El Castillo de Alou (4)

Continuan las memorias de la depravada marquesa y de sus sirvientes. En esta ocasion maese Janot tendra un encuentro inexperado.

El Castillo de Alou

Cuarta parte

Desperté al cantar el gallo, la marquesa seguía dormida, mi boca desprendía un amargor extraño que nacía de las profundidades de mí alma. Me levanté con sigilo temiendo despertarla, mientras me vestía contemplaba las curvas de su cuerpo, de espaldas a mi en posición fetal, las formas de sus caderas terminaban descendiendo hacia sus poderosas piernas, la redondez de su culo me cautivaba. Rodeé la cama hasta encontrarme frente a ella, dormía placidamente, parecía tan expuesta, tan indefensa, su rostro era dulce pero por alguna razón aquella dulzura acababa sucumbiendo ante su agresiva sexualidad.

Saliendo de mi ensimismamiento y mi contemplación me dirigí con sigilo a la puerta con mis botas en la mano.

¿Ya te vas? – me sorprendió aparentando seguir dormida.

No quise despertarla Señora marquesa y pensé que debería marcharme a escribir, no debo desocupar mis obligaciones – le dije.

Se dio la vuelta bostezando aún soñolienta, dejando al aire su oscuro coño, por un momento todo quedo en silencio mientras me contemplaba, finalmente dibujo una dulce sonrisa en sus labios

anda márchate - dijo resignada.

Con vuestro permiso – le respondí haciendo una leve reverencia abriendo la puerta.

¿Janot? – me dijo nuevamente interrumpiendo mi marcha.

¿Si?, Mi señora – contesté

Desearía que me llamarais de ahora en adelante por mi nombre de pila. Y no es una orden, más bien…es… un ruego. Me dijo con sinceridad.

Como gustéis…Viled – me despedí.

No daría mi paseo matutino cotidiano, sabia muy bien donde me dirigía, recorrí el pasillo con paso presto y decidido, mi semblante era serio, furioso y taciturno, aunque entre la confusión de mis sentimientos no sabia muy bien a quien dirigir mis iras, aquella mañana creí entender un poco mas la frustración que a mi entender transmiten los sacerdotes, entendía porque no admitían la entrada de mujeres al monasterio, su sola presencia turbaba la existencia y viciaba el ambiente. Tal vez fuese cierto y la mujer y el diablo caminaran de la mano. Cuerpo del pecado.

La cocina estaba desierta, aun era temprano me dije, iba a marcharme cuando Sophie entró acompañada de Juliette.

Buenos días, Janot – me saludaron pasando a mi lado.

Observe a Juliette, parecía extraña, parecía otra mujer, alguien diferente, no era la chica con la que conversé el día anterior, o tal vez fuesen mis ojos que la veían de otra manera, seguía siendo la chica inocente y dulce de siempre pero ahora algo había cambiado. Ahora ella tenía el poder de hacerme daño.

Janot, parece que te ha comido la lengua el gato – me dijo Sophie con sorna. – O mejor dicho la gata, ja, ja, ja.

Buenos días – atiné a decir.

Un sentimiento nuevo maduraba en mí, creía odiar a aquella chica, deseaba que fuera el destino de todas mis iras, deseaba hacerle daño, igual que ella me lo había hecho a mí.

E impetuosamente dije:

  • baah, no merece la pena – cargando cada palabra con la frustración y la ira que me poseía y me marché.

Atiné a oír un comentario de Sophie algo como "que mosca le ha picado a este". Mi mente me castigaba, solo veía a Juliette gozando, revolcándose con todos, llena de corridas, sonriendo picara, pidiendo mas pollas…me hacia daño, mucho daño. Oí unos pasos a mi espalda, fue entonces cuando me llamó y todo se precipitó. El principio del fin. Cuando todo brota para luego marchitarse. Y como el relámpago que precede la lluvia, hablo.

¡Janot! – me llamó mientras me seguía. – por favor, quisiera hablar con vos.

¿Qué deseáis? – respondí cortante y seco.

Me gustaría hablar con vos…mmm…de lo que ocurrió anoche – me dijo al fin mirando al suelo ruborizada.

Yo no tengo nada que hablar – dije intentando zanjar el asunto, dándole la espalda para marcharme.

¿Porque me tratáis así?, - me espetó con voz apenada y llena de angustia.

Si lo que quería era hacerle daño ya lo había conseguido, aunque al parecer lo que tenia que haberme reconfortado estaba haciendo que me sintiera aun peor, ahora había que unir a mi angustia, la pena por haber provocado la suya. Dios, era un ángel, solo había bien en aquellos ojitos, ¿como podía hacer sufrir a aquella criatura?. Entonces me volví y no pude contenerme ante su imagen de chica desvalida, su rostro ligeramente inclinado mirando el suelo, siempre ruborizada, y aquella infinita pena embargando su rostro. Que clase de monstruo soy, me dije. Parecía apunto de desvanecerse ante mis ojos.

¿De que queréis hablar Juliette? – dije resignado ya mas calmado ante su hechizo melancólico. El silencio se hizo entre nosotros, no se atrevía a hablar. – A mí también me gustaría hablar con vos – intervine.

Bien, en el extremo derecho del patio de armas se encuentra la antigua capilla, ya no se ofician misas y esta en desuso, te esperaré allí, la puerta estará abierta para cuando llegues – me dijo mas decidida.

¿Que capilla?, no he visto ninguna capilla – supuse que debía de haber alguna pero en mis días en el castillo no la había visto, algo que me pareció bastante extraño.

Sonriendo me dijo – no la viste porque desde el interior es difícil, el campanario fue destruido hace unos años y la entrada principal y su fachada están en la parte exterior del castillo, supongo que así sería mas fácil acceder a ella para los feligreses, pero para el nobles del castillo la capilla disponía de una puerta en el interior, será difícil que te vean entrar, ya que la puerta esta en una esquina sin visibilidad, detrás de un montón de leña apilada.

Esta bien, allí nos veremos – le dije no pudiendo evitar devolverle la sonrisa.

Efectivamente había una puerta, me percaté de que nadie me había visto y empujé para entrar, todo estaba en penumbras, el olor a humedad era excesivo, las vidrieras estaban cegadas con maderas, por las que se filtraban pequeños rayos de luz, anduve a tientas, hasta que Juliette me tomó de la mano susurrándome sigilosa:

por aquí… con cuidado – me dijo al toparme con una de las patas de una de las bancas.

Anduvimos por el largo pasillo central hasta el altar, aquella era la zona mas alejada del castillo y por consiguiente de posibles polizontes indiscretos

¿nadie oficia misa aquí? – le pregunté mientras la seguía y mi mano agarrada a la suya se deslizaba tontamente golpeando varias veces su trasero. No sabía si aquellos sutiles golpecitos fueron provocados o fortuitos, pero si sé que fueron altamente excitantes.

La señora marquesa hizo que la cerraran hace unos años, tras una larga discusión con el párroco.

¿Y la diócesis no se opone? – quise saber, sabia algo del procedimiento eclesiástico al haberme criado en un monasterio.

No lo se, lo que si parece es que aunque con el párroco la relación no sea muy amigable con el obispo si que lo es. Incluso el obispo ha visitado a la marquesa en contadas ocasiones después de la clausura de la capilla. Cuidado con el escalón - me advirtió evitando que tropezara.

Curioso y extraño, había pocas personas que desafiaran a la iglesia, y para hacerlo había que ser increíblemente poderoso. Todo era extraño en aquel castillo, gobernado por la marquesa Viled, con escasos efectivos guerreros, sin presencia eclesiástica y todo bajo un influjo infinitamente sexual y depravado.

ven siéntate aquí, - me dijo indicándome un sitial de madera forrado con piel.

Ella se sentó en otro a mi lado, y todo quedó en silencio, en un silencio relajante y placentero.

¿de que querías hablarme Janot? – me interrogó.

quería hablarte de lo ocurrido anoche – le dije.

Era fácil hablar en aquellas circunstancias, envueltos en aquella oscuridad y sepultados por aquel silencio abismal. No podía ver bien su rostro, solo percibía sus formas tenuemente.

Yo también quería hablarte de anoche – me dijo.

¿Y bien? – le dije.

Quisiera saber porque tuviste aquella reacción. ¿Porque…mmm…porque empujaste de aquella forma aquel chico?

No se porque lo hice, solo puedo decirte que tal vez me dejara llevar por el arrebato del desenfreno y la lujuria o tal vez los excesos con el vino hicieron efectos indeseados en mí. No se porque lo hice – creí atisbar una especie de decepción en su semblante, o tal vez fuese mi inconsistente que me jugaba malas pasadas.

Nuevamente el silencio nos separó, a medida que no hablábamos la oscuridad parecía aun mas oscura, envolviéndonos, tragando nuestros cuerpos.

bueno ¿y tu? también querías preguntarme algo ¿no es así? – dijo con voz apagada.

así es – respondí. - Mi pregunta tal vez sea un poco indiscreta y puede que te parezca impertinente, si así lo fuese y desearas no contestarla estarias en tu derecho.

Hazla por favor – me dijo.

¿Disfrutaste anoche? – titubeante y nervioso proseguí – ¿me refiero a si deseabas aquellos chicos, si lo gozabas? – al pronunciar aquellas palabras las imágenes grabadas en mi mente volvían a el, explosionando la rabia que había en mi, castigando mis entrañas.

Ella cayó, y cayó, su silencio fue revelador. Lo había gozado, estúpido de mí, como no iba a gozarlo, que ideas más irracionales, era normal y lógico que lo disfrutara, acaso no disfrute yo con la lavandera, aunque, era cierto que yo había gozado, hasta cierto punto, y como prueba de ello fue mi conato violento.

Viendo que no soltaba prenda, me dispuse a levantarme con la intención de finiquitar la conversación, entonces levantándose a mi vez, quedó muy cerca de mí. Podía sentirla, podía olerla, sentía su respiración ligeramente alterada.

fue extraño. – dijo. - Lo disfrute Janot, lo disfrute mucho, y lo mas extraño fue que sin saberlo creo que lo disfrutaba porque tu te contentabas. quería ser como las demás, libertina y salvaje, pues así pensaba que se cumpliría mi deseo. Desee que

¿que deseaste? – quise saber.

Desee…que tu me tomaras como la primera noche, que me hicieras tuya, pero…pero tu elegiste a otra, y me resigné a esperar, tal vez me dije, la próxima se fije en mi y entonces aquel chico que se sentó a mi lado me pareció agradable y me deje llevar, el resto de la historia la conoces.

¿Quieres saber porque empuje aquel chico? - Le dije dejando que un breve silencio se apoderara de nosotros - porque no besaba que nadie te tuviera, te deseaba yo, algo nació en mí. ¡No!, ya había nacido, fue algo que me hizo ver, el velo cayó y curiosa y extraña la vida, ¿sabes lo que ocultaba?, tu. Y desde entonces todo se paró, no hubo ni luz, ni oscuridad, ni presente, ni futuro, desde entonces solo estas tu.

Con desesperación sus labios se posaron en los míos, decían ámame, ámame por favor, tal vez en cualquier suspiro puede pararse mi corazón y habré perdido un segundo de mi existencia sin tenerte dentro de mi.

Y con sus besos cuan cañonazos que preceden a la batalla interior, provocaron una explosión en mí. Todo estalló, la luz se mezcló con la oscuridad envolviendo nuestros sentimientos humanos y pasionales, mi irracional rabieta previa se había desvanecido, ahora todo lo que albergaba mi alma era dulzura, pasión, deseo, necesidad… amor. Todo mezclado con la ansiedad por no poder darle más aun por mis limitaciones humanas, todo el amor del mundo brotaba de mi abrazando su esencia, aspirando en cada suspiro su olor y como una magia invisible sentía desprenderse mi alma de mi cuerpo e ir a buscar el espíritu de mi amada, me sentía levitar en una bruma cálida y protectora.

Entonces entre tanto ajetreo pasional, mi lujuria se desperezó, desprendiéndose la infinita rigidez de mi lanza fálica y como dos hermanas a las que el tiempo hizo separar se unieron el amor y la lujuria, para elevar a dos seres en apariencias insignificantes, hasta las mismas puertas del cielo, cuan ángeles olvidados a los que se les revela la verdad, su origen y su fin. No había luz, no había oscuridad solo algo que aunque intentara explicar en una vida no seria capaz de expresarlo en su más mínima esencial.

Tomándome ella de las manos me llevó al altar hacia una gran mesa de mármol, supuse que seria la mesa donde se oficiaban las misas, ella se sentó sobre la mesa y me acercó a ella, por instantes nuestras bocas se rozaron deleitándose en el cálido aliento de nuestras bocas, mis manos acariciaron su rostro posando suavemente mis labios en los suyos, tímidamente nuestras lenguas se llamaban, se rozaban con sus puntas afiladas cuan flechas de cupido, sus manos me atraían a ella desde mi cintura, sintiendo la calidez de su vulva, deseaba introducirme en ella, con delicadeza le fui desprendiendo de su camisa, sus pechos quedaron a mi meced, los acariciaba mientras mi lengua se introducía con descaro en su boca, su respiración sonaba angustiosa mientras aprovechaba para desabrocharme el cinturón.

Interrumpimos nuestros manoseos de enamorados para desprendernos con premura de nuestras vestiduras.

Allí, plantada delante de mi, aún tímida bajo la tenue oscuridad de la capilla, envueltos en nuestros silencios cómplices, la abracé, nuestras manos recorrían nuestros cuerpos, con mis dedos fui arañándola con delicadeza, recorriendo su espalda de arriba abajo por toda su columna vertebral, notando como su piel se erizaba a mi paso llegando hasta su culo redondo y respingón, un dedito mío se deslizaba por el canal de su trasero parándose en el mas oprimido agujerito de su exquisito cuerpo, ella con sus manos agarrándome por el culo me apretaba contra ella mas y mas.

hazme el amor, por favor – me susurró.

Tumbémonos en la mesa – le dije tomando la iniciativa y llevándola hacia la mesa torpemente.

Ella se tumbó con las piernas ligeramente abiertas, sarcástica la situación, allí a instantes de hacerle el amor a un ángel en la casa del señor, como suele ocurrir con bastante frecuencia, la vida nos lleva a las situaciones mas inverosímiles, tan irónicas. Descubría un amor que tanto predicara la iglesia, pero tan despreciada su manifestación, y mucho menos tal manifestación dentro de los recintos sagrados de una iglesia. Al fin y al cabo pensé, si había una forma humana de poder acercarse a Dios en la tierra, supuse que no debía encontrarme muy lejos, iba a gozar con uno de sus ángeles en una de sus delegaciones en la tierra, entraría en el cielo por aquella proeza o me condenaría a los infiernos por tan descomunal sacrilegio, la cuestión es que poco me importaban todas aquellas disyuntivas existenciales.

Me acoplé encima de ella, no pudiendo evitar pasar mi mano por su coño antes de penetrarla, estaba totalmente mojadito y abrazándola, mi verga se fue hundiendo lenta pero inexorablemente, había musicabilidad en nuestros suspiros podía sentir como mi verga se abría paso por sus labios vaginales, como la humedad de su coño facilitaba la penetración.

Nunca sentí aquella explosión de sentimientos, mis sentidos se atrofiaban, sobrepasados por la multitud de sensaciones, la deseaba irracionalmente, la amaba no deseaba ni que el viento osara dañarla con su suave brisa, pero al mismo tiempo deseaba follarla. Amarla y follarla, follarla y amarla, mas que en mi verga todo se producía en mi mente, mientras nuestros cuerpos se follaban, sentía mi mente gozarla, ella también la follaba y lo mejor es que sentía una conexión, no necesitaba preguntarle si sentía lo mismo, sabia que Juliette lo sentía igual que yo. Allí sin vernos, cada uno sabía lo que sentía el otro y eso igualmente era harto excitante.

Lamí sus pezones duros como el cristal de bohemia, mientras ella recorría con sus manos mis costados, moviéndome rítmicamente, derritiéndome en cada suspiro y jadeo de su cuerpo.

es...pe...raaa, no te corras en mi coño – me rogó

¿donde deseas que me corra? – le dije.

Quiero lamerla, añoro su sabor, la necesito, quiero que termines en mi boca, - me rogó.

Apartándome, se arrodilló en el suelo, presto me coloqué a su lado, con dulzura besó la puntita de mi verga aun mojada de los fluidos de su coñito, hundió su cara en mi ingle sacando la lengua y lamiendo mis huevos hasta ir poco a poco subiendo por el tronco de mi polla, engulléndola finalmente. Fue la mejor lamida de mi vida, la engullía con frenesí, transmitiendo en cada lamida su deseo de degustarla, queriendo atrapar cada esencia, cada sabor, se la introducía muy profundamente en su boca, notaba gran cantidad de saliva en ella, le caía por la comisura de sus labios.

córrete así, dentro de mi boca, quiero tragarlo todo, necesito toda tu corrida en mis entrañas – me rogaba entre lamidas

Mi polla chapoteaba en la saliva de su boca, no pudiendo soportarlo mas me corrí. Jadeé con fuerza, dudando que nos hubieran escuchado, de mi polla brotaba abundante leche, que ella tragaba obediente y sumisa, su boca no podía soportar tanta cantidad de saliva y semen, tragando lo que podía y cayendo los restos por la comisura de sus labios manchando su barbilla, sutilmente grandes goterones de corrida se deslizaba por su barbilla hasta caer sobre sus pechos, ella absorta continuaba con su deleite.

Sus lamidas fueron acompasándose hasta pararse, con dulzura lamia los costados de mi polla con suavidad, acabando con cualquier resto que encontraba. Entonces la tomé de los brazos elevándola hacia mi, la abracé, con nuestros cuerpos pegados note la corrida en sus tetas contra mi pecho, y entonces sin importarme que su boca estuviera llena de mi corrida le dije acercándome hasta quedar rozando nuestros labios;

te amo – le revelé mientras la besaba tiernamente con la lubricación especial de mi corrida en su boca, ni que decir tiene que nuestras lenguas volvieron a unirse y lo que empezó como un suave y cariñoso beso fue transformándose en un excitante morreo, el encuentro de nuestras lenguas dentro de nuestras bocas, dio paso a la desvergüenza de nuestras lenguas que guerreaban en libertad, fuera de las prisiones de nuestras bocas, sucias de semen se masajeaban una contra la otra, mi polla en cuestión de segundos tomo dimensiones monstruosas y cuan perro obediente, acariciaba el coño de mi amada.

La tome de sus nalgas elevándola fui a sentarla sobre la mesa, ella me abrió hospitalaria sus piernas ante el regocijo de mi polla, la cual encontró acomodo en su cueva del amor, esta vez se introdujo con rapidez cuan cuchilladas al velo del amor, nunca mas estaría oculto, se desgarraba y caía, mostrando el único principio y fin de la existencia de los hombres, nuestros jadeos cadenciosamente alcanzaron un ritmo acelerado, la saliva mezclada con la corrida caía de nuestras bocas mientras ambos nos empujábamos uno contra el otro en cada envestida, alcanzando penetraciones infinitamente profundas.

córrete dentro de mi Janot, correeeteee, quiero toda la leche dentro de miiii – me decía fuera de si.

Siii, mmm, aaaggg, me corrooo, Juliette, me corrroooo.

Te amo Janot, mmmm te amooo – me decía mientras parecía convulsionarse mientras se corría.

Te amo Juliette. Mi Juliette, oohhh, no dejes que se escape nada.

Así me corrí y puedo decir que fue la primera vez que me corrí en mi vida, al menos de aquella forma. Ambos quedamos abrazados acompasando nuestras respiraciones con las caras ligeramente inclinadas susurrantes extenuadas mientras nos acariciábamos.

Durante un largo periodo de tiempo quedamos quietos escuchando nuestras respiraciones acariciándonos sin poder parar.

¿Janot? Me susurro

¿si? – le respondí.

Tras un prolongado silencio dijo; - ¿Que pasara ahora?

no te entiendo – le respondí.

Con respecto a las orgías – quiso saber. – no quiero compartirte Janot.

Yo a ti tampoco Juliette. No te preocupes, ya encontraremos la forma – quise consolarla, aunque algo dentro de mí me decía que no seria tan fácil.

Debo volver a la cocina, alguien podría echarme en falta. Mi coartada esta en ir a buscar trigo para hacer pan, aunque Sophie sabia donde venia.

¿Sophie sabia que venias hablar conmigo? – quise saber extrañado.

Si – me dijo sonriendo. - ella me ayudó a decidirme a hablarte. Creo que se alegrará mucho de saber que no término tan mal – me dijo dándome un beso cariñoso en la boca.

Pícara Sophie, ¿debo entonces dar las gracias a tan desvergonzada amiga? – dije feliz y bromista.

Ambos nos vestimos, antes de salir la tomé del brazo y mirándola ahora bajo la luz que se introducía por la puerta, contemplé su rostro fino, esculpido exquisitamente con aquella tonalidad tan clara de su piel que resaltaba mas aun bajo aquel cabello oscuro y ligeramente rizado, siempre tenia esa extraña claridad en sus pupilas, una claridad que hacia mas luminoso su rostro.

te amo Juliette – le dije mirándola cuan presto caballero se despide de su amada.

Acaso creéis que mi corazón tiene otro dueño que no seáis vos. Mi amado Janot. Os amo con toda la fuerza de mí ser.

Y sonriéndonos, partió, me deleité en su marcha, dejándome cautivar por el contoneo de su cintura, ciertamente me hizo pensar que clase de hechizo tendrían sus alas para no verse.

Antes de irme y cerrar la puerta mire al interior de la capilla en penumbras distinguiendo el contorno de un crucifijo, algo instintivo me hizo sonreírle cómplice. Por alguna razón mi conciencia no sentía pena por aquel sacrilegio, algo me decía que no debía sentirla, mas bien debía sentir regocijo y alegría.