El chaval del Grindr

Tarde de viernes con reunión de vecinos incluida: el panorama no puede ser más aburrido... A no ser que abra el Grindr y, al final, quede con alguien que no me espero...

El chaval del Grindr

  • OK, Iker, pásate a las siete por casa y ya hablamos allí…

  • De acuerdo, Marina. Haré lo que pueda, pero no te garantizo nada…

  • Vale, venga, hablamos… Si no puedes, mándame un Whatsapp, ¿vale? Venga, ¡hasta luego, Iker! ¡Nos vemos!

  • ¡Adiós!

Otro viernes por la tarde que se iba al traste. Este año me había tocado ser vocal de mi portal y Marina, la presidenta de la comunidad, había organizado con la administradora una reunión para aprobar no sé qué presupuestos relacionados con una obra en el garaje. El caso es que teníamos que acudir todos los vocales del bloque para votar los dichosos presupuestos. Había tratado de escaquearme, diciéndole a Marina que delegaba mi voto en ella, pero aquella mujer tenía un sentido de la responsabilidad completamente inquebrantable.  No sé cómo lo hizo, pero  me había liado y, al final, me convenció para acudir a aquella reunión, con lo cual mi única tarde libre de la semana se había ido a la mierda. Tendría que aguantar a los pesados de mis vecinos, que no sabían hacer otra cosa más que discutir por gilipolleces. Con suerte, aquello no duraría más de una hora, aunque ya me sabía por reuniones anteriores que suponer eso era ser demasiado optimista.

Salí de la oficina a las tres, como todos los viernes, y me fui directamente a casa, para dormir un poco de siesta antes de la dichosa reunión. Hacía un clima increíble y, según me acercaba a casa, me arrepentía más y más por haberme dejado convencer. Podría aprovechar para pasear por el Retiro, para ir a correr, para comprarme unos vaqueros nuevos… Cualquier plan era más apetecible que pasar la tarde en el salón de Marina escuchando hablar de presupuestos y derramas. Estuve tentado de mandarle un mensajito, excusándome y diciéndole que me sentía indispuesto pero, para más infortunio, me la encontré en el garaje cuando estaba aparcando y subimos juntos en el ascensor. Terminó de enredarme. No me quedaba otra que ir a esa dichosa reunión.

Después de dormir un poco de siesta y recuperar algo del sueño perdido durante la semana, me sentí un poco más animado. Ahora sólo tenía que vestir mi mejor sonrisa diplomática y aguantar el chaparrón. Me dirigí a casa de mi vecina, que estaba en otro portal de la comunidad. Cuando legué, ya estaban allí el resto de los vocales y la administradora. Todos sentados en el salón con refrescos y cervezas. Marina había preparado también algunos sándwiches. Aquella mujer se tomaba las reuniones de vecinos como si fueran una recepción de embajada. Tomé asiento y puse el piloto automático, fingiendo que atendía a las exposiciones y quejas de unos y otros.

Al cabo de un rato, el hijo de Marina pasó por el salón vestido de ciclista y con una mountain bike:

  • Salgo un momento a hacer bici, mamá.

Todos nos quedamos momentáneamente mirando a aquel chaval, que veía su salón ocupado por una panda de vecinos rabiosos, discutiendo sobre bajantes y rampas de acceso.

  • Vale, cariño. Te espero para cenar.

  • A lo mejor me entretengo un poco, ¿vale?

Marina llevaba divorciada bastantes años. Tenía una chica y un chico. Yo los había conocido de pequeños, cuando me vine a vivir a este bloque, pero ahora ya eran veinteañeros los dos. Ambos eran muy guapos, ya que el ex de Marina era tremendamente atractivo. De hecho, se habían divorciado por el gusto de éste por las faldas. En la comunidad se comentaba que había tirado los trastos a más de una vecina. Aquel chaval era clavadito a su padre: alto, moreno, de piel cetrina, con el pelo muy corto y con una espesa y poblada barba negra. De hecho, tenía un cierto aire musulmán, como si fuera de Marruecos o de Túnez.

El chaval se fue con la bici y nosotros seguimos con nuestra charleta sobre obras y mejoras comunitarias. Al final, aquella tortura se prolongó durante algo más de una hora y media, con lo cual, a las ocho y pico ya estaba tirado en el salón de mi casa, con la tarde perdida, aburrido como una ostra y sin saber qué hacer con lo que quedaba de viernes.

Decidí entrar un rato en el ‘Grindr’. Tenía perfil desde hacía algunos meses, pero no lo usaba más que para cotillear y cascarme alguna paja de vez en cuando. Al ser viernes por la tarde, no estaba muy animado. Me entraron un par de pavos, que estaban como a tres kilómetros de distancia. Demasiado lejos como para pasar de un sencillo ‘Hola’. Al final, me harté de manosear la pantalla del móvil y lo dejé un rato mientras me preparaba algo de cenar.

Dos o tres pitidos me indicaron que tenía nuevos mensajes:

  • Hola

  • Estamos un par de colegas y yo de sesión morbosa, thace?

  • Molas

  • Foto de careto?

Junto a estas sencillas frases, recibí dos o tres fotos de un pavo semidesnudo, que no estaba nada mal. No parecía muy alto, pero era velludo y tenía cara de morboso. Decidí responderte:

  • Qbuscáis?

  • Zona?

Iniciamos una breve conversación en la que el chaval peludo me contó que buscaba colegueo y morbo entre machos. Estábamos a menos de un kilómetro, así que podía ir andando, sin necesidad de sacar el coche. La tarde había resultado ser un coñazo hasta entonces, así que decidí acercarme:

  • OK, tardo media hora en estar ahí.

  • OK, 9:30h. Tpaso dirección…

El tío velludo me dio la dirección, una calle que no estaba muy lejos de donde yo vivía. Me planté un chándal, unas zapas que usaba para hacer deporte y una sudadera de capucha, y me dirigí a su kely. En veinte minutos o así, ya estaba allí. Cuando subí, vi que sólo estaba el pavo con el que había chateado por el ‘Grindr’, así que me temí que lo de la sesión morbosa con otros colegas fuera una trola para embaucar a la peña, pero él me aclaró que, como había llegado antes de tiempo, había sido el primero en llegar. Los otros estarían allí de nueve y media a diez menos cuarto.

  • ¿Qué quieres tomar? ¿Una birra?

  • Me da igual; lo que vayas a tomar tú me viene bien.

El tío se fue a la cocina y volvió con dos latas de ‘Mahou’. Abrí la mía y pegué un buen sorbo. La caminata desde mi casa me había dejado un poco sediento. En ese lapso de tiempo, el chaval velludo me contó que se llamaba Jorge y que le molaba organizar quedadas para coleguear, ver porno o lo que surgiera. Me fijé un poco mejor en su aspecto y la verdad es que me pareció que mejoraba en persona: no era excesivamente alto; de hecho, no pasaría del metro setenta y cinco, pero tenía bonitos rasgos y unos expresivos ojos azules. Lucía más barba que en las fotos y, aunque también me pareció un poco más gordo en persona, la verdad es que tenía buen cuerpo. Llevaba una camiseta de manga corta, un pantalón corto de running y unas chanclas. Sus piernas estaban abundantemente pobladas de vello, algo que siempre me había encantado.

Seguimos hablando durante unos minutos de las trivialidades propias de este tipo de citas a ciegas, en las que nunca sabes muy bien de qué hablar o qué contar. Jorge era majete y no hubo que forzar mucho la situación para hilar una conversación que se interrumpió en el momento en que sonó el telefonillo:

  • Éste debe ser uno de los otros – me dijo, mientras se encaminaba hacia la cocina, para abrirle la puerta de la calle.

Aproveché para echar un descarado vistazo a su trasero, que se dibujaba bien bajo aquel pantaca de running. Los elásticos del calzoncillo se marcaban a la perfección y delimitaban los bordes de un culo bien definido que, a buen seguro, estaba plagado de pelos. Me empalmé un poco pensando en esas cosas, pero el frío sorbo de birra me ayudó a refrescarme, mientras Jorge esperaba a que subiera el otro chaval y le abría la puerta. Escuché unas voces por el pasillo y volví a dar otro sorbo nervioso a mi lata de cerveza al tiempo que, por la puerta, entraba otro de los invitados a aquella quedada morbosa.

Era un tío alto y fornido, perfectamente afeitado y peinado con raya a un lado. Tendría unos treinta y tantos, su pelo era castaño claro y lucía un pantalón corto de chándal, unas zapas sin calcetines y una sudadera con capucha parecida a la mía.

  • Mira, Borja; éste es Iker.

  • ¿Qué tal, tío? – Borja me alargó su mano grande y nudosa,  y apretó la mía enérgicamente.

  • Encantado, ¿qué tal?

  • Voy a por más birras – dijo Jorge, mientras nos dejaba a los dos solos en el salón.

Borja parecía un poco más cortado y tímido que Jorge, porque no abrió la boca en el tiempo que los dos estuvimos esperando en aquella sala. Ambos nos quedamos mirando tontamente hacia los techos y las paredes, como con miedo de que nuestras miradas se cruzaran. Afortunadamente, Jorge no tardó en llegar con un pack de seis ‘Mahou’.

  • Estáis en vuestra casa, colegas. Pillad las birras que os apetezca. Yo voy a buscar una peli guapa, mientras tanto.

Jorge se acercó a una maleta que tenía en un rincón y se puso a buscar entre un sinfín de dvds, mientras Borja y yo nos abríamos cada uno una lata de cerveza. Los dos mirábamos hacia Jorge, que parecía entretenido buscando una peli apropiada para la situación.  Al cabo de no más de cinco minutos, volvió hacia donde estábamos nosotros con dos o tres dvds en cada mano:

  • Me mola mucho el porno. La verdad es que soy muy pajero y como un colega tenía un vídeo club, cuando chapó, me regaló toda esa maleta llena de pelis. Creo que no me he visto ni la mitad. He seleccionado unas cuantas de porno gay y hetero, así que echadles un vistazo y nos ponemos la que más os mole.

Jorge dejó las pelis sobre una mesita de centro y Borja y yo cogimos cada uno un par de ellas. Hacía siglos que no veía un dvd porno y por un momento me sentí como en los tiempos en que era jovencito y me colaba en la sección X del ‘Blockbuster’ a cotillear. Borja tampoco parecía muy interesado en la peli. A pesar de ello, ambos estuvimos ojeando las fotos y las escuetas sinopsis de las carátulas. En ese punto, volvió a sonar el telefonillo.

  • Voy a abrir al otro – dijo Jorge, encaminándose de nuevo a la cocina y dejándonos solos en el salón.

Borja parecía haberse animado un poco. Al menos, esta vez sí encontró tema de conversación:

  • ¿Te mola el porno?

  • Sí, claro… Aunque lo veo todo en internet. Casi todos los días me veo una escena, para hacerme una paja.

  • ¡¡¡Pff!!! Yo también, tío… Soy mazo pajero. ¿Qué tipo de pelis te gustan?

  • Pueeeeeees… Me molan todas, pero sobre todo las cerdas.

  • Joder, macho; a mí también: las que tienen meos, lapos y cosas por el estilo…

  • Ya te digo, tío. Son las mejores…

  • También me mola ver porno hetero. Me da mucho morbo.

  • Sí; a mí también, tío. Con tal de que haya morbo, me da igual que haya tíos, tías o lo que sea.

  • Guay, macho.

En este punto de la conversación, escuchamos  a Jorge abrir la puerta de la calle e intercambiar unas palabras con el tipo que acababa de llegar:

  • Déjala aquí, tío, si quieres.

  • Vale, macho.

Al cabo de un minuto, apareció por la puerta nuestro anfitrión acompañado de… ¡El hijo de Marina! ¡No me lo podía creer! Por un momento, estuve tentado de levantarme y pirarme, pero el chaval ya había lanzado una mirada sobre nosotros y no habría servido de gran cosa. Por otra parte, ese niñato siempre me había dado mazo de morbo y había como una especie de resorte que me mantenía pegado al sofá. Jorge se encargó una vez más de las presentaciones:

  • Éstos son Iker y Borja.

  • Éste es Mario.

El chaval se acercó a nosotros y nos dio la mano. A mí me lanzó una mirada acompañada de una sonrisa cómplice que no supe descifrar. No sabría decir si me había reconocido, si sabía perfectamente quién era yo o si sencillamente se la soplaba. El caso es que en ese punto me relajé un poco y decidí dejarme llevar. ‘Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas’, pensé para mí. Al fin y al cabo, ninguno de los dos íbamos a decir que habíamos coincidido en una fiesta tan peculiar. Mario se disculpó por ir sudando y vestido de ciclista, pero venía de andar en bici y, de hecho, había dejado la mountain en la puerta.

A Borja y a mí no nos importaba mucho que viniera un poco cerdete. La verdad es que eso daba más morbo a la situación.

  • Bueno, ¿qué? Ahora que estamos todos, ¿nos ponemos cómodos o qué?

Jorge se levantó y empezó a quitarse la camiseta. En menos de un minuto, ya se había bajado el pantalón de running, bajo el cual lucía unos slips negros CK que le marcaban un buen paquete.  Su pecho estaba abundantemente poblado de vello y tenía unos sobacos imponentes, como si nunca se los hubiera recortado.

Borja y yo tardamos un poco más en desvestirnos, pero ambos nos quitamos nuestra ropa deportiva y las zapas, y nos quedamos también en gayumbos. Borja también era peludete, aunque no tanto como Jorge. Y tenía pinta de recortarse el vello del pecho y de las piernas, porque éste era inusualmente corto. Lucía unos slips blancos sin marca, como de mercadillo, de los que siempre me han puesto burraco perdido.  Su paquete tampoco estaba mal. Me fijé en la mata de pelos que se concentraba cerca de los elásticos.  El que más tardó en desvestirse fue Mario, que se desenfundó la malla de ciclista y la camiseta de lycra, y se quedó en unos boxers de pata larga con estampados de colorines. Me pareció leer ‘Jack&Jones’ en el elástico.  Contrariamente a lo que siempre supuse, aquel chaval no tenía un solo pelo en su cuerpo, aunque su espesa barba hacía intuir lo contrario. No sabría decir si se depilaba o si sencillamente era lampiño, pero lo cierto es que su anatomía de ciclista era imponente: delgado, sin ser tirillas; atlético, sin ser musculoso. Tenía la perfecta combinación entre delgadez y músculo. De hecho, era uno de esos que ahora denominan fibrados. La bici se notaba en sus anchos muslos, que era lo único que sí parecía un poco más desproporcionado. Con todo, Mario tenía un cuerpo de lo más apetecible y su cara de árabe morboso era completamente irresistible.

Al cabo, ya estábamos los cuatro sentados en el sofá, medio en bolas, con sendas birras y hablando de nimiedades, mientras Jorge pillaba los dvds y cargaba uno de ellos en el reproductor.

  • Espero que os mole esta peli. Es un pornako alemán muy morboso.

En efecto, la peli era de unos bigardos teutones, enfundados en cuero y con cortes de pelo militares, que hacían todo tipo de guarradas y perversiones. Todos mirábamos atentamente la pantalla, pero ninguno se animaba a tocarse el rabo, aunque los calzoncillos empezaban a marcar tiendas de campaña. Los cuatro nos lanzábamos miradas furtivas, pero ninguno se atrevía a romper el hielo, aunque estaba claro que lo que nos apetecía era algo más que ver un porno cerdako.  Finalmente, fue Jorge el primero en empezar la fiesta. Se bajó el gayumbo lo suficiente como para dejar respirar su gordo y peludo cipote, que parecía bastante animado. Borja fue el siguiente en quitarse el slip. Su polla mediría unos diecinueve centímetros y era también ancha y peluda, aunque el vello púbico parecía rasurado, al igual que el de su pecho. Ya que todos se estaban quedando en bolas, decidí animarme, así que me bajé el calzoncillo y dejé saltar mi rabo trempado, ante la mirada curiosa de los otros tíos. El último fue Mario que, curiosamente, era el mejor dotado de los cuatro. La verdad es que ya marcaba tremendo bulto con la malla de ciclista, pero al quitarse su bóxer ‘Jack&Jones’, nos permitió admirar una tremenda tranca que no bajaría de los veintidós centímetros. Por un momento pensé en su padre el mujeriego y entendí su éxito con las mujeres. Si el chaval había heredado la polla del padre, no me cabía duda de que éste habría traído locas a todas las vecinas de mi bloque.

Los cuatro empezamos a sobarnos las pollas, mientras intercalábamos miradas a la pantalla de la tele, a los rabos de los otros y a las caras de vicio y placer que empezábamos a poner. Aquello empezaba a caldearse. Borja echó mano a mi cipote y empezó a masajearlo y yo hice lo propio con el suyo. Por su parte, Jorge y Mario también empezaron a masturbarse sus respectivas pollas. El colegueo entre tíos es algo que siempre me había puesto cachondísimo, así que empecé a lubricar de forma casi instantánea. Borja pareció darse cuenta y no dudó en agachar la cabeza y meterse mi tranca hasta el gaznate, dándome un placer con su boca que encontré francamente irresistible. Los otros dos miraban cómo Borja me zampaba el rabo con gula, deleitándose con cada gota de precum que salía por mi uretra. Aquel tío me estaba haciendo una comida de polla de campeonato, pero había más bocados que catar, así que no dudó en lanzarse a las pollas de Jorge y Mario, que también estaban deseosas de una boca que las humedeciera.  De esta forma, Borja fue el primero en catar los rabos de los otros tres. Yo aproveché que se puso a cuatro patas para comerle el cipote a Mario y decidí explorar su ojete con mi lengua. Aquel tío tenía un culo peludo de los que siempre me han vuelto loco, con la cantidad justa de pelo como para que se puedan apreciar las formas del ojete. No dudé en meterle mi lengua y devolverle el placer que me había dado con su boca en la polla. A él pareció gustarle. De esta forma, mientras le comía las pollas a Jorge y a Mario, yo le metía la lengua en lo más profundo del ojal, haciendo que su culo se abriera poco a poco. Le lancé un lapazo espeso  que cayó justo en el centro de su rosado ojete y empecé a meterle dedos, para abrirlo más y más. Intercalé esta acción con lengüetazos y lapos que lo volvieron loco de placer. Siempre me ha encantado fistear culos, así que me  recreé trabajando el ojete peludo de aquel macho que, aunque alto y fornido, estaba resultando ser un pasivaco de primera.

Cuando se cansó de estar a cuatro patas, cambiamos de posición y fui yo quien se sentó junto a Mario, al tiempo que Jorge y Borja se comían las pollas mutuamente en un sesenta y nueve de lo más morboso. El rabo de Mario era imponente, así que no me pude resistir y me lo metí en la boca. Estaba húmedo y caliente, por la mamada que le había hecho Borja y tenía un sabor salado que combinaba notas de sudor, saliva y precum. El niñato parecía encantado, con las manos tras la cabeza, mientras le comía el cipote con gula. A esta altura, ninguno prestaba ya ni la más mínima atención  a la peli porno de los alemanacos. Estábamos montando nuestra propia peli en aquel salón:

  • ¿Os va cerdear? – preguntó Jorge de repente.

  • Sí – respondimos los tres al unísono.

  • ¡Pues no os cortéis! Si os apetece mear, o lapear, o hacer lo que os salga de los huevos, hacedlo.

Aquello se estaba animando. Lo que había empezado siendo un colegueo de lo más inocente, se había convertido en una orgíaca similar a la que en ese momento se estaba desarrollando en la pantalla de la tele. Yo llevaba ya dos birras y me estaban dando ganas de mear, así que se lo hice saber a Jorge, temeroso de que no le molase que le llenara el salón de meos.

  • Joder, ya estás tardando, cabrón – fue su única respuesta -. Méanos las bocas.

Jorge y Borja abandonaron su sesenta y nueve y se pusieron de rodillas a mis pies. Mario observaba curioso desde el sofá  y, antes de que les diera tiempo a reaccionar, les estaba meando la boca a los dos, mientras pugnaban por tragarse mi chorro de meo.

  • Ostiaaaaaaaaaaaa.. ¡Qué rico! – fueron sus únicas palabras.

Solté un meo potente y abundante, que les cayó por el pecho, rociando sus velludas anatomías. De hecho, una vez que acabé, no dudaron en lamerse los restos de orina de sus respectivos pectorales. Tal era su vicio en aquel punto. Mario miraba divertido la escena. Una vez que terminaron de relamerse los restos de meo, ambos se lanzaron a comer a dúo la polla del niñato ciclista. Él me indicó con la mirada que le apetecía comérmela a mí, así que me puse de pie sobre el sofá, de forma que mi cipote quedó a la altura de su boca. De esta forma, mientras Borja y Jorge devoraban la enorme tranca de Mario, éste me la comía a mí y yo veía desde las alturas la barbaza de uno y las bocas de los otros devorando cipotes con fruición. Borja se levantó y se fue a mi retaguardia. Cuando me di cuenta, me estaba devolviendo la comida de culo que yo le había hecho antes. Es alucinante que te coman la polla y el culo a la vez. Es un placer estereofónico. Si seguían así, no iba a tardar mucho en correrme. Notaba la boca de uno y la lengua de otro darme placer por cipote y ojal, y apretaba con mis manos sus cabezas para que comieran más y más profundo.

El sexo entre machos tiene un vicio y una interactividad difícil de evaluar. Los tíos sabemos lo que nos gusta y somos expertos en dar placer a otros hombres. Las bocas de Mario y Borja me estaban llevando al séptimo cielo. Pero no quería correrme en ese punto. Me apetecía follar algún culo, antes de soltar mi lefada. No descartaba que me follaran a mí, porque estaba cachondo perdido. Me zafé de las bocas de los dos pavos y me dirigí al culo de Borja, con la intención de clavársela. Él pareció intuir mis intenciones, ya que se colocó a cuatro patas, ofreciendo su ojal peludo y rosáceo, y abriéndose las nalgas con ambas manos.  Jorge se colocó delante y le dio a comer su rabo peludo, con lo cual, no sin antes haber soltado un buen par de lapazos en su ojal y en mi polla, antes de que nos diéramos cuenta, estábamos enrabando a  Borja por culo y boca a la vez.

Empecé con embestidas suaves, pero viendo que aquel tío tenía el culo curtido por más de una batalla, empecé a darle caña a saco, con embestidas fuertes y profundas.  A su vez, Jorge le estaba haciendo un buen gagging, a juzgar por los ruidos que se oían y por el charco de babas que estaba cayendo al suelo. Aquella estaba siendo una follada de campeonato.  Lo que no me esperaba era lo que vino después: Mario se puso de pie, se colocó detrás de mí y me metió un dedo húmedo por el culo. En circunstancias normales, no me habría entrado ni el bigote de una gamba, pero aquel día había decidido abandonarme al placer y al vicio. Mario lanzó un par de lapazos y empezó a meterme dedos por el culo, al tiempo que yo bombeaba a Borja con fuerza. Lo siguiente fue otro lapo que no cayó en mi ojete y un dolor atroz: el niñato me estaba partiendo el culo con su trabuco. Tuve que frenar mis embestidas, para adaptarme a ese pedazo de carne destrozándome el ojal, pero el morbo pudo más que el sentido común y le dejé violarme el culo. Al cabo de unos instantes, mi esfínter se acostumbró a aquellos veintidós centímetros de carne dentro y el dolor dio paso a una extraña sensación de placer. Fue entonces cuando todos empezamos a bombear con movimientos rítmicos. Mario me follaba a mí, yo me follaba a Borja, y éste se la comía a Jorge. Todos estábamos unidos por una cadena de desenfreno y placer que nos estaba volviendo locos.

La tranca de Mario era tan enorme, que empezó a golpear mi próstata con tal fuerza, que me fue imposible contener la eyaculación. Me corrí dentro del culo de Borja, preñando sus entrañas con mi lefa ardiente. Las contracciones de mi esfínter al correrme parecieron volver loco de placer a Mario, que empezó a jadear como un animal. Mi culo estaba aprisionando su polla, absorbiéndola como un agujero negro.

Una vez que terminé de soltar mis trallazos de lefa, sentí la necesidad de zafarme del rabo de Mario, que había dejado de ser morboso y placentero, así que me libré como pude y me dejé caer en el sofá. Borja seguía comiendo el rabo de Jorge con ganas y Mario vio la posibilidad de seguir follando otro ojete que, para más inri, ya estaba trabajado y lubricado. Con los restos de mi lefada con lubricación, se la metió y empezó a bombear a aquel pavo, que se volvió loco con la tranca del niñato en sus entrañas. Yo observaba la escena desde el sofá y no pude evitar medio empalmarme, a pesar de que me acababa de correr. En ese momento, Jorge exhaló un grito de placer, señal de que le estaba llenando la boca de semen a Borja.

  • Traga mi lefote, ¡hijo de la gran puta!

Al tiempo que decía estas palabras, oprimía la cabeza del otro, que poco o nada pudo hacer por librarse de aquella corrida. Los borbotones de semen le salían por las comisuras de los labios. Sus ojos estaban inyectados en sangre por la falta de oxígeno pero, a pesar de ello, estaba disfrutando como una auténtica zorra. Cuando Jorge terminó de correrse, se agachó y empezó a comerle la boca a Borja. Los dos compartieron la corrida en un beso blanco que hizo que mi polla se trempase por segunda vez en lo que iba de tarde. No contento con esa guarrada, Jorge se volvió a poner de pie y empezó a mear la cara de Borja, que recibió con los ojos cerrados aquel potente meo. Al parecer, ya no le quedaban ganas de tragar más líquidos. Mario seguía empalando el culo de aquel tío, pero al ver que yo me había animado de nuevo, se la sacó, le ayudó a ponerse de pie  y lo condujo hasta el sofá, invitándole a que se sentara sobre mi cipote.

Ahora era Jorge el que observaba interesado la escena. Mi tranca volvía a estar dentro del ojal de Borja, totalmente dado de sí tras la empalada de Mario. Lo más sorprendente es que cuando Borja estuvo cómodamente sentado sobre mi polla, Mario le metió la suya del tirón, provocando un grito de dolor en el macho peludo que resonó en todos los rincones de la casa. Nunca había hecho una doble penetración y jamás se me pasó por la cabeza que la primera fuera con un niñato morboso al que le tenía echado el ojo desde hacía tiempo. Aquel cabrón, joven y vigoroso, siguió bombeando el culo de Borja durante un rato, hasta que sentí un fluido abrasador quemar mi cipote. Mario se estaba corriendo y estaba dándole la tercera preñada de la tarde a Borja. Tal fue el morbo que me produjo esa situación, que yo también eyaculé, de forma  que nuestras dos pollas y las entrañas de aquel tío quedaron empapadas de esperma.

Lentamente, sacamos nuestras pollas pringosas y enrojecidas, y dejamos el culo de Borja liberado de carne, pero lleno de secreciones. Mario se colocó de rodillas y empezó a comerle el ojete y a decirle que soltara el contenido. Borja empezó a hacer fuerza, como si fuera a cagar, y pude intuir que Mario se estaba comiendo lo que estaba saliendo de aquel culo, aunque desde mi asiento en el sofá no podía ver con claridad. Al cabo de un minuto, cuando esa expulsión hubo finalizado, Mario se dirigió a la boca de Borja y soltó un lapo blanquecino que, a buen seguro, contenía sus restos de lefa y los míos. En ese momento, el macho peludo empezó a soltar trallazos de semen que cayeron furiosos sobre mi pecho, abrasándome la piel. No sé si fueron cuatro o cinco, pero la abundancia del esperma que salió del cipote de Borja fue extrema. Exhausto, se dejó caer sobre mi pecho, de forma que nuestros pectorales se unieron en un viscoso abrazo. Los cuatro estábamos sudorosos, empapados y rendidos, agotados tras aquella tarde de sexo sin control. Pudo transcurrir uno o diez minutos (me cuesta recordarlo) hasta que Jorge, el anfitrión de aquella fiesta improvisada, rompió el silencio con una nueva invitación:

  • ¿Alguien quiere una cerveza?

[FIN]