El chico de la acera de enfrente 2: Descubriendo..
Carlos y Fran comienzan a descubrir pasado y futuro.
SAGA: El chico de la acera de enfrente
2 – Descubriendo pasado y futuro
Nos quedamos un buen rato entre las sábanas, uno junto al otro, mirando al techo. Fran sorbía el humo de su cigarrillo de vez en cuando, volvía su cara hacia mí y me sonreía. Me sentía su compañero cruel.
Nunca me voy a perdonar estos olvidos míos cada vez que bebo. No entiendo cómo me soportas…
Te equivocas, Carlos – apagó el cigarrillo -; no sólo te olvidas cuando bebes ni tampoco te olvidas de mí solamente. Creo que estás enfermo y deberías ir al médico.
¿Es cierto lo que dices? – me incorporé -. Me da pánico pensar qué cosas habré hecho en más de una ocasión, pero no quiero ver a ningún médico.
No importa, amor – me besó -. Yo sí recuerdo todo. Sé cuándo te pasa y cómo solucionarlo. Puedo ayudarte, pero no puedo curarte. Olvidas todo cuando tienes problemas ¿Te ha pasado siempre?
No lo sé… o no lo recuerdo. Nadie me ha dicho nada. Lo que ocurre es que esta vez todo ha sido más confuso. Cuando me hablas un rato y me miras con esos ojos…
Lo sé, Carlos. Dime qué recuerdas.
Las cosas van viniendo a mi cabeza poco a poco. Relaciono todo lo que hago contigo y, cuando te recuerdo, voy recordando lo demás. Mi negocio, amor… He tenido que cerrar mi negocio. No puedo pagar ni siquiera lo que debo a mis amigos.
Te va a cambiar mucho la vida, amor – me sonrió dulcemente -, pero siempre me vas a tener a tu lado para ayudarte.
¿Tú? – me extrañé - ¡Tampoco voy a poder pagar este apartamento!
¡Por supuesto! – rio - ¡Vives en lo más caro de Jerez! Tendrás que mudarte.
Claro – suspiré derrotado -, tendré que mudarme a un apartamento pequeño en un barrio de mala muerte.
¡No! – creí que me reñía -. No vas a seguir viviendo en Jerez. Buscaremos un apartamento en un pueblo pequeño que no esté muy aislado. En los pueblos son mucho más baratos los alquileres.
¿Piensas dejar tu trabajo y venirte conmigo a vivir en un pueblo?
Yo no voy a abandonar mi trabajo – aclaró – porque no voy a encontrar otro en ningún sitio; ni mejor ni peor. Tengo que seguir trabajando para los dos.
¿Me estás diciendo que me vaya solo?
Volvió a sacar un cigarrillo, lo encendió y se volvió hacia mí sonriente. Me echó el humo de su boca sensualmente y movió la cabeza sobre la almohada en un gesto con el que parecía decirme que yo no sabía nada de lo que estaba diciendo.
- Escucha atentamente, amor – susurró -. Yo tengo que seguir trabajando para los dos y tú necesitas irte de aquí; lejos. Buscaremos un sitio donde no te conozca nadie y nunca dejaremos de estar en contacto. Voy a seguir ayudándote desde aquí hasta que todo mejore. Iré a verte siempre que tenga unos días libres y tú irás rehaciendo tu vida. Pinta; pinta mucho y organiza exposiciones. No puedes ganarte la vida de otra forma y yo no puedo abandonar mi casa y mi trabajo. Irás al médico… ¡prométemelo!
Me quedé mirándolo asombrado. Sus planes no eran un disparate y, sin embargo, nos obligarían a vernos sólo de vez en cuando.
Te lo prometo – acaricié su rostro -, iré al médico. No quiero ser una carga para ti. Prométeme tú que me ayudarás a buscar ese apartamento y nunca me abandonarás.
Prometido… y no tengo que demostrarte que jamás me vas a perder… aunque me olvides – acarició mi rostro -. Te lo prometo, amor mío.
En pocos minutos lo acompañé al baño para que se aseara un poco y se vistiese. Tenía que seguir su jornada de trabajo. Mientras se ponía su ropa, recordé aquel día, casi al principio, cuando pasé a media tarde hacia mi bloque cruzando aquel trozo de jardín. Tras los setos, muy cerca de mí, me pareció ver algo moverse. Creí que era un perro y me acerqué con curiosidad.
- ¡Hola, bonito! – susurré - ¿Qué haces ahí? Vente conmigo.
Al instante, un cuerpo masculino, joven y fuerte, con un rostro encantador, se elevó tras las plantas y quise que me tragase la tierra.
¡Perdón! – balbuceé -. Creí que…
Me voy contigo.
Uno nunca sabe de dónde va a salir el amor; y salió de las plantas, como una flor. Se fue conmigo a casa y nos amamos. Tuvo que convencerme de que se escondía allí a las horas que yo pasaba para verme en secreto. No podía creerlo y pensé que iba a ser una aventura pasajera. No; allí estaba ante mí, dos años después, vistiéndose para volver, quizá, a trabajar tras los setos. Eso no lo podría olvidar jamás.
Nos besamos antes de abrir la puerta, se asomó por la mirilla, abrió y llamó el ascensor. Cerré y me quedé en la penumbra de la entrada pensando. Tenía amnesia. Las cosas, los recuerdos, desaparecían de mi mente cuando me hallaba en una situación de estrés. Fui recordando algunas situaciones más y me sentí feliz de tener a mi lado a aquel jardinero que se escondía para verme y entonces era la única persona a la que amaba; la amaba más que a mí mismo y me estaba pidiendo que me alejara de él. Tenía que hacerle caso.
Cuando desperté el día siguiente también me sentí muy confuso. No era temprano y tenía que prepararme. Fran se quedaría en casa para almorzar y descansar un poco. Quería empezar a buscar ese apartamento lo antes posible y yo tenía que llamar al propietario, don Manuel, con quien hablaba poco y siempre a disgusto.
Conozco a ese hombre muy bien, Carlos. Si intenta por cualquier medio quedarse con la fianza, me acercaré a él para decirle unas palabras.
¡No, no, déjalo! – me asusté -. Él es un hombre influyente y tú un simple obrero de la urbanización. Si se queja a la comunidad…
No creo – se quedó muy pensativo -. Podría tenderle una trampa. Sin embargo, haré lo que tú prefieras.
Mejor – me levanté -. Voy a ir recogiendo esto y la cocina. El ordenador está encendido, así que puedes ir buscando eso que quieres para mí.
Lo besé y me puse a retirar los platos mientras él se sentaba frente a la pantalla poniendo mucha atención. No lo oía desde la cocina y me asomé para ver qué hacía. Miraba unas páginas de inmobiliarias y parecía pensar en algo por la forma en que se rascó la cabeza.
¿Encuentras algo? – lo abracé por la espalda -. Pareces entusiasmado.
Sí, amor; pensaba que podría ser más difícil y mira lo que he encontrado. Es una casa en Villanueva, cerca de Sevilla. Puedes ir en autobús a la capital ¡Y es muy barata!
¿Piensas que me mude a una casa cuando no puedo pagar un apartamento?
Acércate, Carlos – tiró de mi brazo -. Tienes que ver esto. No puedo creer que ese sea su precio ¡Mira!
Pasé mi cabeza rozando la suya y vi unas fotos interesantes y un precio imposible.
Debe ser un error, Fran. Tal vez la casa tenga problemas o esas fotos estén trucadas.
Sí – se rio con fuerzas - ¡Tendrá fantasmas! Vamos, cariño; tienes que llamar, quedar con el propietario e ir a verla. Te vas en tren por la mañana y vuelves por la tarde. Harás fotos o vídeo para que yo la vea ¿De acuerdo?
Parece imposible – seguí viendo las fotos -. Es una casa de pueblo pero por dentro es lujosa. Yo diría que debería ser más cara que esto.
Por eso – se volvió para besarme -, por eso tienes que ir a verla. Tráeme vídeo y yo te diré el resto.
¿Sabes una cosa, Fran? No tengo ninguna gana de viajar para ver una casa.
Como siempre, su mirada, sus besos y sus caricias acabaron convenciéndome.
- ¡Vamos a la cama!
Hice todos los trámites necesarios. Hablé con un señor que parecía humilde, quedé con él al día siguiente y me puse a reservar los billetes para el viaje.
En realidad, el viaje fue corto y cómodo. Recorrí varias calles del pueblo y llegué hasta la casa que había visto en las fotos.
¿Don Agustín? – pregunté al señor que estaba en la puerta -.
¡Un servidor! – contestó llanamente -. Imagino que es usted don Carlos…
No podía creer lo que estaba viendo y tampoco me atrevía a preguntarle claramente a aquel señor tan amable por qué alquilaba una casa de dos plantas totalmente equipada por un precio tan bajo. Lo tomé todo en vídeo y ya estaba deseando de volver a Jerez para que Fran viera y oyera todo lo que yo estaba viendo. Me acompañaba la suerte… ¿o no?
Cuando llegó Fran por la noche, casi me empujó al abrirle la puerta.
¡Vamos! El vídeo; ¿dónde está ese vídeo?
No vas a creerlo, Fran – le tendí la mano con la cámara -. No vas a creerlo.
Tomó la cámara, la conectó al ordenador y comenzamos a ver toda aquella visita tomados de la mano. A veces, cuando veía algo que le llamaba la atención, me la apretaba, pero no quitó sus ojos de la pantalla ni un solo instante ni comentó nada hasta el final.
¡Vaya! – exclamó por fin -. Si no me lo traes en vídeo no lo creo. Esa casa no tiene problemas. Lo sé. Está muy bien equipada…
No me atreví a preguntarle a ese señor por qué la alquila tan barata.
No importa, Carlos – me besó -; vas a mudarte. Yo iré el primer día que pueda para ver eso con mis propios ojos. No veo que haya trampa.
Serví unas cervezas mientras él repasaba algunas escenas muy entusiasmado; tanto, que puse mi mano sobre su pierna y la fui moviendo lentamente hasta su vientre sin que dijese nada. Sabía que Fran podría apreciar cualquier defecto sin ningún problema y, cuando se levantó estirando su espalda y bebiendo un trago de cerveza. Se quedó mudo mirándome con sus ojazos; sin sonreír; sin hablar. Me pareció que intentaba comprender lo mismo que yo no comprendía.
Finalmente, se acercó a mí, me tomó por la cintura y me empujó con la pierna hacia el pasillo.
¿Ya no me amas? – preguntó bromeando - ¿Me has olvidado otra vez o es que no te apetece ya follar conmigo?
¿Quieres verlo? – pregunté igual - ¿Piensas que otra vez me he olvidado de ti?
Llegamos al dormitorio desnudos, besándonos y apoyándonos en la pared. Me empujó con suavidad hasta caer sobre mí y comenzó el juego más maravilloso que había tenido con él. Estaba sobre mí cuando se corrió como nunca antes y cayó agotado a mi lado.
¿Piensas que voy a espiar a alguien desde detrás de los setos?
No lo creo, Fran. A veces recuerdo aquel momento en que tu rostro apareció frente a mí por primera vez. Es lo más bonito que recuerdo de toda mi vida.
Acuérdate de eso cuando no me tengas a tu lado – me apretó fuertemente -. El día que vaya a verte por primera vez te voy a destrozar a base de besos. Y cuando me vaya para quedarme contigo para siempre, tendrás que pedirme que deje de amarte unos segundos.
Te amo, Fran. No sé con qué otras palabras decírtelo. Pasar un día sin ti me va a resultar muy difícil.
Aguantarás – me miró de cerca -. Vamos a salir de esto. Tú irás al médico para ponerte bien para cuando yo me vaya y yo te imaginaré a mi lado todos los días.
¡Podemos conectar por Internet! – pensé -. Nos sentiremos más cerca el uno del otro.
Me gusta esa idea, Carlos; nos veremos y hablaremos a diario. Haremos el amor así… ¡cibersexo!
¿Por qué eres tan bello, Fran?
Estuvo meditando un buen rato; como si quisiera darme una respuesta a algo que era obvio. Puso sus manos en mis mejillas, me besó con dulzura y se retiró un poco.
- Cuando tú me digas por qué eres tan bello te lo diré, amor.
Me gustó su respuesta. Siempre me gustaban aquellas frases que decía. Las iba a recordar muchas veces porque iba a tener mucho tiempo. No sabía cuánto tiempo. Hasta que apareciera en la puerta como apareció tras los setos.