El Chantaje (3)

debían comprender que yo era un novato en estas lides aparte de bastante tímido, me iba a costar adaptarme a la nueva situación pero terminaría por conseguirlo y hacer realidad una parte considerable de mis fantasías.

III

He de decir que aquella noche dormí como un bendito. Entre las varias corridas, las dos copas y la visión de ambas besándose con mi semen por medio, me quedé dormido en poco tiempo algo que, por otra parte, no era muy habitual en mí y mis sueños fueron muy eróticos aunque no sólo fueran ellas dos quienes aparecieran en ellos, ya me creía un don Juan a quien todas las hembras se le rendían a los pies. Hubo sexo por todas partes pero, contrariamente a lo que me había sucedido en otras ocasiones, a eso de la una me desperté seco lo cual era comprensible teniendo en cuenta que había descargado tres veces entre la tarde y la noche.

En un principio, apenas sí me acordé de lo que había sucedido el día anterior, me desperté un poco atontado pero no tardé en recordarlo todo, no dejaba de ser una experiencia demasiado extraordinaria como para no traerla a la memoria casi de inmediato y, aunque no había mojado las sábanas por la noche, no por ello mi pene estaba relajado, todo lo contrario, estaba más erecto, si cabe, que de costumbre y, evidentemente, no iba a ser yo quien lo relajara, no al menos mientras tuviera quien me lo hiciera por lo cual llamé a mis dos esclavas a voces. Al parecer, las dos se habían levantado bastante tiempo antes, su nueva situación apenas las había dejado dormir y sí hablar mucho sobre cómo intentar terminar mi dominio pero, al parecer, no habían encontrado una manera adecuada para ello por lo cual se presentaron ambas rápidamente:

-¿Nos llamabas, amo? -preguntó Laura con una notable sumisión en su voz.

Mónica, en cambio, no dijo nada. Tendría que trabajarla mucho para hacerla que se portara como su amiga aunque, a la vez, aquella actitud le daba más morbo al asunto pero no podía permitir que su rebeldía terminara por imponerse:

-Tú, esclava -le dije a Laura-, me vas a preparar el desayuno y me lo traes a la cama, tú, puta, me vas a hacer un rato de compañía.

En cuanto se fue Laura:

-Venga, desnúdate.

Me miró sorprendida, no parecía esperar esto de mí:

-¿Qué me vas a hacer?

-Parece que no entiendes las cosas. Sabes, primero, que me tienes que llamar amo y, además, nunca debes cuestionar mis órdenes si no quieres que me canse así que haz lo que te digo.

Su mirada esta vez era de cólera, estaba a punto de rebelarse y yo lo sabía por eso no podía retroceder en ningún momento, no debía mostrar el más mínimo signo de debilidad:

-Perdón, amo -esta palabra la dijo con cierto retintín-, pero ¿no podríamos hablar antes?

-Podemos hablar si es eso lo que quieres pero desnúdate primero, luego me alcanzas la zapatilla y vienes aquí que te castigue por tu insolencia.

Si la anterior mirada era de cólera, no creo que existan adjetivos para calificar la que me dirigió cuando oyó mis palabras. Se debatió en su interior sobre si acceder a lo que la había pedido o largarse sin esperar a más. Se lo noté en su cara, la conocía demasiado para que se me pasara cualquier gesto que pudiera poner y debía actuar rápido:

-¿Cuánto tardas? ¿Quieres que te dé más o quieres que le enseñe la grabación a papá y a mamá cuando vengan?

Creo que fue esta última parte lo que más la movió a obedecerme, era mi mejor baza y, desde luego, la utilizaría cuantas veces fuera necesario.

Por fin, se desnudó, sólo tenía un ligero pijama y las bragas, se acercó hasta donde tenía las zapatillas, cogió una de ellas y me la dio en la mano con cara de odio a la vez que de resignación.

-Ahora túmbate aquí.

Y la indiqué mis piernas cosa que ella hizo sin rechistar. Allí estábamos los dos solos, yo con una zapatilla en la mano y ella con el culo dispuesto a recibir el castigo pero, en lugar de golpearla, comencé a acariciarla esa parte de su anatomía, tenía una piel muy suave parecida a la de un bebé y era muy excitante pasarla por allí la mano. Ella se volvió un poco sorprendida por no haber recibido ningún zapatillazo y sí, en cambio, aquellas caricias que no parecían disgustarla del todo aunque en su rostro pude vislumbrar algunas lágrimas, era evidente que la humillación que aquello suponía se imponía al posible placer que mis manos podían ocasionarla. Cuando me cansé de acariciarla, cogí la zapatilla y la di un sonoro golpe en sus nalgas aún amoratadas por la paliza del día anterior lo cual hizo que la doliera bastante más lo cual pude advertir por el grito que dio aunque supongo que la sorpresa contribuyó también a que el chillido fuera más fuerte pero, curiosamente, no dijo nada y lo mismo cuando la di un segundo y un tercero, una vez acabado los cuales, dejé la zapatilla a un lado y volví a sobarla con más fruición aún si cabe y notando cómo el pene, impedido ya de crecer más en altura, lo hacía en grosor, excitación que aumentaba al notar cómo parte de su costado le estaba rozando y yo hacía lo posible para que el roce fuera mayor.

¡Por fin me estaba decidiendo con mi hermana! ¡Y qué maravilloso era hacerlo con ella! No es que físicamente estuviera mejor que Laura, ya he escrito algo al respecto y no debo insistir en ello pero el haber vivido juntos desde su nacimiento, el haberla visto crecer como mujer y el propio hecho del parentesco le daban al aspecto una exacerbación difícil de describir con palabras y fue entonces cuando decidí meterla un dedo por el ano. El bote que pegó fue mayúsculo, supongo que no lo esperaba o bien que la encantó, el caso es que entró con relativa facilidad por lo cual lo saqué, era el índice, y la metí el corazón e inicié un meteysaca que noté que sí la gustaba, supongo que ella también estaba empezando a notar el morbo que todo aquello la producía, puede que no estuviera hecha para ser sometida pero el hecho que el propio hermano te esté sodomizando con el dedo, debe ser sumamente excitante y ella no dejaba de culebrear, de sentir un gran placer y a mí me gustaba aquella forma suya de comportarse, estaba sintiendo como propio su regodeo y mi pasión no dejaba de crecer pues, a su placer, se sumaba el que empezaba a refregar su costado con el pene en lo que me parecía algo buscado y no una simple casualidad y aún subió a su culmen cuando, por fin, llegó al orgasmo, un orgasmo como no la había visto el día anterior:

-¿Qué me has hecho? -dijo al finalizar pero aquello no estaba nada bien por lo cual cogí la zapatilla y la di otros tres golpes que la hicieron dar un alarido:

-¿Cómo tienes que dirigirte a mí?

-Perdón, amo, se me había olvidado.

-Pues, para que no se te olvide, toma.

Y la di otros tres golpes que resonaron con fuerza en la habitación. Ahora quítate de encima de mí, que ya me estás cansando, zorra.

Ella se levantó y yo aproveché para levantar la sábana apareciendo mi pene en su máxima expresión:

-Mira cómo me lo has dejado, puta, ponlo en su posición normal.

En su mirada no había rastro de comprensión, no entendía qué la estaba pidiendo aunque, todo hay que decirlo, Mónica no tiene ningún rastro de estupidez mental y no tardó en darse cuenta de lo que la pedía. Al fin, en ese momento, no se trataba más que de darme una compensación por lo que la había ofrecido y ella se acercó hasta mí, cogiendo el pene con precaución, casi como si fuera una serpiente que fuera a morderla y comenzó a menearlo con suavidad.

-Ponte aquí encima, puta.

Y la señalé las piernas, aunque no estaba acostumbrado a que nadie me lo hiciera, hasta el presente me había sobrado yo sólo, intuía que aquella posición sería más favorable para conseguir lo que me proponía. Hizo lo que la ordené y en ese momento pude, por primera vez, notar su vello púbico en mis muslos sintiendo una impresión agradable y más agradable era el sentir su mano acariciando mi pene si bien tuve que ir dándola instrucciones de cómo se hacía, en este aspecto estaba mucho más verde que Laura quien me lo había hecho con auténtica maestría pero tampoco Mónica lo hizo mal. Yo estaba muy excitado por todo lo anterior para no sentir un deleite máximo mientras la veía las tetas y el pubis pero, mientras me lo hizo, no hice otra cosa sino acariciarla las piernas aún vírgenes de pelo y a ellas me aferré como un poseso cuando mi semen comenzó a manar de forma salvaje dejando los dedos bien marcados en ellas.

Cuando por fin me relajé vi que, mientras tanto, había entrado Laura con el desayuno en una bandeja, no sabía en qué momento lo había hecho pero allí estaba ella esperando a pie firme probablemente excitada por aquella visión.

-Bien, puta -la dije mientras le daba unos suaves azotes en las piernas-, ya puedes irte pero la próxima vez quiero que te esmeres.

-Amo.

-¿Qué quieres, puta? -estaba encontrando un placer sumo en utilizar esa palabra con Mónica.

-¿Podría pedirte un favor?

-Como pedir, puedes, puta pero eso no quiere que te lo vaya a hacer.

-¿No sería mucha molestia, amo, que dejaras de llamarme puta?

-¿No te gusta que te llame puta, puta asquerosa? -me había gustado mucho la forma de pedirme el favor, parecía como si estuviera entrando ya en su papel.

-No, amo, no me gusta.

-Pues, si quieres que deje de llamarte así, sé una buena esclava y, cuando lo seas, te llamaré esclava como a tu amiga, ¿entiendes, puta?

-Sí, amo, procuraré ser más obediente en lo sucesivo.

-Pues ahora ya puedes irte, puta.

Recogió sus ropas y, con ellas en la mano, salió mientras yo no dejaba de mirarla. Era excitante el verla andar desnuda.

-Y tú, ven acá, deja la bandeja en la mesilla y desnúdate que quiero verte.

Hizo lo que la dije sin rechistar y, cuando estuvo a mi gusto, la hice acercarse y comencé a acariciarla el pecho, aquellas dos tetas me tenían loco y daba un enorme gusto el amasárselas: ¿por qué no habría hecho lo propio con Mónica? ¿Tanto podían en mí los prejuicios? Había que hacer algo al respecto, me dije mientras no cesaba de sobarla. La hice sentarse a mi lado cuando me cansé, es un decir, de las tetas y comencé a chupárselas y, a la vez, a acariciarla el vello púbico. Era la primera vez que lo hacía y la sensación fue extraña pero su forma de abrir las piernas cuando notó mi mano en el comienzo de su raja, me agradó, estaba ya entregada a mí, el temor que debía tener a sus padres debía ser demasiado grande o bien disfrutaba con esta situación, era algo que aún no había sido capaz de discernir pero aquel contraste era muy agradable, Laura siempre abierta mientras a Mónica debía domarla aunque la ayuda que en este aspecto me ofreció Laura fue inestimable, sin su total sometimiento y sin sus miedos, estoy seguro que mi hermana hubiera preferido que se lo contara a mis padres y, por lo menos, haberse quitado de encima mi persona.

Fui afinando en mis chupeteos y mis caricias, me había aferrado a su pequeño pezón como un bebé hambriento y, en un determinado momento, sentí cómo ella me dirigía la mano hacia su clítoris, clítoris que comencé a acariciar casi con furor siguiendo sus indicaciones hasta que ella tuvo un orgasmo nada despreciable. Ahora resultaba que yo me estaba convirtiendo en su fuente de placer pero yo también disfrutaba mucho con aquello y, aunque entonces no lo sabía, su satisfacción hacía que se propusieran, cada vez menos, el intentar rebelarse.

Cuando ella concluyó su orgasmo, la hice que me chupara la polla pero esta vez no llegué, había sido demasiada descarga el día anterior y esa mañana ya llevaba una, tampoco hice mucho por llegar por cuanto el día prometía ser muy largo así como los que me quedaban hasta que llegaran mis padres.

-Ya te puedes ir, esclava. Dile a la puta de tu amiga que esté lista para cuando la llame y, mientras, empezad la dos a hacer la casa, quiero que esté reluciente.

Se marchó no sin antes dejarme la bandeja sobre las piernas para que desayunara y, cuando terminé llamé a mi hermana con el sobrenombre que la había puesto. No tardó en presentarse tan desnuda como cuando había salido, bien había comprendido que no la había dado permiso para vestirse:

-Prepárame la ducha, zorra.

-Como quieras, amo.

Al poco entré en el baño como mi madre me trajo al mundo y, una vez en la ducha, hice que mi hermana me enjabonara sin otra ayuda que la de sus manos algo que ella hizo a la satisfacción de mis deseos deteniéndose en mi pene y en mi culo con fruición sin que, por otra parte, yo la hubiera dado la menor indicación.

Al salir, la abracé por la cintura y, aun chorreando empecé a acariciarla la espalda y el culo aprovechando para acercarla a mí y sentir cómo mi pene se restregaba contra su vientre desnudo:

-Lo has hecho muy bien, zorrita, pareces una experta y quiero recompensarte por ello.

Y, por primera vez, la besé largamente explorando su boca a la vez que mis manos resbalaban por todo su trasero volviendo a introducir el dedo en su agujero anal pero esta vez, luego de un pequeño mete y saca, la metí también el índice. Se quejó en un primer momento pero no se notaban demasiado comprimidos allí dentro y aquello la gustaba más que un rato antes o bien ya había aprendido a disfrutar de mis caricias, el caso es que la notaba completamente entregada sobre todo cuando mi pene comenzó a golpear en su pubis, la notaba excitada, muy excitada y buena prueba de ello fue el orgasmo que tuvo si cabe más profundo aún que el anterior.

-¿Te ha gustado, putita?

-Sí, mi amo.

-¿Has tenido alguna vez un orgasmo mejor en tu vida?

-No, mi amo.

-¿Y quién más te lo ha hecho’

-Nadie más, mi amo.

-¿Y la puta de tu amiga?

-Creía que te referías a otros muchachos, amo.

-¿Y qué tal lo pasas con ella?

-Muy bien, amo.

-¿Mejor que conmigo?

-No, amo, contigo lo paso mejor que con ella.

-¿Y quieres que te lo vuelva a hacer?

-Me gustaría mucho, amo.

-¿Cuándo?

-Cuando quieras, amo.

-¿Estás deseando que te la meta?

Aquí se quedó perpleja, hasta ahora no la había costado mucho responder a mis preguntas, total, no era otra cosa sino engordar mi ego pero ¿a qué podía referirme con ello? La noté dudar bastante hasta que por fin encontró una respuesta que ella pareció encontrar satisfactoria:

-No creo que sea adecuado hacer esas cosas entre hermanos, amo.

-¿Quieres decir que te negarías a cumplir un deseo mío, es eso lo que quieres decir, puta asquerosa?

-No, mi amo -dijo asustada por el tono de mi voz-, no quería decir eso.

-¿Entonces?

-Sólo quería decir que, en nuestras circunstancias, no se deben hacer esas cosas, amo, no estarían bien vistas.

-¿Y si yo te lo pido?

-Haré lo que me mandes, amo.

-Muy bien, puta, así me gusta. Ahora sécame y ayúdame a vestirme.

Hizo lo que la había ordenado y, luego, me fui dejando bien claro que la casa debería estar reluciente cuando, a la tarde, regresara de la piscina así como que, a las nueve en punto, mi cena debería estar sobre la mesa.