El chico de la acera de enfrente 4: El intruso
El chico consigue entrar en la vida de Carlos; en su propia casa.
**Publicación nº 200
- Gracias a mis lectores de siempre y a todos aquellos que me han demostrado su afecto e interés.**
SAGA: El chico de la acera de enfrente
4 – El intruso
Tuve que esperar hasta las tres de la tarde para poder hablar con Fran. En todo aquel tiempo estuve organizando mis cosas y no volvieron a llamar a la puerta.
¡Fran, amor mío!
Hola, cariño – contestó canturreando - ¿No has podido esperar, eh?
¡No, amor! No puedo esperar. Necesito hablar contigo…
Te noto nervioso, Carlos. Tranquilízate y ve disfrutando de ese nuevo lugar y de las gentes.
Ese es mi problema, amor – gemí -. He encontrado a gente maravillosa, pero hay algo que me asusta.
¡No dramatices! – rio -. Al principio quizá se muestren un poco distantes.
Te equivocas, amor – bajé la voz -. Desde que llegué he notado que hay alguien que me asusta. Deja que te cuente; no lo vas a creer.
Expliqué a Fran todo lo ocurrido con Jorge desde que llegué y se quedó muy callado al principio y comenzó a razonar después.
Creo que estás viendo fuego donde no lo hay. Por lo que me dices, ese chico no sale de su casa. No tiene ya edad para hablar de «papá y mamá». Es como si siguiera siendo un niño. Quizá haya encontrado en ti a un amigo fuera de su casa ¡Pintas! Él no puede ir a las otras clases… y las tuyas las tiene enfrente.
No, no, no, Fran. Tú no has visto su mirada, no has sentido sus manos…
Está bien, Carlos – razonó -, no tienes diecinueve años ¡Tienes treintaiséis! Usa tu experiencia. Déjalo acercarse como quiera. En su momento, si es lo que piensas, podrás decirle que no debe hacer esas cosas.
No quise discutir más sobre el asunto. Fran no podía comprender lo que ocurría sin estar allí, en mi lugar. Sin embargo, me dio una buena idea. Tenía que dejar a Jorge acercarse a mí; ver lo que de verdad quería… educarle en una faceta de su vida que, quizá, nunca había conocido. Pensé en tomar aquel acercamiento como una nueva experiencia; como si supliera esa parte del papel de sus padres que jamás iban a abordar.
Me preparé un suculento almuerzo y disfruté de los sabores de las comidas del campo. Ya había terminado mi almuerzo cuando volvieron a llamar a la puerta. Era Pili.
Hola, don Carlos – me pareció indecisa -. Es sobre las clases de mi niño… Su padre ya ha llegado y… le gustaría hablar con usted antes de empezar las clases.
¡Claro, por supuesto! – intenté ser natural -. Espéreme un momento y voy a verle.
Tomé mi agenda, mi teléfono y atravesé la calle con ella que no hacía más que hablar como si quisiera excusarse.
¡Pase, don Carlos! – dijo Jorge (padre) desde el fondo -. Está usted en su casa. Siéntese aquí.
Gracias y encantado de conocerlo.
Igualmente – me observó con disimulo -. Temía mi mujer que Agustín alquilara la casa a un grupo de rumanos o delincuentes. Ya sabe usted cómo están las cosas.
Sí, sí. Por eso no hay problemas. Pueden ustedes contar conmigo para lo que necesiten.
Mi hijo quiere aprender… ya sabe – comentó -. Yo creí que pintaba bien. Lo mío es el vino, no la pintura, pero sé distinguir entre un cuadro y una buena pintura. Ese – señaló mi bodegón -, es increíble ¿Qué debe aprender el niño?
Técnicas, don Jorge; técnicas – apunté -. Parece, por lo que veo a mi alrededor, que su hijo tiene la cualidad necesaria para pintar. Ahora necesita conocer las técnicas y pintar; pintar mucho.
¡Como el vino! – razonó -. No basta tener un buen mosto, sino que debe criarse. Cuanto más viejo, mejor.
Así es. La técnica sin la semilla no sirve de nada… y al revés. Creo que Jorge tiene la semilla. Falta la crianza.
Así es como lo entiendo. Puede venir a darle las clases cuando quiera… del precio ya hablaremos.
¿Venir? – me extrañé -. No puede ser. Él debe ir a mi taller a aprender. No puedo traerme todo aquí.
¿Y qué debo comprarle?
No se preocupe. Cuando yo vea lo que tiene, le diré lo que necesita. Unas buenas herramientas también son una clave.
Hmmmmm – pensó -. Mejor, mejor. No le permita que haga lo que quiera. Si tiene que pararle los pies, hágalo.
Cruzamos la calle con algunas bolsas y, al entrar en casa, puso las cosas sobre mi mesa de trabajo. Me acerqué a él por su espalda y observé todo aquello que sacaba y ordenaba sobre la mesa. Era un chico muy ordenado.
Esto es lo que tengo – volvió su cabeza - ¿Necesito algo más?
Eso… esas son pinturas para principiantes y los pinceles… son mejorables. Un buen material te permitirá mejores resultados.
Se dio la vuelta al instante y me miró fijamente.
Dime lo que tengo que hacer, Carlos…
De momento, Jorge – me acerqué yo a él -, podemos probar con esas pinturas, pero vamos a usar mi disolvente. Usas aguarrás, huele demasiado fuerte y es tóxico ¡Nunca pintes sin ventilación ni en tu dormitorio! Además… esta ropa no es apropiada. Si pintas con la ropa de la calle y te manchas, tu madre tendrá que tirar la ropa ¿No tienes una bata?
¡No!
Tráete ropa vieja entonces. Las pinturas no sólo manchan; son muy tóxicas. Hay que tener cuidado con todo eso.
No tengo ropa vieja, Carlos. Yo pinto siempre así.
Pues eso se acabó – aclaré -. Si es necesario, pintarás desnudo.
Me miró algo sorprendido y no respondió nada.
- ¡Vamos! – agité mis manos - ¡Prepara tus cosas!
En poco tiempo montó su endeble caballete y, mirándome con cierta sonrisa maliciosa, tiró de su camiseta hacia arriba sacándosela por la cabeza y dejando su torso desnudo.
El pantalón… ¿también? – se insinuaba -.
También – fui drástico -. Ya se comprará la ropa adecuada. Si estás pendiente de no mancharte, no estarás pendiente de lo que pintas.
Sonrió sensualmente y comenzó a quitarse el cinturón. No me moví. Esperé a ver lo que hacía. Abrió su pantalón, se sacó las zapatillas con los pies y se los quitó quedando ante mí simplemente con sus slips y sus calcetines. Me miró un tanto avergonzado.
- No quiero que te sientas mal – dije -. Por ser el primer día, vamos a pintar los dos así.
Corrí bien los visillos para que no se nos viera desde la calle y comencé a desnudarme ante él con total normalidad. Evidentemente, me miró casi espantado y seguí hablando como si no sucediera nada.
Tendrás que decirle a tu padre que te dé dinero. Mañana, sin falta, iremos los dos a Sevilla a comprar todo lo que necesitas. Ya te diré cuánto te costará todo.
Y… - estaba dudoso -, cuando sea invierno, ¿también pintaremos desnudos?
En absoluto – volví a acercarme a él -. Usaremos un babi o una bata blanca sobre la ropa. Esto – hice hincapié – es sólo hoy.
Pero no podía imaginar lo que iba a hacer después, así que me puse a preparar mis pinceles dándole la espalda. En pocos segundos, se había acercado a mí y había rodeado mi cintura con su brazo. No dije nada. Me besó en el hombro.
- Creo que me van a gustar estas clases – susurró -. Ojalá siempre hiciera calor.
No lo pensé. Me volví lentamente y quedamos abrazados. Noté al instante que estaba empalmado… y él notó que yo también lo estaba. Echó su cabeza en mi pecho y comenzó a hablar en voz baja.
- No seas mal pensado, Carlos. Quiero aprender a pintar. Lo que pasa es que no puedo apartar mi vista de ti desde que llegaste ¿Te molesta?
Pegué mi mejilla a la suya y moví mi cabeza para que rozasen mientras mordía con mis labios el lóbulo de su oreja. Me retiré de él, lo tomé de la mano y recorrimos el pasillo aprisa hasta el dormitorio trasero. Entramos allí y nos quedamos un momento frente a frente mirándonos inexpresivos.
- ¡Vamos! – dije - ¿Querías esto antes de empezar?
Pensó mucho su respuesta sin poder apartar sus ojos de mi cuerpo. Le faltaba empezar a babear como un pequeño.
- Enséñame tú – susurró -. Yo no sé.
Lo abracé y lo pegué a mi cuerpo y no tardó en rodearme con sus brazos y acariciarme torpemente. Puse mi mano sobre su cabeza y la eché delicadamente hacia atrás. Comenzó a aguantar unos gemidos y a respirar agitadamente. Acerqué mi boca a la suya y comencé a morder sus labios. Estuvo casi inmóvil unos momentos y acabó tirando de mis nalgas y besándome desesperadamente.
- ¡Dame más, dame más! – decía -. He soñado esto miles de veces.
Seguí en silencio mordiéndole el cuello y besándole los hombros e, inesperadamente, me agarré al elástico de sus slips y tiré de ellos dejándolo desnudo. Me separé un poco para mirarlo. Tenía un cuerpo muy bonito. No estaba tan delgado como aparentaba y sus músculos estaban bien marcados en su pecho. Su miembro era largo aunque no demasiado grueso.
Tiró de mis boxers hacia abajo y se quedó asustado mirándome.
¡Es enorme! – exclamó -. Papá no la tiene así.
Cada uno la tiene de una forma, Jorge – parecía un profesor -. Ninguna es mejor que otra. A mí me gusta la tuya.
¿De verdad? – parecía no creerme - ¿Yo te gusto?
Me encantas – nos abrazamos -. Dime qué te gustaría hacer.
Lo que he soñado siempre – contestó en mi oído -. A lo mejor piensas que estoy loco.
No, Jorge. Nadie está loco cuando hace estas cosas. Vamos a hacer todo eso que siempre has soñado, pero debo advertirte que estas cosas no se hacen así. No se te ocurra decirle a nadie, bajo ningún concepto, lo que estamos haciendo.
¡No, no! – me pareció aterrorizado -. Tú tampoco le digas esto a nadie ¡No sabes cómo es mi padre y cómo es la gente de este pueblo!
De esa puerta para afuera – la señalé -, ni tú ni yo sabemos nada de lo que pase aquí.
¡Claro!
Volvió a caer en mis brazos y comenzó a rozarse conmigo, a acariciarme de todas formas, a besarme. Yo no me quedé quieto. No pensaba en ese momento en otra cosa, sino en que tenía en mis brazos algo tan bonito como un cuerpo joven, virgen y deseoso de mí.
Me soltó y cayó de rodillas. Cogió mi miembro, erecto hasta producirme dolor, y comenzó a lamer mi líquido preseminal con cuidado y disfrutando… hasta que la metió en su boca y comenzó a chupar de una forma tan especial, que había olvidado el placer que producía. Fran no era muy aficionado a hacerme aquello.
Su masaje con la lengua y los labios era extraordinario y lo dejé actuar dejando caer mis brazos a los lados sin dejar de mirarlo. De pronto, sin que pudiera imaginarme una cosa así, comenzó a metérsela en la boca más y más, sin prisas, tirando de mis nalgas, hasta que vi que se había tragado mis casi veinte centímetros y permanecía inmóvil.
Estuvo así unos segundos y comenzó a sacarla y a tragársela entera con movimientos muy lentos para ir acelerando. Me producía tal placer, que tuve que agarrar su cabeza y apartarlo de mí.
¿Quién te ha enseñado esto?
Nadie – respondió mirando hacia arriba -; lo he deseado toda mi vida.
Pues lo haces muy bien – tiré de él para ponerlo en pie -. Si no paras un poco vamos a terminar muy pronto.
¡No, no! ¡Vamos a seguir un poco!
Claro – lo besé -. Creo que no voy a tener que enseñarte nada de esto y poco de pintura.
Le gustó mi respuesta y la ilusión asomaba a sus ojos brillantes. Se dio la vuelta y se echó boca abajo sobre la cama abriendo las piernas. Me acerqué a la mesilla para abrir el cajón y me miró sorprendido.
¿Qué haces? – exclamó - ¿Se acabó?
No, Jorge. Voy a ponerme un condón.
¡No! – se incorporó -. No quiero plástico dentro de mí.
¿Lo has hecho alguna vez?
No – dijo muy seguro - ¿Por qué? ¿Hace falta eso?
Cerré el cajón y volví a ponerme tras él que volvió a echar su cabeza sobre sus brazos. Comencé a echarme sobre su cuerpo y lo oí gemir disimuladamente. Fui penetrándolo con cuidado y no me pareció tener dificultades. No tardé mucho en sentir que iba a correrme como nunca antes.
- ¡Sigue, sigue! – se agarró a mi mano -. No la saques. Córrete dentro de mí.
Y así fue. Caí sobre él agotado y nos besamos sin cesar mientras lo masturbaba y pensaba que no debería haber hecho aquello.
Nos aseamos un poco riendo, nos secamos mutuamente y volvimos al salón abrazados.
Dijimos – apunté - que de la puerta para afuera… nada.
Sólo hasta el salón – respondió -. Y sólo hoy. Quiero pintar como tú.
Debes pintar como tú, no como yo. No imites mi estilo. No imites a nadie. Yo sólo voy a enseñarte las técnicas. Creo que tú tendrás que enseñarme otras técnicas…