El cazafamosos

Historia de un paparazzi que se dedica a grabar a los famosos en la intimidad.

EL CAZAFAMOSOS

CAPÍTULO 1. EL CONTRATO

AÑO 2107. Sábado 21 de mayo 9:32 horas.

Sonó en el videófono una pegadiza canción de Susana Salazar; era el aviso de que alguien quería hablar conmigo. Me senté en mi sillón y pulsé el botón de recepción de la llamada por el sistema de manos libres. En la pantalla panorámica de LCD apareció un señor calvo, con gafas de montura gruesa, nariz ganchuda y tez morena y empezó la videoconferencia.

—¿Es usted Ernesto Fuentes?

—El mismo que viste y calza.

—Quería hablar con usted.

—Adelante, caballero.

—Soy Gerardo Díez, subdirector de "Todo corazón"; no sé si nos conoce —negué con la cabeza—; somos una revista digital dedicada al mundo de los famosos. Me han dado buenas referencias suyas y he pensado en hacerle una oferta laboral que quizá le interese.

—Soy todo oídos, don Gerardo.

—¿Conoce a Álex Albarado?

Obviamente sí sabía quien era, por eso respondí con una pregunta retórica.

—¿Puede haber alguien en España con uso de razón y que no lleve varios años incomunicado que no sepa quien es Álex Albarado? Pero si lo tenemos hasta en la sopa.

El personaje referido era un archiconocido futbolista internacional que actualmente jugaba con el Deportivo Nacional. Era una estrella, y por eso no solo vendía muchas camisetas con su nombre, sino que hasta hacía anuncios de colonias y ropa deportiva. Tuvo un enlace muy sonado el pasado año con una "top model" toledana llamada Paz Benavente especializada en lencería y bikinis, también bastante conocida en su mundillo, pero no tan famosa y adinerada como el deportista. Sin duda, fue una de las parejas más destacables de entre las que se habían formado el año anterior.

—Verá, señor Fuentes, ya sabe que Álex y su esposa, a pesar de que vendieron su boda en exclusiva a la revista "Con pasión", se han vuelto bastante celosos de su intimidad, y por ende, su cotización ha subido como la espuma. La gente está ansiosa por saber de ellos. Dicho esto, seré claro: Quiero que me consiga material gráfico suyo: fotos, vídeos mejor si puede ser,

Le interrumpí.

—¿Cuánto?

—Déjeme terminar, señor Fuentes —pidió el subdirector de "Todo Corazón"—. No se precipite.

—Mil disculpas —me retracté, levantando las palmas de las manos.

—¿Conoce nuestra revista, señor Fuentes?

—La verdad es que no —repuse.

Desde que en octubre de 2098 el Gobierno español prohibió la prensa tradicional impresa en papel por una gravísima cuestión de índole ecológica, Internet había sido un hervidero de periódicos y revistas digitales. Seguían existiendo algunas publicaciones de solera, con una audiencia muy resistente a las modas que, sin duda conocía, pero dada la constante proliferación de revistas era difícil estar al día de todas y cada una.

—Álex Albarado tiene fama de ser un poco crápula y a nosotros lo que nos gusta es el morbo. Las malas lenguas dicen que no le es fiel a su mujer. ¿No sé si empieza a captar lo que quiero decirle?

Le entendía perfectamente desde hacía rato. Querían escenas de cama, besos de Álex con su mujer o —aún mejor— con sus amantes en sitios privados. Todas esas cosas que convierten a un "paparazzo", en un abnegado servidor de quienes han hecho de meter las narices en asuntos ajenos su única religión. Alguien que ofrece carnaza a toda esa gente que ha hecho del morbo y la curiosidad más insana y enfermiza su principal expansión mental.

—Si no hubiera sido por el caso Ortega no me quedaría más remedio que negarme, pero hoy por hoy la ley nos favorece a los profesionales de esto —comenté.

El caso Ortega, cuyo juicio se celebró a principios del año, tuvo una gran repercusión mediática. El cantante canario Juan Francisco Paredes y Guevara, más conocido como "Juancho", acosado por varios reporteros dedicados a hacer guardia delante de su casa para tomarle cualquier declaración y grabarle hasta para ir a comprar el pan, perdió la cabeza. Presa de un ataque de ira, el artista (bastante corpulento, por cierto) asestó un fatídico puñetazo al reportero Sergio Ortega, causándole la muerte por traumatismo craneoencefálico. A "Juancho", aunque sus abogados adujeron enajenación mental transitoria, le metieron quince años entre rejas pero, el pueblo, adicto al amarillismo sentimental, se levantó en armas. Orquestados por un montón de asociaciones de periodistas y varios canales privados de televisión que prácticamente sólo echaban programas del corazón, organizaron una manifestación cuyo número de participantes superó con creces a la también multitudinaria llevada a cabo en enero de 2098 para impedir la desaparición de las catorce mil hectáreas de bosques que aún perduraban en España.

Como iba diciendo, hábiles manipuladores profesionales y agitadores de masas arengaron a los manifestantes diciendo que la clase obrera, principal consumidora de las revistas del corazón, tenía derecho a saber todo lo que se le antojara de los personajes populares a los que admiraba, pues eran ellos, con la atención prestada y el dinero desembolsado, quienes permitían a los famosos tener un nivel de vida altísimo en una época donde más de la mitad de la población vivía por debajo del umbral de la pobreza. Unos tenían una gran vida privada y los más una vida llena de privaciones, pero anestesiada por el afán de curiosear.

Consignas en camisetas o carteles como "Si son personajes públicos, ¿por qué guardan tantos secretos? O "Estoy harto de que me hurten lo que más deseo ver" florecían por doquier. Y también fotos de Sergio Ortega, con la cámara en ristre, convertido en mártir de los "paparazzi". Recordaba haber visto un reportaje de actualidad del televisivo presentador Héctor Salvatierra sobre este evento y me vinieron a la cabeza las frases demagogas a más no poder de su autor. Para rizar el rizo de la desvergüenza periodística más demencial que pueda concebirse, hacía las declaraciones en falso documental, simulando responder a las preguntas serias de alguien.

"—… No me parece ético asesinar (fue un homicidio, no un asesinato, pero la cuestión era exaltar a la audiencia a cualquier precio)… a alguien que lo único que está haciendo es cumplir con su obligación de informar."

"—… No creo que aquella tarde Sergio le estuviera haciendo daño a nadie —pausa teatral—. Estaba en la calle (entonces, en un gesto muy estudiado, se encogía de hombros y miraba sin ver, abstrayendo su mirada en un punto difuso y lejano)… no creo que un periodista atente contra la libertad de nadie por formular un par de preguntas. Si quieres responder, respondes y si no, te callas, te vas y punto (ahí hizo el gesto de lavarse las manos y despreocuparse).

El Gobierno, temiéndose desórdenes públicos y otros males mayores, se comprometió a hacer un Real Decreto en el que se legalizara la toma de fotos o grabación de los famosos en lugares privados, aunque no fuera consentido y sin que fuera delito de allanamiento en este caso en concreto. Es decir que uno podía grabar a una persona famosa en la ducha de su casa, publicarlo en una revista digital y tanto el que grababa como la revista que se hacía eco de la información pasaban a ser inmunes jurídicamente. En el Ministerio de Internet se creó una Dirección General llamada Dirección General de Famosos y elaboraron una base de datos sobre los famosos españoles por categorías según su relevancia mediática, parentesco, popularidad, méritos artísticos o deportivos, etcétera.

Ni que decir tiene que al intrépido periodista que hiciera una de estas grabaciones íntimas no se le podría juzgar por la grabación efectuada, pero sí podrían imputarle un robo o los desperfectos de una puerta forzada en un intento de acceder a la residencia de la persona famosa. De modo que el asunto quedaba en una pugna entre la capacidad del famoso para protegerse por medio de sistemas de alarma, perros, guardaespaldas, cámaras de vigilancia y la habilidad del reportero para evitar todos estos escollos.

Muchos personajes famosos montaron en cólera por aquella decisión, y aunque disponían de influencias en los medios de comunicación para desviar la atención del público, en esa ocasión no les quedó más remedio que aguantarse ante la voluntad de la gente.

De nada les sirvieron sus frecuentes sentadas en las escalinatas del Ministerio de Internet con pancartas en las que exigían su derecho a la intimidad. Dichas concentraciones solían estar encabezadas por cantantes como Carlos Castañeda el solista de "Rumba cañí", actrices internacionales como Lucía Sin, Vanesa Altarriba y otra gente de la farándula. En señal de protesta, Lucía y Vanesa, solían enseñar sus atributos mamarios.

"—Si nos han de grabar, al menos que lo hagan en público. No es normal que nadie pueda entrar en nuestras casas para grabarnos —decían agitando levemente sus senos."

De nada les sirvió lucir las domingas y tampoco proclamar a los cuatro vientos que estaban acosados por enjambres de "paparazzi" que no les dejaban vivir en paz alterando sus nervios y sacándoles de quicio. Nadie les hizo caso, porque la gente tenía problemas más gordos que esos y no era cuestión de compadecerse.

Por supuesto que también llevaron la ley al Tribunal Constitucional alegando que contravenía lo dispuesto en el artículo 14 de la Constitución (existía una clara discriminación que atentaba contra su derechos) y, sobre todo, el 15, pues no les parecía que conservaran su integridad moral expuestas sus vergüenzas indiscriminadamente ante los ojos de la gente. No obstante, una pléyade de excelentes abogados supo demostrar que aquella discriminación era positiva y servía para consolidar y salvaguardar los privilegios de una clase social ya de por sí bastante pudiente y en la cual, muchos de ellos, no eran más que parásitos, y que una escena que mostrara el disfrute del cuerpo humano nada tenía de inmoral y sí mucho de natural.

El Real Decreto se acababa de aprobar, así que ya se oían campanadas de cambio en el mundo del corazón, siempre ávido de novedades.

—¿Cuánto?

Gerardo Díez fue cauto, precavido.

—Eso depende de lo que consiga. Valoraremos la calidad del material que nos traiga y pagaremos en consecuencia.

—Perdone que insista: ¿Cuánto me pagaría por un vídeo de Álex Albarado haciendo el amor ya sea con su mujer o con cualquier otra tía?

—Si las imágenes son nítidas y el vídeo tiene una duración considerable estaríamos hablando de ente treinta y cuarenta mil euros, pero tendríamos que estudiarlo primero.

Para un cazafamosos que sobrevive por libre era un dineral, así que la respuesta no podía ser otra que una rotunda afirmación transformada en pregunta.

—¿Tiene listo el contrato, don Gerardo? Se lo firmo en el panel lector con el lápiz óptico ahora mismo.

CAPÍTULO 2. LA PUESTA EN ESCENA

AÑO 2107. Sábado 22 de mayo, 15:32 horas.

Comí un bocadillo de queso regado con una cerveza sin dejar de darle vueltas al asunto. Me planteé que quizá pudiera ser peligroso. O tal vez muy peligroso, porque la gente poderosa, y quien tiene dinero lo es, no se anda con chiquitas. Sin duda Álex Albarado y Paz Benavente eran dos pesos pesados del panorama nacional y por eso me ofrecían una cifra tan suculenta. ¿Sería más seguro grabar teniendo relaciones íntimas con su novia a, qué se yo…, a Hugo, uno de los participantes del "reality show", "Autostopistas por el mundo" en su vigésimo cuarta edición? Pues claro que sí, pero no creo que mis honorarios pasaran de mil euros por aquel servicio, suponiendo que a alguien le interesara. Si me iba bien con aquel trabajo tendría para pasar holgadamente un par de años. Y si hay algo por lo que los fotógrafos nos caracterizamos es porque siempre conseguimos nuestro objetivo. Perdón, es un chiste malo del gremio.

Preparé unas cuantas microcámaras digitales que no superarían en dimensiones a la uña de un meñique, porque Gerardo dio a entender que prefería un vídeo ante que fotos. Parece que Álex y Paz vivían en una urbanización llamada "El paraíso terrenal", en una casa solariega con piscina rodeada de una amplia extensión de jardín. La boda fue celebrada allí, así que encontré algunas fotos. Disponía de esta información, pero no de planos de la casa, ni de la ubicación exacta de la parcela, así que no me quedaba otra que encomendarme a la patrona de la buena suerte. Consulté en Internet cuándo jugaba Álex y constaté que le tocaba esa noche, en casa, a las veintiuna horas, en el partido de fútbol adelantado de la jornada. Seguramente ahora estaría en el hotel de concentración con su equipo.

Bajé al garaje y me puse al volante de mi coche recién comprado, un eléctrico solar. Tardé mucho en decidirme porque era un poco más caro que los propulsados con hidrógeno, pero su mayor autonomía gracias a unos acumuladores de bario de última generación que llevaba incorporados, me hizo decantarme por este sistema.

Estacioné mi auto en el aparcamiento de un hipermercado próximo y dirigí mis pasos hacia la entrada de la urbanización. Había una garita de control en cuyo interior se veía un vigilante jurado. También comprobé que todo el recinto de la exclusiva urbanización estaba vallado en su perímetro exterior. Podría haber dado la vuelta y haber abierto en la alambrada un agujero con una cizalla que llevo en la caja de herramientas, pero era casi seguro que estaría alarmada y que pondría sobre aviso a alguna patrulla de vigilantes jurados. Vi varias cámaras filmando a los que entraban y salían. Un lector láser leía las matrículas de los propietarios y, automáticamente, la barrera de la garita se subía el tiempo necesario para que pasaran gracias a un sensor de movimiento.

No era un comienzo alentador, pero se me ocurrió una idea para salir del paso. Me aposté en las cercanías de un semáforo, acuclillado entre dos coches aparcados en línea. Se trataba del último cruce de la calle que enfilaba hacia la garita de control. Me harté de esperar contemplando como entraban a la urbanización una escudería de deportivos descapotables, berlinas de lujo, todoterrenos, varios "all road" y hasta un "magnetic", uno de esos coches que antes solo se veían en ferias automovilísticas y que gracias a sus campos magnéticos suspensivos, avanza sin ni siquiera rozar el suelo.

Al cabo de dos largas horas apareció una "pick-up" que se detuvo ante el semáforo en rojo. Llevaba un bulto en el remolque cubierto con una lona azul de plástico impermeable atado al chasis con cuerdas blancas. Me acerqué agachado por detrás teniendo en mente dos cosas importantes. Primera: que hay un ángulo muerto en el que el conductor carece de visibilidad y segunda, que gracias al tamaño de la carga no podía ser visto por el retrovisor central. De modo que me encaramé al remolque con todo el sigilo de que fui capaz. Bajo la lona había una voluminosa barbacoa que acabarían de comprar, enganchada con eslingas.

Me escondí bajo la lona y crucé junto a la garita sin contratiempos. Poco más adelante, mientras el conductor callejeaba para llegar a su casa y aprovechando que no estaba permitido circular a más de treinta kilómetros por hora, me lancé del coche en marcha por la parte trasera, pasando seguidamente a ocultarme detrás de unas frondosas buganvillas. Respire aliviado cuando la "pick up" hubo doblado la esquina, pero me encontraba desorientado, ya que no sabía por dónde quedaba la casa de la afamada pareja. Allí no había planos y tampoco podía preguntarle a nadie, pues lógicamente habría despertado sospechas o suspicacias entre los residentes.

Eché un vistazo en mi móvil a las fotos de la casa y las fui comparando con las edificaciones junto a las que pasaba. Di más vueltas que un pirulo en un tornado, pero al cabo encontré un buzón donde figuraban los nombres de Álex y Paz. La casa distaría cien metros del portón de entrada.

Ya era noche cerrada, así que aprovechándome de la oscuridad decidí saltar la verja por la parte trasera y, agachado, dirigirme a la casa. No vi cámaras; parece ser que los residentes se fiaban de la seguridad comunitaria y pasaban por alto la específica de su vivienda. No se veían luces encendidas, motivo que me llevó a pensar que no había nadie en aquel momento. Antes de entrar me puse un pasamontañas y unos guantes de látex.

El agua tranquila de la piscina dispersaba destellos con la luz proveniente de la luna. Alcancé el porche y tiré de una puerta corredera acristalada para acceder al interior. Alumbrado con la modesta luz del móvil subí las escaleras y busqué por la planta de arriba hasta dar con el dormitorio principal, una espaciosa habitación cuadrangular donde había una cama grande como un "ring" de boxeo. Cerré la persiana y accioné el interruptor de la luz.

Coloqué la primera microcámara en el techo, en un rincón del dormitorio, al lado de una moldura de escayola. Otra en la lámpara, para tener una perspectiva cenital de la acción y otra más en la parte superior de la puerta de un armario ropero para poder seguir la acción de frente. Satisfecho con la instalación de los dispositivos grabadores de manera que pasaran inadvertidos busqué un sitio para esperar. Encontré un enorme armario empotrado en una habitación pequeña, que debía de ser para los huéspedes, me quité el pasamontañas y encendí mi móvil. Comprobé que llegaba la señal de las tres microcámaras y aguardé. Nadie me garantizaba que iban a ir allí inmediatamente después del partido, pero era bastante razonable.

Me había quedado transpuesto, cuando oí un ruido. Alguien llegaba. Un poco más tarde pude ver como entraban por la puerta del dormitorio Álex Albarado, con su pelo cortísimo y su sempiterna barba de varios días y una mujer que no era Paz, pero que prometía dar mucha guerra. Con los auriculares conectados al móvil seguí la conversación. La mujer, que lucía un cuerpazo que quitaba el hipo, parecía dubitativa, como si albergase reticencias o reparos.

—O sea, que tu mujer, imposible que venga hoy, ¿verdad?

—Te he dicho mil veces que Paz está en Milán, en un desfile. He hablado con ella esta mañana. Regresará el domingo por la noche. Puedes estar tranquila.

—Entonces vas a saber lo que es bueno —prometió—. Túmbate ahí.

—Tú mandas, Gloria —respondió Álex—. Ya sabes que contigo estoy en la Gloria.

Álex se recostó en la cama cruzando los dedos de las manos por detrás de su cabeza, y la miró expectante, relamiéndose mentalmente ante lo que le aguardaba.

Era increíble que alguien con una esposa como Paz Benavente, bella y estilizada, musa del modisto de ropa para el baño Flavio Testi, pueda tener la sangre fría de ponerle los cuernos en el mismísimo domicilio conyugal. Cualquiera vendería su alma por tener de novia a Paz un mes y resulta que Álex aprovechaba una ausencia suya por motivos de trabajo para liarse con otra. Realmente no sé quien está más enfermo. Si la sociedad que consume esto o los que dan pábulo a tantas habladurías con su falta de ética sentimental.

Hice un zoom con la cámara del techo para ver mejor a la amante de Álex. Para describir a Gloria bastaría decir que era como si la perfección se recreara en sí misma hasta alcanzar cotas cada vez superiores. Quizá le faltara algo de estatura para ser modelo, pero a fe que poco tenía que envidiar a las maniquíes vivientes. A lo mejor era iracunda o maniática y tenía un carácter insoportable, pero físicamente no se le podía hacer ningún reproche. Tenía unos ojos preciosos con forma de almendra y una lustrosa cabellera del color de la antracita levemente rizada.

Sus movimientos eran elásticos, felinos. Puso una música instrumental en el hilo musical de la casa y empezó un "striptease". Bailaba sensualmente, ondulándose y arqueándose sin cesar, como bañada por corrientes aéreas. Se fue bajando la cremallera de su vestido ajustado, y una vez hubo terminado, dejo caer la prenda al suelo enmoquetado. Luego se desprendió de un sugestivo conjunto compuesto por corsé, tanga, ligas y medias negras y que era lo único que la separaba de la desnudez total.

Mientras se contoneaba, se pasaba ambas manos por su cuerpo escultural con la clara intención de provocar la lascivia en su compañero. Y todo lo hacía con delicadeza, de una manera pretendidamente cándida e inocente. Sobre todo el último movimiento de la improvisada actuación, que consistió en levantar la mano con la que se tapaba su sexo y llevársela a los labios para lanzar un beso volador al hombre.

Álex dio un pequeño aplauso cuando la mujer concluyó. Y con mucha menos ceremonia que ella, se desvistió.

Gloria no se anduvo por las ramas y fue directa al tronco. Primero con las manos y luego empleando la cavidad bucal. El jugador de fútbol parecía disfrutar de lo lindo. Condujo una de sus manos a uno de los cachetes del trasero de la mujer y se puso a acariciarlo. Era musculoso, abultado y bien definido.

—Estás muy buenorra tú, ¿eh? —la elogió—. Es una auténtica pasada esto que tienes por aquí.

Gloria dejó de emitir ciertos sonidos indescifrables para responder con otros fonemas más identificables.

—Hice patinaje sobre hielo hasta los quince. No veas como te fortalece los glúteos.

—¿Habrás tenido la tira de novios, no?

—Lamento decepcionarte, pero hasta hace nada he sido novicia de un convento.

Álex se rió de buena gana y se puso a darle besitos por todo el cuerpo, haciendo especial hincapié en su trasero, en su espalda y en su monte de Venus.

Luego se tumbó boca arriba y ella, sentada a horcajadas sobre él empezó a cabalgarle. Primero mirándole a la cara y un rato después dándole la espalda y agarrándole por las piernas.

Como las tres cámaras estaban grabando simultáneamente, aproveché para masturbarme y de esta forma hacer más llevadera mi soledad. Me bajé la cremallera y motivado por el escena que contemplaba empecé a agitar el manubrio. Me corrí enseguida salpicando el suelo. Limpié el semen minuciosamente con un pañuelo de papel.

Al cabo de media hora, ella (porque él era un convidado de piedra y nunca mejor dicho) aumentó el ritmo de la coyunda hasta hacer enloquecer al hombre, que emitió gruñidos guturales, presa de un estado febril. El hombre, que al notar la inminencia del orgasmo se puso en pie, expulsó su leche apuntando su manguera hacia los generosos senos de su compañera, hasta apurar las últimas convulsiones de placer.

La gata ronroneaba después de lo acontecido, pasándole una preciosa mano con las uñas impecables por el cuerpo y por la cara. Álex permanecía en silencio, con la mirada perdida en el infinito.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Gloria.

Álex no respondió de inmediato. Pero sí que se aprestó a tomar aire para hacerle una larga confidencia.

—La verdad es que me casé estando enamorado. Lo que ocurre es que no llevo bien esto de que Paz pase más tiempo fuera de casa que aquí. ¡Sábado por la noche y Álex Albarado tiene que hacerse una paja porque su mujercita está en el quinto coño desfilando! ¡Tú me dirás que haría si no estuvieras tú aquí! No me extraña que haya tantos divorcios entre las clases altas; la incompatibilidad de agendas me está desquiciando. Cualquier don nadie puede estar tirándose a su novia, pero, mira tú por dónde, yo no. Esto es insoportable.

Gloria se sonrió y se incorporó en busca de un cigarrillo rubio y un encendedor sin llama que halló en su bolso de cuero rojo.

—A mí lo que me raya es que tenga que venir siempre aquí. Ya sabes que vivo sola y mi apartamento no está mal.

La mirada de Álex pasó de la extrañeza a la incredulidad más absoluta.

—Parece que no lo entiendes, Gloria. Tengo que procurar pasar desapercibido, cosa que no conseguiría si me fuera contigo a tu barrio. Me perseguiría la chiquillería o los cazaautógrafos. No sabes lo que dan por el culo los críos de los cojones, y los padres de los críos con las dichosas fotitos ni te cuento.

—Tú no te puedes quejar, estás forrado. Ganas en un año mucho más de lo que otros ganarán toda su vida trabajando.

—No me quejo, Gloria, no te equivoques. Sé que soy un privilegiado. Pero me repatean ciertas cosas. Por ejemplo, yo tengo que pagar en impuestos la mitad de lo que gano. ¿Y para qué? Para que burócratas viciosos y trajeados se peguen la vida padre a mi costa. Yo, desde alevines y pasando por todas las categorías, me vengo entrenando tres horas diarias de lunes a sábado. A causa de mi dedicación al fútbol, apenas tenía amigos; me he perdido bastantes cosas que ya no volverán. Me ha costado lo mío llegar donde estoy y me jode que haya gente que tenga un poder adquisitivo parecido al mío, no habiendo hecho ni la mitad que yo. ¡Qué digo la mitad! Ni la centésima parte que yo. El fútbol es democrático; si eres una máquina te fichan los mejores, acabas teniendo tu oportunidad. La política no lo es. Mientras exista la libre designación para los altos cargos, todo se basará en enjuagues y compadreos. ¡Menuda cuadrilla de mamarrachos que están hechos esos tiparracos, esas aves de rapiña, qué manera de robarme mi dinero, joder!

CAPÍTULO 3. EL DESENLACE

AÑO 2107. Domingo 22 de mayo, 2:27 horas

Cuando apagaron la luz para disponerse a dormir di por terminada la grabación. Ya tenía bastante material. Me dolían todos los huesos a causa de la incomodidad de mi posición, pero no me quedaba más remedio que aguantar.

Dos horas más tarde y a juzgar por las respiraciones acompasadas que exhalaban di por hecho que estaban en manos de Morfeo. Era el momento de marcharme.

Salí de mi escondrijo caminando de puntillas y conteniendo la respiración mientras pasaba por la puerta donde dormían me dirigí hacia la salida. Pensé en recuperar las microcámaras, pero era demasiado arriesgado. No quería pasar en aquella casa un minuto más de lo imprescindible.

Con sigilo gané el césped del jardín y un poco más tarde caminaba por la calle en busca de una salida. En vista de que las alambradas que marcaban el perímetro de la urbanización eran muy altas y seguramente estarían conectadas a alguna alarma, me las arreglé para abrir una pesadísima tapa de una alcantarilla y colarme dentro bajando por unos barrotes de hierro curvos que hacían las veces de escalera. Allí, en una atmósfera pestilente y alumbrado por la mortecina luz de mi móvil, me encaminé hacia un punto que quedara fuera del recinto. Me sobresalté al oír chillidos de ratas, pero continué andando por la cloaca sobreponiéndome al asco y a un miedo visceral. Al final llegué a la calle más contento que un astronauta pisando suelo terrestre después de haber tenido una grave avería en la estratosfera.

Entregué el material a Gerardo Díez, subdirector de la revista "Todo corazón" y él, después de examinarlo pormenorizadamente y consultar con un tipo barbudo que también lo observó con detenimiento, me felicitó y, unas horas más tarde, me hizo una transferencia a mi cuenta corriente de 31.531 euros.

—Lo publicitaremos mucho y si conseguimos duplicar nuestro número de visitas te pagaré cinco mil euros más —anunció Gerardo Díez—. La clave para bajarse el vídeo valdrá cincuenta céntimos más impuestos. El título que pondremos será: "Álex Albarado: Aquí Paz y después Gloria".

Las revistas y los periódicos digitales funcionaban así. Rogué por que acaparásemos la atención de muchos internautas con el gancho infalible de ver a un famoso copulando, cosa impensable años antes. Como no podía ser de otra manera, seguí al corriente de la noticia.

Paz demostró que una mujer con mucho pecho, podía asimismo actuar con mucho despecho y le pidió al jugador de fútbol un divorcio de cifras astronómicas. Me enteré de que Álex, ciego de ira, la emprendió a puntapiés con un defensa de un equipo rival que, muy jocoso e inoportuno, le hizo uno gesto burlón extendiendo de una mano el meñique y el índice y encogiendo los dedos corazón y anular. Las imágenes dieron la vuelta al mundo. Aparte de la tarjeta roja, el Comité de Competición le sancionó con 37 partidos sin jugar y una multa de cien mil euros. Su equipo no le renovó y tuvo que ponerse a las órdenes de un equipo mucho más modesto, de esos cuyo palmarés no pasa de tres o cuatro copas. Una parte de la afición le dio de lado, debido a la frase de desprecio que soltó contra los aficionados. En consecuencia, apenas vendía camisetas y, por lo tanto, le rescindieron sus contratos publicitarios puesto que dejó de ser un buen reclamo para vender. En la tertulia radiofónica deportiva "El silbato", una de las más seguidas en España, noche tras noche, sacaban bulos: que si se había dado a las drogas, que si había entrado en una secta, que si se había dado a la mal vida, etc. Y todas las noches hacían una actuación de escarnio para ridiculizar a Álex Albarado:

"—Álex, deja las drogas —decía el presentador del programa."

Y una voz chillona como la de un grillo respondía:

"—¿A quién se las dejo? ¿A quién?"

Y los contertulios prorrumpían en carcajadas. Por supuesto que la emisora era propiedad de un político. Hay gente con la que no hay que meterse ni en privado. Uno nunca sabe quien puede estar escuchando. La carrera de Alex Albarado se derrumbaba como un castillo de naipes. Nunca un coito le había salido tan caro a nadie.

La noche en que me enteré de que un incendio intencionado había reducido a cenizas la sede de "Todo corazón" no pude pegar ojo. Pero peor fue enterarme del asesinato de Mario Colón y Gerardo Díez, director y subdirector de la revista respectivamente, una semana más tarde. Aterrorizado salí de mi casa pitando con el pasaporte, pero sin ni siquiera una maleta, en dirección al aeropuerto. La ley me protegía jurídicamente, pero no físicamente. Pensé que solo estaría seguro en una cárcel, pero pasarme el resto de mi vida encerrado no era una perspectiva muy halagüeña. Cogí el primer vuelo internacional de avión que salió.

Les aseguro que estoy aterrado, me he vuelto un paranoico al oír el menor ruido. Esto no es vida. No creo que haya merecido la pena arruinarle la vida a nadie por poco más de treinta mil euros. O mucho me equivoco o pronto me matarán. No sé cómo, pero lo harán. Supongo que me grabaron con alguna cámara sin que me percatase. Clásica historia del cazador cazado. O tal vez un investigador científico encontró un pelo de mi pubis o de mi cabello en el armario del cuarto de huéspedes de la casa de Álex y Paz. Me temo que se vengará de mí. No es para menos. Menuda cabronada le hice. Quizá esto no sea más que justicia poética. Al menos veo el mar todos los días. Tengo un pequeño consuelo: hay peores sitios donde morir que donde estoy.