El chico del pito: Cuarta vida

La entrada en el mundo real. Amor no es sexo... y viceversa.

El chico del pito: Cuarta vida

1 – Otro amanecer

Al despertar, encontré a Fidel junto a mí en la cama. Dormía profundamente y en su rostro se dibujaba una paz infinita. No pude evitar acercarme un poco a él y besarlo con cuidado. Lo estuve mirando durante un rato y pensé en todo aquello que iba a tener que cambiar en su vida… Sabía que lo iba a conseguir.

Me levanté con sigilo, cogí mis ropas y cerré la puerta. Cuando me preparé, bajé tranquilamente al bar a tomar un café y atravesé hasta el quiosco para comprar la prensa y la revista TelePrograma por si había algo potable que ver en televisión. En los estantes del fondo vi unos paquetes de tabaco y recordé que Fidel no había vuelto a fumar desde los primeros días. Como, entre otros, estaban los cigarrillos Bisonte que él fumaba, le compré un paquete.

Al entrar en el piso me dirigí al dormitorio en silencio, abrí la puerta y vi que aún dormía. Puse los cigarrillos en la mesilla y me fui a preparar algo para desayunar y recoger cosas. Era la hora de llamar a la Secretaría del Ministerio, pero no quise hacer ningún ruido. Poco después, mientras leía algo sentado en el sofá, apareció medio dormido por el pasillo sujetándose los pantalones.

–¿Qué hora es? –balbuceó–. Me parece que te estoy haciendo perder el tiempo.

–No, no –Me levanté–. Ven aquí. Dame un beso, ¿no?

–¡La persiana! –Miró al balcón–. Está subida…

–Bueno; si te agachas un poco a besarme –Me senté– nadie nos va a ver.

–Buenos días –Me besó– ¿Llevas mucho tiempo levantado?

–Bastante. Eso no importa. Lo que importa es que hayas descansado bien y, por lo que veo, estás como una rosa…

–¡Ah, sí! –Se desperezó–. Siento haberme quedado anoche dormido tan pronto. Cuando desperté aquí, en el sofá, no sabía dónde estaba.

–Te he preparado café –Me levanté–. Vamos a la cocina a desayunar. Hay donuts y tostadas y zumo…

–¡No hace falta tanto! –Me empujó riendo–. Los donuts y ya está. El pan Bimbo ese, de molde, no me gusta mucho. Vamos a desayunar como hasta ahora.

En cuanto hablé unas palabras más con él descubrí que, además de estar bien descansado, había asimilado cuál debería ser su forma de comportarse. Casi me dio lástima de que tuviese que cambiar un poco sus hábitos. Era lo que él deseaba desde siempre.

–Voy a llamar a Educación, ¿de acuerdo? Ve duchándote y vistiéndote; no voy a tardar mucho.

–¿Qué ropa quieres que me ponga?

–¿Yo? –pregunté cómicamente–. Elije tú, anda. Es tu ropa y son tus gustos ¡Sólo faltaba que te dijera cómo vestirte!

–¡Claro! No te preocupes…

Mientras se preparaba llamé para hablar con Julia –la amiga que siempre me atendía cuando llamaba–. Me pareció preocupada por mí y no le di ninguna importancia. Me dijo que mi expediente podría tener una sanción, acepté humildemente y le pregunté si era posible tener un puesto en un instituto de la ciudad o cerca. Le puse algunas excusas para no tenerme que mover de casa. Cambió su tono de voz y me habló muy bajo.

–Verás, Tomás… –Tosió–. Sé lo que pasa donde has estado. Nadie quiere ese puesto. Es para los nuevos y… no debería abandonarse. Podría hablar con el jefe. Ya sabes cómo funciona esto. Sé que hay vacantes por aquí; otra cosa es el problema de que te abran un expediente sancionador. Déjame solucionarlo y te llamo cuando tenga noticias.

–Te lo agradezco, Julia. El problema es que tengo que hacer otras muchas cosas hoy y voy a estar poco tiempo en casa… Si llamas y no estoy…

–Insistiré. Puedo llamarte al medio día o por la tarde, desde casa. Llamaré hasta localizarte.

Conversamos un poco sobre otros asuntos y, cuando colgué, apareció Fidel muy arreglado, guapísimo, con el paquete de tabaco en la mano.

–¿Puede saberse qué es esto?

–¡Claro! –Le hice señas para que se sentara–. Ven aquí ¿No es esa marca la que fumabas?

–¡Dios mío! Estás demasiado pendiente de mí.

–No quiero que dejes de fumar porque yo apenas fume. Puedes guardarlo si quieres para el cigarrillo de después…

–¡Sí! –Me besó riendo–. La guinda que tú decías. Si no quieres fumar no tienes por qué hacerlo.

–¿Por qué no? Tampoco es algo que me disguste. Lo compartiremos.

–¿Sabes una cosa? –Pensó–. Eres más de lo que yo deseaba. Tendré que reescribir esos relatos con Eldrik. Se te queda corto.

–A ti se te va a quedar corto esto –Le agarré la entrepierna–. Te necesito dentro; hasta el fondo.

–¡Ya me he duchado y vestido!

–¡Claro! –Subí mi mano por su pecho–. Ahora no hay tiempo y tú estás guapísimo así ¡Ya te has empalmado!

–¡Sí! –Puso su cabeza en mi hombro–. Eso me pasa sólo de mirarte, así que si la acaricias…

–¿Sabes qué otros nombre tiene una polla?

–¡Pues claro! –Se incorporó–. Montones: nabo, pepino, churra, cipote, péndulo… ¡Ufff!

–Nosotros, además, tenemos otros ¿Quieres saber algunos? ¡Te van a gustar!

–¡Sí, dime!

–Por ejemplo… ¡El perrito!

–¿El perrito? ¿Qué tiene que ver esto con un perrito?

–Hacemos juegos de palabras, Fidel ¡Asociación de ideas! Si vas por la calle y ves a un hombre guapo paseando al perro y le quieres hablar… ¿Qué haces?

–Comentarle algo… ¡Quizá sobre su perrito!

–¡Eso es! –Cogí su mano–. Después basta con mirarlo insinuante, mirar al perrito y decirle… ¡Qué lindo! ¿Puedo acariciar tu perrito?

Tiró el paquete de tabaco sobre la mesa riendo y, cuando pudo parar, me preguntó si había más nombres así.

–¡Hay más!... Por ejemplo… El carné de identidad.

–¡A ver, a ver, explica!

–Si te para un poli en la calle, ¿qué es lo primero que te dice?

–¡No sé! Nunca me han parado.

–Lo primero es que te fijas en que está como un tren y, a continuación, te dice… ¿Me enseña su carné de identidad?

–¡Qué imaginación tenéis! Creo que lo voy a pasar muy bien.

–Seguro.

–¡Dime otro!

–¡El último! A ver… El encantado–de–conocerte.

–¡Qué largo!

–Lo de «largo» es un atributo. Cuando te presentan a un hombre buenísimo, por primera vez, le estrechas la mano y la mueves arriba y abajo pensando en otro movimiento ¿Qué dices luego?

–¡Encantado! –Contestó como extrañado.

–Depende… A veces, se dice… Es un placer; mucho gusto. Encantado de conocerte… Y se te cae la baba.

Reímos un rato y guardé algunas de aquellas sorpresas. Sabía que los del club iban a decirle cosas así.

–¡Lo siento! –Se levantó despacio–. Creo que voy a tener que cambiarme los calzoncillos. Están mojados…

2 – La visita

Mientras fue a cambiarse estuve mirando a la pantalla apagada, y pensando. Fidel no iba a poder estudiar hasta que no supiera muy bien cómo relacionarse con cierto tipo de gente. Pensé que lo mejor sería que saliéramos mucho, que hablara y, mientras tanto, yo mismo podría darle clases. No había estudiado latín ni griego y, para empezar, debería tener algunos conocimientos más.

–Ya estoy –Volvió al salón–. Nos vamos cuando quieras ¡No sé por qué has tenido que hacerlo tú todo! Has lavado los platos, has ordenado las cosas, has puesto una lavadora…

–Tenía tiempo, Fidel. Luego recoges tú.

–¡Vale! No quiero que lo hagas tú todo. Quiero hacer algo yo…

–Bueno. Cuando te la coma, me la metes, ¿vale?

–¡No, no, no sigas! Voy a tener que cambiarme otra vez.

–¡Vamos! –Lo tomé por el brazo–. No podemos dormirnos. Hay cosas que hacer también en la calle.

–Es que se me despierta el dormilón –Señaló sus pantalones.

–¿Ves? Ya tienes otro nombre para tu nabo.

Lo primero que quise hacer fue tomar el autobús. Caminamos hasta la parada de la esquina para subir en la línea 10, que nos llevaría hasta el despacho de Gregorio; un amigo que trabajaba en la Universidad. Quizá pudiera aconsejarme algo.

–¿Y ahora qué hacemos aquí parados? –preguntó.

–Esperar al autobús. Esto es una parada. Aquí paran tres líneas y cada una tiene un recorrido distinto por la ciudad. Depende de adónde vayas, debes coger una u otra. Nosotros vamos a la Universidad, así que subiremos a un autobús de la línea 10. Si tienes dudas, puedes mirar ahí los recorridos.

–¡Buff! –se quejó–. Ni siquiera sé qué son esos nombres ¿Son las calles? Está claro, pero no sé dónde estoy.

–Es una de las cosas que vamos a hacer. Tomaremos varias líneas para que sepas cómo ir a diferentes sitios. Tienes que aprender.

–No me preocupa demasiado –Se pellizcó la barbilla–; pero tienes que enseñarme algo más. Ni siquiera sé lo que es un autobús…

–Es como el autocar que llega al pueblo una vez a la semana… El correo. Estos sólo recorren la ciudad. Tardan bastante en llegar. Hay que subir por la puerta trasera, pagar al cobrador y recoger tu billete… Tienes que llevar preparado el importe por si no tiene cambio. Antes ponía el precio en el billete y, como lo suben tantas veces… han puesto «Precio según tarifa vigente» ¡Qué cabrones!

Vi que miraba a todos lados y pensé que le pasaba algo. Se acercó un poco a mí y me habló en voz baja.

–¿No te dicen nada por decir eso?

–¡No creo! Tampoco lo he dicho de forma muy despectiva. Aquí es casi normal decirlo. Además, todo el mundo piensa lo mismo.

–¡Yo no lo digo, por si acaso!

No sé si se sintió demasiado reprimido. Seguramente era que nosotros ya estábamos demasiado acostumbrados a estarlo.

El primer billete lo pagué yo y vi que se comportaba con naturalidad y seguridad. Nos sentamos y le fui indicando algunas partes de la ciudad. Le gustó mucho. Cuando bajamos señaló al frente.

–¡Esa es la Universidad!

–¡Pues sí! Esa es.

Atravesamos por el semáforo y entramos. Hablé con el bedel que estaba cerca del pasillo a donde íbamos y le dije que avisara a don Gregorio de que iba a visitarlo Tomás.

–Un momento.

Volvió en unos segundos y nos hizo pasar.

–¡Tomás! Pensaba que estabas trabajando.

–Estaba, Gorio, estaba –Nos dimos la mano–. Me he venido de allí y me he traído a Fidel.

–¡Ah! ¿Qué tal? –Le tendió la mano–. Ya me han hablado de ti. Es un placer. Mucho gusto. Encantado de conocerte.

Fidel recordaría las cosas que le había contado porque casi no pudo contener la risa.

–Ya es del club, ¿sabes? –le dije–. Somos… «amigos».

–¡Qué bien! –le dijo– ¿Te gusta esto?

–Sí; mucho –Fue muy cortés–. Ahora sólo tengo que acostumbrarme un poco.

–No pareces de pueblo, la verdad. Tomás… sabe lo que hace –Nos sentamos– ¿Qué os trae por aquí?

–He pensado –comenté– que tal vez tú podrías aconsejarme qué hacer. Fidel ha estudiado mucho y tiene un nivel bastante bueno ¿Podría estudiar ya el curso que viene?

–¡No sé! –Lo miró–. Tendríamos que hacer un examen para saber si puede hacer COU. Creo que no podría hacer las PAU… ¡No sé!

Fidel me miró desconcertado. No entendía muy bien lo que hablábamos. Gorio lo notó y se lo explicó un poco.

–Verás, Fidel… El año pasado cambiaron La Ley General de Educación. Antes había que hacer un curso de preparación preuniversitaria, el PREU. Ahora se llama COU… Es el Curso de Orientación Preuniversitaria. Una vez superado, tendrás que hacer las PAU; las Pruebas de Acceso a la Universidad. También las llamamos Selectividad. No es tan complejo…

–Lo parece –contestó–. Espero estar preparado y que no tarde mucho.

–Fidel tiene el Bachillerato Superior –aclaré–; y a muy buen nivel. Le falta hacer la Reválida.

–Me estoy perdiendo –dijo confuso.

Me dio muchos datos y se los fui aclarando a Fidel; lo entendió todo sin problemas. Tal como pensé, necesitaba conocer algunas materias de Letras;  Lengua extrajera y Filosofía; me miró entusiasmado. Tendría que decidir qué quería estudiar.

–¿Vais esta tarde a casa de Crispín?

–Quizá –le dije al levantamos–. Si vas por allí hablaremos de otras cosas más interesantes.

–¡Me gustaría! Quiero conocerte algo más, Fidel. Ya hablaremos.

–¡Claro, Gorio! Ha sido un placer.

Al salir, tomamos la línea 13 para irnos al centro. Creí que se le saldrían los ojos. No dejaba de preguntarme por todo lo que veía. Se interesó muchísimo por los monumentos y su historia… Afortunadamente, yo tenía bastantes conocimientos sobre ese tema. Estaba empezando a aprender.

Hicimos unas compras por las calles comerciales y se paró delante de un escaparate de electrodomésticos.

–¡Mira, Tomás! –Señaló pegando su dedo a la luna del escaparate– ¡Un televisor de color! ¿Cómo puede ser eso?

–Lo he leído en alguna parte –comenté–. No sé cuándo llegará la señal aquí. Vamos a preguntar.

–¿Qué estás diciendo? –Tiró de mí–. Yo no veo televisión y eso vale un riñón.

–Tengo dos riñones, Fidel. Si hay emisiones en color, compraremos una. Seguro que los dos la veremos ¡Puede ser interesante! Los dos, ¿comprendes?

Entró conmigo resignado, pregunté y me dijeron que ya se podían ver algunos programas en color. Sólo tenía que fijarme en un dibujo pequeñito que ponían en la revista junto al nombre del programa. Había visto ese dibujo en TelePrograma , así que le pregunté el método de pago. Compré una.

–Estás loco, Tomás –protestó cuando no estaba el dependiente–  ¡Es carísima! ¿Y cómo nos vamos a llevar ese trasto a casa?

–Nos lo envían. Hasta aquí no se puede entrar en coche.

–¡Qué bueno! –exclamó incrédulo–. Yo tengo que llevar los muebles a las casas…

–Tenías, Fidel, tenías…

4 – Se abre el telón

–¿Ves? –Le señalé la revista ya en el piso–. Hay cosas en color. Series, anuncios y películas…

–Las veremos los dos agarraditos… –dijo meloso– ¡A oscuras!

–¡Claro que sí! Mañana la traerán, así que no saldremos. También hay que arreglar la casa un poco… Y a oscuras no, que dicen que es malo ver la televisión así.

–No tengo mis herramientas. Todos esos muebles los dejaría nuevos… aunque no son muy buenos.

–¿Qué necesitas? –Me acerqué a él insinuante.

–A ti, por supuesto… y algunas herramientas de carpintería.

–A mí me vas tener ya, guapo. Vamos a la ferretería de Sebastián antes de que cierre; ese tiene todas esas cosas.

–¿Más gastos?

Compramos todo lo que le hacía falta ¡Todo! No se pudo comprar un torno, como es lógico, pero eligió todo lo indispensable. También lo iban a llevar a casa esa misma tarde.

–¡Ea, Fidel! –le dije al salir de la tienda–; a dar unas vueltas al aire libre o a compartir el piso… ¡Como quieras!

–Las dos cosas.

Entramos en la cocina, abrí un par de cervezas y puse unas aceitunas rellenas. No las tomamos allí en pie como si estuviésemos en un bar.

–¿Sabes, Tomás? –dijo dudoso–. Me apura que gastes tanto. Yo tengo mi fondo y es para los dos, pero es que ya has gastado más de lo que tengo. Ahora hay que esperar a que pueda estudiar.

–No te preocupes. No he pagado todo eso…

–¡Lo has robado!

–No, no, no, no… –Levanté la palma de la mano–. Tienen mis datos y me lo cobrarán poco a poco. No nos enteraremos de esos gastos. Son un puñado de pesetas al mes durante unos meses.

–¡Ah, caramba! –Se me acercó– ¿Letras? A cómodos plazos, vamos. Pues yo te quiero a ti al contado, hermoso –Agarró mi polla–. Al contado y me lo llevo puesto… «Pretaporté», que lo he oído.

–Listo para llevar –Sobreactué– ¿A dónde me lleva el señor?

– El Señor no sé adónde te llevará, pero yo te voy a llevar a la Luna.

–¡Me dejo!

Me llevó hasta el dormitorio tirando de mi paquete y sin dejar de besarme. Afortunadamente estaban las persianas bajadas un poco. Tal como entramos fue tirando de mi cinturón, del suyo, de mis pantalones… Estaba otra vez compartiendo conmigo lo más bonito que llevaba dentro.

Nos quedamos completamente desnudos –al aire libre– antes de empezar. Comenzó a besarme la coronilla, pasó a mi frente, la nariz, la boca, la barbilla, el cuello, los hombros, los pechos, el vientre –se me cortó la respiración–, el pubis… hasta la planta de los pies. Fue la hora más bonita que pasé inmóvil (o casi). Acabó sentado sobre mí y restregando sus nalgas apretando mi nabo. Me derretía…

–¿Puedo yo ahora? –le pregunté–; o esta vez lo vas a hacer todo tú solo.

–Me toca a mí, guapo ¡Lo siento! Aguanta un poco porque quiero esto dentro hasta que me corra ¡Como la saques te estrangulo!

Así fue. Se desquitó… y bien. Aguanté como pude hasta que vi su cara contraerse y comenzó a respirar agitadamente soplando. Cuando me cayó toda su leche encima, me dejé ir.

–¡Ahhh, ayshhhh! –exclamé–. Esto es lo que más me ha gustado de este aprendizaje, ¡coño! Tsss. Tómame el pulso.

–Relájate –Se echó sobre mí–. No te mueves hasta que esto no se baje del todo.

–No lo puedo creer. Si le haces esto a alguno del club, lo matas de un infarto.

–Probaré con Jesús… ¿Te importa?

–¡No! –Fui claro–. Te lo follas solo, ¿eh? Yo ya elegiré a mi víctima. Pero no le hagas esto que me quedo sin novio.

–Creo que tenéis cosas que aprender ¡Cosas rurales! Le daré toda la caña que aguante. Reservaré lo mejor para ti, como es lógico… ¡Vamos! Abre el telón que va a entrar la actriz en escena ¡Esa boquita!

Creí que no aguantaba. No me había hecho eso antes. Tiró de su prepucio y me vi venir el capullo rojo hasta mi boca abierta. Tuvo la delicadeza de no meterla hasta el fondo ¡Me hubiera ahogado! Se movió rítmicamente mientras yo se la chupaba y él agarraba mi cabeza; hacía poco tiempo que se había corrido… y todavía estaba duro como un leño. Volvió a descargar otro tanto en mi boca y, era tan sabroso, que lo paladeé antes de tragarlo.

–¿Quieres más?

–¡Nooo, Fidel! Guarda algo para luego y para Jesús.

–Tengo más, amado mío. Más para ahora, para Jesús y para luego. Esta ciudad me pone como una moto…

–Me gusta. Me gustas. No paraba. Eres como un repartidor de leche… Me temo que hay que hacer un descanso para el almuerzo. Reserva esa carga extra para la siesta.

–Si se me viene la carga aquí –Señaló sus huevos–, interrumpiremos el almuerzo.

–¡Hay tiempo, Fidel! Guarda unas cargas para el postre, ¿vale?

–¡Vale!

5 – El otro polvo

El almuerzo estaba casi preparado cuando empezó a poner la mesa. Yo acostumbraba a comer en la cocina y, sin embargo, tenía razón al decir que se disfrutaba más de la comida si se hacía con cierta ceremonia.

Me hizo sentarme a la mesa –con mantel puesto y las copas de cristal– y sirvió él mismo. Se sentó frente a mí.

–¡Buen provecho!

–¡Igualmente!

–Te lo comes todo, ¿eh? –Me sentí un niño–. Te hace falta alimento.

–¿Más? ¡Me cachis! –Me vi venir otra–. Vamos a comer esto tranquilamente y ya veremos.

–Sí, sí. Mejor disfrutar ahora del almuerzo. Para eso lo haremos siempre así ¡En la variedad está el gusto!

Lo vi mirar alrededor mientras comía despacio. Estaba observando…

–¡El polvo!

–¿Qué? –No entendí.

–Que hay que limpiar el polvo. En el pueblo no hay ¡Como siempre está lloviendo…!

–Pues yo no veo mucho polvo…

–¡Lo hay! –protestó– ¡Come y calla! Lo quitaré por la mañana.

El almuerzo fue ideal. Ni él ni yo acostumbrábamos a comer así; con tanta ceremonia. Tenía razón al decir que se disfrutaba más de la comida.

Y mientras recogía los platos, me tomé la libertad de llamar a Jesús.

–¡Oye, maricón! ¿Vas a salir esta tarde?

–Depende, guapo. Si te traes a Fidel me salgo… del pellejo.

–¿Te vendrías a casa un rato? –pregunté sensualmente.

–¡Hmmmm, claro! –Fue cómico– ¿Es para follar contigo, con ese pedazo de hombre o con los dos?

–Pregunto; espera –le dije– ¿Quieres hablar con ese… pedazo de hombre?

–Mejor –Me pareció contrariado–. No me gustaría follarme a alguien que mire para otro lado.

Cuando me di la vuelta para llamar a Fidel lo tenía detrás escuchando.

–¡Ay, la leche!

–¿Te has asustado? –me preguntó muy de cerca–. Has llamado tú, no yo.

–Es por si quería venirse un rato…

–¡Trae el teléfono!

Cogió el auricular moviendo las cejas arriba y abajo; como muy ilusionado.

–¡Oye, guapo! –le dijo sensualmente–. Este se me ha adelantado; quería llamarte yo. No me gustan los… intermediarios.

Escuchó atentamente y fue sonriendo poco a poco…

–¡Claro! Conmigo; conmigo solo, ¿eh? Tráete a otro de repuesto para este… […] ¿Ramón? Seguro que sí –Asentí porque me encantaba Ramón– ¡Que sí, rubio! Que te traigas a Ramón.

No sé qué más hablaron. Me quedé en blanco pensando lo que podría ocurrir aquella tarde, además de que llevasen las herramientas. Colgó.

–Dale caña, Tomás. Eso voy a hacer yo con Jesús. Ya has visto cómo lo hago y sé que puedes hacerlo. Los dejaremos vacíos.

–¡Vale! –Soplé –; y si quieren más, cambiamos ¿Te gusta la idea?

–¡Claaaaaaaro que sí! Vamos a dejar a los dos sin ganas de follar una semana.

6 – Al final del día

Hubo un buen descanso. Fidel me pidió que le ayudase a arreglar la otra habitación como su taller de carpintería para cuando llegaran las herramientas. No me pareció mal que le entusiasmara aquello; era un buen carpintero y podría hacer algunos trabajos. Los muebles del pueblo estaban hechos a conciencia y de madera, no de aglomerado.

–Se tarda Jesús –dijo nervioso en cierto momento–; no me gusta que me hagan esperar y se me acumula la carga en los dos depósitos.

–Dos buenos tanques que tienes –Le pellizqué la nalga–; acordes con el tamaño de tu «Apolo». Así me has llevado a Luna, guapo.

–Dicen que esos tres astronautas no han estado allí –Me miró extrañado– ¿No lo has oído? Lo han dicho en la radio.

–Son conjeturas, creo –Seguí a lo mío–. Prefiero que pisemos la Luna los dos. Es mejor que estar perdidos en el espacio, ¿no crees?

–Pues ahora vendrá el tercer astronauta… ¿Era Collins? Habrá que enseñarle lo que es ponerse bien el casco y andarse con pies de plomo. Al de repuesto lo sacas tú de su órbita.

–¡Eh! –Me sorprendí– ¡Has aprendido muy rápido a jugar con las palabras y los conceptos! Vas a ser un buen miembro del club. Te advierto de que hay unas normas. Ya te las dirá Crispín.

–¿Y por qué no me las dices tú? ¿No te acuerdas?

–Más o menos –Me acerqué a él–. Procura no hacer nada que moleste a Jesús. Sencillamente, sé amable y te lo follas ¡Nada más! Ya sabrás lo demás.

–¡Ah, qué bien! ¿Y cómo sé yo qué cosas le molestan? ¿Le molestará que fume?

–¡No, hombre! Me refiero a cosas que puedan herirle su… sensibilidad. No lo insultes ni lo obligues a nada que no quiera y todo irá sobre ruedas.

–Ammm, ya. Nos correremos como un «fórmula 1».

Llamaron a la puerta y nos miramos entusiasmados. Le puse bien los cabellos y se mojó un dedo en saliva para untarme unos mechones. La carne estaba ya a punto. Corrimos a abrir.

Bien. Nos quedamos con dos palmos de narices. Llegaron con las herramientas. Bueno, tampoco estaba mal irlas poniendo en su sitio mientras llegaba Jesús.

–Lo malo de esto –dijo al cerrar la puerta–, es que si nos ponemos a cargar todo ahora, cuando llegue Jesús vamos a oler a tigre…

–¿Lo dejamos aquí? –Pensé–. No le va a gustar mucho… Siempre se le puede decir que acaban de llegar.

En ese instante volvieron a llamar a la puerta.

–¡Ahora sí! –murmuró.

Abrió la puerta y allí estaba el buenorro de Jesusito listo para ser devorado. Inmediatamente apareció Ramón, que no había salido del ascensor todavía. Los hizo pasar con cortesía y mirándolos con cierta insinuación. Vi cómo Jesús sacaba un poco la lengua y se lamía el labio superior. Era una mezcla explosiva. Tanto Jesús como Fidel eran dos máquinas de follar. Fidel no sabía nada. Bueno, Ramón tampoco era muy torpe que digamos; quizá un poco más suave… más romántico.

–¿Queréis tomar algo? –preguntó–. Hay Coca–Cola y esas cosas…

–Mejor una cerveza, ¿no? –preguntó Ramón–. Nos van a entrar los sofocos de la menopausia. Habrá que beber algo que… nos ponga.

–¡No sé! –le dijo Jesús–. Ya no te acuerdas de la última vez que bebimos cerveza. No había forma de levantar los ánimos ¡Te afloja todo!

–¡No, no! –contestó Ramón– ¡Cerveza, no! Mejor algo sin alcohol.

Fidel se encargó de ir a la cocina a por unos refrescos mientras conversábamos las cosas esas que siempre se hablan en el ascensor… «Hace un buen día, ¿verdad? Parece que hoy no llueve. Han dicho en la tele que viene una borrasca… Es que yo no la veo ¿Quién dice el tiempo? ¿ Mariano Medina, el hombre del tiempo ? ¡Ese es de aquí!».

–¡Vamos, pedazo de huevos! –dije cuando apareció–. Se nos acaba la conversación.

–¿Ah, sí? –espetó–. No hay que hablar mucho antes de empezar, así que… todos al aire libre.

–¡Vaya! –exclamó Jesús ilusionado– ¡Esto va en serio y sin anestesia! ¿Se va a desnudar cada uno o nos desnudamos unos a otros?

–Bueno –Se le acercó Fidel–, yo preferiría arrancarte esa ropa tan linda y descubrir lo que hay debajo. Coge tu refresco y vamos al dormitorio ¿Te vas a hacer esperar, rubio?

–¡Coño! –Me miró Jesús asustado–. Esto es ir al grano y lo demás es todo paja. Me voy ya con él.

–¡Eh, eh, maricones! –apunté– ¿No se os ha ocurrido que nada más hay una cama de matrimonio? ¿La echamos a suertes?

Se miraron todos un poco confusos. En la otra habitación –la que estábamos preparando como taller–, había una cama de cuerpo ¿Qué íbamos a hacer?

–Orgías no, ¿eh? –Se volvió Fidel a mirarme–. De momento, cada oveja con su pareja. Me he pedido a Jesús, guapo.

–Haremos la vista gorda –propuso Ramón– ¿Qué malo tiene que follemos los cuatro en la misma cama? ¡Es muy grande! Conozco la otra y es incómoda.

–Sí –razoné–; en la grande cabemos los cuatro, de sobra. Cada uno a lo suyo y ya está.

–Hmm, no sé –se quejó Fidel–. No estoy acostumbrado a esas cosas… ¿Y si se me mustia?

–¡Je! –intervino Jesús– ¿De verdad quieres que crea que no te va a poner a tono ver que estemos todos en la misma cama?

–¡Claro! –le respondió– ¡Qué tontería! De ver esos labios y esos cabellos dorados, ya me tienes loco, rubio.

Comenzó a quitarse la camisa sin decir nada y todos le seguimos. En poco tiempo, fui viendo ante mí reunidos los tres cuerpos más apetecibles con los que había follado. Se me puso al instante. Cuando me bajé los calzoncillos me pesaba en el aire. Todos estábamos así.

Una vez desnudos, me detuve a mirarlos con más calma. El cuerpo esbelto y delgado de Ramón me levantaba los ánimos; el de Jesús, cubierto de suave vello rubio y brillante, me volvía de espaldas directamente; el de mi amor, me hacía ver las estrellas y los planetas… ¡Vaya panorama! No pude callarme.

–¡Anda! –exclamé–. La crème de la crème reunida ahí delante de mis ojos.

–¡No estás tú tampoco para hacerte ascos, guapo! –Se me acercó Ramón–. Dice tu… Dice Fidel que nada de orgías; no insinuarás eso, ¿verdad?

–¡No, no! –No salía de mi asombro–. Lo siento, pero esto no se ve todos los días ¿Vamos?

En ese instante sonó el teléfono. Hice un gesto de desprecio pensando en no cogerlo y agarré a Ramón por el brazo.

–Venga, maricón. No te hagas de rogar…

–¡Espera, Tomás! –Pensó Fidel–. Puede ser esa que te iba a llamar… Julia.

–¡Hija de puta! –Me di cuenta de la situación– ¿Vas a llamarme en este momento?

Tenía que hablar con ella y no dejaba de insistir. No tenía más remedio que cogerlo…

–¡Lo siento! ¡Un momento! La despacho lo antes posible.

Cuando pregunté quién era me di cuenta de lo que estaba pasando. Julia me llamaba para hablar sobre el trabajo. No podía dejar de atenderla. Era demasiado importante.

–Dime, Julia –dije amablemente– ¿Has visto algo?

–Sí, Tomás –Tosió–. He conseguido que el jefe aparte tu expediente para no ser sancionado.

–¿De verdad? ¡Gracias!

–Y de lo otro… –Bajó la voz– ¡Hay que suplir una vacante justo en el instituto de tu barrio! Puedo conseguirte el mejor puesto que hayas soñado. Aquí tengo los impresos y el Papel del Estado. Necesito que me los rellenes esta misma tarde… Mañana les doy curso ¿Tienes a la vista algo mejor?

–¿Qué? –No podía hablar– ¿En mi mismo barrio? ¿Esta tarde? ¿A qué hora?

–Ya, Tomás –dijo muy seria–. Me ha costado la misma vida sacarle al jefe esta plaza. Voy para tu casa antes de irme a la mía.

–¿Ahora? –Me asusté.

–Ahora mismo –contestó ajena a lo que estaba viendo–. Estoy en casa de una amiga y muy cerca.

–Y… ¿No podría ser a otra hora? –Ramón me mostró nueve dedos– ¡A las nueve! Tengo algo entre manos que no puedo dejarlo.

–¡Tú verás, Tomás! –Fue clara–. Me he tomado estas molestias por ti. Si me voy para mi barrio ya no vuelvo. Hay que entregar esto mañana y no puedes perderlo.

–¡Coño!

–¿Qué?

–¡Eso! ¡Que es una grata sorpresa! Te espero.

Colgué mirándolos allí parados y desnudos… y ellos me miraron a mí.

–¡A vestirse y al dormitorio, chicos! –grité– ¡Que viene Julia!

–¿Ahora? –Se molestó Jesús– ¡Esto nos deja tirados!

–¿Ah, sí? –Me molesté– ¿Es que a mí no me deja tirado? Me trae un buen trabajo. No esperaba esto.

Noté como los globos se iban desinflando.

–¡Vamos al dormitorio, guapos! –Se los llevaba Fidel–. Que se vista y la reciba y allí lo esperamos. Podemos ir calentando motores ¡Nada de orgías, claro!

–¡Oye! –Volví a gritar– ¿Tengo que recoger yo toda esta ropa o la dejo ahí de adorno para la que la vea Julia?

– ¡No, no! –Corrieron a recogerla.

Al poco tiempo ya estaban allí dentro y yo esperando vestido. O una cosa o la otra ¡Así es la vida!

Estuve hablando una media hora con Julia y se prepararon todos los documentos. Cuando salía de allí me miró un tanto confusa.

–¿Estás solo? Me ha dicho Jacinta que han subido dos hombres…

–¡Ah, sí! Estamos en una reunión de trabajo en la salita. Pueden seguir sin mí.