largo; como los de siempre. Parecía que no había cambiado nada. Sentí mi amor profundo por él y su beso no me pareció un simple cumplido.
–¡Te quiero, Tomás! –susurró–. No podría dejarte. Lo que siento es amor. He llamado a Jesús para vernos esta tarde ¡No, no, no te asustes! Quiero hacer eso que me has aconsejado. Quiero comprobar por mí mismo que él es sólo un capricho. Saciarme, si es necesario. Es sólo sexo. Te amo a ti; con toda mi alma.
–Y yo, corazón –Puse mi barbilla en su hombro–. Haz eso que estás diciendo. Queda con él, folláis lo que haga falta y así descubres qué es lo que sientes de verdad ¿Sabes una cosa? –Me retiré para ver sus ojos–. Creo que lo mismo que puedes desear a varios, simplemente para follar, puedes amar a dos personas ¿Por qué no?
–¡No lo sé! Puede ser una simple ilusión; un deseo de saciarme de él por algo que no entiendo. Sigo amándote y no podría vivir sin ti. Nos lo hemos dado todo.
–Así es –Tiré de él hacia el salón–. Vamos a sentarnos un poco. He apagado el fuego para que repose. Me gustaría saber lo que pasó con Migue… No he oído tu versión.
–De acuerdo –dijo resignado–; te lo cuento todo. Te advierto de que no hay mucho que contar. Está claro que nunca debería haberme callado eso.
4 – Descubriendo a Migue
La televisión seguía sin sonido y en blanco y negro cuando nos sentamos allí mirándonos como dos recién enamorados embelesados. No apartó sus ojos de los míos y comenzó a hablar.
–¡Bien! No creo que hayas pensado que te he estado ocultando algo. No es así. Sencillamente pensaba, y pienso, que es una historia sin importancia; nunca se la di.
–¡Claro! –Acaricié su cuello–. Parezco un cotilla que quiere enterarse de todo. No es más que curiosidad. Tal vez aprenda algo sobre Migue que no me dio tiempo a saber.
–Tal vez –Suspiró–. Todo fue más o menos como ya sabes. Fui una tarde a la bodega… No me gustaba ir. Allí estaba el quesero tomando unos vinos. Tampoco era algo normal en él. Me acerqué a saludarlo… Sabes que me gusta ser amable con todo el mundo. Lo fui con él. Él había bebido un poco; no es que estuviera borracho. Salimos juntos bajo la lluvia y abrió su paraguas.
–¿Un paraguas? –Me extrañé–. No vi ninguno mientras estuve allí.
–¡Exacto! Allí nadie usa paraguas. Me hizo señas para que me pusiera pegado a él; debajo del paraguas. Me acerqué y me puso la mano en la cintura. No pensé en nada de lo que nosotros pensamos. Me agarré a él también y caminamos hacia mi casa… Eso creí.
–¿No notaste antes algo en él? ¿No imaginabas que podías gustarle?
–¡No! En serio; jamás lo imaginé; aunque sí lo miraba de vez en cuando porque… ¡está muy bueno!
–¡Sí! –Reímos– ¡Está buenísimo! Y folla de lujo.
–Claro. Eso sí lo pensé; que estaba abrazado a un hombre de dulce. Creo que ahí me ganó. Cuando llegamos a la entrada de la calleja, se detuvo. No sabía qué iba a decirme, pero no parecía querer acompañarme a casa. Tiró un poco de mí y nos metimos en el portal grande que hay en la esquina ¿Lo recuerdas?
–¡Sí, sí! Es uno muy bonito que parece abandonado.
–Está abandonado –aclaró–. Cerró el paraguas y se pegó a la puerta; al fondo. Volvió a tomarme por la cintura y tiró de mí. Vi su cara demasiado cerca. Fue cuando me di cuenta de lo que estaba pasando. Me retiré un poco asustado ¡Quería besarme! No me fiaba de que alguien nos viera, no es que me negara.
–¡Qué romántico! –hablé cómicamente–. Dos hombres besándose en un portal en la penumbra de un lugar tan misterioso.
–Me hubiera gustado; no creas –siguió–. Fui yo el que le insinué que podíamos irnos a su casa. Me lo pidió y le dije que no. Tenía metido en la cabeza ese comportamiento. Me daba miedo a que me pusiera a prueba para saber si me dejaría besar por un hombre.
–Cierto. Es triste eso.
–Sigue siendo así, claro –Tomó un cigarrillo de la mesita–. Agachó la vista y creí que no me lo iba a volver a pedir. Me sentí frustrado. Le puse la excusa de que no quería ilusionarme con nadie, sino irme del pueblo. Me daba miedo a enamorarme de alguien de allí.
–Sí; lo sé. Así, más o menos, me lo dijo él.
–Insistió como un pobre pidiendo mendrugos… A pesar de que me daba pánico, acepté. Enseguida pude ver en su cara una satisfacción tremenda. Tuvo que notar la mía también. Volvió a abrir el paraguas y seguimos andando abrazados bajo la lluvia.
–¿No os cruzasteis con nadie?
–¡No! –Fumó–; con nadie. Me dio el paraguas para abrir la puerta y me hizo pasar. Sabes cómo es su casa, ¿verdad? Es un lugar triste y muy oscuro. No encendió ninguna luz. Se veía gracias al fuego de la chimenea. Lo avivó y hubo más luz. Al incorporarse, estaba yo demasiado cerca de él; quedamos muy juntos y nos miramos en silencio. Observé su boca, su nariz, sus cabellos…
–¡Ya, ya sé! –Me mordí la lengua–. Es un encanto.
–Lo es. No lo pensó demasiado y acabó besándome. Me rendí en sus brazos. Supongo que imaginas el resto…
–Lo imagino –Me dio una calada– ¿Follasteis?
–¡No; no tanto! –Sonrió–. Nos acostamos desnudos y nos rozamos de todas las formas imaginables… pero no nos follamos. Nos hicimos una paja besándonos. Quería quedar conmigo para salir por las tardes y… fue entonces cuando le dije que no ¡No quería enamorarme!
–Eso lo entiendo. Eres… algo especial. Te enamoras con nada.
–Me conoces –Besó mi mano–. No sé por qué; me enamoro en vez de desear a los hombres. Si me enamoraba de Migue estaba perdido ¿Comprendes? Me vestí rápido; como si estuviera arrepentido de haber hecho aquello… y cometí la torpeza de poner como excusa que no podría compartir mi vida con alguien que no lee nada.
–¿Le dijiste eso? ¡Pobrecillo!
–Sí –Apagó el cigarrillo mientras soplaba–. Creo que me pasé. No volvió a intentarlo y siempre procuré que me tomara como a un estúpido. Pero ya viste cómo lo traté en casa. Siempre me ha gustado y siempre lo he evitado. Al ver que tú habías estado con él…
–¡Eh, espera! –Puse mi mano en su hombro–. Entré en su casa y me ofreció un vino con algo de queso ¡Nada más! Fue al salir cuando me dio lástima y me volví a besarlo. Me pareció injusto lo que estaba haciendo.
–Eso pensé yo –Respiró hondo–. Supe que habías estado con él porque olías a queso y a vino. Si lo hubieras besado, nada más, no me habría dado cuenta. Me parece que hicimos lo mejor; no comentar nada de esto.
–¿Y ya está? –Me extrañé– ¿Por qué había esa tirantez entre vosotros?
–¡Te lo he dicho! –protestó–. Yo me hice el antipático y me tomó por un antipático ¿Qué te dijo a ti?
Agaché la vista. Estaba siendo sincero conmigo, como siempre, y no podía ocultarle lo que hablamos.
–Verás… –dudé–. No pensaba que quisiera verme y conocerme antes de venirnos. Me esperó en su puerta. Sabía que yo tenía que pasar por allí ¡No lo entiendo! Me invitó y no quise negarme. El chaval fue claro. Lo único que me chocó fue que me dijera que tú sólo me querías porque era alguien culto que podía sacarlo de aquel infierno.
–Lo imaginaba –Me besó–. Él es así ¿Piensas llamarlo?
–¡Claro! –Se me iluminó la mente–. Así estamos empatados. Tú pruebas con Jesús y yo pruebo con él.
–¿Pero qué dices? –Se levantó– ¿Vas a traerlo?
–Depende, Fidel –Fui claro–. Migue me gusta, dice que me quiere y tal vez le sirva a él también para liberarse de ese maldito pueblo.
–¿Te vas a dejar manipular?
–¡No! ¿Tú me has manipulado?
–¡Nunca! Te quiero demasiado.
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