El Centro del Placer Gay
El puto pollón me saturó las fosas nasales y me puse a salivar de anticipación. El buenorro me golpeó en la cara con el trasto y estuve a un tris de correrme. - Cómetela -ordenó. Traga hasta que revientes. Abrí la boca mientras no dejaban de comerme la polla y me bombeaban frenéticamente por el culo y conseguí introducir el enorme glande del buenorro entre mis labios.
El Centro del Placer Gay
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Nunca imaginé que existiera un sitio como aquel. Se llamaba El Centro del Placer Gay y era una mezcla entre un hotel de lujo, un parque de atracciones y un cuarto oscuro. Llegué allí de casualidad. Estaba en Barcelona por asuntos de trabajo y acabé unos días antes de lo previsto, así que busqué una sauna en internet para tener algo que hacer y di con este sitio. Lo primero que contaré, ciertamente llamativo, es que cuando llegué, en recepción me preguntaron si quería pagar o hacer el recorrido gratuito. No me importaba pagar pero me parecía curioso lo de entrar gratis. Me recordaba al free tour de las páginas porno, así que le pregunté al chulazo de la entrada de qué se trataba. Me pidió que pasara a un cuartito. Una vez allí me pidió que me quitara la camisa. Después de admirar mi torso desnudo me dijo sin muchos preámbulos que me sacara la polla. Lo hice encantado. Se agachó, se entretuvo un rato sopesándome los huevos, oliéndome la punta del rabo y dándole golpecitos hasta ponérmelo más tieso que un mástil, y después de sobarlo a placer me dio su aprobación. - Tienes lo necesario para entrar gratis -dijo. - Elige una profesión. Me pasó una hoja con 40 profesiones distintas. Entre las típicas de hotel como camarero o pinche de cocina me llamó la atención la de escayolista, porque antes de trabajar como asesor informático estuve unos años colgando techos de escayola con mi hermano. - Escayolista mismo -le dije al chulazo. - ¿Qué tengo que hacer? - Es evidente, ¿no te parece? -contestó. - Tienes que tapar agujeros. Me llevó de la mano a unos vestidores y me buscó la indumentaria adecuada. Me pidió que me desvistiera. Así lo hice. - La ropa interior también, bonito. - Vale, vale. Recogió toda mi ropa, mi móvil y la cartera y lo metió todo en una taquilla. Luego me fue dando las prendas de escayolista: unos pantalones blancos holgaditos pero llenos de agujeros, con uno especialmente grande a la altura de la entrepierna y otro en el ojete, unas sandalias cómodas, una camiseta muy ajustada para marcar pectorales y una gorra blanca llena de pegotes de escayola. - Estás muy propio. - Gracias, majo. Luego me condujo hasta un ascensor, subimos dos plantas y recogimos de un office una escalera, un capazo, un saco de escayola que tuve que cargar yo, unos cubos para el agua y una llana de hierro bastante pulida. Subimos otra planta, me condujo hasta un amplio descansillo entre escaleras y me mostró un agujero en el techo de unos treinta centímetros. - Ahora te traigo un trozo de placa. El agua puedes cogerla de cualquier habitación, no hay ninguna puerta cerrada. Que te diviertas. Y me dejó allí en medio del pasillo, con unos pantalones agujereados por los que se me veían los huevos y un trabajo por hacer. Esperé un rato, indeciso y solo, hasta que se me ocurrió llenar un cubo de agua. Abrí la puerta de la habitación más cercana, la 307, y me encontré con un hombre de unos cuarenta años durmiendo a pierna suelta, completamente desnudo, en una cama redonda. Tenía pinta de haberse corrido una juerga de escándalo pero sus acompañantes no se habían quedado a dormir con él después de la fiesta. Tenía restos de corridas por todo el cuerpo, lo cual indicaba que debía haberles comido la polla a unos cuantos. La suya era descomunal y aún estaba morcillona, así que no debía hacer mucho rato que dormía. Pasé al baño y puse a llenar el cubo bajo el grifo de la bañera, haciendo algo de ruido a ver si se despertaba y me invitaba a comerle el rabo, pero el tío dormía como un angelito, el pobre. Cerré el grifo y salí del baño. Me dediqué un rato a observar al maromo. Tenía ganas de hacer alguna guarrada con el mamón pero no sabía si se podía molestar a los que habían entrado pagando, ni si al tipo le sentaría mal mi intromisión. Mientras tomaba una decisión la polla se me puso dura y al final acabó decidiendo ella. Dejé el cubo en el suelo, me quité las sandalias y me subí a la cama. Me acerqué despacio al hombre dormido pero no se inmutó. El olor a semen de varios hombres me llenó las fosas nasales y mi polla empezó a palpitar con una erección de campeonato. Acerqué la cara a los cojones del mamón y aspiré el aroma. Luego apoyé la mejilla en el tronco de su polla morcillona y permanecí allí unos segundos, cada vez más excitado por lo que estaba haciendo. Sentí en la cara su vergajo caliente. Moví un poco la cabeza, la mejilla sobre su rabo, y de pronto noté como empezaba a ponerse duro. Saqué la lengua, bajé un poco la cabeza y le di un lametón en los huevos. Entonces despertó. - ¿Quién eres? -preguntó, al tiempo que se desperezaba. - El escayolista -dije, con la boca aún en sus huevos. - ¿Qué haces? - Me disponía a hacerte una mamada. - Debería ducharme primero. - Parece una buena idea. Se levantó y se dirigió al baño, pero durante el trayecto se dedicó a tocarse el rabo enhiesto y a sonreírme lascivamente. - ¿Estarás por aquí cuando salga? - Estaré ahí fuera, tapando un agujero -dije. El chulazo de la entrada debía de estar a punto de volver con el trozo de placa, y yo era un profesional. - Pues ahora mismo salgo y te ayudo. El hombre de las corridas se metió en la ducha y yo me puse las sandalias, cogí mi cubo y salí de la habitación totalmente empalmado. Descubrí que el chulo de recepción ya había pasado por allí; había un trozo de escayola apoyado en la pared. Eché un vistazo al hueco del techo y partí de una patada la media placa que me habían traído. Coloqué la escalera bajo el agujero, cogí el trozo que necesitaba, subí tres peldaños y oí como se abría una puerta a mi espalda. Me volví a mirar. No era el mamón, ese aún no habría tenido tiempo ni de enjabonarse el rabo. Era el inquilino de la 311, un tío rapado al dos de unos veinticinco años, con gafas de sol y traje de ejecutivo. Llevaba una maleta, así que abandonaba el hotel en ese preciso instante. Cerró la puerta y se me quedó mirando un rato mientras yo hacía ver que me interesaba por el estado del agujero del techo, cuando en realidad estaba más pendiente de los de mis pantalones. Escuché que dejaba la maleta en el suelo y al momento lo sentí junto a la escalera donde estaba yo subido. Lo miré. Sin mediar palabra se llevó dos dedos a la boca y los llenó de saliva. Luego me plantó los dedos en el ano. Fue tan inesperado que casi me caigo de la escalera. Paseó sus dedos mojados por la raja de mi culo mientras yo me aferraba a la escalera y lo ponía en pompa. Entonces agarró con las dos manos la tela del raído pantalón que me habían proporcionado y de un tirón multiplicó por cinco el tamaño del agujero, dejándome el culo totalmente desprotegido. Luego me separó las cachas con fuerza y me plantó un lengüetazo en el ojete. Me abandoné y sentí su piel suave y recién afeitada contra la mía, sus morros buceando en mi culo abierto, y casi me corro allí mismo. Y de pronto, tan inesperadamente como había empezado, terminó. Cogió su maleta y se metió en el ascensor sin decir adiós siquiera, dejándome allí, con el culo al aire y necesitado. Intenté hacerme a la idea de que aquello no era un hotel normal, de que podía seguir a lo mío sin que nadie se escandalizase de encontrarse en mitad del pasillo a un escayolista con todo el culo al aire. Mientras esperaba a que apareciera el maromo de las corridas, ya convenientemente adecentado, traté de colocar el trozo de placa en su sitio. Era demasiado grande, y, mientras forcejeaba con él encaramado al cuarto escalón, delante de mí apareció un electricista. Sé que era (o hacía de) electricista porque llevaba un rollo de cables, pero la ropa que le habían proporcionado a él no estaba agujereada. Ni siquiera tenía la cremallera del pantalón bajada. Como venía de frente no vio mi culo desnudo, pero sí que se fijó en mis huevos, que asomaban obscenamente por el boquete delantero. - Buenos días -dijo. - Qué, ¿trabajando? - Aquí estamos, dejando esto niquelao. - Tienes los pantalones un poco jodidos. - Qué observador. - Desde aquí tengo una vista privilegiada. - Pues si vieras como están por detrás... - Prefiero estas vistas. Estuvo un rato mirándome los huevos y lo que pudiera ver de mi enorme erección hasta que extendió la mano como si fuese a coger una fruta madura y preguntó, muy correcto él: - ¿Puedo? Separé un poco las rodillas para darle mejor ángulo y contesté: - Adelante. Cuando sus dedos rozaron la piel y el rizado vello de mis cojones un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Dejó que mis huevos reposaran en la palma de su mano y paseó luego las yemas de los dedos en dirección a mi trasero. Me sujeté a la escalera y acerqué el cuerpo hacia él para que pudiera llegar cómodamente a mi ano. Pero el electricista prefirió volver a los huevos, subir luego a mi rabo tieso y tirar de él hacia abajo para sacarlo por la abertura. Admiró un momento el tamaño de mi miembro y luego, como si le entrara la prisa, arrimó la boca. Bajé un peldaño para estar más a su altura y empezó a pajearme suavemente, con los labios muy cerca del glande pero alargando el momento. Justo entonces unas manos fuertes me abrieron el trasero desde atrás y una lengua húmeda se plantó en mi agujero. Me giré gratamente sorprendido y me encontré con el maromo mamón, recién duchado, desnudo, con su pollón en la mano y la cara enterrada en mi trasero. El tío jalaba con fruición. El electricista, animado por la súbita aparición del tiarro en bolas se metió mi polla de golpe en la boca y comenzó a mamar como un cabrón. Mientras uno se comía mi rabo con un ansia feroz el otro se deleitaba dándome lametones en el esfínter, y enterrando luego la nariz mientras se hacía un buen pajote. El electricista no tardó en bajarse la cremallera del pantalón y sacarse la polla, un hermoso miembro de unos 18 centímetros bastante torcido a la derecha, se llenó de saliva la palma de la mano y empezó a restregarse el cipote mientras me la volvía a mamar como un poseso. En ese instante salieron del ascensor, situado a unos cinco metros de donde estábamos nosotros, dos hombres, uno de unos 30 y otro de unos 50 años. En un primer momento parecieron cortarse. Ni qué decir tiene que mi lameculos particular ni se percató de su presencia y siguió dándome lengüetazos en el ano, y el electricista se excitaba el doble con cada nueva aparición y me la comía y se pajeaba con más ganas. Al cabo de unos minutos de observarnos, el más mayor se nos acercó. Vi que se había sacado la polla y se masturbaba, y cuando cogió confianza metió la mano de lado entre las nalgas del hombre desnudo y recién duchado que me las comía a mí. Mi mamón paró un momento a ver quién era el recién llegado, pero fue al ver a su compañero, que aún no se había unido al grupo, que se le hizo la boca agua. Literalmente. Yo volví a fijarme en él y descubrí que estaba como un queso. Nos miraba desde la puerta del ascensor sin acercarse todavía. Mi mamón me sorprendió entonces cogiéndome en volandas y llevándome cual muñequito desde mi escalera hasta su cama redonda. Dejó la puerta abierta para que los demás se unieran o miraran. Entonces me puso a cuatro patas y volvió a arrimar su experta lengua a mi ojete. Los demás tomaron posiciones. El electricista se tumbó boca arriba, metió la cabeza bajo mi ombligo y se adueñó de mi mástil, para seguir con lo que estaba haciendo en el pasillo. El mayor de los recién llegados empezó a trabajarle el culo a mi mamón. Yo busqué al que estaba como un queso y lo vi de pie junto a la cama, observando, pero sin decidirse a participar. Las dos bocas me estaban dando tanta caña que cuando hablé fue entre jadeos. - Sácate esa polla y lléname la boca, tío bueno. El buenorro se sonrió. - Lo que tengo no te cabría en la boca. - Mejor. El tío se subió en la cama, se puso de rodillas ante mí, que seguía a cuatro patas, y se puso a quitarse el cinturón con parsimonia. El electricista pasaba de mi polla a mis huevos con una voracidad endemoniada y mi mamón me estaba metiendo ahora dos dedos en el culo, con lo que la tensión iba en aumento y sentía cada vez una mayor necesidad de meterme el falo del buenorro entre los labios. Pero el tío se lo tomaba con calma, el muy farruco. Ahora se estaba desabrochando el botón. Mientras, el más mayor de los recién llegados le estaba metiendo lengua a mi mamón y con cada lengüetazo a su ojete, con mayor fuerza me metía los dedos él a mí. Me estaba poniendo frenético y el buenorro empezaba ahora con la cremallera. Yo estaba llegando a un punto en que los dedos del mamón de culos ya no me bastaban así que le grité al metededos que me incara su pedazo polla. Mis gritos excitaban al electricista que me la comía con mayor ímpetu lo cual me llevaba un punto más lejos. Mi mamón, muy diestro en estas lides, me llenó el culo de crema y se puso un condón en un momento. Se colocó en posición y me clavó la punta del rabazo sin avisar. El que le trabajaba el culo debía hacerlo bien porque el mamón empezó a embestirme sin miramientos. El puto electricista no dejaba de mamar y yo creía que iba a morirme cuando por fin el buenorro se sacó el vergajo, una monstruosidad caliente y palpitante, la polla más bestia que haya visto en la vida. El puto pollón me saturó las fosas nasales y me puse a salivar de anticipación. El buenorro me golpeó en la cara con el trasto y estuve a un tris de correrme. - Cómetela -ordenó. Traga hasta que revientes. Abrí la boca mientras no dejaban de comerme la polla y me bombeaban frenéticamente por el culo y conseguí introducir el enorme glande del buenorro entre mis labios. Empecé a salivar como un poseso y el reguero de saliva empezó a correrle polla abajo hasta que empapé completamente sus huevos, tan enormes como el vergajo. El tío se puso a follarme la boca y poco a poco fue llegando más y más adentro. Nunca me habían empalado por delante y por detrás, mucho menos al tiempo que me comían la polla, y cuando creía que había tocado el cielo un desconocido recién llegado se puso a jugar con mis tetillas. Creí que me desmayaba. Entonces perdí por completo la noción del tiempo. Sólo sé que estaba completamente lleno de polla, que era una marioneta y que cuando creía que había llegado al máximo placer que podía experimentar descubría que era solo la mitad. Porque perdido en mi propio cielo no me di cuenta de que pasaban los minutos y se iban añadiendo más hombres, los que al pasar por delante de la puerta 307 y ver lo que había ahí dentro se unían a la fiesta, y pronto fue una multitud de manos las que recorrían mi cuerpo o me abrían las nalgas, decenas de labios los que me chupaban los huevos, el cuello o los dedos de los pies, y un buen montón de vergas las que me golpeaban por todas partes y se turnaban para agujerearme el trasero o llenarme la boca de carne dura, caliente y palpitante. En algún momento me corrí en la boca de alguien que la mamaba de un modo espectacular, pero el maremoto de sensaciones no permitió que perdiera la erección y otra boca continuó el trabajo de la anterior. Alguien se corrió en mi oreja y alguien más me limpió aquella leche con la lengua. De algún modo consiguieron meterme dos pollas por el culo a la vez y mientras me embestían también me colaron dos pollas en la boca mientras otros dos tíos empezaban a descargar esperma sobre mi espalda. Alguien me cogió del pelo y empezó a empujarme la cabeza contra los vergajos que me taladraban la garganta. Me di cuenta extasiado que una de aquellas pollazas seguía siendo la del buenorro. Conseguí acercar una mano a sus huevos y se los acaricié y entonces se corrió dentro de mi boca sin avisar, haciendo que casi me atragantara con el aluvión de semen que descargaba sin parar. La otra polla empezó también a descargar y empecé a escupir leche en el colchón mientras me volvía a llegar el orgasmo con la excitación. Descargué de nuevo en la boca de alguien que no dejó de mamar hasta que no quedó ni una gota. Entonces me dieron la vuelta y se subieron encima de la cama redonda y vi que eran quince o dieciséis, y me extasié viendo como se masturbaban encima de mi, todas aquellas vergas duras, todos aquellos huevos prietos deseando bañarme en su leche, y me sentí en el paraíso. Cerré los ojos, saqué la lengua y empecé a recibir trallazos.