El chaparrón

Viaje de Mateo con unos del colegio.

EL CHAPARRON

Un día en el que fuera estaba lloviendo torrencialmente le decía por internet a Mateo.

- Me entusiasma oír la lluvia cuando cae sobre el tejado o azota la pared cercana a la cama donde duermo .

Mientras la lluvia resbalaba por los cristales como perlas o como gotas de mercurio cuando corren por el suelo si se rompe un termómetro, en la estancia donde se encontraba el ordenador seguía contándole.

  • Mi habitación está en el piso de arriba. Mira hacia el mar Cantábrico, orientación norte y cuando llueve y hace viento, que es la mayoría de las noches, el agua racheada pega sobre la pared, donde en una cama estrecha que se convierte, si es necesario en dos, duermo yo.

Mateo me escribió en la pantalla.

  • Yo también oigo al agua azotar cuando hay tormenta desde la cama en que descanso. Pero como duermo como un lirón, pocas veces puedo disfrutar de ese sonido. Algunas veces sí, me despierto y cuando la oigo, es un placer rebujarte entre las mantas al calorcito y gozar de su música durante en rato, hasta que caes de nuevo en el sueño.

Durante el día ya no me gusta tanto que llueva. Es molesto ir con paraguas, no lo llevo nunca porque además lo pierdo, y tengo que saltar de un alero a otro de las casas, para guarecerme y no calarme, cuando circulo por Oviedo.

Le contesté

¿Sabes? Salgo poco normalmente y cuando llueve lo hago siempre en coche. En la silla nunca, pero me asomo hasta el porche, donde abrigado si hace frío, me gusta quedar mirando la lluvia cuando cae.

El jardín toma una tonalidad diferente, las flores destilan el agua que han recogido. Tengo unas rosas de tallos muy altos y miro las lágrimas de lluvia que se quedan pegadas a ellas. Los árboles se sacuden a cada racha de viento y ello me permite, mientras estoy allí solitario, imaginarme las historias que después escribo.

Oye valen ¿Quieres que te cuente lo que me ocurrió una vez que llovió uno de esos chaparrones inmensos y qué después salió seguido un sol radiante? Puede que te sirva de motivo para escribir una de tus historias.

Claro, ¡¡ Cuéntame !!.

Veréis que Mateo y yo no hablamos de sexo. Entre nosotros Mateo demuestra el alma de poeta que en el fondo de su ser tiene.

Esto es lo que Mateo me contó.

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En el colegio donde estudio hay varios grupos que practican deportes fuera del patio o local que para ello tenemos, porque es necesario hacerlo en el exterior. Algunos son organizados por el propio colegio y otros lo son por los alumnos. Yo pertenecí a uno en el que se practicaba el senderismo. Lo organiza el "cole" porque son muchos los que participan.

Asturias está llena de rincones hermosos cubiertos de hayales y robledables. prados enormes de hierba donde pastan vacas y ovejas, montañas bajas con laderas cubiertas de fresca hierba donde asturcones salvajes se crían en libertad, colinas sin demasiada inclinación para poder andar por ellas y rutas umbrías donde se puede practicar sin peligro tan saludable y hasta tranquilizante deporte.

El senderismo te permite permanecer al aire libre durante varias horas, no agotarte como si practicases alguna forma de atletismo, carreras o saltos, no tener que subir o escalar grandes montañas y lo que considero más interesante, que puedes ir hablando con los compañeros que llevas al lado.

Cada quince días, los sábados que no hay clase, se organizaba una ruta diferente para recorrer. Hacía el grupo por ello dos excursiones al mes, una de media y otra de jornada completa.

En ambos casos salían a las ocho y media de la mañana, siempre del mismo lugar de Oviedo, en un autobús del tamaño adecuado a los que asistiesen aquel día. Se regresaba, si era la excursión de media jornada a las dos y media y si dedicaba el día completo, a las siete y media. En la primera los andarines llevaban bocatas y fruta y en la otra una comida completa.

Participaban en estas excursiones un número variable, pero nunca bajaba de quince personas y en algún caso el grupo llegó a superar la treintena. Les acompañaba siempre, como responsable, una profesora del colegio, de unos treinta y tantos años, a la que según parece le entusiasmaba caminar y se había hecho cargo del grupo.

Como quiero ser honrado en lo que te cuento, a mí me la "sudaba" estas caminatas y más en el único día de la semana que teníamos libre. Las quise hacer porque, entre el grupo de andarines, estaba un chaval que había llegado este año al colegio, a un curso inferior al que yo cursaba, que se llamaba Ezequiel. Me dijeron que era de origen israelí, pero lo que sin duda era el moreno más bello que nunca encontré,

Desde que lo había visto pasar cerca, le miraba con tanto entusiasmo que terminó fijándose en mí y devolviéndome la mirada. Al principio tímidamente y después de una manera que me dio pie a avanzar y demostrarle alguna confianza, saludos de cabeza al inicio, de voz posteriormente y alguna palabra muy amable dicha muy despacio al final.

Ezequiel contestaba a estas palabras o gestos míos con unas miradas de aquellos ojos negros de robabraguetas que tenía, que necesitaba poner la mano delante de la mía, para que no se me viese el bulto que se formaba de inmediato al contemplarle.

La hinchazón no debió pasar inadvertida para Ezequiel porque él comenzó a hacer lo mismo. Se ponía su mano en aquella parte sagrada y ambos seguíamos adelante tapándonos nuestra excitación, para que no fuese percibida por los demás compañeros que circulaban cerca de nosotros.

Conseguimos una vez, que no pasaba nadie, apretarnos contra la pared y rozar nuestro cuerpo, como si nos hubiésemos chocado, y pude decirle, en tan breves instantes, que me gustaba y estaba enamorado de él. Pero no pude estar, cuerpo contra cuerpo, el suficiente tiempo, para poderle comunicar todo lo que hubiese querido decirle.

En el colegio solamente pude hacerle algún gesto de beso con los labios, a la vez que colocaba mi mano delante de la pollita cuando nos cruzábamos por los pasillos o escaleras.

En el recreo, al que salíamos corriendo, solo puede deslizarle alguna frase amorosa dicha entre dientes porque tanto a él como a mí, nos arrastraban los amigos, para participar en alguno de los campeonatos, yo de fútbol, él no sé, que organizábamos durante los descansos de media mañana y en los que aprovechábamos los pocos minutos que disponíamos como si fueran de oro.

Durante un tiempo hice todos los posibles por encontrarle en los pasillos y escaleras entre clase y clase. Le buscaba mi mirada mientras jugaba al fútbol por si estaba en el patio. Después terminadas las clases yo marchaba a mi casa en el autobús y a él venía a recogerle un gran coche negro.

Era quien ocupaba mi mente durante las clases y todo el resto del día. Al marchar le esperaba al pie de mi autobús a que montase en el coche negro que le llevaba, para verle un poco de nuevo, con alguna disculpa, atarme los zapatos, organizar la mochila, mientras el chofer me reñía porque retrasaba la marcha del resto.

Sé que vivía en alguno de los pueblos cercanos del que no me quiso decir el nombre, un poco asustado y azorado, una mañana en las escaleras de bajada al patio del recreo, mientras nos llamaban los amigos, al ver el interés que puse, como alocado, por querer acercarme aquella tarde a verle hasta su casa.

Su familia le dejaba salir solo, por lo que los kilómetros que se andaban los sábados alternos, grupo al que me apunté, fue la única manera que encontré de acercarme a Ezequiel, que participaba en estos paseos porque su padre consideró que, si era una organización del colegio, tendría que ser una buena cosa para la salud de su querido y muy cuidado hijo.

Voy a describirle para que comprendas porqué me interesaba este chico.

No era muy alto y estaba delgado, pero mantenía una proporción entre su cimbreante y ágil cuerpo y su altura, que sería sin duda aceptado, a primera vista, por el más exigente buscador de modelos de adolescentes.

Era moreno, pelo ensortijado y tez bastante oscura, pero lo que más atraía de él, eran aquellos ojos negrísimos, escondidos entre una pestañas de una longitud inusitada, dos carbones encendidos, dos endrinas maduras en su cara, dos fuegos fatuos en la noche, dos chispas que saltaban, dos soles brillando en su rostro.

Eso y su sonrisa abierta, simpática, enseñando una dentadura muy igual, blanquísima, entre unos labios rojos, gordezuelos y ardientes, era lo más sobresaliente de aquella octava maravilla del mundo. Para describir el resto, sinceramente no encuentro palabras suficientes en mi pobre vocabulario.

Fue Ezequiel al que me pegué, cuando nos reunimos a las ocho y media de la mañana, en Oviedo para iniciar la excursión organizada aquel sábado. Era el primer día que salía con aquel grupo. A los que lo formaban, los conocía de vista, aunque a ninguno podía considerar muy amigo, lo que me agradó, porque así me podía dedicar más a mi ángel moreno. Eramos alrededor de veinte personas y había varias chicas entre sus componentes.

Mi adorado me sonrió al verme llegar, pero no hablamos nada durante los primeros minutos de espera en la calle, solo hicimos mirarnos embelesados, porque los demás que estaban al lado hablaban en alta voz y no podíamos hacerlo porque bajo no nos oíamos y alto no queríamos que nos oyeran.

Llegó un microbús para transportarnos hasta el pueblo donde íbamos a iniciar la verdadera excursión. Indudablemente Ezequiel y yo compartimos asiento y mientras duró el recorrido, unos cuarenta y cinco minutos, porque íbamos a una colina cercana al Angliru, nuestras piernas estuvieron pegadas, nuestras manos una encima de la otra y nuestra mirada sin apartarse de nuestros mutuos rostros.

Cuando dejamos el microbús, que nos recogería de nuevo a las seis y media pues era excursión de día completo, nos pusimos las mochilas a la espalda y el grupo, dirigido por la profesora, comenzó a subir por un sendero de suelo de tierra, bordeado, por uno de los lados, por unas paredes de piedra que lo separaba de unos prados aún con rocío mañanero y por el otro por la ladera de la montaña, con verdes y frondosos árboles,

No hablaba nadie, todos acompasaron sus pasos a la marcha que marcó la profesora, que daba unos pasos rítmicos y largos, hasta que se dio cuenta que quizá había iniciado el recorrido con demasiado ímpetu porque Ezequiel y yo estábamos quedándonos atrasados. Al ver mi amado que me costaba seguirles, aflojó también su paso para marchar a mi lado y poder seguir mirándome.

Puedo decir que el retrasarse no fue ninguna estratagema para quedarnos solos, era que yo no estaba suficientemente entrenado para seguir el ritmo que había puesto la cabeza.

Lo que andamos después durante casi dos horas, hasta hacer la primera parada, porque se hizo más despacio o porque la cuesta se suavizó, lo resistí perfectamente, aunque no hablé tampoco para poder aspirar suficiente oxígeno y no jadear, ante los demás, como mi "Japuta".

No necesitábamos hablar porque la vista y los gestos eran suficientes para mostrar el estado en que nos encontrábamos. Nuestras miradas y nuestros labios, que se ponían en posición de besar, fueron los que mostraron nuestro mutuo amor y deseo durante esta parte del recorrido.

Hicimos un pequeño descanso, bebimos agua de una fuente del monte, algunos comimos galletas o pastelitos y seguimos la marcha, como dijo uno.

Como nuevos, doña Amelie.

No te voy a contar todos los detalles de la subida y de la comida posterior solo decirte que estuvimos todos en grupo y que no nos fue posible separarnos del mismo hasta casi las tres de la tarde. La disculpa fue que íbamos a recoger fósiles que llevaríamos posteriormente al colegio para engrosar la colección que hay en él.

A la vez que Ezequiel y yo nos alejábamos del grupo vimos lo hacían dos chicas también por el mismo lado que nosotros. No me gustaba la idea porque no nos interesaban las chicas, tanto a Ezequiel como a mí, en ese momento, pero al darnos cuenta que en cuanto los demás nos dejaron de ver, se besaban entre ellas y se abrazaban con una pasión superior, a lo que empezamos a hacer nosotros, ya no nos importó.

En el momento más álgido de nuestro calentamiento comenzaron a caer unas gruesas gotas de lluvia. Estábamos entre sentados y echados en un claro de hierba corta, tierna y verde que había entre unos árboles y oíamos cercanos los grititos que emocionadas lanzaban las dos compañeras de excursión. No sabíamos si eran porque se asustaron por el inicio del aguacero o por el entusiasmo de su encuentro.

Las gruesas gotas se convirtieron de pronto en un fuerte chaparrón. No sé de quien fue la idea, pero primero nosotros dos y las chicas después al vernos, nos desnudamos hasta quedar como vinimos al mundo. Recogimos las ropas amontonadas en las mochilas que habíamos llevado y que descansaban contra uno de los árboles cercanos, las protegimos de la lluvia metiéndolas en un hueco de un tronco y continuamos desnudos con lo que habíamos iniciado ya.

El contacto de nuestra piel desnuda y la contemplación de los atributos de que Dios nos había dotado, aceleraron más las neuronas que regulan los instintos sexuales. Ver desnuda aquella tez oscura, las proporciones tan perfectas que presentaba el isrealí y aquella pequeña espada en medio de su cuerpo, tiesa, esperándome, era para volverse loco de deseo.

El agua caía sobre nuestros cuerpos como si hubieran abierto las compuertas del cielo pero aunque estaba fresca no era capaz de apagar nuestros fuegos, ni siquiera disminuir nuestros ardores.

Lo que estaban haciendo las chicas cercanas no me fijé pero lanzaban gritos como los pastores cuando llaman al ganado, que superaban al ruido de los truenos, lo que nos hacía gozar más, si era posible, a Ezequiel y a mí.

Sabes que no me gusta describir y menos presumir de lo que hago en estos casos, prefiero que te lo imagines. Solo te narraré alguna pequeña cosa por el bien de la historia.

La tormenta continuó durante bastante tiempo y a la vez que en el cielo los relámpagos y rayos se entrecruzaban, nuestros movimientos, caricias, besos y abrazos también lo hacían.

Llegó la culminación del chaparrón mediante un rayo y trueno enormes, que retumbó por toda la montaña aumentado por el eco. Pareció que el cielo celebraba de esta manera el acto de amor que estábamos celebrando, porque coincidió el máximo del ruido y temblor, en nuestro caso, con el mutuo derrame.

Cuando la lluvia comenzó a amainar estábamos echados en medio de la hierba, con nuestros cuerpos mojados, pero besándonos aún y dándonos las gracias por la entrega que cada uno había hecho al otro de su cuerpo.

La respiración estaba calmada y los cuerpos satisfechos cuando el sol comenzó a brillar de una manera mucho más intensa que lo había hecho por la mañana. En unos pocos minutos nuestros cuerpos se secaron porque también hicimos unas rápidas y cortas carreras para ayudar a que se consiguiera.

Nos vestimos con la ropa seca que habíamos guardado y nos acercamos a la zona donde estaban refugiados los restantes miembros. Las chicas, a las que avisamos que volvíamos al grupo nos acompañaron.

Cuando avistamos al resto del grupo, les encontramos acurrucados, con sus ropas totalmente empapadas, helados de frío, chorreando gotas de agua por todas las partes. Nos miraron admirados porque nosotros estábamos secos, contentos y alegres y dispuestos a hacer el camino de vuelta cantado.

Les notamos también algo enfadados, porque pensaron que nosotros habíamos encontrado algún lugar de cobijo y no les habíamos dicho nada.

Creo que debíais haber avisado, si habéis encontrado una cabaña – nos dijo la profesora que estaba preparando con rapidez el regreso.

No había ninguna cabaña es que nos hemos desnudado mientras llovía para no mojarnos y vestido cuando salió el sol - dijo una de las chicas no sé si lo decía sin malicia o con mala intención.

La profesora se nos quedó mirando a los cuatro, estupefacta, sin creer lo que estaba oyendo, no hizo ningún comentario ante las risitas histéricas de varias chicas y las exclamaciones y caras de envidia de algún chico, solo dijo.

  • Adelante, vamos a bajar un poco rápido hasta donde podáis secaros el resto.

Como creo yo era el mayor y más listo de los cuatro que estábamos secos, le hice señas a Ezequiel que tomase de la mano a una de las chicas y yo tomé la de la otra, para que todos siguieran pensando lo que sus mentes imaginaban.

El lunes los cuatro fuimos invitados a dejar el grupo de senderismo . . .