El Chantaje

Cuando hace cerca de un año creí que era el momento de sacar esta historia a la luz no se me ocurrió otra dificultad, aparte las obvias de cualquier otra historia literaria, que la de narrarla en primera o tercera persona.

ADVERTENCIA

Cuando hace cerca de un año creí que era el momento de sacar esta historia a la luz no se me ocurrió otra dificultad, aparte las obvias de cualquier otra historia literaria, que la de narrarla en primera o tercera persona. De todos es sabido las enormes posibilidades que trae este segundo estilo pero, dado que forma parte de mi autobiografía, que en ella hay tantas sensaciones personales, el escribirla en tercera persona implicaba que debía inventar, al menos en parte, los sentimientos de mis compañeras de aventura pues, aunque recordaba algunas de las conversaciones mantenidas con posterioridad a los hechos relatados, ni podían ser muy fieles dado el tiempo transcurrido ni, aunque ellas no me hubieran mentido, obviamente, no me lo iban a haber contado todo ya que el tiempo necesario para ello hubiera sido excesivo ni a mí me importaba tanto por aquella época excepto algunos puntos concretos por lo cual me dispuse a escribir mis memorias en primera persona que me parecía lo más honrado con los lectores, con mis copartícipes y conmigo mismo pero eso apenas sí me duró el primer capítulo, enseguida percibí que mi relato estaba cojo como si yo fuera el principal protagonista y ellas dos simples decorados y, si bien ese primer capítulo podía quedar tal como estaba, a medida que avanzaba, más mutilado me parecía por lo cual me decidí a parar y tratar de encontrar la fórmula que me satisficiera, algo bastante complicado para mí por cuanto es éste mi primer intento de publicar un libro y, aunque en mi oficio como periodista, estoy acostumbrado a escribir, no es lo mismo una crónica o un reportaje que una obra de estas características por lo cual no tardé mucho en acordarme de Mónica con quien no había perdido las relaciones en todo este tiempo y la dije lo que me proponía teniendo en cuenta que ella es una gran escritora en ciernes claro que, cuando la confesé mis motivos, puso el grito en el cielo, no es que ella sea gazmoña precisamente ni lo era ya hace diez años pero una cosa es no ser una mojigata en su vida privada y otra muy distinta que ésta se aireara máxime teniendo en cuenta lo que esta obra implica pero, en cuanto le conté mis planes y cómo había cambiado las relaciones entre nosotros así como modificado las cuestiones de espacio y tiempo, pareció relajarse y estudiar con más detenimiento mi idea si bien, luego de hablar durante bastante tiempo sobre ello, sólo llegamos a la conclusión de que ella me facilitaría unas cuantas páginas con los recuerdos que tuviera de nuestra experiencia en común, unas cuantas páginas que se convirtieron, cuando me las envió, tres meses atrás, en casi setenta mil palabras las cuales leí con auténtica fruición por cuanto me recordaron muchos aspectos que yo había olvidado por completo. Pero no era suficiente con esto, necesitaba también la versión de Laura y esto era mucho más complicado, cierto que tampoco la había perdido del todo de vista pero sus circunstancias personales habían cambiado mucho, se había casado un par de años antes, acontecimiento al cual fui invitado y al cual asistí pues no quería perderme a mi vieja amiga vestida de blanco: para asistir a aquel espectáculo hubiera franqueado las más terribles pruebas, y, además, en la actualidad, tiene una hija de pocos meses a quien, obviamente, hice el regalo preceptivo en recuerdo de nuestra antigua amistad... o lo que fuera que nos había unido durante aquella temporada. No, acercarse a ella era mucho más complicado sobre todo con aquella apariencia que tenía en esos instantes de señora respetable de un afamado hombre de negocios diez o doce años mayor que ella, evidentemente no se podía arriesgar a que aquella aventura saliera a la luz o, al menos, eso me parecía si bien me decidí un día a llamarla por teléfono para pedirla una cita -así hay que hablar con las personas tan importantes como es ella ahora- y, luego de amoldar nuestras respectivas agendas -la mía bastante magra pero tampoco quise quitarme importancia y me inventé algunas disculpas para no aceptar ni la primera ni la segunda posibilidad que ella me dio-, quedamos en vernos en su casa dos días después por la tarde y allí me presenté a la hora acordada donde, luego de los preceptivos saludos, pasé, con toda la diplomacia de la que soy capaz, que no es mucha, todo hay que decirlo, a referirla el motivo de mi visita... No me hubiera extrañado que en esos momentos me hubiera echado de su casa prohibiéndome volver a verla. Lo hubiera entendido y eso me pareció que iba a hacer al ver la mirada fulminante que me echó si bien, antes de que ella hablara, pasé a contarla rápidamente cómo había pensado modificar nuestras identidades de forma que resultaran irreconocibles para nuestros propios padres. Con esto pareció irse calmando poco a poco y, al rato, había un gesto de complacencia en su rostro:

-Creo que podría ser una buena idea -dijo al cabo de un rato de reflexión luego que acabé de detallarla mi plan de la obra-. Sería muy emocionante poder regalarle ese libro a mi marido y que él lo lea sin que ni por asomo se imagine que yo soy una de sus protagonistas... Sí, sería muy excitante.

Era evidente que su actual apariencia no era más que eso, apariencia, su interior seguía siendo el de aquella adolescente con quien había pasado una de las mejores etapas de mi vida lo cual me agradó enormemente, hubiera detestado que fuera la remilgada señora de don Luis, el empresario famoso por sus enormes pelotazos que, a diferencia de algunos otros, no le había costado la cárcel ni tan siquiera procesos de primera página, de haber cambiado hasta tal punto obviamente habría hecho lo que pensé, es decir, echarme de su casa pero la idea la había gustado aunque, eso sí, ella no estaba dispuesta a hacer el trabajo de Mónica por cuanto no se consideraba siquiera una mala escritora algo que no me extrañaba en una persona con aversión a toda letra impresa que no tratara del corazón, la moda o la decoración por lo cual quedamos en vernos durante un par de días por la tarde y yo la entrevistaría grabando nuestras conversaciones y, así, quedamos citados algunas fechas más tarde nuevamente en su domicilio donde comenzamos una entrevista que no pudo terminarse ni en dos ni en tres días sino que necesitó un total de dieciocho sesiones durante las cuales grabé casi cuarenta cintas de una hora de duración, un material mucho más abundante que el de Mónica aunque no todas las cuarenta horas fueran de recuerdos de aquella época, muchas otras cosas quedaron recogidas en las casetes y sobre ellas hablaré en el momento oportuno si lo creo adecuado por cuanto... pero, eso, como ya he dicho, en el momento oportuno.

Pocos días después, me llegó por el correo electrónico el considerable volumen de Mónica diciéndome en una nota que había "disfrutado" mucho escribiendo aquello y bien sabía yo cómo lo había hecho de lo cual me alegré. Y, ahora, resultaba que tenía material en exceso: ¿Qué hacer con todo aquello? Pues mis recuerdos no eran menores que los de ellas. Intenté volver al tema de la tercera persona dado que ahora sí tenía los recuerdos de sus sensaciones pero enseguida desistí si bien llegué al punto en que en esta versión definitiva -o eso creo- relata el capítulo segundo pero le noté artificial. ¿Iba, luego de tanto trabajo, a renunciar a narrar mis experiencias? No podía hacerlo, nunca me ha gustado desaprovechar el trabajo y fue intentando hacer coincidir las grabaciones de Laura con el trabajo de Mónica cuando se me ocurrió la idea que creí genial como sería el mezclar los recuerdos de los tres si bien hacerlo de forma simultánea hubiera sido demasiado farragoso por lo cual, luego de meditarlo bien y de escribir yo también todo cuanto rememoraba de aquellos días, decidí que lo mejor era intercalar capítulos en los cuales el narrador fuera uno de nosotros y, desde un primer momento, decidí dejar tanto el escrito de Mónica como las grabaciones tal cual y también tuve muy claro desde el principio que en mis conversaciones con Laura no debería aparecer mi voz, solo la suya aunque esto me haya hecho, en ocasiones, modificarlas de forma que se pudiera entender a qué pregunta respondía o a qué comentario replicaba así como he hecho ligerísimos cambios en el estilo de Mónica dado que ella no se preocupó en corregirlo, lo escribió, lo "disfrutó" y me lo envió.

Por último, me queda Nerea... ¡Qué muchacha esa Nerea! Es increíble cómo lo pasamos desde su llegada y también después, fuera de las páginas de este volumen si bien éste no es el lugar para hablar de ello sin embargo fue a quien más me costó convencer para que participara con sus recuerdos en esta obra, fueron varias entrevistas personales y llamadas telefónicas las que necesité para que, primero, me diera su aprobación -cosa que, por otra parte, no necesitaba, hubiera escrito igual la obra sin ella teniendo en cuenta lo mencionado más arriba referente al cambio de tantas circunstancias en el plano personal de unos y de otros- y luego me escribiera su versión de los hechos, una versión que, todo sea dicho, me he visto en la obligación de pulir y hasta aumentar pues sólo me entregó unos pocos folios muy deslavazados pero no creo haber faltado al fondo de sus convicciones y, sobre todo, confesiones.

Supongo que, siendo honrados, debería pagarles derechos de autoras pero, como no creo que vayan a reclamármelos so pena de ser descubiertas, pues pienso que me los voy a ahorrar, si es que algún editor se atreve a publicar estas páginas.

I

Lo que me propongo narrar en estas páginas, sucedió hace diez años. Tenía por aquel entonces diecisiete abriles, cuando ya era un loco aficionado a la imagen pasándome todo el tiempo libre en mi habitación con mi editor de vídeo montando escenas muy variadas y alabadas por quienes las veían y, todo hay que decirlo, era virgen.

Desde mi punto de vista, no era muy agraciado, el acné me había inundado la cara un par de años antes y, a pesar de todos los potingues que me daba, tenía la sensación que lo único que conseguía con ellos era aumentar la invasión de mi rostro. Quizás fuera por esta causa, el caso es que era muy tímido con las chicas, apenas sí me atrevía a acercarme a ninguna de ellas como no fuera en grupo y aún así no solía hablarles. Supongo que mi fama se resentiría mucho aunque mi hermana, dos años más joven, me decía que no era feo, que tenía unos ojos muy bonitos, que mi pelo era la envidia de mis amigos y que tenía un cuerpo muy atlético. La verdad es que, tanto entonces como ahora, hacía mucho deporte pero eso no me consolaba en absoluto: cuando me encontraba ante el espejo, lo único que veía era aquella cara "lunar", toda ella llena de cráteres y entonces creía morir.

He de confesar que, ahora, al mirar las fotografías de aquel entonces, comprendo que mi hermana tenía razón por cuanto en ellas apenas se notan aquellas prominencias que tanto me estropeaban pero entonces no las veía así, era capaz de imaginarme todas y cada una de las espinillas en mi cara más grandes aún de lo que en realidad eran... Fueron muy malos años para mí y, como he dicho, el único intento de consuelo partía de mi hermana y de algún que otro amigo pero sin que ello me sirviera de ayuda.

Mi hermana, por otra parte, estaba en la flor de la vida. Alta, bella, esbelta, con unas formas impresionantes para su edad... Tenía a su alrededor un auténtico enjambre de moscardones intentando cada uno sacar lo máximo posible de ella y hasta puede que hubiera alguno con buenas intenciones pero ella no les prestaba la menor atención, cuando hablábamos a solas y me contaba sus confidencias -nos llevábamos muy bien en casi todos los aspectos, sobre todo cuando nos encontrábamos a solas, éramos más amigos que hermanos aunque no faltaran los problemas pero eran nimios y los solíamos arreglar entre nosotros-, yo solía preguntarla si tenía novio y ella, invariablemente, me decía que no, que eso a ella no la importaba y yo sabía que era verdad, que no me engañaría como yo tampoco la había engañado nunca en cuanto la relatara de mis nulas aventuras.

Cuando comienza mi relato, habían comenzado las vacaciones de verano apenas un par de semanas atrás y mis padres se habían ido con unos amigos a pasar unos días para, más adelante, unirse con nosotros y continuarlas juntos como hacíamos todos los años desde algún tiempo atrás. Hasta entonces, nos habíamos quedado en casa de mis abuelos o de algunos amigos pero aquel año decidimos que ya era hora de quedarnos solos, mucho se lo rogamos, mucho se lo suplicamos, que ya éramos mayores, que no nos iba a pasar nada, que no se iban a arrepentir... y, por fin, nos dejaron solos con la única condición que fuéramos a casa de mis abuelos a comer para así tenernos un poco controlados.

Los primeros días transcurrieron tal y como nuestros padres podrían haber pensado que pasarían. Cierto que no seguimos al pie de la letra sus instrucciones y que hubo en nuestra casa más de una fiesta pero eso ya entraba en sus previsiones aunque nos previnieran en su contra pero supongo que ellos, en nuestro lugar, habrían hecho lo mismo sin embargo, cuando ya llevábamos algo más de una semana en una situación casi idílica, estando una tarde en la piscina con los amigos, empecé a sentir cierto dolor de cabeza que no cesaba de aumentar por lo cual decidí irme a casa para echarme un rato y ver de no estropear, a la vez, la noche.

Entré en la casa sin apenas hacer ruido pues cualquier portazo me hubiera aumentado la jaqueca que padecía yendo directamente al cuarto de baño de mis padres donde se guardaba el botiquín tomándome un analgésico para, acto seguido, dirigirme a mi habitación con intención de tumbarme un poco no obstante la puerta de ésta se halla enfrente de la de mi hermana y, al ir a entrar en la mía, oí que, de la suya, entreabierta, se oían ciertos murmullos entrecortados por algún gemido ocasional... ¡Vaya con mi hermanita, pensé, de modo que no tiene novio y se trae compañía a la cama! ya iba a entrar en mi habitación pues no quería interrumpirla, entonces no me parecía lo cría que, ahora que lo medito, era pero una curiosidad malsana me hizo acercar el ojo al resquicio que dejaba la puerta y allí estaba ella sobre su amiguito, desnuda en toda su esplendidez aunque no la veía más que la espalda pero, aún así, se le veía el perfecto cuerpo con forma de guitarra que tiene si bien sus cabellos no me dejaban ver a quién estaba besando con aquel apasionamiento, sólo una mano que la aprisionaba el culo y que la semipenumbra no me dejaba vislumbrar con claridad aunque no por ella le iba a reconocer, mi perspicacia no llega a tanto.

Aquella mano subía y bajaba por su espalda y, al poco, la otra apareció de debajo de ella e introdujo el dedo índice por el recto lo cual la hizo respingar permitiéndome con ello ver el rostro de su amante: y no era él, era ella, era LAURA, su mejor amiga y, si mi hermana es guapa, Laura es impresionante pues, a sus dotes naturales, había que añadirle un año más por lo cual sus formas ya entonces eran divinas. Dos auténticas beldades a espaldas de los hombres: ¡Vaya desperdicio!, pensé.

Al poco, se pusieron de costado sin parar de besarse y de acariciarse mutuamente. Tan entregadas estaban a la faena que ni siquiera se enteraron que yo, haciendo acopio de todo mi valor y muy despacio, abría la puerta y penetraba subrepticiamente en su interior yendo a sentarme en una silla notando cómo mi pene se endurecía queriéndose salir del pantalón pero ellas seguían besándose ya no sólo en la boca sino por todo el cuerpo, desde los pies a la cabeza sin olvidar detenerse cumplidamente en sus zonas más íntimas, primero la una y luego la otra mientras yo ya había empezado a acariciarme y ellas sin enterarse de mi presencia.

En un momento determinado, Laura se puso a cuatro patas sobre mi hermana ofreciéndole su parte posterior y, mientras mi hermana se lo acariciaba, besaba y chupaba, ella hacía lo propio. ¡Cómo me encontraba en esos momentos! Pero no quería correrme, quería verlo todo sin que ellas se enterasen de mi presencia: Las dos llegaron al orgasmo casi al unísono con un griterío ensordecedor, creían estar solas en la casa y no se reprimieron en ningún momento, no las hacía falta y daba la impresión que no era aquélla ni la primera, ni la segunda, ni... vez que lo hacían, se las notaba muy acopladas en sus movimientos:

-Muy bien -dije cuando terminaron-, me ha gustado.

Laura dio un grito al verme allí sentado mientras intentaba taparse con la sábana de forma atropellada sin conseguirlo del todo. Mi hermana ni siquiera tuvo, en un principio, esa capacidad de reacción, se me quedó mirando como alelada mostrándome todos sus encantos sin atreverse siquiera a hablar, algo inaudito en ella.

-¿Cómo has entrado?

-Por la puerta, la teníais abierta y estabais demasiado ocupadas como para enteraros.

-¿Se lo vas a decir a papá y a mamá?

Fue en ese momento cuando tuve el primer atisbo de lo que podrían ser los siguientes días. La verdad es que no se me había pasado por la imaginación el ser un soplón, creo que ya entonces pensaba que cada cual puede hacer con su cuerpo lo que le venga en gana pero mis padres eran muy tradicionales en este aspecto, demasiado quizá para su edad y de ello era consciente mi hermana... y yo lo fui en aquel momento:

-No sé, pero creo que deberé contárselo. A los nuestros y a los de Laura -debía probar cómo reaccionaría ella ante esa amenaza.

-¿Por qué a los míos?

Para ese momento, entre el analgésico, el espectáculo al cual había asistido de forma gratuita y cuanto estaba pasando por mi magín, mi malestar había desaparecido casi milagrosamente:

-Porque estabas en mi casa con mi hermana.

-Por favor, no se lo digas que me matan -en su tono había auténtico temor, luego supe que sus padres eran más intransigentes en esta materia que los míos si ello era posible-. Haré lo que quieras pero no se lo digas, por favor.

-¿Todo lo que quiera? -era ella quien me había puesto la solución a mis barullos mentales en bandeja- ¿Todo?

-Bueno, todo... -seguro que vio en mi rostro reflejada la lujuria.

-Tiene que ser todo y tenéis que ser las dos.

-¿Por qué yo?

-Si no quieres que se lo diga a papá y a mamá, ya sabes lo que tienes que hacer.

-¿Y qué entiendes por todo?

-Que, desde este mismo momento hasta que lleguen nuestros padres, seáis mis esclavas.

-¿Sólo eso? -la noté aliviada sin que entonces conociera sus motivos.

-¿Te parece poco?

-No, pero...

-Y tú tienes que venirte a vivir con nosotros -le dije a Laura.

Mi mente estaba funcionando a toda velocidad imaginando cuanto las haría hacer aunque luego la realidad superaría a la ficción.

-No sé si me dejarán.

-Te tienen que dejar porque esta noche tienes que dormir ya con nosotros. En caso contrario, no me cuesta nada coger el teléfono -dudo mucho que lo hubiera hecho, entonces era demasiado tímido para ello pero ellas no lo sabían o su temor les impedía intentar jugar esta carta.

-Podría decirles que has intentado chantajearme.

-¿Iba a cambiar eso en algo lo que te vayan a hacer tus padres?

Bajó la cabeza reconociendo que aquello era cierto y que, en todo caso, la reprimenda que me iban a dar no sería muy dura pues habría podido argüir que, según había entendido mi hermana y, probablemente, ella también, yo sólo quería que me hicieran las cosas de casa.

-Como quieras -acabó aceptando-, lo intentaré.

-No lo intentes, lógralo y, para ver que sois buenas esclavas, ahora mismo vais a ir a mi dormitorio, me hacéis la cama y me lo ordenáis todo perfectamente que esta mañana no me ha dado tiempo.

-¿Y cuándo te lo da?

Entre mis virtudes no está precisamente la de ser ordenado y, ahora que no estaba mi madre atosigándome todo el día, no había vuelto a poner nada en su sitio, ya tendría tiempo el día anterior a su llegada pero, ahora, ni siquiera tenía que preocuparme de ello si bien no sería ése el grueso de sus obligaciones. Por el momento quería reflexionar bien al respecto:

-Pues vete, que nos vistamos.

-Ni me voy a ir ni os vais a vestir. Lo haréis desnudas.

Ambas se miraron sorprendidas: ¿Qué más me daba cómo hacían mi habitación?

-Os lo mando y basta, soy vuestro amo y os recomiendo que, a partir de este momento, no me hagáis repetir mis órdenes o puedo ser tan desagradable como os podáis imaginar. No olvidéis que, a los esclavos insumisos, sus amos tienen el deber de castigarlos.

Volvieron a mirarse con la sorpresa pintada en los rostros. Creo que llegaron a pensar en esos momentos qué las interesaba más si seguir mi juego o si dejar que me chivara a los padres. No sería la última vez que en aquellos seis días tuvieran tales pensamientos pero entonces se levantaron de la cama procurando mostrarme lo mínimo de su anatomía siendo Laura la primera en hacerlo, aún no sabía lo que pensaban sus padres al respecto pero algo había intuido. Yo, imbécil de mí, lo único que se me ocurrió, cuando se fueron, fue masturbarme allí mismo y esparcir mi semen sobre la cama. Cierto que fue un orgasmo como no había tenido en mis ya, a pesar de mi corta edad, varios años de actividad cotidiana en estas faenas pero podría haberlo hecho mucho mejor no obstante debo aducir mi inexperiencia como amo, cierto que había tenido muchas ideas en poco tiempo sobre qué hacer con ellas pero no habían pasado de las fantasías que tenía con mi onanismo, fantasías en las cuales, todo hay que decirlo, entraban ambas muy a menudo pero siempre por separado.

Cuando hube manchado las sábanas a conciencia, bajé al salón, puse música a todo trapo y me tumbé en un sofá con un cigarrillo entre los dedos. Quería meditar sobre la situación en la cual me hallaba, ciertamente envidiable por cuanto tener a dos beldades como aquéllas a mi completa merced era algo que no había entrado nunca en mis sueños ni siquiera viendo alguna película pornográfica y luego estaba el hecho de ser mi hermana una de ella dándole mucho más morbo al asunto aparte que la había admirado desde pequeña cuando ya era una niña encantadora así como conocía su anatomía perfectamente pues no se recataba en mi presencia quizá porque siempre mantuve oculto el deseo que tenía hacia ella, un deseo frustrante por cuanto la veía desnuda en el baño o si entraba en su habitación en momentos poco adecuados -no existía en mi casa la cursi costumbre de llamar a la puerta antes de entrar en un dormitorio, ni siquiera en el de mis padres- y, a la vez, no podía tocarla, abrazarla, besarla, poseerla... sólo aparentar la más fingida de las indiferencias por una belleza nada indiferente.

Fueron tres cigarrillos -lo que demuestra cómo debería estar mi habitación para que dos personas tardaran tanto en arreglarla dado que yo entonces no fumaba mucho- los que fumé hasta que oí, desde arriba, la voz de mi hermana que me decía:

-Ya hemos terminado.

-Bien, ahora haced la vuestra y no se os ocurra vestiros hasta que yo os lo diga.

No hubo respuesta, sólo oí cómo subía los pocos escalones que había bajado para incorporarse a su nueva tarea. En esos momentos comencé a dudar de mí mismo. Había pensado las más locas sevicias de todo tipo pero ahora me veía en el dilema de atreverme a llevarlas a cabo. Ya he dicho que por aquel entonces era bastante tímido con las muchachas, apenas había tenido trato con ellas mientras ahora todo ha cambiado y supongo que aquellos días tuvieron mucho que ver en mi cambio posterior... Y también pensé que no debería forzarlas demasiado en un primer momento o podrían llegar a preferir que se lo narrara a los padres... claro que eso no lo hubiera hecho nunca y mi hermana debería saberlo pero, o no cayó en la cuenta o pensó que, ante las posibilidades que se me abrían, cedería a mis convicciones.

No mucho después, bajó con las sábanas manchadas tapándose la parte delantera con ellas:

-¿Habéis acabado?

-Sí.

En su respuesta noté un profundo desagrado pero no me molestó en absoluto y sí, en cambio, sentí cierta excitación. Parecía que ya se había decidido a obedecerme al menos mientras no encontraran otra salida a su actual situación.

A la vuelta de la cocina:

-Ven.

Me miró a los ojos con extrañeza, como si no entendiera tan breve palabra pero no tardó en acercarse.

-Bésame.

Y le ofrecí mis labios. Hizo un gesto como de resignación y depositó un suave beso mientras la acariciaba las nalgas desnudas.

-Si ya habéis terminado, bajad a hacerme un poco de compañía.

Subió a buscar a su amiga y no tardaron en presentarse ante mí. Hice lo mismo con Laura.

-Ahora poneos delante de esos dos sillones y arrodillaos.

Se miraron pero no rechistaron mi orden limitándose a cumplirla. Allí las tuve a ambas durante un largo rato mientras hablábamos de diversos temas... más bien yo preguntaba y ellas respondían a ser posible con monosílabos, evidentemente, no estaban muy a gusto ni con su postura ni con su situación pero todo ello me hacía disfrutar mucho más de mi poder sobre ellas. Sólo Laura se levantó un momento para acercarme una cerveza de la nevera según la había ordenado. Lo debieron pasar muy mal en aquella postura a pesar de tener la alfombra bajo sus rodillas pues, aunque las permití adoptar la posición que quisieran, las dos rodillas debían estar permanentemente en contacto con el suelo pero sus cambios, su apoyarse en los talones para luego reincorporarse, me daban a entender que la incomodidad se iba adueñando de sus personas pero yo quería tenerlas lo más sumisas posible, que comprendieran cuál iba a ser su lugar durante esos días. Además eso me permitía contemplarlas, compararlas, desearlas... pero sabía o intuía que en todo aquel asunto debía ir con mucha cautela si quería lograr sólo una pequeña parte de cuanto había imaginado desde que las viera a ambas tumbadas en la cama haciéndose el amor.

No sabía por cuál de las dos decidirme. Laura estaba más desarrollada, sus curvas eran más contundentes, parecía toda una mujer pero la indefinición de mi hermana la hacía más encantadora en cuanto a los rostros... Lo mío no es la descripción pero ambas eran -y son, todo hay que decirlo- preciosas. Recuerdo cómo mis amigos me envidiaban a la amiga de mi hermana dado que estaba con suma frecuencia en mi casa así como a Mónica como a ésta le llovían los elogios por su parte si bien más recatados pues no olvidaban nuestras relaciones fraternales. Los senos de mi hermana eran algo más pequeños pero más duros y, si se me permite la palabra, insolentes por cuanto apuntaban claramente hacia el frente como amenazando a quienes nos encontrábamos ante ella mientras los de Laura recordaban dos medias sandías, algo más blandos, no mucho, recordemos que entonces tenía sólo diecinueve años, y parecían hechos para ser amasados con toda la dulzura del mundo pero con firmeza, los de mi hermana para ser mamados en su integridad con aquellos pezones que aún no se habían diferenciado del todo, excepto por el tono oscuro, del resto del pecho en forma de pera... ¡Cuánto disfruté observándoselos!

Por fin, cuando vi que sus molestias ya eran muchas:

-Podéis levantaros y, cuando se os hayan desentumecido las piernas, preparáis la cena. Y tú, Laura, no te olvides de llamar a tus padres.

-Ya lo he hecho.

-Mejor... ¡Ah, sí! Poneos cada una un mandil, no quiero que os queméis vuestros preciosos cuerpos y, antes de iros, acercaos hasta mí y, en señal de acatamiento y de agradecimiento por dejaros levantar, me vais a besar el pene.

Nueva mirada entre ambas sin más palabras que en ocasiones anteriores. Como de costumbre, fue Laura la primera en acercarse hasta mí pero, cuando estaba ante mi miembro, totalmente erecto, no supo qué hacer pues, como es obvio, yo estaba vestido:

-¿Qué pasa?

-Que lo tienes ahí dentro.

-¿Tan difícil es sacarlo?

Me miró como si no quisiera entender tal obviedad pero enseguida, con dedos temblorosos, desabrochó la bragueta, lo sacó de la prisión de los calzoncillos y lo besó. Acto seguido, mi hermana hizo lo propio y, cuando ya se levantaba para irse:

-¿Vas a dejarlo así?

-¿Cómo?

-Al aire.

No tardó en comprender y con dedos no menos inseguros que los de su amiga, lo colocó en su sitio para, acto seguido, irse ambas a la cocina.

Al salir ellas, me encontré ligeramente indispuesto conmigo mismo, aquello no se parecía en absoluto a lo que había pensado cuando las dije que me lo besaran, no, yo quería que me la mamaran y, ahora, ¿qué iba a hacer? Había conseguido tenerlas desnudas y, todo hay que decirlo, aquello era un placer para la vista como placentero había sido el hecho de sentir sus manos temblorosas en mi pene y sus labios en el mismo sitio cuando noté cómo el miembro se quería meter en las mismas, pero mi cuerpo reclamaba mucho más: ¿iba a masturbarme nuevamente? No, ya no, no al menos durante esos días, mi semen debería acabar alojado en sus cuerpos sin importarme entonces de quién, los dos estaban igual de apetecibles y todos mis sentidos se enervaban cuando las tenía enfrente, había que hacer algo y pronto. Las había enviado a la cocina cuando apenas eran las siete y en mi casa se cena bastante tarde por lo cual fui hasta donde estaban ellas. El espectáculo que se ofreció a mis ojos fue maravilloso. Nunca pensé que ver a dos chicas desnudas con un simple mandil fuera tan erótico. La delantera tapada y la espalda al descubierto... era maravilloso. Las dos muchachas se volvieron y me miraron para, acto seguido, seguir con su cometido como si yo no estuviera allí. Me senté en una silla y, nuevamente, me puse a observarlas pero sin atreverme a llevar a cabo ninguno de los pensamientos que, como caballos salvajes, se agolpaban en mi mente sin salida posible y conste que ideas no me faltaban pero mi timidez se imponía de nuevo. Nadie se puede imaginar cuánto me costó decirlas que quería que fueran mis esclavas si no querían ser delatadas ni todo lo demás que las dije. Si ellas, indirectamente, no me hubieran ayudado seguro que se hubieran ido con sus amigas y no habría sucedido nada, me hubiera quedado solo con mi verga meneándomela como un mono enjaulado.... pero, ahora, no tenía ni eso, no iba a sacarla y ponerme a jugar con ella allí, era algo impensable pero algo tenía que hacer y pronto pues, en caso contrario, me iban a tomar por el pito del sereno, una cosa era ir a paso de tortuga y otra muy distinta al de un caracol ¿Pero qué? Eran cerca de las ocho, ellas sólo hablaban entre sí sin hacerme el menor caso, obviamente, estaban enfadadas conmigo pero eso no me importaba aunque, a la hora de poner la mesa y ver que ponían tres cubiertos:

-Vosotras, esclavas, ¿queréis cenar con vuestro amo?

-¿Es que no podemos cenar?

-Sí, si podéis, os concedo ese privilegio pero en la encimera y, desde luego, cuando yo haya terminado.

-Pero, entonces, se enfriará la cena.

-¿Os tengo que volver a repetir que no me contradigáis? Es la última vez que lo advierto, a la próxima probaréis la dureza de mi mano.

Y mis muchos partidos de baloncesto las habían afirmado bien. No se puede jugar al basket con manos blandas y ambas así lo dieron a entender haciendo lo que las pedía. La verdad es que, si había hecho tal, fue para no tenerlas enfrente y no tanto para humillarlas aunque esto fuera lo que lograra. No era entonces tan maquiavélico como ahora, me estaba abriendo a la vida pero no era consciente de ello.

-Ahora, me servís un café con hielo y un güisqui en el salón y luego cenáis vosotras. Cuando terminéis y recojáis todo, os doy permiso para acompañarme tomando también un café y una copa.

-¿Y si no queremos acompañarte?

Me acerqué hasta mi hermana y la di un cachete en el culo:

-Cuando yo os dije que os doy permiso para hacer algo, debes comprender que lo estoy ordenando, ¿entendido?

Y, según hacía esta pregunta, volví a afirmar mi palma en sus nalgas:

-Sí.

Nuevamente al mismo lugar. Las horas iban pasando, mi erección apenas sí se tomaba, muy de vez en cuando, un leve respiro y yo continuaba sin hacer nada de lo que imaginaba y aquellos golpes me habían exacerbado más aún. Ya creía que iba a tener un orgasmo sin necesidad siquiera de tocarme la picha, el simple roce con los calzoncillos parecía suficiente. Puse el televisor para ver si alguna de las muchas tonterías conseguía bajarme la hinchazón y, si bien no lo consiguió del todo, al menos se relajó lo suficiente como para poder soportarlo hasta que ellas volviesen y no tardaron mucho en hacerlo llevando cada una taza en la mano y el mandil puesto:

-¿Nos podemos sentar?

Las había oído hablar y, aunque no distinguí todas las palabras, sí se las notaba discutir como si estuviesen hablando de su actitud hacia mí. Luego supe que su conversación, efectivamente, había versado sobre este tema cuando Laura proponía una total sumisión ante mí para intentar con ello apaciguarme y que la cosa no fuera a más mientras mi hermana no estaba de acuerdo, ella siempre ha sido muy rebelde y aquella situación la exasperaba pero, a la postre, triunfó la tesis de su amiga.

-Sí, sentaos.

Así lo hicieron ocupando ambas los dos sillones ante los cuales habían permanecido arrodilladas durante casi una hora aquella tarde mientras yo continuaba tumbado en el sofá mirando la tele aunque sin verla, mi mente estaba en otro sitio.

-¿Nos tenemos que tomar un güisqui?

-Lo que queráis, me da igual.

-¿Pero tenemos que tomar algo?

-No, no es necesario.

Pero Laura se levantó y se sirvió un cubata. Mi hermana, luego de pedirme permiso, no tardó en hacer lo propio y, mientras, yo no cejaba de darle vueltas a la mente. Serían ya cerca de las diez. A las cinco las había encontrado revueltas. Cinco horas y nada. Le dije a mi hermana que me pusiera una nueva copa. Quizás creían que aquello era todo cuanto yo quería de ellas, mi actitud pudo darlas a entender eso sobre todo cuando las dije:

-Subid a la habitación y cambiaos. Poneos algo corto y una blusa o una camisa o algo similar.

-¿Y de ropa interior?

Laura estaba a todas.

-Nada.