El chalé
(m/F, incesto)
El tren entró en la estación lentamente, desacelerando poco a poco hasta quedarse parado totalmente. Cuatro o cinco personas del vagón donde yo había estado sentado se levantaron con sus maletas y bolsas de viaje y se prepararon para apearse. Yo también debía hacerlo, así que cogí mi bolsa de viaje y mi mochila y me puse junto a una de las puertas para salir. Nada más bajar, me encontré en una pequeña estación con un par de andenes de no más de cien metros de longitud y una sala de espera que parecía ser de muy reducidas dimensiones. Entré en ésta cuando el tren reanudó la marcha y al poco salí a la calle, donde debía coger un autobús (el único urbano de aquel pueblo) que me llevaría a las cercanías del chalé donde vivía mi tía, con la que iba a pasar unos días de aquel otoño.
Enseguida vi el poste de la parada del autobús, donde ya había dos personas esperando. Solté mi bolsa de viaje a mis pies y respiré profundamente, disfrutando del olor a mar que llegaba a las inmediaciones de la estación. Eran poco más de las doce de la mañana y no había una sola nube en el cielo. No hacía mucho calor, pero de ninguna manera hacía frío. Se estaba muy bien y me alegré de haber tomado la decisión de venir a pasar aquellos días con mi tía, quien vivía todo el año allí dedicada a la literatura y la traducción.
Mi madre había recibido tres días antes una llamada de ella en la que le sugería que me fuera con ella durante los días libres que iba a tener y, aunque al principio no me entusiasmó demasiado la idea, acabé montándome en un tren y dejando la gran ciudad atrás. Yo conocía poco a mi tía (sólo la había visto en cuatro o cinco ocasiones), pero siempre me había caído muy bien y me parecía una persona interesante, tan dedicada a la escritura y a la traducción.
El autobús tardó unos diez minutos en llegar, tiempo durante el cual estuve fijándome en el aspecto del pueblo, un típico lugar de veraneo que aquellos días estaba muy tranquilo, casi solitario. Había chalés adosados por todas partes, de color blanco la mayoría, aunque algunos propietarios audaces los habían pintado de rosa claro y otros tonos pastel. Las calles estaban bien acondicionadas y el mobiliario urbano muy cuidado. Todo tenía un aspecto muy próspero y tranquilo, dos cualidades que yo ya entonces apreciaba.
Una vez en el autobús, un moderno y espacioso vehículo con cristales tintados en negro y una amortiguación que hacía agradable el viaje, me quedé quieto mirando las calles del pueblo. En realidad, la zona por la que pasé, algo retirada del centro, era una larga avenida de chalés con árboles en las aceras. Mi tía me había dicho que me bajara en la sexta parada a partir de la estación, así que estuve muy atento a los postes por si acaso el conductor se saltaba alguna.
Al cabo de cinco minutos, el autobús se detuvo en la parada, donde estaba mi tía esperándome con una amplia y cálida sonrisa. Me bajé y, mientras el autobús se alejaba, la tía Vanessa me dio un abrazo y un beso.
-¡Qué grande estás! -exclamó-. Bueno, hacía dos años que no nos veíamos, así que no me sorprende. Tienes ya dieciocho años, ¿no?
-Sí, los cumplí el mes pasado -le dije.
-Ah, pues te tengo un regalo en casa, ya verás.
-Gracias -le respondí un poco sin saber cómo reaccionar.
Los dos comenzamos a caminar por la acera y yo me di cuenta de que el pueblo, o aquella urbanización, acababa unos cuatrocientos metros más allá y que el autobús daba la vuelta en una rotonda para dirigirse de nuevo a la estación y después al centro. El sol seguía iluminando con gran potencia y la temperatura, aunque no muy alta, sí invitaba a estar en mangas de camisa. Mi tía, acostumbrada a aquel clima benigno, llevaba puesto un vestido blanco con unas chanclas de dedo de salir. Recuerdo que las uñas de sus pies estaban pintadas de color burdeos, el cual resaltaba mucho.
Cien metros más allá del poste de la parada, torcimos a la derecha y pasamos cuatro chalés hasta llegar al de mi tía. Era el suyo el último de la calle y tenía ante sí un pequeño terraplén cubierto de hierba que caía a unas dunas de arena fina que había en aquella zona poco transitada de la playa. Era una playa muy ancha y arenosa y había que andar más de cien metros para llegar a la orilla. El mar estaba en calma y sólo había dos o tres personas en aquella zona, paseando junto al mar. Se oían gaviotas y sólo algún que otro coche de vez en cuando, pero todo estaba muy tranquilo.
Al chalé de mi tía se entraba por una cancela negra alta que inspiraba seguridad. Lo primero que se pisaba era un agradable patio frontal con un camino de piedra a la derecha y césped a la izquierda. Después había unos escalones que llevaban a un porche donde había una mesita de plástico con dos sillas y luego se llegaba a la puerta de delante. A la derecha había un estrecho pasillo, entre los setos que rodeaban el chalé y el chalé contiguo, que llevaba a la parte trasera. Por dentro, el chalé contaba con un amplio salón, al que se accedía después de un recibidor, una cocina pequeña, un aseo y una sala de estar al fondo, que tenía una puerta para ir al patio trasero. Arriba había dos habitaciones, un despacho (donde mi tía tenía sus libros, su ordenador portátil y todo su material) y un cuarto de baño. Todo parecía limpio en extremo y muy habitable. Por último, había una escalera estrecha, a la que se accedía por una puerta muy disimulada, que llevaba a la azotea. Allí había otra mesita de plástico con un par de sillas y una hamaca para tomar el sol. También había una manguera y una sombrilla para dar sombra a la mesa.
Cuando la tía Vanessa me había enseñado todo el chalé, incluida la estupenda extensión de césped que tenía en el patio trasero, deshice y puse mi ropa en el armario del cuarto de invitados. Todo tenía muy buen aspecto, incluida mi tía, que a sus cuarenta y dos años era una mujer algo rellena, pero con unas extraordinarias tetas y un amplio y suculento culo. Tenía su pelo castaño por los hombros y la piel muy clara y con numerosos lunares. Era, sin duda alguna, una mujer atractiva y no me explicaba por qué no había tenido ningún novio después de su divorcio. Supuse que precisamente era soledad y tranquilidad lo que ella andaba buscando, retirándose a vivir a aquel lugar apacible lejos del mundanal ruido.
-¿Qué te apetece para almorzar? -me preguntó desde el pasillo mirando a la habitación donde iba a dormir.
-No sé, cualquier cosa.
-Venga, elige, que tenemos que celebrar tu cumpleaños.
-No sé, de verdad, cualquier cosa vale -dije.
Mi tía se quedó un momento pensativa y luego su expresión reveló que se le había ocurrido algo.
-¿Y si pedimos una pizza grande a una pizzería estupenda que hay en el centro? -propuso.
-¡Genial! -respondí entusiasmado-. No me he comido una pizza en seis meses por lo menos.
-Pues entonces ya tenemos resuelto el almuerzo.
-Y la cena, si metemos la pizza en el microondas -sugerí.
Mi tía se rió.
-No, hombre, ya pensaremos en otra cosa para la cena -dijo.
Yo sonreí y los dos bajamos al salón, donde había dos cómodos sofás biplaza. Un gran ventanal daba al patio de delante y proporcionaba mucha luz. Mi tía se sentó en un extremo de uno de los dos sofás y cogió el teléfono, que estaba en una mesita junto a él. Pidió la pizza y luego se recostó en el sofá.
-¿Qué te parece si nos vamos a la playa un rato después de comer? -me preguntó.
-Estupendo -le dije-. Hace mucho también que no voy a la playa.
-Huy, pues ésta seguro que te gusta un montón, porque es muy tranquila y solitaria y hasta se puede hacer "top-less" tranquilamente.
-Ah.
-Bueno, si te da vergüenza, no lo haré, claro. Tampoco pasa nada -me dijo.
-No, no, por mí no te prives -le dije.
-Hombre, lo decía por si te daba reparo o algo, pero me figuro que no serían las primeras... tetas que ves en tu vida, ¿no? Habrás tenido novias y eso, así que no creo que salieras corriendo asustado.
Yo me eché a reír por el tono con que decía aquello.
-No, corriendo no saldría, pero tampoco he visto nada antes, porque las chicas con las que he salido, que no han sido muchas, eran unas estrechas.
-Pues son tontas, porque estás muy bien. En fin, ellas se lo pierden, ¿verdad? -me dijo riéndose.
-Supongo -le contesté yo sonriendo.
La media hora que tardaron en traer la pizza la pasamos charlando sobre todo de estudios y del trabajo de mi tía, que me pareció muy interesante. Pude comprobar que mi tía era una persona encantadora y, además, muy seductora, a pesar de su vida apartada y su poco contacto con otras personas. La breve conversación que habíamos tenido sobre el "top-less" me había producido una buena erección y había hecho que empezara a tener pensamientos obscenos relacionados con mi tía, pero intenté borrar de mi mente aquello para no pasarlo mal.
Cuando terminamos de comernos la pizza, que estuvo muy buena, decidimos ir a la playa un rato y disfrutar de unos cuantos rayos de sol, ya que el día definitivamente iba a ser bastante cálido. Los dos nos fuimos a nuestras habitaciones a ponernos los bañadores. Cuando salí, vistiendo un bañador azul oscuro, mi cuerpo nervudo y bien formado pareció impresionar a mi tía, que ya estaba en el pasillo vistiendo un bañador de una sola pieza, con lo cual, pensé, el "top-less" quedaba descartado. Me dijo que estaba muy bien en bañador y me guiñó un ojo en plan de broma.
Cuando bajamos a la playa no había nadie a la vista. Para alguien que veranee en julio, agosto o incluso septiembre, ver una playa a finales de octubre es algo espectacular. La arena está intacta, sin pisar, y no suelen quedar toldos, ni hamacas, ni hidropedales, ni nada parecido. Todo está en calma y muy poca es la gente que pasea. Aquella zona de la playa, además, era muy poco transitada en temporada baja, ya que la abrumadora mayoría de las viviendas que había enfrente eran de personas que, aunque vivían allí, salían a trabajar cada día y tenían poco tiempo para playa.
Extendimos las toallas en la arena no muy lejos de la orilla y nos sentamos en ellas. Sin mediar palabra, mi tía manoseó las tirantas de su bañador y se lo bajó hasta la barriga, dejando a la vista sus gordas tetas, que mis ojos asombrados vieron sin saber si aquello estaba pasando de verdad o era un sueño. Realidad debía ser, pensé, porque tuve una erección al instante, y una que se notaba claramente en mi bañador sin yo percatarme de ello.
-¿Te gustan? -me preguntó mi tía sonriendo y echándose el pelo para atrás con las dos manos.
-Sí -dije únicamente.
-Bueno, eso ya lo veo -dijo señalando el tremendo bulto en mi bañador y riéndose.
Yo me tapé como pude, nervioso y abochornado y mi tía se rió aún más.
-Pero no te tapes, chiquillo, si me gusta mucho que se te ponga así... Es lo normal y, además, me gusta que todavía tenga yo ese efecto en un chico joven -dijo con todo amable, casi maternal.
Yo no dije nada, pero dejé de taparme y mi bulto pudo seguir viéndose, tan evidente era.
-Lo que sí tienes es muy buen tamaño ahí, ¿no? -me preguntó con expresión algo más seria.
Seguí callado, aunque sonriendo. Mi tía también sonrió, pero luego ya se olvidó del tema y se tumbó en la toalla.
-Vamos a tomar un poco el sol, a ver si nos tostamos algo.
Mi tía, con sus buenas tetas extendidas sobre su pecho, se quedó allí tomando el sol mientras yo asimilaba lo que había pasado sentado y luego me tumbaba también. La seguía teniendo dura, pero ya no tanto. Mi tía apenas decía nada y si lo hacía era para hablar del tiempo o algo así, nada importante.
Pasaron unas dos horas hasta que mi tía decidió que era hora de volver a casa, porque tenía que preparar no sé qué papeles. Se subió el bañador y me miró sonriendo.
-Tú me has visto cosas, pero yo nada, ¿eh...? -me dijo.
Yo me limité a sonreírle y me puse de pie. El bulto en mi bañador fue más evidente entonces y ella lo notó, pero no dijo nada. Con mucha tranquilidad, caminamos sobre la fina arena de vuelta al chalé, abrimos la cancela y entramos. No sé muy bien cómo sucedió, pero justo después me encontraba abrazado a mi tía, magreándola mientras ella metía una mano dentro de mi bañador y agarraba mi rabo. Sin decir nada, nos tiramos en el césped y nos arrancamos la ropa del cuerpo. Yo casi ni veía ni oía, sólo sé que mi tía me hizo ponerme encima de ella y que, al poco, mi rabo estaba en un agujero caliente y mojado, entrando y saliendo mientras la tía Vanessa jadeaba disimuladamente. Fugazmente, alcancé a ver cómo mi polla era engullida por el coño peludo de mi tía, cuyas tetas yo no dejaba de sobar.
Supongo que nadie pasó entonces por su calle y que no nos vieron, pero el caso es que mi tía se corrió un par de veces antes de que mi leche pringara su chocho y lo llenara hasta arriba a base de fuertes chorros. Mi tía procuró no gemir fuerte, pero algo se oyó, aunque nadie acudió. Mi polla casi no se puso fláccida, así que entramos en su casa desnudos y besándonos por el camino y nos tiramos en la cama de matrimonio de mi tía. Allí se me subió encima y empezó a cabalgar sobre mí, con las tetas botando de un lado a otro locamente y mis manos en sus caderas. Se corrió dos o tres veces más y luego yo una segunda vez, llenándola con más semen. Aquellas vacaciones iban a ser la leche...