El chico del metro

Encuentro por el día a un chico atractivo en el metro y esa misma noche sueño con él. Ambos estamos en otra época, pero descubro que en cualquier época los hombres de verdad siempre han buscado lo mismo en las mujeres.

El otro día vi a un chico en el metro; estaba enfrente mío, junto a la puerta. Nuestras miradas se cruzaron un momento para enseguida separarse de nuevo. Al cabo de un rato volví a observale. Estaba mirándome los pechos descaradamente. Al sentírse pillado no se le ocurrió otra cosa que sonreírme alegremente, y yo le devolví la sonrisa. Era guapo, y tenía un aire, no sé, como de otra época, pero era mi estación y me dispuse a salir. Me coloqué prácticamente a su lado, pero aunque estábamos tan cerca en esa ocasión ambos evitamos mirarnos. Cuando el tren paró las puertas tardaron unos segundos en abrirse. Podía sentír su respiración, y estoy seguro que él la mía, enmedio de todo el ruido. Entonces el metro avanzó inesperadamente unos metros más y volvió a pararse, esta vez con brusquedad. Aproveché el suave frenazo del vagon para caer levemente sobre su hombro. Me disculpé y nos miramos de nuevo. De cerca era más guapo aún. Creo que me reí de nuevo, y él conmigo. No sé, el caso es que mientras andaba ya sola por el andén, pensé que era una pena que todo hubiera terminado antes de empezar. Igual que él a mi los pechos, yo también le había curioseado a él el paquete, y aquello prometía. Una pena, la vida es así; la gente se cruza y a veces sientes algo, quiero decir, sientes que algo podría ser, si tuvieras la oportunidad de conocer a la otra persona un poco más, de intercambiar un par de palabras, no sé. ¿Pero qué conversación puedes tener con un chico con el que te cruzas en un semáforo, o con el que intercambias miradas en un vagón del metro? Y lo peor es esa sensación de oportunidad perdida, ese sentímiento de que podria haber habido algo. Aquel día, mientras andaba por el andén, bajando las escaleras, lo sentí como algo más que una sensación, lo sentí como un recuerdo. ¡Qué extraño!, ¿verdad? Un recuerdo de alguien a quien nunca has conocido, al menos en esta vida.

Cuando llegué a casa me di una ducha y me cambié. Comenzaba a hacer calor. Me puse una camiseta fresquita y unos shorts y me preparé un sandwich de pavo. Me dolían los pies. Los ultimos tacones que me había comprado eran preciosos pero estaba abusando de ellos. pasé el rato curándome de las rozaduras mientras escuchaba sin ver la televisión. Me sentía mortalmente aburrida, tanto que empezaba añorar a mi ex. No sé como pasé las horas siguientes, quizás en un estado de ensoñación, pero hacia las once comencé a encontrarme muy cansada y apagué el televisor para irme a la cama. A pesar de estar durmiéndome sobre el sillón un momento antes, una vez en la cama, me desvelé. El edredón que me echaba por las noches, en las que aun refrescaba, me pesaba demasiado. El pequeño camisón me agobiaba por todas partes, como si de repente fuera una talla más pequeña o se me hubieran hinchado los pechos. Por las rendijas de la persiana se filtraba la luz parpadeante de una farola estropeada. Pensé en Javier, mi ex. Es curioso como se piensa en los hombres cuando una está sola. Incluso llegas a añorar a aquellos a los que no soportabas. Me quedé adormilada pensando en él. La tira inferior del camisón me rozaba suavemente los muslos. Javier tenía una cara eztraña, una cara que no era la suya. Tardé en darme cuenta. Era la cara del chico del metro. Sentía mucho calor mientras caía y caía en el sueño, caía y caía en el sueño.

Comencé a soñar. Estaba en una habitación enorme con los techos altísimos. Estaba decorada, ¿cómo os diría?, como si fuera una película: artesonados dorados, columnas de mármol, antiguos papeles pintados con un dibujo geométrico que conducía a la vista hacia el centro de un vórtice, candelabros, estatuillas por todas partes. Me encontraba tumbada en mi cama pero pronto me di cuenta de que tampoco era mi cama, que estaba más blanda de lo normal, y en lugar de mi almohada cervical tenía un montón de almohadones mullidos y perfumados, y estaba cubierta por cobertores, edredones, sábanas, todo tipo de cosas. Me miré, en lugar de mi sencillo y cortito camisón de algodón llevaba un enorme camisón que me llegaba hasta los pies. Estaba desconcertada, porque, veréis, no sé cómo explicarlo, no era como un sueño normal, ese sueño en el que lo crees todo, en el que sigues la acción y ya está, en el que te olvidas un poco de ti misma. Yo recordaba totalmente quien era y lo que había hecho justo antes de acostarme; era simplemente como si hubiera atravesado una puerta, un umbral. Lo primero que hice, instintivamente fue levantarme el camisón, incrédula buscando mi lunar, un lunar pequeñito en la cara interna del muslo izquierdo, cerca de la vulva. Me costó, nerviosa como estaba, quitar tanta tela que me cubria pero al final me lo vi, era mi lunar, mi muslo, era yo, ¿pero donde me encontraba?

Di un salto desde la alta cama y cai en un suelo de madera que crujió al instante. Hacía fresco. Con un gesto instintivo busqué mis zapatillas debajo de la cama, pero debajo de la cama sólo había un orinal, afortunadamente vacío. Di una vuelta por el lugar. Me pareció que yo había empequeñecido, que era más bajita, pero en realidad es que todas las cosas eran más grandes, todo era más alto y más grande que lo que tenía en mi piso, y es que obviamente esto no era mi piso. Me ecerqué a un espejo y vi claramente mi rostro reflejado en él. Era yo. Llevaba un camisón más antiguo que el que usaba mi abuela, y mi pelo estaba peinado, como diría, de manera un poco antinatural, pero era yo, sin lugar a dudas Eso me tranquilizó todavía más, y me permitió analizar la situación con algo de calma. ¿Era esto un sueño, o algo peor? ¿Dónde estaba, quizás en algun hotel de época? Eso explicaría que el orinal estuviese vacío. Busqué el cuarto de baño. Los hoteles medianamente decentes, y este parecía caro, tienen uno en cada habitación. Lo cierto es que no encontré el cuarto de baño y la única puerta daba a un pasíllo larguísimo que estaba en completa oscuridad. Miré al techo. De él colgaba una enorme lámpara de cristal que evidentemente funcionaba con gas.

¿Dónde me he metido?, pensé, y en ese momento algo sonó en el cristal, como si empezara a llover o el viento arrojara arena contra el cristal. No le di más importancia, pero el sonido volvió a repetirse. Me acerqué a la ventana y aparté una de las enormes cortinas. En ese momento noté, asustada, como unas pequeñas piedras impactaban contra la ventana y volvian a producir el sonido que había escuchado antes. Así que es eso, pensé, ¿pero quién demonios...? Miré abajo. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad vi una figura en el exterior de la casa que agitaba el brazo. Miré alrededor intentando ver las otras ventanas, insegura de que se estuviera refiriendo a mi, pero cuando pude verle con más claridad no tuve ninguna duda. Su cara miraba directamente al cristal de la ventana tras de la cual yo estaba asomada. Era un chico delgado, bien proporcionado, aunque vestido de una manera muy rara, como de época, como a tono con la casa. Llevaba una levita y un pañuelo al cuello. Su rostro, poco a poco, me resultó más familiar, y no sé qué idea me hice, que me convencí que se trataba de Javier. Me alegré, porque a pesar de todo me sentía asustada en aquel sitio, y el solo pensar que un hombre conocido estaba allí conmigo me hizo sentír más segura, ¡cobardica que es una! Javier me hizo una señal clara de que bajara, y la repitió varias veces hasta que no tuve ninguna duda. En ese momento le respondí, yo también por señas, y también llevándome la mano a los labios pidiendo silencio com él había hecho, que iba a bajar enseguida. Corrí las cortinas y me volvi a mirar al espejo. Evidentemente no podía bajar en camisón, así que lo primero que hice fue quitármelo. No me sorprendió ver que no llevaba sujetador, porque nunca me lo pongo para dormir, ¡pero Dios mío, llevaba unas bragas que me tapaban el ombligo y la mitad del muslo! Así había tenido tantos problemás para verme el lunar. Me quede alucinada, ¿pero en qué mercadillo había comprado yo unas bragas así? Aquello era absurdo. Busqué mi sujetador, pero no lo encontré por ninguna parte. En lugar de eso encontré un incómodo corsé que me apretaba demasiado la cintura, así que me lo puse desabrochado, aunque la verdad tenía tantos cordones que imaginé seria complicadísimo abrocharlo. Luego busqué algo que ponerme encima. No vi ningun armario, pero cerca de la cama había dos baúles. Abrí el mas grande. Allí dentro había toda clase de vestidos, pero todos de como de época, con un enorme vuelo. En ese momento volvió a sonar el cristal de la ventana. Era el pesado de Javier. Me asomé de nuevo. El volvió a hacerme la señas, pero se detuvo enseguida, y permaneció parado contemplándome con cara de idiota. Me miré. Estaba con el corsé que me apretaba y me elevaba las tetas como si fueran dos globos, acentuando el canalillo entre ellas. ¡Y eso que no me lo había ajustado del todo! Será bobo, pensé, pues anda que no me ha visto este idiota veces desnuda; ¡como para quedarse así! Le volvi a hacer señas de que bajaría enseguida y corrí la cortina.

Volví al baúl. Era difícil decidirse, desde luego. Saqué un vestido dorado que me costó horrores ponerme; tenía tanta vuelo a partir de la falda, y tantos detalles, tanta tela inútil, que me costó ver por donde me lo podía introducir en el cuerpo. Finalmente encontré la abertura y metí la cabeza. La verdad es que se ajustaba bien a mi cuerpo como si hubiera sido hecho a mi medida. Quizás me apretaba un poco de cintura para arriba, ahí era más estrecho, y contribuía a elevarme más el pecho que parecia querérseme salir por el escote. Quizás, si me hubiera ajustado más el corsé estaría más cómoda, pero también más aprisionada. De todas maneras no me venía mal. De largo arrastraba un poco. Me pregunté dónde podría encontrar unos zapatos. Entonces se me ocurrió abrir el baúl pequeño. Efectivamente los zapatos estaban allí. No había visto nada semejante. Hacían juego con el estilo del vestido; eran tan antiguos y tenían la misma apariencia de ser incómodos que aquél. Elegí unos dorados, para que hicieran juego con el vestido, aunque por lo largo de éste era difícil que se vieran, y me los puse. Sorprendentemente eran también de mi talla, como si alguien los hubiera dejado en aquel extraño sitio adrede, conociendo mis medidas. Los guijarros volvieron a rebotar en la ventana. ¡Ya voy pesado, ya voy!

Me encaminé hacia la puerta. Hubiera apagado las luces, pero ni que decir tiene que no encontré por ningun sitio el interruptor. El pasíllo estaba oscuro y mi vestido arrastraba por el suelo de madera generando un suave zumbido en medio de la noche. Yo andaba de puntillas para no hacer ruido con los zapatos, pasando una a una las puertas que aparecian a los costados, y preguntándome si aquello era un hotel, y si dentro dormían personas, que al despertar, se sentírían tan confusas como yo. En realidad no sabía bien hacia donde estaba caminando, ni si por este lado se encontraba la salida. El pasíllo giró noventa grados y luego se abrió a un vestíbulo del que arrancaban dos brazos de escalera. Los vi desde arriba cómo se alejaban el uno del otro en una amplia curva que los volvia a acercar en el piso de abajo. Era una escalera hermosa, de mármol blanco, con angelotes esculpidos en la barandilla. Como no vi ningun ascensor me decidí a bajar, a pesar del peligro de tropezar con aquel vestido. Me levanté la falda y me di cuenta que de esa manera avanzaba más cómoda y más deprisa. Una vez abajo, el suelo era también de mármol, estaba pulido y tenía un dibujo hermoso, pero yo no estaba para aquellas delicadezas. Busqué una puerta de salida. Afortunadamente, en un costado se abría una puerta que daba a algo parecido a un despacho. La luz dentro de la sala estaba apagada, pero desde el vestibulo pude oír como el sonido de la grava estrellándose contra el cristal se repetia también allí abajo. Entré en la sala; había una cristalera, una especie de invernadero. Javier estaba al otro lado y me señalaba un lado de la puerta desesperadamente. No podía entenderle bien, ni ver qué era lo que queria que hiciera; toda la estructura de hierro y cristal me parecía exáctamente igual. Entonces descubrí un pequeño pasador, y lo giré. Una puerta se abrió al instante, y el aire cálido de la noche me golpeó en la cara. Javier me atrajo hacia sí, tirando de mis brazos, y casí me estrellé contra su pecho. La puerta se cerró sola a nuestras espaldas y comenzamos a andar deprisa por el patio, como si alguien nos persiguiera. De repente aquello me pareció absurdo. No había nadie en ninguna parte y auello era un sueño, imagino, así que tiré de su mano y él se dio la vuelta bruscamente. ¡No era Javier! Me quedé parada, imagino que con los ojos como platos. Él, desde luego, notó mi sorpresa.

No eres Javier -balbuceé como una tonta.

¿Javier? -preguntó él con una expresión de sorpresa-. ¿Quién es Javier?

Pues... -empecé a decir yo, sorprendida también-, Javier es...

El caso es que su cara me sonaba enormemente pero no era capaz de decir de qué.

¿Qué te pasa? Estás extraña.

¿De veras?

¿Por qué has tardado tanto en bajar?

Me ha costado ponerme el vestido, dije tímidamente.

Si, ya lo veo, estás a medio vestir.

¿Medio? -pensé para mi, nunca en mi vida me he puesto tanta tela encima.

No te preocupes, tu padre no volverá hasta mañana, y los criados están todos dormidos.

¿Los criados? -pregunté.

Sí, sólo tú y yo estamos despiertos. ¿Tienes frio?

¿Con tanta ropa? No, no.

Hace una noche fantastica -dijo él mirando al cielo.

Eso era verdad. No sabía dónde estaba, ni con quién, pero la noche era indudablemente fantástica. Se estaba mejor fuera que dentro. La luna llena inundaba de una luz secreta el patio en el que nos encontrábamos y una brisa cálida me erizaba el cabello de la nuca. Él volvió a coger mi mano. Era guapo. Iba vestido de una manera tan trasnochada como yo, pero le sentaba muy bien. Tenía el cabello moreno y fuerte, y estaba ligéramente despeinado. Sus ojos azules me miraban como si nunca hubieran hecho otra cosa. No sabía si aquello era una broma o un sueño, pero por primera vez deseé que durara un poco más. Él tiró con suavidad de mi mano y andamos más despacio por entre unos setos altos perfectamente alíneados. Sus dedos jugaban entre los míos. Tenía las manos grandes, y los dedos muy largos. Me encantan ese tipo de manos. Al fondo sonaba el runor del agua. Yo deseaba preguntarle su nombre, pero me parecía que al hacerlo estropearía algo.

Bueno Alba, ya estamos.

¿Alba? -pensé. Indudablemente me ha confundido con alguien, con esa Alba que probablemente se parece a mí, ¿pero de qué le recuerdo yo? Los setos se abrían al espacio de una pequeña rotonda, en cuyo centro había una hermosa fuente, y el agua caía rompiendo el silencio de la noche con un murmullo suave y sugerente. De repente, la brisa trajo algunas gotas de agua fresca a mi rostro, y sentí que mi cuerpo se estremecía. El chico sujetó mi otra mano y me acercó hacia él. Tu sitio preferido.

Miré a mi alrededor. En mi vida había estado allí, pero no le iba a llevar la contraria. Volví a contemplar sus ojos y le sorprendi mirándome descarádamente el pecho que medio emergía provocativo desde el espacio de mi reducido escote. De repente me acordé.

¡Eres el chico del metro! -exclamé.

¿Del metro? -preguntó él sorprendido-, ¿a qué metro te refieres?

Estabas en el vagón, en la línea cuatro.

La línea cuatro -repitió él, incapaz de comprender lo que le estaba diciendo.

¿Qué te pasa Alba, es un acertijo?

Le miré. Si era una broma disimulaba muy bien; parecia sincero, aunque con los hombres, como siempre dice mi madre, nunca se sabe, llegan a creerse sus propias mentiras.

Sí -dije tímidamente-, la línea cuatro.

Él optó por no hacerme caso, y me atrajo hacia sí. Nuestras caras se acercaron. Me besó. Tenía los labios carnosos y me perdí en ellos. Se apretó más contra mí. Sentía sus musculos pectorales aplastarme las tetas. Una ola de calor me barrió entonces el cuerpo. Creo que él me estaba subiendo la falda por detrás, quizás era una ilusión mía. Mi cuerpo temblaba suavemente incontrolado, haciendo que mi vestido se agitara como una mariposa todo a mi alrededor. Nuestras lenguas chocaron con timidez y me separé un poco, y empecé a reírme torpemente. Entonces él, como si yo estuviera provocándole, volvió a atraerme hacia su cuerpo con más fuerza que antes. Me sentí deliciosamente aprisionada por sus brazos. Su lengua volvió a entrar en mi boca tan cálida como la brisa, y a la vez tan fresca como el agua de la fuente que me salpicaba, de cuando en cuando, la frente. Entonces el bajó la cabeza y buscó mi pecho al principio de manera inocente, pero luego besándome abiertamente, mordiendo travieso el inicio de mis tetas. Sentí una nueva oleada de calor traspasarme los muslos, al tiempo que él tiraba de la tela del vestido hacia abajo dejándome los pechos al descubierto. No me sorprendió ver que mis pezones estaban duros como el cristal, ni a él tampoco; primero mordió suavemente uno y luego se puso a chupar el otro. Sus manos me apretaban, me modelaban como si yo fuera arcilla y él un escultor que me estuviera dando forma de mujer. Con los ojos enteabiertos reparé entonces en la figura de la fuente: una ninfa hermosa y desnuda, agitada por un gesto lánguido, como si esperara a un amante, o le hubiera despedido hacía un momento y ya lo añorara. Mientras aquel chico seguía recorriendo con su lengua mi piel, yo miraba a la ninfa de piedra y me imaginaba, como ella, voluptuosa y entregada a un amante desconocido en un parque desierto en el inicio del verano. El chico se irguió de nuevo, mientras sujetaba con sus grandes manos mis pechos como si fueran dos copas de vino. Me miraba con una mezcla de lujuria e inocencia que casí me hizo correrme allí mismo, aunque supongo que la misma espresión tenía yo en la mía. Los pezones, desde luego parecía que me iban a saltar por los aires como las espoletas de dos bombas a punto de explotar.

Ambos comenzamos a desnudarnos el uno al otro, entre risas. Él apresuradamente a mi, quitándome el vestido a la fuerza, y luego el corsé, y yo lentamente a él porque sus prendas me resultanban extrañas con botones en lugares inesperados, y ausencia de ellos en los previstos, como si fuera una trampa para una chica ansiosa que busca un dulce sin haberlo merecido. Al final, allí me quedé yo con aquella enormes y antiestéticas bragas, y él con unos calzonzillos igualmente largos y ridiculos, y un hermoso pañuelo corto, rojo bermellón que llevaba anudado al cuello y que era tan bonito que se lo dejé puesto. Nos volvimos a cercar, es decir, él volvió a apretarme contra su pecho, a estamparme contra su cuerpo. Esta vez lo que sentí con claridad fue el bulto de su entrepierna entre mis muslos a través de la tela. No pude evitar meter la mano dentro. Me llevé una sorpresa inesperada. Su pene estaba duro como el mármol y era enormemente grueso y largo, lo recorrí varias veces incrédula ante su tamaño, y una y otra vez topaba también con sus testículos, grandes e hinchados como dos bolasde billar. Oh, sí, si era un sueño, no quería despertar ahora, por favor, ahora no. Comencé a mojar las bragas de manera concienzuda. Entonces me separé ansiosa y casi le arranqué los calzoncillos, a la vez que yo me quitaba las enormes bragas. Noté enseguida su sorpresa.

¿Qué te pasa? -pregunté asustada, consciente de que me miraba sorprendido.

El coño. No, no tienes pelo.

Ah, ¿es eso? -respondí-, es que estoy depilada. ¿No te gusta? Hijo, parece que nunca hayas estado con una chica depilada.

No, nunca -respondió él, mirándome con sorpresa.

¡Qué raro! -pensé, con esta herrramienta, las tiene ue haber visto depiladas, tatuadas y de todos los colores.

Él paso timido sus dedos por mi pubis, y luego bajó a la vulva. Sentí como sus dedos se empapaban con mis fluídos vaginales. Se rió. Parecía un mundo nuevo para él. No sé si estaba disimulando pero parecía tan inocente, como un toro semental con aquella verga enorme y... y esos testículos hinchados colgando obscenamente de su cuerpo. Daban ganas de comérselo. No pude evitarlo y me puse de rodillas. Desde luego la tenía mucho más grande que Javier, e incomparablemente más dura. No me pude explicar como los había confundido. Le pasé la lengua por el glande, y sentí un placentero escalofrío recorriéndome el cuerpo. Fui viajando pacientemente por cada centímetro de su pene con mi lengua y con mis labios. Aquella herramienta magnífica daba la impresión de hincharse todavía más. Intenté llevármela a la boca, pero era difícil abrir la mandibula tanto como para dejarla pasar. En ese momento deseé tener la bocaza de alguna de mis amigas para sentirla sin problemas, jejejé. Aún así, logré finalmente relajar la lengua y su pene entró en mi boca como un potro indómito. Lo atrapé entre mi lengua y el paladar, y sentí su potencia y su latir poderosos. De vez en cuando el me forzaba suavemente, y se deslizaba hasta mi garganta, y yo entonces casí perdía el sentído. Ya no podía más y mis dedos empezaron a trabajar sobre mi chochito, que para entonces era un manantial. Sentía un calor intenso, casí extremo y solo las pequeñas gotas de agua que la brisa desviaba hacia mi cara me mantenían en la realidad.

No sé cuanto tiempo estuve así, sólo que él me agarró por las axilas y me levantó. Para entonces, ambos temblábamos de excitación. Me senté en el borde de la fuente y elevé una pierna. No os imagináis la sensación que era verle apuntar con su pene enorme hacia mi rajita. Sólo deseaba que me atravesara entera. Sin embargo, él se demoró todavía un rato como si le apeteciera contemplarme.

¿Qué miras?

A ti, estás tan hermosa, no esperaba que lo hiciéramos esta noche.

Y entonces para qué me has sacado de la cama -le dije algo nerviosa.

No sé, quería leerte unas poesías, ¿te acuerdas de las que te hablé?

Poesías, pensé, mirándole de arriba a abajo, ¿cuándo hemos hablado de poesías tu y yo?, tonto.

Si no estuvieras tan armado -murmuré.

¿Qué dices?

Nada, nada, vamos al lio, guapo.

Le agarré la verga y la empujé hacia mi. La seguía teniendo dura, como si fuera cemento armado. ¡Dios mío!, pensé, este chico es de otro mundo. Sentí como su pene me separaba los labios y se iba abriendo paso dentro de. Sentí como me iba atravesando, como forzaba a estirarse como nunca a las paredes de mi vagina, y como seguía entrando y entrando destacio, como si no tuviera final, hsta que topó en el fondo y sentí una pequeña molestia. Creo que lo notó, y giró su pene para evitar mi útero y siguió ensanchándome no sé cómo, ni por dónde, ni desde luego sabía yo que podía ser tan profunda. Sentí un escalofrío, y casí en ese momento comencé a correrme. El había empezado a entrar y salir de mí, rítmicamente, y notaba como su polla succionaba el espacio de mi interior a la vez que sus testículos de toro me golpeaban la vulva en cada embestida. La fricción de su pene, tan grueso, era enorme. Mil pequeñas agujas placenteras fueron levantando cada centímetro de mi vagina, y noté como el placer me arrasaba por dentro, en oleadas que acabaron haciéndome estallar. Creo que comencé a gritar, no lo recuerdo bien, tuve una pequeña interrupción en mi consciencia; sentí como me suspendía un instante en el vacío, sujetada sobre los brazos de el, mientras mi cabello rozaba la lámina de agua de la fuente. El orgasmo fue latiendo más despacio, y entonces el me izó; sentí la punta del cabello mojar mi espalda y hacer más vívida la sensación. Me refugié en su pecho sin saber bien donde estaba.

¿Cómo te llamas? -pregunté con la voz temblorosa.

¿Cómo? -dijo él extrañado y separándose un poco de mí para poder verme la cara.

¿Cómo te llamas?

¿Lo has olvidado? -respondió él con la voz seria.

Estoy un poco confusa.

Karl.

Karl -repetí, saboreando su nombre. Debía ser extranjero pero no tenía ningún acento-. ¿Dónde estamos?

¿Tampoco te acuerdas de eso? -dijo riendo.

Yo le miré desconcertada. Creo que él se preocupó entonces y sin apartar la mirada de mis ojos me contestó.

En el jardín del palacio de tu padre. ¿Estás bien?

¿Mi padre tiene un palacio? -Abrí los ojos como platos. Ese chico me estaba tomando el pelo, no cabía ninguna duda, pero en aquel momento no me importaba demasiado-. ¿Cómo me has llamado antes?

Jajaja, por tu nombre: Alba.

Ven cielo, seré tu Alba, seré lo que tu quieras amor.

Acaricié sus testículos, eran desmesurados. Le agarré por ellos al pobre y le conduje mansamente hasta un banco de piedra que teníamos enfrente. Una vez allí, le empujé suavemente para que se tumbara. Había recuperado su erección, o no la había perdido, no sabría decirlo, aquel chico era un toro de verdad. Una vez tumbado corregí divertida el nudo del pañuelo rojo que aún llevaba al cuello, le acaricié nuevamente el pecho y bajé lentamente por su cuerpo, notando cada uno de sus músculos hasta llegar a su pene. Tenía unas ganas enormes de llevármelo de nuevo a la boca, pero el coño me quemaba como su tuviera carbon encendido dentro. Me subí de rodillas al banco de piedra y pasé cada pierna a ambos lados de sus caderas sentándome sobre su pubis. Su pene quedaba por delante de mi vientre y se alzaba majestuoso, más alla de mi ombligo. Sus grandes manos volvieron a agarrarme las tetas y noté el roce de sus dedos en mis pezones, como si pequeños microorgasmos me fueran estallando en cada centímetro de piel que él tocaba un momento antes. Nos reímos, nos acariciamos, parecía que yo llevaba la iniciativa, como si él todavia no se hiciera a la idea de mi audacia y le sorprendiera. Yo, como os podeis imaginar, para entonces estaba más húmeda que la fuente que tenía detrás, notando como aquel mástil rozaba mi vientre, pero era delicioso contenerse, agacharse para acariciarle, o ser atraída por sus poderosos brazos y notar entonces su hombría a punto de estallar contra mi piel. A cada momento tenía la sensación de que la espera me haría morirme de placer tanto como el placer mismo. Sentí como le estaba mojando, como le empapaba por entero con mis fluidos interminables. Me reía y arqueaba mi cuerpo, alejándome de él, y entonces sentía como mi clítoris empezaba a vibrar como una diminuta campana al contacto con aquel pene enorme. Entonces él me atraia de nuevo a hacia sí, cada vez con más violencia. Luego empezábamos de nuevo el juego. En un momento creí que llegaría a deshacerme.

Fue entonces cuando él tomó la iniciativa. Me sujetó por la cintura y me elevó, y una vez en el aire, me posicionó sobre su verga para hacerme descender de nuevo. Me sorprendió la precisión con la descendí sobre él, empalándome por completo. Su pene parecia más grueso más duro, más delicioso que antes. Me sentí totalmente conquistada, como una ciudad que abre por completo sus murallas y permite ser llenada, tomada y gobernada por un enemigo poderoso y sin piedad. No me importaba lo que hiciera conmigo siempre que siguiera poseyéndome a su antojo. Poco a poco nos fuimos acompasando. Al principio le fui cabalgando con suavidad, consciente del pura sangre tremendo que tenía entre las piernas, y luego más rápido, con la audacia de una amazona que empieza a conocer a su montura y disfruta plenamente de ella. Mis jadeos se hicieron más intensos, no sabía cuanto tiempo llevábamos follando, pero sentía que el orgasmo se iba acumulando en mi interior para explotar en cualquier momento. Entonces el subió las rodillas y me vi empujada hacia él, caí sobre su pecho, y él tomo las riendas por completo. Me embistió una y otra vez; ya no era el potro inquieto pero obediente, ahora era un toro salvaje y desbocado devorando a su hembra. Sentí como su pene se abria paso en lo más profundo de mi ser, para luego deslizarse hacia fuera en un recorrido vertiginoso y placentero. Sus manos amasaban mis pechos, su boca me buscaba los pezones, el cuello. Sentí ese momento de no retorno, ese instante en el que te abandonas a un placer inmenso, y me dejé llevar; las convulsiones de un nuevo orgasmo se sucedieron sin parar. Cuando creía que todo se terminaba empezaban de nuevo, llevándome al límite. El muy bruto parecia no querer acabar conmigo nunca, y seguía penetrándome como un martillo neumático, agitándome cada milímetro de piel. De repente, sentí que me iba definitivamente y comencé a gritar de gusto mientras me corría a chorros sobre él... Muchas conocéis esa sensación: las piernas me temblaban, me daba cuenta que no podría resistir más combate con aquel hombre desmesurado. Córrete amor, le susurré con la voz rota, quiero tu semen. Él entonces se encendió más todavía, y se movió con más ímpetu. Noté como su polla se hinchaba aún más en mi interior, y se movía adentro y afuera como una exhalación, arrastrando mi castigada vagina y todo mi cuerpo con el suyo. Es como si estuviera pegada a él, como si solo fuera un apéndice de él. Entonces se paró un nstante, se quedó en suspenso, vi como las venas del cuello se le ensanchaban brutalmente por debajo del pañuelo bermellón, y al instante sentí una presión y un calor ardiente en mi interior, como si me dispararan fuego. Creo que me volví a correr otra vez en ese intante, la sensación era casí dolorosa.... Jadeamos juntos, y sentí como mis tetas se aplastaban de nuevo contra la dureza de sus musculos. Su semen descendía por mi vagina como un torrente inagotable. Llevé un dedo a mi rajita y lo mojé para acto seguido llevármelo a la boca. Era dulce y espeso, y estaba aun caliente. Me dejé caer sobre sus brazos totalmente satisfecha. No sabía quien era ese Karl ni en dónde estábamos, pero quería que ese pedazo de hombre no se separara nunca de mí. Le agarré con fuerza para que no se me escapara pero todo empezó entonces a volverse borroso, tal y como había empezado..

Naturalmente os preguntareis si fue un sueño. No lo sé. Lo siguiente que recuerdo es en mi cama, en mi apartamentio. Había mojado las sabanas hasta el colchón y tenía la vulva hinchada y las bragas estaban como para centrifugarlas en la lavadora. Sentía esa sensación de haber sido poseída y mi vagina estaba enormemente dilatada. Pero por supuesto que pensé que era un sueño, no había ningún hombre por allí. Me levanté para lavarme en el bidé, y entonces lo vi: junto al agua, mezclado con él y con mis fluidos. Era esperma. Me levanté confusa sin llegar a lavarme del todo; recorrí las habitaciones vacías con un sentimiento de confusión y a la vez de soledad, sólo al llegar al espejo grande que tengo al final de pasillo le di cuenta. Allí estaba yo, con algunos arañazos y moratones con pinta de ser recientes, totalmente desnuda salvo por un pañuelo rojo bermellón anudado al cuello. ¿Podéis encontrarle una explicación a eso? Yo aún no.

Fin.