El chico de la pandemia
Con el ayuno de la pandemia, cuando un chico se me presentó y me hizo proposiciones, no pude decirle que no: ¡lo acepté!, a pesar de ser un poco más joven que mi hija, y me colmó por completo: ¡me ha dejado ahita de sexo y deseando siempre que me de otro poquito!.
El chico de la pandemia
Resumen: con el “ayuno” de la pandemia, cuando un chico se me presentó y me hizo proposiciones, no pude decirle que no: ¡lo acepté!, a pesar de ser un poco más joven que mi hija, y me colmó por completo: ¡me ha dejado ahita de sexo y deseando siempre que me de “otro” poquito!.
Como me hacía falta dinero, ahora con la pandemia, nos liquidaron a muchas personas, me metí a trabajar en una clínica, de secretaria de un doctor. Ahí conocí a una señora, que atendía las citas de otro doctor, la Sra. Alicia, diez años mayor que yo, cincuentona, que “anda” con un chavo, René, que algunas veces pasaba por ella, cuando su marido no iba a estar en la ciudad, pues su esposo es operador en una línea foránea de autobuses y a veces le toca quedarse fuera, dos o varias noches.
Me comentaba que este chico le hace “muy buenos trabajos”. Un dia me lo presentó. ¡Un muchacho de 21 años!, alto, moreno, musculoso, agradable, con un bigotito delgado: es apuesto el muchacho, con aires de “conquistador”, varonil y al parecer, muy garañón, y con una “cosota” – según Alicia – que me contaba sus encuentros y cómo lo hacían y…, nada más se me antojaba, más y más, y con nada más que mis dedos para consolarme.
Lo vi varias veces pasar por Alicia pero, un sábado que salí, me lo encontré afuera de la clínica; lo saludé y se me acercó. Me dijo que Alicia no había ido a trabajar y que quería aprovechar para platicar conmigo. ¡Sentí que me movían el tapete!. ¡Me quedé muy sorprendida!. ¡Mi corazón me latía con muchísima fuerza!. ¿Un ligue…?. ¡Hacia tantos años que nadie se me acercaba así…!, y menos, un jovencito más joven que mi hija…, que además…, ¡“anda” con un compañera de trabajo…!.
Como eran alrededor de las 3 PM,
= ¡La invito a comer…, un pozole!,
me dijo, pero:
- No puedo René…, tengo que llegar a la casa…, no se vaya a impacientar mi marido…
= ¿Su marido…?. ¡Alicia me dijo que ya Ud. está divorciada…!.
¡Me sentí descubierta!. No creí que Alicia le hubiera contado de mí a ese muchacho, y menos con todo detalle, así que:
- ¡Ahhh sí…, es que…!.
¡Tenía mucho miedo y al mismo deseos de platicar y estar a solas con ese muchacho, pero…, tenía muchos temores y nervios…, ¡me sentía quinceañera!, en su primera salida, sin embargo…, nos fuimos a una pozolería, cerca de ahí y comenzamos a platicar de su vida. Trabaja en un taller mecánico. Me contaba de su trabajo, los coches, las llantas.
Habíamos pedido pozoles y ya llevábamos tres cervezas cada quien. Le pregunté por Alicia. Él se sonrió y me comentó:
= usted sabe, señito, a los hombres nos gusta la cosa y, pos a las ñoras…, también…, como a Alicia, anda siempre…, que se deshace todita...
- ¡pero..., Alicia es casada..., tiene marido e hijos...!, ¡mayores que tú!.
= pos ya ve lo que son las calenturas señora, a las señoras les gustan muchachos…, y a nosotros, a mí, me gustan más las señoras maduras, mayores que yo…,
¡sobretodo las divorciadas, que seguramente andan queriendo…!.
En ese momento se hizo un silencio, pues yo era una señora…, morena clara, de cara redonda, ojos bonitos, de 1.60 m de estatura, 57 kg, no flaca, no gorda, llenita, madura, mayor que él, divorciada y…!.
Pedimos otras cervezas y luego de eso, René me preguntó de repente:
= ¡por cierto…!, ¿cómo le va con sus “galanes”; le dan buen servicio, señora…?,
me dijo el muchacho, como metiendo hilo para sacar hebra, y se me quedó mirándome muy fijamente, como para mirar mi reacción. Yo ya me sentía un tanto "mareada" y...,
- ¿qué tanto le ha contado Alicia de mí…?.
= Pos que Ud. anda muy “necesitada y urgida”…, así que…,
Y en ese preciso momento se pasó de mi lado de la mesa, me colocó su mano sobre de mis hombros y… ¡me jaló de los hombros y nuca hacia él!,
= por eso la vine a buscar…, ¡para ponerme a sus órdenes…!.
¡Me sentí volar en ese momento!. ¡Se me estaba insinuando directamente!. De manera muy suave me jaló; me resistí tan sólo un instante pero…, luego de un estremecimiento, me dejé ir hacia él, pasivamente, justo cuando me volvía a preguntar:
= ¿sí la complacen, señora…?,
Y entonces, aun recostada sobre de su hombro, el contesté:
- ¡Ay René…, cómo crees…!, ¡tengo casi un año que no “salgo” con nadie…!,
pero de inmediato me acordé que, ¡le había contado yo a Alicia!:
- ¡Bueno…, anduve “saliendo” con uno de los “polis” de aquí…!, pero…,
= ¡pero…, con quien otro, señora…, dígamelo…!, no me voy a enojar…, ¡se ve que Ud., es tremendamente cachonda…!,
Y me acordé en ese momento de un exnovio de mi hija, pero…, como de éste no le había platicado yo a Alicia, tan sólo le dije…
- ¡bueno…, es que…, también hubo otro señor…, que me estuvo pretendiendo!. Salimos en un par de ocasiones…, pero… te juro que ya no ando con nadie…,
¡créeme…, por favor…!.
le dije, incorporándome un poco, mirándolo a su cara, y luego volviéndome a recostar sobre de su hombro, apenada por la confesión, pero René me volvió a preguntar:
= ¿Nunca ha “salido” con alguien más joven que Ud…?.
¡Me acordé del exnovio de mi hija, pero…!, le dije que no.
= ¿no se le antoja un muchacho…, así como yo, simpático y cumplidor…?
Sentí que el rubor me coloreaba mi cara, y volteándolo a ver, de reojo le contesté, suavemente:
- ¡Cómo eres René…, yo soy mucho más grande que tú…, te llevo al menos diez años…!. --- (le llevo 22) (el “novio” de mi hija tenía 39)
= ¡Por eso es que me gusta Mary…, ya se lo dije hace rato…, me gustan mucho las señoras…, maduras, mayores que yo…,
¡sobretodo las recién divorciadas, que seguramente andan queriendo…!, ¡así como Ud.!,
me dijo, palpándome mis muslos, arribita de mi rodilla, por encima de la falda negra, recta, que llevaba ese día.
No pude reaccionar; me agarró por sorpresa, y por ello no me moví. Sentí deslizarse su mano hacia arriba, por encima de mi falda, y me puse muy tensa, pero no hice nada por retirarle la mano, que se había quedado tranquila en ese lugar, sobre el elástico lateral de mis pantaletas, por encima de mi vestido:
= ¡Ándele Mary…, diga que sí…, que lo quiere…!,
me dijo, estirando el elástico de mis pantaletas, por encima de mi falda y soltándolo de repente, dándome así un “ligazo” que lo hizo sonreír, mientras le contestaba:
- ¡Ay René…, cómo crees…!, me da mucha pena, hay mucha diferencia de edades…!, ¡tengo una hija que es de tu edad…, podría ser tu madre…!.
Le dije, rechazándolo falsamente, para no parecer “fácil”, aunque yo también lo estaba deseando: ¡tenía mucho tiempo sin sexo!, y menos con un “galán” como este. Pero su mano empezó a desplazarse hacia la mitad de mis muslos, desnudos, pues los llevaba sin medias:
= ¡Se ve que Ud. debe ser muy ca…chonda!,
me dijo, al momento que me daba otro “ligazo” con el elástico de mis pantaletas, y luego se regresó de nuevo hasta mi cadera,
= ¡Me gustaría verla alcanzando un orgasmo…!,
para luego volver de nuevo en su intento por avanzar hacia el centro de mi panochita, mojada.
= ¡Pidiendo que le de más y más…!.
En cada recorrido de esa mano, me sentía petrificada, me quedaba sin respirar y le hundía un poco más mi cara dentro del cuello de aquel muchacho... ¡Tenía cerrados los ojos; estaba muerta de pena y deseo!. Sentía que todo mi cuerpo vibraba: mis senos, mi vientre... ¡Me puse muy colorada y muy rígida!.
= ¿No se le antoja que la haga vibrar...?,
me preguntó en ese momento el muchacho, dándome de nuevo otro “ligazo”, sonriendo de sus “maldades”, al mismo tiempo que decía lo anterior.
Voltié a verlo y el chico me quiso besar, sin embargo, hice mi cara de lado. ¡Me negaba a darle de besos a René!, que "andaba" con Alicia, pues me decía que no debía ser pero..., no podía separarme de él... Mi carne, ansiosa y dispuesta, se le estaba entregando sin ninguna reserva en ese momento. Su aliento cálido cada vez que me hablaba al oído..., ¡me quemaba completamente!.
= ¡Se me antojan mucho sus nalgas, tan ricas, tan paraditas, señora...!,
y en ese momento me apretaba mis pompas, por encima de mi falda, con muchísima fuerza, ¡salvaje!.
= ¡Usted también debe estar muy caliente!; ¡puedo adivinar que la tengo caliente...!.
Su mano me seguía acariciando mis pompas y piernas, esta vez por debajo de mi falda, introduciendo su mano hasta llegar a mis pantaletas. ¡Estaba mordiéndome fuertemente los labios, yo misma, para no gritar del placer que yo estaba sintiendo!. El chico me seguía calentando con sus frases al oído:
= ¿no se le antoja cogerse a un chavito, señora...?, ¡a un muchachito muy joven...!, ¡así como yo...!, ¡que le agarre las nalgas y le perfore su chocho...!,
¡que la haga gritar a puros vergazos...!,
me dijo René, metiéndome, ahora sí, la mano por debajo de mis pantaletas. ¡Deseaba que siguiera y retenía todo mi aliento!,
= ¡Me gustaría mucho que me enseñara su panocha, muy abierta, como una boquita…!, ¡con ganas de que la besen…!,
y me abrió los labios vaginales al mismo tiempo que decía lo anterior,
= y darle muchísimos besos, mirándola, muy abiertota de piernas...,
y hasta ese momento por fin, me metió sus dedos en mi cosita. ¡Sentí una descarga eléctrica correr dentro de mí!, y me vine tremendamente.
= Me gustaría que me mostrara todo lo que le estoy tocando en este momento, señora… ¿Se animaría a bailarme desnuda, señora...?.
¿Me bailaría desnuda, enseñándome los pelos de su panocha...?, ¿abriéndose bien de piernas...?. ¿No le gustaría darme una buena mamada de verga…?.
¡Tiene Ud. una boquita…, de mamadora…!.
¡No pude aguantarlo!. ¡Me dio mucha pena, estar en ese lugar, estar con ese muchacho, estar dejándome acariciar de la manera en que me lo estaban haciendo!. Me paré y me fui a pagar a la caja. René se me quedó viendo desde la mesa, luego se levantó, lentamente y se fue caminando hacia afuera, a la calle.
Pagué y cuando salí, René me estaba esperando allá afuera, parado a la orilla de la banqueta. La tarde ya comenzaba a pardear y…,
= ¿quiere que vayamos allá…?,
me preguntó, señalándome con un movimiento de su cabeza un hotelito que estaba ahí enfrente de la pozolería.
= ¡para echarle un “palo” bien rico!.
Comenzó a caminar, pero yo lo detuve…
- ¡Mejor vamos para mi casa…, está sola…!.
Le dije.
Paramos un taxi y nos fuimos para mi casa. Él me quería ir besando y fajando; quería irme metiendo la mano sobre de mis piernas, debajo de mi vestido, pero el taxista no dejaba de verme por el espejo y me daba pena que me vieran con él, más joven que yo, así que lo rechazaba.
Al llegar a la unidad donde vivo, nos bajamos del taxi; le di a René el número de mi casa y le dije que me diera tiempo de entrar, para que no nos fueran a ver, aunque ya había oscurecido.
Así lo hicimos. Me adelanté, entré a la casa y, casi al instante estaba tocando ese chico.
Entró y me abrazó de inmediato; me rodeó con sus brazos, me dio un beso rete cachondo y me introdujo su mano hasta mi panochita, por debajo de mi falda, por encima de mis pantaletas, y antes de que otra cosa pasara, lo jalé de la mano, llevándolo hasta mi recámara, donde tan solo me dijo:
= ¡enséñame tus calzones, putita…!.
Hasta este momento siempre me había hablado de “Ud.” y me había llamado "señora", pero..., en este momento me estaba hablando de "tú" y me estaba diciendo “putita” y..., su mano me había comenzado a recorrer mis chichitas, por encima de un sweater negro, que llevaba esa noche.
= ¡que me enseñes tus calzones, putita…!,
Me dijo, dándome un pescozón en la cabeza
= desde hace rato tenía muchas ganas de verlos…,
me volvió a repetir el muchacho, apretándome fuertemente un pezón, por encima de mi blusita y de mi brasier, como en señal de castigo, por no obedecerlo desde la primera vez que me lo pidió.
Embelesada por el embrujo de aquella caricia en mis senos, comencé a levantarme mi falda por arriba de medio muslo, hasta descubrir lentamente mis muslos, mis ingles y mis pantaletas, unas negras, caladas, con encaje, clásicas, altas, a la cintura, y en ese momento, luego de mirarme mis pantaletas, levanté mi mirada hacia él y le pregunté:
- ¿así…?
= Así mi putita…, quería mirarte tus chones… ¡me gustan!, ¡se miran cachondos!. ¡Se te escapan algunos pelitos por debajo de tus calzones, te ves bien putita…!,
comentó, recorriéndome mis ingles, el elástico de mis pantaletas y mi monte de venus, por encima de mis pantaletas, que ya se encontraban mojadas de mis venidas:
= ¡Andas rete caliente putita…!, ¡ya tienes todos mojados tus calzoncitos…!. ¡Quítatelos, mi putita!,
me dijo, estirando otra vez el elástico de mis pantaletas y soltándolo, dándome así otro “ligazo” que lo hizo sonreír de su maldad.
Medio perdida enmedio de mis emociones, me sentí a mi misma llevándome mis manos hasta el elástico de mis pantaletas y luego, comencé a jalármelas hacia abajo: ¡no podía evitarlo...!, ¡me tenía dominada!.
Me las pasé a lo largo de mis muslos, de mis rodillas, de mis piernas, de mis tobillos, de mis zapatillas y…, cuando me las terminé de quitar, aun con ellas en mi mano, volteé a ver a René, buscando su aprobación:
- ¿así René…?,
le pregunté, esperando haberlo complacido en lo que deseaba. ¡Estaba sin respirar, esperando lo que siguiera...!, y él solamente me dijo:
= ¡Así mi putita…!. ¡Dámelos…!,
refiriéndose a mis pantaletas, y acercándome a él, estiré mi mano se las entregué.
De manera inmediata se llevó hasta su cara, hasta su nariz, a su boca y su lengua. Se puso a olfatearlas, a aspirarlas con profundidad, a chuparles la entrepierna y…,
= ¡estás toda batida putita…, te tengo caliente, mi puta…!, ¿verdad…?.
- ¡Sí…!,
le contesté con timidez, con la cabeza hacia el piso, pero, levantando un poco‚ mi mirada para verlo, con unos ojos de súplica, y él entonces me comentó:
= ¡Así mi putita…!. ¡Te ves muy linda así…, completamente ofrecida…!,
y…, él me tocó mi vagina; ¡me puso un dedo sobre mi clítoris!, ¡un solo dedo! y me sobresalté por completo...
- ¡Aaaaggghhh…, Renéeee…!.
Me separó mis pelos, todos batidos, hacia cada lado de mi rajadita y luego, comenzó a deslizarme su dedo de abajo hacia arriba y luego otra vez... Luego fueron dos dedos..., luego fueron los tres, que se me insinuaban entre mis labios, luego entre los pequeños, por arriba y luego también más abajo... ¡Estaba toda mojada!.
- ¡ah..., ah....!,
gemía yo en cada una de sus pasadas y le hundía cada vez más mi cara en su cuello, como para ahogar mis gemidos y luego de ello una súplica muy vehemente:
- ¿me lo metes, René…?.
Y ese chico, emocionado yo creo, de manera imprevista, en un “in-prontu” que tuvo, me jaló de mis vellos púbicos con muchísima fuerza y me preguntó:
= ¿De verdad quiere que se la meta, señora...?.
- ¡síiiiiiii.......!,
le dije, temblando de excitación, y fui a sentarme en la orilla de mi cama, desde donde pude ver cómo ese chico se quitaba los pantalones y trusa.
René dejó expuesto su miembro a mi vista: ¡era de un buen tamaño!, ¡tal y como Alicia me había comentado!, y eso que aún estaba a ¾, sin pararse completamente. ¡Eso avivó mis deseos!.
René me “presumía” su verga, justamente para aumentarme mis ansias, y mientras se la contemplaba, con la respiración acelerada y las mejillas ardientes, no pude evitar comentarle:
- ¡La tienes muy grande, René!. ¡Con eso vuelves feliz a cualquier mujer…!.
René ya estaba erecto y me sonreía con desfachatez y presunción. En cuanto a mí…, yo estaba encantada con la exposición de su pene y el chico feliz, de verme embobada:
= ¡Tóquela…, siéntala…, ya se puso toda tiesa, nomás por Ud…!.
Yo estaba sentada sobre la orilla de mi cama y con algo de miedo, estiré mi mano hacia el pene del chico; se lo sentí y sentí en ese momento como un “toque” eléctrico, que me hizo retirar de inmediato mi mano, pero entonces René, con un dejo de autoridad, me tomó mi mano y se la llevó hasta su pene:
= ¡Toque mi verga…, agárrela bien, juegue con ella, mastúrbela un rato!, ¡para que le “agarre cariño”!.
René me estaba volviendo loca de ardor, de la calentura que ya tenía; ¡apenas si podía contener el ansia de satisfacer sus deseos!. ¡Ansiaba sentirla, ansiaba que me la metiera!.
Luego de esas instante de vacilación, el chico se me acercó, con su pene mucho muy tieso y erecto: ¡se le veía impresionante!. Mis senos se movían con la irregularidad de mi respiración y mis ojos delataban – yo creo – la pasión que me consumía.
René se me acercó y yo le tomé su miembro con mi mano, haciendo hormiguear su carne e hinchando sus “partes”, que se enardecieron más que nunca ante el excitante contacto de mis dedos.
René comprendió el estado de febrilidad en que me encontraba, y gozó con mis tocamientos, así como con el examen de su pene, a que ahora lo sometía. El chico me facilitó la investigación y descaradamente me empujaba más y más su vientre contra mi cara. René era – de ello no cabe duda – un hombre portentosamente dotado... Con más de un metro ochenta de estatura, un cuerpo bien formado, ancho, muchos músculos en sus fuertes miembros, René era un chico muy varonil, con un pene…, mayor a cualquiera que yo hubiera visto antes.
= ¿Le gusta mi varga, señora…?. ¡A Alicia la vuelve loquita…!. ¡Le gusta mucho jugarla…!, así como lo acaba de hacer Ud., y luego de ello la mama…, bien rico…,
¡me la ensaliva todita…, para metérsela luego de eso hasta el fondo de su vagina…!. ¿Quiere que le meta mi verga, señora…?.
- ¡Sí René…, por favor…!.
= Entonces…, ¡échele una buena mamada…!.
- ¡Es que…!.
= No me venga con pendejadas, señora…!,
me dijo, dándome un “zape” sobre de mi cabeza, pero yo, levantando mi carita hacia él, le dije:
- ¡Te lo juro René…, nunca se lo hice a mi ex…!.
= ¡Ándale…, abre ya tu boquita, putita…!. Has lo que yo te diga. Primero dale de chupaditas a toda mi verga, desde abajo, desde donde tengo mis huevos…,
hasta la punta de mi verga…, donde tiene el hoyito…, chúpala con cuidado, con mucha pasión…, saboréala…, como si fuera paleta.., tómala con tus manos y dale besitos en la puntita…, dale también besitos a mis huevos…, succiónalos con tus labios, lo mismo que la punta de mi verga, pásatela entre tus labios,
pero cuidado con tus dientes…, ¡no me vayas a morder, porque te madreo…!.
Una vez que “cogí” literalmente el toro por los cuernos, avivada plenamente mi naturaleza lasciva, ¡ansiaba sentir ese pene en mi vientre!. Y…, temblando por mi propia excitación, me acomodé en la orilla de mi cama, buscando a René y adelanté mis labios, húmedos, hasta los de él, quien suavemente insertó la punta de su lengua entre ellos.
Me terminé de quitar mi blusa y mi falda, quedando solamente con mis zapatillas, negras, de tacón alto, exhibiéndomele a ese muchacho en mi más completa desnudez.
Impaciente por la demora y delirante de concupiscencia, se lanzó sobre de mí. Cubrió mi cuerpo con besos, desde la cabeza a los pies. Yo consentí sus caricias, mientras sus manos erraban sobre de mi cuerpo, incluso mis partes más íntimas estaban a su merced.
No le negué nada, sino que le entregué mi cuerpo, voluptuoso, sin reservas. René prosiguió atrevidamente con sus toqueteos y sus besos, hasta que, ardiente por sus abrazos, le mostré tanto abandono como él su impaciencia.
Entonces René buscó satisfacer su fogosidad y dar salida a su desenfreno, usando para ello mi cuerpo, mi persona.
Se colocó de rodillas sobre de la cama y, tras separar mis dóciles piernas, se montó sobre de mí. Así quedaron unidas nuestras carnes, así se mezclaron el aliento ardoroso y los suspiros de ambos, conjugados en un mismo deseo, encendidos por una ardiente impaciencia.
Ya estaba el chico a la mitad de mis piernas, abiertas, probando mi entrada, que sus vanos intentos y la desproporción de sus partes volvían inútil.
Una y otra vez intentó adaptarse a mi estrecho sendero de los deleites y empecé a temer que mis delicadas intimidades no estuviesen destinadas al placer de un hombrón tan bien dotado como él.
Pero entonces, fiel a mi promesa, acudí en su auxilio. ¡Jamás me había visto sometida con anterioridad a un ataque semejante!, pero mis deseos igualaban a los de él, que no se desanimaba por dificultades susceptibles de ser superadas.
Cogí de nuevo el miembro hinchado del chico y con mi propia mano me lo puse en contacto con mi rajada, prestándose él a tan poco delicada operación e intenté practicar una entrada perforándome a mí misma con el arma del amor, cuyos placeres estaba esperando.
Mi paciencia y determinación consiguieron lo que la fuerza brutal de René no había conseguido, pues ya sentía cómo penetraba su glande en mi vientre y el movimiento del inmenso asaltante iba en el camino acertado.
Aparté la mano, y con los dientes apretados aguardé el impacto de la cópula:
- ¡Empújalo ahora!,
murmuré, en voz baja.
Cerré los ojos; René me apretó entre sus fuertes brazos, atrayéndome hacia su cuerpo, que sujetó desnudo contra el mío; se echó sobre mí, apoyando su vientre en mi piel. Empujó su verga entre mis muslos; ¡la sentí caliente y firme!. Su contacto me electrizó.
- ¡Renéee…! -murmuré-. ¡Me vas a matar…!.
René no prestó la menor atención a mis protestas y…, saboreé su impaciencia. Sus partes tocaban las mías; la punta de su pene, que destilaba gotas impacientes, presionaba los labios de mi cavidad, buscando una entrada para su tiesa longitud. ¡Era el macho alfa entablando una lucha desigual de deseo amatorio con una de sus hembras!.
Me sentí sucumbir y, levantándome, lo aparté de mí:
- ¡espera René…, déjame abrírmelo bien…, está muy cerrado…!.
Él se incorporó y volvió a mirarse sus partes: su enorme verga, inflamada por mi “cerrazón”, apuntaba hacia arriba y se meneaba delante de él. ¡Estaba más roja, más feroz que nunca!. Quejándose de lo cerrada de mi “rajadita”, volvió a tomarme en sus brazos: ¡una vez más se arrojó sobre mí y con la rodilla separó mis muslos!.
Otra vez sentí el contacto de su verga sobre mi rajadita. Sus primeros intentos fueron en vano: ¡me lastimó!; ¡se lo dije!.
- ¡Con cuidado René…, me lastimas…, más suave…!.
La cabeza de su verga quería abrirse paso a través de mis labios menores:
= ¡Ahora entra! ¡Aaaahhh…!,
gritó, dando empujones contra mis partes íntimas, logrando introducir su cabeza.
En cuanto René sintió las delicadas presiones de mi vagina, a las que ahora se veía sometido, descubrió su posición y ventaja, y juzgando que lo único que debía hacer para alcanzar su objetivo era empujar, sin otra consideración que su propio placer, puso manos a la obra, contorsionando sus miembros y la cintura, introduciéndome la mitad de su miembro, pese al evidente sufrimiento que me producían sus fuertes intentos:
- ¡Aaaahhh…, Renéeee…, despacito…, suave…, me duele…!.
René se detuvo y retiró su cabeza del lado de la mía y mirándome a la cara me preguntó:
= ¿Quiere que se la saque, señora…?.
- No René…, pero déjame que me acostumbre a tu verga…, la tienes muy grande, muy gorda…, y hacía mucho tiempo que no me “cogían”…,
falta que me “hormes” a la medida de tu vergota…, dame tiempo, chiquito…
De hecho, apenas la mitad de su verga estaba en mi vientre, pero, temí perder lo que él tenía para darme y lo ayudé en sus brutales esfuerzos de penetración...
René me dejó descansar por un tiempo, en que se dedicó a mamarme mis chichis y a besarme con mucha lujuria en la boca, hasta que…
- ¡Síguele ya…, despacito…!,
le dije, con algo de reserva y dolor en mi rajadita.
Poco a poco se deslizó un poco más en mi interior, hasta llegar hasta el tope; nuestros pubis chocaban y su pene me llegaba casi hasta la garganta!; ¡sentía el empalamiento hasta adentro!.
- ¡Quédate así…, no te muevas…, deja que me acostumbre a tu verga…!. ¡Hace mucho que no me la meten…!,
le pedí, dándole explicaciones y apelando a su comprensión.
¡Me tenía su verga hasta adentro!, tanto que me sentía atiborrada con su miembro viril!. Lo tenía tan dentro como era posible penetrarme; lo rodeé con mis brazos y piernas y lo apreté tan fuerte, que le imposibilité todo movimiento por parte de él, y así nos quedamos por un largo rato, con nuestros cuerpos unidos, deleitándome con la palpitación de la enorme verga de René en mi interior.
Luego un rato, volvió a menearse de nuevo: me empujó el resto de su verga en el interior de mi vientre y así, completa la penetración, comenzó su arrebato. Las estocadas eran deliciosas y, pese a su pavoroso tamaño y vigor, empecé a secundarlo. Los empellones iban acompañados de roncos gritos guturales.
= ¡Aaaaggghhh…gggrrrhhh…!.
Me aferré a él y lo recibí con inefable deleite. Levanté las piernas y las apoyé en su espalda. Él se apretó contra mí y enterró toda su verga en mi cuerpo, que respondía a sus empellones.
Nuestras caras se tocaron, nuestras lenguas se retorcían juntas, nuestros alientos iban y venían en un largo desborde de placer.
Cerré los ojos en un éxtasis convulsivo. Nuestros cuerpos estaban firmemente unidos; la comunión era tal que, ¡sentí hasta el último espasmo!, ¡hasta la última palpitación de su potencia viril!.
Él estaba sobre de mí, dentro de mí; su ser se confundió con el mío. René parecía identificarse en su carne ferviente con la mía. Su miembro, empujado hacia delante con indescriptibles esfuerzos, no podía penetrarme más. Mis manantiales se abrieron y ayudaron a sustentar sus movimientos, rápidos y profundos; su miembro estaba en mi bajo vientre y embriagaba mis ansiosos sentidos:
- ¡René …! ¡Me penetras hasta el alma!, sigue ahora moviéndote tan deliciosamente como hasta ahora lo haz hecho…, apriétame con el vigor de tu fuerte hombría. ¿Eres feliz poseyéndome…?. ¡Tu verga me llena de éxtasis!, ¡es una barra de hierro!, ¡me llega hasta…, el corazón!.
René no podía responder con palabras, pero metía y retiraba su verga del interior de mi cuerpo, de una forma que me hizo temblar, con espasmódica pasión.
En un momento dado, me la sacó por completo y luego procedió a tratar de meterla de nuevo, con fuerza. En ese lapso, su verga, que ya no estaba confinada, se acomodó en toda su extensión y sus sacudidas se volvieron más cortas y fuertes.
= ¡Sí…,sí…, así…, estás muy rica señora…, sí…!.
¡Sentí que se endurecía y se agrandaba más aún!.
Él hizo una breve pausa, como si quisiera reunir todas sus energías en un único esfuerzo, y entonces…, comenzó a dar empellones muy fuertes con sus caderas, con tanta fuerza y energía, que me hizo gritar de deleite.
- ¡Aaaahhh, así…, sí…, dámelos…, sí…!,
y me entregó aquello por lo que yo estaba ardiendo; estrechó mi cuerpo contra el suyo y, con su enorme verga enterrada hasta el fondo de mí, en mi interior, sentí que me llenaba con torrentes de esperma. ¡Nunca había experimentado nada semejante a esta inyección de su verga!.
¡Tres veces, antes de que lo apartara, el libidinoso muchacho me inundó mis entrañas!, y las tres veces recibí sus jugos con gritos lascivos.
Yo lamentaba que no pudiese durar eternamente, aunque René se esforzaba por conseguir una nueva eyaculación; sentí que sus partes se volvían más duras y calientes. René creyó que sus sentidos lo abandonaban mientras llegábamos juntos a un coito frenético y, con rugidos de satisfacción, tan roncos como los de un semental con una yegua. Inyectó en mi cuerpo…, ¡una asombrosa cantidad de semen!.
La embriaguez de su descarga provocó que René emitiera gritos de regocijo, mientras que yo, abrumada por el éxtasis que él me ocasionaba, permanecí casi desmayada, mientras recibía aquella inundación en mi vientre.
Apenas había acabado René cuando recomenzó nuevamente, y yo, que empezaba a deleitarme con el miembro potente de ese chico, con mayor fruición de la que jamás había experimentado: ¡me entregué por entero a la brutal voluptuosidad de verme así ferozmente ayuntada!.
Después de tres coitos completos, René se retiró de mi cuerpo, con su apetito carnal aplacado, por el momento, y permaneció recostado, a mi lado, con lo ojos entrecerrados.
Permanecí un rato recostada, a su lado y luego me levanté: me fui para el baño, me asee y me fui a buscar un par de cervezas a mi refri. Le traje una a René, que bebió con premura y, después de terminarla René, mostraba otra vez síntomas recurrentes de su virilidad.
La vista del chico en ese estado, inflamó de nuevo mis deseos, y sus besos y toques lascivos ejercieron el efecto correspondiente en mi cuerpo, hasta el punto en que, sin poder contenernos, René retomó de prisa su posición, encima de mí, y con ansiosos empellones penetró nuevamente en mi cuerpo recomenzando ese coito, esas relaciones sexuales, que duraron toda la noche y todo el domingo, sin tregua, hasta el lunes, que tuvimos que irnos a trabajar.