El chalet de las sorpresas

Una historia real

La verdad es que no soy muy dado a eso de las reuniones sociales, menos si son de compromiso, pero uno de mis jefes se había comprado un chalet “con todas las comodidades” en el parque del Conde de Orgaz y quería inaugurarlo con toda la pompa y el boato de que gustan tanto estas personas adineradas.

De modo que cuando recibí la emperifollada y carísima tarjeta de invitación, no tuve más remedio; que un jefe es un jefe; que confirmar mi asistencia con la tarjeta de aceptación y el sobre ya franqueado incluidos en el envío.

Cuando llegué a la casa, el día indicado, vi que seríamos unas catorce personas, incluidos los anfitriones. Al principio me sentí un poco desplazado porque todo el mundo iba vestido de punta en blanco y yo, tan poco dado a los convencionalismos y a las apariencias, me había presentado con unos tejanos, una camisa sin corbata y una americana de sport. Por supuesto que nadie me dijo nada al respecto.

Pero no era yo el único “raro” en la indumentaria, las camareras del catering que había contratado el anfitrión para la ocasión llevaban como única ropa un minúsculo delantal negro y una cofia blanca en la cabeza. Los camareros que estaban detrás de las improvisadas barras en el jardín, tan sólo vestían una pajarita, y los que les tapaba la enorme mesa y los cientos de botellas que sobre ellas había. Aquello ya me dio una idea del “tono” que iba a tener la inauguración.

En efecto, ningún hombre; ni algunas mujeres; se cortaban en meterles mano, y lengua, a las camareras cuando pasaban con las bandejas de las bebidas, ni ellas ponían el menor reparo. Pero la mayoría de las mujeres prefería ir a cogerlas a la mesa-barra y pasar al otro lado para comprobar, sopesar y acariciar las “herramientas” de los empleados.

Mediado el aperitivo, la mayor parte de los caros vestidos de las mujeres habían desaparecido de sus cuerpos dejando a la vista la no menos lujosa y provocativa lencería.

No era yo el único desparejado del grupo, pero parece que sí era la novedad; las chicas ya debían haberse tirado al resto un montón de veces; porque cuando una de ellas “abrió el fuego” acercándose a mí, poniéndome la mano en la entrepierna y preguntando:

-¿Estás cachondo, o te pongo yo?

-Lo estoy –Respondí-, pero tú me pones más.

-Y más que te voy a poner.

Uniendo la acción a la palabra, me desabrochó la bragueta, me sacó la polla y se puso a meneármela y a chuparla con entusiasmo.

Pues detrás de ella vinieron otras cuantas deseosas de probar aquella parte del “aperitivo”.

Pero como si hubiese una norma no escrita, o que al menos yo no conocía, no hubo ninguna penetración durante este tiempo, aunque si mamadas y comidas de coño a discreción.

Al rato la mujer del anfitrión golpeó un pequeño gong y nos instó a todos a que entrásemos al salón para comer.

La mesa estaba preparada con todo lujo, y las camareras y camareros, aunque eran distintos de los de fuera, llevaban la misma indumentaria.

Cuando estuvimos todos en nuestros sitios y hubieron servido los vinos, mi jefe; que lógicamente ocupaba una de las cabeceras de la mesa; poniéndose en pie y solicitando un podo de silencio y atención, dijo:

-Esta reunión, aparte de para inaugurar mi nueva casa, que es la vuestra, es para dar la bienvenida a un nuevo socio de la empresa –Me señaló y me indicó que me levantase-. Pues en recompensa por su abnegación y su excelente trabajo, la junta directiva ha decidido hacerle entrega de este paquete de obligaciones, que suponen el tres por ciento de la empresa.

Me acerqué a él, cuando me lo indicó, a recoger el contrato de adhesión y el certificado en que se me otorgaban las obligaciones, en medio del aplauso general.

Después de aquella parafernalia: muy ventajosa para mí; empezaron a servir la comida, pero el “personal” andaba tan caliente que se comieron más pollas de los camareros, y coños de las camareras, que las viandas en sí. Lo que sí corrió como el agua fue el vino.

Terminada la comida; de todo; fue la mujer de mi jefe la que se levantó para decir:

-Bueno, mi hija Piluka y yo también queremos darle la bienvenida al nuevo socio a nuestra manera, así que nos lo llevamos a un dormitorio. Lo demás ya sabéis donde están los otros y los sofás, cada quien que folle con quien quiera donde quiera.

Se oyeron alguna voces femeninas decir: “No le exprimáis demasiado, nosotras también queremos probar el nuevo “miembro””.

Yo no tenía ni idea de quién era Piluka hasta que la vi levantarse, acercarse a la madre y venir las dos a por mí.

La “jefa” tendría alrededor de cincuenta años, pero el dinero y los cirujanos plásticos hacen milagros cuando van juntos, de forma que estaba que reventaba de buena.

Piluka representaba unos 25 y también tenía un buen polvo. Ambas con ropa interior como iban hacían que mi imaginación se disparase, mis hormonas se revolucionasen, y mi pene se irguiese pensando en lo que iba a pasar en unos momentos.

Se agarraron una de cada brazo mío y me llevaron hacia las escaleras que conducían al piso superior.

La habitación en la que entramos tenía una gran cama de 2x2 y un par de butacones de orejas. Era enorme.

Paqui, que así se llamaba la jefa, dijo:

-Ahora falláis Piluka y tú y yo os miro mientras me hago una paja.

-¿Tú no quieres participar? –Pregunté.

-Tal vez luego, pero es que me encanta hacerme un dedo mientras miro follar a mi hija. Además es ella la que quiere que le metas tu polla por todas partes.

-Sí –Dijo la joven -, empezando por la boca.

Sin más me desnudó a mí, ella se quitó las prendas interiores que llevaba y me tumbó en la cama. De inmediato empezó a hacerme una mamada muy experta para su edad.

Por su parte, Paqui se había desnudado por completo también, se sentó en uno de los butacones con una pierna sobre uno de los brazos del sillón y empezó a masturbarse, primero lentamente, acariciando y golpeando ligeramente su clítoris. Al poco empezó a acelerar sus movimientos, a meterse los dedos y a gritar:

-¡Fóllala! ¡Fóllatela ya! ¡Quiero ver como se la clavas hasta los huevos!

-¡Sí, sí, fóllame ya! –Dijo la joven-, déjame primero a mí encima, me gusta marcar el ritmo cuando la siento dentro del coño.

Fue una follada tremenda. Piluka tuvo no menos de cuatro orgasmos. Y la madre no le fue a la zaga en su masturbación. Ambas parecían querer competir para ver cuál de las dos gritaba y gemía más.

Yo me corrí una vez, pero la erección se mantuvo firme. Eran demasiados elementos excitantes.

Cuando Piluka cayó desmadejada y exhausta sobre la cama, le pregunté a Paqui:

-¿Entonces no quieres participar?

-¿Más? Pero sí, quiero que me hagas algo, quiero que me la metas por el culo. ¡Es que me entusiasma!

-¿Pues a qué esperas? Ven.

Se vino a la cama. Piluka se echó a un lado para dejarla sitio. Ella se tumbó de espaldas y levantó los muslos para dejarme expedito el camino de su culo.

-Métemela así, me gusta tocarme el coño mientras siento como me taladra el culo la polla.

Lo hice como me lo pedía, tras encontrar la postura adecuada. Enseguida empezó a mover las caderas como una loca mientras se frotaba el clítoris con las manos.

-¡Esto es follar! ¡Rómpeme el culo! –Exclamaba de forma apenas entendible por sus jadeos.

Piluka había pasado entonces a la etapa de masturbación, pero casi agotada como estaba, se acariciaba el coño suavemente mientras le decía a su madre:

-Eres tan puta como yo mamá, pero es que follar es lo mejor del mundo.

Tras casi una hora entre orgasmos y corridas de los tres, dijeron de bajar con el resto de los invitados. Como es natural, y visto como habíamos dejado el ambiente, ni nos molestamos en vestirnos.

La “fiesta” no terminó ahí, pero eso es ya tema de otro relato, para no hacer este demasiado largo.