El Castillo
Cualquier lugar es bueno para una primera sesión.
La habitación se encontraba oscura, apenas unas velas iluminaban la estancia, las paredes, con todas esas argollas y cadenas clavadas, desprendían humedad. La única ventana daba a unos inmensos jardines, siniestros, descuidados, del que procedían sonidos de un pequeño lago que allí se encontraba. Lo único bello de aquellos patios era ver la luna reflejada en el agua. En el centro de la sala una gran cama con sabanas blancas de seda y colcha roja, en cada pata de la cama unas cadenas, brillaban por la luz de las velas. En una de las paredes se encontraban dos maderas dispuestas en forma de aspa, a cada lado látigos, fustas, grilletes y mordazas. En una pequeña mesa se podía ver una seria de instrumentos, una pequeña palangana con agua y afiladas cuchillas.
Me encontraba excitada y a la vez temerosa de nuestro primer encuentro, esperaba junto a la ventana ver como llegabas montado en el coche. Vi luces a la lejanía y comencé a desnudarme, lentamente frente a un gran espejo colocado para dicho acto. Miraba y veía en mis ojos el deseo de ser tuya, ansiaba ser tu esclava aquella noche, necesitaba sentirme tu puta, humillada y utilizada a tu antojo. Una vez desnuda comencé a ponerme las muñequeras, tobilleras y correa en el cuello. Me vi deliciosa, apetecible para cualquier Amo. El frío comenzaba a hacerse presente, mis pezones se endurecieron de tal manera que incluso me dolían. Me arrodille frente a la puerta con la cabeza agachada, las piernas ligeramente abiertas, mis manos con las palmas hacia arriba sobre ellos. Sentí que te acercabas, mi corazón latía a velocidades de vértigo, mi coño se humedecía y un pequeño suspiro salió de mi boca al ver como abrías la puerta. Ni tan siquiera me atreví a mirarte, tan solo respondí a tu saludo:
-Hola zorra.
-Hola mi Amo.
Acto seguido pusiste tu pie sobre mis manos, manchándolas de barro, sabia lo que debía hacer, con suavidad lo agarre y lo acerque hasta mi boca dándole un dulce beso. Notaba tu mirada clavada en mi, paseaste a mi alrededor observando cada detalle, jugabas con tus manos en mi pelo, eso me tranquilizaba pero fue cuestión de segundos ya que un tirón hacia atrás me hizo levantar la cabeza, tu mirada fría y perversa me hizo pensar que ese era el comienzo de una noche de autentica entrega.
Oía tus pasos tras de mi, abrías un cajón y pude notar como agarrabas una cadena, la hacías sonar adrede, colocado detrás mía la dejaste caer por mis pechos, me estremecí, rodeaste mi cuello con ella, apretando suavemente. La enganchaste del aro que estaba en mi collar, un leve tirón me hizo reaccionar y ponerme en cuatro patas, seguí tus pasos hasta colocarnos frente al espejo, fue entonces cuando pude vernos a los dos juntos. La cadena enrollada en tu mano, manteniéndome a una distancia corta pero sin rozarme yo ahí en el suelo como una perra esperando cualquier orden, cualquier aviso. Entonces me dijiste:
-Desnúdame perra y procura no excitarte con ello.
-Sí mi Amo.
Comencé por desabrochar tu camisa, bajándola por tus brazos hasta caer al suelo, seguí por desatar tus zapatos, bajar tu pantalón y tus slips.
-No ves que tiraste mi ropa al suelo puta?
-Lo siento mi Amo.
Rápidamente trate de recogerla pero no me dio tiempo, con fuerza tiraste de la cadena y me vi tirada en el suelo. Tapaste mis ojos con una venda, me sentía desorientadas tras hacerme dar unas vueltas por la habitación. Sabia que había hecho mal y recibiría mi castigo. Me pusiste en pie, costaba mantenerme en equilibrio, mi respiración se entrecortaba, sentí como apretabas uno de mis pezones, sin contemplaciones, quise gritar pero no pude ya que tus advertencias fueron claras:
-Si gritas, putas, tendré que taparte esa boca de perra que tienes con una mordaza.
-No mi Amo, por favor, eso no. No gritare.
Seguías apretando, tirando de el y retorciéndolo. Podías ver mi cara de dolor y en cierta forma te compadeciste, o eso creí yo, lo soltaste, fue entonces tu boca la que se encargo de aliviarme, pasabas tu lengua acariciándolo, rozándolo con tus labios, absorbiéndolo. El dolor se había convertido en placer, suspiraba, deseaba que esa sensación no acabase nunca. Pero no duro demasiado tiempo, hábilmente colocaste una pinza en cada uno de mis pezones, unidas por una cadena delgada de la que a su vez colgaba otra que llegaba hasta mi coño. Dabas pequeños tirones de la cadena, lo justo para hacerme gemir y desear más. Guiándome me llevaste hasta la cama, una vez tumbada en ella sujetaste mis muñecas y tobillos a cada extremo, colocándome un cojín bajo el culo. Sentí el frío cuero bajando por mi estomago, yo temblorosa solo deseaba no ser azotada en mi coño, cosa que así fue. Empezó con unas simples caricias, pasando la fusta por entre mis labios, mojando la piel con mis flujos, me daba placer cuando de repente estampaste la fusta sobre el, trate de cerrar las piernas pero era imposible, sentía que me ardía cuando cayo otro golpe más sobre mi delicado coño, así hasta cinco seguidos. Lo notaba palpitar, me quemaba. Si gritaba seria amordazada así pues trate de ahogar mi voz, pero en el quinto azote no pude más:
-Mi Amo por favor no puedo más, te lo suplico.
-En unos minutos me pedirás que no pare, lo estas haciendo bien, debes aguantar putita mia.
Su voz siempre me tranquilizaba, lo estaba haciendo bien y pensé que seria recompensada por ello. Pasaste tu mano por mi dolorido coño, pudiste comprobar cómo de húmedo estaba. Tus manos me producían un gran placer, movía mis caderas tratando de buscar tus dedos para acariciarme pero de pronto pinzaste mi clítoris con la tercera pinza que colgaba de mis pechos. Creí correrme allí mismo cuando note la presión. Mojaste bien tus dedos en mis jugos y dándomelos a probar me decías lo mucho que te gustaría atarme en la pared y azotar mis nalgas hasta ponerlas bien rojas.
Una mezcla de miedo y placer me invadió, estaba presa y dispuesta a tus más crueles caprichos. Sentí como te alejabas de mi lado dejándome en esa posición, de repente oí el sonido de una cámara fotográfica, una serie de disparos me hicieron entender que estabas retratando el momento. Tenia los pezones y el clítoris bastante doloridos pero aun así deseaba más, quería sentir toda tu fuerza y dominio sobre mi. Retiraste la pinza de mi clítoris y tras pasar tu lengua por el haciéndome estremecer sentí como echabas agua sobre mi coño, instantes después pusiste espuma y retiraste la venda de mi ojos, te vi con una cuchilla en la mano y me puse a temblar, pretendías rasurarlo y no querías que me perdiera ese momento. Mi respiración se corto cuando noté el acero en mi piel, traté de no moverme lo mas mínimo, veía como prestabas toda tu atención en lo que hacías aunque de vez en cuando levantabas tu mirada para verme, podía ver en tus ojos el placer que te ocasionada darme semejante sádico castigo. Quería que aquello terminara ya y así fue, tras unos largos minutos comenzaste a retirar toda la espuma, lavándome con una delicadeza infinita, por fin pude relajarme.
Me soltaste de la cama y me pediste algo:
-Ponte crema en el coño y mastúrbate para mi.
Me fui extendiendo la crema sin dejar un solo resquicio, en verdad aquello me había excitado. Tu estabas sentado en la cama, yo de pie frente a ti. Pasaba mis manos una y otra vez, metía mis dedos, los lamía, saboreaba mis jugos, veía tu polla erecta y me hacia ser ante ti aun más zorra. Deseaba que llegase el momento de ser penetrada por ti, realmente necesitaba sentirte dentro, tu lo sabias y por eso lo demoraste el mayor tiempo posible. Liberaste mis pezones, los acariciabas suavemente con tus dedos, estaban muy encogidos y sensibles, fueron pasando alternamente por tu boca mientras yo seguí masturbándome, sabiendo que no podía aun correrme y deseando hacerlo como una loca.
Tomada de mi mano me llevaste hasta las maderas en la pared, me colocaste de espaldas, con los brazos y piernas bien abiertas, suponía lo que iba a ocurrir, tus intenciones eran claras, iba a ser azotada de tal forma que desearía que hubieras seguido rasurando mi coño. Esta vez fueron tus manos las que chocaron en mi culo, una, otra vez, otra más... Mordía mis labios, deseaba acabar con aquella dulce pero a la vez macabra sesión. Perdí la cuenta de los azotes que recibí, solo notaba que mi culo iba a explotar y mi coño también, sentía como chorreaba por mi muslos. Me soltaste y llevándome en brazos me depositaste sobre la cama, boca abajo.
-Estas preciosa Natalia, te deseo.
-Gracias mi Amo, yo también te deseo a ti.
En ese momento tus palabras fueron el mejor bálsamo que podía recibir, tus manos fueron bajando por mi espalda, mis caderas, sobre mi rojo culo, lo abriste y observaste, levantaste mis piernas haciéndome quedar con el culo totalmente expuesto. Pusiste tu polla en la entrada de mi ano, apretando pero sin llegar a penetrarme. Gemía del placer que aquello me ocasionaba, despacio fuiste metiendola, tan lentamente que sentía cada centímetro de tu piel, una vez dentro la dejaste unos segundos, tiraste de la correa para levantar mi cabeza, mi espalda se arqueo con el movimiento y de un empujón sentí como tu polla chocaba contra el fondo de mi ano. A partir de ahí todo fue salvaje, las embestidas eran cada vez mayores, querías llenarme de ti. Entre jadeos, suspiros, gemidos, gritos...
-No te corras hasta que no sientas como te lleno con mi leche, zorrita.
-Así lo haré Amo.
Pellizcabas mi clítoris, apretabas mis pechos, me la metías hasta el fondo, yo no podía más cuando de repente note algo caliente que me invadía, me apretaste fuerte contra ti, ahora era mi momento. Me deje llevar por una seria de tremendos orgasmos que me dejaron exhausta, caí desplomada sobre la cama entre espasmos trataba de recuperar el aliento. Me gire poniéndome boca arriba, de nuevo una nueva foto, esta vez de mi cara. Te tumbaste sobre mi, todo tu cuerpo presionando el mio, te abrace tan fuerte como pude, buscaba tu boca y la encontré, nos fundimos en un largo beso.
De aquella sesión nos quedó un agradable recuerdo, yo me quede con las fotos en que estaba atada en la cama y tu con la de mi cara, de tu propia boca salió esto:
-Viendo tu cara nunca podré olvidar lo que me has hecho sentir, perrita mía...