El Chantaje (4)
Las chicas intentan rebelarse luego de una tarde en la piscina
IV
Cuando salí de casa, sería la una y media, apenas sí me dio tiempo a ver a algunos amigos para, acto seguido, irme a casa de mis abuelos a comer. ¿He de decir que todos mis amigos se extrañaron por lo contento que parecía? Y es que no es para menos, si ellos se hubieran encontrado en mi situación, seguramente tendrían la misma cara de felicidad que, según ellos, se veía reflejada en la mía si bien aún me preocupaba algo: A mi hermana aún no la había tocado ni las tetas ni el coño: ¿Qué podía significar aquello? ¿Iban a poder los prejuicios conmigo? Cierto que cualquier cosa que le hiciera a Laura, con Mónica sentía un placer muy superior pero, en lugar de centrarme en ésta, era en su amiga en quien lo hacía y eso no me gustaba, mucho me había pajeado pensando en ella, imaginando las más inverosímiles posturas y, ahora, sólo la tocaba el culo y, hasta esa mañana, ella no me había producido ninguna eyaculación... algo había que hacer al respecto y también algo había que hacer con respecto a la cinta de vídeo, no iba a ir con ella a todas partes para evitar que la borrasen por lo cual aquella tarde, antes de irme a la piscina, compré un par de cintas y las copié guardando. Ellas no deberían saber que había hecho las copias, así sabría cómo reaccionarían dejando el original guardado en mi habitación, cierto que bien ocultas para que no sospechasen caso de encontrarla, pero no por ello dejaban de estar en casa y, por tanto, a su alcance si querían buscarla.
Estando en casa de mis abuelos, aproveché un momento en el cual estaba mi hermana sola para acercarme hasta ella y, metiéndola la mano entre el pantalón y la braga para alcanzarla su hermoso culo sin que ella protestara lo más mínimo, la dije:
-¿Cuándo os he dado yo permiso para vestiros?
-Pero no querrías que viniéramos hasta aquí desnudas, ¿no?
-No, putita, eso sería demasiado pero antes de salir deberíais haberme pedido permiso, un permiso que os habría concedido pero, ahora, resulta que me habéis desobedecido. ¿Sabes qué significa eso?
-Sí.
-Mucho me temo que no aparte que pareces haber olvidado qué soy yo para tí, ¿eh, putita?
-Perdóname, amo, lo había olvidado y nos podrían oír.
-¿Qué te importa a ti eso, zorra?
-Nada, amo, soy una estúpida y merezco lo que me hagas.
La verdad es que esa respuesta no me la esperaba: ¿Estaba realmente metida en el juego? ya había tenido esa impresión en el baño pero tal respuesta... Claro que con ello podría desaparecer parte del morbo que su rebeldía me producía. Habría que hacer algo al respecto pero tenía toda la tarde para pensar en ello y el castigo que las impondría por su desobediencia y a fe que no tardó en contárselo a su amante pues su mirada así me lo dio a entender.
Cuando terminé de hacer las copias, me fui a la piscina donde ya estaban ellas disfrutando de aquella calurosa tarde con sus amigos. Yo, luego de saludar a mis amigos, fui donde estaba ellas besando a ambas en la mejilla, era algo que hacía con mi hermana habitualmente pero nunca con Laura quien no hizo nada por rechazarme ni tampoco cuando la pasé la mano por los hombros causando el asombro de mis amigos quienes, en mayor o menor medida, estaban deseando hacer lo propio con ella si bien eran pocos quienes se acercaban, de todos eran conocidos sus malos modos cuando alguien intentaba ligar con ella:
-Esclava -la dije arrimando la boca a su oído-, ¿quieres que te dé bronceador?
Me miró como intentando comprender si aquello era una simple petición o bien una orden pero estaba demasiado imbuida de su condición como para pensar que podía ser un simple requerimiento:
-Como quieras, amo -esta última palabra la dijo lo suficientemente baja como para que sólo la oyera yo.
-No te he preguntado eso sino si quieres que yo te lo haga.
-Sí, amo, me gustaría que me extendieras el bronceador por la espalda, yo sola no llego.
Se tumbó boca abajo sobre la toalla y me acercó el frasco.
-Desabróchate el sujetador o sino te mancharé los tirantes.
Hizo lo que la sugerí y, luego de rociarla una buena cantidad de líquido, comencé a extendérselo por toda la espalda deteniéndome mucho más de lo necesario para que la piel lo absorbiera. Era delicioso estar allí sobándola impunemente mientras veía cómo mis amigos no me quitaban los ojos de encima maravillados y ávidos por ponerse en mi lugar y más cuando, una vez bien masajeada toda la espalda, arrojé una buena cantidad en su zona lumbar, empecé a extendérselo por aquella parte sin cohibirme de meter ligeramente la mano por la braga aunque lo suficiente para que mis amigos pudieran extasiarse ante aquella visión. Cuando creí oportuno terminar con esa zona, bajé hasta las piernas y, desde los tobillos hasta las rodillas, la masajeé una pierna y luego la otra para hacer lo propio con los muslos sin dejar de meter la mano nuevamente bajo la braguita. La verdad es que aquello me estaba poniendo muy cachondo, a las sensaciones propias de palpar aquella beldad, se sumaba el morbo de mis amigos contemplándola y era evidente que no me podía desahogar allí, debería buscar antes algún lugar apropiado pero, mientras, luego de hacer que se abrochara el sujetador, la ordené que se diera la vuelta para continuar con la parte delantera:
-Si quieres puede darme yo sola, amo, ahí puedo.
-Si hubiera querido que tú lo hicieras, te lo habría dicho.
Ella, obediente, se dejó dar aquel mejunje por toda su parte delantera empezando por los hombros, bajando hasta el sujetador sin olvidarme de introducir muy ligeramente los dedos, luego el abdomen llegando a acariciarla el vello púbico siguiendo por las piernas en el mismo orden que estando de espaldas. La vi completamente sonrojada, aquello no lo esperaba y más cuando, extendiéndola el bronceador por la parte interior de los muslos, introduje los dedos por la braguita llegando hasta el mismo límite de su raja momento en el cual ella me miró con los ojos asustados pensando que quería llegar más allá pero una simple mirada mía fue suficiente para que se le quitara el susto, con ella comprendió perfectamente lo que quería y pareció relajarse un poco aunque tenía los pezones completamente enhiestos, a ella, aparte mi manoseo, la había excitado el morbo de todo aquello, el sentirse observada por todos mis amigos sin excepción, el sentirse el objeto de deseo de todos ellos.
Fue una tarde bastante animada, hice que ambas se unieran a nuestro grupo dejando el suyo y a fe que más de uno se aprovechó de aquella ocasión por cuanto me cuidé de prevenirlas que no protestaran en absoluto por lo que les pudieran hacer mis amigos y, aunque, como es obvio, a ellos no les dije nada, entre ellos siempre hay alguno que intenta pasarse de listo encontrándose con la alegre sorpresa que cuando, descuidadamente, es un decir, ponía la mano allí donde no solía ponerla, ninguna de ellas hizo el menor gesto de querer retirarse y eso es algo que se va corriendo si bien, cuando vi que la cosa empezaba a ponerse peligrosa, las mandé a ambas a casa pero seguro que más de uno de ellos se hizo una paja en su honor incluso antes de cenar.
En cuanto a mi cena, a las nueve en punto ya estaba sobre la mesa según las había dicho al mediodía. Había llegado a casa poco antes y era tanta el hambre que tenía, que lo primero que hice fue dar buena cuenta de lo que me habían preparado para cenar, no es que fueran unas excelentes cocineras pero tampoco intentaron complicarse la vida aparte que el apetito, como ya he dicho, era mucho. Nada más terminar y tumbarme sobre el sofá, me pusieron el café y la copa sin necesidad de habérselo pedido. Aquella vida empezaba a gustarme.
Luego fueron ellas a hacer lo propio y, una vez recogida la cocina, fueron hasta el salón:
-¿Podemos hacerte compañía, amo? -dijo Laura.
No sé por qué, aquello empezaba a disgustarme, era demasiada solicitud y yo prefería algo más de rebeldía por lo cual las ordené, primero, que se desnudaran y luego:
-Como ya le dije a la putona de mi hermana, estoy cansado que no me obedezcáis cuando yo os digo las cosas. Esta tarde os habéis vestido sin mi permiso y eso es algo que no me ha gustado en absoluto así que tú, puta, échate sobre el sillón como ayer.
Me miró con ojos suplicantes como queriendo pedirme que no lo hiciera pero mi mirada debió convencerla que no se iba a librar del castigo y que era mejor no intentar suplicarme por cuanto podía ser peor si bien antes fui a mi habitación, cogí la cinta y la cámara y con ambas bajé al salón:
-¿Qué vas a grabar, amo?
-Voy a hacer una excepción y te lo voy a explicar: Ayer me cansé de pegarte por lo cual vais a ser vosotras las que os castiguéis mutuamente y espero que lo hagáis con la fuerza suficiente pues, en caso contrario, seré yo quien os lo haga y no con la zapatilla sino con una correa.
Entonces sí vi en sus rostros un tímido intento de rebeldía, aquello les parecía demasiado pero, al fin, ya lo habían hecho el día anterior y, a una señal mía, Laura cogió una de mis zapatillas y empezó a golpear a mi hermana en un trasero que estaba muy dolorido por lo de la noche anterior y lo de esa mañana, la pobre se había encontrado con todas hasta el momento y, a través del visor, vi cómo las lágrimas asomaban por su ojos, cómo gritaba cuando su amiga la daba más fuerte o en lugares más dolorosos o lastimados con antelación. Fueron veinte golpes dados a conciencia y en el rostro del verdugo se veía cierta satisfacción como bien pude comprobar cuando vi la grabación pues, a través del ocular apenas sí se veía pero hay algunos primeros planos memorables que, cuando los vio mi hermana, la hicieron que tardara en olvidarlos y a punto estuvo de romper con ella para siempre pero luego le tocó a ella hacer lo propio y a fe que no se quedó atrás, tenía un buen recuerdo en sus asentaderas de los verdugones que le había producido su amante y bien se los hizo pagar centrándose más en la zona vaginal de lo que lo había hecho Laura y ésta sí se quejaba, sí gritaba como si la estuvieran matando, a cada golpe que recibía, soltaba un fuerte gemido y las lágrimas manaban abundantes de sus ojos sin que tal circunstancia pareciera amilanar a su disciplinante. Laura recibió un castigo más largo, su forma de chillar me estaba exacerbando de mala manera y, hasta no llegar a los veintiocho no corté la grabación e hice parar a mi hermana:
-Muy bien, putita, así me gusta, que hagas las cosas como yo te mando -la dije mientras la estrechaba contra mí agarrándola por el culo y besándola en los labios-, me has puesto a cien y ahora hay que rebajar la hinchazón.
-Como quieras, amo.
Pero antes que empezara le entregué la cámara a Laura para que grabara la actuación de mi hermana advirtiéndola claramente que en ningún momento apareciera mi rostro en ella:
-¡Qué buenas pajas me voy a hacer con esta cinta cuando termine vuestro período de esclavitud!
La cámara se puso tras de mí con ella en ristre y mi hermana comenzó a sacarme la verga y a acariciarla suavemente pero, mediante señas, la dije que ésa no era la forma adecuada, que ésta vez lo tenía que hacer con la boca. Su gesto de asco fue antológico, de lo mejor que tengo grabado de esos días y a fe que fueron varias horas las que logré reunir en la casi semana que duraron aquellas relaciones.
Mónica no tardó en comenzar su faena animada por un tirón de los pelos y, según la iba indicando, comenzó a lamerme los testículos y luego todo el pene hasta llegar al glande momento en el cual yo ya estaba a punto, la excitación de aquella tarde unida a la de esa noche, me tenía a punto de caramelo por lo cual la obligué a meterse la poya en la boca y a subir y bajar por ella ante sus intentos de arcadas pero fue poco lo que tuvo que aguantar pues no tardé en eyacular y ella, como buena discípula, luego de oír lo que el día anterior le había dicho a su amiga, se quedó con todo en la boca sin dejar escapar una sola gota. A un gesto mío, Laura dejó la cámara:
-Ahora trágate todo lo que tienes en la boca.
Nueva mirada de súplica que no sirvió de nada pero, cuando ya lo hubo tragado, me dijo Laura:
-Amo, ¿la cinta que hay en la cámara es la misma que la de ayer?
-Sí, ¿por qué quieres saberlo?
-Porque ahora está en mi poder y puedo destrozarla, amo -esta última palabra la dijo con retintín, casi como cachondeándose de mí.
-Parece que eres muy lista.
-¿Qué tienes que decir ahora; eh? -dijo mi hermana en plan amenazante.
-Pues que no sería muy conveniente para vosotras hacerlo.
-¿Por qué? -preguntó otra vez Mónica.
-Pues porque, de hacerlo, no tendrías un motivo para obedecerme.
-¿Y te crees que nos gusta, amo? -volvió Laura.
-Claro que os gusta, si no os gustase podríais habérmela quitado ayer mismo, al fin sois dos contra uno y, aunque sea más fuerte que vosotras, supongo que entre las dos algo podríais haber intentado. ¿O me equivoco?
-Te equivocas, cerdo, y te aseguro que, a partir de ahora, tu vida va a ser muy difícil.
-El caso, puta...
-¡A mí no me vuelvas a llamar así! ¡Yo no soy ninguna puta!
-Pues bien me la has chupado, puta, y te aseguro que ni Laura me lo hizo ayer tan bien y eso que pensé que tenía mucha experiencia pero lo tuyo ha sido antológico.
-¡De mí no te ríes, cabrón! ¡Te aseguro que te vas a acordar de cómo nos lo has hecho pasar estos días! Ya encontraré la forma de que papá y mamá conozcan algunas cosas tuyas.
-Será mejor que no sigas adelante -dije cuando vi que Laura, una vez sacada la cinta de la cámara, se disponía a romperla- pues esta tarde, antes de ir a la piscina, hice varias copias y os aseguro que, si estropeas ésa, antes de enseñarle las copias a tus padres y a los míos, la verán todos mis amigos.
-Es un farol, lo dice para asustarnos.
-¿Estás convencida de eso? ¿Te arriesgas?
Vi dudar a Laura pero mi hermana era mucho más decidida y se arrojó hacia donde estaba su amante para arrebatársela y hacer con ella lo que había intentado hacer.
-Espera - la conminó-, puede que esté diciéndonos la verdad.
-Es un farol, lo sé, ése no tiene suficiente cabeza para hacer eso y ésta es la única prueba que tiene de nosotras. Si la estropeamos, será su palabra contra la nuestra y, cuando diga que intentó chantajearnos, seguro que se le cae el pelo.
-¿Pero y si es verdad?
-Entonces que la saque o, si no, es que no la tiene.
-Yo no tengo por qué intentar convencer a mis esclavas pero os aseguro que, si la rompéis, los azotes que os habéis dado antes no serán nada en comparación a los que yo os daré luego con la correa, os voy a dejar la espalda que no volveréis a poder poneros un biquini hasta el año que viene.
Laura me miró con miedo, un miedo que era atroz pero no por la amenaza que la había hecho, cierto que no era una persona que aguantase el dolor y el mismo hecho de no poder ir a la piscina durante todo el verano aunque la preocupaba, no lo hacía tanto como para poner esa cara, ella lo que temía realmente era que lo viera su padre, le temía mucho más de lo que yo pudiera hacerle fuera esto lo que fuere:
-Por favor, Mónica, no lo hagas.
-¿Pero no ves que nos está chuleando, que todo lo que dice es mentira?
-No, no me lo parece, está muy seguro de sí mismo, mírale, ni siquiera parece preocupado.
-No te fíes de su cara de póker, le he visto en más de una ocasión mentirles a mis padres con una desfachatez increíble, es muy bueno mintiendo, quizá para lo único que vale.
-Bueno, decidíos ya que me estoy cansando. O la rompes o no la rompes pero no me hagas perder el tiempo.
A todo esto, a ninguna de las dos la había dado por vestirse, estaban ambas desnudas discutiendo de aquello como si ya se hubiesen acostumbrado a esa situación, como si yo fuera una más de ellas.
-Te aseguro que te vas a acordar, cabrón.
E hizo un gesto para abrir la tapa de seguridad de la cinta y tirar de ella pero Laura no la dejó:
-¿No crees que es preferible que creamos que no es un farol? Porque, ¿y si no lo es?
Mónica estaba empezando a dudar sobre todo al verme allí sentado, tan tranquilo pero era evidente que no terminaba de creerme y sólo las súplicas de su amiga la habían detenido a la hora de no romper la cinta que, por otra parte, no me hubiera gustado en absoluto que lo hiciera pues quería ver la cara de mi hermana mientras me lo estaba chupando pero siempre podría hacer otra grabación
-Pues que nos la enseñe.
-Sólo lo haré si rompes ésa o me la devuelves intacta y os aseguro que la copia, independientemente de que luego se las enseñe a nuestros padres, la verán todos mis amigos y puede que empiece a circular por toda la ciudad.
No sé si lo he dicho, pero vivíamos en una pequeña localidad de unos veinte mil habitantes donde todos más o menos nos conocíamos y, desde luego, de verla unas cuantas personas, ellas no podrían volver a salir a la calle sin que se vieran continuamente señaladas y, claro, tarde o temprano, nuestros progenitores se enterarían.
-Por favor, Mónica, haz lo que te dice, dásela.
-Nos está mintiendo, hazme caso, que lo conozco desde que nació -se la notaba a punto de rendirse no tanto por mis palabras sino por las ruegos de su amiga.
-Puede que nos quiera probar, dásela, por favor.
-¿Y si luego no la ha hecho?
-Es preferible a que sí lo haya hecho.
Esta última respuesta pareció terminar de convencerla, las imprecaciones de Laura habían sido suficientes para ablandarla y supongo que también ciertas dudas sobre mis palabras, puede que mi actitud fuera lo que terminó por inclinarla a hacerla caso y, tras unas últimas dudas que se quedaron para ella, me alargó la mano con la cinta:
-Tómala pero te aseguro -continuó dirigiéndose a su amiga- que nos vamos a arrepentir.
-Dámela tú, so puta -la dije intentando molestarla viendo además que, para cogerla, me tendría que levantar de mi posición.
La rabia con la cual me miró no es para ser descrita. En ese mismo momento estuvo por cumplir su amenaza de destrozar la cinta pero una mirada implorante de Laura la hizo obedecerme y dármela.
-¿Y qué hago ahora con vosotras? Os habéis sublevado y además ni siquiera habéis tenido huevos para cumplir vuestra amenaza, ¿qué pasaría si ahora yo os dijera que no he hecho ninguna copia, que la puta de mi hermana tenía razón?
Describir los rostros de ambas está fuera de mis escasas dotes como escritor pero vi en Mónica un claro intento de abalanzarse sobre mí para quitarme la cinta que las mostraba insolente en mis manos Laura hizo un gesto de paciencia a mi hermana recomendándola tranquilidad, que siempre tendrían tiempo.
-Pero no os preocupéis -continué-, no quiero haceros sufrir más de lo necesario y enseguida la veréis pero antes, acercaos aquí las dos. Daos la vuelta -continué cuando las tuve al alcance de mis manos, cada una a un lado del sofá.
Las miré los culos tremendamente amoratados aunque ambas habían tenido la precaución de golpear solamente donde las tapaba la braga del biquini, así podrían continuar yendo a las piscinas sin tener que explicar a sus amigas las causas de los cardenales.
-Me parece que esto ya está suficientemente castigado como para reincidir en lo mismo, no quiero pareceros cruel así que poneos de rodillas ante los dos sillones con los brazos en cruz que voy a buscar una de las copias.
Me llevé la cinta conmigo para evitar nuevas situaciones como la vivida pocos momentos antes y, tras buscar entre el montón de cintas que teníamos en casa, saqué una de ellas y me dirigí al vídeo donde la introduje en el lugar correspondiente y, luego de rebobinarla, di al play. Acto seguido comenzó la hermosa secuencia en la cual ambas se estaban haciendo el amor, una secuencia que no tardó en ponerlas a ellas cachondas a pesar de aquella posición que, obviamente, no tardó en comenzar a cansarlas como podía comprobar por cómo se las bajaban los brazos volviendo a subirlos para evitar mi ira. Mi pene, a pesar del relajamiento anterior, volvió a su posición pina, aquella película era digna de figurar en los mejores films pornográficos pues ellas no estaban actuando, ellas estaban sintiendo todo el placer que sus carantoñas las producían y, una vez se olvidaron de la cámara, se las notaba el placer por todos los poros del cuerpo, disfrutaban como enanas de sus masajeos, de sus meteduras de dedos... Seguro que estaban deseando bajar sus brazos más que por el cansancio para intentar disminuir la calentura que debían tener:
-¿Y bien, zorras -las dije cuando terminó la cinta- ¿Estáis convencidas de lo que os he dicho? ¿Mentía o no?
Ambas bajaron la cabeza como avergonzadas por sus dudas, casi como san Pedro luego de haber renegado tres veces de Cristo, pero en ningún momento hicieron gestos de querer bajar los brazos a pesar que se notaba que apenas sí podían seguir aguantando más la posición.
-Está bien, por esta vez os perdono pero espero no volver a encontrar ninguna duda más en vosotras. Podéis bajar los brazos y sentaros.
Los tenían tan entumecidos que apenas sí se pudieron ayudar de ellos para incorporarse y repantingarse en los sillones para descansar de aquella forzada posición momento que yo aproveché para hacer una copia en aquella misma cinta de lo que habíamos hecho aquella noche y fue entonces cuando, al ver mi hermana la cara de su amiga cuando la golpeaba, estuvo a punto de enfadarse con ella pero luego vio la propia en la cual la venganza parecía esta a flor de piel y decidió olvidarlo.