El Castillo de Alou (Final)

Desenlace de de los hechos que acontecieron en el castillo de Alou.

Pasaron los días y llegó inevitable el momento de la gran orgia de la marquesa, Juliette y yo habíamos utilizado una cuartada para no asistir, no era intención mía ni de ella la de compartirnos con terceras personas.

Ese día decidir no salir de mi alcoba para no levantar sospechas innecesarias, Juliette hizo lo propio se quedó en la habitación que compartía con las demás sirvientas, aparentando estar enferma, no nos veríamos hasta haber pasado la fiesta, alto precio para mis sentimientos anhelantes y porque no decirlo para mis hormonas.

Marlenne me trajo la comida a la habitación. Trajo un recado de la señora marquesa, "rogaba me presentase una vez hubiera terminado de comer en sus aposentos", me extraño tal petición, mas cuando le había informado mediante el mayordomo que me encontraba indispuesto y algo enfermo. Marlenne se mostró solicita y con excesiva amabilidad.

Una vez solo, sopese la idea de haber mentido no demasiado bien, y que tal vez la marquesa se hubiera percatado de mi engaño, fuese lo que fuese, los servicios que requería la marquesa de mi eran altamente inquietantes.

Una vez hube terminado de almorzar me vestí y me dirigí a mi cita, tenia un nudo en la garganta y a medida que me acercaba a la puerta de sus aposentos mis nervios se desbocaban, entonces armándome de valor o tal vez resignado a mi futuro llame a la puerta.

  • Pasad, por favor – contesto la marquesa.
  • ¿Me habéis mandado a llamar, mi señora? – dije haciendo una leve inclinación.
  • Así es Janot, sentaos por favor – dijo indicando con su mano uno de los escabeles para sus recepciones y acompañantes.

Ella se encontraba en una mesa firmando unos documentos, me sorprendió que trabajara en su habitación. Ella pareció darse cuenta de mi extrañeza y me aclaró;

  • a veces me traigo el trabajo a la cama Janot – me dijo sonriéndome. Con aquella sonrisa tan suya. sonrisa enigmática y traviesa.
  • Lo comprendo mi señora – dije.
  • Bah, dejémonos de formalismos Janot, soy Viled, ¿tan pronto has perdido la confianza en mi?
  • Claro que no. Viled. Le dije intentando serenarme y parecer lo mas seguro que podía.
  • Me han comunicado que tenéis intención de no participar esta noche en mi fiesta Janot – me dijo la marquesa.
  • Así es, me encuentro indispuesto, he debido de comer algo en mal estado, o tal vez haya sido el agua. – conteste.
  • Curioso, mas cuando solo tu has sido el único que ha enfermado.

Entonces cuando parecía que su frase había terminado, prosiguió;

  • bueno, tu y una de mis cocineras, la señorita Juliette.

  • No todos los cuerpos son iguales Viled, a unos les afectan unas cosas y a otros otras. – alegué.

Ella sonreía enigmática, con la mirada fija en mí, segura de si misma.

  • bueno si os encontráis mal podéis retiraros ya podréis participar en la próxima fiesta, o tal vez en una privada para mi. ¿Os place Janot? – me dijo.
  • Siempre Viled – respondí con seguridad y aplomo fingido.

Me levante y cuando me encontraba a la altura de la puerta la escuche decir:

  • y cuidaos ese mal, aveces esas enfermedades son mas traicioneras de lo que aparentan.

Su tono de voz me heló la sangre. Una vez en mi habitación me relajé y dejándome caer sobre mi lecho resoplé aliviado de haber salido indemne de aquella entrevista, me di cuenta entonces de que no podría seguir teniendo en secreto aquella relación por mucho mas tiempo, ¿Qué diría la próxima vez?, ¿Cuál seria mi cuartada?. Definitivamente tenia que escapar de allí con Juliette.

El mayordomo de la marquesa me sirvió la cena mas temprano que de costumbre, intuí que la gran bacanal de la marquesa tenia algo que ver en aquel cambio de horarios. Una vez solo y relajado cené con la satisfacción de haber salido airoso en aquel lance. Ya había trazado un plan de fuga. Mañana hablaría con Juliette y por la noche escaparíamos de aquel castillo y quizás en medio día a caballo robado, estaríamos fuera de los territorios de Alou.

Dormí inquieto esa noche, algo había en el aire que al tragarlo hacia que me pesaran los pulmones, desperté muy temprano despuntando el alba, con los ojos resecos y la fatiga de una mala noche pasada. A esas horas la gran bacanal de la marquesa habría terminado, me pregunté si habría alguien dormido en el gran salón, saciado de sexo. Esperé en mi habitación a que fuera medio día por precaución y entonces salí, no di ni dos pasos cuando me abordó el mayordomo de la señora marquesa.

  • Maese Janot, la marquesa os envía saludos y me ha enviado a saber de vos, para ver si os encontráis mejor – me interpeló
  • Así es Tais, decidle que aunque he pasado mala noche parece que el mal ha remitido junto con la oscuridad de la noche.

Me dispuse a seguir adelante cuando el mayordomo volvió a insistir.

  • Si es así, la señora marquesa se congratula y os ruega que os entrevisteis con ella en sus aposentos.
  • Así lo haré. ¿Algo más Tais? – quise saber.
  • Eso es todo Señor.

No debí lanzar las campanas al vuelo, tal vez si le hubiera dicho que aun no me encontraba del todo bien. Me temía que la marquesa no estuviera totalmente saciada de sexo y le apeteciera un bocado de mi cuerpo y porque no decirlo de mi verga. Estúpida vanidad masculina.

Allí estaba yo delante de ella, mientras desayunaba semidesnuda con una de sus tetas libre y la otra con medio pezón asomando, como ojos que te asechan en la noche.

  • mi querido Janot, ¿os encontráis mejor? – me dijo.
  • Parece que el malestar remite Viled.
  • Me alegro entonces. – dijo sonriendo de oreja a oreja. – ¡OH! Que lastima que no pudierais asistir anoche a mi fiesta, os aseguro que no la olvidaríais.
  • Ya me hubiera gustado asistir Viled – mentí.
  • ¡Bah! Lo tendremos que repetir, ya que fuisteis el único de mis invitados que no pudo asistir – dijo aquello con lo que creí una pizca de ironía. Su boca se torcía burlona en una sonrisa superflua.

Aquello me dejó helado, ¿a que se refería? ¿Cómo que el único? ¿Y Juliette?.

Debido de notar mi estupor, pero no dijo nada, se limito a seguir comiendo y tras un breve periodo de silencio, el cual a mi me pareció el vacío mas grande que había experimentado en mi vida dijo.

  • Janot, una de mis chicas me tiene embelesada, me recuerda tanto a mí. Tenía tantas ganas de follar. Rayaba en la desesperación, hasta el punto que ella fue la protagonista de mi fiesta, no hubo verga en la fiesta que no la penetrara. Supongo que debes conocerla. Y soltando aquello como una jarra de agua fría, prosiguió - Es una de mis cocineras.

A medida que avanzaba en su discurso, mis tripas se retorcían ante lo inevitable, el aire me faltaba, y no me hacia falta ver mi rostro para saber que carecía de todo color. Juliette había asistido a aquella fiesta, y entonces todo se precipitó inexorable ante el abismo de lo inevitable.

  • Su nombre es Juliette – dijo con ojos escrutadores y en los que pude leer cierta malicia y cierto rencor.

Me quedé petrificado, con la mirada perdida, entonces olvidándome de donde estaba busqué asiento y apoyé mi cabeza sobre mis manos.

  • ¿Te ocurre algo Janot?- dijo la marquesa con fingido aire turbado.
  • Estoy enamorado de ella – dije dejando que las palabras se deslizaran lentamente por mi boca, resignado, aun sin levantar la cabeza.

No sabia muy bien que buscaba con aquella revelación, pero de todas formas poco me importaba en aquel momento. Cuando levanté la cabeza encontré a la marquesa de pie, a escasos centímetros de mí, con la bata abierta, dejando al descubierto sus dos pezones y todo su coño.

  • Follad conmigo – dijo ajena a mi sincera confesión.
  • Follad como ella lo hizo anoche. Prosiguió abriendo un poco mas sus piernas. - También tenéis derecho a desahogaros, os prometo que si a ella no le basto con una sola verga a vos si os bastara con un único coño – al decir aquello su coño se dejaba rozar por los pelos que caían por mi frente. Aun podía oler el punzante olor de sus corridas nocturnas.

Me levanté dispuesto a irme de allí, sin ruego, ni beneplácito, y bien sabe Dios que poco me importaba.

  • ¿Donde vais Janot? – me interpeló la marquesa.

Haciendo oídos sordos a su pregunta, me dirigí hacia fuera, firme, pero derrotado por los azares del pasado inevitable.

  • detente inmediatamente – dijo elevando la voz. Toda la seguridad y la confianza que manifestaba había desaparecido y ahora por el contrario se encontraba rígida, aun desnuda con el semblante soberbio y colérico. Me volví como el cordero que mira a su dueño antes de ser sacrificado.
  • Cierra esa puerta y vuelve aquí, Janot puedo hacer que te arrepientas – dijo volviendo a su estado anterior de serenidad.
  • ¿Donde esta Juliette?. Quise saber.
  • Que importa eso. Ahora quiero que estés conmigo. Solos tú y yo. – me respondió.
  • Le ruego por favor que me diga donde esta Juliette… por favor – le rogué.
  • Esta en su barracón, descansando – me aclaró.
  • Bien. ¿Podría verla? – quise saber.
  • Todo a su tiempo Maese Janot, todo a su debido tiempo. – dijo acercándose a mi, desprendiéndose de su bata.

Su desnudez otrora bella y juvenil, ahora carecía de todo significado, la encontraba vacía, yerma, la contemplé como quien observa lo cotidiano mas absurdo, no había belleza en su cuerpo que me atrapara, ni influjo que me poseyera. Solo quería a mi Juliette.

Ella intentó besarme y al hacerlo aparte bruscamente mi rostro. Su semblante se contrajo y su mirada se clavó en mí.

  • ¿sabes lo que haces, maese escribano? Me espetó severa. Podría mandar a que te azotaran ahora mismo.
  • Jajajaja, piensas que unos azotes me domesticaran. Es curioso que este perro antes abandonado tenga ahora nueva dueña. – le dije furioso pero contenido, cargando cada palabra de toda la ira que era posible encontrar en mi. Desafiante clavé mi mirada en la suya.
  • La única señora que habita este castillo, la tienes delante de ti. Soy dueña de todo cuanto ves y si por alguna extraña razón algo te dio a entender que no me perteneces, te equivocas, mi infiel "perro". ¿Quieres que te relate lo que ocurrió anoche Janot?. – o tal vez, ¿te gustaría saber como se que te la follabas?. ¿Sabes? tengo perras mas fieles que tu en mi castillo.

Con una sonrisa burlona que aparecía por la comisura de sus labios prosiguió;

  • Su amiga Marlenne hace unos días me pidió poder entrevistarse conmigo y me lo contó todo. Al principio pensé que tal vez fuera envidia de esa chica, mi posición en esta sociedad me hace ser mesurada y paciente, así que esperé y os observé, había ojos por todo el castillo Janot, yo misma os vi en la capilla como os follabais, y debo reconocer que tuve que contenerme para no participar en vuestra caliente relación. Y en cuento a anoche, mande llamar a tu "amiguita" y con una piadosa mentirijillas, que espero me perdones – dijo esto último fingiendo culpabilidad - le sonsaqué cuanto te quería. Le dije que tu me habías confesado que la amabas y que me habías pedido permiso para vivir junto a ella, sin volver a participar en mis fiestas, manteniendo una estricta relación marital y monógama bien en mis tierra o fuera de ellas. – ¿y a que no sabes cual fue su respuesta? – quiso saber.
  • Que te amaba Janot, que le encantaría ser tu mujer, y que me estaría eternamente agradecida si le concedía esa oportunidad. Me enterneció el corazón Janot – dijo con sarcasmo, con la cara compungida aunque por un instante me pareció apreciar algo extraño en su mirada, algo que no tenia nada que ver con la malicia que manifestaba.

Experimente una sensación de inconmensurable odio a lo inevitable, de impotencia ante lo pasado, mi odio se anudaba a mi pena y se dejaban caer al abismo de la desesperación.

  • entonces Janot cuando me confesó su amor por ti, debo reconocer que cometí una pequeña travesura que también espero que no la tengas en cuenta – dijo sonriendo, aparentando una seguridad que a medida que proseguía en su soliloquio la iba perdiendo. Poco a poco iba dejando entrever una especie de vulnerabilidad, no ajena a aquella mujer. – le dije que estabas encarcelado en una de las mazmorras y que o hacia todo lo que yo le pidiera o sencillamente te mataría. Compórtate solo esta noche como la mas puta de las putas de la faz de la tierra y mañana Janot será para ti, libre para que podáis emprender la vida que os plazca.
  • Enferma ramera – estallé por lo bajo, aunque ella oyó todo lo que dije prosiguió como si nada.
  • Le dije que tenia que ser bien puta, estar radiante y feliz y saciar a todos los que yo dispusiera para ella, y que tuviera cuidado con defraudarme, pues si atisbaba alguna pena o congoja, tu no volverías a ver un amanecer, no al menos en este mundo.
  • Eres una enferma hideputa que no merece el aire que respira, y te pudrirás en el infierno por tus actos – dije ahora mirándola a los ojos y elevando cada vez mas la voz.
  • Vamos, vamos, debes escuchar el relato de mis actos antes de dar tu veredicto, quizás te guste…o te excite – dijo sonriendo maliciosamente.

No pude aguantar mas y la abofeteé, la abofeteé tan fuerte con el reverso de la mano que fue a para al suelo, un hilo de sangre salió disparado de su nariz manchando la tarima enmoquetada. Yo estaba fuera de mí, aquella infeliz, había tirado por tierra mis sueños y mi felicidad. Ella se plantó de rodillas totalmente desnuda delante mía con un hilo de sangre que caía de su nariz surcando su cuello. Observé como la gota de sangre avanzaba lenta pero inexorablemente.

  • déjame continuar – me dijo. - después podrás hacerme lo que quieras y te prometo que no avisaré a nadie.

Me encontraba de pie, con los agujeros de mi nariz resoplando, cuan toro que se prepara para envestir, un símil que me venia como anillo al dedo.

  • nos presentamos en el salón como de costumbre, todos desnudos, hice que se sentara a mi lado, entonces la presenté y rogué a los asistentes que la fiesta debía de ser en honor a mi invitada Juliette y que pusieran todo su empeño en satisfacerla pues así me satisfarían a mi, me permití la libertad de expresarles algunos gustos de nuestra Juliette, como que le gustaban los hombres rudos y le palpitaba el coño de pensar en las escenas sexuales mas depravadas y sucias, no tardo en tener a dos hombres manoseándola mientras ella comía, empezaron a derramarle vino por los senos, poco tardaron mas chicos en acercarse al festín de Juliette metían sus lenguas en su boca, dejando sus salivas en ella, sus vergas se rozaban por todo su cuerpo, ella lamia desbordada, pronto empezaron a penetrarla con los dedos, al principio pude apreciar que suavemente pero muy profundo, a cada envestida ella lanzaba un quejido, que era apagado por una verga en su boca, su saliva se descolgaba por la comisura de sus labios.

La marquesa prosiguió.

  • Fuera de si, ella se metía dos pollas en la boca mientras un chico la penetraba por el coño con rudeza, gemía y gemía, temía que sus gemidos entremezclados con sus gritos te hicieran oírla, otro de mis vasallos la penetró por su culo, tendrías que haber visto como se abría su esfínter. Una delicia. El muy rudo la penetró sin apenas lubricarla, le enterró su polla en su ano bombeando fuertemente. La pobre Juliette para aquel entonces solo chillaba, supongo que tragó bastante semen, yo la veía extasiada, apenas se corría uno en su boca buscaba otra polla, para succionarla ayudada de su saliva y de la corrida anterior, los chicos estaban posesos ante tal puta, uno tras otro esperaban su turno para penetrarla, las chicas que asistieron miraban expectantes aquel festín sexual, nos tocábamos entre nosotras, el semen salía de su coño a cada envestida, deslizándose por sus piernas y su culo. OH, Janot, que culo, cuanto semen salio de su agujerito, uno de los chicos con sus manos recogió un poco y se lo dio directamente en su boquita.
  • Fueron muchos Janot los que se corrieron en tu pequeña Juliette, y ella los admitió a todos, seguro que mentiría si dijera que no disfrutó. Las chicas para entonces estábamos demasiado calientes, entiéndenos, necesitábamos desahogarnos y llegó nuestro turno, lamimos las corridas que recorrían su cuerpo impregnándonos de su sabor, escupiéndole nuestra saliva mezclada con las corridas, nuestras babas se descolgaban de nuestras bocas buscando su cuerpo y su boca Janot, porque ella no se quedó quieta ¿sabes?, ella nos buscaba, nos suplicaba que le escupiéramos, quería sentirse sucia. Todas reíamos histéricas manoseándonos, éramos una gran madeja de cuerpos entrelazados, deslizantes, sucios de nuestros fluidos. Por qué también nos meamos Janot. Nuestras meadas recorrían nuestros cuerpos, buscando en última instancia el bello y esbelto cuerpo de Juliette que nos esperaba debajo, ella lujuriosa pasaba con su boca de un coño a otro tragando cuantos chorros podía.

Escuchaba estupefacto el relato de los hechos, no se lo que era yo en aquel momento pero había poca humanidad en mí, no había luz, pero tampoco oscuridad, solo me encontraba yo y el vacío, siempre presente y envolvente.

  • ¡Cállate! Zorra – grité. – no vuelvas a pronunciar su nombre. Mis lágrimas estallaron y se deslizaron por mis mejillas, sufría de impotencia, de saber que mientras Juliette era sometida a toda clase de calamidades yo me encontraba durmiendo placidamente. No necesitaba saber que ella lo había hecho por mí, por salvarme, pero curiosamente con su acto de sumisión y valentía me había condenado a mí y a la puta zorra de la marquesa.
  • ¿Sabes Janot? Estaba preciosa, allí tirada cuando acabamos con ella, en un gran charco de meadas mezcladas con semen y alguna que otra guarrada mas – decía aquello melancólica y con una sonrisa cómplice aunque atisbé resignada y estoica.

Volví a golpearla ahora con la palma de mi mano derecha tan fuerte como pude, ella lanzo un largo gemido que acompaño su caída, se retorcía en el suelo doliéndose, sus lagrimas caían por su rostro al igual que por el mío.

  • ¿Sabes lo mejor Janot? – prosiguió tapándose la boca entre alaridos. – ¿Sabes que es lo mejor? No hubo ungüento anoche, nada Janot, tu preciosa Juliette engendrara a un bastardo de cualquier de las vergas que anoche la penetró, - dijo riendo mientras lloraba. – Seguro que eso es lo que querías ¿no?, Un hijo ¿verdad? – dijo esto ultimo nuevamente levantándose y quedando arrodillada delante de mí.

Su sangre ya bajaba por su ombligo.

  • ¡Hija de puta!, ¡Cerda! – grité fuera de mí, llorando como un infante.

Entonces corrí hacia la mesa y agarré uno de los cuchillos con los que había desayunado y empuñándolo con fuerza se lo coloqué en el cuello, haciendo que levantara la cabeza mientras le tiraba del pelo. Ella gemía y se quejaba y a vez me sonreía desafiante y serena.

Y en aquel momento el silencio se hizo eterno, su mirada se perdió en mi vacío. No había sonrisas en sus ojos. No. Solo había pena. Una pena tal vez no inferior a la mía.

El filo del cuchillo apretaba sobre su tersa carne, la punta casi se le clavaba y una fina gota de sangre brotó mojando su cuello.

  • Vamos Janot. He terminado mi relato. – me dijo mirándome a los ojos seria y taciturna.

Solo obtuvo silencio por respuesta.

  • Es mi venganza Janot, ¿querrás a tu princesita como una vulgar puta? Jajaja. Una puta y un cobarde. Buena pareja. – dijo provocándome.
  • No. Dije perdiéndome en aquella negación. – no voy a matarte.- dije volviendo a controlarme.

Le solté el pelo y aparté el cuchillo de su cuello, dando unos pasos me aparte de ella. Se quedó confundida, mirándome fijamente a los ojos mientras sus lágrimas caían silenciosas por su rostro.

  • No te importa lo que le he hecho a tu cocinera – dijo confundida.

Tiré el cuchillo lejos de ambos y salí con paso presto y decidido de su habitación. Casi corría, mis pasos eran rápidos y largos pero firmes, me cruce con el mayordomo de cámara de la señora marquesa y algo debido de ver en mi rostro pues su mirada rápidamente se apartó de mí y corrió hacia la habitación de la marquesa.

La puerta del barracón donde dormía Juliette estaba ligeramente abierta, sin aminorar mi marcha empujé la puerta, no sin sentir en mi alma romperse algo vital. Allí no había nadie, no había señales de Juliette por ningún sitio. Estaba volviéndome histérico, y si la marquesa al final no me lo contó todo y realmente su venganza había terminado con…no… no podía pensar esas cosas o enloquecería en cualquier instante.

Corrí sin rumbo, buscando a alguien que me pudiera decir donde encontrar a Juliette, entonces caí en la cuenta. Las cocinas. Allí debían estar Sophie y la zorra de Marlenne. Corrí todo lo rápido que mis pies me lo permitieron. Su nombre brotó de lo mas profundo de mi alma, como un instinto de mi corazón.

  • Julietteee! Julietteee! – gritaba.

Y entonces todo se vino abajo. Todo aquello en lo que se había convertido mi mundo, y por un momento pensé que me había vuelto loco. Allí estaba Juliette sonriéndome.

La abracé, la abracé fuertemente, ella se quejó, pero no quería soltarla, la necesitaba, el dolor de mi alma aliviaba mientras la tenia conmigo. Nunca en mi vida había llorado tanto. Como un niño al que se le encoje el corazón, busque su protección, su abrazo delicado y frágil, pues en el me sentía seguro y feliz.

  • ¿que te ocurre Janot?, por favor, me asustas, me estas preocupando, que te ha ocurrido, amor mío – me dijo mientras respondía a mi abrazo.

  • ¿estas bien? Por favor, dime que te ocurre – la interrogaba nervioso, ahora acariciando su rostro besando cada rincón de su cara.

  • jejeje, parad, parad, me hacéis cosquillas, la señora marquesa nos permite vivir juntos y solos, pero aun debemos contenernos mi amado. Me decía risueña.

-¿Cómo? ¿Y la fiesta?, ¿y lo que tuviste que soportar? – decía yo atropelladamente.

  • ja, ja, ja, ¿que fiesta Janot? Yo no estuve en ninguna fiesta. Me decía extrañada.

  • pero…pero…la marquesa me dijo…no puede ser. No puede ser. – estaba atónito. – Juliette, la marquesa me dijo que tuviste que ir a la fiesta y que te sometieron a toda clase de vejaciones.

  • ¿porque tendría que decirte tal cosa Janot?, yo no estuve en la fiesta. Me aclaró. – ayer por la tarde la marquesa, vino a verme al barracón y ordenó que nos dejaran solas, entonces me dijo que sabia lo nuestro y me preguntó si te amaba.

Estaba aturdido, todo parecía absurdo y demencial.

  • por favor prosigue. Le rogué.
  • Le dije que si, que te amaba con toda mi alma, que no podía remediarlo, ni mas aun quería remediarlo.

Juliette hablaba mientras con sus manitas me sujetaba la cara, sin embargo, ella se quedó pensativa y por un instante fijó su mirada en el vacío, melancólica y taciturna. - Me pareció tan desolada Janot.

Juliette prosiguió relatando lo que la marquesa le dijo.

  • Entonces volvió a mirarme a los ojos y cogiendo mis manos entre las suyas me dijo que me merecía ser feliz y que estaba segura de que tú me correspondías. Nos dio permiso Janot. Nos dio permiso para abandonar el castillo y vivir juntos.
  • ¿Y porque no viniste a buscarme anoche Juliette?. Quise saber.
  • ¡OH!, Me dijo que por favor no hablase contigo hasta el día de hoy y que serias tu quien me vendría a buscar. Y dijo también que cuando lo hicieras que tuviera mis pertenencias preparadas para irme contigo. Que debía salir hoy con premura. Que ya lo entendería.

De pronto apareció a mi espalda el mayordomo de cámara de la señora marquesa.

  • Maese Janot. Me llamó.

Me volví y al hacerlo pude leer lo que no había dicho aun.

  • la señora marquesa se ha suicidado. Sentenció. – debéis saber que ayer me hizo llamar y me dijo que si a ella le ocurría algo, aunque fuese la muerte, que no culpáramos a nadie y menos aun a vos y que si esa muerte irrumpiera prematuramente en ella sin estar vos presente que os llamara a su presencia antes de que las autoridades se hiciesen eco de la noticia y tal voluntad se viera impedida por ellos.

Me heló la sangre tal noticia, no pensé en ningún momento que aquella mujer fuera capaz de quitarse la vida. Con que frecuencia solemos equivocarnos con las personas, con lo que ocultan en su alma. Las lagrimas caían silenciosas y sumisas por las mejillas del mayordomo, el si fue su favorito, hasta en tal empresa le fue sumiso y obediente.

  • Llevadme ante ella Tais – le dije.

Juliette hizo por acompañarme pero tomándola en mis brazos negué con un gesto, y sumisa me vio irme, todo se convirtió en una realidad trastornada, ausente e impersonal, pude encontrarme por los pasillos con varias personas y aunque atisbé el desconcierto y el desconocimiento, en sus rostros pude apreciar las señales de lo desconocido, el miedo a los designios de esta vida. Tragué saliva antes de cruzar aquella puerta, y a medida que la cruzaba el cielo caía inexorable y pesadamente sobre mis hombros.

Sobre la cama con su bata rojo carmesí, descansaba eternamente la marquesa, no pude evitar que mi rostro se contrajera y de mis ojos se derramaran unas lágrimas impotentes, de tediosa derrota.

Allí tendida, aun parecía mas joven, placidamente dormida sin aire, estando en su ausencia incorpórea, atrapé una de sus manos entre las mías, aun se atisbaba algo de calor, un calor que la abandonaba inexorable, inevitable.

  • ¿Maese Janot? – me llamó el mayordomo. – dejó escrita esta carta para vos.

El mayordomo me ofrecía un pergamino enroscado y cerrado con un sello de lacre con el escudo del marquesado de Alou.

Lo tomé en mis manos y sopesándolo en ellas, ensimismado como intentando adivinar sus propósitos lo acaricia, no sin remordimiento.

Decía así:

A mi amado y queridísimo Janot.

Crecí ausente a mi juventud, a muy temprana edad mi padre abusó de mi, vejando mi inocencia, me hacia daño, aunque lo peor era esa sensación de culpabilidad por algo en lo que participaba involuntariamente, un dolor no físico se apoderaba de mi cada vez que mi feminidad era vejada tan brutalmente, envidiaba a las demás niñas, a las que mi padre no hacia caso.

A los catorce años quedé encinta, ante el espanto que había cometido, mi padre decidió que aquel bebe no debía de nacer, engendro de todo lo malo, e hizo que abortara. Creí que no quedarían lágrimas en mi cuerpo ni en mi alma que drenaran tanta pena, pena por haber nacido, pena por ser quien era.

Si alguna vez hubo alguna niña en mi, yo no la conocí. No tuve a nadie con quien consolarme, con quien desahogarme, un hombro donde llorar. No tardó mucho en que el confesor de mi padre se enterara, ¿y sabes que me dijo?, que debía ser comprensiva con mi padre y mostrarme solicita, puesto que el demonio se manifestaba en mi atrayendo a mi padre. Y entonces mi padre murió, y quedé huérfana y ¿sabes que es lo único que he de agradecer al monstruo que me violaba?. Que me dejara todo su marquesado, que todo debía ser para su primogénita.

Pronto la rapiña eclesiástica intento hincar el diente en mi herencia, y para eso tuve que ganarme el favor del confesor de mi padre. Si conseguía apartar de mí a toda esa hueste de avezados aduladores y avaros prelados, yo iría cediéndole posesiones progresivamente solo para el. Y lo consiguió. Nadie volvió a molestarme, entonces cerré la capilla, y busqué consuelo en el sexo, poco a poco el vicio iba invadiéndome, necesitaba mas y mas, no saciaba mi apetito, ni enterraba mi dolor, y con aquellas fiestas encontré cierta paz, cierta compañía relativamente sincera.

Cuando nuestra libido despierta y nos posee el deseo mas visceral, somos mas libres, sentía esa libertad, y casi creí atisbar alguna que otra vez un halo de paz, de serenidad, de encontrar perdida entre aquella bruma a aquella chica que debí ser y entonces llegaste tu.

Janot. Mi escribiente. Me cautivaste, pero fue de lo mas extraño, algo iba creciendo en mí muy lentamente, solo eras uno mas, pero sin embargo, había algo hipnótico en ti.

Al menos no dejo este sucio mundo sin haber conocido el amor, yo te ame, te ame y cuando lo hacia me encontraba y esa bruma se disipaba y volvía a brillar el sol, pero ahí de mi, que espejismo, pronto esa luz se volvió opaca y triste, y apareció el ángulo que completo nuestro triangulo.

Ahora descanso Janot, por primera vez en mi vida, esa pena ya no esta, ya nada esta, todo se ha apagado, cual candil sin combustión.

Tuya siempre. Viled.

Mis lágrimas recorrían mi rostro inagotables y amargas, inconsolables y rencorosas conmigo mismo.

La abracé besando su rostro y mis llantos fueron incontrolables y auditivos, escuchaba el llanto acompañante del mayordomo inconsolable.

No se cuanto tiempo pasó hasta que el mayordomo me indicó que debíamos comunicarlo a las autoridades.

No tardaron mucho en llegar, dos alguaciles y un sacerdote. La marquesa había dejado como heredero a aquel sacerdote confesor de su padre.

Juliette y yo nos marchamos al sur, buscando nuestro futuro, pues decían que en la frontera con España se asignaban tierras para repoblar terrenos conquistados.

Todos los hechos que aquí se narran fueron escondidos en el castillo de Alou, en algún rincón indeterminado de su estructura.

En honor a mi marquesa, Viled de Alou.

El dos de Marzo del año de nuestro señor de mil trescientos veintinueve.