El Castillo de Alou (5)

En esta ocasion el escribano Janot nos explica sus antecedentes amorosos. Monjes, Huerfana, y despertar sexual.

EL CASTILLO DE ALOU

QUINTA PARTE

Los siguientes días a nuestro encuentro en la antigua capilla fueron frenéticamente sexuales y apasionados, nos buscábamos a cada instante, siempre mirándonos cómplices delante de otras personas, a sabiendas de nuestro placentero y reconfortante secreto, ni que decir tiene que visitamos todos los días la capilla, nuestra capilla, experimentamos poco a poco nuevas formas y posturas, descubriendo caminos de placer harto olvidados o sencillamente creídos inexistentes. Hubo algo en Juliette que me producía una extraña sensación de placer, y es que le encantaba el sexo anal, mas de las veces pensaba que me lo pedía por la expresión de mi cara y mi excitación, parecía disfrutar con mi estado de semiinconsciencia y enajenación, producida por la erección de mi polla.

La penetración anal con el paso de los días se fue convirtiendo mas suave y sin menos resistencia, su culito se adaptaba cada vez mejor a la dureza de mi polla, yo intentaba hacérselo lo mas suave y delicado que podía, aunque era ardua la tarea de tener enclaustrado al monstruo lujurioso que despertaba en mi, aquella chica. Con frecuencia ese monstruo me poseía y entonces mis envestidas eran mas bruscas y profundas, asestándole varias polladas en lo mas profundo de su ser y entonces como en un despertar repentino me percataba de mi brutalidad y oía sus pequeños chillidos mezclados con jadeos. Sinceramente amaba a Juliette. Lo tenia todo, delicada, inocente, lujuriosa, a veces extravagante, resulto ser una gran oradora, me sorprendía mas de las veces su humor pícaro y acido y eso como no podía ser de otra forma solía terminar con mi verga nerviosa y venosa queriendo salir de mis calzas ajustadas.

Pero había una temor en mí, algo que a medida que pasaban los dias me reconcomía mas, y más. La marquesa pronto celebraría una nueva bacanal y con toda seguridad Juliette y yo seriamos llamados a participar para ella. En aquel tiempo había crecido en mí un inconfundible sentimiento que acompaña a los enamorados y es que si el amor se cita contigo al alba los celos llegan al medio día. No quería que Juliette fuera de nadie mas, y por lo que pude intuir a ella no le hacia mucha gracia que yo me follara a ninguna otra.

Entre los dos lo hablamos y decidimos idear una cuartada, al fin y al cabo, nadie salvo Sophie y Marlenne sabia que estábamos juntos (dicho mas claro que nos follábamos como locos), la cuartada manifestaría que estábamos enfermos, ambos diríamos que padeceríamos de diarrea, algo no muy descabellado, debido al estado de algunas de las cosas que comíamos, de hecho a lo largo del año las gentes de Alou como en todos los sitios solían padecer pandemias de diarreas y otras enfermedades mas, debido a la salubridad del entorno. De hecho así fue como empezó el principio del fin de mis días en el monasterio, por follarme a una chica que había estado por decirlo de alguna manera prácticamente buscándose en los bolsillos las dos monedas para pagar a Caronte su transporte en la barca por el hades, treinta días había estado la chica con altas fiebres, y los monjes la cuidaban a regañadientes, por aquello de ser una mujer. Imaginen vuesas mercedes un solo coñito para tanto rabo en "supuesta" abstinencia. Bueno así fue como poco a poco el capellán del convento fue depositando en mi la vigilia de la chica, puesto que para mi parecía un mal menor, ya que aun no estaba oficiado como monje.

Yo tenía veintiún años, y lo que si había hecho muchas veces era masturbarme de cualquier manera, mis hormonas bullía sin cesar buscando su posición natural en la vida, oliendo sintiendo cualquier olor femenino.

Al principio reconozco que me porte bien, aunque cuando llegaba a mi celda tenia que levantar mi hábito y ante mi desnudez, masturbarme con frenesí pensando en la chica, en como seria su coño, ¿a que sabría?, casi no podía respirar en mis placenteras corridas solitarias, la temperatura de mi cuerpo subía rápidamente, a veces me masturbaba de pie, otras tumbado, en mi desesperación me inundaba las manos e intentaba seguir unos segundos dándome gusto en la polla, hallé en eso una especie de insatisfacción y placer infinito, cuando las ultimas gotas de mi leche salían seguía cuanto podía, a veces casi me meaba del gusto.

Así llego el día, en el que poco a poco, tal vez, como pronunciaron mas tarde algunos en el monasterio, el demonio hizo presa de mi y sembró en mi mente la curiosidad y el anhelo por ir cada vez un poco mas lejos, ella a veces se sentía mejor, especialmente por las mañanas, yo con la escusa de ayudarla a lavarse un poco, cojía un paño húmedo y comenzaba a pasárselo por la frente bajando por las mejillas y por su escote, poco a poco me volví mas descarado y llegaba al principio de sus senos, eran blandos y generosos, ella gemía, cosa que me confundía, no sabiendo decir si realmente aquellos gemidos eran provocados por el estado de enajenación y embriagador de la fiebre o por el alivio que sentía ante aquel fino paño húmedo llevado por mi mano.

Llego el día en el que mi excitación se desbordo no pudiendo aguantar mas aquella agonía, premeditadamente lo planee todo, fielmente calculado, y debo decir que no salio nada mal. Al llegar como cada día, me deleite con mi paño, y ya cuando mi temperatura corporal no distaba mucho de la suya, me excuse diciendo que en la tarde tendríamos que lavarla un poco mejor, que no era aconsejable estar en aquel estado sin la suficiente higiene, etc, etc, etc. Toda aquella milonga la creyó sin remisión. Desespere aquel día, deseando que llegara la hora convenida, ni que decir tiene que "aquel teníamos que lavarla", no comprendía a nadie mas que a mi, pero eso era lo de menos.

Llego la hora, y la encontré aletargada y casi dormida, respiraba pausadamente, me puse a su lado y con mi mano la llame suavemente, se llamaba Cristine.

  • Cristine, soy yo el hermano Junot – le dije. Ella respondió con una quejosa y delicada onomatopeya
  • Uuummmm – dijo
  • Vamos tenemos que lavarte un poco, es lo convenido ¿recuerdas? – le dije casi en un susurro.

Al principio se hizo un poco la remolona, era cierto que estaba enferma pero al poco se espabiló, mas continuó un poco trastornada y soporífera.

  • ¿Tengo que levantarme? – me suplico.

  • No será necesario Cristine, solo recuéstate sobre la pared, espera, que te ponga el almohadón detrás de la espalda para que no sientas el frío. – le dije mientras colocaba la almohada detrás de ella.

Llevaba un fino camisón ancho, por el escote se podía apreciar el principio de unas tetas abundantes y jóvenes, aquella chica no tendría mas de dieciocho años, su pelo caía pos su cara en un torrente rojizo de finos y lacios cabellos, su rostro pecoso incitaba al juego y al quitar las mantas que la cubrían pude apreciar como a mediado de sus muslos terminaba aquel camisón y comenzaban unos muslos de muy buen color, regordetes y curvados, supongo que si ella hubiera estado en condiciones normales se hubiera percatado de la cara de baboso que tenía. Me percaté de que mi boca debía estar a medio a abrir desde no sé cuanto tiempo, tragué saliva antes de que se descolgara de mi boca y fuera a caer a sus muslos.

Comencé con mi pañito fino a humedecerle la frente, luego las mejillas sonrojadas, sus orejas, fui bajando paulatinamente por su cuello, liso sin impurezas, mi pene abultaba detrás de mi hábito, mi mano se deslizo por su canalillo y aunque quisiera haberla parado no hubiera podido, fue directa e inexorablemente en busca de la perdición que aguarda a todo hombre, y así, mi mano se llenó por primera vez con una generosa teta, desde el interior busque sus costado por dentro del camisón, ella seguía jadeando y miraba hacia arriba exhausta y sudorosa.

  • Cristine, tengo que lavarte un poco mejor, no quisiera ofenderte pero tengo que pasar la mano por ciertas zonas impuras, aun a mí pesar, pero es lo mejor, no te molestes Cristine.
  • Noo. – me dijo en apenas un susurro casi ininteligible.

Curiosamente una negación, fue el asentimiento mas grato de mi corta vida, saqué mi mano de sus pechos y desde sus pies fui subiendo, humedeciendo todo su cuerpo, reconozco que no iba todo lo despacio que hubiera sido apropiado pero la lujuria siempre irracional y caprichosa me disparaba los sentidos y me hacia volar a mi destino, a la oscura boca del infierno.

Al llegar a su coño, mis dedos se salían por el exterior del paño teniendo contacto directo con su piel, noté por primera vez el tacto húmedo e indescriptible que solo tiene esa parte del cuerpo femenino, su humedad era abrumadora y su tacto revelador, todo un nuevo mundo para mi, debo admitir que cuando toque su coño dude de si se habría meado. Mi polla casi me dolía de lo dura que estaba, mi mano pasaba al principio por su monte de Venus, pasando a sus ingles, para finalmente ir a morir a su raja, la cual frotaba con suavidad de arriba a bajo.

No sé en que momento dejé de lado el paño húmedo para directamente refregar toda mi mano por su coño, notaba su piel caliente y húmeda facilitando mi desahogo, sus gemidos soporíferos y sus estremecimientos me indicaban que estaba muy lejos de hacerle daño.

Sin decir una palabra, con mi respiración entrecortada me remangué la tunica y comencé a tocarme la polla delante de ella, no sabría decir cuando se percató de mi erección y de mi masturbación, cuando fui a darme cuenta ella me miraba fijamente la polla, como poseída, con cara pecaminosa, sus músculos faciales se contraían en una agónica y excitable mueca.

  • Cristine, ¿te duele?. - Le susurraba con miedo a ser oídos.
  • Nooo, hermano Janot, por favor no pareee – me decía mientras se arqueaba sobre su espalda retorciéndose de gusto.
  • Tal vez, Cristine, si… no se…pudiéramos…, digamos, fornicar, tal vez desaparecería la fiebre – le dije titubeante.

Aquello ya no estaba en mis planes, las palabras se afanaban por salir de mi boca, desbocadas al igual que su dueño.

  • hermano Janot, si vos lo consideráis oportuno, y no pecaminoso, podéis fornicarme. Os doy mi beneplácito, mmm, - me dijo entre jadeos cadenciosos a las acometidas de mis manos, que para aquel entonces ya se introducía uno de mis dedos con suavidad pero con profundidad.
  • Me tendré que desnudar Cristine, y veras un hombre desnudo con la verga empalmada - le dije mientras me desprendía de mi hábito, fuera de mi le dije – Quítate la ropa también Cristine y mirémonos los cuerpos desnudos.
  • Oh, siii – me respondió

En apenas un instante, ella se desprendió del camisón, me quedé sin respiración, fue la primera vez que vi un cuerpo de mujer desnudo, su piel sudorosa pero lisa y suave, los pechos generosos y su pubis oscuro me hipnotizo. Si lo que tanto predicaba la iglesia tenia fundamento y la mujer siempre fue el instrumento preferido del diablo, con razón aquel cuerpo merecía cualquier condenación eterna.

Me tendí torpemente sobre ella y con mi mano agarrando mi polla la coloque como pude en la abertura de su coño, ella gimió al sentirla y me abrazó fuertemente, entonces empujé, con dificultad al principio fue metiéndose mi polla en su coño, notaba como se abrían las paredes de su coño, como rozaban impetuosamente con mi rabo, toda la carne de mi polla quedo atrapada entre los pliegues de coño, fundiéndose nuestras carnes en una sola, un enlace eterno entre dos seres siempre ajenos a su fin, así pues poco a poco, ella gimiendo cada vez mas fuerte, y temí que nos oyeran.

  • ufff..., me molesta – me dijo. Aaahh, oohh, - gemía.
  • Tranquila Cristine, mmm, - yo intentaba tranquilizarla, mientras hundía mi cara en su cuello y lamia su oído, mis babas se desprendían de mi boca mezclándose con el sudor de su cuello y su tierna orejilla.

Poco a poco fui aumentando el ritmo de mi penetración, sus primerizas quejas se convirtieron en gemidos de intenso placer.

  • ooohh, siiiiiiii, ooooh, no pare hermano Janot, por favor se lo pido, no me deje ahora así, libereme, mmmm, me siento tan libre, taaaan feliizzzz, no pare por favor, forniqueme – me decía casi gritando abrazada a mi besándome por primera vez en cualquier parte que encontraba al alcance de sus labios.
  • Siiiii, mi querida Cristine, voy a correrme, ooooooohhhh, no aguantaré mas. Me corrooooooooooo – y tal como le indique no aguanté tanto como me hubiera gustado.

Ni que decir tiene que no dejé ni una sola gota de mi leche fuera de aquel coño de labios carnosos y voluptuosos, dejé que mis músculos se relajaban mientras quedaba tumbado encima de ella.

Me percaté por el contrario que ella no había quedado saciada y con sus manos en mi culo me apretaba contra ella con mi polla aun dentro, y lanzaba pequeños gemidos, casi sollozos de impotencia diría yo.

  • OH Critine, lo siento, no quería – comencé a decir, pensando que había mancillado vilmente a aquella chica.
  • Hermano Janot, no os apenéis, se que queréis ayudarme, lo que ocurre es que sigo teniendo mucha fiebre, pero ahora nace de las profundidades mi coño y con vuestra verga solo habéis provocado que estallen, recorriendo ahora todo mi cuerpo, hasta erizar de esta manera mis tímidos pezones – dijo mirándose unos pezones duros como rocas y afilados como lanzas.
  • Oh, ¿y que puedo hacer por ti querida Cristine? – le roge con esa inocencia e ingenuidad de la que a veces no nos percatamos.
  • Una vez oí que si los hombres ponen su boca en el coño de una mujer, esta experimenta sensaciones indescriptibles – lo dijo entre excitada y apenada, con la mira gacha y temerosa. – aunque… cree vos hermano Janot, que esa practica puede ser demoníaca?.
  • No Cristine – le dije mientras le acariciaba la mejilla y me arrodillaba sobre la cama.

Con las manos le separe las piernas y comencé besando sus piernas aproximándome a su coño, oscuro, como una noche de tormenta.

  • no lo hagáis, por favor, esta sucio – me dijo intentando débilmente apartar mi cabeza de su cercano y oloroso coño.

Sus palabras actuaron en mí como una llama que prende la pólvora, y sin darle tiempo a decir este coño es mío, hundí mi cara en su raja, con fruición saqué mi lengua pasándola de abajo a arriba con fuerza, fue sucio, pues los restos de mi corrida brotaban de su mojado coño mezclándose con mi saliva.

Mi polla alcanzó nuevamente el tamaño de una pica de guerra, y mientras con una mano me masajeaba la polla con la otra había bajado aquel agujero incierto, oscuro y aun más pecaminoso que su coño. Con mucha suavidad la yema de mi dedo se deleitaba con su esfínter, gozando al tocar su culo, ella lo contraía y lo relajaba continuamente, mi boca se hundía entre los labios rollizos de su coño, al retirarme para envestir de nuevo con mi lengua, mi semen mezclado con mi saliva se quedaba colgando entre mi boca y mi lengua y su coño, esa mezcolanza, parecía excitarla mas no apartando su mirada de la guarrada que le hacia en su coño, puestos a disputarnos la condenación eterna hacerlo lo mas endiabladamente pervertido.

Sus jadeos cada vez fueron mas intensos y entrecortados, parecía morir en cada jadeo, sin parar de lamerle el coñito miraba como se tocaba las tetas y volvía sus ojos.

Realmente parecía estar poseída, por un demonio que le estaba entrando precisamente por su coño.

Con mi dedo comencé a ayudar a mi lengua y eso ya la hizo explosionar,

  • oooooohh, me corroooooo, no aguantoooooo mas – decía fuera de si, mientras con sus manos, intentaba apartar mi cabeza de su coño. – ooooooooh para, por favor no puedo masssss.

Se había corrido y su respiración volvió a acompasarse y relajarse, quedó tendida sobre el lecho con los brazos abiertos y una de sus piernas torcida hacia el interior como intentando ocultar a su ahora pudoroso coño.

Yo ensimismado la miraba bobalicon con una sonrisa de satisfacción dibujada en mi rostro. Era hermosa, muy hermosa.

Sin decirnos nada ella, se encogió, colocándose en posición fetal, estaba exhausta, entonces me percaté que estaba desnuda y que debía tener frío, me apresuré a taparla y a vestirme.

Salí fuera de la casa y espere hasta que llego la nodriza que la cuidaba por las noches, una "hermana laica" del monasterio, ya vieja y arrugada.

Así comencé mi primera relación sexual, seguramente el sexo no tuvo nada que ver pero la fiebre fue aminorando con el paso de los días, hasta que desapareció, y comencé a temer que no tardaría mucho tiempo en el que ella tendría que partir, pero me dije a mi mismo que cuando eso pasara yo me iría con ella, a donde fuese, ya nos ganaríamos la vida de cualquier manera. La quería.

Como iba diciendo, no fue la última vez que follamos Cristine y yo, he de decir que cada vez el sexo me parecía mejor, era el principio de un mundo nuevo para mi, aunque curiosamente también fue el fin de otro. En el convento no tardaron mucho en percatarse de que había algo raro entre aquella huérfana y yo, y un fatídico día fui descubierto por el capellán y abad.

Me hicieron llamar a careo y se me otorgó el derecho a defenderme en un juicio, que de antemano tenia perdido, pues como ultimo responsable del juicio se encontraba el abad, curiosamente uno de los testigos.

Ya no me importaba la pena que me impusieran, dejaría el monasterio, aunque con ello fuera excomulgado, Cristine y yo seriamos felices. Iluso de mí.

Llegado el día del juicio, Cristine fue llamada a testificar, y sus palabras causaron gran pesar en mí.

Sin mirarme en ningún momento y con la cabeza gacha, dijo estar arrepentida de todo, que el demonio había hecho presa en ella, y que ahora que Dios la había rescatado, no quería volver a saber nada mi, ni de ningún otro hombre, que había tomado una decisión y juramento solemne, pagaría a Dios su salvación haciéndose enclaustrar en un convento de monjas tan pronto le fuera concebido el perdón de aquel tribunal eclesiástico.

Apenado me tocó mi turno, y cuando fui preguntado por mi alegato, guardé silencio decidido a no decir nada, aturdido y apenado por las palabras de Cristine, pero entonces interrumpí mi silencio y pronuncie mi alegato, un alegato que a día de hoy no se si sentirme orgulloso o avergonzado, pero como ocurre con mas frecuencia que poca, las palabras que decimos nos esclavizan y aquellas palabras sellaron mi sentencia.

  • en mi defensa he de decir, que no me arrepiento de nada de lo que cometí, cierto que al principio fornicaba con ella, pero ese sentimiento mefistofélico fue transformándose en otra cosa, que nada tenia que ver con el mal, se convirtió en amor, solo quería protegerla, amarla, cuidarla y satisfacer todos sus deseos. ¿Es malo querer algo así para alguien? Creen vuesas señorías que el maligno esta detrás de todo esto?. Yo no lo creo. – volví a repetir mis ultimas palabras mirándola a ella – Yo no lo creo.

Pero todo terminó como el rosario de la aurora, yo fui expulsado del convento para siempre, y Cristine fue acompañada a un convento de clausura en la ciudad de Lille.

No volví a saber de ella nunca mas. Ahí terminó mi primer amor y mi primer acto de heroicidad pagados con el exilio y la soledad, típico y recompensado premio.