El chico de amarillo (Las aventuras de Donno)
Arrastrado por un par de amigas a ver la última película romántica de turno, Donno se encuentra con un espectáculo mucho mejor... (La primera entrega de la saga "Las aventuras de Donno")
(Lo relatado a continuación tiene base verídica y está fundamentado en hechos reales que han ocurrido unas horas antes de la escritura de este relato, como todos los que pertenecen a la saga "Las aventuras de Donno". Si quieres saber más sobre Donno, mi alter ego, busca sus relatos o deja tu correo en los comentarios)
Acudir arrastrado a ver la última película romántica del momento por hacer felices a un par de amigas que hace un par de meses que no ves no es una experiencia muy divertida. Si al menos la película fuera interesante, la cosa cambiaría; pero no. Después de pasar por taquilla y aguantar a la típica taquillera mascando chicle que te coloca en una pantallita y te da las entradas con desagrado, Laura, Sandra y yo nos dirigimos al puesto de palomitas, que estaba lleno a rebosar. Tras más de quince minutos de cola, conseguimos pedir unas cocacolas y unas palomitas por la módica cantidad de nueve euros y medio cada uno, impuesto por robo a mano armada a parte.
Las puertas de la sala seis abrieron cinco minutos antes de que empezara la película, como de costumbre en los multicines Galleo. Le entregamos las entradas al acomodador y nos dispusimos a entrar.
Fila doce: butacas ocho, diez y doce. Centrales, segunda escalera.
Gracias -dijimos apenas mientras recogíamos los pedazos que quedaban de lo que antes era la entrada.
La sala empezó a llenarse. Al parecer, las películas románticas en la sesión golfa o nocturna son algo así como los reality programmes en horario de audiencia y todo el mundo reniega de ellas pero todo el mundo las ve entusiasmado. Bueno, entusiasmado no. La mayoría de las que allí se encontraban eran chicas de mi edad (de 18 a 24 años) con sus respectivos novios que llevaban caras alargadas por no haber podido quedarse en casa viendo el futbol, rascándose los huevos y tomando unas birras con los colegas. Pero no, allí estaban, cumpliendo con sus novias. Y como la ocasión lo requería, se habían puesto sus mejores trajes: camiseta gris con pitillos rojos en la fila tres, suéter azul y vaqueros desgastados lavados a piedra en la fila quince, camisa vaquera a cuadros y pantalones negros en la fila catorce. Y justo al lado nuestro, una pareja de novios: ella llevaba unos leggins, minifalda y blusa y él, un vaquero oscuro y una camiseta amarilla. Las luces de la sala se apagaron y empezó la película.
Al cabo de veinte minutos de insufrible diálogo y de trama estúpida, me giré a mis amigas y les dije que me estaba meando, cosa cierta. Salí de la sala y me fui, antes que nada, a la terraza a fumarme un cigarro. Cuando lo acabé, me dirigí al cuarto de baño y me paré en los urinarios de pared. En ese momento, entró el chico que estaba sentado en mi misma fila, el de la camiseta amarilla, y se puso a mear dos urinarios más allá de donde estaba. Se desabrochó el botón del vaquero y se sacó la polla. Aunque no era mi intención, ya que acababa de salir de una relación de varios meses y lo que menos me apetecía era el coqueteo (y menos con un hetero), mis ojos se desviaron de la línea recta que fijaba en la pared y le vi la herramienta que sujetaba entre manos. De largaria considerable y grosor más que aceptable, el tío tenía una polla impresionante. La había descapuchado para mear y el glande se antojaba rosáceo y perfecto, la culminación a un tronco realmente apetecible. Segundos después, aparté la mirada rápidamente. No pude evitarlo y la volví a ver. Y otra vez. Y otra más. Hasta que me di cuenta de que el chico de amarillo se había percatado de que le estaba mirando la polla. Él no parecía molesto y se separó del urinario como dejándomela ver mejor y acto seguido, se la metió en el bóxer, me miro mi polla (no me puedo quejar, unos 16 cm en reposo), sonrió levemente y se fue a lavarse las manos. Yo hice lo mismo, evitándole la mirada.
¿Te ha gustado? -me pregunta mientras finjo no oirle-. ¿Te ha gustado? Porque yo diría que sí... ¿Te pongo cachondo, maricón?
Mira tío, no quería verte la polla, son cosas que pasan en el aseo. Joder, si te he pillado viéndomela a mí también joder -pensaba que se iba a poner ofensivo y ya pensaba en salir de allí cuanto antes.
Te vuelvo a preguntar: ¿te ha gustado mi polla? Porque a mi la tuya si que me ha gustado.
En ese momento me quedé sin palabras. Él se acercó a mi, se quedó a un paso de mi cuerpo y se desabrochó el botón del vaquero, enseñándome la cinta elástica de sus bóxer de armani.
- ¿Te gustaría verla de nuevo?
Interpretó mi silencio como un sí y me dijo al oído:
- Aquí no... Nos pueden ver. Vamos a un cubículo
Entramos en un cubículo y acto seguido me senté sobre la tapa del váter mientras él echaba el pestillo. Se me puso delante, con el vaquero con el botón desabrochado delante:
- Es toda tuya
Le bajé la cremallera y, acto seguido, le dejé el vaquero por las rodillas. Estaba medio empalmado ya y eso se notaba sobre el tejido negro de su ropa interior, que delataba un curioso cerco húmedo en la zona donde se adivinaba el glande. Le empecé a acariciar la polla por encima del bóxer y acto seguido, le tiré con las dos manos de él hacia abajo y su polla se quedó ente mi cara. Él cerró los ojos, sabiendo lo que estaba a punto de pasar. Le cogí la polla y empecé a masajearla y descapullarla, como en el inicio de una paja. Le di unos lametones al glande y me la metí en la boca y, mientras se la chupaba, empujaba su cuerpo contra mi cara desde su culo. Después de unos minutos, se tiró para atrás y me dijo:
- Quiero vértela. Dámela.
Le dejé que me quitara los pantalones y los bóxer y empezó a chupármela también, mientras yo le pajeaba suavemente.
- Quita de ahí.
Me hice hacia un lado y el se puso con las piernas abiertas, una en cada parte de la taza del váter. Se reclinó un poco y me dijo:
- En mi bolsillo derecho está la cartera. Llevo condones.
Busqué el condón y me lo puse sobre mi polla que ya estaba a punto de rebentar.
- Con cuidado - me miró.
Le introduje la polla con sumo cuidado y empecé a propiciarle suaves embestidas que se iban haciendo más cabrías con el paso de los segundo. Mi mano izquierda se apoyaba en su mano izquierda contra la pared y mi mano derecha le pajeaba su polla hasta que empezó a correrse. Manchó de semen toda la taza del váter cuando yo estuve a punto de correrme también. Por mis gestos y gemidos contenidos lo supuso:
-Córrete en mi
Un atisbo de locura me nubló la mente por un momento y le hice una proposición:
- Quiero correrme en tu camiseta amarilla
Él, que se había desprendido de toda la ropa menos de su camiseta, se echó adelante indicándome con el cuerpo que sacara mi polla y se sento sobre la taza del váter donde estaba su semen. Cogió la camiseta y la extendió.
¿Estás loco? -le dije yo- Lo he dicho sin pensar.
Córrete, tío. Tengo un par de camisetas en el coche. Córrete.
Sin pensarmelo dos veces, me quité el condón y le ofrecí mi pola. Él empezó a pajearme y acabé soltándole todo sobre su camiseta, salpicándole ligeramente la cara.
Nos pusimos la ropa de nuevo y salimos de alli hacia su coche, yo primero vigilando que nadie lo viera con la camiseta llena de semen. Atajamos por el ascensor hasta el garage. Allí, abrió el maletero y se cambió de camiseta, se giró y me la dio.
- Es tuya. Córrete en ella cuando pienses en mi.
Me me tió la mano en el bolsillo y me quitó el móvil. Antes de que pudiera decir nada me había apuntado su número de teléfono, su dirección de e-mail y su perfil en red social.
Me gustaría volver a verte.
¿Y tu novia?
Él se rió
¿Esa? Es una amiga. Yo soy gay... ¿Crees que un hetero folla así de bien?. Me llamo Carlos
Donno
Encantado. Será mejor que volvamos a por nuestras chicas, Donno. Adelántate tú, voy a cerrar el coche.
Me giré y me encaminé con la camiseta hecha un bola, con el semen de Carlos en ella, hacia el ascensor.
- Por cierto... - me gritó desde la otra parte del garage del multicine
Giré la mirada y lo vi sonreir. No llevaba la camiseta amarilla pero era igual de guapo que antes.
Es la primera vez que hago algo de esto. No creas que me va el sexo esporádico. Pero tú me has puesto a mil.
¿Quedamos el martes para cenar?
Después de decirlo, no supe ni por qué lo había dicho. Estaba fuera de mí pero me ponía muchisimo ese chaval.
Vale. ¿Te paso a buscar? ¿Dónde vives?
Ya te llamaré yo. Tengo tu teléfono.
Hizo un gesto de "ok" con el pulgar levantado y acto seguido se desabrochó el botón del pantalón de nuevo. Me acerqué a pasos rápidos hacia el y con la mano, bajó su boxer para descubrirme su polla como la había visto por primera vez: flácida, pero hermosa. Le metí la mano y se la acaricié y acto seguido, le besé.
- A las ocho. Estate preparado -le dije
Y me fui.