El chantaje

El dominante se convierte en dominado. Un político famoso sufre un sucio chantaje...

Me conocéis.

Sabéis perfectamente quién soy. Me habéis visto más de un millón de veces en televisión, en las vallas publicitarias, en las revistas. Creo hasta han hecho pegatinas con mi cara; con mi cara y la de algún compañero, pero bueno, ahí estaba yo, pegado a vuestra solapa.  Os diré más: incluso es posible que me hayáis votado alguna vez.

Tengo treinta y tres años y desde los dieciocho me dedico a la política profesional. Fui presidente de nuevas generaciones de mi distrito, concejal a los veinte, diputado autonómico a los veintidós… suma y sigue. Mi carrera política ha sido meteórica. Ahora soy un pez gordo del Gobierno. Hay quien dice que seré ministro antes de que acabe la legislatura. Habrá que verlo.

Escribo esto aunque no debería. Escribo esto porque estoy acojonado. Alguien me está chantajeando. No sé por qué digo “alguien”, sé perfectamente de quién se trata. Llamémosle Él. Él amenaza con hacer pública mi vida sexual, con sacarme del armario a hostiazo limpio, con llenar twitter y el Facebook y la madre que los parió de videos explícitos sobre mi vida personal.

Pensaréis que soy un exagerado. Otro politicucho marica, que salga del armario y punto. Supongo que podría haberlo hecho de jovencito y no hubiera pasado nada, pero me dio palo, lo fui dejando… y aquí estoy. Ahora podría hacerlo. No estoy casado ni nada parecido. Pero no puedo. Salir del armario es fácil cuando uno es un marica normal, con su novio y su relación y su vida de puta madre. Cuando uno es un puto guarro como yo, es un poco más difícil. Total, ¿qué les iba a contestar a los periodistas? No, no tengo pareja. No suelo follar con el mismo tío más de dos veces. Me mola mearle encima a la gente, ponerme botas altas y pisarles la cabeza, darles guantazos hasta que se les pone la cara roja como un tomate. No, eso no queda bien en prensa.

Pero volvamos a Él.

Lo conocí hace unos meses, en un acto de campaña. El pipiolo tenía veinte años. Ojo, yo no aparento mis treinta y tres. Soy alto, me machaco en el gym, pelo negro, vello recortado por todo el cuerpo. Él era delgado, rubio y angelical.

La noche de la clausura salimos todos a tomar unas cañas. Él se me acercó, tímido. No se atrevía casi a mirarme a la cara. Me dijo que era su inspiración política, trágate esa. Le estuve dando consejos toda la noche. El resto de la gente se fue marchando, poco a poco, hasta que dieron las dos de la mañana y nos quedamos Él y yo solos.

  • ¿Quieres tomar la última en mi cuarto?

En ese momento, creo que los dos sabíamos lo que iba a pasar. Bueno, Él no lo sabía todo… pero la parte que intuía le gustaba a rabiar. Fuimos al hotel, directos a mi habitación. Puse dos whiskys, por guardar las apariencias. Tras el primer sorbo, fui directo al grano y le besé en los labios. Él jadeó en éxtasis. Era mío.

  • Cómemela – dije, empujándole hacia abajo.

Él se puso de rodillas, me abrió la bragueta del traje y empezó a mordisquearme encima de los calzoncillos.

  • Así no, gilipollas. Sácala del todo y lámela.

Él me miró, pobre criatura, me sonrió y obedeció. Mi rabo quedó rápidamente a la vista: 18 centímetros, gordo y circuncidado. Él empezó a lamerlo con total devoción. A los pocos minutos, se lo saqué bruscamente de la boca y empecé a darle golpes con mi polla.

  • ¿Te gusta eso?

  • Sí.

  • Desnúdate, putilla.

El chico empezó a desnudarse con movimientos temblorosos. Cuando se quitó los calzoncillos, pude ver que no la tenía dura. Una polla limpia y golosa, sin un solo pelo… pero fláccida como un gusano inerte.

  • ¿Por qué no estás excitado?

  • No sé.

Yo estaba un poco borracho. Le empujé sobre la cama, hurgué en mi maleta y saqué unas esposas.

  • ¿Quieres que te ponga esto? Dilo ahora o calla para siempre… ¿quieres ser mi esclavo esta noche?

  • No.

Bofetón en la cara. Simulado, nadie pegó a nadie. Pero que me dijera que no fue… como un jarro de agua fría. Nunca me había pasado. Me derrumbé sobre la cama y tiré las esposas al suelo.

  • Chico, espero no haberte asustado. Es sólo un juego. Podemos follar normal, si quieres. Creí que te iba este rollo… no sé por qué, nunca me suelo equivocar. ¿Qué te mola? ¿Quieres que hagamos otra cosa?

  • No. No, quiero hacer esto. Nunca he probado el BDSM, es sólo eso. Si lo haces con cuidado, no me importa.

Él se agachó y recogió las esposas. Se dio la vuelta en la cama, se puso a cuatro patas, metió una de sus manos en una de las esposas y enganchó la otra al cabecero de la cama.

  • Vamos, fóllame.

Y empezó a mover el culo como una auténtica zorra. Yo me acerqué y empecé a comérselo. Dios, como saben los culos de estos jovencitos… En chaval estaba buenísimo, y yo volvía a sentirme en plena forma. Le follé el culo con la lengua durante cinco buenos minutos, para asegurarme de que no le iba a doler. Luego un dedito, dos, tres… Él gemía sin parar.¡

  • ¡Fóllame! ¡Métemela ya!

  • Pídemelo.

  • Por favor, clávame esa polla enorme… rómpeme en dos, córrete dentro de mí…

Dicho y hecho. Me escupí en el capullo, lo apreté contra su esfínter y empujé. El nene no era virgen, eso seguro, porque mi rabo entró como la seda. Estaba tan caliente que empecé a follármelo a lo bestia.

  • ¿Te gusta?

  • No… oh Dios mío… para, por favor… no…

  • ¿Paro?

  • No, joder. Fóllame, viólame, párteme…

  • ¿Quieres que te viole, putilla?

  • ¡Ten piedad!

  • ¡Te jodas! ¡Toma mi leche!

Y me corrí dentro de su culo de veinteañero. Nos besamos, nos acariciamos, nos duchamos… y él se marchó. Nunca supe si se había corrido o no. Tampoco volví a saber de él. Por un tiempo.

Anoche, recibí un sobre en mi casa. Un sobre blanco, sin sellos ni nada. Lo abrí, olvidándome de las precauciones que nos enseñan para prevenir actos terroristas y cosas sí. Menos mal que lo abrí yo, porque si se lo llego a enseñar a alguien…

Había dos objetos, una nota y un CD. Desoyendo toda sensatez, metí el CD en el ordenador, y me vi a pantalla completa, humillando y violando a un chiquillo de veinte años, pero que en el video aparentaba como mucho quince. El muy hijo de puta lo había editado de tal forma que parecía, realmente parecía, que lo había violado en contra de su voluntad. Qué gilipollez. A todo el mundo lo violan contra su voluntad. Parecía que lo estaba violando, punto.

La nota decía lo siguiente:

“Capullo, facha de mierda:

¿Querías que yo fuera tu esclavo? Ahora te vas a enterar. ¿El pez gordo se cree el amo del mundo? Pues que sepas que, a partir de ahora, el Amo soy YO. Te voy a hacer sentir como la perra que eres. Harás todo lo que te diga, obedecerás todas mis órdenes, o cuelgo este vídeo en YouTube y tú vas a la cárcel.

Quiero que te metas un pepino por el puto culo, que te hagas una foto y me la mandes por whatsapp. En mi afiliación tienes mi móvil, capullo.

He dicho YA.

Miguel”.

Joder, joder, joder. El primer joder es porque debo de ser un puto pervertido, porque la nota me la había puesto morcillona. El segundo joder, porque veía mi carrera política acabada, a mi madre viendo el vídeo y yo estudiando otra carrera en la cárcel. Y el tercer joder porque no tenía pepinos.

Joder, no me gusta el pepino.

Salí a la calle, en busca de unos chinos. Compré un kilo de pepinos de tamaños variados, procurando que no hubiera ninguno demasiado grande, por si las moscas. Me fui a la puta sede del partido, que afortunadamente no me pilla lejos. Apunté el teléfono del loco. Volví a casa, cogí el pepino más pequeño y no supe que hacer.

Me despeloté. Volví a leer la nota. Se me estaba poniendo dura. Fui a por algo de lubricante, me metí los dedos, me relajé… y me metí el pepino. No sin cierto malabarismo, me hice una foto con el móvil en la que no se me veía la cara. Se la mandé al sádico.

Quiero que se te vea la cara

Joder. Otra foto. Ya está.

Ahora quiero un video de cómo te pajeas

El caso es que mi polla estaba bastante dura. Un poco de masaje no le vino mal. Hice unos segundos de vídeo y se lo mandé.

Llámame por teléfono

Obedecí… qué iba a hacer.

  • Hola – dije.

  • Hola… amo. Soy tu amo a partir de ahora – me contestó.

  • Hola, amo.

  • Mastúrbate, cerda. Quiero que te corras con el pepino por el culo. Y quiero que me pidas que te folle.

  • Fóllame, amo – empecé a decir tímidamente mientras me tocaba mi rabo cada vez más duro.

  • ¡Grítalo, puta!

  • ¡Fóllame! ¡Quiero que me la metas! ¡Clávamela!

  • Mueve el puto pepino, cabronazo…

Yo ya estaba entregado. Seguí follándome con el pepino, cascándomela mientras daba alaridos por el manos libres y le pedía al niñato que me follara, que me dejara ser su esclavo, que me diera su lefa…

Al fin me corrí, entre jadeos.

  • Te has corrido sin mi permiso, esclavo. Mañana quiero que te compres un vibrador, y más vale que sea grande o te haré salir en medio de la puta noche a comprar otro. Mañana, nueve en punto de la noche. Quiero foto tuya con el vibrador metido por el culo. A las nueve y un minuto, si no sé nada de ti, cuelgo el vídeo de cómo me violaste. Hijo de puta.

  • Pero…

Él colgó.