El castigo de ana

Por intentar violar a mi profesora de apoyo recibí un castigo

T odo comenzó cuando yo tenía dieciocho años. Esta situación que voy a describir duró dos años, aunque trataré de resumirlo lo mejor posible.

Empezó en verano, el 1 de Julio exactamente. Como olvidar esa fecha. Por aquel entonces yo estaba en la Universidad, estudiando sexología y estaba dando clases de apoyo para darle un empujón y poder sacarlo más fácilmente. Vivía solo, puesto que trabajaba a media jornada en el trabajo de mi madre, aunque en el momento en que ocurrió todo, estaba de vacaciones y durante esos dos años, mi profesora de apoyo se encargó de darme una coartada para no ir más a trabajar para ella. Mi profesora de apoyo se llama Ana, tenía en aquel entonces treinta y cinco años. Cabello castaño claro, ojos azules. Tenía buen cuerpo, tetas un poco grandes, pero sin llegar a serlas del todo. Llegó a mi casa vestida con camisa y vaqueros, así como con botas de tacón. Tras los saludos iniciales, la invité a tomar algo. Ella aceptó tomar agua. Lo que ella no sabía (o yo creía que no) era que le coloqué una pastilla para dormir. Lo que hice estaba mal por supuesto. Ahora lo veo claro. Era virgen y estaba como loco por tener sexo y no se me ocurrió otra cosa que la brillante idea de dormirla y follarmela mientras anduviera desnuda. Quería sentir mi caliente verga dentro de su boquita dormida, sentir sus hermosos y blanditos pechos en mi verga y manos, besarlos, besarla, penetrarla...

Pero el tiro me salió por la culata.  Ana sabía de aquello. Mi error fue traer un vaso para mí también. Ana me hizo ir a la ventana de la salita donde estábamos, pues creía haber visto algo. Entonces me cambió los vasos sin darme cuenta. Tras beber, al rato de charlar empezó a entrarme sueño y caí en la oscuridad.  Cuando desperté, me encontraba sentado a una silla, atado, aún en casa, pero con una diferencia: estaba completamente desnudo y rasurado, sin pelito (aunque tampoco tenía demasiado). Aunque me impresioné por ello, no me preocupé de no tener pelito, pues al fin y al cabo volvería a crecer. Pero si me preocupaba el hecho de estar atado. Vi a Ana delante de mí.

— Al fin despiertas. Parece que querías violarme... ¿crees que no sospeché de tu insistencia?. Indignante. Además vi como me mirabas. Las pruebas están claras.

Intenté hablar, pero ella me hizo el gesto del silencio: colocar el dedo índice sobre los labios.

— Silencio. O haces lo que digo o te denunciaré. Y ya sabes cómo están las leyes hoy para los violadores como tú.

Lo sabía. Sin ni siquiera escucharme, me meterían en la cárcel, y aunque saliera inocente, por falta de pruebas, ya sería señalado. No quería eso. Además, ella tenía razón, era un violador. Ahí me di cuenta de que lo que había hecho estaba mal. Pero ya era tarde.

Finalmente acepté. Ella sonrío satisfecha. Yo no tenía más opción.

— Excelente. Como verás, estás desnudo y rasurado. Tengo grandes planes para ti amor.

No me especificó el qué tenía en mente.

Me desató entonces. A sabiendas de que nada podía hacer, no me moví, hasta que ella me lo ordenó. Lo hice lentamente, con timidez. Ella sonreía con maldad.

— Muy bien. Ahora vámonos.

La seguí y me detuve cuando vi que abría la puerta de la calle. Ella me miró, y preguntó con fingido desconcierto.

— ¿Qué ocurre? Oh, ya veo, jajá, no quieres salir desnudito a la calle ¿no es así amorcito? Pues te jodes. Quiero que pases la mayor de las vergüenzas. Los violadores como tú no se merecen otra cosa. Vamos. YA. No me obligues a ir a la policía a quejarme. Ah, y ni si te ocurra taparte la verga, que por cierto, parece la verguita de un bebé.

Tragando saliva, procedí a obedecerla. Aquel insulto contra mi verga me dolió. Lo cierto es que erecta no llegaba a los trece centímetros.  Salir desnudo a la calle podría acarrearme exhibicionismo y ella podía inventarse cualquier excusa para salir impune. Caminaba despacio, deseando que ese momento no ocurriese, pero cuando pasé ante Ana, esta me dio una cachetada que sonó por toda la casa y dijo:

— ¡Aprisa putita!

Era la primera vez que me decía eso. Cogido por sorpresa, tardé en reaccionar, pero lo hice justo antes de recibir otra cachetada. Finalmente salimos al exterior. Al ser verano, (las cuatro de la tarde por cierto) el sol pegaba en todo su esplendor. Hacía calor y el hecho de estar desnudo ayudaba a que la calor no fuera tanta. No había nadie en la calle, por la hora que era. Vivía en un pueblo, con un total de setenta mil habitantes. Bastante gente la verdad. Ana me apuró comenzamos a caminar. Notaba el suelo de cemento bajo mis pies. Al pasar al lado de una caca de perro, Isa me obligó a pisarla. Y así seguí el resto del camino, con mierda de perro en la planta derecha e izquierda de los pies.

Cruzamos la esquina y seguimos caminando. Había casas a los lados y yo temía que me viera alguien. Iba completamente desnudo por la calle. Tras cruzar varias calles, un coche nos paró cuando nos disponíamos a cruzar la carretera. Muerto de vergüenza, quise mirar a otro lado, pero Ana me obligó a mirar al conductor, un hombre de unos treinta años. Le miré fijamente mientras cruzábamos lentamente. Tras un rato que me pareció eterno,  cruzamos y llegamos finalmente a la calle donde Ana vivía. No vivía sola.

Vivía con su padre, un señor de 56 años ya, el cual era calvo, pero tenía fuertes brazos, y algo de barriga, aunque no mucha. Le encantaba la cerveza y el fútbol. La madre de Ana se divorció de él hacía varios años y desde entonces vivían ambos solos. Con el novio de su padre.

Era gay y por eso lo dejaron, un hombre de cincuenta y dos años, calvo también, y sin barriga. Entramos a su casa. Ana cerró la puerta y me dijo entonces:

— Quiero que esperes aquí. Voy a decirle a mi padre y su novio lo que me has hecho. Si  no obedeces ya sabes.

Esperé, mientras ella iba a contar todo. Oía sus voces, pero no sabía que decían. Escuché risas y un tono de "no lo puedo creer" entre risas. Ana me llamó entonces:

— ¡Putita, ven!

Lo dijo en tono juguetón. Fui lentamente, muerto de vergüenza. Mi pitito ni siquiera estaba parado debido a la humillación, aunque algo de había agrandado. Vi entonces a Ana, a su padre y a su novio. El padre de Ana, llamado Mariano, vestía camiseta roja y vaqueros. Llevaba sandalias. Javier, el novio, vestía pantalón corto y camiseta. Iba descalzo y podía verse que era bastante peludo, al contrario de Mario, todo rasurado a la perfección, como yo. Todos rieron al verme entrar.

— ¿Esta es la putita que intentó violarte? — preguntó el padre de Ana.

— Sí papi, esta es.

— Bien — dijo mirándome —. Vamos a castigarte entonces. ¿Harás todo sin rechistar o tendremos que avisar a la policía?

Tragando saliva, contesté:

— Haré lo que me digan.

Lo que no tenía ni idea era de qué me pedirían. Pero pronto lo sabría.

— ¿Sí qué? — quiso saber Mariano.

No entendía. Tragué saliva, nervioso. Ana me dio entonces una sonora cachetada que sonó más que dolió y dijo:

— Sí señor. Aprende a comportarte zorra.

Tragué saliva y lo dije:

— Si señor.

Mariano sonrió igual que Ana y Javier.

— Bien — dijo Ana —os dejo solos entonces. Tengo asuntos que atender.

Dicho eso se fue. Me quedé con los dos hombres, completamente desnudo. Noté algo duro y vi que mi verga se había empalmado. Risas.

— ¿Te gusta esta situación bebé? Pues más te va a gustar.

Dijo Mariano. Me condujeron hasta el baño. Allí vi que había colocado sobre el retrete, de forma cuidadosa, una mini top rosa con el dibujo de Barbie, unas braguitas rojas de Minnie Mouse y un collar con forma de corazón así como pendientes de Minnie Mouse. Primero me pusieron ante el espejo y sacaron una peluca. Era rubia. Me la pusieron e hicieron dos coletas. Luego vi que sacaban un pintalabios. No dije nada, mientras me los pintaban. Ya sabía dónde iban los tiros. Querían feminizarme. ¿Porqué no dije nada? Mi verga estaba completamente empinada, cachonda, porque ser feminizada siempre fue una gran pasión para mí desde chiquita. Tenía miedo, pero no objeté, pues sabía que me pasaría. Tragué saliva mientras me colocaban la ropita, los pendientes, el collar y finalmente me colocaron perfume de chica: un perfume con la imagen de Barbie.

— Vas a ser nuestra princesita putita mi amor — me dijo Javier.

Estaba vestida de nena, perfumada, como si fuera una nenita de siete años o así. Me pintaron las uñas (Ana debió enseñarles parece) de color rosa y me condujeron hacia la cocina. Allí, cogieron hielo y me bajaron la erección. Eso lo hizo Javier mientras Mariano iba al cuarto. Volvió y vi que traía un cinturón de castidad rosa con candado de llave. Me lo colocó y cerró bien. Luego se fue a esconder la llave y volvió. Supongo que preguntareis porque no rechistaba. Es simple: recordaba la amenaza en todo momento. No podía hacer nada más que obedecer. Javier entonces me puso bruscamente contra la encima, poniendo mi culito en pompa. Lentamente, se encargó de hacerme bajar las braguitas. Ahora que mis piernecitas no tenían pelitos, el roce con la tela era sublime y sentí dolor cuando mi verga trató de erectarse, sin lograrlo. No estaba muy caliente, pero cada vez lo andaba más. Vi como agarraban un plátano, lo pelaban y, ya peladito, empezaron a rozarlo en mi ano.

— Hay que lubricar a la putita Javier, o no le entrará el platanito.

— Cierto es.

Escupieron sus salivas y después, mientras Javier escupía, Mariano se arrodilló a mi culito, me lo abrió  y escupió adentro. Di un leve respingo al notar su saliva en mi ano. Me gustó. Empezó a meterme deditos. Primero uno, que metía y sacaba como si fuera su verga. Era el índice. Luego lo hizo con el corazón y luego con los dos. Escupía y metía su lengüita en mi ano, dándome besitos húmedos y cachetadas. Movía la lengüita en círculos. Después de varias penetraciones y escupitajos más, Mariano se encargó de seguir escupiendo el plátano, todo salivado ya y fue Javier quien metió dedos en mí más salvaje que Mariano. Me hizo lo mismo que su chico. Mientras me hacían eso yo no podía evitar gemir y parecía toda una niña. Ellos reían complacidos. Finalmente llegó la hora y Mariano metió lentamente el plátano en mí. Gemí como una nenita y ellos rieron. Me penetraron duramente con el plátano sacando y metiéndolo sin parar. Lo hacía uno y el otro me daba cachetadas y se turnaban. Al cabo de unos minutos pararon y Javier me empujó al suelo. Me lanzaron el plátano.

— Cómetelo.

Lo hice, con el plátano salivado, lleno de mierda de mi culito. Ya devorado (y tras varias risas más) me levantaron del suelo y Mariano dijo:

— Es hora de una buena ducha. Y prepárate preciosa, porque vas a chuparnos la polla y a besarnos dulcemente. Y no serán las únicas vergas que pruebes amor...

Nuevamente, gracias por leerme :) pueden contactar conmigo mediante twitter https://twitter.com/Dulcenenita93 o mi correo mariaprincesa6993 @ gmail.com Que tengan un buen día, besos :)