El chico de la acera de enfrente 5: El otro

Jorge lleva a un amigo para que conozca a Carlos... y se conocen.

SAGA: El chico de la acera de enfrente

5 – El otro

La primera clase transcurrió con normalidad. A veces, me colocaba detrás de Jorge, tomaba su mano derecha y le mostraba cómo debería moverla.

  • Así, con soltura. Las pinceladas serán más naturales; saldrán tal como las pienses…

Supe que iba a ser un buen alumno. Lo despedí tras la puerta con un beso y me senté a meditar mirando su lienzo. Me hubiera gustado saber lo que había dentro de su cabeza que le impulsaba a acercarse a mí. Salí a dar un paseo, casi de noche y volví para la cena.

Intenté hablar con Fran para comentárselo todo, pero no pude comunicar con él. Su teléfono estuvo desconectado toda la noche.

El claxon del panadero sonó cerca de las diez. Corrí a comprar tan delicioso pan y mantuve una corta charla con Pili y Remedios hasta que cada una se fue retirando a su casa. Cuando ya iba a cerrar la puerta, vi asomar la cara de doña Remedios.

  • ¿Don Carlos?

  • Dígame, señora ¿En qué puedo servirla?

  • No siga por donde va – miró a un lado y al otro -; puede arrepentirse.

  • ¿A qué se refiere, Remedios? – exclamé - ¿Qué estoy haciendo mal?

  • Baje la voz – musitó - ¿Quiere que lo sepa todo el pueblo?

  • Pase, pase – abrí más la puerta -. Está usted en su casa.

  • No puedo entrar sola en la casa de un hombre solo ¿Entiende?

  • ¡Claro! – todo era muy misterioso -, pero dígame las otras cosas de forma que las entienda…

  • Ya tiene al mal dentro de su casa – casi no podía oírla -. Tenga mucho cuidado con lo que hace. Adiós.

Sin más, se volvió y se fue aprisa hacia su casa. Otra vez, solo en mi estudio, intenté poner cada pieza en su sitio. Llamaron a la puerta.

  • Buenos días – era Jorge -. Ya tengo el dinero que me dijiste. El autobús sale dentro de media hora.

  • ¡Claro, claro! ¡Pasa! – le hice señas -. Voy a terminar de vestirme y nos vamos. Te gustará hacer esas compras.

Vino tras de mí hasta el aseo y se quedó en la puerta.

  • Me gusta la ropa que usas – dijo -. Papá no me dejaría vestir así.

  • De momento, mientras estés en su casa… vas a tener que hacer lo que él diga. Tienes que asistir a Bellas Artes el curso que viene. Trabaja y tendrás dinero para todo lo que necesites.

  • ¿A Bellas Artes? – exclamó -. Yo no quiero estudiar; quiero que me enseñes tú a pintar.

  • Lo voy a hacer y vas a aprender, pero no tendrás título. El año que viene vas a la Facultad.

No dijo nada, apagué la luz y lo empujé para salir.

  • ¡Vamos! Es tarde.

La mañana de compras fue ideal. Jorge hizo lo que no había hecho nunca. Habló con el dependiente de la tienda, le explicó lo que necesitaba y le pagó; como si lo hubiera hecho siempre. Llegamos al pueblo a las tres. Él se fue a su casa y yo entré en la mía. Estaba satisfecho y, sin embargo, tenía que hacer esfuerzos para apartar de mi mente las cosas que me dijo doña Remedios.

«Ya tiene al mal dentro de su casa. Tenga mucho cuidado con lo que hace».

Insistí para hablar con mi amor y no pude. A las cuatro en punto volvió a sonar el carillón de la puerta. Mi alumno diabólico estaba allí. Abrí muy sonriente y encontré que estaba esperando con otro chico.

  • Hola, Carlos.

  • Hola – miré al otro chico -. Supongo que vienes a clase.

  • ¡Claro! – contestó seguro -, pero he traído a mi amigo porque le gustaría ver algunas cosas.

  • Vamos a dar clases, Jorge – espeté -. Esto no es un juego…

  • ¡No, no, ya lo sé! – se excusó -. Sólo quería que viese las cosas tan bonitas que haces.

  • Está bien, pasad. Se marchará antes de empezar.

  • Sí – respondió cabizbajo -; se llama Juan.

  • Hola, Juan – le tendí mi mano -; soy Carlos. Estás en tu casa.

No me la estrechó y siguió con sus dos manos metidas en los bolsillos traseros de su pantalón. Inclinándose un poco adelante, dio un paso y me besó en los labios. No pude reaccionar.

  • ¡Ven, Juan! – lo tomó Jorge de la mano - ¡Mira los cuadros que pinta!

Juan se asomó al garaje y puso cara de espanto. Parecía no creer lo que estaba viendo. Yo no me moví de la entrada. Volvió a salir Jorge, lo cogió otra vez de la mano y lo llevó al salón.

  • Ya he empezado a pintar esto.

  • ¿Está raro, no? – exclamó Juan -. Yo no veo nada.

  • Sólo está manchado. Hoy empezaremos a pintar… Ya; sé que no te gusta demasiado esto.

  • ¿Y bien? – pregunté desde la entrada - ¿Ya está todo visto?

  • ¡No! – se precipitó Jorge -. Has dicho que puede quedarse hasta que empecemos la clase… ¡Por favor!

  • Es que vamos a empezar ya – entré -. Esto no es un museo… de momento.

Jorge mantuvo su mirada pegada al suelo. Quería decirme algo y no sabía cómo hacerlo.

  • Ven un momento a la cocina – lo tomé yo de la mano -. Y tú, Juan, siéntate un poco; no tardamos nada ¿Vale?

  • Vale – contestó con muchísima timidez -.

Recorrimos el pasillo de forma que casi iba tirando de Jorge y, cuando entramos en la cocina, cerré la puerta.

  • ¿Qué es esto? – pregunté enojado - ¿Vas a traerme también a tus amigos? ¿Qué le has dicho a Juan? Quedamos en que de esa puerta para afuera nadie sabría nada ¿Es así?

  • Sí – dijo -. Lo que pasa es que él ya lo sabía. Es mi único amigo y piensa como yo, Carlos ¿Te molesta?

  • No – suspiré -, no me molesta, Jorge, pero creo que si es tu amigo deberías salir más con él y no fijarte tanto en mí ¿Me equivoco?

  • Sí – me miró casi llorando -. Juan sabe todo sobre mí y yo sobre él. Nos lo contamos todo. Sé que le gustan los hombres como tú; igual que a mí. Nunca hemos hecho nada juntos. Dice que está enamorado de ti.

  • ¿De mí? Ya… Imagino que no pretenderás que hagamos un trío ¿Me crees un loco?

  • ¡Nooo! – me abrazó -. No te enfades conmigo. Él quería conocerte de cerca. Le gustas. Tú me dijiste que en estas cosas nadie está loco. Me iré si no quieres que esté con vosotros.

  • ¿Pero qué estás diciendo? – me retiré asustado - ¿Me lo traes para…?

  • ¡Por favor! ¡Hazlo por mí! Si lo echas sin dejarlo cumplir sus sueños y estar contigo, todos se van a dar cuenta…

Creí que iba a caer enfermo. Si Juan salía de mi casa decepcionado, llorando o enfadado, todo el pueblo se enteraría de lo que estaba pasando. No sabía cómo poner en pie aquella situación y recordé las palabras de Fran. Debería ir acercándome a ellos poco a poco para conocerlos y, si hacía falta, debería pararles los pies. Sin embargo, me sentí peligrosamente chantajeado.

  • Está bien – lo abracé y lo besé -. Vamos al estudio a hablar un poco los tres ¿Quieres?

  • Claro – sonrió -. Si vais a estar juntos yo puedo salirme al patio.

  • ¡Qué cosas dices! – le pellizqué la espalda -. Tú tienes que pintar.

  • Creo que te entiendo – comentó -. Yo me quedo mientras en el salón pintando.

No sabía de qué íbamos a hablar. Por mi parte no había nada que decir. Tenía que escucharlos.

Jorge corrió a sentarse con Juan e hizo un comentario directo.

  • Todo resuelto. Yo me quedaré aquí pintando.

  • Un momento, amigos – hablé con calma mientras me sentaba -.Voy a ser muy claro con vosotros. Quiero que sepáis que hago esto porque os considero mis amigos. Yo no suelo hacer estas cosas así, como un juego. Ahora necesito conocerte un poco, Juan. No nos han presentado. Sólo sé tu nombre.

  • Somos compañeros de clase desde el colegio – dijo -. Para mí, Jorge es como mi hermano. Me ha dicho que viniera porque no te importa…

  • No me importa, ¿qué?

  • Bueno – se removió nervioso -, ya sabes.

  • Sí, lo sé – hablé con toda mi paciencia -. Jorge va a ir preparando su clase de hoy, Juan, y tú y yo charlaremos un rato allí ¿Quieres?

Le brillaron los ojos y miró con entusiasmo a Jorge. Yo había dicho que sí a lo que él más deseaba en su vida. Mientras tanto, yo estaba sumergido en un mar de dudas. Me levanté y le tendí la mano.

  • ¿Vamos?

  • ¡Gracias! – estaba feliz - ¿A dónde vamos?

  • Tú ve con él – apuntó Jorge -.

Caminamos por el pasillo y aparté el flequillo de su cara. Juan era un joven muy bello; casi de cara femenina o angelical y con unos ojos muy abiertos que no podían disimular su ilusión. Parecía algo más grueso que Jorge y su piel morena era tersa y brillante. Empujé la puerta y le hice un gesto con la mano.

  • Pasa. Siéntate donde estés más cómodo y cuéntame.

  • ¿Qué quieres que te cuente?

Tiré de su brazo para que diese la vuelta y lo tuve frente a mí. Sabía que aquello era una locura y, sin embargo, ¿quién podía negarse a tener entre sus brazos a una criatura como él? Me acerqué despacio y nos abrazamos.

  • ¡Oh, Carlos! No puedo creerlo. Eres lo que siempre he querido; eres como me dijo Jorge.

  • ¿Y piensas estar todo el tiempo así? ¿Quieto?

No contestó. Retiró su cabeza para mirar mis ojos fijamente y acercó su boca a la mía abriéndola un poco. Puse mi mano en su nuca y comenzamos el primer beso largo. Si Jorge era apetecible, no iba a poder esperar mucho para ver el cuerpo de Juan. Tiré de su camiseta para sacarla de los pantalones y al momento se la quitó sacándola por la cabeza.

Su pecho era perfecto; sus pezones parecían dibujados; sus ojos eran claros como el cielo; su cabello era rubio y anidado… Y no había forma de encontrar un vello ni cerca de su ombligo. Esta vez fui yo el que me rendí ante él. Caí al suelo y pegué mi boca a su bulto besándolo con fruición. Puso sus manos sobre mi cabeza y lo oí gemir de placer.

  • Espera, Juan – me levanté -. Ahora soy yo el que tengo que decirte algo. No comentes nada a tu amigo por mucho que lo quieras… No le harías un favor.

  • ¿Te pasa algo?

  • Sí – lo miré fijamente -. Eres precioso. No sé qué hay en ti. Me gustaría tenerte todos los días conmigo.

  • ¿De verdad?

  • Por favor, deja que te desnude poco a poco y veme quitando la ropa que quieras…

No sabía lo que iba a hacer con Jorge. Juan se me presentaba delante como un chico hermoso, en su parte sensual, y sentí por él algo que no podía imaginar. Pensé en Fran y en nuestro amor infinito y, sin embargo, no podía explicar lo que sentía por mi nuevo amigo ¡Me había enamorado! A primera vista y de la forma más extraña que podría imaginar.

«¡Oh, Juan, amor mío! ¿Cómo puede ocurrirme esto contigo? ¿Por qué has tenido que aparecer en mi vida?».

  • ¿Quieres que te la mame, Carlos?

  • Espera un poco, tesoro – le hablaba con el corazón -; no hagas nada. Siéntate en la cama conmigo y hablemos un poco. Necesito mirar tus ojos y tu cuerpo.

  • ¿Es lo mismo que le dices a Jorge?

  • ¿Cómo? – me asusté -. No tiene nada que ver una cosa con otra. Confundís dos niveles muy distintos, Juan. Una cosa es el sexo y el placer y otra muy distinta es el amor. Es algo muy superior que no se siente por cualquiera.

  • ¿Sabes? – susurró -. Sé lo que dices. Es lo que yo siento. Yo creí que iba a conocerte de cerca y que me gustarías más que de lejos, pero no sé lo que me pasa. Me gustaría tenerte siempre conmigo.

Lo empujé con dulzura para que se echara junto a mí y levantó su pierna para ponerla sobre mi cadera. No podía apartar mi vista de él.

Nos miramos atentamente durante unos minutos. Aquel silencio decía mucho más que miles de palabras. Empujé su hombro con cuidado y me eché sobre él. Nuestros cuerpos desnudos se fundieron en uno solo.

  • ¿Vas a quererme? – preguntó - ¡Yo ya te quiero!

  • Y yo – lo besé brevemente - ¿Cuándo me viste?

  • No te fijaste en mí – se entristeció -; yo estaba ahí afuera jugando a la pelota.

  • Pues no lo entiendo. Eres muy guapo… y te hubiera visto.

  • Jorge sabe cómo tiene que hacer las cosas para conseguir algo. Yo no.

  • Y… ¿sabe Jorge que estás enamorado de mí?

  • Lo sabe – acarició mis cabellos -. Es muy listo y muy fresco. Sé que ha follado contigo antes de traerme a conocerte… Pero no me importa ¡De verdad!

  • Jorge es raro, Juan. No sale de casa y hace estas cosas ¿Tú eres igual?

  • ¿Yo? – pareció asustarse - ¡No, no! Yo tengo mi vida independiente. Trabajo por las mañanas y mis padres nunca se meten en mi vida.

  • Hmmm. Eso me gusta. Eres tímido, pero eso es otra cosa.

  • Lo sé, Carlos. Me dedico a mi trabajo y leo; leo mucho por las tardes. A veces, mientras está el tiempo bueno, me voy a casa de una amiga. Leemos hasta muy tarde y me quedo a dormir allí.

  • ¿Te dejan dormir fuera de casa? – le sonreí -. En eso no te pareces nada a Jorge.

  • No. Somos muy distintos, pero es como mi hermano.

La conversación siguió bastante tiempo y todo lo que me decía me dejaba admirado. Era un chico muy culto; se notaba que leía mucho por su forma de hablar. Poco a poco, fue habiendo menos palabras y más besos y caricias. No me cabía la menor duda de que Juan era totalmente sincero cuando decía que me amaba. Tomé sus piernas y tiré de ellas hacia arriba. El resto lo hizo él poniendo sus piernas en mis hombros y dejando caer las rodillas en su pecho.

Esperaba algún gesto más y lo tuve. Me la cogió y se la acercó poniéndola en su sitio y tirando de mí. Empujé con cuidado y fue entrando. No aparté mi vista de sus ojos ni un instante para saber si le lastimaba. Lo único que vi es que echaba su cabeza hacia atrás abriendo la boca, cerrándola después y soplando. Estaba sintiendo placer.

  • ¿Te duele?

  • No. Sigue. Quiero tenerte dentro… aunque no me quieras.

-¿Qué dices? – paré -. No te he dicho simplemente que me gustes; te he dicho que te quiero. No sé cómo me has enamorado, pero te quiero.

  • Te creo – acarició mi rostro -. Aquí me tienes para ti. Empuja. No me importa que esto tarde poco. Nunca te voy a olvidar. Si me dejas…

  • Dime – seguí empujando - ¿Piensas que voy a dejarte?

  • No. Si me dejas, puedo quedarme contigo por la noche.

Tuve que quitar de mi cabeza lo que acababa de oír para poder seguir.

  • Voy a amarte, Juan; no voy a follarte.

  • Sé que no me mientes – me rodeó con sus brazos -. Lo noto. Esto es distinto a follar. Me da mucho gusto, pero noto algo más.

Callamos y disfrutamos de la danza del amor hasta que no pude aguantar más. Tiró de mi cabeza y la apretó contra su pecho.

  • Yo no quería ser otro más – susurró -. Creo que no lo soy.

  • No… No lo eres. Jorge es el otro. Tú me has devuelto la vida.

  • Él seguirá siendo nuestro amigo – empujó aún más con sus nalgas -. Nosotros, si quieres, podemos ser novios.

No sabía ni qué pensar en ese momento ¡Fran era mi vida! Y Juan acababa de darme lo mejor de sí porque me amaba. Me había enamorado de él.

  • Claro, claro, Juan. Quédate conmigo hasta luego. Quiero decirte otra vez lo que siento por ti.

Me sonrió y movió su cabeza muy ilusionado. «No puedo creerlo».