El Castigo

Pasos lentos me conducen hacia ti. Firmes, me llevan hacia la habitación que te sirve de refugio. Atravieso el umbral de tu puerta y te veo ...

El Castigo

Pasos lentos me conducen hacia ti. Firmes, me llevan hacia la habitación que te sirve de refugio. Atravieso el umbral de tu puerta y te veo, complacido por encontrarte cumpliendo mis órdenes. Tu, desnuda, hincada en el frío suelo de una habitación oscura, con los ojos vendados, esperándome. Escuchas la puerta al abrirse, tu respiración se acelera, tu pulso se incrementa, tus sentidos se despiertan. No puedes verme, pero me imaginas; me conoces, sabe

s que visto de traje de negro, y también sabes que llevo puesta mi máscara favorita. Camino a tu alrededor, como lobo jugando con su presa; te acorralo, huelo tu miedo. Un chasquido de mis dedos y tu cuerpo se mueve, como programado; a una posición más sugestiva. Tus labios besando el suelo que he pisado, tus nalgas ofreciéndose elevadas a mi. Sabes lo que viene. Solo el sonido de tu corazón se escucha en el silencio. Oscuro silencio, que es interrumpido por el silbante movimiento de mi fusta. Tu piel recibe mi azote firme, tu carne se enrojece y un sudor frío comienza a emanar de tus poros. Tu cuerpo se contrae mientras de tu boca se escapa un leve quejido, seguido por el conteo del primer golpe: "Uno, mi Señor". Sonrío. Elevo nuevamente el instrumento de tu tortura, solo para propinar otro azote más fuerte que el anterior: "Dos, mi Señor". Vuelvo a sonreír. Repito mis maniobras diez veces, más. Doce azotes en total que son contados por ti, mientras en tu mente repasas la causa de tu castigo. Tu sabes lo que haz hecho, sabes que mereces ser castigada. Esta es mi forma de educarte, esta es tu forma de aprender; así las cosas deben ser, porque Yo soy

tu Amo, y tu eres mi sumisa.