El chantaje (1/5)
El candidato a Directivo general de una importante empresa se ve amenazado por una joven veinteañera. Primer capitulo de una corta historia
Esta frente a mí, implacable, etérea, poderosa. Con aquellos altos tacones que estilizan sus largas piernas.
Con el cabello rojo suelto, con los labios gruesos en una sonrisa traviesa. La odiaba.
--¿Sabes que es lo que harás ahora?
Si, sabía la respuesta.
Me puse de rodillas y con incómodos movimientos me fui deshaciendo de mi ropa hasta quedar desnudo frente a ella. Jamás había sido de los que se cohibían ante una mirada. Estaba orgullo de mí y de mi físico hasta que llego ella, con su mirada penetrante que me hacía consiente de cada una de mis imperfecciones.
--Bien, prepara la cena. Me daré un baño.
La vi caminar sin darme una segunda mirada hacia la puerta que daba a la recámara principal y yo me dirigí, así desnudo y a cuatro patas hacia la cocina. Todo había comenzado hacia 3 meses cuando contrataron una auxiliar contable en el despacho. No le tome mucha atención puesto que era una joven estudiante más o menos de la edad de una de mis hijas. Hasta que entro a mi despacho con una de aquellas cortas faldas de tubo y sus tacones replicando contra el suelo. Y se sentó sobre el escritorio.
Mi primera reacción fue gritar indignado pero su sonrisa lo impidió.
--Señor López--saludo sin perder la sonrisa.
--Señorita Torres. La chica se quedó un momento callada y cuando volví a intentar hablar ella negó ligeramente con la cabeza haciéndome callar.
--Me he enterado Sr. López que es usted casado
--Así es Señorita Torres. La joven se puso de pie y se alejó un par de pasos quedando de espaldas a él mostrando su perfecto trasero respingón.
--Y también me he enterado que hay muchas posibilidades de que adquiera usted la presidencia el próximo mes que se jubile el Señor Vargas. Sonreí a sabiendas de lo que aquello iba. La pasante de sistemas había estado la semana pasada con aquel mismo tema y había aprendido que era muy buena en los orales.
--Así es Señorita Torres.
La joven se dio la vuelta con aquella misma sonrisa que ya me estaba poniendo nervioso. Me hacía sentir que me estaba perdiendo de un chiste privado.
--¿Y qué pasaría si fuera usted demandado por acoso laboral y violación a una menor de edad?
Y puso frente a mí su celular reproduciendo aquel episodio con la joven de Sistemas. Si, al parecer a ver jugado al dominante y la sumisa en mi despacho no había sido la mejor de las ideas.
Desde aquel momento había sido chantajeado por la Señorita Torres. Yo era su sumiso en todos los sentidos.
Tenía que estar desnudo siempre que estuviera en su presencia. Muchas veces con las nalgas coloradas, o amorotanadas.
Con cosas metidas en el culo solo para su disfrute. O con mi verga en cinturones de castidad de todos los estilos y colores.
Y cada día estaba aún peor que al inicio. Por la cantidad absurda de vídeos y fotografías que había tomado de mí y que bajo ningún concepto quería que se hicieran públicas.
Le preparé la pechuga a la plancha y los vegetales hervidos, y los lleve a la mesa poco antes de que ella volviera a salir con una bata que no había visto antes pero que seguramente vería cargada a mi cuenta de crédito. Retire la silla y la ayude a tomar asiento antes de volverme poner de rodillas a su lado.
--¿Sabes con quien me he topado hoy en la universidad, perrito?
--No, señora.
Ella se rio un poco e hizo un ligero movimiento con uno de sus pies. Enseguida me metí debajo de la mesa y comencé un masaje en ellos. Había aprendido a base de muchos azotes que era mejor obedecer que hacerla enojar.
--Se llama Cecilia López.
Por acto reflejo detuve el movimiento de mis manos, ganando una patada directo en mi cara.
--Señora, por favor. Deje a mi familia lejos de esto. Se lo suplico.
Roge con los ojos llenos de lágrimas. No podía permitir que mis hijas, mi esposa se enteraran de la miseria de persona en la que me había convertido. Solo pensar en el hecho de que alguien supiera a la clase de humillaciones a las que era sometido por aquella veinteañera de cara inocente que se paseaba por la oficina en altos tacones mientras tarareaba la canción de la radio, me llenaba de impotencia. Deposite un beso sobre el pie que tenía en mis manos para remarcar mi petición.
--¿Has hecho lo que te ordene?
--Si Señora. El depósito ya está hecho y he pasado todo el día con mi culo lleno con el plugg que compre el fin de semana.
--Mientras tu cumplas con tu parte yo lo hare con la mía, perrito. Soy una mujer de palabra.
--Es un usted muy misericordiosa con su perro, Señora
N. A: Como siempre, muchas gracias por a ver llegado hasta aquí. Como verán este es un poco diferente a los otros dos pero espero lo hayan disfrutado igual.
Como ya les he dicho pueden mandarme sus sugerencias, para el siguiente relato, siempre estoy deseosa de leer sus fantasías.
Espero sus comentarios.
No uno... si no, mu-chos besos húmedos para mis perritos.