El chico del gimnasio

Un encuentro fortuito entre un joven y un hombre maduro. De allí sobrevendrá una relación inesperada,un momento terrible y un desenlace feliz.

EL CHICO DEL GIMNASIO

Llegué al gimnasio bastante mojado y un poco retardado debido a la copiosa lluvia que tuve que enfrentar. Las gotas que caían de mi cuerpo mojaron el piso de la entrada y marcaron el camino que describí para llegar hasta el vestidor. Allí pude secarme un poco y ponerme ropa adecuada para mi sesión de ejercicios.

Mi nombre es Juan Simón, tengo 19 años, mido 1,62 metros de altura, cabello castaño muy oscuro, piel trigueña y ojos de color café más oscuros. Ejercitarme es una de mis dos pasiones. No es que tenga un cuerpo escultural, pero ya estoy un tanto definido y, aunque me falta, sé que hay gente que me mira, algo que me gusta pues antes era muy delgado y no despertaba mucho interés en los demás. Lo otro que me gusta es el sexo y mi orientación es homosexual, sin embargo, soy bastante varonil.

Cuando me disponía a acomodarme en una de las máquinas para ejercitar me fijé en un tipo maduro que no me era familiar. Era bastante atractivo y su musculatura era de las mejores que había visto en mi vida. De bastante estatura, yo diría que como 1,95 mts, moreno oscuro y con un corte de cabello bastante rebajado. El sudor le resbalaba por la piel y le confería un aspecto muy sensual. Era un verdadero placer contemplar aquel monumento de varón.

Traté de no verlo mucho, pero cuando nos sentimos observados parece que sintiéramos el peso de la mirada ajena en nuestro cuerpo y al poco rato el tipo reparó en mí. Instintivamente yo esquivé su vista, aunque estaba seguro que él se había dado cuenta que lo estaba viendo. Pasé varios minutos levantando las barras metálicas sin voltear al sitio donde estaba el tipo o sea, un poco a mi izquierda. Sin embargo, al volver a verlo, me di cuenta que era él quien me observaba. El corazón se me aceleró porque comencé a imaginarme cosas muy ricas con ese desconocido, las cuales seguramente no pasarían de ser un producto de mi imaginación estimulada por mis ganas de sexo. De todas formas, ¿Quién era él? Un ilustre desconocido que quizá no gustara de tener relaciones con otro varón.

La sesión del desconocido terminó antes que la mía, así que se levantó y fue a los vestidores. Allí pude darme cuenta en mejor manera de su altura, ¡Dios!, qué hermoso era. Cerré los ojos para imaginar cosas excitantes con esa ricura.

Al poco tiempo terminé mi sesión y fui al vestidor para darme una ducha e irme con la esperanza de poder encontrar al tipo, pero, como era previsible, ya se había ido. No tardé mucho en bañarme y vestirme para salir. El gimnasio está ubicado en el primer piso de un centro comercial y al bajar a la planta baja me dieron ganas de tomar algo para quitarme la sed, así que entré a un negocio donde venden bebidas ligeras y comida rápida. Cuando llegué allí estaba el tipo otra vez, sentado en la barra, degustando una gaseosa de dieta. La expresión de mi cara fue notada por él a pesar de que hice esfuerzos por no darle a entender que lo había visto. Me acerqué a la barra y pedí una botella de agua gasificada, la cual me gusta mucho y me senté a beberla tratando de no voltear a mi derecha donde estaba el tipo a unas tres sillas de la mía. El aspecto sinuoso de la barra nos ponía en forma diagonal y con facilidades para vernos, es decir, para mí no era fácil esquivar su mirada y entonces pasó lo impensable:

  • Hola chico – me dijo con una voz muy masculina –

Yo no quería verle, me sonrojé y baje mi vista un poco.

  • Hey chico ¿me escuchaste?

  • Sí señor, le escuché, es que estaba distraído.

  • Empecé hoy en el gimnasio ¿Tienes tiempo allí?

  • Unos meses

  • Yo empecé hoy, pero practico desde hace varios años ¿Tú seguramente no tienes tanto tiempo?

  • La verdad no mucho.

  • ¿A qué te dedicas?

  • En este momento sólo al gimnasio. Me gradué el año pasado en la secundaria y estoy esperando entrar a la universidad.

Poco a poco cedía mi timidez, pero aún no podía deshacer de ella para darle paso a mi curiosidad.

  • Muy bien, posees sentido de futuro, eso es bueno. ¿Tienes novia?

  • Pues no...

  • Te noto un poco nervioso y quiero que me tengas confianza, sé que es demasiado temprano, pero me gustaría que fuéramos compañeros en el gimnasio, yo tengo algunos trucos que te pueden ayudar a desarrollar más tu cuerpo.

Eso último que dijo me encantó y de allí en adelante me tranquilicé y comencé a hablar con el con frases más largas. Me dijo que se llamaba Alexander y que se había mudado a esta ciudad hacía poco tiempo por razones de trabajo, tenía 34 años y estaba casado hace 12 con una ejecutiva de una empresa, por lo que ambos estaban al mismo nivel académico. Habían procreado dos niñas y tenían una vida normal y bastante feliz. Yo le escuchaba atentamente, atrás había quedado el tiempo en que por timidez bajaba la mirada.

Como los cuentos de hadas todo terminó. Después de casi una hora me dijo que debía irse a casa y se ofreció a llevarme a casa. Yo no sabía si aceptar o no, pero decidí acceder luego de pensarlo unos segundos. Bajamos al estacionamiento y llegamos a su automóvil, uno bastante caro que me dejó boquiabierto. La verdad era un tipo impresionante por donde quiera que se le viera. Por el camino seguimos hablando de varias y cosas hasta llegar al edificio donde vivo. Lo cierto es que cada vez tomábamos más confianza mutuamente.

Cuando llegué a casa no resistí la tentación de tener una buena paja por Alexander, nunca había conocido alguien tan excitante como él. Imaginé que se lo chupaba y me penetraba y no tardé mucho en eyacular.

Al día siguiente me fui al gimnasio muy contento y deseoso de verlo de nuevo. Sin embargo, no estaba allí y eso me entristeció profundamente. Antes de que me abatiera mucho la tristeza, el dueño del gimnasio me pidió que sustituyera a un instructor de baile que no había podido venir por enfermedad. No era la primera vez que sucedía y, como bailo muy bien, siempre le sustituyo.

La música que estaba puesta era electrónica y con un ritmo rápido, yo me movía como si mi cuerpo tuviera resortes y estaba prácticamente hipnotizado por la cadencia de las piezas. Los participantes trataban en vano de seguirme al pie de la letra, pero les era muy difícil dada la agilidad que poseo en el baile. De repente, detrás de mí, vi a mi querido Alexander. Estaba recostado del marco la puerta trasera y me veía fijamente. Me percaté de su presencia por los espejos que cubren el salón para monitorear a los asistentes. Su figura me estremeció y sentí un cosquilleo dentro de mí que me aceleró y casi se desmayan los allí presentes.

Al terminar me acerqué a él y tratando de disimular mi emoción le dije:

  • Hola Alexander ¿Cómo estás? ¿Por qué no te uniste al grupo?

  • Bien, gracias, es que no sé bailar nada.

  • ¿Cómo es eso que no sabes bailar?

  • Pues sí, es uno de mis defectos, mi esposa me critica por eso.

  • Si quieres yo puedo enseñarte

Al decir eso su rostro mostró un gesto de desaprobación y eso me frenó, creo que había metido la pata.

  • ¿Tú me enseñarás a bailar? Eres varón.

  • Sí, disculpa, quise decir aquí en la academia.

  • No creo que pudiera aprender aquí, me da vergüenza con toda esta gente. Sin embargo, pensándolo bien, tú podrías enseñarme, el problema es el sitio.

En ese momento me armé de valor y lancé mi artillería gruesa.

  • Hay sitios donde aprender, el problema es si tú querrías ir allá.

  • ¿Cuáles?

  • Una disco

  • Muy bonito que me voy a ver bailando con un hombre.

  • Bueno, yo decía otro tipo de disco.

  • ¿Te refieres a una disco de ambiente?

  • Eh, sí

  • Pero es una locura lo que me estás proponiendo, imagínate si me vieran personas que me conocen.

  • No creo, ¿tú conoces personas de ambiente?

  • Pues no.

  • Entonces no habría ningún problema, además la música allí es muy buena.

  • ¿Cómo lo sabes? ¿Has ido?

  • Pues, sí

  • No tengas pena de decirme

  • No tengo pena, sólo que no quiero incomodarte.

  • No me incomodas. Y si fuéramos a una disco de esas, ¿Tú me enseñarías?

  • Sí, encantado.

  • Entonces acepto tu invitación.

  • ¿Cuándo podría ser?

  • Mañana en la noche, ¿Te parece?

  • Claro que sí y tranquilo, que seguro aprenderás mucho.

Me despedí de él con un apretón de manos, pero no me quiso dejar ir a casa por mi cuenta y se ofreció de nuevo a llevarme a casa. Mi corazón no cesaba de latir al estar en su presencia y regodearme pensando en el encuentro de mañana.

Me costó mucho conciliar el sueño pensando en lo de la disco y tuve que optar por tomar un té de manzanilla para lograr dormir. Al día siguiente, lo pasé pensando en mi adorado y cuando llegó la tarde me fui muy contento al gimnasio. Allí estaba, no quería ni entrar a la sala de máquinas de ejercitación cuando lo vi. Entre y me acomodé en uno de los artefactos y fue cuando él reparó en mi presencia. Le hice una seña, combinando el dedo índice de mi mano derecha, el cual señalaba hacia el piso, al mismo tiempo que asentía con mi cabeza, para preguntarle sí iríamos hoy a la disco. Su afirmación la expresó moviendo la cabeza y con un fugaz guiño de su hermoso ojo izquierdo. No podía creerlo, parecía un sueño hecho realidad. Hice ejercicios con más ímpetu que nunca para que me viera y realmente lo hacía, su mirada estaba casi fija en mí. Yo tampoco podía parar de verlo, a pesar que se me hacía un poco incómodo por la posición de la máquina.

Terminamos la sesión casi al unísono y nos reunimos en el vestidor. Allí lo vi bañarse por primera vez desnudo y se le marcaba un gran bulto en su entrepierna. Lo veía mientras yo me bañaba y después de un rato él comenzó a hacer lo mismo. Nuestros ojos parecían chiquillos jugando a las escondidas al tratar de vernos sin que el otro se diera cuenta. Al final salimos del gym y me dijo que me llevaría casa, luego iría a la suya para cuadrar todo con su familia y finalmente pasaría buscándome para ir a la disco.

Mi corazón estaba que explotaba de la alegría, pero en casa traté de disimular para no alertar a nadie. Me bañé, me puse una ropa espectacular de camisa y pantalón de color negro y me senté a esperar a mi amado. Pasaron cerca de dos horas y vi el hermoso auto de Alexander estacionarse frente al edificio donde vivo. Inmediatamente sonó mi celular, era él, su hermosa voz varonil me indicaba que había llegado y que me esperaba abajo. Me despedí de mi familia y bajé corriendo por las escaleras. Tuve que contenerme y recuperar el aliento antes de salir.

Al verlo me estremecí de nuevo, pero traté de no dárselo a entender. Como aún estaba respirando muy rápido cuando me subí al auto, le expliqué que era por bajar las escaleras corriendo. Se veía muy elegante con su combinación de sobretodo de cuero negro y pantalón de algodón del mismo color, combinado con una camisa de cuello alto color gris que delineaban perfectamente su hermoso pecho. Durante el camino charlamos con mayor de confianza:

  • ¿Dónde iremos? -me preguntó-

-Yo te indico el camino, conozco una muy buena que está fuera de la ciudad.

  • Pareces conocer mucho sobre todo lo de ambiente.

  • Bueno… uno escucha a la gente hablar.

  • Dime algo ¿Aún no me tienes confianza?

  • Claro que sí

  • ¿Y por qué no me dices la verdad?

  • ¿Cuál verdad?

  • ¿Eres gay?

  • No

  • Dime la verdad, confía en mí, quiero que seamos amigos y tengamos confianza.

No sabía si decirle o no, tenía ganas de muy grandes de confesarle todo, pero me daba vergüenza siendo un conocido sin mucho trato.

  • Pues la verdad es que

  • Dilo, ya es evidente.

  • ¿Qué es evidente?

  • Que eres gay

El corazón casi se me sale cuando me dijo eso, estaba descubierto y decidí soltar de una vez todo lo que sentía.

  • En realidad sí lo soy y espero que no te moleste.

  • No me molesta, tranquilo y no diré nada a nadie, pero quiero que sepas que soy heterosexual.

Aquello me cayó como un baño de agua fría. Muy en el fondo de mí me había hecho ilusiones de que podíamos tener algo, pues se estaba mostrando muy abierto conmigo, pero no podía demostrárselo.

  • Está bien que seas heterosexual, yo no tengo problemas con eso.

  • Perfecto, así nos estamos entendiendo en los mejores términos.

Antes de una hora ya estábamos a las puertas de un centro comercial se encuentra ubicada la disco que le recomendé a mi adorado e inmediatamente aparcó el vehículo en el estacionamiento subterráneo. Notaba en él cierto nerviosismo mientras subíamos por el ascensor y lo entendí: era incómodo para una persona heterosexual entrar un sitio como ese.

El elevado volumen de la música retumbaba en nuestros oídos antes de que los vigilantes nos permitieran el paso al local de baile y yo empecé a moverme rítmicamente al compás de la rápida cadencia del tecno. Nos pidieron la identificación para verificar y luego entramos. Había un espectáculo de luces y sonido muy impactante, pero lo que más llamó la atención de mi acompañante fue las parejas del mismo sexo bailando o departiendo tal cual lo hacen los heterosexuales. Escogimos una mesa adosada a la pared y alejada de la pista.

  • ¿Tú bebes? –me preguntó-

  • Algo, no mucho.

  • Yo tomo bebidas fuertes, pero ¿qué te gustaría tomar?

  • Lo mismo que tú.

Con un ademán le indicó a uno de los meseros y le pidió un Alexander, quizá por llevar su nombre. Yo nunca lo había escuchado y le pregunté hablando sólo para él cuáles eran los ingredientes que llevaba y me dijo que lo hacían con ginebra , licor de chocolate y nata. A mí me pareció muy bueno y ordené lo mismo. Al rato nos trajo las bebidas y comenzamos a hablar, parecía que le estaba dando largas al momento de bailar y yo con tantas ganas.

  • Dime algo, ¿tienes novio?

  • En este momento no.

  • ¿Pero has tenido entonces?

  • Sí, pero pocos, no soy promiscuo, soy hombre de amar con sinceridad y pasión.

  • Qué interesante ¿Y por qué un chico con tan buenos sentimientos está solo?

  • Cosas de la vida.

  • Si yo fuera gay, seguro pediría tu mano.

La conversación se tornó interesante y olvidé mis ganas de bailar. Después del primer vaso de cóctel vino otro y Alexander y yo ya sentíamos el efecto del alcohol y empezamos gradualmente a revelar aspectos de nuestra vida cada vez más íntimos. Parecía muy interesado en saber mucho de mí, incluso, más que yo de él. Estábamos sentados frente a frente en una mesa circular, pero luego él se cambió más cerca del lugar donde estaba yo. Sus manos dibujaban gestos lentos y profundos y ayudaban a explicar sus historias. Yo permanecía más tranquilo dado que soy tímido.

  • ¿Qué esperas lograr con el gimnasio? –me inquirió-

  • Un cuerpo más atractivo… así como el tuyo.

  • ¿Te parece bonito mi cuerpo?

  • Sí, mucho, me encanta.

  • Gracias, el tuyo tampoco está mal.

  • Nada que se pueda comparar con lo que tú tienes.

  • Pareces muy interesado en mí.

  • Pues yo

  • Tranquilo, yo te entiendo, pierde cuidado. Pero insisto, vas por buen camino. Fíjate cómo se te empiezan a marcar los pectorales.

Acto seguido me tocó mi pectoral izquierdo con su mano derecha y me apretó ligeramente por un instante. Yo sentía que me moría, entre su presencia, la bebida y ese toque extraño que me devolvió la esperanza de tener algo con ese hombrazo. Me parecía extraño que me tocara y me dijera todas esas cosas, sin embargo, no hice ningún gesto desaprobatorio.

  • A ver cómo tienes esos brazos.

Dicho esto me tocó el bíceps derecho con su mano izquierda, pero esta vez recorrió un poco mi piel con sus dedos. Yo estaba más afectado que él porque no es mi acostumbre beber algo así. Entonces decidí pasar a la acción y le dije:

  • Permíteme tocar lo que tanto me gusta.

Le toqué el pecho con ambas manos y él no pareció molestarse con eso y luego pasé a los bíceps, exactamente el mismo recorrido que hizo, pero más lento y sensual. La excitación se tradujo en una erección de mi parte que casi me rompe el pantalón, estaba extasiado y, la verdad, no quería dejar de hacer eso. La respiración de Alexander se hizo más rápida y también comenzó a acariciarme, la poca luz del sitio nos protegía bastante de las miradas ajenas; al parecer se estaban rompiendo todas las barreras entre nosotros.

Casi inmediatamente, Alexander dejó de tocarme y yo hice lo mismo con él, sin embargo, no era rechazo lo que sentía, más bien, mostraba una mirada sensual y provocativa.

  • ¿Qué te gusta hacer cuando tienes relaciones sexuales? –me preguntó-

  • Pues, muchas cosas -dije un tanto apenado-

  • Explícame.

  • Me encanta que me besen por todo el cuerpo y hacer lo mismo yo, que me abracen y me acaricien, lamer y que me laman, hago sexo oral...

  • ¿Tragas el semen?

  • Nunca lo he intentado.

  • ¿Te han penetrado?

  • Una vez lo intenté y no continué porque me dolía.

  • ¿Lo volverías a intentar?

  • La verdad, no creo.

  • Entiendo, dime algo chico ¿Cuál es tu mayor fantasía sexual?

  • Pues…tengo una, pero me da un poco de pena decírtela.

  • Por favor, dímela, pensé que ya tenías confianza conmigo.

  • Es un poco loca, me gustaría hacer el amor en una tina de chocolate.

  • Nunca se me habría ocurrido, está muy buena.

  • ¿De veras?

  • Sí, tienes mucha imaginación, déjame hacer una llamada telefónica y seguimos hablando.

Dicho esto se levantó, fue a un lugar con menos ruido y habló siete minutos según la consulta que hice a mi reloj, estaba deseoso que regresara. Luego regresó a la mesa y repentinamente me preguntó:

  • ¿Por qué no hemos ido a bailar?

  • No me habías dicho nada, podemos empezar de una vez si quieres.

  • Vamos

La cadencia trepidante de la música me hizo mover rítmicamente el cuerpo mientras nos acercábamos a la pista. Alexander no hacía la menor seña de movimiento y estaba un poco atontado por el ruido. Lo tomé por la cintura y le indique como debía moverse con la música electrónica. Al principio le costaba mucho, pero poco a poco fue mejorando su compás. Necesitaría aún varias lecciones, mas, al menos se movía y eso en él era un logro. Sin embargo, lo más importante de todo era que estaba bailando entre hombres y ya no le molestaba, su cara denotaba alegría, como si hubiera querido hacer eso anteriormente. Bailamos mucho y luego pusieron unas baladas hermosas. El me vio, pensó un instante y luego me abrazó; ahora sí me sentía en la cima del cielo. Definitivamente, mi hombre, era bisexual, aunque él no lo reconociera.

Cuando nos cansamos fuimos a sentarnos de nuevo extenuados. Habíamos bailado aproximadamente tres horas, pero no seguidas, de vez en cuando nos sentábamos a descansar. Esta vez ya no teníamos muchas ganas de volver a la pista. Nos quedamos hablando sobre lo divertido que es bailar y me dijo que le gustaría repetirlo y, por supuesto, yo le dije que sí. De repente, llegó Richard, mi ex, con signos de estar algo embriagado. Hacía tiempo que no le veía y me sorprendió que se hubiera acercado. Nosotros habíamos tenido un romance muy bonito que se terminó por sus infidelidades. Es muy atractivo, alto, como de 1,79 mts., 27 años, corpulento, cabello rapado, cara de chico malo, cejas pobladas, nariz perfilada y de piel trigueña. Su rostro tiene un parecido al del jugador de fútbol italiano Fabio Cannavaro. Alexander, al verlo, tomó un semblante de desafío.

  • Hola chiquillo ¿Cómo estás? –me dijo-

  • Bien ¿Y tú? –respondí entre molesto por su presencia y asustado por la reacción de Alexander.

  • Bien, pasaba por aquí y, cuando te vi, me dieron ganas de saludarte.

  • Qué bien. Te presento a mi amigo.

Ambos se vieron con cara de rabia y ninguno extendió la mano para el tradicional apretón.

  • ¿Ahora le llaman amistad a esto?

  • Richard, por favor, aquí no vayas a hacer una de tus escenas.

Apenas hube dicho eso, Alexander se puso frente a él diciéndole:

  • ¿Qué es lo que pasa a ti? Yo no soy gay.

  • Claro que no, pero ¿Acaso crees que le harás el amor mejor que yo?

  • ¡Bastardo creído!

Acto seguido, Alex empujó a Richard fuertemente y éste no se quedó con eso, le golpeó en cara y comenzaron una corta pelea pues al poco tiempo llegaron los encargados de la seguridad y, la verdad, les costó detener a esos sementales. Yo sentía una emoción mixta ya que estaba avergonzado pues todos nos veían y la música se detuvo, aunque, a decir verdad, también me excitaba ellos se pelearan por mí. Los insultos continuaban a pesar de estar sujetados por varios chicos.

Los de seguridad nos regañaron y nos pidieron que saliéramos del local por la conducta inapropiada, qué extraño, era la primera vez que asistía a una disco gay que eso sucedía; normalmente, ese tipo de locales son tranquilos.

Nos dirigimos al aparcamiento a buscar su automóvil y salimos lo más rápido que pudimos. Su cara denotaba rabia, murmuraba cosas incomprensibles y a veces golpeaba el volante . Yo intenté calmarlo.

  • Sé que te molesta lo que sucedió, yo también estoy avergonzado porque de alguna forma me siento responsable. Por esa misma actitud violenta y por sus aventuras con otros chicos, me vi obligado a terminar con Richard, sin embargo, espero que superemos esto.

Apenas le hube dicho aquello, su rostro cambió la expresión dura que tenía y sonrió, eso me hizo calmarme un poco.

  • Sí, vamos superar esto.

Lo que me dejó estupefacto fue que tomó mi mano izquierda y comenzó a acariciarla y posteriormente, pasó su brazo por detrás de mi espalda, me abrazó y me acercó hacia él mientras manejaba. Yo apoyé mi cabeza en su hombro derecho y comencé a olerlo y para ello mi nariz recorría la delgada tela de su camisa. Mi hombre no dijo nada y yo seguí excitándome y excitándolo. Fue entonces cuando me di cuenta que no íbamos camino a la ciudad, sino a las montañas.

  • ¿Dónde vamos? - Le inquirí -

  • Hoy te voy a llevar a mi casa de la playa.

  • ¿Sí? Qué bueno.

-Claro, pasaremos este mal rato allá y nos olvidaremos de todo. Disfrutaremos de lo lindo.

La playa quedaba luego de una serranía de montañas, las cuales tardamos en atravesar alrededor de hora y media, pues el trayecto es algo tortuoso. Cuando llegamos a su casa nos bajamos y él estacionó el auto en el garaje. La vivienda era de dos pisos y estaba construida en madera, no era lujosa, pero sí muy elegante. Tenía un jardín con césped y flores que la rodeaba completamente, excepto la pequeña vereda que conducía de la verja al garaje y detrás un mirador que permitía una vista maravillosa hacia el mar ya que estaba situada en un pequeño cerro a poca altura de la costa.

Después de aparcar el auto, entramos a la sala por una puerta lateral. Mi hombre se sentó en un sofá, me dijo que me sentara a su lado y yo obedecí sin discutir. Me abrazó muy fuertemente y me besó la frente. Estaba muy excitado, pero aún me daba algo de pena demostrárselo, sin embargo, estaba seguro que lo que vendría sería mi sueño cumplido. Después de eso me acostó en el sofá, se colocó sobre mí y me empezó a besar por todo el cuerpo, mi respiración se aceleró y la de él también.

  • No sé qué me pasa contigo, pero hoy quiero hacer muchas cosas y tú no me dirás que no.

Yo asentí sin mucho pensarlo y, después de todo, ¿Desde cuándo había estado soñando con un momento así? Sus besos se hacían cada vez más rápidos y luego su lengua comenzó a recorrer mi cuello, mi rostro y mis orejas. Yo le respondí con las mismas acciones y después nos empezamos a desvestir el uno al otro. Ya sin ropas pudimos observar nuestros cuerpos varoniles, el suyo, más trabajado que el mío, pero era una visión muy excitante en ambos casos. Me acercó su pene a mi boca y yo lo vi de reojo antes de engullir ese enorme aparato. Ahora era mi caballero quien movía su cabeza a todos lados mientras meneaba su cadera adelante y atrás, cosa que me dificultaba mamarlo. Yo le apreté desde atrás colocando mis manos en su espalda y se quedó un poco más quieto. Entonces sus manotas fueron a parar detrás de mi cabeza y me apretó aún más contra él. En ese momento empezó a jadear fuertemente y yo trataba de chupar lo mejor posible ante ese ataque despiadado. Sus piernas me aprisionaron hasta el extremo de dificultar mi respiración. Retiré un poco mi boca para mamar sólo el glande, solté su espalda y coloqué mi mano derecha en su pene para masturbarlo y con la izquierda le acaricié los testículos. El ritmo de bamboleo de las caderas de mi amante se aceleró pues sintió un placer exquisito con ese triple trabajo. Finalmente, después de un corto rato, eyaculó una cantidad inmensa de semen.

  • Traga –me dijo-

Su cara era una mezcla de placer, pero también de dominio. Fue en ese momento cuando sentí que, aunque no deseara lo que fuera a proponer, debía hacer lo que me dijera.

  • Me encantó lo que hicimos Juan Simón, nunca había estado con un varón y de verdad, he disfrutado bastante.

  • Yo también Alex, si me permites llamarte así.

  • Claro que sí. Te tengo una sorpresa.

  • ¿Qué será?

  • Si te la digo, dejaría de ser una sorpresa, ven conmigo.

Acto seguido, tomó mi mano y me llevó abrazado hacia una puerta que, al franquearse, conducía a una escalera que finalizaba en un sótano. El mismo estaba construido en piedra fuerte y era necesario por los fuertes huracanes que azotaban esa región cómo refugio. Dos puertas separaban ese lugar de la planta baja, la primera, ya descrita anteriormente y la segunda estaba al final de la escalera. Al cerrar la segunda puerta, quedamos aislados del mundo exterior, pues era de metal, muy pesada y gruesa. Encendió la luz y pude ver la piedra desnuda y fría de las paredes. Estaba distribuida en varios ambientes, el lavandero, un desván para colocar cosas viejas y un baño. Este último tenía una bañera bastante grande y cuando logré ver su contenido, me asombré: estaba lleno de un líquido de color marrón que olía muy bien; el aroma, inconfundible: era chocolate derretido, tal cual era mi fantasía, esa misma que le había comentado a mi hombre en la disco.

  • ¿Cómo pudiste lograr esto? –Le pregunté-

  • ¿Recuerdas cuando hice una llamada por el celular en la disco?

  • Pues hay un señor que me ayuda con el mantenimiento de la casa, un lugareño. A él le pedí este trabajo. Quizá debe estar un poco frío, pero espero que te guste.

  • Me encanta Alex, te amo.

Dicho esto, le abracé y besé sus hermosos labios, a lo que él contestó abrazándome y apretándome contra su pecho. Al mismo tiempo, me fue llevando hacia la bañera y luego me sentó en el borde. Tomó un poco de chocolate en su mano y lo dejó gotear en mi pecho, para después esparcirlo sobre mi piel muy sensualmente. Yo estaba extasiado, en verdad era un maestro en esto del sexo. Lentamente, me introdujo en el líquido viscoso y yo quedé cubierto por una capa de rico chocolate a excepción de una parte de mi cara, pues mi cabello también se embadurnó de la preparación. Cuando vi su pene, estaba en plena erección, mi macho estaba excitado viéndome. Rememoré aquel día que le conocí, no me imaginé que llegaría un momento así. Alexander se introdujo en la tina junto a mí y me abrazó. El chocolate se sentía extraño en la piel, pero me encantaba esa sensación. Él me tocó el pene bajo el líquido y comenzó a masturbarme, yo le hice lo mismo. Los besos no tardaron en llegar y nuestras lenguas se saboreaban el dulce manjar que nos cubría, lo cual aumentaba el goce. Al poco rato, me pidió que me levantara y él se quedó agachado con medio cuerpo dentro del líquido. Mi pene se erguía majestuoso y escurría el chocolate. Mi hombre, en un acto que no esperaba, comenzó a chuparme el miembro, algo que nunca me habían hecho y yo no pude menos que cerrar los ojos y echar mi cabeza hacia atrás, mientras un estremecimiento recorría mi cuerpo junto a mis gemidos y mi respiración acelerados. Mi macho soltó mi pene y puso una mano en mis testículos para acariciarlos y otra detrás con el dedo medio acariciándome el ano, el cual se fue dilatando. Comprendí que ninguna de mis anteriores parejas me había hecho el amor, sólo sexo y que aún me faltaban cosas por descubrir en este campo. De repente, comenzó a introducir su dedo dentro de mi ano y yo me asusté. Con un ademán me hizo entender que no me preocupara. El chocolate era viscoso y grasoso y permitió que entrara poco a poco. Yo sentía dolor, pero también placer y gracias a eso me pude relajar. Además mi chico seguía masturbándome y las tres acciones (sexo oral, caricias en los testículos e introducción del dedo) me volvían loco. No pude resistir mucho tiempo y eyaculé un chorro grande de leche. Creo que jamás había acabado tal cantidad. Con una mano tomó parte de mi secreción y la mezcló con el chocolate.

  • Trágatelo.

Aquello sonó como una orden, pero yo estaba completamente a su merced, no tenía voluntad para negarme a sus deseos. Tragué aquella mezcla de sabor raro, como ácido o amargo, no podía distinguir, ligado al dulce. Imagino que se sentía poderoso porque yo ejecutaba todo lo que me decía y eso me hacía sentir bien a mí también.

  • Hazme lo mismo que o te hice.

Él se levantó y yo me arrodillé para engullir su miembro. Me encantó el sabor dulce que presentaba su pene esta vez. En verdad que esta fantasía debí haberla hecho hace tiempo. Mi hombre hacía ruidos de gusto mientras mi boca le hacía el trabajo. Con la mano izquierda le comencé a apretar la nalga derecha y mi mano izquierda se apresuró a introducir el dedo medio en su ano y repetir la acción que él me había hecho a mí. Inmediatamente, bajó su mirada con una expresión de disgusto, pero bien pronto sonrió y con un guiño de su ojo me indico que podía seguir. Yo, sin mucha experiencia, comencé esa labor, no sin antes mojar mi dedo en el chocolate. Alex comenzó a contornearse de gusto y gritaba como loco, me era difícil meterlo y mantener mi dedo dentro de él. Entonces, con mi mano derecha, empecé a masturbarlo para acelerar el proceso final. Pasó un poco más de tiempo que la primera vez, pero al final eyaculó. Yo aproveché de tomar un poco de su semen y lo mezclé con el chocolate para repetir la acción anterior, sin embargo, me detuvo y me indicó que lo tragara yo. Cuando lo hube hecho eso, me besó y parte del líquido fue a parar a su boca y nos pasábamos repetidamente esa solución, hasta que nos lo tragamos.

Inmediatamente me tomó de la mano y me llevó a la ducha que estaba al lado de la bañera. Allí nos bañamos con una rica agua tibia. Ambos nos enjabonábamos mutuamente, mientras nos besábamos. Muy sensualmente nos pasábamos el jabón y la esponja hasta que no quedó rastro visible del chocolate.

Al salir de allí, empecé a sentir sueño y mi adorado me llevó a una cama que tenía en una parte del desván que no había visto hasta ese momento. Me acostó al mismo tiempo que me besaba por todas partes. Estaba muy excitado, su pene se veía nuevamente en erección. Yo quería dormir, pero no deseaba dejar de sentir sus ricos besos por todo mi cuerpo.

  • Tu ex novio fue estúpido al tratarte mal.

  • Sí, por eso terminé con él.

  • Pero aún le recuerdas

  • A veces sí.

-¿Cómo puedes recordar a alguien tan despreciable?

  • No es fácil olvidar, además está muy reciente.

  • Pues ese individuo me molesta.

  • Lo sé, ya él quedó en el pasado.

  • Cuando estábamos en la disco le mirabas mucho

  • Sí, pero no te molestes, ya no significa nada para mí.

  • Claro que sí significa algo todavía, me lo acabas de decir y ahora eres mío y no me gusta que mires a nadie, soy muy celoso.

  • Tranquilo, que no volverá a ocurrir

  • Por supuesto que no volverá a ocurrir.

Su actitud era progresivamente más irascible y, dicha la última frase, me dio una bofeteada en la cara con su mano derecha y con ambas me empujó hacia la cama hasta acostarme y me volteó boca abajo. Yo traté de resistirme, mas, me fue imposible con la fuerza que tenía ese semental.

  • ¡Déjame, por favor¡ ¿Qué haces?

  • Lo que no permitiste que antes se diera.

-¿Cómo?

Continuaba sin entender, fue entonces cuando se colocó sobre mí, tomó un pote que estaba cerca y lo destapó como pudo, pues yo intentaba zafarme de él. Me dio una nueva bofetada y yo empecé a gritar.

  • Grita todo lo que quieras, aquí nadie podrá escucharte.

El contenido del pote resultó ser vaselina, tomó un poco con el dedo de su mano derecha y comenzó a introducirlo con fuerza en mi ano. Yo intentaba en vano quitármelo de encima, pero era más fuerte que yo. Fue entonces cuando me dio un enérgico golpe en la espalda que me dejó casi privado. Su dedo entraba salvajemente en mis entrañas y me dolía una barbaridad, el golpe no me permitía gritar todo lo que quería, pero aún así trataba de hacerlo y además comencé a suplicarle que no me hiciera daño, pues ya imaginaba lo que quería hacerme. Mis lágrimas habían empezado a rodar mis mejillas y el dolor era cada vez mayor. Un rato estuvo en esa acción, hasta que consideró que aquello estaba bien lubricado. Luego, tomó otra porción de vaselina y la colocó en su pene. Para que no me escapara, se colocó sobre mí poniendo su pierna izquierda en mi nuca y la otra en mi espalda. Su miembro brillaba por efecto del ungüento y estaba erecto hasta el máximo. Su cara denotaba que disfrutaba de mi sufrimiento y de mi imposibilidad de impedir aquello. Se acomodó nuevamente sobre mí, colocando su pecho sobre mi espalda e inmediatamente introdujo su pene en mi ano. No tuvo compasión y, a pesar de mis sonoras protestas, continuó clavando su miembro lo más salvajemente que pudo. Comencé a sentir un fuerte dolor en mi ano, pero, a medida que entraba, también algo así como un cólico muy fuerte en mis entrañas. Grité, como nunca lo había hecho, jamás había sentido tal cúmulo de dolor, mezclado con rabia e indignación. Trataba de zafarme de él, mas no podía. Su cara dibujaba una sonrisa, era un sádico, un maldito sádico que se aprovechó de mis sentimientos y de su mayor fortaleza. Aquello era demasiado. Entonces decidí vencerme, que hiciera lo que le viniera en gana, ya no podía seguir luchando. En ese momento, la situación cambió, su salvajismo cambió por un movimiento rítmico y más suave de sus caderas, yo estaba atontado por el sufrimiento, pero pude notar aquello. Progresivamente, el dolor se fue transformando en algo delicioso, él descansó sobre mi espalda sin presionar tanto y, aún incrédulo yo, con más amor y placer que sadismo. Acercó su cara a mi cabeza y empezó mordisquear mis orejas, no con fuerza, sino con ternura. No entendía su repentino cambio. Empecé a dejar salir gemidos de mi boca en lugar de gritos y soplidos. Al cabo de algunos minutos, ambos estábamos acoplados en una relación anal que nos fue llevando a un estado de máxima fruición. Mi pene se hinchó todo lo que podía y podía decir que disfrutaba lo que estaba pasando. Sus brazos me rodearon y luego resbalaban muy sensualmente en mi cuerpo desnudo e indefenso. Esta vez pasó más tiempo, era su tercera eyaculación en poco tiempo, pero acabó, aunque no mucha cantidad, sin embargo, terminó esa extraña situación. Yo abría y cerraba mis ojos lentamente, estaba muy cansado y mi hombre también se veía en la misma situación. No sabía exactamente si darle las gracias o golpearlo.

  • Mi niño adorado, sé que estarás molesto conmigo, quizá no entiendas, lo que hice, pero soy muy celoso y me da rabia que pienses en un patán como ése. Y, hay algo más

  • ¿Qué? –Pregunté con tenue voz-

  • Si no te hubiera forzado, no habrías permitido nunca que te hicieran el amor como hoy.

  • ¿Tú crees?

  • Sí, ya pasaste eso y te diste cuenta que es muy placentero o ¿Me equivoco?

  • Tienes razón, pero pensé que eras malo, muy malo.

  • No soy malo, aunque sí muy dominante, pero no tengo mala fe. Te he tomado mucho cariño y no quisiera perderte.

  • Yo tampoco quiero que nos separemos, te quiero casi desde el primer día que te vi, pero me daba vergüenza decírtelo porque no sabía tu reacción.

  • Pues ya sabes que yo siento lo mismo por ti y quiero proponerte que seamos pareja,

  • ¿Pareja? ¿Y tu esposa?

  • Ella satisface otra faceta de mi vida, pero no lo que tú me estás proporcionando. Yo empecé a sentir algo por ti desde el principio, lo que me detenía era que no podía creer que me pudiera gustar un hombre. Ahora me doy cuenta que hay muchos varones como yo, que aman las mujeres, pero que también pueden amar a otro varón y mucho más si ese varón es como tú, tan especial. Por cierto, no me has respondido.

  • No puede existir otra respuesta que no sea SÍ, me encantas Alex, eres lo máximo y créeme que Richard no significa nada para mí, especialmente después de esta velada tan maravillosa.

  • Gracias bebé.

  • No, gracias a ti, por existir en mi vida.

Dicho esto, comenzamos a besarnos nuevamente hasta quedar dormidos, pues estábamos exhaustos, ya casi amanecía y no habíamos descansado nada. Lo hermoso de la historia, fue nos hicimos pareja formal y él pudo compartir su amor conmigo y su esposa, sin que ella se enterara de lo nuestro y con muy pocos conflictos entre nosotros.