El chico de la acera de enfrente 6: Nueva vida

FINAL de la saga. Sin comentarios.

SAGA: El chico de la acera de enfrente(final)

6 – Nueva vida

Estuvo Juan toda la tarde con nosotros, leyendo algunos volúmenes de mi biblioteca, mientras que Jorge comenzaba a darle a su cuadro un aspecto más que satisfactorio. Ya terminando el tiempo, llamaron a la puerta. Era el padre de Jorge y le hice pasar. Miró lo que pintaba su hijo y le ordenó irse a su casa. Juan, entendiendo que estorbaba, se fue a otra parte de la casa para dejarnos a solas.

  • Sólo dos días – comentó mirando el cuadro de su hijo - ¿Cómo pintará cuando pasen años?

  • Eso lo decidirá su hijo – dije -. Creo que sabe lo que hace.

  • Lo sabe porque se lo está enseñando, don Carlos. Esto tiene un precio.

  • No sé cuánto se cobra por unas clases particulares…

Me miró extrañado, casi enfadado, acercándose a mí con un pincel en la mano.

  • Esto tiene su valor – dijo -. Una mujer limpia en mi casa cuatro horas y me cobra cuarenta euros… sin conocimientos ni estudios. Si le pago eso, creo que no soy justo. Serán ochenta euros por clase.

  • ¿Ochenta? – pregunté sin entender -.

  • Si cree que es poco…

  • ¡No, no! – exclamé - ¡Me está hablando de cuatrocientos a la semana! No quiero abusar.

  • Usted no sabe algo, don Carlos. Tengo mis bodegas, mi familia… Me gano la vida con mi esfuerzo y eso quiero que haga mi hijo. El dinero no es un obstáculo. Soy el alcalde de Villanueva.

Me quedé mudo al oír aquellas palabras y quise preguntarle por qué aquella casa se alquilaba tan barata… Se me adelantó.

  • Es muy cómodo que mi hijo atraviese la calle y tenga aquí su estudio y su maestro. Prométame que dejará esta casa maldita. Mi hijo irá a donde haga falta.

¡El alcalde! ¡La casa maldita! No quise preguntarle nada, sino que le haría caso. Fuese lo que fuese, aquel hombre sabía más que yo. Cuando salió y cerró la puerta, apareció Juan con una expresión con la que parecía compadecerse de mí.

  • ¡Hazle caso! – exclamó -. Haz lo que te dice. Yo estaré contigo. Voy a casa a por ropa. Volveré para estar contigo… porque te quiero.

  • Claro, precioso. No voy a moverme de aquí.

Me sentí solo y no sabía lo que hacer. Abrí una cerveza y estuve bebiendo mientras meditaba. «¡Mil seiscientos euros al mes!». Tenía mi vida resuelta aunque sin muchos lujos y tenía a alguien que me amaba. Abrí otra y otra  cerveza y quise contactar por correo con Fran para comentarle lo que me ocurría. Un velo blanco se puso ante mis ojos y borró mis recuerdos. Miré todo lo que me rodeaba y no supe ni dónde estaba. Solté la cerveza en la mesa y caminé por los pasillos intentando saber quién era.

Sonaron unas campanas y me pegué a la pared inmóvil. Volvieron a sonar y recorrí el pasillo hacia donde había más luz. Enfrente vi una puerta y la abrí tapando mi cuerpo con ella. Vi a un chico joven muy guapo, de ojos claros y pelo dorado. Me sonrió.

Era consciente de que estaba olvidando lo que había vivido y no quería que nadie supiese lo que me pasaba.

  • ¡Ya estoy aquí! – dijo el chico -. No traigo muchas cosas.

Entró como si me conociera de siempre y supe que tenía que disimular mi amnesia.

  • ¿Dónde vas a dejar a dejar las cosas? – pregunté -.

  • En el dormitorio ¿No? – se acercó a mí - ¿Qué te pasa? Te noto extraño.

  • Sí – intentaba suavizar un encuentro inesperado -. Perdóname. Algo me pasa.

  • ¡Carlos! – me abrazó - ¿Qué te he hecho?

  • Tú no me has hecho nada. Olvido las cosas; todo. Tengo amnesia. No sé ni quién eres ¡Por favor! Dime quién soy.

El chico pareció entenderme, me hizo algunas preguntas que no supe contestar y fue a buscar en mi ordenador. Estuvo leyendo documentos, registró algunos cajones y no dejaba de repetirme que iba a ayudarme. Sentado frente al ordenador, me miró confuso, se puso en pie despacio y se acercó a mí.

  • ¡Ven! Vas a tomar una ducha calentita. Todo se pasará dentro de poco.

  • ¿Una ducha? ¿Por qué?

  • Te sentirás mucho mejor – susurró a mi oído -. Vamos al baño, voy a desnudarte y todo pasará. Confía en mí.

Hice lo que decía. Me llevó por un pasillo hasta el cuarto de baño y comenzó a desnudarme. Agarré su mano. Era un joven desconocido que pretendía quitarme los pantalones.

  • ¡Carlos! Sé que no me recuerdas. Soy Juan y voy a ayudarte. Permíteme que te ayude. Necesito que te desnudes.

Sabía que me estaba pasando algo. No era nuevo para mí aunque mi mente estuviese vacía. Dejé que el joven me desnudara y observé, casi con espanto, cómo se desnudaba ante mí. Me tomó del brazo, abrió la ducha y puso el agua a una temperatura agradable. Tiró de mí y comenzó a rozar sus manos por mi cuerpo. Poco después, sin que me diese cuenta, había pegado su pecho al mío y comenzó a besarme bajo la lluvia cálida de la ducha. El olor de su piel y el sabor de su boca me hicieron recordar otros momentos…

  • Te vas a poner bien - decía -; abrázame.

Empezaron a venir recuerdos a mi mente; a borbotones. Había conocido a aquel chico, Juan, poco antes. Miré sus ojos claros y supe que lo amaba.

  • Soy el chico de la acera de enfrente – dijo -. Ese en el que no te fijaste; ese que te ama y va a ayudarte ¿De acuerdo?

  • ¡Sí! – lo apreté a mí - ¡Te amo! Te recuerdo. Sé quién eres. No me dejes ahora, Juan.

Me secó con suma delicadeza y nos fuimos juntos al dormitorio. Destapó la cama y me ayudó a acostarme. Poco después, estaba junto a mí acariciándome y supe que era mi ángel; lo más bello que había encontrado en mi vida.

Me hizo el amor entregándose y supe que tenía que devolverle todo lo que estaba haciendo por mí. Nos besamos durante horas y acabó sobre mi espalda mientras me penetraba con cariño acariciándome los cabellos. Sus piernas apretaban mis muslos mientras lo sentía dentro y empujando. Quise que gozase tanto como quisiera y moví mi cuerpo para darle placer. Lo oí gritar y cayó después a mi lado.

  • ¿Estás bien?

  • Sí, Carlos – dijo casi ahogándose -; estar contigo me hace sentirme vivo.

  • Te recuerdo, bonito – lo miré fijamente -. Ya recuerdo todo de nosotros ¿Dónde está Jorge?

  • Estará en su casa – susurró -. Esto sólo lo haremos nosotros. Lo he hablado con él y está conforme. Tú debes prometerme que nunca más beberás.

  • Te lo prometo.

Me incorporé y me senté en la cama intentando poner en pie el resto de mi vida. Salí hacia el salón y Juan me siguió intrigado.

  • ¡Mi ordenador! – le dije -. Necesito saber mi pasado, Juan. Está aquí.

  • No, espera – apagó la pantalla -. Yo te iré recordando las cosas poco a poco. Vamos a estar juntos para siempre.

  • ¿Aquí?

  • ¡No! – me pareció asustado -. La madre de don Agustín murió ahí sentada – señaló un butacón -. La casa estuvo vacía bastante tiempo. La arreglaron y vino a vivir un matrimonio joven sin hijos. Él era muy agradable y muy cariñoso. Jorge estaba siempre con él… hasta que apareció su mujer muerta en la cocina. Nadie… nadie sabe qué pasó. No vamos a vivir aquí. Mis padres tienen una casa en Olivares. Está muy cerca. Viviremos allí. Puedes darle las clases de pintura a Jorge… pero no lo dejes que se acerque a ti. Nos separará.

Todo aquello que contaba me parecía demasiado extraño y, sin embargo, eran las piezas de un rompecabezas que encajaban perfectamente. Me llevó a la cama y hablamos acostados y acariciándonos hasta que no pude reprimir más mis sentimientos por mi ángel y acabamos unidos en un beso largo, en caricias y en una mamada deliciosa que su boca celestial convertía en el placer de los placeres. Creí que nunca iba a terminar aquel orgasmo tan largo y tan fuerte.  Había olvidado muchas cosas, pero sabía hasta dónde podía llegar un orgasmo. Me corrí entre estertores como si me estuviesen martirizando y acercó su rostro al mío con la boca entreabierta. Mi semen tapaba su lengua. Apretó los labios, sonrió y tragó antes de besarme.

Desperté por la mañana como recordaba haber despertado otras veces. Juan no estaba a mi lado. Olí a café y no pude reprimir una sonrisa. Salí del dormitorio y lo busqué. Estaba en el salón sentado desnudo en mi ordenador.

  • Buenos días – lo besé -. Demasiado temprano para meterse en Facebook ¿No crees?

  • No tengo Facebook, Carlos ¡Vamos a desayunar!

No recordaba otras cosas de mi vida y no quería recordarlas. Tenía junto a mí a un ser angelical que me amaba y por el que lo hubiese dado todo.

En pocos días abandonamos la casa y nos fuimos a vivir a Olivares, un pueblo muy cercano. Se puso cada cosa en su sitio y Juan se llevó también las suyas. Éramos muy felices juntos y Jorge nos acompañaba por las tardes mientras recibía sus clases de pintura.

Una mañana, cuando Juan estaba trabajando, me senté en mi ordenador para volver a retomar todo aquello que había hecho o había dejado sin terminar. Mi cuenta de correos estaba vacía. Fui moviéndome por los menús y encontré una copia de seguridad. Abrí el fichero y leí despreocupadamente durante horas, hasta que algo me llamó la atención. No recordaba lo que allí ponía. Para mí era como la historia de otra persona que tenía el mismo problema que yo. Seguí leyendo entre líneas hasta que encontré algo que no era tan desconocido para mí.

«Hola, mi amor. Espero que estés bien. Sé que no puedes comunicar conmigo porque me han robado el teléfono y lo he bloqueado pero esperaba que contactases por correo. No importa, esperaré. Recuerda que debes ir al médico. Me lo prometiste. Debes averiguar por qué olvidas las cosas y dentro de poco estaré allí contigo. No olvides tomar una ducha de agua calentita si te notas raro y olvidas alguna cosa; y no bebas NADA. Te amo con toda mi alma. Hasta pronto. Fran».